El deseo y las ganas los guiaban, pero por encima de todo siempre estaba el amor. Ese amor que, como rezaban las palabras de la religión cristiana, no se comportaba con rudeza, ni tampoco con egoísmo. Caderyn no buscaba únicamente su disfrute. De hecho, podría decirse que el caballero estaba concentrado única y exclusivamente en darle a Cathleen todo lo que necesitase para que ella sintiese placer y tranquilidad, pues le importaba más que su amada se sintiera segura y amada en sus brazos.
El de Tisbury no podía evitar soltar pequeños gemidos al sentir los movimientos de la mujer, pues una vez más aquel incitante juego que habían mantenido sirvió para sobreexcitar al caballero, cuya sensible virilidad daba pequeños espasmos de placer cada vez que la pelinegra la envolvía con su sexo.
Las palabras de la mujer recibieron por respuesta una amante sonrisa, pues aunque ciertamente no era el mismo sentido que él le había dado a sus palabras, seguían teniendo un precioso significado. El caballero besó a su amada, abrazándola y estrechándola contra su cuerpo, si bien teniendo cuidado de que su hombría no le hiciera daño.
— Estaremos juntos en esto, hoy y siempre —respondió él, entre jadeos y suspiros de deleite—. También te amo, Cathleen, y jamás me perderéis. Os juro que siempre encontraré la forma de volver a vos... hasta que finalmente podamos estar juntos, día tras día —prometió, rebosando de amor y afecto, entre besos apasionados y caricias.
El caballero también dejó escapar un gemido al sentir que sus sexos habían quedado fundidos a más no poder, gemido que ahogó en la sensible piel de su amada, la cual le provocaba gran deleite. Pequeñas réplicas de aquel liberador sonido se sintieron en torno al cuello de la mujer, pues cada contracción de su flor tenía un efecto estimulante en la hombría de su amado. Al sentir que Cathleen buscaba sus labios, Caderyn se separó de su cuello y salió a su encuentro, uniéndose nuevamente en besos ardorosos.
— Así lo haré, mi corazón —respondió él, suavemente, antes de volver a besarla.
Sus manos se deslizaron suavemente por la piel de la mujer, colmándola de caricias, antes de finalmente asirse a sus caderas, aunque sus dedos rozaban tentadoramente los glúteos de la mujer, y el varón decidió al final sujetarlos, en lugar de sus costados. Los apretó y acarició con suavidad, al principio moviéndose únicamente en círculos dentro de su amada, intentando estimular su perla nuevamente, esta vez con su pelvis, mientras que su hombría se abría un poco más de paso en su interior. Los movimientos, claro está, eran deliberadamente lentos, tal y como ella había pedido, pues el caballero no deseaba de ninguna forma dañar a la mujer de su vida.
Tras unos cuantos segundos, el caballero fue retirando con pasmosa lentitud su hombría, disfrutando de cada prolongado momento de roce y fricción entre ambos, pero con una mirada atenta y amorosa a las reacciones de su amada, para detenerse si era necesario. Cuando lo único que quedó dentro fue su glande, el hombre se detuvo, pensando que quizás sería más doloroso sacarlo por completo, aunque miró a Cathleen buscando alguna confirmación. Tras unos cuantos segundos, el varón volvió a mover sus caderas hacia adelante, en ese mismo lento movimiento de antes, con la respiración entrecortada por la estimulante presión que sentía en su virilidad. Mantendría este mismo ritmo hasta que la pelinegra le hiciera saber que estaba bien aumentar poco a poco la cadencia.
El abrazo y las palabras de Caderyn colmaron el corazón de la dama de amor, quien respondió a cada caricia, cada beso y sonrisa, dichosa de estar junto al ser amado. Entonces sus sexos se unieron sintieron el placer compartido acompañado de gemidos y suaves jadeos.
Cathleen acarició la espalda de su amado y su pelo mientras él colmaba su cuello de atenciones, hasta que le cedió las riendas, preparada para recibir todo el amor y el placer que durante meses tuvieron que negarse.
Y lo disfrutó, incluso a pesar de las molestias, de tener que llegar incluso a girar la cabeza para morder la almohada, esa misma sensibilidad que le causaba incomodidad hacía que sintiera con más nitidez cada penetración, cada roce contra su clítoris, cada espasmo de la virilidad dentro de ella.
Los movimientos de Caderyn, lejos de hacerse más rápidos en algún momento, parecieron más bien volverse más lentos y prolongados. No podía decirse que no sintiera un inmenso deseo que necesitaba ser liberado, pero su lujuria era templada por completo por el amor y la preocupación que sentía por Cathleen, teniendo siempre en mente su disfrute y su comodidad por encima de cualquier cosa.
El caballero no tardó en unir sus suaves jadeos de placer a los de su amada, disfrutando en gran medida de las caricias que ésta le regalaba con sus manos. De hecho, la pelinegra podía sentir como la piel del rubio se erizaba cada vez que lo rozaba con sus dedos, y también la forma en la que su espalda se curvaba ligeramente por las agradables cosquillas que sentía después de cada mimo.
Eventualmente, Caderyn separó sus labios del cuello de Cathleen y buscó sus labios, depositando suaves besos en ellos. Con delicadeza, tomó el rostro de su amada entre las manos, mientras lo colmaba de besos. Los movimientos de su pelvis, al no contar con un punto de apoyo, se hicieron más suaves, pero no se detuvieron.
— No te imaginas... cuánto te he añorado, amor mío... —le susurró, entrecortadamente, entre jadeos.
La lenta penetración se detuvo brevemente, con la hombría de Caderyn dentro de la flor de Cathleen, dando pequeños latidos, acorde al acelerado ritmo cardíaco del varón, a pesar de que el acto estaba siendo realizado con lentitud y delicadeza, pues la dama necesitaba de poco para llevar al cielo a su amado. Con sus brazos, estrechó a la dama contra su propio cuerpo, abrazándola con necesidad, y se quedó así unos cuantos segundos, disfrutando de la cercanía entre ambos.
Tras disfrutar de aquel momento, la lenta penetración se reanudó, con un poco más de fluidez debido a que ahora había apoyado sus manos en los glúteos de la mujer, los cuales apretaba con deseo, utilizándolos también como punto de apoyo. Caderyn se aseguraba de rozar prolongadamente la perla de la mujer con sus caderas, de hecho concentrando la mayoría de sus movimientos en aquello, más que en la penetración, aunque igual lo estaba disfrutando, de hecho quizás con más intensidad, pues sentía como el placer empezaba a acumularse cada vez más.
Eran más fuertes los sentimientos que el deseo, algo cada vez más palpable a medida que dama y caballero se entregaban el uno al otro por entero. No... esta vez la lujuria no tenía cabida en el lecho, por mucho que prendiera la llama del deseo. Era el amor que se profesaban el que dirigía sus cuerpos.
Temiendo despertar al pequeño, Cathleen buscó el cuello de su amado para acallar sus gemidos a medida que el varón la hacía sentir más y más placer. La misma sensibilidad que le había causado al principio del acto las molestias, ahora permitía a la mujer sentirlo absolutamente todo... y eso la estaba conduciendo al éxtasis.
Los susurros y besos de Caderyn no hicieron sino aumentar las placenteras sensaciones que la virilidad y los propios jadeos del caballero regalaban a la dama —Y... y yo a ti... — logró articular entre estertores de placer, bebiendo de sus labios hasta quedarse sin aliento.
Cathleen buscó los ojos de su amado en aquella breve pausa, sonriendo con dicha y devoción mientras apartaba un mechón de cabello dorado con mano temblorosa por la excitación, recibiendo luego el amoroso abrazo del varón a la vez que exhalaba un suspiro y cerraba los ojos. Estaban otra vez juntos de nuevo y eso era gloria bendita para ella.
Las dulces penetraciones se reanudaron y la dama sintió un repentino aumento del placer, que incrementó más a medida que Caderyn se aferraba al trasero de ella y se concentraba en rozar una y otra vez la perla de su flor con su pelvis. Cathleen cerró los ojos, clavando de nuevo los dedos en la sábana, mientras se aferraba a aquella sensación, acelerada a medida que Caderyn se aproximaba al clímax.
Cathleen recordó lo que sintió las primeras veces que el varón depositó la simiente dentro de ella, la calidez, la suave sensación y las palpitaciones de su virilidad... y ese recuerdo aumentó su propio éxtasis sólo de imaginarse que su amado le regalaba su semilla una vez más.
Caderyn se estremeció al sentir los labios de la dama sobre su cuello, temblando de placer y deleite conforme el aliento y los gemidos de su amada morían en su sensible y erizada piel. Por un momento, la creciente excitación amenazó con hacer perder el control al caballero, pero le bastó sentir a su amada entre sus brazos, frágil y entregada, para nuevamente templar su lujuria con amor y cuidado. El de Tisbury buscó los labios de la mujer, besándolos con pasión, viéndose éstos intercalados por pequeños jadeos y gemidos que terminaban también en la piel de Cathleen.
Durante la pausa, el varón acarició el rostro de la mujer con sus dedos de forma delicada, como si quisiere memorizar su forma, sus rasgos. La sonrisa que esbozó bien podría haber iluminado una estancia, pues el hecho de estar ahí, con su ya no tan único amor (pues había que tener en cuenta también al pequeño Gavin), era todo lo que necesitaba para sentirse pleno.
Tras reanudar el movimiento, los placenteros gemidos de Caderyn se intensificaron, como si aquella pausa le hubiese hecho anhelar aún más llegar a la cima del placer, como lo había sentido antes con su amada. Cathleen podía sentir como todo el cuerpo del caballero parecía dar pequeños respingos, que se correspondían con los latidos que podía sentir en su sexo, producto de la hombría del rubio. El de Tisbury intentó detener la penetración, completamente dentro de la pelinegra, tratando de rozar lo más posible la perla de su amada con la pelvis, pero aunque no se estuviera moviendo, el palpitar su virilidad se hizo más intenso, empezando a derramar su semilla dentro de ella nuevamente, entre graves gemidos de placer que en vano intentaba ahogar en los labios y mejillas de la mujer que amaba. Mientras tanto, sus manos apretaron con fuerza los glúteos de forma inconsciente, aunque no se podía decir que Caderyn no disfrutara de aquello.
Aún a pesar de estar experimentando el clímax, del cual disfrutaba enormemente, el varón se esforzaba por seguir estimulando a la mujer, queriendo hacerla experimentar el mismo placer que él… Con el pasar de los minutos, la respiración de Caderyn se fue acompasando poco a poco, y el fuerte agarre se hizo más suave, si bien todavía reposaba las manos en el trasero de su amada. El rubio dejó salir todo el aire de golpe y juntó su frente con la de su amada, un par de lágrimas corriendo por sus mejillas.
— T-Te amo, Cathleen —musitó, con voz todavía entrecortada—... eres mi refugio, mi hogar, mi amor… —volvió a rodearla con sus brazos, estrechando sus cuerpos, y la besó con necesidad nacida del afecto.
Meses de anhelos, de dolores y esperanzas, de sueños y secretos compartidos en silencio, habían merecido la pena no sólo por poder volver a estar los dos juntos y volver a a unirse de aquella forma maravillosa, sino por el nacimiento de un hijo fruto del amor que ambos se profesaban.
Cathleen disfrutaba sólo de sentir a su amado dentro de ella, cómo se estremecía, cómo acallaba sus jadeos en su piel. Pero no era el único placer que la dama sentía, ya que su generoso amante le regalaba caricias y parecía buscar más el éxtasis de ella que el suyo propio.
Y así lo hizo cuando Cathleen sintió la simiente del caballero en su interior, acompañada de ligeros reflejos de la virilidad que golpeaban con suavidad la pared de su flor. La dama sonrió dichosa, pero de pronto sintió algo más, una necesidad imperiosa que guió sus manos hacia las caderas de su amado para invitarlo a no cesar el acto aún. La feminidad de Cathleen empezó a contraerse con fuerza mientras la misma mujer movía sus caderas bajo el varón, buscando alargar el placer al sentir cómo la semilla de Caderyn entraba aún más dentro de ella... Hasta que la mujer se estremeció y exhaló un largo jadeo a la par que clavaba los dedos en las lumbares de su amado al alcanzar el clímax, sonriendo entre estertores de placer mientras su propia flor acompasaba suaves palpitaciones con los latidos del corazón de la mujer. Sutiles caricias para el miembro del varón pues, esas contracciones uterinas, aunque más rápidas, eran sin duda mucho más suaves.
Abrazó a su amado antes de buscar sus besos —Te amo, te amo, te amo...— susurró repetidas veces entre besos y caricias intercaladas, dichosa de volver a sentir a Caderyn de esa forma, de compartir un hijo con él, de amarlo tanto que sacrificaría lo que fuera por pasar el resto de su vida con él y Gavin.
Caderyn colmaba de besos a su amada, rozando sus pectorales con los pechos de la mujer, intentando estrechar su cuerpo lo más posible al de él, con necesidad, con anhelo, con miedo de volver a separarse de ella. Era tanto lo que habían estado separados que resultaba entendible que ahora no quisieran separarse en lo más mínimo, y ciertamente el caballero haría su mayor esfuerzo por recuperar todos esos meses perdidos, tanto de la mujer que amaba como ahora del hijo que ambos habían engendrado.
Resultaba obvio que el caballero estaba haciendo todo lo posible por generar la mayor cantidad de estímulo y placer en Cathleen, pero aunque así fuera, la verdad es que la excitación del rubio cada vez se desbordaba más y más, hasta que finalmente se rompió cual represa. Caderyn realmente no tenía pensado detenerse hasta que sus fuerzas y virilidad flaquearan, pero el sentir las manos de la mujer animándolo a seguir infundió aún más ánimo en el hombre, rozándose cada vez más contra su perla, esta vez ya sin siquiera reanudar la penetración, puesto que ya había alcanzado el clímax. El de Tisbury sonrió complacido al sentir como su amada enterraba los dedos en su piel, fruto del placer que estaba sintiendo, y no tardó en colmarla de besos nuevamente, si bien se veía interrumpido por eventuales jadeos y gemidos suaves, pues las contracciones de la flor de la pelinegra continuaban deleitando la hombría del caballero, ya de por sí sobre estimulada.
Las manos del rubio finalmente se desprendieron de los glúteos de la mujer, con cierta reticencia, vale mencionar, pues le encantaban, pero se deslizaron por la espalda de Cathleen y se cerraron en torno a ella, en un estrecho abrazo. El caballero besó repetidas veces la frente de su amada, antes de acariciarla con la mejilla y luego volver a besarla.
— Tú y Gavin son todo en mi vida. Te amo tanto, Cathleen. No sabes lo inmensamente feliz que me has hecho, y sé que seguirás haciendo, y yo a ti... quisiera que este momento nunca terminara... —susurró él, un par de lágrimas de genuina felicidad corriendo por su rostro, si bien mentiría si no dijera que también de cierta angustia, por todo el tiempo que habían tenido que pasar alejados, y los peligros enfrentados.
El placer era indescriptible, pero nada comparado a sentirse de nuevo entre los brazos de Caderyn, de su amor, de su salvador. Pues así se sentía la mujer, entregada en cuerpo y alma al gentil caballero e incapaz de imaginar un futuro sin él.
Cathleen disfrutó de aquel remanso de paz tras la tormenta de la pasión que habían compartido, cerrando los ojos y respirando profundamente mientras los fuertes latidos de su corazón se normalizaban poco a poco. Sin abrir aún los ojos, sonrió dichosa a las palabras de su amado y lo abrazó con más fuerza, besando con cariño su cuello y rozando su cabeza contra el mismo.
—Dime que siempre estaremos juntos...— susurró tan bajo que casi parecía un pensamiento, un anhelo escapándose de sus labios mientras cerraba aún más su abrazo en torno a su amante, antes de buscar sus labios. Esta vez, para besarlos lentamente, con afecto y ternura.
— Te lo prometo, amor mío —respondió él, firme y seguro en decisión, si bien su voz todavía estaba ligeramente temblorosa por las intensas emociones que ambos habían compartido.
El caballero dejó pasar los segundos, en silencio, disfrutando de la cercanía y el calor de su amada, pero dando también tiempo a su hombría de recuperar su flacidez natural, de tal forma que fuera menos doloroso salir de Cathleen, pues su intención era deslizarse por el camastro hasta que sus rostros quedaran a la misma altura.
Ya frente a ella, el caballero acarició con amor su cabello, sus mejillas y la línea de sus labios, con mimo, y con un brillo en los ojos que denotaba el sentimiento vivo de afecto y devoción que sentía por la dama. Le sonrió con alegría pura.
— No te imaginas lo mucho que deseo que finalmente seas... lo primero que vea cuando me despierte, y lo último antes de irme a dormir —besó su frente—. Que cuando... te atravieses por mi mente sin previo aviso —la miró a los ojos con un brillo travieso, pero también de amor—, lo único que tenga que hacer para verte sea girar el rostro, y estés ahí, cerca de mí —besó la punta de su nariz—. Que cada noche, juntos, arrullemos a Gavin entre historias, música y amor —finalmente fundió sus labios con los de Cathleen en un largo y amante beso, además de estrecharla una vez más en un cariñoso abrazo.
La mujer depositó todas sus esperanzas en la promesa de su amado. Sonriendo dichosa mientras se acurrucaba aún más en él, acariciando distraídamente su espalda perlada de sudor.
Cuando Caderyn abandonó su interior para posicionarse a la altura de ella, esta acarició su rubio cabello y le rascó mentón -a falta de barba- de forma afectuosa, compartiendo miradas y sonrisas en aquel silencio que decía más de lo su podrían abarcar sus voces.
Cathleen sintió sobrecoger su corazón cuando su amado manifestó su deseo de ver su rostro cada despertar, casi como si el caballero le hubiera robado sus propias palabras, o al menos pensamientos. Dos corazones unidos, latiendo al unísono y compartiendo el amor por su hijo.
Un par de lágrimas de felicidad y esperanza se deslizaron por el rostro de la mujer antes de que su amado la besara y estrechara cariñoso entre sus brazos.
—Cásate conmigo— susurró ella, incorporándose ligeramente, con los brazos extendidos como apoyo, mirándolo a los ojos con ilusión —. Aunque sea a escondidas. Sólo necesitas el permiso del Conde y... Podría intentar convencerlo.
A Caderyn le encantaba sentir a su amada entre sus brazos, acurrucada y frágil, no porque quisiera disminuirla como mujer, sino que el hecho de saber que Cathleen había dejado caer todas sus defensas frente a él lo llenaba de amor. De la misma manera, él había dejado que la dama calara hasta lo más profundo de su ser, de donde de ahora en adelante resultaría imposible sacarla, aún aunque quisiera, pero realmente lo único que deseaba el rubio era que la pelinegra se arraigara cada vez más a su corazón.
Disfrutó enormemente de las caricias a su mentón, intercambiando con ella una mirada divertida que decía "pronto", pues sabía lo que estaba echando en falta en ese momento su amada.
Las lágrimas también manaron de los ojos del de Tisbury, pues una vez más sentía el profundo deseo de que el tiempo se detuviera ahí mismo, que pudieran vivir el resto de sus días en esa pequeña habitación, los tres. Caderyn estrechó el abrazo con súbita necesidad, y hundió su rostro en el cuello de su amada.
La "propuesta" de Cathleen lo tomó un poco por sorpresa, aunque no tardó en contagiarse de la emoción de su amada, una ancha sonrisa dibujándose en sus labios, mientras que ese mismo brillo en la mirada de la mujer podía vislumbrarse también en los ojos del caballero.
— Nada me encantaría más —respondió él, casi de inmediato—. Sir Roderick me ha expresado en un par de ocasiones su aprecio*, y estoy seguro de que con tu poder de convencimiento —pues recordaba que, como Sir Caerwyn, se las había arreglado para rechazar 3 propuestas de matrimonio, una del mismo rey—, nada nos costaría lograrlo —parecía no ser posible, pero la sonrisa del rubio se ensanchó aún más.
Volvió a hacerse el silencio, mientras ambos pensaban la mejor manera de llevarle la propuesta a su señor, pero pronto se vieron interrumpidos por un llanto, tímido al principio, pero que se fue incrementando. Gavin había despertado nuevamente, reclamaba a su madre. Caderyn intercambió una mirada alegre con su amada y empezó a moverse para tomar al pequeño.
*Por eso de que Caderyn todavía aparezca como el favorito del Conde.
Para Cathleen pasó una eternidad al mirar y contemplar su propia mirada reflejada en la de su amado, bendiciendo las razones casuales que los llevaron a ambos a Londres. Fueron los roces de Caderyn y su aroma, despertando sus sentidos, los que la obligaron a cerrar la mente, disfrutar de su tacto, y respirar profundamente antes de que el pequeño Gavin la reclamara.
La mujer sonrió complacida, pues aún con las cuitas y las noches en vela, el bebé que había tenido con el amor de su vida, la llenaba de dicha.
Caderyn fue más rápido que ella. Se incorporó en la cama y buscó la camisa para vestirse, antes de salir del lecho para asear su zona íntima con sumo cuidado, evitando quejarse para no preocupar al caballero mientras Gavin servía de distracción. No se puso el calzón por el momento, pues la camisa era bastante holgada como para cubrir sus partes pudendas y así evitaba molestias añadidas.
Besó el hombro desnudo de Caderyn antes de asomarse para ver al bebé, con una sonrisa que iluminaba su rostro como la luna llena reflejada en el lago.
—Pase lo que pase, mi corazón siempre será tuyo— dijo la mujer con sumo afecto, consciente de que el Conde bien podría negarse e incluso descubrirla —. Y de Gavin, por supuesto— añadió con una sutil risa al ver que el pequeño hacía burbujitas con los labios como protesta.
Los ojos de Caderyn se enfocaron en su primogénito, mirándolo rebosante de amor, orgullo y encanto. La verdad es que le parecía casi mágico cómo se habían dado las cosas, y aunque sabía que lo de la fata era una broma, no podía sino preguntarse si la providencia tendría algo que ver con aquello... a pesar de que nunca se consideró realmente alguien espiritual o religioso. También evitó mirar a su amada, no queriendo vulnerar su privacidad, aunque hubiesen yacido instantes atrás.
Cathleen pudo sentir como la piel del caballero se erizó ante el contacto con sus labios, y es que la dama causaba esas reacciones en él, sin importar que... su excitación se hubiese visto satisfecha hacía unos momentos. Caderyn la miró de reojo, dedicándole una sonrisa amante.
— Tú siempre serás mi hogar y mi refugio —respondió, en un susurro afectuoso, acariciando la frente de la dama con su mejilla—. Tu hechizo es el único encanto que no quiero romper... Te amo, Cathleen —depositó un sentido beso en sus labios, aunque se echó a reír cuando el pequeño "protestó"—. Vaya celoso me ha salido.
¿Es buen momento para cerrar?