Partida Rol por web

El estado en el que se encontraba la camioneta no era para nada envidiable sin embargo parecía funcionar, aquello fue suficiente para que dos se decantasen por ocupar los asientos delanteros mientras que un tercero optó por ir en la parte posterior mientras se sujetaba a los laterales.

Las indicaciones que dio la señora Seaforth no iban en absoluto desencaminadas: tras una treintena de kilómetros la carretera pareció cortarse en una especie de ensanchamiento del camino donde optaron por aparcar. Desde allí salía un sendero que si no había fallado en su descripción les llevaría tras unos tres kilómetros a la aldea... A partir de ahí entraban en territorio desconocido...

- Vayamos con cuidado, caballeros. No sabemos que nos podemos encontrar ahí delante. Sería preferible mantener el sigilo todo lo que podamos y verlos a ellos, antes de que puedan vernos a nosotros primero. - Comenta el asustadizo Alan, que ve el lugar bastante peligroso.

—Totalmente de acuerdo, Alan —cerró despacio la puerta para hacer el menor ruido posible—. Deberíamos andar con mil ojos.

Creo que para una primera incursión e investigación será mejor dejar la escopeta aquí. Quizás no sea muy prudente ir paseándola con nosotros. Por cierto, ¿alguno se ha acordado de coger alguna linterna? Espero no estar aquí cuando oscurezca, pero menos me gustaría retrasarme y no tener nada con lo que alumbrarnos...

Acto seguido se dirigió hacia el sendero que llevaba a la supuesta aldea.

-Yo llevo un encendedor de gasolina*, no sé si alguno más trae. Ventajas de fumador.. Y creo que tenía una linterna pequeña por aquí.. -el periodista rebuscó en sus bolsillos, encontrando de todo menos lo que necesitaba, cosa que solía ser habitual-. ¡Sí, aquí está! Lo malo es que no es muy potente. Y sí, mejor no llevar armas a la vista. Pensé en ello al comprarlas, y las mías creo que son discretas. Espero que no tengan que revisarnos.. ¡O, mejor aún, que tengamos que usarlas!

El camino se hacía pesado al caminar con la duda de lo que se encontrarían en mente. 

Una vez preparados, el trío se encaminó siguiendo el sendero perfectamente reconocible. Atrás quedó la escopeta bajo sugerencia del señor Chambers.

Tras tres kilómetros siguiendo la corriente del arroyo Colson -así se llamaba- y llegaron al campamento. O al menos lo que parecía ser un campamento según las indicaciones que les había dado la señora Amanda. Apenas un puñado de cabañas, diez según un vistazo rápido. En el mismo vistazo advirtieron que más que cabañas deberían ser consideradas chozas andrajosas de minúsculas dimensiones, tal vez con una única estancia cada una como si de los antiguos indios se tratasen... Salvajes. Salvajes con alambriques ilegales que quedaban mal disimulados en la parte posterior de cada una de las chozas.

Aquellas diez construcciones se encontraban dispuestas en torno a una capilla: una choza que parecía estar en mejor estado que las demás. 

Desde su posición privilegiada permanecieron agazapados observando aquel entorno natural observando a aquellos seres moviéndose en su entorno natural antes de actuar: vivían un puñado de personas la mayoría ancianos, mujeres y niños. Parecen ser 12 ancianos, 8 mujeres y 10 niños según sus cálculos desde su posición. Su comportamiento no era normal, casi errático como si sufrieran algún tipo de discapacidad como los que habían visto el día anterior en el psiquiátrico.

Normales o no, tenían una serie de comportamientos rutinarios implantados: algunos parecían estar desollando algún tipo de trofeo de caza mientras que otros acompañados por miembros del género femenino están rodando lo que parecen unos barriles con alcohol destilado al interior de la capilla, repetían la operación una y otra vez como si aquel lugar no tuviese fondo. Un puñado de mujeres se encontraba trabajando unas pequeñas huertas situadas a un lado del campamento mientras que los críos seguían haciendo lo que mejor se les daba: jugar.

Ni rastro del doctor Freygan.

—Vaya, es toda una comunidad —se secó el sudor de la frente causado por la larga caminata con un pañuelo que había sacado de su bolsillo—. Hay algo que me resulta raro, y no me refiero a esa manera extraña que tienen de caminar, como si tuviesen alguna tara física, o incluso psíquica. No, me refiero a algo más simple. No sé si vosotros os habréis fijado, pero... ¿no os resulta raro que no haya ni un hombre de mediana edad? Quizás estén fuera, trabajando para el doctor Freygan.

¡Santo Dios! —exclamó el escritor—. Esta gente parece la familia y la descendencia de la gente que había en el psiquiátrico. ¿Y si... el doctor Freygan estuviese haciendo un experimento con esta gente?

Siguió observando a aquella gente hacer sus vidas.

—¿Se os ocurre alguna manera de abordar la situación? ¿Algo por lo que empezar?

Aún escondidos, Smith observaba la escena sin recato alguno. Los barriles hacia la capilla indicaban que ahí tenía que haber una bodega espectacular, cosa que no era extraña siendo eso una destilería ilegal.

Lo que le preocupaba más eran lo de los animales muertos y la ausencia de hombres de mediana edad.

-Si se fijan -susurró-, están desollando animales. Quizás los hombres que faltan han ido de caza, o puede que estén aún en ella. Y eso también quiere decir que tendrán armas.. Aunque viéndolos, no descarto lo de los experimentos. Voy a sugerir algo quizás bruto y nada caballeroso, ya pido disculpas por adelantado: ¿Y si abordamos a una persona de éstas que esté solitaria? En pincipio sin violencia, pero no me asusta usarla. Mejor interrogar a uno que someternos ante tal cantidad por minoría. ¿Qué les parece? ¿¿Ven a alguno que podría servirnos?

Al pobre y asustadizo Alan todas aquellas ideas que comentaban sus compañeros, en especial Jeff, le sonaban bastante descabelladas y temerarias. Una rata de biblioteca e investigadora como era su profesión, no entendía muy bien el hecho de lanzarse al peligro.

- ¡Es una locura, Jeff! ¿No recuerdas lo ocurrido hace unos años? ¿En aquella casa? Por nada del mundo me tiraría a la boca del lobo. Podríamos poner en riesgo nuestras vidas. Si son como los del manicomio, tal vez podamos tratarlos si llegamos amistosamente y solo pidiendo hablar con ellos. Puede que no sean tan agresivos, despues de todo. ¿Qué opinan? - Comentó dando su opinión.

Parecían haber encontrado un punto en común los tres investigadores, entrar allí por las buenas y plantear algunas preguntas al azar... Quién sabe qué podían descubir al respecto... Con esta idea en mente y no sin cierto recelo empezaron a encaminarse en dirección a aquel asentamiento.

Al acercarse al lugar advirtieron que estos se trataban de un grupo de gente bastante sucia que vivía en condiciones precarias. Descartaron a los niños por lo que se apresuraron a uno de los ancianos que se encontraban desollando uno de sus trofeos de caza:

-¡Buenos días buen hombre! ¿Qué es lo que estáis haciendo por aquí? -. Decidió preguntar uno de ellos, creía que una pregunta casual, casi inocente como si acabasen de llegar no despertaría ningún recelo.

-Pueh no lo ve usté. -Contestó el hombre, un anciano de aspecto entrecano y poco lúcido. Su ropa se había manchado con sangre, presumiblemente de las vísceras del animal azado-. Cazamoh, cultivamoh, ponemoh alguna tampa y peh-camo otro poco. -El hombre no era precisamente un poeta muy expresivo. Y sus respuestas desde luego que no eran las más expresivas.

Para sorpresa de Smith, el paisano resultó ser afable, al menos en apariencia. Hasta le resultaba en cierto modo entrañable, dejando de lado que estaba desollando un animal. Decidió seguirle la corriente tratando de sonsacarle cosas.

-Parece una comunidad estupenda, buen hombre. ¿Hay mucha más gente aquí con usted? Hemos escuchado que hay alguien llamado Freygan, ¿es así?

Monroe se dedicó a atender la conversación con el extraño hombre. Aquel tipo parecía el típico gitano y aquella su prole. No entendía hasta que punto sabrían indicarles sobre Freygan o lo compinchados que estarían todos. De ser otro de esos locos como los del manicomio, poco o nada podrían hacer al respecto. Así, continuó escuchando.

—Y dígame, caballero, ¿llevan viviendo aquí mucho tiempo? Parece que están ustedes bien asentados.

Los interrogantes se amontonaban en la cabeza de Richard, pero si avasallaba a aquel hombre a preguntas lo más seguro es que se cerrase en banda y no soltase nada. Mientras atendía al anciano, no paraba de observar aquel poblado en busca de alguna pista que pudiese relacionarlo con los trapicheos de Freygan.

El hombre hizo un movimiento asqueado con el brazo ante la pregunta sobre los orígenes de aquel extraño asentamiento. Como si pretendiese espantar una mosca en forma de pregunta que había aparecido de improviso. A continuación resolvió dejar de hacer lo que estaba haciendo para a continuación incorporarse.

-Fre-gan... Hablar con Marston... Pleasant Marston. -Dijo antes de ponerse a caminar en dirección al edificio central.

Éste poseía un dintel con bajorelieves extraños una especie de grabados aparentemente rudimentarios que representaban gusanos que parecían serpentear por toda su superficie. Bajo éste se encontraba una puerta de madera que antes habíais visto abrirse y cerrarse para almacenar varios barriles.

El anciano golpeó la puerta un par de veces.

-Tu, tu y tú espera aquí.

Con aquella extraña sentencia se marchó a volver con sus quehaceres. No parecía haber ni rastro del tal Pleasant hasta que finalmente la puerta se abrió tras lo que parecía una eternidad.

-Casi me atrevería a decir que ustedes no son de por aquí-. Aseveró bromeante el recién llegado. Evidentemente más culto e inteligente que el resto de los miembros de aquel lugar, su faz se encontraba totalmente cubierta de una luega barba que le daba un aspecto desaliñado el resto de su atruendo aunque rústico era bastante común, incluso aburrido si se comparaba con el resto de los ocupantes del lugar.

Por el hueco de la puerta únicamente se ve un recinto de aparentemente reducida dimensión. En su interior únicamente se veía ropa y maderos podridos.

No pasó desapercibida la curiosidad.

-Y bien qué es lo que quieren, deduzco que alguno de mis vecinos les habrá dicho que hablen conmigo.

Al contrario que los demás aldeanos, este parecía culto y su sentido irónico demostraba cierta inteligencia y perspicacia.

—Buenos días, caballero. La verdad es que pasábamos por aquí y justo nos encontramos con esta aldea tan apartada de cualquier civilización y nos intrigó bastante. Al preguntarle a uno de aquellos hombres, casi con monosílabos, nos trajo hasta aquí y dijo que esperásemos por usted, señor...¿Marston?

En realidad, estábamos buscando a una amiga que creemos que se ha extraviado por la zona. Responde al nombre de Miranda Thornton.¿Por casualidad no habrán visto ustedes a algún foráneo por aquí? Lo cierto es que estábamos bastante unidos y agradeceríamos cualquier pista que nos pudiese brindar.

Ya estaba todo dicho, pensaba el escueto Alan. Aquello no le gustaba lo más mínimo. Una persona cuerda entre tanto loco y que apenas sabe hablar. Solo podía significar que estaba al mando de aquello y presumiblemente conocería a Freygan, si no era uno de sus compinches. No estaba seguro el historiador de que fuese lo más conveniente comentarles sobre el propósito que llevaban, tal vez el hubiese mentido o ideado algo, por temor, más que por otra cosa.

Se mantuvo expectante mientras sus compañeros tomaban la iniciativa en el coloquio con el recién llegado. El historiador esperaba no tener que usar la fuerza y mucho menos sus armas.

Nadie había reparado en el bastón de Smith, de momento, y éste lo asió fuertemente como una peculiar defensa si las cosas se torcían. 

De momento habían tenido suerte y a pesar de la gente poco lúcida del lugar, se encontraron las cosas mejor de lo que el periodista esperaba. Ahora estaban ante ese tal Marston, y tocaba lidiar de nuevo con una persona cuerda y suspicaz, que bien podía facilitarles las cosas o complicárselas sin remedio.

Esperó la respuesta de Marston a las palabras de su amigo, antes de continuar con la historia o quizás inventarse algo para salir bien del lugar.

-¿Miranda Torton? -Preguntó errando en el apellido de la mujer -No, no la hemos visto por aquí. Somos gente de campo y como tal nos hemos alejado de la civilización. De hecho ni siquiera les gustamos así que deberán preguntar por su amiga a los de Greenwood o los pueblos de los alrededores. Seguro que saben algo más.

Era bastante extraño ver a alguien cuerdo entre tanto loco. A todas luces tendría contacto directo con Freygan, de eso estaba bastante seguro Monroe. Quiso intervenir, desviando el tema de Miranda pues podría inoportunar a aquel tipo y echar por tierra sus investigaciones.

- Y díganos, señor Marston. ¿Qué les pasa a estas buenas gentes del lugar? Parecen algo transtornados e incluso diría que algunos están, aparentemente, enfermos. Su comportamiento no dista mucho de los enfermos del sanatorio, mientras que usted parece bastante... Normal. ¿A qué se dedican aquí, tan lejos de la civilización? - Comenta con todo el respeto que es capaz, Alan.