Elías suspiró aliviado.
- Gracias al Uno. No sé quién será Trece, pero le debo su nombre, o incluso más. Yo me llamo Elías, y él es Jacobo. Él es un recién Despertado, así que está bastante perdido. Necesita a alguien que le explique lo que le ocurre. Se ha visto envuelto en todo esto casi sin quererlo. Ha aprendido lo que es ser un Despertado de manera empírica...
Jacobo le miró pálido. Parecía enfermo.
-Dios, ¿he hecho eso yo? ¿Yo he hecho que ardiesen en llamas? -Se pasó una mano por la frente sudorosa-. Joder... joder... Ya sabía yo que mi vida estaba hecha pedazos...
-Trece es un buen tío, pero no suele salir mucho de casa. ¿A dónde os llevamos? -preguntó sin mirar al pobre hombre.
Pasó una ambulancia junto al coche a toda pastilla y el tal Burp tuvo que dar un volantazo para evitarla.
-¡Joder, macho, ten cuidado! Casi me hostio con el freno de mano...
Elías miró a Jacobo.
- Tranquilo... - Luego se dirigió a Dalila. - ¿Sería posible que nos dejáseis en la Parroquia de Nuestra Señora y San Luis? Está en la calle Tetuán...
Tenían que ver a Verónica, para instruir a Jacobo, y sería conveniente avisar al padre Constantino sobre su encuentro con la Tecnocracia.
-Pues claro.
A medio camino sonó el móvil y Dalila contestó.
-Sí. Sí, están bien, aunque uno lleva más hostias que una piñata. Ah, no sé, pregúntaselo tú.
Dalila le tendió el móvil a Elías.
-Es Trece.
-Oye, colega -dijo el Adepto por el móvil-, vaya susto me has dado. ¿Qué ha pasado con el móvil? Has salido de un tunel y ya no lo llevabas en la mano.
Elías cogió el teléfono y respondió.
- Es que se me cayó de las manos. Me tropecé con una vía. Muchas gracias por todo. Nos has salvado la vida.
-De nada. Algún día nos encontraremos y me devolverás el favor. Por cierto, ¿cómo te llamas? Porque es muy triste que te haya salvado la vida y no me hayas dicho ni eso. Y estaría bien saber el nombre del chavalote.
Elías sonrió. La verdad es que era un poco raro.
- Yo me llamo Elías, y él es Jacobo. A mí puedes encontrarme normalmente en la capilla Corista de la calle Tetuán. Por si algún día me necesitas.
-¡Hecho! Bueno, me despido, que tengo lío por aquí.
Trece colgó sin más. Elías le dio el móvil a Dalila y ella no dijo nada.
Poco después estaban en la Capilla de la calle Tetuán. Los Adeptos Virtuales se despidieron y marcharon quemando rueda pues, según palabras de Dalila, no era seguro detenerse. Ellos seguirían pirateando las comunicaciones de la Tecnocracia para salvarles el culo a pobres beatos como él.
Tras despedirse de los Adeptos Virtuales, Elías se giró a Jacobo.
- Bueno, ya hemos llegado. Ha sido un viaje ajetreado, pero por fin hemos llegado. Ahora veremos a Verónica y ella podrá explicarte todo esto. Yo... Creo que necesito urgentemente a Sor Lucía o a Sor María. - Dijo mirando sus heridas.
Hizo un gesto para indicarle a Jacobo que pasara al interior, y le siguió.
En la iglesia había tres o cuatro feligresas, viudas ancianas que se pasaban el día allí rogando por quién sabe qué. No molestaban y como eran tan creyentes, los Efectos delante de ellas resultaban casi coincidentes. El padre Constantino las tenía en gran estima y procuraba guiarlas en lo posible, aunque la mayoría no quería guía alguna, sólo un lugar donde pensar y abandonar su soledad general.
Elías y Jacobo atravesaron el cuerpo central para ir al refectorio, donde se encontraba la biblioteca, las salas de estudio y el paso al reino del Horizonte, que era muy parecido a la misma iglesia. Elías iba cojeando y dejando un reguero de sangre, pero las feligresas estaban demasiado ciegas para fijarse.
En el refectorio se encontraba Verónica hablando con el padre Agustín. Al ver llegar a Elías de esa guisa puso cara horrorizada
-Pero Elías, ¿qué te ha pasado?
Elías torció los labios, en una expresión de dolor.
- Tecnocracia. Tuvimos que escapar del metro a toda prisa. Los Adeptos Virtuales nos salvaron el día. Veníamos hacia aquí porque encontré a Jacobo.
Se acercó más a Verónica y le susurró.
- Es un recién Despierto. Tiene un fuerte Arcano y está realmente perdido. Pensé que tú serías la más adecuada para explicárselo todo...
El perfume de Verónica... Su piel... Tan cercana...
Se separó de nuevo y sonrió al padre Agustín.
- Buenos días, padre. ¿Se encuentran sor María o sor Lucía por aquí? Tengo ciertos problemas, como bien puede ver.
-Eh... hola -saludó Jacobo, ruborizándose un poco al ver la belleza de la Corista Celestial-. Soy... todo eso que ha dicho Elías.
Verónica miró a Jacobo con gran sorpresa y frunció el ceño en un gesto indescifrable. A pesar de que Elías quería creer que la conocía, había mucho momentos en los que era incapaz de leer en ella.
-Me ocuparé de él, no te preocupes -contestó ella en el mismo tono bajo-. Ve con las hermanas y que te curen, ¿eh?
La Corista le acarició la cara con gesto ausente, se despidió del padre e indicó a Jacobo que saliesen fuera para charlar.
-Hijo mío, vaya cómo estás -dijo el padre poniéndole una mano en el hombro-. Las hermanas se encuentran en el Reino del Horizonte, meditando. Ve, ve, y que te curen. ¿La Tecnocracia dices? Hablaré con el Padre Constantino para tomar medidas.
- Gracias, Padre.
Elías salió de la habitación y se dirigió a la entrada al Reino del Horizonte, con toda la celeridad que podía.
El Reino del horizonte de la Capilla rezumaba paz y tranquilidad. Si algo era capaz de devolverle la fe en aquella iglesia, era eso.
Se trataba de una amplia estancia de alabastro, con una gran cruz de plata sin la figura de Cristo. Las líneas eran rectas y horizontales, inspirando calma. Una columnata llevaba hasta el altar y como reflejo del mundo físico, el refectorio tenía salas de estudio y meditación.
Las destinadas a las Hijas del Martirio eran prístinas y blancas. Sor María y Sor Lucía, así como el resto de su Cábala, rezaban en comunión. Era una imagen tan inspiradora que Elías no se atrevió a perturbarlas. Pero cuando Sor Lucía abrió los ojos y vio su estado, se puso de pie enseguida.
-¡Dios bendito! Elías, ven conmigo... -La monja le hizo un gesto para que la siguiera, ante la mirada molesta del resto de hermanas por perturbar su calma-. Vamos a curarte esas heridas.
Sor Lucía entró en una sala cuya iluminación era menor que en las otras. Había velas dispuestas alrededor de una charca de aguas cristalinas.
-Quítate la ropa... No toda, por supuesto. Entra en el agua y concéntrate, ¿vale?
Elías se desvistió, quedándose con tan solo la ropa interior. Entró en la charca, y el frío del agua impregnó todas sus heridas. Apretó la mandíbula y suspiró, molesto. Se concentró, tal y como le había dicho sor Lucía, y esperó.
Si la monja tuvo algún sentimiento al ver al atractivo Corista semidesnudo, no lo demostró. Estaba ocupada preparando el hechizo, prendiendo velas e incienso. Cuando Elías se metió en la charca, ella se arrodilló cerca de él, extendió las manos y comenzó a murmurar una plegaria a Dios. Elías sintió y vio cómo sus heridas iban cerrándose una a una y la sangre desaparecía de la charca como si nunca hubiese estado allí.
Una sensación muy placentera lo envolvió y su mente voló al momento en que había conocido a Verónica y la había experimentado.