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El juez de Egipto I

La aldea a orillas del Nilo

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01/05/2024, 12:23
_Narrador_

Kahotep aceptó el tratamiento de Neferet, cuya belleza solo rivalizaba con su dulzura. Ante ella hombres y mujeres claudicaban, los enfermos sanaban, las envidias desaparecían. Debía ser algún tipo de hechicera, aunque ella no lo supiera, ni siquiera hiciera nada al respecto. Examinó los ojos del escriba con la dulzura de una madre, pero su mano era experta, decidida, grácil, y tras hacer su trabajo hizo uno de los tres diagnósticos que hacía un médico egipcio. Un mal que conocía y contra el que combatiría, una enfermedad con la que el galeno no garantizaba la curación.

Tjui estaba cerca de su amado, que por primera vez reparaba en ella. Nunca Kahotep había supuesto que podía interesarle a Tjui, y saberlo parecía haberle infundido parte de sus ganas de vivir. La mujer prometió que ella se encargaría de sus cuidados, y que durante los tres meses de tratamiento no se apartaría de ellos.

- Haced que vuestros ojos miren al mundo de forma que no los dañe - Dijo Neferet - Y que distingan el amor verdadero del puro interés material.

Neferet ofreció el examen de su enfermo a su mentor, pero él lo que hizo es presentar a sus discípulas. La impresión de Neferet era positiva, parecía una encarnación benigna de Sekhmet, aunque no era como Ramla. La jueza era más severa, más grave, la galena, más luminosa y sonriente, pero entre las dos se estableció una corriente de entendimiento, ya que había mucho en común al haber sido cinceladas por la mano paciente y amorosa de Branir. Las dos tendrían que luchar por sobrevivir en Menfis, distinguir la víbora cornuda de la arena del desierto, teniendo cuidado cada uno de los pasos que dieran.

Y allí, en el embarcadero, Ramla se despedía de su Tebas natal. Iba ligera de equipaje, no tenía mucho más, sus útiles de escritura, las máximas de los sabios y su estera: asiento, cama, y cuando llegara su final, su mortaja. El rio la llevaría hacia el delta, donde su vida cambiaría.

¿Cómo saber que una pequeña jueza rural se iba a encontrar con una conjura que amenazaba los cimientos de su país? ¿Cómo saber que la meticulosidad de una jueza podía hacer sucumbir la conjura?

De esto nada sabía Ramla. Sus sentidos estaban centrados en capturar el menor detalle de su Tebas en el recuerdo. El tibio aroma de incienso proveniente de Karnak, la calidez de la arena del desierto en sus pies, las barcas de pescadores subiendo y bajando por el Nilo, dador de vida. Dejémosla disfrutar de ese momento, acompañada de su amigo, Viento del Norte, presto a guiarla a donde los dioses la necesitaran

Era una criatura iluminada por Maat, y nunca Egipto la había necesitado más.

- FIN -