Partida Rol por web

Sus garras me azotan con fuerza el muslo derecho, desgarrándome la carne y lanzándome la pierna para detrás. Me poyo en el escudo para no ceder terreno, por encima de él veo a la bestia un poco más lenta que antes, sin duda está cayendo frente al ataque conjunto del fuego, flechas y me espada. Todavía puedo aguantar un poco más. Bajo la luz de las llamas, el espartano se lanza una vez más a repartir golpes, iluminado por Apolo, la criatura es incapaz de detener mis precisos ataques guiados a regar con su sangre el suelo.

A la derecha de mi posición puedo ver que otro engendro se une a la refriega, hay que acabar con este para poder ir a juntar filas contras las bestias restantes. ¿Cuantas más quedan en la espesura?

Al llegar junto al carro, la situación que observa Lykaios es aún peor de lo que había visto momentos atrás. Tres criaturas estaban presentes enfrentándose a los valerosos guerreros. Una criatura, la mas cercana a él, estaba en llamas. Pero como bendecida por los dioses, no mostraba ningún digno de dolor.

Como si recordara una situación vivida en el pasado, afloraba en su mente el momento en el que soltó su dori. Justo al otro lado del carro, entre dos de esas criaturas.

Junta él, impertérrita se encontraba Ifianasa. _ Sacerdotisa!! En el carro, en mis enseres. Busca una cuerda, rápido!!!

Había vuelto, y ya no había rastro de miedo en su interior. Los vientos traídos por Hermes, habían penetrado en sus pulmones confiriéndole el valor de un auténtico soldado de Micenas.

Su mente, el mejor de sus atributos, funcionaba a un ritmo vertiginoso. De una pasada, asimiló la situación. Tres guerreros, tres monstruos y un arquero. _ Tenemos que intentar derribarlos, al menos a uno de ellos. Y a ser posible, inmovilizarlos. No pierdas tiempo, mujer.

Esperó que la protegida de su hermanastro comprendiera cual era su intención, pero no había tiempo para mas explicaciones. Debía llegar hasta su lanza y apoyar en lo que pudiera.

Estas horribles criaturas parecían inmunes a nuestros ataques, por mas que conseguíamos impactarlas no parecían sentir debilidad. No estaba bien y aunque una de ellas estaba acosada por dos aguerridos guerreros y la otra en llamas y atacada por Evalo y Anatolius para nada parecía que esto fuera a terminar en los próximos minutos. Cual fue mi sorpresa al advertir que a mi espalda había surgido otro de esos engendros.....ahora la situación si se ponía peliaguda.

Las bestias habían demostrado que tenían habilidad y fuerza, clara muestra de eso eran los repetidos golpes que habían conseguido pasar por mi defensa y las heridas por las que mi sangre empezaba a manar. Si esta era una prueba de los dioses estaba claro que no iba a ser fácil.

- Por el sagrado Ares criatura, vuelve con él y deja a los mortales. 

Mientras le lanzo otra estocada a la criatura "herida", me preparo para recibir los golpes que esta y su nueva amiga puedan llegar a darme. Podría retroceder para ganar una mejor posición, pero eso podría provocar que otro integrante de la columna sufriera las iras de las bestias.

Anatolius cogió dos flechas más con premura e inhaló profundamente, y cuando estuvo completamente lleno de aire miró a la bestia a la que estaba apuntando antes. En un solo movimiento tensó el arco, exhaló y disparó la primera de sus dos flechas. Sin esperar a ver si daba en el blanco, repitió el mismo movimiento, pero mucho más rápido.

Parece que todo lo que le faltaba al arquero era medir el blanco, pues su segunda y tercera flecha viajaron como dardos de Apolo.

La sacerdotisa vio como el monstruo abisal atacaba al espartano y se adelantó con lo que para algunos sería valentía y para otros sería estupidez. Alzó el bastón y trató de golpear a la criatura... mas no pudo ser. No era diestra ni nada que se le pareciera y lo había intentado pero había fallado. Miró al monstruo y tragó saliva. Aprovechó que se había acercado para observar más de cerca a la criatura.

- ¡Los dioses bendicen nuestro camino! - dijo con firmeza.- No os interpongáis en sus deseos.- dijo intentando retar de alguna manera a la criatura. Si no podía derrotarlo.. ayudaría a Ébalo en su cometido.

Mientras que Talios seguian combatiendo a su propio engendro sin mayor problema (aunque en un combate que ya se tornaba eterno), Ischyros se había unido ya al combate en ayuda del general Spyridon, aunque no con el impacto inicial que hubiese querido para cambiar el curso del enfrentamento. Lo peor estaba al sur de ellos, Atreo era atacado por una tercera bestia, y era poco probable que el resistiese solo en un enfrentamiento cuerpo a cuerpo por mucho tiempo.

Una de las bestias había caido y parecia que su alma habia retornado al Hades. No era claro quien le había dado el golpe final, pero si era claro que Ebalo había hecho casi todo el trabajo, e incluso había influido mucho al final. El espartano, que ahora sangraba de varias heridas era con seguridad, una maquina de matar.

Mientras Lykaios e Ifianasa se unian al dorio que yacia frente a la caida criatura, la tercera criatura que había entrado en combate atacaba a un ya muy maltrecho general Theron quien tenía que cubrirse por ambos flancos mientras Akintos intentaba quitarle de encima a una de aquellas criaturas.

Solo mi daga se ensarta en el monstruo pero sus heridas sanan casi más rápido de lo que se producen. Lanzo un corte con mi espada que corta parte de la bestia pero no hace demasiado daño. Continúo con un corte de mi daga pero no consigo darle.

De pronto veo como mi hermano Atreo es atacado por otra bestia, por lo que le grito:

 - "¡Hermano, intenta acercarte a nosotros! ¡Mantengámonos juntos! ¡Estas bestias regeneran mucho, debemos concentrar nuestros ataques en una de ellas para conseguirlo!"

Me preparo por si la bestia me va a atacar para así resistir su golpe mientras pienso en la manera más rápida de acabar con él y poder ayudar a mi hermano.

Spyridon estaba muy mal. Si no acababan pronto con la bestia moriría en poco tiempo.

- Centremos nuestros ataque en una sola bestia o moriremos todos.

De todas forma él no tenía elección, ya estaba trabado con una bestia y en su estado no podía cambiar de oponente. Renunció a intentar esquivar y se empleó a fondo en atacar a la bestia. Si moría, al menos que fuera tras haber dado todo en el combate.

Lykaios no daba crédito, el rencor mutuo que sentía con su hermanastro era compartido por su protegida, la sacerdotisa de Era. Quien no dudó en hacer caso omiso de sus suplicas para enfrentarse a una de esas criaturas. Criaturas que estaban poniendo en entredicho el entrenamiento militar de los fuertes guerreros que conformaban la comitiva.

La primera de las criaturas había caído, no sin antes cobrarse un duro esfuerzo y una buena colección de cicatrices en el espartano.

Por todos los dioses, si quieres que algo salga bien tienes que hacerlo tu mismo...

El primogénito aprovechando la distancia de la amenaza, se puso a buscar la cuerda que le pidió a Ifianasa. La escasa iluminación y las flechas arrojadas por Anatolius por encima de su cabeza, lo obstaculizaron perdiéndose entre la multitud de petates y enseres que portaba el carro.

Pero no decayó en su empeño y siguió rebuscando aún cuando las saetas lo distraían de su empeño.

A pesar de mis esfuerzos por repeler el ataque de aquélla bestia nauseabunda, no pude hacer nada por evitar que me hiriera profundamente. De mi garganta surgió un grito profundo, casi gutural, de dolor y rabia. Aún así, me pareció oír a mi hermano gritándome algo en la distancia. Miré hacia allí y comprendí lo que quería decir, así que corrí todo lo que pude hacia allá, con la intención de reunirnos y reorganizarnos.

Mientras corro tanto como mis piernas dan de sí, preparo otra flecha en el arco para apoyar al general y mi hermano en cuanto me recoloque.

El joven ya alcanzaba a discernir en la oscuridad el combate que se estaba librando, si bien no venía qué enemigos estaban atacando el carro, el combate parecía muy intenso por lo que su preocupación por el estado de su hermano aumentó.

-¡¡LYKAIOS!!- gritó en la oscuridad esperando que su hermano le respondiera para así saber que estaba bien y hacia dónde debía correr.

El mercenario sonrió cuando la bestia a la que apuntaba cayó.

— ¡Lamento la demora, estoy en eso! —contestó a Lykaios, mientras preparaba dos flechas más. Apuntó y disparó con celeridad... quizás con más de la necesaria, y sus dos ataques fallaron en dirección a la otra bestia.

El monstruoso engendro tenía una resistencia fuera de toda lógica. Mi espada le sigue abriendo cortes allí donde la alcanzaba, amén que mis brazos notaban cada impacto llegar hasta el hueso. No resultó tener una piel muy dura, más bien parecía que confiaba en su gran poder de recuperarse de las heridas. Sin embargo, su cuerpo seguía prendido de pegajoso aceite y las flechas volaban certeras desde una posición detrás mía, quizás podría contra eso, pero no contra un espartano enviado por los dioses.

Una de las flechas se le entierra en el pecho hasta casi las plumas, las cuales curiosamente se prenden en llamas, haciendo que la criatura caiga para detrás, entonces, el guerrero sonríe, le lanza una estocada profunda al estómago, levanta la pierna descargándole un patada en la cara con la planta del pie, tirándolo de espaldas. Sin desaprovechar un instante, de un salto, se planta sobre él para saborear el golpe final, su porte es orgulloso, su capa roja ondea al viento cuando levanta el brazo para el golpe definitivo. Sin embargo el bicho ya no se mueve. Está muerto.

- ¿Pero que injusticia es esta?- salta del cuerpo muerto y se dirige a la nueva batalla, sus heridas sangran, pero ha tenido peores- ¡dejarme matar alguno! ¡¡A ese de allí le arrancaré la testa!!- mientras corre hacia los otros apunta con la espada al más cercano.

Es poco honorable, pero estas criaturas pocon deben saber de eso. Con un último paso largo le clavo mi espada en la espalda, se por experiencia que no es suficiente, pero, ahora sabemos que no son inmortales, aunque todavía hay muchas preguntas que responder.

Su intento de llamar la atención del engendro había surtido efecto, teniendo como resultado que la veloces garras penetrasen la armadura y rasgasen su carne. El dolor fue momentáneo, para luego ser devorado por la adrenalina y el calor de la batalla.
Los gritos de dolor y de guerra se fundían en un rojo incierto, mientras una de las bestias caia quemada, tajeada y perforada.

Akintos lo pudo sentir, forcejeando con la bestia, incluso con una voluntad ciega, el cuerpo flaqueaba. Golpeó con su escudo una y otra vez, poniendo una distancia de un paso, logrando que la garras lo dejasen respirar un segundo para luego volver a lanzarse, aullando, esperando dar el golpe de gracia al tambaleante enemigo.

Alzó la lanza y bajó en una estocada diagonal, poniendo todo su peso en ello. 

Las criaturas eran mas resistentes de lo que parecían, no caían tal y como hubiesen hecho hombres u otro tipo de bestias. Sus golpes eran cada ves mas certeros y las heridas empezaban a pasarme factura, dentro de poco no sería capaz ni de levantar el escudo para defenderme.

- Hay que acabar con esto.

Un grito de victoria, un espartano lanzado a por otra de las criaturas y unas lanzas que caían sobre otra criatura, significaba que al menos uno de esos engendros había sido eliminado. Ahora solo quedaban dos y tendríamos que acabar con ellos con rapidez.  Le arremeto con la lanza varias veces intentando llegar a algún punto vital que la haga caer, pero dudaba de que los tuviera.

Se queda junto al carro temerosa de ser más un estorbo que una ayuda para sus compañeros de viaje. Nota el peso de la daga que tiene, pero no quiere acercarse. Un zarpazo de esas criaturas puede acabar con ella en segundos.

Al menos, ha ayudado a acabar con una de ellas. Da unos pasos pero mantiene la distancia. Es una lacra para el grupo en esos momentos.