Partida Rol por web

Flickwick se quedó con la boca abierta y los ojos como platos cuando el joven Gabriel entró en su despacho y soltó una retaíla de ideas sin apenas respirar. Cuando el muchacho terminó, el menudo profesor echó un vistazo rápido al huevo del chico, y se quedó pensativo un momento.

—Supongo algunos de los patios empedrados puede ser un buen lugar. La piedra no arde, sólo debes asegurarte de que no haya nada inflamable cerca. Los hechizos protectores pueden ser también una buena idea… o quizá también puedas utilizar alguno de los viejos fogones de las cocinas. Están protegidos contra incendios y después de las comidas muchos quedan libres.

Cuando Aline le preguntó a Madame Maxime sobre el profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas, los ojos de la bigarda mujer comenzaron a brillar y una sonrisa un tanto estúpida asomó entre sus finos labios.

—Ah, Hagrid… desde luego… ese hombre sí que sabe cómo cuidar bien de un abraxan, ya lo creo… —dijo con voz y ojos soñadores—. Te acompañaré a buscarle, no vaya a ser que te pierdas por los enormes terrenos de este castillo… sí, eso será lo mejor…

Cuando llegáis a la cabaña de Hagrid, observas cómo los dos semigigantes se quedan embelesados mirándose y cómo el profesor de Hogwarts se vuelve especialmente torpe, rompiendo varias tazas al intentar servir el té.

—Bueno… ¿y en qué puedo ayudarlas, señoritas?

Kolia sugirió el tema de la música y Clarisse fue rápida como el rayo al buscar una solución para dar con un instrumento. La chica llegó hasta donde debería estar la entrada de la sala que viene y va, pero allí no veía nada. Comenzó a dar vueltas por delante de una pared mientras se concentraba con los ojos cerrados en la imagen de la sala repleta de instrumentos, y en un momento escuchó un suave crack.

Clarisse abrió los ojos justo a tiempo para ver cómo Peeves salía despedido de la Sala de los Menesteres con una olla en la mano que golpeaba fuertemente con un puchero, y un colador en la cabeza.

—Así que querías música, ¿eh? Yo te daré música.

Clarisse se tapó los oídos como pudo, y a pesar de ello aún le dolían cada vez que el maldito poltergeist hacía retumbar la enorme cacerola junto a su cabeza. La chica salió corriendo por los pasillos, intentando deshacerse del molesto Peeves, que a su paso iba haciendo retumbar también cuantas armaduras encontraba. Al girar una esquina, Clarisse atravesó sin querer el gélido cuerpo del Barón Sanguinario, frenando en seco y sintiendo cada átomo de su cuerpo congelándose completamente. Peeves salió volando en cuanto se encontró con el Barón, y Clarisse pudo volver a respirar tranquila, aunque aún tiritando.

Al darse la vuelta, vio en el suelo una pequeña ocarina que se le debía haber caído a Peeves al huir del fantasma de Slytherin.

Eileen se deshizo de su túnica y volvió a conjurar el casco burbuja. Nuevamente, las aguas heladas le pusieron la piel de gallina y le provocaron una tiritona, aunque esta vez estaba más prevenida. 

Nadaste durante unos cuantos minutos, buscando por zonas no demasiado profundas en el Lago Negro. Una vez creíste haber divisado el nido que estabas buscando, pero al acercarte descubriste que no era más que un montón de deshechos que había almacenado el calamar gigante tras su última comida. 
Seguiste buscando y entonces lo viste por fin. A tu derecha, sobre el saliente de una gran roca, había un gran nido vacío decorado con gemas violetas, del mismo e inconfundible color que el huevo que te había sido asignado. Miraste en todas direcciones, asegurándote de que ninguna de aquellas criaturas rondase cerca. Entonces nadaste hasta él y depositaste el huevo, que encajaba perfectamente en uno de los tres huecos que formaban las algas. 

Una vez depositado el huevo, reanudaste la vuelta a nado a la superficie, con tan mala suerte que uno de tus tobillos se raspó contra la superficie irregular y cortante de la roca, provocándote un fuerte escozor. Un hilillo de sangre comenzó a diluirse entre las corrientes de agua y sentiste que algo se movía a tu espalda.

Allí, donde habías dejado el oscuro y misterioso huevo, un Kappa adulto te miraba con los ojos muy fijos. Mostró sus afilados dientes en una terrorífica sonrisa, y de pronto saltó desde el nido hasta alcanzarte, y sentiste sus viscosas manos palmeadas aferrando tu tobillo.

Genial, así que eras un huevo de doxy y yo pensando en tenerte de mascota... jejeje. El chasco que me hubiera llevado.

​Bueno, creo que es hora de devolverte con tu familia. - digo mientras me acerco al nido con cuidado y la varita en la mano, no vaya a tener que luchar con las doxys para dejar al chiquitin con su familia.

Una vez en la zona del nido, empiezo a excavar para poder dejar el huevo en su respectivo lugar, de paso que verifico que no haya otro igual.

Satisfecho de no haberte quedado con el huevo como mascota, te acercas al arbusto bajo el cual has divisado el montículo de tierra. Al llegar hasta él, comienzas a escarbar con una mano entre la tierra revuelta mientras sujetas tu varita firmemente con la otra.

Cuando consigues retirar toda la tierra que cubría el nido, descubres una enorme pila de cascarones rotos y resquebrajados. Confuso, miras a tu alrededor intentando averiguar qué está pasando y por qué las criaturas no están en sus huevos. Aún en cuclillas, escuchas de pronto un zumbido que crece en intensidad proveniente del arbusto que tienes a escasos centímetros de ti.

Con cautela, intentas dar un paso atrás, con la mala suerte de pisar una ramita seca, ante cuyo chasquido el arbusto comienza a agitarse ferozmente y de él salen no una, sino cientos de enfurecidas y jóvenes doxys que acaban de eclosionar de sus huevos. No puedes evitar que se abalancen sobre ti y recibas el venenoso mordisco de varias de ellas antes de tener la oportunidad de alzar tu varita.

Demonios, vaya final. - pienso mientras reuno mis últimas fuerzas y alzo mi varita al tiempo que grito 

Periculum. - Ojalá y alguien lo vea. - pienso mientras siento como el veneno ingresa en mi sistema.

El joven guardó el huevo nuevamente a la bolsa y empezó a limpiarse las botas inmundas de tierra en el pasto mientras veía expectante la puerta para que se abriese, mas al ver cómo de esta salía un hombre anormalmente enorme, corpulento y barbudo, y que cómicamente tenía puesta unas manoplas y un delantal, no evitó abrir ligeramente los ojos, sintiendo su corazón contraerse a modo de reflejo, observando dicho ser aparentemente bonachón. 

Vitaly, manteniendo su semblante estóico, dijo con calma, en un ingles con un acento ruso marcado: "Permiso, señor, me gustaría hablar contigo"; a la vez que decía eso, abrazó la mochila delicadamente, mientras sacó de ella los libros que había usado previamente, poniendo una página la cual aparecía una criatura amorfa, al parecer compuesto de una tortuga y de un escorpión. "¿Ustéd creó esto? Dejame decir: usted realmente tiene talento, señor. Me gustaría saber más, sólo por curiosidad".

Aunque miró al ser enorme con confianza, no evitó sentir un ligero nudo en la garganta, viendo aquella criatura , aquel ser que independiente de ser un ser humano era algo que nunca consideró posible. Se rascó la nuca mientras esperaba la respuesta y la aprobación del gigante.

Un escalofrío de terror me recorrió el cuerpo al sentir la mano viscosa del kappa rodeando mi tobillo. Noté como daba un tirón hacía el y mi cuello dio un tirón brusco. Me dí la vuelta y allí estaba la criatura. Apenas le podía ver bien la cara, pero como la de un simio, Menudos colmillos. Sin mucho tiempo para pensar, dirigí mi varita hacia el y conjuré, Reducto maxima¡¡¡¡

Un escalofrío te recorrió el cuerpo al sentirte presa de la horrible criatura acuática. Te diste la vuelta rápidamente y empuñaste con fuerza tu varita. Gracias al casco burbuja, el hechizo fue perfectamente realizado, pero no pudiste controlar bien la dirección del mismo por la resistencia que ofrecía el agua a tus movimientos, por lo que unas chispas rojas fueron a parar directamente contra una de las paredes rocosas, cerca del nido del kappa.

La criatura, violentada por la repentina posibilidad de volver a perder su preciado huevo, siguió nadando y te agarró también el otro tobillo, quedando únicamente tus manos libres.

Notas cómo el veneno va entrando en tu sistema y paralizándote poco a poco. La vista comienza a nublarse y lo que antes era una nube azul del enjambre de doxys, ahora comienza a ser negrura insondable. El frío se enseñorea de tus extremidades poco a poco, primero las manos, luego los brazos y las piernas. Caes de rodillas sobre la tierra húmeda y lanzas unas chispas rojas hacia el cielo, sin ser capaz apenas de verlas a través de tus ojos velados. Caes entonces sobre el suelo, mirando hacia las nubes que ya no eres capaz de ver, y jadeas entrecortadamente mientras sientes los mordiscos febriles de las doxys sobre tu piel acorchada, ya casi insensible.

Sólo te queda el sentido del oído, y apenas consciente, escuchas a alguien que sale corriendo de detrás del arbusto infestado y se aleja más y más de tu posición, abandonándote a tu suerte. Alguien te ha tendido una trampa.
Tal vez sólo te queden unos minutos antes de que tus pulmones también se paralicen. Sólo te queda una oportunidad.

No voy a morir aquí. - pienso mientras lanzó un segundo hechizo rogando a los cielos que funcione.

Accio antídoto. - digo mientras me concentro en lo único que puede salvar mi vida en este momento.

Si sobrevivo haré pagar a ese canalla.- ese es mi último pensamiento mientras ruego que la magia funcione.

El pánico me recorrió el cuerpo al pensar que podía morir allí ahogada. Tenía que actuar rápido si quería sobrevivir al ataque del kappa. Y de repente se me encendió la chispa y conjuré: Sectumsempra¡¡¡¡¡

Madame Maxime conocía al profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas, y se ofreció a acompañarla a buscarlo para que no se perdiese en los terrenos de Hogwarts. Aline le agradeció el gesto, y ambas emprendieron la marcha para localizar  al profesor, llamado Hagrid. Tras un rato charlando animadamente, llegaron a la cabaña en la que vivía el profesor, de planta circular, hecha de piedra y situada al borde de un bosque. Aline se dio cuenta de que existía un vínculo especial entre la directora de su escuela y el profesor. Hagrid las invitó a entrar, y a Aline le encantó la casa, ya que la encontraba muy acogedora. El profesor preparó té, no sin antes romper varias tazas, y les preguntó en qué podía ayudarlas.

—No quiero molestarlo con esto, profesor, pero tengo algunas dudas respecto a la prueba de Cuidado de Criaturas Mágicas del torneo. Le he dado calor al huevo, y he escuchado que emitía un sonido entre un siseo y un ronroneo. Creo que podría ser un fénix o un dragón, aunque no estoy segura. ¿Sabría si existe algún libro o hechizo que pudiese confirmarme que esos sonidos se corresponden con alguna de estas criaturas? Estoy un poco perdida y no sé qué más hacer para seguir investigando. Si no puede desvelarme esta información, no se preocupe.

Aguardo impaciente la llegada de mi socia y no puedo evitar mirar con suspicacia el instrumento que trae consigo. Nunca he sido un virtuoso de la música. Apenas tengo algunas nociones elementales de flauta dulce y cierto sentido del ritmo a la hora de hacer sonar instrumentos de percusión. Si acaso, mi voz de tenor podría haberme acercado a este arte si no fuera porque siempre he pensado que tengo mal oído musical.

Aún así, supongo que la ocarina es un instrumento tan bueno como cualquier otro para tratar de atraer la curiosidad de las gentes del agua. Advierto a Clarisse que lo que va a oír no va a resultarle agradable en modo alguno y me entrego a practicar con horrísonos resultados.

No me aventuro a introducirme en las oscuras aguas hasta haber adquirido un mínimo de pericia con la ocarina y no sin antes conjurar un casco burbuja alrededor de mi cabeza que me permita respirar bajo el agua y un recitar el sortilegio sonorus para que propague la melodía hasta el fondo del lago.

Le pido a Clarisse que permanezca vigilante y acuda en mi auxilio si algo llegara a amenazarme mientras estoy sumergido. A continuación, me adentro apenas lo suficiente como para que mi cuerpo quede totalmente cubierto por las frías y negras aguas. Soy un notable nadador, pero no quiero alejarme demasiado de la orilla por si las cosas se ponen difíciles.

Es entonces cuando hago sonar la música y ésta resuena torpe y ensordecedora a mi alrededor.

Clarisse tras ofrecerle a su compañero de misión la ocarina, se queda en la orilla observando como se introduce en el agua del lago. Se sienta junto a la orilla, aunque guardando precaución. No le gustaría que le pasara algo y menos aún si su misión ahora era cuidarle las espaldas a Nikolay. Allí sentada puede llegar a escuchar muy pero que muy bajo el sonido que sale de la ocarina y que por lo que se ve en el lago debe estar escuchándose bastante. A ver que pasa...

Hagrid se agachó para ver la página por la que Vitaly mantenía abierto el libro.

—Oh, sí, ya lo creo —dijo con evidente orgullo reflejado en el rostro—. Excregutos de cola explosiva, así los llamé. Unas criaturas majestuosas, lástima que también sean tan incomprendidas. Cuando nacieron eran poco más que larvas blancas, ¿sabes? Pero después de unos meses esos cachorrillos eran endiabladamente maravillosos. Les creció un caparazón duro y fuerte que esquivaba la mayoría de hechizos. Sólo tenían un punto débil, en la parte baja del abdomen, donde no tenían caparazón —dio un profundo suspiro mirando al infinito—. Ah, lástima que el Ministerio decidiera poner fin a su crianza. Al parecer no cumplían… algunas leyes. Me pregunto qué habrá sido de ellos.

Con tu último aliento consigues a duras penas pronunciar un hechizo convocador, ya sin ser capaz de escuchar ni ver nada. Todo tu cuerpo ha perdido sensibilidad y lo único que sientes es frío, un terrible e indescriptible frío que emana desde el mismísimo centro de tu cuerpo. Suplicas a todos los dioses y antiguos magos que llegue la cura, pero te encuentras en los terrenos y el antídoto tiene que atravesar todo el castillo hasta llegar a ti.

De pronto empiezas a recordar escenas de tu niñez, a tus padres, tu primer curso en Hogwarts, el sombrero seleccionador, la primera vez que montaste en escoba, las travesuras de Fred y George Weasley, la caída de Voldemort… y el Elixir de la Resurrección.

Ya nada puedes hacer para conseguir devolver el Elixir de tu familia a donde pertenece. Ahora, todo es oscuridad y calma. Ahora ya no sientes nada. Todo ha terminado.

Ahora advertida de la dificultad añadida de mover la varita dentro del agua, apuntas con más meditación a tu escurridizo y aterrador objetivo. Esta vez, consigues darle de lleno en el abdomen, por lo que te suelta y se aprieta fuertemente las heridas antes de perderse entre las rocas. Por fin consigues librarte de él y comienzas a descender a la superficie.

—¿Un siseo, dices? Ah, no, un Fénix no puede ser, esas criaturas tan increíbles sólo emiten el más dulce de los cánticos. No, definitivamente no sisean. Los dragones son más de rugir, ¿sabes? Me acuerdo de cuando tuve a mi pequeña Norberta. Aunque al principio creí que era Norberto… pero eso no viene al caso. Cuando estaba en el huevo y lo metía en el caldero, sólo se movía un poco y a veces rugía, más como un pequeño gatito enfadado. ¿Recuerdas cuando te enseñe los dragones, Olympe? Qué criaturas… y cómo rugían, ¿verdad? No, tampoco se parecía a un siseo… probablemente lo que sisea dentro de ese huevo sea algún tipo de reptil. Alguna serpiente, una salamandra, o algo así.

De pronto Hagrid se puso muy colorado y empezó a negar con la cabeza, nervioso.

—No debí decir eso… no debí decir eso. Se supone que no debo ayudar en el torneo. Lo siento, señoritas, no puedo ayudaros en nada más. ¿Más té?