Partida Rol por web

Antiquarie et curiosités era uno de los anticuarios más antiguos de París, datando de la época prerrevolucionaria. Su propietario, Joseph de la Bastogne, era un afable anciano que conseguía llevar con éxito un negocio tan difícil.

El local se encontraba en una calle tranquila, a un par de manzanas de la comisaría.

Dominique y Jean se encontraban en una esquina con la entrada, forrada de madera, del local del anticuario.

Habían llegado. Por la apariencia exterior de aquel negocio, todo hacia indicar que si no hallaban alguna respuesta allí, difícilmente la encontrarían. Al menos en lugares corrientes y dado el giro que estaban dando los acontecimientos, podía ser difícil hallar algo de interés en aquel anticuario. Posible tendrían que acabar recurriendo a cerrados círculos de ocultismo y puede que ni por esas encontraran nada con lo que trabajar.

- Pues allí está... - Dijo Dominique con un animado tono de voz. Al fin y al cabo era una mujer optimista. - ¿Vamos?

No esperó a respuesta alguna por parte de Jean. Simplemente se encaminó directamente a la tienda y una vez dentro escuchó el clásico campanilleo de aviso al clásico vendedor anciano que se ocultaba en la trastienda analizando alguno de sus también clásicos objetos extraños y antiguos recién adquiridos. Y sin embargo, nadie salió a su encuentro, por lo que Dominique, la espera de acontecimientos se puso a cotillear algunos de los objetos expuestos que abarrotaban aquella pequeña tienda

Lámparas de aceite de hacia un siglo, muñecas de porcelana, joyas pasadas de moda veinte o treinta años atrás y muchas otras cosas igual de interesantes e inservibles.

- ¿Un poco extraño que no halla salido ya el dueño de todo esto, no? - Preguntó la forense. - Igual es sordo...

A mediodia, con el cielo azul satinado de nubes, el lugar parecia tranquilo. Gabou miro calle arriba y calle abajo intentando convencerse de que no les habian seguido. No obstante, su instinto policial le decia que era mejor no fiarse.

-Ya sabes lo que tienes que hacer, Court-dijo mientras su compañera entraba al anticuario-Me quedare vigilando los alrededores. Si la situacion se pone tensa, te hare una señal con el movil.

Palpo rutinariamente el bulto de su sobaco izquierdo: la pistolera con una Desert Eagle calibre 42 con ocho balas en el cargador y otro de repuesto en el bolsillo izquierdo de la gabardina. No esperaba tener que utilizarla.

- ¿Hola? - Preguntó en voz alta la forense. - ¿Señor Bastonge?

No hubo respuesta y eso empezaba a ser demasiado raro. Dominique empezaba a estar preocupada. Se acercó poco a poco a la trastienda tratando de localizar al Joseph. Cuando llegó a la altura del mostrador una idea le vino a la mente.

¿Y si les habían seguido? O peor aún... ¿Y si se habían adelante a ellos? ¿Pero quién y proque? ¿Mace? ¿El Gran Maestre? Court meneó la cabeza tratando de quitarse aquellas estúpidas ideas de la cabeza. Empezaba a parecer una paranoica y entonces...

Entonces lo vio. Detrás del mostrador se encontraba una pequeña habitación, la trastienda, y al acercarse al marco de la puerta pudo observar como en el suelo y frente a una silla se encontraba un anciano. Tenía una herida en la cabeza y se encontraba tumbado alrededor de un charco de sangre.

- ¡Mierda! - Exclamó Dominique. - ¿Estaría muerto?

—¿Señorita? —preguntó una voz—. ¿Se encuentra bien señorita?

Un anciano de pelo canoso y bien vestido acababa de salir de la trastienda. Tenía un libro bajo el brazo y estaba zarandeando delicadamente a Dominique, que sacudió la cabeza para volver a la realidad. Miró a la trastienda y pudo ver una silla, púlcramente colocada frente a una pequeña mesita. El espacio de la trastienda era pequeño, pero el dueño lo tenía cuidadosamente ordenado.

Joseph, el dueño, dejó el libro sobre la mesa y acompañó a Dominique hacia una silla que estaba junto al mostrador.

—Tome, un poco de agua, le sentará bien. ¿Le ocurre a menudo?

¿Qué cojones había sucedido? La respuesta a la pregunta de Joseph era un claro y rotundo no. No le pasaba eso a menudo. ¿Pero qué le había pasado? ¿Le había pasado algo realmente?

- Nnn... No. - Alcanzó a decir desorientada. - Usted... El suelo... Sangre... - Cerró los ojos y se llevó las manos a la cabeza. - ¿Tiene un poco de agua? Si no le importa... Me voy a sentar.

Y se sentó. Y Joseph le trajo un vaso de agua. Temblorosa todavíae dio un pequeño sorbo y acto seguido se quedó embobada mirando las hondas que se producían en el agua, debido al bamboleo del vaso.

- Perdone yo... - Pensó en contar lo que acababa de suceder y no lo hizo. Demasiado raro. - Venía por ésto. - Dijo finalmente sacandoa fotografía diadema y mostrándosela anticuario.

—¡Oh! —exclamó el viejo extrañado—. ¿Y qué quiere saber sobre ese objeto, señorita?

El hombre se incorporó y caminó hacia la parte de atrás del mostrador. Era un hombre bajo con poco pelo y muy canoso, aparentemente en el ocaso de sus días, rondando la edad de jubilación. Gafas redondas que colgaban del cuello y unos ojos que anticipaban un principio de cataratas. Iba vestido con un antiguo traje de pana.

—Suelo trabajar con los objetos físicos, señorita. Mi vista ya no está para analizar una fotografía —dijo sonriendo afablemente.

Afuera, apoyado en una farola de la acera de enfrente, Gabou escuchaba. Llevaba en la oreja un auricular conectado al microfono injertado en el reloj de pulsera de la forense: una forma sencilla de enterarse en primera persona de lo que ocurria dentro de la tienda.

-Nos ha salido cegato el mercachifle-mascullo entre dientes-Mira que bien.

Miro arriba y abajo de la calle. El trafico era de un solo sentido y a esta hora del dia habia muy pocos transeuntes por las aceras. En momentos asi llegaba a pensar que se estaba volviendo demasiado paranoico con los años.

- Lo cierto es que... - Dudó un instante. - Lo cierto es que me vendría bien saber cualquier cosa acerca de la diadema. ¿Ha visto algún antes? Alguna parecida me refiero. ¿Es valiosa? ¿Qué clase de piedra debía llevar engastada? No sé si debería preguntarle a un joyero... - Suspiró. No sabía muy bien que hacía allí o si le iba a servir de algo.

El hombre hizo un esfuerzo en analizar la fotografía.

—Pues así, sin tocarlo, no diría que tuviera demasiado valor. No parece una antigüedad, desde luego, parece más un objeto de bisutería. En ese hueco —dijo colocando una lente sobre su ojo derecho—, podrían ir muchas cosas: un camafeo, un broche, casi cualquier cosa, señorita. Solo hace falta que tenga el enganche adecuado.

El hombre se encogió de hombros devolviendo la fotografía a Dominique.

—Siento no ser de mucha ayuda.

Un mensaje de Jonah Caen llegó a los teléfonos:

—Acabo de tener una inquietante experiencia con nuestro sospechoso harapiento, tened cuidado. Saben que les investigamos.

- ¿Está usted seguro de lo que dice? - Preguntó Dominique. - ¿No ha vendido nunca una pieza similar a ésta? 

Podía ser que fuera una baratija. Era evidente, pero Joseph era quien se la había vendido a Gallé y Nicole se la había tratado de robar. Para ser una baratija, resultaba extraño que un anticuario la vendiera en su tienda, un artista la comprara para si mismo y su amante se la intentara robar. O bien Joseph mentía, o bien realmente no recordaba nada sobre la diadema y todo eran paranoias de Court.

Miró entonces el móvil. No entendió muy bien el mensaje. ¿Tenían un sospechoso harapiento? Algo se le escapaba. Frunció el ceño y devolvió el mensaje. Escribió rápido, no quería perder la atención del vendedor.

¿Y ese sospechoso quien es?

Gabou mando un mensaje apretando con fuerza la pantalla tactil. 

El gul

A pesar de su utilidad, la telefonia movil suponia una distraccion molesta en aquel trabajo. Los pequeños extras como la camara de fotos o poder googlear alguna respuesta no compensaban la cantidad de tiempo y atencion que aquellos aparatos reclamaban. Y los chistes, maldicion. Jean Gabou nunca habia sido un tipo particularmente jovial (lo mas parecido a ser gracioso que sabia hacer era soltar un comentario sarcastico apretando los dientes) y, desde la creacion del Equipo Lambda, su sentido del humor era comparable al de un buitre con dolor de tripas. Cada vez que un contacto suyo le mandaba una muestra de humor casual notaba como su ulcera de estomago burbujeaba. 

Como ahora, maldita sea. Se echo el movil al bolsillo, molesto por haber perdido la concentracion. Miro arriba y abajo de la calle medio esperando ver a media docena de matones armados cargando hacia el.

—Muy seguro señorita —dijo sin perder un ápice de amabilidad en su tono de voz—. Ve este sitio...

Movió su mano con la palma extendida hacia el techo y recorriendo las hileras de estanterías y vitrinas que contenían todo tipo de objetos: armas antiguas, uniformes napoleónicos, mapas de navegación de la épica renacentista, libros confeccionadas con la primera imprenta, monedas antiguas, catálogos de filatelia, globos terrestres de distintas épocas y un larguísimo etcétera de piezas de coleccionista.

—Me dedico a vender objetos por su valor histórico, no por su valor material. Alguna vez he tenido piezas de joyería en mis manos, pero siempre asociadas a su valor histórico. Estará de acuerdo conmigo en que esa baratija es bastante actual, ¿no cree?

Jean observó los alrededores. Era un callejón bastante tranquilo y pasaba alguien por allí, muy de cuando en cuando. Pero cuando levantó la vista del teléfono vio un tipo extraño con un abrigo largo y negro que se acercaba con celeridad hacia su posición. Gracias a su ojo atento y entrenado pudo ver, entre las mangas del abrigo, el brillo de un cuchillo que el hombre llevaba en las manos. Y se dirigía directamente a Jean.

Malditos moviles, penso para sus adentros metiendolo en su bolsillo.

Gabou no estaba para bromas con aquel asunto: habian acusado a un amigo suyo de asesinato. Su primer pensamiento fue descerrajarle un tiro en la pierna al fulano del cuchillo y hacer las preguntas despues. Pero aquello implicaria un monton de ruido real y figurado en forma de papeleo por no hablar de tener que interrogar a gritos a un capullo sangrando en el suelo e incluso quizas tener que hospitalizarlo despues.

Se imponia actuar con sutileza. Echo a andar hacia el tipo del abrigo. Calculo que se cruzarian mas o menos a la altura de su coche que, por suerte, habia logrado aparcar cerca del anticuario. Se llevo la mano a la pistola. Con las ocho balas y el seguro puesto, la Desert Eagle era como un ladrillo con empuñadura, mejor, incluso, porque no se descascarillaba cuando la estrellabas contra la cabeza de un cretino.

Con la otra mano en el bolsillo, pulso el boton de la llave del coche para abrirlo cuando el fulano pasaba delante. Al oir el click, el extraño desvio su atencion ligeramente hacia el Renault rojo de Gabou. Cuando levanto la vista, se encontro con mil setecientos gramos⁽¹⁾ de acero inoxidable estampados contra la sien mientras Jean lo empujaba de malas maneras al interior del coche.

-Tu y yo vamos a hablar, pajarito.

- Pues en ese caso, señor Bastogne... - Hizo una breve pausa. - ...muchas gracias por su tiempo y su sabiduría. - Le dijo sinceramente aunque algo contradecida. No creía que le hubiera engañado, aunque siempre quedaba esa posibilidad. - Tenga usted muy buenas tardes. - Se despidió.

Acto seguido se dio media vuelta dispuesta a salir de la tienda de aquel amable anticuario, aunque con poca memoria. Esperaba que esa poca memoria fuera real y no fingida, porque en ese caso igual tenían un problema. Al fin y al cabo Jonah acababa de decirles por mensaje de texto que la organización, por llamarla de algún modo, sabía que les estaban detrás y si Bastogne estaba en el ajo, sin duda ya estaría enterado y habría disimulado muy bien.

El tipo entró atropelladamente en el coche de Gabou interponiendo el cuchillo entre él y el detective.

—Te estás metiendo donde no te llaman, colega —dijo jadeante apuntando la punta del cuchillo hacia Gabou—. Hazme caso... abandona antes de que te jodamos del todo.

El tipo esbozó una sonrisa que reforzó la brecha sangrante que Jean le había hecho en la sien. Gabou tenía la situación controlada pero había algo en la actitud del tipo que pareciera indicar que era justo lo contrario.

Cuando Dominique se giró para salir de la tienda, pudo ver la rápida maniobra de Gabou metiendo un tipo en su coche. Algo estaba pasando ahí fuera.

—Muy bien señorita. Lamento de verdad no poder ayudarla.

Dominique se giró un instante para mirar por última vez al viejo que acababa de coger un libro del mostrador y se dirigía hacia la trastienda. La doctora Court llegó a ver de refilón el título del libro: El Rey de Amarillo

Aquel hombrecillo mentía. Eso fue lo primero que le vino a la mente a Dominique al ver el título de aquel libro. El Rey Amarillo, sin duda alguna era mucha coincidencia. El signo amarillo, el rey amarillo... No podía ser casualidad.

Dominique pensó en cambiar de opinión. Girarse de nuevo y interrogar a ese hombre de nuevo acerca del signo amarillo y del Rey Amarillo, pero parecía evidente que no quería hablar y sería contraproducente. Más teniendo en cuenta que cada paso que daban, se delataban todavía más.

¿Cuánta gente estaba metida en el asunto? Parecía que aquella secta, por llamarla de alguna forma, extendía sus redes por todos los estratos de París. Policías, artistas, anticuarios... Todo el mundo parecía estar metido en el ajo.

- Gracias de nuevo... - Se despidió.

Fuera estaba sucediendo algo. Su compañero estaba teniendo problemas. Court trató de no parecer alterada. Podía ser que quién fuera que había atacado a Jean, estuviera compinchado con Bastonge. Sí, Dominique Court empezaba a tener paranoias.

Una vez fuera se dirigió rápidamente al vehículo, por tal de ayudar a su compañero a reducir si es que no lo había hecho ya, a quienquiera que fuera ese tipo.

- ¡Jean! - Exclamó. - ¿Qué sucede aquí? - Preguntó sin saber muy bien que hacer.