Elías corrió hacia la puerta para ayudar a Jacobo a hacer palanca, pero el asiento cedió entre sus manos y le realizó un corte en la mano. Soltó el asiento por inercia y se miró el corte, desesperado.
- ¡Coño!
-REPITO: LA RESISTENCIA SERÁ PEOR. ENTRÉGUENSE Y NO HABRÁ ACCIONES VIOLENTAS.
La voz era tan insistente que casi convencía a Elías. ¿Un Efecto de Mente? Probablemente. La Tecnocracia era una maestra en ello.
-Oye tío, ¿estás bien? -preguntó la voz-. ¡Mira, ya se abre!
Efectivamente, Jacobo, desgañitado y sudoroso, había conseguido abrir un poco la puerta. El resto fue fácil. Elías y él hicieron fuerza y las puertas se abrieron. Jacobo saltó a las vías y soltó un gruñido pues había una altura considerable. Ayudó al Corista a descender.
-Sigue hacia la estación de Alonso Martínez. No sé cómo te lo vas a montar, pero tienes que correr. Mucho. ¡Muévete!
Elías descendió y se echó a correr en la dirección adecuada.
- ¡¡Tenemos que llegar a Alonso Martínez!! - gritó a Jacobo.
No sabía cómo iban a salir de allí, pero no iban a rendirse.
Los dos despertados corrieron en la oscuridad por las vías del metro, tropezando con los raíles y temiendo romperse la crisma varias veces, pero tuvieron suerte. El aire en sus pulmones quemaba, pero el miedo daba a las a sus pies y pronto estuvieron en Alonso Martínez.
-A ver... -se oyó un tecleo al otro lado de la línea-. Según lo que veo, tienes que meterte en la línea 4 en dirección Argüelles. Cuando llegues a Bilbao, sigue por la 1. Creo que allí hay una salida. Los Tecnócratas están yendo a por vosotros, pero si cambiais tanto de dirección no sabrán por dónde ir.
Elías repitió las órdenes a Jacobo.
- Línea 4 dirección Argüelles hasta Bilbao.
Y se internó por los pasillos de la estación intentando dar con el andén correcto.
Elías tropezó con uno de los raíles y cayó hacia delante. Se clavó el metal en la pantorilla y se desgarró el pantalón. Ni qué decir tiene el dolor, y el pensar en la cantidad de suciedad que podía haber allí. Y además, el móvil se cayó al suelo y se rompió. Ahora sí que estaban jodidos.
-¡Joder! -gritó Jacobo al notar que Elías caía al suelo. Volvió atrás y le cogió de la mano-. Venga, Elías, venga. ¿Estás bien, tío?
Elías apretó la mandíbula y se levantó como pudo, para seguir corriendo, aunque fuera cojeando. Recordando las indicaciones de Trece, se dirigió al andén de la línea 4.
Esto iba de mal en peor.
Elías y Jacobo subieron al andén de Alonso Martínez y cambiaron de línea. El sistema de megafonía seguía soltando su discurso atronador y cada vez le era más difícil imponer su voluntad.
Continuaron hacia la estación de Bilbao, Elías apoyado en el hombro de Jacobo, sintiendo cómo su pierna se rebelaba contra el movimiento que la estaba destrozando. ¿Pero podía arriesgarse a detenerse?
Elías empezaba a marearse del dolor, pero se obligó a seguir, ayudado por Jacobo. Llegarían a Bilbao en breve.
No tan rápido. Jacobo se resbaló con un charco de agua y Elías volvió a caerse al suelo. Esta vez fue el brazo izquierdo, que utilizó para parar la caída. Se le quedó entumecido por completo y notaba la sangre caer en reguero hasta el codo.
-Perdona, tío -dijo Jacobo en voz alta.
Vislumbraron el andén de Bilbao y Jacobo ayudó a Elías a auparse. Subieron por las escaleras en silencio. Si todo iba bien, al girar hacia la línea 1 el camino estaría despejado y podrían seguir tambaleándose hasta...
Pero no, no todo iba bien.
Había tres tecnócratas, cada uno con una pistola. Habían bajado las escaleras de Bilbao y los habían encontrado.
-¡Alto ahí! -gritó uno-. ¡De rodillas!
Era el final del camino.
Elías tembló. Tenía que utilizar todo el poder mágico que tuviera. Levantó las manos al cielo.
- Oh, Uno. Deja que yo, tu siervo, y esta pobre oveja descarriada, vivamos un día más para poder hacer frente a la lucha y conocer el camino de la Verdad. Por ello, te imploramos que confundas a los infieles, y nos libres de su presencia.
Liberó la magia de su interior y lentamente hizo un gesto a Jacobo para irse retirando sin llamar la atención.
Gasto 3 puntos de Quintaesencia. 5 éxitos en total.
Los Tecnócratas bajaron las pistolas. Estaban viendo lo que Elías quería que viesen: a un par de subversores arrepentidos y arrodillados. Pero Jacobo no entendió nada.
-¡QUE OS DEN A TODOS POR EL CULO! -gritó, e hizo un aspaviento con los brazos.
Y entonces fue el infierno. Del aire surgió una lengua de fuego que violentamente envolvió a los tres tecnócratas. Tan violentamente como había surgido se dispersó por sus ropas, su pelo, su piel. Soltaron las pistolas y se echaron a rodar en agonía. La luz que desprendían era más brillante que el sol. Jacobo se inclinó a un lado y vomitó su desayuno.
Elías se quedó sorprendidísimo ante el ataque de Jacobo, pero actuó rápido. Le tomó por el brazo y tiró de él.
- Vámonos, vámonos. Ahora es el momento de escapar.
Cuando Jacobo le hubo hecho caso, echó a correr por la línea 1, rezando al Uno para que Trece volviese a ponerse en contacto con ellos.
Continuaron por las vías en la oscuridad. Jacobo se movía como un autómata, sin comprender qué había pasado del todo, pero aún así, corría.
Cuando llegaron al andén, Elías se quedó un poco helado. La siguiente estación se llamaba Iglesia.
Todo estaba despejado, de modo que subieron y comprobaron que no había tecnócratas en los alrededores. Así era. Elías se acercó a la carretera ayudado por Jacobo. Y un coche negro paró delante de ellos.
Una chica se asomó por la ventanilla del copiloto. Era joven, tenía el pelo negro con mechas blancas y más piercing de los que nadie debería llevar. Hizo un gesto.
-¡Eh, vosotros, subid, vamos!
Golpeó dos veces en la puerta.
No se lo pensó dos veces. Abrió la puerta y se metió dentro. No sabía quién era, pero en su estado, no estaba para hacer preguntas. Le hizo un gesto a Jacobo para que subiera también y una vez dentro del coche sólo se preocupó en una cosa.
Respirar.
El conductor, un hombre rapado con gafas de sol de marca, les dirigió una mirada por el retrovisor. La chica se giró y los miró atentamente.
-Me envía Trece. Me ha dicho que esos hijos de puta iban a por vosotros. Dios, estás hecho un cromo -dijo al ver el estado de Elías-. Por cierto, me llaman Dalila y él es mi amigo Burp.