Partida Rol por web

Duncan se movió rápidamente a través del barro y de los escasos árboles, seguido de cerca por Iskael. A varios pasos, Lim se ya tenía la primera flecha en el arco, lista para ser disparada. En el cercano patio de armas, el combate podía oírse con cada vez más claridad, con gritos moribundos y aceros desenvainados.

Desde una de las destrozadas torres de la fortaleza, una nube de alas surgió ruidosamente, ocultando la luna momentáneamente. La horda de murciélagos se agitó como el aire, como una amenaza, quizás real, quizás metafórica, de tiempos peores.

Entonces, cuando Duncan y sus hombres estaban a menos de veinte metros de la entrada de la fortaleza, varias figuras salieron corriendo desde el patio. Los ojos del hombre reconocieron,  pesar de la oscuridad de la noche, a Finn y a Greta. Junto a ellos, corría una bella dama de, obviamente, alta cuna. Los tres se detuvieron repentinamente, mirando más allá de Duncan. Sus rostros mostraron miedo, y desazón.

Al girarse, el guerrero supo a qué se debía. Aquí y allá, desde todos lados, se acercaban seres enormes con pasos pesados. Algunos de ellos ya eran conocidos por Duncan, cubiertos por  doradas corazas y un yelmo a juego, con una andrajosa capa se mecía bajo la brisa nocturna. Sus grandes manos sostenían oxidadas espadas y escudos que habían visto mejores tiempos, alzados como peligrosa advertencia ante los presentes. Pero había otros engendros diferentes, cada uno levantando con sus gruesos brazos dos hachas tan pesadas que una de ellas no podría levantar por un solo hombre común. Sus armaduras eran negras y plateadas, y sus rostros eran ocultados por yelmos cornudos.

Eran decenas. Decenas y decenas. Y venían desde todas direcciones, hacia la fortaleza. Duncan se dio cuenta de que algunos de ellos no portaban armas, sino que arrastraban algo tras ellos. Bajo la luna llena, distinguió de qué se trataba: cadáveres. Traían a hombres, mujeres y niños, pero también a animales como perros y caballos, acarreados gracias a los fuertes músculos de los gigantes. El relincho asustado de unos équidos resonó en la noche, y Duncan intuyó que habían perdido el modo de regresar rápido a casa.

El círculo alrededor de Duncan y el resto fue cerrándose con cada segundo de duda. Se sintió acorralado, con Lim e Iskael mirando a un lado y otro con nerviosismo. Mientras, tras ellos, diversas llamaradas destellaron más allá de las murallas, como recordatorio de la batalla del patio de armas.

Fue entonces cuando, repentinamente, Emir apareció de entre las sombras, jadeando. El montaraz casi chocó con Duncan, y mostró sorpresa en su mirada ante la inesperada aparición de líder de la guardia.

Los tres salieron corriendo de la fortaleza, con el mismo objetivo: huir de aquel maldito lugar, huir de la sangre y de la muerte. Asustados, corrieron lejos de Piedranegra, pero una vez superadas las murallas, se detuvieron.

Aquello iba de mal en peor.

Aquí y allá, desde todos lados, se acercaban seres enormes con pasos pesados, engendros de armaduras doradas o negras como los que habían enfrentado en el patio de la fortaleza.

Eran decenas. Decenas y decenas. Y venían desde todas direcciones, hacia Piedranegra. Greta, Livia y el pequeño Finn se dieron cuenta de que algunos de ellos no portaban armas, sino que arrastraban algo tras ellos. Bajo la luna llena, distinguieron de qué se trataba: cadáveres. Traían a hombres, mujeres y niños, pero también a animales como perros y caballos, acarreados gracias a los fuertes músculos de los gigantes. El relincho asustado de unos équidos resonó en la noche, y Livia intuyó que había perdido el modo de regresar rápido a casa.

Fue entonces cuando todos vieron que allí, a varios metros por delante de ellos, había tres hombres, vivos por suerte. Greta y Duncan reconocieron a Duncan, acompañado por Lim, un arquero de genio tranquilo, e Iskael, un soldado que siempre estaba bromeando. Livia no los conocía, pero por sus emblemas supo que se trataba de hombres de los Blackford. Antes de que pudieran decirles nada, Emir apareció de entre las sombras, corriendo de algo. Casi chocó con Duncan, pero se detuvo a tiempo.

El círculo alrededor de todos ellos fue cerrándose con cada segundo de duda. Todos se sintieron acorralados en aquel lugar…

Emir salió corriendo de la fortaleza, girándose para escapar de aquel engendro ahora que había llamado su atención. Corrió y corrió, mirando siempre atrás, hasta que,  repentinamente, se encontró con alguien inesperado. Emir se detuvo a tiempo, a punto de chocar con Duncan, el líder de la guardia. El hombre estaba acompañado por Lim, un arquero de genio tranquilo, e Iskael, un soldado que siempre estaba bromeando.

Antes de poder decir nada, los ojos del montaraz notaron un movimiento cerca de la fortaleza. A pesar de la oscuridad de la noche, reconoció a tres figuras que huían de Piedranegra: Finn, Greta y Livia. Los tres se detuvieron repentinamente, mirando más allá de Emir, Duncan y sus hombres. Sus rostros mostraron miedo, y desazón.

Al girarse, el arquero supo a qué se debía. Aquello iba de mal en peor. Aquí y allá, desde todos lados, se acercaban seres enormes con pasos pesados, engendros de armaduras doradas o negras como los que había enfrentado en el patio de la fortaleza.

Eran decenas. Decenas y decenas. Y venían desde todas direcciones, hacia Piedranegra. Emir se dio cuenta de que algunos de ellos no portaban armas, sino que arrastraban algo tras ellos. Bajo la luna llena, distinguió de qué se trataba: cadáveres. Traían a hombres, mujeres y niños, pero también a animales como perros y caballos, acarreados gracias a los fuertes músculos de los gigantes. El relincho asustado de unos équidos resonó en la noche, y Emir intuyó que alguien había perdido el modo de regresar rápido a casa.

El círculo alrededor de todos ellos fue cerrándose con cada segundo de duda. Todos se sintieron acorralados en aquel lugar…

Una flecha. Rodeada de criaturas de la noche, fuego, acero y temor, era una flecha lo que estaba robando su vida. La sacerdotisa esbozó una sonrisa dolorosa, en parte ironía, en parte miedo. Sintió los latidos de su corazón en sus sienes, y pensó en la visión de R'hllor, el motivo que la había llevado hasta Piedras Negras. La sangre empapó su camisa y la sintió pegajosa, y cálida, a pesar del frío que empezaba a atenazar sus miembros. Sus piernas no tenían fuerza para sostenerla de pie. Vio a Thomas, peleando contra los monstruos putrefactos, tratando de llegar hasta ella. De rodillas parecían aún más grandes. No podría el solo, pero quizá ella aún podía hacer algo. Alzó una vez más sus manos, y cerró los ojos, rogando al Dios Rojo que los protegiera de la oscuridad; a Thomas, a sus primos, a ella. Sus vidas estaban en la voluntad del Señor de la Luz.

-¡Greta! –llamó, revelando su presencia y corriendo hacia el grupo-. Volved atrás. Aquí nos cercarán y no podremos defendernos.

Según se aproximaba, preguntándose quién sería aquella desconocida dama, Emir pareció surgir de la noche, y casi se dio de bruces con él.

-¿Tú también aquí, Almahueca? Dime, ¿qué ocurre ahí dentro? –preguntó, señalando las llamaradas que provenían de las ruinas.

Duncan recordó el efecto que el aceite hirviendo había tenido sobre los monstruos que atacaron Puño del Cielo, comparándolo con la inutilidad de hachas y espadas. Tal vez el fuego les auxiliase contra aquellas criaturas.

Incomprensiblemente una sonrisa se dibujó en la cara de Thomas, la batalla iba a ser a vida o muerte. Para un caballero no había mayor honor que sobrevivir a un reto de tal magnitud. Muriera o viviera lo haría haciendo lo que debía de hacer.

En el cenit de la pelea, mientras su espada lanzaba tajos hacía sus enemigos, sus ojos se cruzaron con los de Elaine. En ese momento Thomas no vio a una sacerdotisa de enorme poder. Lo que vieron sus ojos fue mas aterrador que cualquier conjuro o hechizo que pudiera realizar. Thomas vio su agonía. Una joven tirada en el suelo luchando por no morir, malherida y en las el fin de existencia.

La determinación que sintió el caballero por evitar tal tragedia le infundió una fuerza en sus músculos y un coraje en su interior que solo un dios, actuando a través de sus dados implacables sabría adivinar el desenlace.

Duncan. Los hilos, los hilos los mantienen enteros. Hay que cortarlos, quemarlos lo que sea. Uno de ellos me sigue, lo he alejado pensando que los demás podrían encargarse del otro. Pero... son demasiados, los otros se los lleven, demasiados.

Miró al pequeño grupo. Yo los defenderé a ellos Duncan. Ve.

Corrió hacia su mochila, alli tenía aceite para encender la hoguera. Quizás pudiera hacer flechas incendiarias.

Luego corrió hacia el grupo. Finn, Greta... señorita. Estoy aquí para protegeros. Echadme una mano para preparar fuego.

¿De dónde habéis sacado una dama tan hermosa pequeño Finn? -preguntó sin apartar la mirada de Livia.

Al ver a livia tan cerca, tan asustada a Emir le cuets mucho no abrazarla para consolarla, no besarla ni hundir su rostro entre su pelo para respirar su aroma. Esta noche debía ser tan diferente. Si la hubiese perdido a ella... No hubiese podido soportar eso. Podían irse las dos familias más allá del muro, pero ella...ella no.

Quería decirle que nunca la abandonaría, que él la protegería siempre. Que intentaba alejar a ese engendro y que volvería por ella. Lo único que pudo hacer fué coger sus manos entre las suyas en gesto de cariño mientras la miraba a los ojos intentando trasmitir sus pensamientos.

¿De dónde habéis sacado una dama tan hermosa pequeño Finn? -preguntó sin apartar la mirada de Livia.

Éxito, éxito, éxito... xD

Siete infiernos pensó la joven. El olor putrefacto de las bestias y los cadáveres invadía la noche. Los muertos andaban y los caídos los seguirían.

-¿Acaso no conocéis a quien hospedáis en vuestros dominios? –contestó punzante al joven de los rizos. Su semblante marcaba furia, era difícil ocultar la aversión a los Blackford. – Hospedáis a un maestre exiliado por experimentar… con eso… – señaló a los engendros cargados con cadáveres. Fue entonces cuando Livia volvió a percatarse del emblema que portaban algunos de ellos. La salamandra de fuego, el antiguo emblema de los Llyfren.

-… señorita. Estoy aquí para protegeros. Echadme una mano para preparar fuego.- La voz del arquero la sacó de sus pensamientos. -¿De dónde habéis sacado una dama tan hermosa pequeño Finn? -preguntó sin apartar la mirada. La joven se sintió intimidada, pero no tardó en reaccionar – Mostrad más respetos, montaraz-Un pequeño rubor subió por sus blancas mejillas, sonrojándolas; girando la cara impidió que la vieran.

Se quitó el velo dejando libre su cabello negro y se dirigió a los gigantes – ¡Deteneos! ¡Os lo ordena la Señora de la Casa Llyfren!- Tiempo, necesitamos tiempo.