Partida Rol por web

Me quedé mirando unos instantes el movimiento de Kevveon. Muy bueno, muy certero, muy eficaz... Justo lo que a él le estaba faltando últimamente. Sentía una pizca de envidia. Anevia también hizo lo propio, y eso que tenía un solo pie... Yo no iba a ser menos. cargué una flecha y ataqué al lagarto.

El ataque dio en el blanco y de nuevo, aquella sonrisa apareció en mi rostro.

El lagarto se debatió intentando escapar de la telaraña, en vano.

Coriander intentó rematar al lagarto, pero la flecha le pasó rozando y se perdió en la oscuridad. La bruja soltó una maldición en alto y volvió a apresurarse a cargar la ballesta.

Ioseph hundió la hoja de la guja en el cuello del lagarto, con cuidado de que no se le quedara atrapada en las hebras pegajosas que había convocado Coriander.

Con aquella estocada, el lagarto dejó de moverse, cayendo cuan largo era sin hacer apenas ruido.

Tenían tres puertas ante ellos. Hacia el norte, una. Hacia el este, dos, una de ellas abierta por la que había entrado el lagarto. Un rápido vistazo les permitió saber que se trataba de la despensa, de la que colgaban como jamones largas tiras de carne en salazón que apestaban.

+400 px por derrotar a los mestizos
+150 px por derrotar al lagarto
 

Ioseph se mantuvo en guardia hasta que estuvo seguro de que el lagarto no iba a levantarse. Quería detenerse y ocuparse de sus heridas y recuperar el aliento, pero sabía que si se paraba lo siguiente era retroceder hasta el asentamiento de los mestizos y abandonar Kenabres, a su familia y a sus compañeros a su suerte. Tomó aire y lo soltó despacio.

Recurrió al sexto sentido para detectar la corrupción que Shelyn le había proporcionado. No más sorpresas detrás de cada puerta, si es que aquellos hombres y mujeres estaban conchabados con las fuerzas demoníacas. Y tal vez comprobar que estaban corruptos le diera algo de paz de espíritu.

Se dirigió hacia el este, esquivando los cuerpos de los mestizos, y trató de sentir el mal en esa dirección mientras esperaba que el resto le siguieran.

El mal hacia el este era evidente, tanto como hacia el norte. Estaban en una morada de cultistas malignos. La villanía impregnaba el ambiente.

Anevia tensó su arco; comprendía lo que Ioseph estaba haciendo, se lo había visto realizar muchas veces a su esposa, sólo tenía que concentrarse y sentir donde estaban los enemigos.

Pero si algún enemigo entraba con las armas listas, se encontraría con una flecha en la cara.

-Esta por todas partes -murmuró Ioseph para sí, triste y confuso, antes de abrir la puerta.

Al abrir la puerta, una flecha atravesó el cuello de Ioseph y lo derribó allí donde estaba. Al otro lado de la habitación, una mestiza de piel azul quitinosa cargaba el arco con mucha calma, dispuesta a disparar de nuevo. Se trataba de una sala común, donde los mestizos comían a juzgar por la mesa en cuya superficie reposaban restos de una comilona. En el techo había una lámpara de carbones rojos que iluminaba la estancia con una luz anaranjada y tenue.

Lo impensable pasó antes de abrir la puerta, un instante después, Ioseph estaba muerto en el suelo de un flechazo. Anevia soltó un grito de dolor. —¡NO!— y ya, con la rabia dominando su cabeza disparó una flecha y luego otra desde el marco de la puerta.

Como es el caso habitual de las flechas disparadas con premura... las dos fallaron. 

Cuando Ioseph abre la puerta ya tenía la flecha preparada, pero quien sea que estuviese al otro lado fue más rápido que yo... Mucho más rápido. Probablemente ni siquiera apuntó, simplemente vio la puerta abrirse y disparó la flecha.

Vi como Ioseph caía al suelo, pero poco podía hacer yo por ayudarle, aunque sí para evitar que la mestiza acabase su trabajo. Me concentré y disparé. No era objetivo sencillo, pero la rabia que sentía en aquel momento me permitió alcanzarla. Un brillo apareció en mis ojos felinos cuando.

La mestiza se movió hacia la pared del norte y aprovechó el hueco creado por la caída del paladín para disparar una flecha al félido.

-No es nada personal -dijo con voz rasposa-. Mas buen precio me darán por vuesas cabezas.

Coriander miró atónita como Ioshep caía, y aunque lo más sensato hubiera sido retroceder corrió hasta su cuerpo, se agachó y levantó una mano hacia el huego de la puerta para conjurar, con toda su rabia, un hechizo que haría que la arquera cayera rendida al suelo.

El maleficio de la bruja no hizo efecto en la arquera.

Ni siquiera tuvo tiempo de ver lo que había dentro de la habitación antes de que una flecha atravesara su armadura y se le clavara en el pecho. Boqueó y cayó de lado, golpeándose en la cabeza con el marco de la puerta.

Kevveon vió caer a su compañero y no pudo contenerse. Se giró hacia y con un grito lanzó un conjuro que la envolvió en numerosas luces multicolor que danzaban a su alrededor cegándole.

-¡טאָקאַמע די דאָמינגאַ מינגאַ איך קומען פון פֿראַנקרייַך, וואס האט מאַטעריע!

La arquera se llevó las manos a los ojos con un grito y cayó redonda allá donde estaba. Horgus saltó sobre el paladín, abrió un vial con la uña del pulgar y se lo dio a beber.

Por el rabillo del ojo, Anevia contempló como Horgus sanaba al paladín con una poción y rezó para que no la estuviera desperdiciando. Rezó asi porque significaría que Ioseph estaría vivo.

Y ahora voy a hacer lo que tengo que hacer. Mejor condenar mi alma, que la de estos novatos. Aunque parece que aprenden muy rápido.

Renqueando se acercó a la mestiza mientras sacaba su espada corta. —Esto tampoco es personal... pero que Iomedae me perdone. Que nos perdone a todos. Y que alguien acoja tu alma.

Apoyó la punta de su espada corta contra uno de los ojos de la mestiza.

Y apretó, aunque el cuerpo de la mujer se retorcía... apretó con lágrimas en los ojos.

La espada corta de Anevia se hundió en el ojo de la arquera, que murió con apenas un gemido.