Partida Rol por web

Ioseph atendió a continuación sus propias heridas. 

-Yo creo que si de verdad estuvieras tan ansioso por servir a tus señores oscuros no te habrías rendido. La convicción verdadera se lleva hasta la muerte, y has preferido una piedad incierta a una muerte segura.

-¡Basta ya de palabrería! Si vais a matadme, hacedlo ya. Si no, cerrad el pico y llevadme a donde sea que tengáis las celdas.

El paladín suspiró y se guardó la llave de los grilletes. Estaba decidido a llegar al cultista, pero aquellas cosas no podían forzarse. Tendrían que llevarle con ellos para que le interrogaran y le juzgaran.

Se levantó y ayudó a Kevveon a registrar al tiflin. Tendrían que examinar aquellas cosas con más detenimiento en caso de que alguna pudiera serles de utilidad, pero por el momento lo más urgente era descubrir los planes de los cultistas. Probó ambas llaves en la puerta cerrada.

Liliana apretaba los puños. Sabía que había poca justificación moral posible por matar a un enemigo desarmado y atado, pero cada vez que el sectario abría la boca, tan orgulloso de sí mismo y burlándose de ellos, recordaba todo el sufrimiento que él y los suyos habían provocado.

La caída del templo de Iomedae. La muerte de Sibiella. Los extremos a los que había visto a gente buena empujada, como los cruzados que querían sacrificar a Anay o los humanos obligados a matarse entre sí para disfrute de un par de sucios demonios.

Y ese malnacido aún defendía lo que había hecho.

-Te llevaremos cuando nos dé la gana, títere de Bafomet. Aún no hemos acabado aquí, así que mejor cierra tú el pico. La clemencia no es infinita.

Se acercó a Ioseph, prefiriendo distraerse con algo antes de que su impulso de tratar a ese imbécil como si fuese uno más de los demonios a los que idolatra (y aplicarle una dosis letal de hierro frío) venciese a su autocontrol. La escritora no estaba acostumbrada a este tipo de maldad, y sólo sabía tratarla como a un enemigo.

-¿Alguna de esas llaves abre, o echamos la puerta abajo? -le preguntó al paladín.

La llave más grande abrió la habitación. Era semicircular, completando el círculo que empezaba la otra. Decoraciones demoníacas colgaban de las paredes y el techo. Había lámparas de cristal verde que iluminaban la estancia dándole un aire inquietante. Sobre un altar había, en la pared, una cabeza de minotauro. En el propio altar vieron hojas curvas, pentáculos y cuernos de toro. En la pared oeste había un cofre.

Nada más entrar se sintieron rechazados por una fuerza maligna. Excepto Kevveon, todos los demás notaron la garra del mal estrujando sus corazones. Aquel era un lugar impuro, malicioso. Los dos paladines, sobre los que el aura se exacerbaba especialmente, tuvieron que apretar los dientes para evitar un gruñido de dolor.

La mera maldad que irradiaba esa habitación atenazaba su corazón y le hacía sentir mareada, y que las fuerzas la abandonaban levemente. Sin embargo, al ver la expresión de Ioseph, supo que el paladín lo estaba pasando bastante peor. Sacudió la cabeza, como queriendo librarse de esa sensación, y luego le cogió las llaves de las manos del paladín.

-Ya echamos Kevveon y yo un vistazo ahí dentro, ¿de acuerdo? Si hay algo interesante, lo sacaré. Tú e Irabeth mejor vigilad al prisionero.

Poco a poco, entró en la sala, con el escudo bien agarrado. Llevaba la espada aún envainada, pero mantenía la mano cerca de la empuñadura.

-Si la llave grande ha habierto la puerta, supongo que la pequeña abre ese cofre, ¿no? Kevveon, ¿me cubres?

Liliana abrió el cofre con la llave y dentro encontró muchas cosas. Para empezar, dinero. Contó unas 2310 monedas de cobre, 759 de plata, 122 de oro y 11 de platino. Había cinco símbolos de Iomedae de plata, una espada larga de gran calidad, dos cimitarras de gran calidad, menaje y vajilla de plata, una varita y una cajita de madera en cuyo interior encontró unas escrituras religiosas partidas por la mitad. Aparte había un fajo de documentación que en un vistazo comprendió que hablaba del plan para atacar Kenabres y que se había seguido casi al pie de la letra. Había una lista de operativos del culto en esta y otras ciudades.

Por último encontró una nota escrita en caligrafía inmaculada.

Faxon,

Hiciste bien al reportar el desfalco de tu superior, y confío en que seguirás sirviendo con lealtad en las semanas que están por venir. No necesitas comandar a los Templarios de Kenabres mucho tiempo más, dado que la ciudad está a punto de morir... Sólo deseo poder estar allí para tomar parte en su asesinato, pues tengo buenos recuerdos de mi Masacre de la Mañana Roja. No importa, supongo, dado que tus parientes mortales caerán todos pronto... Como he dicho, Kenabres tiene los días contados. Vorlesh ya se ha ido para encontrarse con la hija de nuestro Señor en el Abismo para asegurar el cristal Nahyndriano de la pureza apropiada, y una vez ella tenga lo que necesita, aparecerá en Kenabres para terminar el trabajo y retorces las piedras custodias para nuestro uso. Sabrás cuando ella tenga éxito, supongo. ¡Larga vida a nuestro Señor Baphomet!

Minagho. 
 

Minagho era la gobernante demoníaca de la ciudad en ruinas de Raliscrad, en la Herida del Mundo. Vorlesh era la mujer que, según los rumores, había ayudado a abrir la Herida del Mundo.

- Cristal Nahyndriano... ¿Que será este objeto? Volvamos a enseñarles esta carta, quizás ellos sepan que es.

-Ioseph, Irabeth, creo que deberíais leer estos documentos y esta carta... quizá sabéis mejor que nosotros de qué va todo eso -dijo la escritora, entregándoles los documentos, entre ellos la misteriosa carta al parecer firmada por una demonio importante.

Luego, haciendo un esfuerzo, volvió a entrar en esa sala de culto, cerró el cofre, y lo cogió en brazos o arrastró hasta sacarlo de la sala.

-Kevveon, ¿podrías mirar si hay algo más de valor o utilidad ahí, en los altares o donde sea? Lo siento... yo me estoy mareando sólo de entrar.

Irabeth estudió la carta con atención. 

—¿Kenabres muerta? ¡Eso no ocurrirá, pueden haber atacado, pueden habernos hecho mucho daño, pero Kenabres resiste! Y debemos proteger la piedra custodia, ahora sabemos que van a por ella... Y la propia Vorlesh... ella fue quién abrió la Herida del Mundo, ella fue quién creó el portal permanente al Abismo. 

—Sobre lo demás...

Irabeth se dio cuenta de que los documentos que tenía en la mano servirían para evitar otra debacle como la de Kenabres. Tal vez su ciudad ya hubiese sido traicionada, pero podían actuar y alertar a los responsables de las ciudades vecinas para que atrapasen a los agentes dobles antes de que culminasen su plan.

Además, si alguien podía decirles algo acerca de las piedras y los cristales nahyindrianos, ése era Quednys Orlun, al que encontrarían de vuelta en la fortaleza.

—... la información puede salvar otras ciudades. ¡Para acabar con los Templarios de Baphomet! Hay una gran lista de agentes... Debemos hacérselo llegar a las otras ciudades.

Y sobre el resto... debemos volver. Quednys Orlun podrá decirnos algo más... y al menos es una pista sobre cómo han conseguido todo esto. Debemos tirar de ella, preguntar en nuestras adivinaciones...

-Entonces deberíamos volver de inmediato. Aunque, ¿qué hay del otro piso franco?

Irabeth miró las notas que habían encontrado para comprobar si indicaban algo sobre el otro piso franco. Sobre su importancia, pero en realidad, creía que la información que tenían debía llegar hasta los líderes de la Resistencia y los Cruzados.Ciudades enteras dependían de ello. No podían permitirse otra derrota como en Kenabres. Creía que podrían recupera la ciudad, pero el coste había sido tremendo.

En las notas no decía que el piso franco restante estuviese ocupado por templarios o que fuese un lugar importante. Había cosas más urgentes.

—Debemos volver. Los demonios y Vorlesh van a por la Piedra Custodia, para retorcerla para su uso, como dicen. No podemos permitir que eso llegue a ocurrir. ¡Volvamos! Debemos centrar todos nuestros esfuerzos en protegerla. 

-¿Pero la piedra custodia sigue en pié? Es decir, claramente no está deteniendo a los demonios ya. Pensaba que habría sido destruida de algún modo... -preguntó Liliana.

El tiflin volvió a la habitación y rebuscó en todo lo que había allí presente. Por una vez su sangre demoníaca le servía para algo.

-¿Que es lo que tramáis?- Se preguntó mientras lo revolvía todo-. Kenabres nunca caerá mientras estemos en pié.

-Podemos hablarlo de camino. O puede que tú quieras contárnoslo -dijo, volviéndose hacia el cultista-. Pero antes de irnos deberíamos destruir este altar maldito.

Agarró con firmeza el mango de Resplandor y respiró profundamente antes de entrar a la habitación para derribar la cabeza del minotauro. No iba a permitir que aquel lugar impío continuase existiendo, aunque significase soportar aquel aura maligna atenazándole el pecho.