Partida Rol por web

Creekville. Distrito Central

Hospital St. Mary Ann

El techo era blanco, sin embargo no era un blanco higiénico... Si no el típico blanco amarillento propio del tiempo, la cama era dura y el cuerpo dolía como mil demonios.

—Hmpf... Veo que os habéis despertado finalmente— dijo una voz con delicadeza, llevó unos segundos reconocerla como la voz de Vicenzo Boldini.

—Tranquilos... Todo terminó, la misión terminó bien gracias a vosotros, sin embargo acabasteis bastante mal... Sí, afortunadamente los otros acabaron peor. Buen trabajo chicos.

—No, no, no. Tranquilos, con calma que si se os abren las heridas me va a regañar la enfermera y esta no es de las guapas. Incluso diría que he creído verla un mostacho impresionante, daba miedo —concluyó riéndose. Se había apresurado a detenerles rápidamente en cuanto les vio hacer el amago de cambiar de postura—. Todo terminó, la familia Marchetti tiene un nuevo Don, el hermano de Carlo. Nosotros lo apoyamos pues es cabal. Lo conocemos porque hicimos algunos negocios durante la cabezonería de su hermano, intercedió incluso por nosotros. El padre... Se ha retirado, el primogénito debía ser el único para el que tenía ojos. 

—Shhh, con calma Marcelo, Marco... Don Gaspare sabe premiar a los que le fueron leales —les dijo finalmente para acabar callando durante varios segundos en los que les observaba detenidamente. Entonces la pareja de heridos pudo advertir que Vicenzo no estaba todo lo bien vestido que acostumbraba, su camisa estaba sin planchar y su traje presentaba varias arrugas propias de haber estado en una mala posición durante un buen rato. El peinado era lo más presentable en la figura del consigliere que estaba en estos momentos mirando en derredor asegurándose de que nadie les escuchaba.—. Hablando de lealtad... —dijo interrumpiendo finalmente su momento de silencio—. ¿Qué podéis decirme de Renzo? Uno de nuestros colaboradores se ha quejado, el del bar donde vivía la chica... Incluso al nuevo Don no parece haberle gustado cómo usó el nombre de su hermano delante de todo el mundo.

Creekville. Distrito Periférico

El cementario de Creekville

La música fúnebre sonaba, todos estaban allí con el firmamento como testigo de aquella unión entre todas las familias. El camposanto estaba a rebosar y más allá a unos cuantos metros los reporteros ávidos de morbo estaban siendo contenidos por unos pocos soldatos escogidos para la ocasión.

—Hombre acuérdate de que polvo eres, y en polvo te convertirás. —Pronunció el sacerdote dando por concluido el sepelio, tras aquellas palabras cerró su libro sagrado y empezó a alejarse dejando atrás como protagonista a un hombre mayor, antaño miembro poderoso de la Cosa Nostra, ahora figura sollozante sin remedio. Lamentaba la muerte de su primogénito: Carlo Marchetti. Junto a éste, se encontraba elegantemente vestido Lucio, su segundo hijo.

Cuando un miembro de la familia fallecía, todos asistían al entierro, incluso los miembros de las familias rivales. No hacerlo resultaría en una descortesía y una falta de respeto que sólo podría ser lavada con sangre. Por ello estaban todos allí: los Gambino, los Moretti, los Pellegrino, los Panepinto y por supuesto los Marchetti. Todos empezaron a aproximarse a Lucio a expresarle sus condolencias, era él el que había tomado el liderazgo de la familia, decían las malas lenguas que forzando a su padre a hacerse a un lado. Dos días después la sangre estaba caliente y no era el momento de vendettas.

Para cuando todos habían terminado, Don Gaspare hizo una seña a los tres hombres que le acompañaban para finalmente dar el paso dirigiéndose a Luca expresándoles su más profundo respeto:

—Lo lamento Don Luca... No es un buen destino el que ha sufrido tu pobre hermano. Perdóname por mi ignorancia al no ser capaz de encontrar una mejor solución a nuestro conflicto—le dijo disculpándose. Aquel nuevo Don agradeció sus palabras con una sonrisa agradable y le tendió ambas manos para a continuación darle un profundo abrazo durante el que algunas palabras fueron susurradas, a aquel abrazo le siguieron dos besos en señal de respeto.

—Muchas gracias Don Gaspare —advirtió repentinamente Renzo que estaba susurrando Lucio mientras se producía el intercambio de besos— Gracias por solucionar el problema de mi hermano. Estoy en deuda eterna contigo.

—Muchas gracias Don Gaspare. —Agradeció en cuanto terminaron los dos besos— La paz es necesaria para las cinco familias y tienes mi palabra de que será firmada. He disuadido a mi padre de sus intenciones así que podéis contar con todo el apoyo de los Marchetti.

A continuación Don Lucio tendió su mano a los tres hombres que estaban acompañando a Don Gaspare, dos eran supervivientes de aquel atentado contra su hermano, el tercero era uno de los capos de más confianza del Don.

John asistió como todo los presentes, aunque permaneciendo en segundo plano. No le gustaba ser el centro de la atención. Pero había ciertas cosas que no se podían evitar. Por ello, actuó como uno de los chicos del servicio fúnebre, mientras entre sus ropas traía papel y lápiz. Si alguien preguntaba o indagaba, bien podría pasar por reportero. Todo, era parte de una fachada que estaba dispuesto a mantener. Finalmente, no es buena idea que el asesino desconocido sea identificado plenamente. Ese tipo de cosas se las dejaba a Renzo y al patrón. El simplemente no era nadie. Quizás, sus notas le pudieran servir a "ella". Quizás en la noche podrían verse, comer un poco, relajarse. Y en la mañana, cuando ella despertase y se pusiese su abrigo, podría encontrar ciertos datos para una necrología. Sabía que el jefe de ella se lo adjudicaría como propio. Así como sabía muy en el fondo que ella recibiría un bono. Quizás fuera hora de formalizar algo con esa chica.

John sonrió para sus adentros y continúo trabajando como un anodino chico del servicio. Siempre, pensaba en ella. Siempre después de días tan complicados pensaba en concretar algo con ella. Pero no sería justo. Ella se merecía algo mucho mejor. Quizás, si no fuera tan riesgoso su trabajo... Quizás debiera hablar con el Don. Quizás fuera hora de retirarse y hacer otro tipo de trabajo... quizás hubiera otra forma de serle útil al Don. Pero, ¿de que podría ocuparse un hombre con sus pasado y habilidades. John pensó en sus compañeros caídos mientras ayudaba con los materiales. Tal vez debería hablar con Marco. El tal vez le entendería.

Renzo estaba al lado de Don Gaspare y tenía un oído muy fino por lo que pudo escuchar totalmente lo que le susurraba Lucio al oído al Don.
Estuvo también atento mientras eso ocurría echando un vistazo a todo alrededor para percatarse de cualquier cosa, ya fueran amigos o enemigos.

— Che piacevole sorpresa rivederti!¹ — Exclamó Marcelo nada más escuchar la voz de Boldini.

Marcelo estaba contento de ver a don Vincenzo Boldini. En realidad estaba contento de ver cualquier cosa, pues cuando se vio abatido en la destartalada mansión de los Marchetti, estaba bastante seguro de que no lo contaría. Estar vivo era una muy buena y grata sorpresa. Entonces llegó aquella comprometida pregunta.

— Si le digo la verdad... — Bajó la mirada. Sin duda Marcelo era ahora una caja llena de sentimientos contrapuestos que de abrirse estallarían en una vorágine imposible de controlar. — Yo mismo le hubiera volado la tapa de los sesos, una vez hubiera concluido la misión. Estaba decidido a hacerlo y lo hubiera hecho de no haber sido abatido. Su comportamiento desde el principio fue impredecible y lo impredecible es peligroso en nuestro oficio. —  Resopló. Sabía que lo que acaba de decir le ponía las cosas muy claras al congsilieri y muy negras a Renzi. — Pero... — Marcelo no era de muchos "peros". Solía tener las cosas claras y ser impetuoso. No obstante, en esa ocasión lo había. — Cuándo todo se puso feo, actuó como se esperaría de un compagno. Me salvó la vida y... bueno, me salvó la vida. — No tenía muchos más argumentos a favor de Ferri. — Creo que es un estúpido, pero es fiel a los suyos... — Hizo una pausa para reflexionar aquello. — Fiel a los suyos a su extraña manera... — Y allí se acabó su alegato. Marcelo era hombre de pocas palabras y ya había hablado más de la cuenta.

Vicenzo rechazó las efusivas y amables personas de Marcelo con un gesto que buscaba quitarse importancia.

—Quiero que habléis abiertamente y seáis honestos —les tranquilizó Boldini palmeando cariñosamente la mano de Marcelo—. Don Gaspare no está contento, le llegó el informe de lo sucedido y se enteró que una vez unas cuantas armas fallaron. No sabemos si Paulie estaba a sueldo de los Marchetti, pero no es normal que fallaran tanto.

Se fijó en la mirada de los dos hombres ingresados.

—Sí, está durmiendo con los peces. En compañía de Michael. Supongo que eso os hace entender lo importante de lo que os pregunto. Era una misión sencilla de la que nada sabían esos cazzos, sin embargo aquí estáis vosotros dos. Por eso me ha encargado llegar al fondo de este asunto y limpiar la familia de aquellos elementos... Prescindibles.

Aquella palabra sonó fría en palabras del consigliere, sin embargo la firme intención del Don estaba clara. Había llegado la paz y era el momento de estar listos ante cualquier posible conflicto que pudiera surgir.

—¿Y bien? ¿Algo que deba saber?

En un entierro de una familia rival, no se esperaba que todas las familias llevasen a todos sus soldatos, unos pocos capos habían sido escogidos en cada una de las familias. Llevar más de lo que se esperaba resultaría en una declaración de intenciones, un acto de soberbia o incluso un desafío. Y esos dos soldatos se habían ganado su presencia frente a otros Capos que por rango tenían más estatus para permanecer allí. Si Marcelo y Marco hubieran contando con heridas más leves, tal vez habrían podido contar con su presencia sin embargo debían reposar en el St. Mary Ann.

John Doe parecía ausente y fuera de aquel código rígido protocolario, parecía sentirse más cercano a los trabajadores del camposanto que a los miembros de las diferentes familias. Renzo por su parte estaba alerta, miraba en derredor una y otra vez temiéndose lo peor: una trampa, un intento de atentado. Nada vio, nadie sería tan necio como para llevar armas en aquel momento sagrado y de tregua... Ni lo sería para atacar a las cinco familias. Los más poderosos de Creekville.

Los tres hombres: Jimmy, Renzo y Doe estrecharon las manos de Don Lucio y le dieron dos besos en señal de respeto. A continuación quedaron a un lado sin saber muy bien qué hacer a la espera de que Boldini hiciera lo propio. Les había pedido que se adelantasen mientras hablaba con el Don de los Moretti.

De improviso Jimmy pareció asentir al ver a Vicenzo.

—Chicos —les dijo a sus dos subordinados en el tono suave que la ocasión exigía—. Vamos a los coches y a dejarlo listo. El Don necesita un momento a solas para hablar de negocios.

No eran sólo los hombres de Don Gaspare los que se iban a retirar, todos estaban poniéndose en camino hacia los coches dejando todo listo para la vuelta de los rangos más altos de la familia. Allí quedaron las cinco familias, pacificando la situación y hablando de negocios.

En realidad todo aquello era un adelanto del tratado que estaba a punto de firmarse con sangre para borrar lo que la mala sangre había emborronado.

Marco había abierto los ojos lentamente. Esto no era extraño en él, ni siquiera cuando se despertaba cada mañana debido a los insistentes maullidos de su gata, pero no recordaba haberse despertado nunca sumergido en aquel océano de dolor proveniente de tantos sitios distintos que le costaba ubicarlos. Su último recuerdo era el sonido de un disparo que no provenía de su arma, la segunda que le fallaba en un breve espacio de tiempo. Se había creído muerto entonces, pero al parecer, no había llegado su día: Carlo Marchetti no había sido el único afortunado.

Miró al señor Boldini con extrañeza, no esperaba encontrarle allí. Ni a Marcelo. A decir verdad, no tenía muy claro que esperaba encontrarse, pero no era esto. La sorpresa, en cualquier caso, no fue desagradable: el Don Panepinto cuidaba de los suyos, y Marco supo que se encontraba a salvo.

—Me alegra que todo acabase bien —dijo Marco, conteniendo una mueca de dolor que hubiera cambiado inapropiadamente el sentido de sus palabras—. Creí que no lo conseguiríamos —añadió, sin entrar en detalle de por qué había pensado eso. Boldini era uno de esos tipos listos que organizan el mundo y quizá ya supiese lo que Marco quería decir.

Marco se incorporó ligeramente, toda una hazaña debido a su corpulencia. Estaba algo desconcertado por las palabras de Marcelo:

—Renzo... es problemático. Demasiado independiente. Impredecible. Caótico... —Marco agitó la cabeza con desaprobación—. No es un profesional —sentenció, lapidariamente—. Trabajar con él es un riesgo. Un riesgo que correré si el señor Panepinto lo considera conveniente. Quizá fuera más útil en otra clase de trabajo —y Marco no añadió cuál podía ser esa clase de trabajo porque dejaba tales decisiones a las mentes privilegiadas de sus superiores.

Marco no añadió nada acerca de Paulie. Si el Don había tomado esa decisión, bien estaba. Si no, probablemente lo hubiera hecho él mismo, tarde o temprano. Sin embargo, hubo algo que no pudo reprimir. A fin de cuentas, ahora no estaba trabajando:

—Señor Boldini... —sus ojos se desviaron a un rincón de la habitación, dubitativos—... sería posible, quizá... —Marco calló un instante, pareció decidirse y continuó—... me gustaría que trajeran a Nocciola, si fuera posible. Es... importante para mí.

Asiento y me retiro, ayudando a transportar las últimas cosas para despejar por completo el área. Finalmente, los señores necesitaban su privacidad.

Vicenzo sonrió ante aquella honestidad de Marco.

—Grazie chicos... Supongo que todo bien con John —terminó por preguntar mientras se incorporaba y recogía su abrigo. A continuación cubrió su incipiente calvicie con un sombrero y procedió a ponerse el abrigo.

—Descansad entonces. Mañana en el funeral de Carlo Marchetti terminará todo, la guerra, la mala sangre... Y podremos hacer negocios otra vez.

Metió entonces la mano en un bolsillo interior de su abrigo y sacó dos sobres bien hinchados, ambos del mismo aparente espesor y depositó ambos sobres sobre la mesilla.

—Por las molestias, esta vez el bono ha sido bien gordo. Vendrán más del mismo lugar ahora que vuelven los negocios.

Las palabras de Boldini aún se repetían en la cabeza de John:

"Chico, no me mientas... Sé que Renzo nos ha jodido bien con sus tonterías. Me he enterado por un pobre colaborador nuestro al que le asustó y le amenazó. También llegó a oídos de Don Luca su idiotez de hacerse pasar por su hermano... Es irrespetuoso y el Don no quiere cazzos en su banda. Ya nos hemos encargado de Paulie, tú y Jimmy debéis encargaros de él.

Tendréis un coche esperándoos a un lado de la carretera, he quedado con Brincos en que se detendrá con la excusa de verle. Ahí deberás ejecutarlo. Debería ser su responsabilidad pero ese idiota acostumbra a conducir así que... Bueno te ha tocado. ¿O también tu tienes tus propias ideas?"

Jimmy iba caminando delante de los otros dos en dirección al exterior del cementerio. Los periodistas habían sido apartados y un par de cámaras rotas se encontraban en el suelo. Nadie osaba en aquel momento hacer fotos conformándose con tomar notas de todo cuanto veían.

Jimmy extrajo un cigarrillo de un bolsillo interior y con él en la boca sin haberle encendido saludó a un par de los chicos que reconocieron como hombres de la familia:

—Pietro, Angelo... Debéis esperar a los jefes que se han quedado atrás. Nosotros nos volvemos al Panepinto's

Tras corresponder a su respuesta con un gesto afirmativo terminó de encenderse el cigarrillo y se dirigió a donde los coches estaban aparcados, en el exterior. Todos eran negros y elegantes que contrastaban con el aspecto que presentaba el Ford A cuando lo devolvieron, agujereado roto y manchado. Mandaron a uno de los nuevos a deshacerse de él con Paulie en su interior.

Al Don no le había gustado enterarse de que una vez más las armas habían fallado, no quiso atender a explicaciones y expurgó el error de la familia.

Jimmy tomó del maletero la manivela de arranque y empezó a arrancar el vehículo. Habitualmente se encargaba de conducir y gustaba de arrancar su propio coche. Únicamente delegaba la tarea cuando los coches eran ajenos.

Estaba totalmente de acuerdo con lo que Marco acababa de decir. No había mentido en nada y aunque le debiese la vida a Renzo, ya había intercedido suficiente por él. Además, al don le debía lealtad y obediencia. No iba a ignorar aquellas preguntas. Debía ser sincero.

— Recuerdo que cuando Marco y yo estábamos en el auto... — Hizo una pausa para tratar de refescar su memoria. ¡Si, ese rompecoglioni disparó contra el maletero de nuestra macchina! ¡Pretendía hacerlo saltar por los aires con nosotros dentro! Llevábamos bidones de gasolina en el maletero y lo sabía... — No se arrepentía de haber dicho eso. Posiblemente fuera la sentencia de Renzo. Pero no era él quien debía decidir sobre aquellos asuntos.

John bajo la cabeza. Bien sabía que hay cosas que no tienen explicación. O mejor dicho, la explicación es tal que no necesitaba preguntar más. Por ese motivo terminó de acomodar las cosas y de entre ellas sacó una pequeña caja forrada en cuero, con dos pequeños vasos de cristal y una petaca pequeña en su interior. Olió su interior. Ajenjo. Agregó un tercer vaso de cristal, el cual frotó suavemente con un veneno dulce. Rara vez lo utilizaba, pero se enmascaraba muy bien con el alcohol.  Agregó también un tres cubos de azúcar, los cuales colocó envueltos en sobre cada una de los pequeños vasos. El de renzo con el veneno era el del centro. Por si las dudas agregó un poco de veneno en polvo en el azúcar de renzo. Y se guardó un vial con gotero en el bolsillo de la camisa, cubierto por la gabardina. Ese vial era su propio destilado, unas gotas con alcohol y tiempo suficiente podían dormir a cualquier hombre. Suspiró.

Subí al auto con una pequeña caja de cuero, me acomodé tras el asiento del conductor, y destape la caja. Saque la petaca y tomé un sorbo en su tapa. Absenta. Nada mejor para terminar aquella semana. Guarde de nuevo el licor y esperé de nuevo a que Jimmy terminara de arrancar el coche. Salí un momento a estirar las piernas. Y al pasar junto a Renzo en sus manos quedó una pequeña nota.

Jim peligro. Tengo un plan.

-Jimmy, en lo que terminas de arrancar voy por agua.- Si vamos a beber a lo bohemio, hay que preparar las cosas a como se deben. Voltee a mirar a Renzo por si su miraba delataba algo y llené una pequeña cantimplora con agua. Desvié la mirada y espere a que estuviéramos listos. A veces la vida es desagradable.

Renzo abrió el maletero y sacó la Thompson descargando todo el cargador alrededor hasta que el tambor echaba humo y ya no tenía balas, si el propio Rambo del futuro 50 años por delante en las películas levantará la cabeza estaría orgulloso.
Había matado a la mayoría, a Jimmy y John pese a ser sus familiares, a los periolistos que se lo merecían y la mayoría de los mindundis de las familias. Tuvo que asomarse un rezagado Consiglieri por el umbral de la puerta y acertarle al tercer tiro en la cabeza para que Renzo cayerá fulminado al suelo.
Aquello fue un escándalo nacional y el fin de la mafia en América debido a las redadas del ejército y el FBI conjunto. Todo sucedió por un "loco" al que se le fue la pinza en un mal momento, su Natalè después de aquello fue encontrada muerta como un colador con más de 500 balas el mayor homicidio de balas en un cuerpo tanto que parecía papilla, quién lo iba a decir...
¡Ja, ja, ja! dryo todo este texto está tachado por mí Renzo y por si alguien más lo lee. Era sólo una broma que me apetecía narrar, una locura según la situación ya que es el final.

Bueno todo había salido bien para su famiglia, nadie había muerto por lograr la paz que Carlo Marchetti antes no les permitió a ninguna de las familias, en realidad resultó que era el escollo del equilibrio en la Cosa Nostra en América.
Y es que a veces suele pasar con algunos niños malcriados, que se creen mejores que sus padres y se quedan en un intento de egoísmo mal controlado.
Renzo no tenía hijos y era joven todavía, no maduro pero si una cierta adultez, lo máximo que tenía ahora era su prometida Natalè estando ambos muy enamorados. Por lo que se sentía bien de no tenerlos, no fuera a ser que le saliera un hijo como el reciente difunto.