Partida Rol por web

El daño de los puñetazos es (CUE + Fuerza) /3. Las patadas, (CUE + Fuerza) /2.

Al haber sacado los dos los mismos éxitos, actuamos exactamente a la vez (yo también había sacado un 6).

Por cierto, tengo que notificar un error tontísimo pero importante: la suma CUE + Fuerza de Hakan es 7, no 6 (había asumido durante todo el combate que su habilidad Fuerza era 2 en vez de 3, quizá por liarme con Pelea, que sí que tiene 2). Me he dado cuenta esta mañana al transcribir la ficha a una hoja de personaje impresa (usaré a Hakan en otra partida de la «vida real»). Como acostumbro a aprenderme las stats de todos mis PJ, no había mirado la ficha desde que la terminé... Por lo tanto (aunque no represente ninguna diferencia) el golpe que te di antes te hizo 3 de daño, no 2. Al menos me sentiré un poco mejor cuando... Digooo, *si* pierdo XDDD.

Voy anunciando ya que me voy a defender, así que ve atacando tú; es la única oportunidad que tengo de EMPATAR contigo (aunque con la suerte que tenemos con los dados, seguro que me sacas 7 éxitos y yo 2 XDDD).

Te defiendes?, eso no es propio de un guerrero... Salvo en las ultimas.
Oh, quizás es que no me quiere dejar mal?, no se, pero parece competente...

   Aten dejó escapar un suspiro de exasperación, se incorporó en el suelo y en mitad de la cubierta cerró los ojos.

   El era uno de los curanderos, cuando su onda se interrumpía producía otra indefectiblemente, prolongando su existencia y llevándoles por nuevos caminos. Pronto, tal y como le habían enseñado empezó a ser consciente de todo su ser; la malograda conversión de la fruta Duat obstruía todos los procesos fisiológicos, pero una de sus primeras lecciones había sido imponerse a ello.
   
   Lo que ocurrió a continuación es difícil de describir. Si el Spitaliano le hubiese sacado sangre en ese momento, el análisis hubiera revelado un incremento absurdo de células parenquimatosas, tejido de granulación, fibrina y miofibroblastos.

    El proceso ocurrió de forma instintiva, pero Aten notó que había funcionado. Su físico externo seguía siendo el de alguien que hace tiempo que ha pasado la frontera de la inanición, pero su mirada estaba limpia y su renovada determinación le permitiría aguantar... mientras se alimentase pronto. Su Borcano era chapucero en el mejor de los casos, pero trató de dirigirse al extrañado spitaliano.

- Yo estoy bien- en nombre de Thot, ¿como se diría suero fisiológico?  -Necesito comida líquida, ¿Sí?- se palmeó el brazo, imitando el gesto de alguien inyectándose algo. 

La respuesta a mi envite no se hace esperar: sin aguardar ni un instante, mi rival acomete contra mí con los puños en alto, obligándome una vez más a adoptar una actitud conservadora. A pesar de que logro deflectar con firmeza su ataque circular, no me relajo. El africano es tan veloz y sus golpes tan devastadores que luchar contra él está agotándome rápidamente. No puedo permitirme recibir otro de sus puñetazos, porque entonces no sé si podría volver a responder…

Le lanzo el puño pero esta vez consigue pararmela, parece ser que intenta recuperarse de los golpes, si lo consigue empezara otro combate, debo derrotarle ya!

El africano podía hablar mi idioma, de un modo rústico pero se podía hacer entender y eso era más de lo que yo podía hacer en ese momento.

Comida líquida? No entendí bien en ese momento pero cuándo hizo la seña de algo en sus venas comprendí que necesitaba suero y era eso mismo lo que le iba a dar, al parecer estaba consciente de su estado, lo que me preocupaba es que hubiese sido un estado inducido ya sea a propósito o por otros.

Hice señas a los marinos para que nos dejaran, aunque esperaba que aquellos que atraparon la medusa ya la tuvieran lista para llevar a mi laboratorio, le indiqué al africano que me siga, incluso le ofrecí a llevarlo del brazo a fin de poder darle suero y revisarlo mejor.

Y entonces, el momento que había estado esperando se presenta ante mí. El hombre de piel de noche me evalúa con tanta concentración que duda a la hora de continuar con la ofensiva. No puedo desaprovechar esta oportunidad, pues estoy convencido de que no voy a tener otra igual.

Adelantándome rápidamente, entro en la guardia del africano y rompo su defensa, abriendo sus brazos con un impacto seco de los míos. Sin perder ni un solo segundo, mis brazos se cierran velozmente como un cepo sobre la cabeza de mi adversario, y los talones de mis manos abiertas golpean con tremenda fuerza sus oídos. La presión del aire en el oído interno hace el resto, provocándole un severo aturdimiento. Puede que no esté todo perdido…

De pronto, uno de los brazos del africano se lanza contra mi rostro como una serpiente, como un borrón imposible de seguir, y siento un fuerte latigazo en la frente. Casi de inmediato, un hilo de sangre resbala hacia abajo desde mi ceja, obligándome a cerrar el ojo. Este guerrero se revuelve con la furia de una bestia salvaje, fustigándome cada vez que lo ataco y acercándome peligrosamente al filo de la derrota. Con todo, puedo ver que mi último golpe ha hecho mella en él, que aunque recupera su postura de batalla, está tan aturdido como yo.

Lentamente, me permito sonreír de medio lado. Poco a poco, bajo las manos, abandonando mi postura de combate, aunque sin dejar de permanecer alerta. Por lo que a mí respecta, la pelea ha terminado. He conseguido lo que quería: batirme en duelo singular con un azotador y aprender de mis propios errores. Me quedo inmóvil, jadeando a causa de la exigente actividad y encogiendo los ojos por el sudor y la sangre.

—Tú guerrero de verdad —concedo, arrastrando las palabras entre los dientes—. Un honor.

No deseo humillar a este hombre haciéndole perder el sentido; eso sería demasiado burdo para él. No se trata de misericordia, pues no estoy en posición de dispensarla, sino de respeto y reconocimiento. Veamos si él me tiene en la misma consideración.

Aunque reaccione, no lo hice a tiempo, y me golpeo salvajemente en los oídos, de echo solo escucho un zumbido, y aunque parece que los que nos ven jalean todo el rato no llego a escuchar nada mas que un molesto zumbido. Espero que se recupere en breve, o tendré problemas serios.
De repente me percato que mi contrincante me dice algo que no llego a captar y frunzo el entrecejo al no enterarme de nada, no hago ningún otro gesto, ni digo nada, pues no oiré nada. simplemente empiezo a dar vueltas en redondo mientras a cada paso me cuesta mantener el equilibrio, ya sea por el golpe en el oido o por lo echo polvo que estoy, de repente veo una gota de sangre en el suelo debajo de mi, me toco la nariz y un pequeño hilo de sangre sale por ella...

Viendo que no me ataca debo atacar o quedare mal ante todos mis compañeros. Ademas empiezo a escuchar otra vez ruido de voces jaleando, así que sin mas me agacho un poco para coger fuerzas e intento impactarle un puño en toda la barbilla.

Me pongo serio de repente, sintiéndome ligeramente decepcionado. El azotador es demasiado orgulloso como para respetar el final que yo había decidido ponerle al enfrentamiento, un final en el que, a mi modo de ver las cosas, ambos habríamos vencido. En lugar de eso, él piensa que la única resolución posible de esto es que uno de los dos sea aplastado por el otro.

Sea.

Abalanzándome sobre él, reduzco drásticamente la distancia que nos separa antes de que le dé tiempo de desplegar completamente su ataque. El puño del azotador impacta de lleno en mi barbilla, aunque no con tanta fuerza como podría haberlo hecho a causa de la menor inercia. Con la vista nublándoseme por momentos, y haciendo acopio de mis menguantes fuerzas, ladeo rápidamente todo mi cuerpo y adelanto mi centro de gravedad en el preciso instante en que mi palma abierta entra en contacto con su esternón, imprimiéndole todo mi peso al golpe. Como resultado, los pies del africano se despegan del suelo, y el hombre sale volando hacia atrás como un muñeco de trapo para caer estrepitosamente sobre su espalda unos metros más allá.

Rodeado únicamente por el repentino silencio que se ha formado en toda la cubierta, siento cómo mis energías me abandonan. Como un saco de piedras, me derrumbo prácticamente al mismo tiempo que mi rival. Lo último que veo es el suelo subiendo a toda velocidad para golpear duramente mi cara. Después, todo se vuelve negro.

Ambos contendientes caen desplomados al suelo. Ninguno se levanta a pesar de las arengas de la multitud. Segundos después, el Chaga penetra de nuevo entre la multitud.

Se hace el silencio. El Chaga avanza majestuosamente con pasos lentos y suaves, erguido y altivo como un cacique legendario caminando por sus dominios. Primero se arrodilla ante Sakar y saca un cuchillo de hoja de la vaina de su cinturón, con calma ejerce dos corte superficiales en el pecho, trazando un símbolo que hace murmurar entre sí al resto de la manada. La sangre fresca comienza a manar por el pecho de ébano del Azotador y el Chaga traza varios símbolos que se difuminan en segundos. Satisfecho, el Chaga se incorpora y anuncia con voz grave y solemne:- Los Ancestros han hablado. No hay deshonra por haber caído junto al oponente tras haber superado su límite impulsado por la voluntad de los Ancestros.-

La Manada vitorea enfebrecida pero el Chaga abandona al Azotador y se arrodilla ante el extranjero. Lo sopesa durante un largo minuto y se incorpora de nuevo para anunciar rompiendo la celebración: -El esclavo también ha luchado bien y ha logrado resistir durante más tiempo del que creía posible la voluntad de los Ancestros... sin duda, ese espíritu maldito al que llaman Jehammedd debe haber velado por su protegido.- el silencio reinó de nuevo ante las declaraciones del Chaga, un cuervo esclavo siendo honrado de tal forma por el capitán de los Azotadores? Imposible -El esclavo no será castigado, ni tampoco le trataréis como hienas. - el silencio era mortal y el odio, el desacuerdo y la incredulidad se reflejaban en los rostros de la Manada. Sin embargo, los guerreros permanecieron mudos como estatuas hasta que el Chaga habló de nuevo: -Llevadlos a los Anubianos, a los dos. -recalcó -Los necesito frescos para el combate de mañana.- Aún pasó tiempo después de que el Chaga se alejase antes de que cuatro Hondos tomaran a los dos combatientes caídos y los llevaran en busca del curandero Aten.

El resto de la Manada permaneció en silencio, con la indignación reflejada en el rostro, antes de dispersarse en pequeños grupos que murmuraban acerca del insulto que el Chaga acababa de lanzar a los Ancestros. Elogiando la valía  de aquel esclavo.

Cinco minutos después de que la cubierta se hubiese despejado, el timonel del navío observó con el ceño fruncido los primeros atisbos de un frente tormentoso llegado del Norte y dio la orden de avisar al capitán.

Aten es llevado por los Marineros a la enfermería del barco. Una estancia alargada, de paredes alicatadas blancas y provista de dos hileras de seis camillas subidas en Lisboa por los Spitalianos, cuyo emplazamiento se ubicaba en las cercanías del comedor. En el piso inferior a la cubierta. Es dispuesto en una mesa camilla y provisto de suero fisiológico. Tras dejar bien atendido al africano, Faust entra en el laboratorio adyacente a la enfermería y...

Apenas quince minutos más tarde, Sakar y Hakan llegan a la enfermería y son depositados en las camillas, a la espera de que Aten aparezca para sanarlos. No reconocen a la bolsa de huesos postrada en la camilla contigua como Aten, ya que Faust le ha quitado sus ropajes y puesto unos simples calzones de lino antes de retirar todos sus abalorios.

La densa y oscura bruma lo cubre todo como una mortaja, sin dejarme ver absolutamente nada. Siento un frío casi doloroso al mover mis miembros desnudos y entumecidos, que luchan por abrirse paso por la viscosa sustancia. El aire es pesado, y me duele la cabeza. Un olor punzante y nauseabundo se filtra por mis fosas nasales, quemándolas como si fuese vitriolo. Mis ojos se debaten en busca de cualquier cosa que puedan reconocer. La niebla se levanta lentamente, y me doy cuenta de que estoy flotando en las turbias aguas de un inmenso mar, tan quieto que parece congelado, estancado, muerto. La negritud del agua es tal que ni siquiera soy capaz de ver mi propio cuerpo bajo la cenagosa superficie. Mi vista se esfuerza por alcanzar a ver lo que se esconde detrás del telón oscuro de la sucia niebla; ¿es de día, es de noche? Pero todo lo que me devuelve es su lento y ocioso ondular, tan solo un reflejo de mi propia y abrumadora soledad...

Sonidos. Ecos distantes que me llaman y me arrancan de la oscuridad. No puedo ver nada, pero de alguna manera siento que me hallo en una negrura diferente, menos profunda. Siento que hay alguien cerca. De pronto, en mitad de la oscuridad, veo una moneda de aspecto muy antiguo. En una de sus caras, de color bronce dorado, hay un gran felino rampante de abundosa melena, que ruge amenazadoramente. La otra cara, azul cobalto, muestra un pájaro de mal agüero, de plumaje revuelto y ojos brillantes. La moneda gira y se acerca a mí a toda velocidad, aumentando cada vez más de tamaño, y acaba golpeando mi rostro. Una nepente ofusca mis sentidos, y sé que estoy volviendo allí.

No quiero volver...

Puedo sentir mi triste y fría soledad, mi triste y fría insignificancia, chapoteando en medio del mar profundo, oscuro, eterno. Sé que existo por un desgraciado capricho del destino. Mirar las tintosas aguas quietas es como mirar el cruel rostro del infinito, la nada más absoluta. Incluso la bruma burlona siente lástima —¿o quizá es desprecio?—, y se aparta con lentitud y tristeza. Lloro, temblando de frío y agitándome en el barro. Y entonces, lejos, entre la niebla asfixiante, puedo vislumbrarla. De proporciones tan absurdas como el universo, tan ciclópeas y abismales como el cosmos, allí se alzan sus formas imperecederas e inexplicables. Sé que siempre ha estado allí. Me duele la cabeza al tratar de comprender algo tan inmenso como es la eternidad. Me parece la gigantesca y torcida manifestación de la idea que siempre he tenido de las ciudades antiguas que se describen en los escritos anteriores al cataclismo conocido como Escatón, pero es una construcción triste, solitaria y muerta. En la invisible orilla se alza un ser alto y enastado, glorioso y terrible, que me contempla con los ojos huecos de un cráneo ovino. Antes de que mi pobre mente mortal pueda siquiera preguntarse qué es lo que estoy viendo, la niebla vuelve, ocultándolo todo, dejándolo todo en la más absoluta oscuridad.

Y en la más absoluta oscuridad me siento a salvo. Pero no lo estoy. Puedo notar que algo se mueve a mi lado en el mar hediondo. Algo frío, arcaico y cruel. No me muevo, esperando que el ser bajo las aguas se compadezca de mi desdicha. Pero sé que la fuerza de mi anhelo es precisamente lo que lo atraerá. Cuando el miedo se vuelve demasiado insoportable, empiezo a chapotear miserablemente en mi desesperación, luchando con todas mis fuerzas por huir. Siento un terror primario y visceral cuando noto cómo algo vicioso y despiadado apresa mis dos piernas con una fuerza cuyo origen está más allá de toda comprensión y de la que es imposible escapar. Con una decisión inmisericorde, el ser tira hacia abajo, hacia las profundidades blasfemas e ignotas del mar muerto. Sé que es inútil debatirse, pero el horror es absoluto e inenarrable. Mi mente bulle de miedo y locura, pero entre todos mis pensamientos enfebrecidos, la voz que suplica por la ayuda de Jehammed es tan solo un susurro quedo, apenas audible. La mirada de Dios está posada en otra parte. Y allí, en el hirviente centro de su universo inmundo, lo veo. Es el rostro de la desolación infinita. Y es este horrendo, abominable, obscenamente inhumano y cruel hasta lo inimaginable, tan abrumadoramente malvado, tan incomprensiblemente aborrecible, que solo tratar de describirlo conduciría a la locura sin retorno o a la muerte. Grito. Grito en la soledad de mi alma. Pero ya es tarde...

Después del golpe que me hace volar pierdo la visión y después de un sonoro golpe que supongo es el suelo me desvanezco, no se cuanto a pasado pero de repente noto como unas cosquillas en mi cuerpo y luego como si volara, se que algo me agarra pero parece un sueño, y creo que los ancestros quieren algo de mi.
Luego mi cuerpo se deposita como flotando en una superficie y al cabo de un rato voy despertando del sueño con un dolorcillo en el pecho, me toco y veo sangre, una sonrisa se dibuja en mi cara y miro alrededor para orientarme, ya no estoy en el circulo de honor, sino en una sala con camillas, y en una de ellas esta mi contrincante, no se que ha pasado, pero al parecer no se levanta y esta conmocionado, aunque paso de preguntar, me duele el pecho y la mitad de los huesos, el cuerpo a penas me responde y estoy extremadamente cansado, asi que me quedo tumbado mirando al techo mientras espero a que me digan o hagan algo...

Abatwa, se encontraba aún sopesando las palabras que había intercambiado con el intendente Jacques. Ese hombre recibiría un escarmiento por la falta de respeto que había mostrado ese hombre hacia una anubiana, pensaba casi sorprendida, si es que esa sensación se podía aplicar a Abatwa.

A la par que eso pasaba por su cabeza, meditaba si consultar con los Neolybios el plan que se llevaría a cabo una vez tomasen tierra. Sin embargo, el nerviosismo instalado entre ellos tras la desaparición de Engé desaconsejaba un curso de acción tan directo. Era posible que reaccionaran mal a las preguntas y dudas respecto al liderazgo de la expedición...

Mientras sopesaba las posibilidades, uno de los marineros del barco se acercó respetuosamente y la comunicó que uno de sus hermanos, Aten, parecía estar pasando por dificultades y se encontraba en la enfermería. En concreto, las palabras exactas habían sido -"Al borde de la muerte"-

Era posible que la metabolización de la fruta Duat hubiera ido mal, esas cosas pasaban, y en esos casos los efectos eran ciertamente... desagradables. Esperaba que fuera solo eso y que Aten no hubiera tratado de metabolizar una fruta demasiado "madura", la potencia de los efectos estaba relacionada con la antiguedad de la fruta y se daban casos de exceso de confianza que terminaban con el curandero frente a Anubis enfrentando su juicio.

Abatwa dejó de lado las dudas respecto a la expedición y se encaminó directamente a la enfermería, quizá sus conocimientos de medicina, aunque limitados, junto con su conocimiento de los efectos de la fruta Duat pudieran ser de ayuda.

Tras recorrer las tripas del navío, Abatwa finalmente llegó a la enfermería. La luz era tenue en ese momento, parecía que los inquilinos actuales del lugar sufrían menos con un brillo mas tenue del habitual en la sala. Tres cuerpos reposaban en tres camillas, no le costó reconocer a dos de ellos: un azotador de nombre Sakar y el jehammedano descansaban cerca el uno del otro, no le costó imaginar lo que había sucedido, una mueca de disgusto cruzó levemente su rostro.

Había escuchado un griterío en la cubierta del barco y había deducido que se estaba produciendo algúna pelea, no le había sorprendido, era algo común en un espacio tan reducido colmado de azotadores; las garras del león tenían bien ganada su fama y eran terriblemente impetuosos, ya los conocía. Su mirada se posó en el jehammedano, estaba decepcionada, esperaba esa actitud por parte de "Las Hyenas", pero creía haber vislumbrado otra cosa en el hombre del Este. En previsión de que esto podría suceder había planeado evitarlo con un ritual a la llegada a tierra confiando que el siervo de Jehammed fuese lo bastante listo para eludir peleas, pero se había equivocado. Encogió levemente los hombros, no era la primera vez, ni sería la última que se equivocase.

Se encaminó finalmente al tercer ocupante de la sala, el cuerpo tendido era el único que parecía haber recibido atención médica por el momento. Un suministro de alimento liquido colgaba languidamente de un soporte cercano al camastro y gota tras gota cruzaba el tubo y la aguja que lo introducían en el cuerpo de Aten. El cuerpo del curandero era poco más que un saco de piel y huesos, sin embargo sus ojos le devolvían la mirada. Al parecer, lo peor había pasado ya, sin embargo la catálisis había ido terriblemente mal y eso sería sin duda un problema. Posó su mano sobre la frente de su hermano y comenzó a murmurar una oración. Tenía que pensar si había algo que pudiera hacer con sus conocimientos médicos.

En las camillas de los otros dos ocupantes, el Azotador se removía molesto a duras penas consciente. El Jehammedano gemía y murmuraba envuelto al parecer en un mundo de pesadillas. -"Guerreros...."- pensó.

Una vez en la enfermería le coloqué el suero al africano y lo puse a reposar en una camilla, desprendiéndolo de sus ropas y ordenándolas todas aparte en un rincón.

Escuché algo de ruido y me dirigí al cuarto contiguo a fin de ver que había pasado ya que escuché nuevos pasos llegando al lugar.

Con una maldición, el Spitaliano tropieza con un mugriento cubo de agua, cayendo de bruces al suelo y desparramando su contenido por el laboratorio.  La interesante medusa que el científico había ordenado llevar a sus aposentos para su estudio, yacía ahora desparramada con miles de delicados filamentos carmesís extendiéndose dispersos por el suelo encharcado.

En la enfermería, el Azotador que había recobrado la consciencia observó, tras un rato, la entrada de la única mujer del navío: la Anubiana que respondía al nombre de Abatwa. En un principio, el joven pensó que la mujer iba a encargarse de sus heridas pero ella pasó de largo tras un murmullo con paso suave pero enérgico hasta alcanzar la camilla del tercer convaleciente: Apenas un amasijo de huesos y piel al que no reconoció. En sueños, su contricante se removía intranquilo en la camilla, quizás  presa de una pesadilla. Tras unos instantes en los que parecía que iba a despertar, la calma volvió a invadirlo y regresó a la normalidad.

En cubierta, El Madani observaba con mala cara el frente tormentoso que se aproximaba desde el Norte. Por ahora no era más que una sombra grisácea en el horizonte pero el capitán conocía de sobra la furia de las tormentas del Mar Exterior, y se preguntaba en su interior si el barco podría superar ése escollo sin tener que acercarse demasiado a la costa. Esperaba que el Orgullo resistiese el temporal, ya que la idea de encallar en alguna playa o estrellarse contra algún pecio o arrecife no le seducía demasiado. Lo más sensato en éstos casos sería atracar en alguna de las islas más próximas durante un par de días hasta que pasase el temporal pero El Madani sabía que los Neolibios no admitirían más retrasos ni escalas hasta alcanzar su destino.

Bien, en ese caso tendría que confiar en los Ancestros y en su propia pericia y veteranía para evitar males mayores.

El hecho de que los africanos pusieran la medusa en un simple cubo de agua y tan cerca de la puerta demostraba que o bien no me tenían estima o bien eran más estúpidos de lo que creía, no podía culparlos, no se necesitaba educación para ser marinero.

Me levanté e intenté volver a acomodar la medusa en el cuenco de agua, aunque ahora tendría tierra, suciedad y posiblemente hubiera muerto. 

Tras recogerla del suelo dejé el cubo en un lugar de seguro y cambiarle el agua, para luego ir a ver a los nuevos heridos.