La voz de Á fue al mismo tiempo triste, y resonante. Un canto de gloria y pesar.
- Por qué? Por qué, preguntas? Cuando regalé el don de la muerte a tu padre, Yardrakos, esas almas buscaron en tí a su pastor, a su guía y tutor. A aquel que debiera guardar su descanso.
La ira de Á se manifestó en relampaguantes rayos desde su ojos, tiñiendo el gris de amarillo y rojo. Pero tú las has forzado a volver al mundo, a enfrentarse con aquellos que fueron sus padres, hermanos, hijos! Y aún así te preguntas el por qué de tu castigo?
Las manos del Gran Dios se juntaron lentamente. Un pastor que envía a sus rebaños al matadero, no merece ser llamado pastor.
La furia de Yoonel creció ante las palabras de su señor, pero también lo hizo su cautela. En estos momentos su destino pendía de un fino hilo y dependía de sus palabras el seguir con vida, para lo cual la fría lógica era lo necesario, no la ira.
-¿Pastor? No, Padre, no merezco ser llamado pastor, pues yo no soy otro que el perro, que bajo las ordenes de su amo vive, y por sus ordenes tanto cuida como mata a su ganado. ¿Es mi culpa que mi creador me diera esta misión? ¿Es mi culpa que mientras otros dioses menores recibían el poder y ascendían yo continuara bajo mi señor, con el poder de un dios Mayor pero con la libertad de un esclavo?
La palabras del Nacido Muerto resonaban acusadoras por el vacío que los rodeaba, reprochando con su existencia las injusticias del mundo bajo ellos, pero Yoonel aun no había acabado.
-Hablas de devolver las almas al mundo, pero no fui yo quien abrió ese camino, sino otro de tus hijos quien entro en mis dominios y atento primero contra mi misión, y me obligo a devolver algunas almas al mundo. ¿Y que podía hacer yo, sino intentar controlar los nuevos aspectos de la muerte?
La brillante corona de Á onduló sobre sus hombros, como un manto dorado. Lo cubrió por completo, transformando su silueta. La voz sin embargo, era inconfundible para cualquier ser de Albur.
- La responsabilidad ha sido tuya del ataque, hijo mío. El dolor y la muerte caen solo sobre tus hombros. Si tan solo fueras capaz de una acción caritativa, si hubiera habido un atizbo de raciocinio en tu ansia de destrucción.
El Gran Dios hubiera llorado, si las lágrimas hubieran tenido sentido en el Inmaterium.
- Si fueras capaz de entender que tanto la vida como la muerte son importantes, entonces tendrías aún un papel que jugar en Albur.
El Dragón de Hueso ríe, una carcajada hueca y vacia que extiende la espeluznante niebla azul por su alrededor, y responde.
-¿Una buena acción? ¿No basta mi buena gana de sacrificarme para parar tal destrucción? Pues aunque ese extraño enviado- dice Yoonel, señalando a la mujer cercana- haya destruido mi cascara, ya me había resignado a salir de mis dominios para evitar mas muerte y, lo que es mas, la falta de control sobre las almas que mi ausencia causaría, y en la que el resto de dioses, en su afán de venganza, no repararon.
Con una sonrisa espectral, y manteniendo la mente fría en todo momento, Yoonel continua la defensa de sus acciones.
-¿Y acaso fueron tan malas mis acciones? Cuando ataque por primera vez, los mortales eran débiles, dependientes de sus dioses para todo y vulnerables a las peligrosas creaciones que sus propios señores habían creado. Y mírales ahora: fuertes, orgullosos y poderosos. Yo, a quien llamas irresponsable, e hecho mas bien por las razas de Albur que el resto de los dioses reunidos.
El Gran Dios consideró semejante respuesta.
El Dragón de Hueso era soberbio, pero había algo de sabiduría en sus palabras. El bien sería bien sin el mal? Podrían los Tvus conocer los límites de sus conocimientos sin recordar el dolor y la muerte? Podían acaso las cosas bellas brillar, si no tenían un fondo oscuro?
- Has dicho bien, hijo. Y aunque tu naturaleza no puede ser modificada, veo que no has perdido la capacidad de entender el por qué de la misma. Es una grata sorpresa...
...si fuera capaz de sorprenderme.
- Muchas cosas te esperan en Albur. Serás odiado, y me odiarás. Pero ese es tu comienzo, y tu fin. Solo recuerda, que la Muerte es un don... y es una señora severa. No la provoques nuevamente; respeta a sus hijos.
Con un movimiento de la mano, la niebla azulada de Yoonel se disipó, cayendo sobre el mundo como una fría llovizna...