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Los Dhaeva de Transilvania.

Relatos.

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03/02/2008, 19:32
Iakov el Ensartaojos.

Iakov el Ensartaojos: Los Dhaeva de Transilvania: Relato 0.

“… cómo toda leyenda tiene su origen”
Anónimo.

Llevo tiempo escuchando los rumores que circulan a gritos sobre mí. Desde el infame jefe bandido que aterroriza a la región, violador de pobres mujeres castas entregadas a una ilusión, el ladrón del tesoro del Voivoda de Transilvania, el cruel hijo de puta que le arrancó la mano a la pobre hija del Zar. Desde que he escapado de más mazmorras que días tiene el año, hasta que podría ganarle a los dados al propio Diablo. Incluso que soy adorador del Diablo.

¿Adorador de qué? No soy adorador de nada más que de las riquezas, el poder y la buena vida. Existe poco más allá de lo que veo, y no me interesa vivir mi vida poniendo mis decisiones sobre una creencia estúpida. Si algo sería verdad en todo eso, sería el último rumor: hasta el Diablo me persigue, porque soy peor que él.

Nací para mandar. Nadie me manda a mí. Creo que lo he dejado muy claro.

Tengo ya 31 años. Nací en las montañas, en un sitio muy duro para vivir que mató a muchos, pero que no pudo matarme. Al contrario, era yo quien mataba, pájaros con mi honda, dejándolos caer al suelo viendo si había acertado a la primera: si no, corría rápido a arrancarle las alas para que murieran de una vez. Nunca me gustó fallar, y estaba cansado de sus cantos.

Lo mismo estaba cansado de mis primos y de sus imbecilidades, y a ellos también los vi morir en manos de un oso, por entrar en una cueva a la que yo los había guiado hablándoles de oro. Nadie osa molestarme.

Ya con 12 años me movía por las montañas en soledad, porque nadie era capaz de seguirme ni un trecho, escalando y caminando por pendientes empinadas. Llegué a matar a un viajero arrojándole piedras, porque estaba demasiado cerca de mi tierra, y robé lo que tenía llevándolo a mi casa: mi padre me quitó mi botín y me molió a golpes. Dos años después, mientras dormía, le atravesé los ojos con los cuernos partidos de su macho cabrío favorito. Me reí ante sus gritos y me fui de esas tierras para siempre.

Me dediqué a asaltar viajeros en los caminos que iban a Kronstadt. No tenía mucho que hacer además de cuidar que no me vieran los arqueros y caballeros del conde de Bran, por lo que de tanto en tanto espiaba la ciudad de lejos entre las colinas y la maleza. Decidí irme de allí cuando me atraparon acercándome a una comitiva de nobles, y se les ocurrió no sólo golpearme si no marcarme con un hierro candente el hombro. Lo que para ellos era la marca de una vergüenza, para mí fue la marca de mi fuerza: me dejaron medio muerto tirado en un pozo, pero sobreviví más fuerte que nunca. Me fui para recuperarme, pero juré volver. Y lo voy a hacer, cuando no tenga mejor cosa que hacer que prestar atención a un simple Conde.

Pasé a los caminos cerca de Bistritz, donde escuché estúpidas leyendas sobre una reina hada que podía controlar a los lobos de la región. No tenía tiempo para estupideces, sólo para dedicarme a lo mío, ya que me había hecho muy fuerte y duro de voltear.

En dos años vi morir a muchos ladrones, ahorcados por los nobles, muchos de la cantidad de bandas en las que estuve y que nunca duraron nada. Eran demasiado débiles, sin ninguna resistencia por haber crecido en lugares muy fáciles de habitar, no como yo que crecí en las montañas: la mayoría estaba tan pendiente de no recibir heridas, para evitar la gangrena, que finalmente no robaban nada y los mataban allí mismo o los arrestaban sin mayor resistencia.

Yo siempre fui difícil de enfermar, y no temía a la gangrena más que a quedarme sin el botín, por lo que con dos años más había matado ya a muchos líderes bandidos, a pesar que sus bandas eran pequeñas y no duraban nada. En esa época, era mejor ser el primero de los peores que ser el último de los mejores, y no me arrepiento.

- “¡Oye, tú!” – me gritaron desde lejos, mientras caminaba con tres de mis bandidos más resistentes.

Los tres se dieron vuelta, pero yo no, porque no me gustaba el tono imperativo de la voz. Algo de repente me agarró del brazo, impidiéndome continuar, y oí el ruido del metal empezando a salir de las vainas. Me di vuelta para encontrarme con un caballero, con la insignia del Conde de Bistritz en el escudo.

- “Sabemos quien eres. Te detenemos en nombre de su autoridad el…” –

No tuvo tiempo para hablar. Lo desnuqué arrojándolo contra el suelo, haciéndolo caer sobre su propio yelmo, y mientras mis tres seguidores rompían las patas de los dos caballos que quedaban, escapé de allí sin mirar atrás.

Rumbo al norte, caminé días y días, de un lado a otro, a veces corriendo de los soldados de los nobles. No porque les temiera, si no porque no soy tan estúpido para no saber que no había ningún beneficio en intentar algo así. Pensaba. Pensaba demasiado para mi gusto, porque para sobrevivir no tenía otra cosa que hacer. Al cabo de un tiempo, empecé a notar que se me agudizaban los sentidos, y varias veces me encontré moviéndome de sitio sin motivo, sólo guiado por un pálpito: a los días siguientes, el lugar que había ocupado estaba lleno de pisadas, barro y huellas de caballos. Me alegró darme cuenta que no sólo pensaba, después de todo.

Así fue como le robé a un mercader, que a cambio de un rato de su vida me entregó todas sus pertenencias incluyendo a su caballo. Pretendió comprarme con consejos sobre cuánto podía hacerme ganar vendiéndome todas esas cosas en el mercado cercano. Ja. No vivió para saberlo, pero seguramente se asombraría de ver que sí usé algunas de las cosas que me dijo, en algunos otros momentos. Sobre todo en mi breve visita posterior al Imperio Bizantino, o como creo que le llaman Imperio Romano del Oriente, donde tuve muchas diversiones probándome cuánto había aprendido a ocultar mis sentimientos, y cuánto se horrorizaban mis víctimas cuando trataba de decirles algo antes de matarlas. Creo que eso las torturaba más de lo que en ese momento yo pensaba.

Aprendí mucho de mis años viviendo de los robos, las estafas que aprendí de mis víctimas comerciantes, fraudes de mis víctimas que eran nobles menores que querían mantener su reputación. Y como ya no se trataba simplemente de pegarles en la cabeza con un palo, como sigue gustándome hacer a veces, aprendí a interrogarlos con mayor efectividad. Descubrí cuánto mejor era usar un cuchillo que un palo con un avaro vicioso que se hacía llamar comerciante, que decía tener una fortuna oculta en un sitio en las montañas, y al que no valía la pena romper la cabeza; sobre todo cuando, tras unos tajos, confesó que todo era una mentira.

- “¡No tengo nada – gritó, con la voz quebrada. – Sólo quería mejorar mis negocios. Y si creían que era rico, eso me iba a dar más confianza.” –

- “¿Y para esto me hiciste gastar tanto tiempo? – respondí, harto, mis ojos clavados en los suyos. – No vales siquiera lo que llevas puesto.” - Lo vi mirarme, de arriba abajo, despectivamente. Su mirada llena de burla.

- “¿Y quién eres tú para decirme eso? Mira lo que vistes. Eso de verdad no vale nada.” –

Mi primer par de ojos le pertenecen: fue mucho mejor que sólo haberle partido la cabeza con una maza.

Estaba ya en Bulgaria. Ya con las ropas de mi última víctima, mejores para el frío que las mías, me paseaba por los caminos que conducían a una ciudad del centro cuando vi una comitiva a lo lejos. No tardé mucho en darme cuenta que eran nombres del Zar Petâr I, porque sus estandartes estaban en todas las ciudades, en todos los escudos, jodiéndome mucho en todos mis planes. Pero lo que no sabía era que la mujer que estaban custodiando era la hija menor, Carlotta, que parecía ausente mientras miraba por la ventana del coche donde iba. Y supe que podría intentarlo.

Seguí el recorrido de la comitiva por varios días. Siempre iban hacia el mismo sitio, y se volvían de la misma manera. En algún momento me harté de seguirlos, y estuve dispuesto a dejar mi idea, pero fue cuando la muchacha fijó sus ojos en mí a lo lejos, y la vi moverse de su sitio en un gesto que me pareció interesado. En ese momento supe que ya había triunfado.

Seducirla no fue difícil luego. Era virgen, y estaba ansiosa por cualquier toque. Debajo mío temblaba como si fuera a colapsar, y tuve que sujetarle la boca para que no gritara: según ella, el secreto debía guardarse hasta luego de un tiempo. Demasiado ilusa, o yo perfecto actor, nunca lo supe exactamente, pero tampoco me importó realmente.

Me llevó a su palacio, me presentó a su padre como caballero de la parte sur del Imperio búlgaro porque yo hablaba búlgaro muy bien, lo convenció con ese poder de las mujeres de conmover y me hizo quedarme a vivir en ese sitio, lugar donde hubiera preferido no permanecer, porque la vista del chambelán se me clavaba recta en la nuca. Supe que me iba a traer problemas.

Y de hecho fue el que jodió todo, cuando luego de una fuerte búsqueda encontró que yo no era lo que había dicho que era. Lo escuché venir, con una horda de guardas imperiales de elite, y tuve que salir de mi habitación casi desnudo y sólo con mi espada en la mano. Sin darme cuenta llegué a la habitación de la muchacha, que estaba tumbada en su cama, desnuda de joyas excepto tres anillos de gran valor en su mano derecha. Levantó la mirada hacia mí para preguntarme algo, de pronto asustada por escuchar los pasos de la guarda imperial.

- “Amor mío – dijo, incorporándose para levantarse. - ¿Qué está pasando? ¿Estamos bajo ataque de nuevo?” –

- “Amada mía – sonreí. Si no la asustaba aún, no gritaría ni se resistiría, y yo no me iría sin nada como había llegado allí. – Tú quédate tranquila.” –

Le aferré la mano. Ella se relajó de nuevo, apoyando de nuevo la mano contra el borde de la cama haciendo tintinear sus pulseras, y cerró los ojos. La puerta se abrió de par en par. Fue en ese momento cuando levanté la espada y le corté la mano de un solo tajo.

La muchacha gritó desgarradoramente, y la sangre empezó a salir a chorros al ritmo de sus gritos y convulsiones. El chambelán y los cien hombres que habían empezado a entrar se detuvieron en seco, horrorizados, al ver a la mano separarse del brazo, y a mí erguirme con los dedos muertos tan apretados a la mía que me era imposible sacarme la mano muerta de donde la tenía. Sin pensar más, aproveché ese segundo de horror de los supuestos hombres más duros de Bulgaria y salté por la ventana astillando en mil pedazos el fino cristal.

Logré agarrarme de la hiedra del muro, mientras escuchaba los gritos de la muchacha y del chambelán, pero en vez de caer suavemente como debía, por no poder agarrarme con la otra mano de la hiedra, caí duramente rompiéndome varios huesos. Por un momento pensé en que mejor debía haberle cortado la mano sin más, sacudiendo la mía para ver si la mano muerta me la soltaba, pero como eso no pasaba todavía y ya escuchaba los pasos bajando las escaleras, salí corriendo como pude a los establos sin prestar atención al dolor de mis huesos rotos. Mi voluntad nunca flaquea.

Mi nuevo caballo, un magnífico caballo de guerra, me ayudó a escapar del castillo imperial mientras me perseguían en caballos que no podían correr ni la mitad de rápido. Les saqué un gran trecho de distancia, pero se me hacía difícil manejar las riendas con una sola mano y sostener la espada a la vez. Y en una curva se me enredaron en la espada, el caballo se alzó de manos, y como no pude agarrarme bien caí pesadamente al suelo. Me alcanzaron antes que pudiera pararme y correr.

Desperté en una mazmorra en lo más profundo del suelo, o eso creí ese año, por la absoluta falta de luz del sol. Se les ocurrió torturarme de formas que a mí no se me hubieran ocurrido jamás, una y otra vez, cada vez con más fuerza. Más fuerte cuando se dieron cuenta que debía haber muerto hacía meses, pero aún seguía vivo y aprendiendo de ellos en silencio. No podían imaginarse, claro, que sus torturas me enseñaban, más que me mataban.

Aprendí la gota que lentamente va volviendo loco al que está debajo, atado e inmóvil, y que termina abriendo el cráneo. Aprendí las lanzas de madera tallada entre la uña y la carne, el martillo que las clava hasta el fondo hasta hacer saltar la uña y el fuego de la antorcha cerca de la carne viva. Aprendí el colgado, día tras día sujetado de los pies cabeza abajo hasta que los miembros parecen empezar a morir por la falta de sangre. Aprendí el arte de colgar a alguien de los brazos, atados a la espalda, con pesas en los pies y mantener la posición día tras día en espera de que se le rompieran los brazos. Aprendí el método del torniquete, enrollar cuerdas en cada extremidad e irlas jalando violentamente hasta que cada una cortaba el paso de la sangre, no todas juntas, si no una por vez, hasta que el pecho parecía explotar. Aprendí tantas cosas que me sorprendió hasta a mí.

Perdí la noción del tiempo, y terminé amenazándolos. Mis torturadores estaban demasiado sorprendidos por mi resistencia que ya casi no querían venir a continuar sus labores, y simplemente dejaron de darme comida esperando que muriera de una buena vez. Su estupidez fue no haberme atado por completo, seguramente creyendo que no tendría ninguna forma para moverme por cómo me habían dejado, seguramente dándome por muerto ya que nadie quería venir a mi mazmorra a comprobarlo. Pero me las arreglé para cazar ratas y cucarachas, por no sé cuánto tiempo. Había puesto toda mi fuerza de voluntad en no morir, porque debía salir de allí y matarlos a todos ellos. Aunque casi había perdido las esperanzas de salir de allí.

Un día, un hombre gigante de aspecto brutal entró en mi celda sin aviso. Hacía demasiado tiempo que nadie cruzaba esa puerta, seguramente por pensar que alguien que no moría luego de tanta tortura se iba a levantar de la nada a matarlos. Algo de que debía tener un pacto con el Diablo, como le había escuchado en susurros a uno de los últimos que había visto. Me senté mirándolo a los ojos, despectivamente: habían habido varios como él, grupos como él, y no habían logrado matarme. Uno más no iba a poder hacerlo.

- “¡Estás vivo! – me dijo. - Sabía que un tipo como tú no podía haber muerto solo en este agujero. Eres una leyenda en todo el Imperio, aunque todos te dan por muerto hace mucho.” –

Sólo fui conciente de que parpadeé una vez. No sé si la sorpresa, o el hecho de que tenía la garganta rasposa y seca de no hablar durante largos meses, siempre metido hacia adentro de mí pensando como me había visto obligado a estar hacía muchos años o sea casi al borde de la locura, me hicieron no poder contestarle. Entonces el sujeto siguió hablando.

- “Es una pena que tengas que morir. Me han ordenado asegurarme de que estás muerto. Una verdadera pena que una leyenda acabe así.” –

Lo miré directo a los ojos. Y en ese momento supe que tenía una posibilidad latente.

- “Una pena que ninguno preferiría. – mi voz era ronca y muy suave, pero era suficiente. - ¿Prefieres ser parte de esa leyenda?” - Lo vi quedarse dudando.

- “¿Qué harías si fueses libre?” –

Sonreí duramente, los músculos de mi cara pétreos y dormidos. Qué estupidez de pregunta.

- “Seguir alimentando la leyenda.” –

- “Si te ayudo soy hombre muerto, y tú en tu estado no llegarás lejos. Necesitarías lo menos un año de buenas comidas para ser el que eras antes.” –

- “Sólo necesito salir de aquí. – sonreí aún más ante su duda. - Y ni con un año volveré al que era antes: con meses, seré mejor que eso. No volverán a agarrarme.” –

- “Nos cazarían como a perros. ¿Podré ir contigo a donde vayas?” –

- “No me mataron ahora, no me van a matar luego – lo miré directamente, evaluándolo. Mi percepción no solía equivocarse, y tenía que tocar su orgullo. - Si puedes seguir mi ritmo, sí. ¿Crees poder?” –

- “Claro que puedo, soy Radoslav el Azote. – me espetó de vuelta, frunciendo las cejas. - He vencido a muchos. Pero me preocupa que me abandones en cuanto te sientas a salvo...” –

- “Entonces, no veo por qué dudas. – casi me río. - ¿Por qué te abandonaría? Has vencido a muchos. Evidentemente, no serías una carga.” –

- “Jura que no me abandonarás... Júralo... por los ojos de los muertos.” –

Lo miré seriamente. De verdad estaba preocupado, y yo no tenía otro interés.

- “Mientras no cambies, juro que no te abandonaré. Por los ojos de los muertos. Mientras no cambies.” –

- “Hum…” - El sujeto pareció sentirse convencido, y tras unos momentos de duda, asintió. – “Lo primero será cambiarte de celda.” –

Fue realmente lo primero de una larga tarea. Se acercó para levantarme, nada difícil porque estaba hecho casi un saco de huesos, y sólo supe que me trasladó a otro sitio, de donde sacó un cadáver y lo puso en vez de mí, en mi antiguo lugar. Cerré los ojos, cansado sólo de que me levantara y me moviera, dándome cuenta por primera vez en ese largo tiempo de lo mal que estaba y de lo que me iba a costar recuperarme. Pero antes que pensara más, y que volviera a envolverme en estupideces, el hombre volvió a aparecer en la celda.

- “Te traeré comida, pan, queso, algo de carne, y cerveza. Todos los días a esta hora... ¿No sabes qué hora es verdad? – sonrió. - Es de noche.” –

Le sonreí apenas en respuesta, antes de hablar. Me extrañaba la alegría que se le sentía a ese gigante.

- “La hora ideal.” –

Me trajo comida durante semanas, comida que primero vomité desastrosamente sobre la paja dura que me servía de cama, y que lentamente pude volver a comer cuando se me abrió de nuevo el estómago. Aún en ocasiones vomitaba por la urgencia con la que quería comer, todo aquello que me resultaba delicioso en comparación con las ratas y las cucarachas. Vomité tanto que una noche me trajo dos cubos con agua y un cepillo para que me lavara.

Al ver mi cara reflejada en el agua, lo único que pensé fue venganza. Tenía tal capa de roña que no me veía la piel, y recién al lavarme lo suficiente noté cuánto apestaba la celda. De hecho, no me importaba: pronto estaría fuera de allí, lo intuía. Otra noche me trajo algo de ropa, porque había pasado casi años desnudo y acostumbrado a ello. Yo seguía caminando por la celda, dando vueltas, probando la fuerza que me había quedado, tratando de recuperar la destreza. Y otra noche me trajo una daga.

- “¿Estás haciendo ejercicio? No se te ve mucho mejor” – dijo. Le percibí el temor de esfuerzos en vano.

- “Se verá pronto – respondí, con total seguridad. – Mi voluntad está puesta directamente en ello.” –

- “Estate preparado.” –

Lo vi marcharse, sin explicarme nada más, pero entendí que se acercaba el día de mi salida. Y me preparé, duramente, me puse al límite de lo que podía durante días. Volví a practicar combate cuerpo a cuerpo, con la daga, e iba marcando en la pared de la celda lo profundo que llegaba a espetar. Estuve un tiempo en eso.

Una noche escuché las risas de un borracho, sus pasos torpes, bajando por las escaleras.

- “Radoslav – decía, arrastrando las letras. - ¿Por qué me has traído aquí abajo?” –

Me puse de pie, antes que se oyera el ruido de las llaves en la puerta. El sujeto gigante entró, poniendo una antorcha encendida en un hueco del muro de piedra, y me miró por un momento. Inmediatamente luego, entró el hombre borracho. Me di cuenta que era un caballero, con su armadura pesada, de mi misma altura pero notoriamente más ancho y fuerte de lo que yo podía estar. El yelmo en una mano, y una jarra de vino en la otra. Parpadeó, confundido.

El gigante se puso de pronto detrás suyo y le sujetó los brazos. La jarra cayó igual que el yelmo, mientras el caballero forcejeaba contra él. Antes que yo pudiera hacer nada, golpeó al sujeto gigante contra la pared, que era más grande que él y cargó contra mí, que tenía la daga en la mano alzada. Pero no le sirvió de nada, porque había recuperado parte de mi destreza, y le clavé el filo hasta el cerebro, matándolo en el acto.

Radoslav rápidamente lo tumbó, para que la sangre no manchara la armadura.

- “Ponte las ropas que te traje – dijo. Empezaba a sacarle el peto. – Son algo acolchonadas y te vendrán bien para ponerte su armadura.” –

Eso hice, sin dejar de mirar cómo le quitaba la armadura. Era una pieza preciosa, casi una joya, y no me negué cuando el gigante se levantó cargándola y me la puso por encima de los hombros. Pesaba mucho para mi fuerza, cosa que me hizo gruñir, pero seguí parado derecho usando toda mi fuerza de voluntad mientras ajustaba todo lo necesario para dejarla firme donde estaba. La voz del gigante, a mis espaldas, sonaba apenada.

- “Ya sé que pesa mucho para ti, pero es el mejor disfraz que he podido pensar.” –

- “Nada es mucho para mí – dije, con firmeza. – Ni siquiera ahora.” –

Al salir de las mazmorras, en un puesto de guardia donde todos estaban borrachos y dormidos, el gigante me dio una espada. Casi se me desliza de la mano, y eso hubiera significado un grave problema, pero fui más rápido que la caída y la agarré antes que nos arruinara los planes.

Atravesamos todo el castillo, saludando guardias a los que el gigante decía que me llevaba a mi habitación porque estaba demasiado borracho para encontrarla solo, hasta que llegamos a los establos. El gigante empezó a ensillar dos caballos, que empezaron a agitarse con nerviosismo, haciendo un ruido que no nos convenía. Los hice callar lo suficiente para que terminara de ensillarlos y pudiéramos salir al patio del castillo.

Quedé solo allí, pues Radoslav se fue a pie hacia la barbacana desde donde se controlaba el rastrillo de la puerta. Lo único que estaba entre mi libertad y yo. Los minutos pasaban, y no volvía, ni había ningún cambio. La espera empezó a molestarme, y tuve la idea de ir a ver qué pasaba, pero no lo hice. No era tan estúpido. Era mejor que me quedara allí, esperando, aunque los minutos seguían pasando y no sucedía nada. Hasta que con un chirrido demasiado fuerte para los caballos, un sonido de cadenas estrepitoso, el rastrillo empezó a moverse muy lentamente hacia arriba.

La libertad estaba allí, a mi alcance.

Los guardias de la muralla empezaron a gritar y a correr hacia la barbacana, sin mirar a donde estaba yo, con los caballos, en medio de las sombras. El rastrillo ya estaba a la mitad, y me di cuenta que era la oportunidad perfecta para salir. Podía intentarlo, cuidando de saltar del caballo y rodar en caso que notara que no podía pasar por allí ni agachándome, o si el rastrillo se dejaba caer de improvisto. Podía llevarme a los dos caballos, mientras el que no era mío no quedara rezagado. El rastrillo parecía no ir a moverse más, y como al acercarme más sin hacer ruido noté que sí iba a poder pasar, no tenía nada que me impidiera irme. Taloneé a mi caballo, agarrando las riendas del otro, y salí del castillo al galope justo cuando un cuerpo armado de lanceros me perseguía a los gritos.

Por un momento pensé que me alcanzarían antes que pudiera esperar al gigante. Pero antes que tuviera que soltar a su caballo y escapar sin él, el rastrillo cayó pesado encajándose en su sitio, impidiendo salir a los guardias. El minuto siguiente fue eterno, y la muralla se fue llenando de ruidos de arqueros trepándose, impacientando a los caballos.

Por segunda vez pensé en la posibilidad de irme de allí inmediatamente, pero vi una cuerda desenrollándose desde lo alto de la barbacana, la sombra de un hombre gigante con armadura bajando por ella. Ya estaba cerca de mí. Y una flecha me pasó rozando la cara.

Me di cuenta que los arqueros ya estaban preparados, y no dejé quieto a mi caballo. Moví a los caballos en círculos, esquivando las flechas que podía de la lluvia que eran, porque no había lugar para ponerse a cubierto. Y antes que pudiera volver a pensar en irme, sentí un dolor punzante por la espalda, gusto a sangre en la garganta. Vi a mi caballo perder el control, ponerse en dos patas y girar, dejando que otra flecha me atravesara el muslo izquierdo. Lo último que vi fue a Radoslav montando a su caballo, agarrando al mío.

Desperté en una cabaña con olor a muerto. Había moscas volando, y por un momento pensé que era por mí, antes de dar vuelta la cabeza y ver una familia de cadáveres de granjeros apuñalados y degollados a punta de cuchillo. Tuve ganas de reírme, por ser tan estúpido de pensar que esos podían haberme matado. El gigante, que me estaba limpiando las heridas, al verme mirarlo se encogió de hombros.

- “No quisieron colaborar – y negó con la cabeza. - Esa herida en el pulmón tendría que haberte matado, Iakov. ¿Estás seguro de que no tienes un ángel que te protege?” - Sonreí, apenas.

- “Sí. Sólo tengo la leyenda, que no sirve para nada. Jodida mierda, los arqueros...” –

- “Bueno, tal vez sea el Diablo, que protege a uno de los suyos.” - Lo vi sonreír, y luego ponerse serio.

- “Nos está buscando todo el Imperio. Y ya llevamos días en esta cabaña. Tenemos que seguir huyendo. La frontera oeste sería lo mejor, podemos ocultarnos en Crakow. O tal vez en Moravia.” –

- “¿Ambos caballos están bien?” –

- “Sí, estos granjeros tienen un granero, los he escondido allí. Lo imposible sería ir hacia el Este, por allí vendrán tropas de caballería tras nosotros.”

Perdí la vista en la nada. Trataba de recordar bien el territorio, pero no podía concentrarme.

- “Oeste suena bien, entonces.” –

Y así fue, que fuimos para el oeste. Semanas y semanas con las tropas de Bulgaria sobre nuestros talones, siempre visibles a veces a distancias denigrantes. Era una persecución cruel e implacable, pero no esperaba otra cosa. Era una persecución a la altura de lo que habían recibido de mí. Y aunque me dolían terriblemente las heridas, y no estaba recuperado en absoluto de los dos años de torturas y encierro, me sentía bien. Por fin estaba libre, para hacer lo que quisiera. No me interesaba que me estuvieran persiguiendo.

Pasamos a Polonia y Cracov a través de Moravia. El año lo tuvimos que pasar escondiéndonos todo el tiempo y huyendo, lo que a pesar de todo no me molestaba. Tenía que recuperarme, y saliendo a la pelea no iba a hacerlo ni en la mitad de lo que necesitaba.

Así que en asaltos menores, de pueblo en pueblo buscando las zonas más alejadas, fuimos consiguiendo todo lo que íbamos necesitando. Tuve que aprender el germano para manejarnos en esos sitios. Me recuperé por completo de mis heridas, aunque aún me faltaba un poco para recuperarme por completo, y volver a mi contextura de antes.

Hicimos fama en Baviera y Sajonia. Radoslav se asombraba de lo que podía hacer aún a mitad de recuperarme, y lograba hacerme reír de su asombro. Me vio cargándome a varios comerciantes yo solo tras ilusionarlos un rato con un gran negocio que nunca fue. Me vio terminar con un noble menor deseoso de poder que vio en mí un noble rebelde que quería destruir a los más altos infiltrándose entre los campesinos para plantar la semilla de la agitación. Me vio ser confundido con un caballero, por la armadura que había mandado a arreglar y decorar a mi gusto, y guiarlos a una muerte rápida y fácil con un gran botín para nosotros. Me vio empezar a coleccionar ojos, acumularse los frascos, mientras nuestro nombre se hacía cada vez más grande.

Y me vio mirar, siempre mirar al este, con algo indescifrable para él en los ojos.

- “¿Por qué siempre miras al Este, Iakov? ¿Qué ves allí?” –

- “Algún día volveré por lo que allí se me quedó.” –

Nunca preguntó nada más, y yo no quería hablar de lo que me hacía sentir así. Creo que era nostalgia, pero era tan fuerte que me hacía sentir pésimo, como si me faltara un pedazo grande del cuerpo. Me di cuenta que estaba harto de esa vida que estaba llevando, que estaba excelente porque tenía todo lo que quería con comodidad, ya recuperado y sin ninguna ambición más que la buena vida. Me di cuenta que quería volver a mi tierra, volver a mi sitio, y hacerme un lugar entre los rumores de mi gente.

Empecé a sentirme observado. Empecé a sentir voces en sueños, hablando mi idioma, voces que había oído en Transilvania, pero aún así yo no era capaz de entender lo que me decían. Cada tanto me daba vuelta, mientras caminábamos, porque sentía que alguien me seguía con los ojos, pero nunca había nadie allí que me estuviera mirando. No había ninguna voz que me hablara en mi idioma nativo. Eso me hacía enojar, y me ponía de malhumor continuamente, lo que me hacía ser más agresivo y duro si teníamos una víctima entre manos.

- “Estoy preocupado. Creo que cada día te estás volviendo más loco.” – me dijo Radoslav una mañana que me encontró, de nuevo, mirando al este.

- “Voy a volver. Necesito volver a pesar de todo. Contigo, si quieres, o sin ti.” –

El gigante negó con la cabeza. Suspiró, y finalmente habló.

- “Nos ata un juramento, Iakov. Y los Juramentos no deben romperse jamás.” - Lo miré, y sonreí.

El regreso a Transilvania fue mucho mejor que la salida, aunque pasaron meses antes que llegáramos a Satu Mare. Tuvimos éxito entre los primeros guardias, que creyeron simplemente por nuestras ropas que éramos nobles que estábamos de paso, pero el Conde Tiberiu Bratovich no lo creyó así.

Antes que pudiéramos obrar de otro modo, nos mandó a echar violentamente de sus tierras. Ninguno de los dos dijo nada, ni insultó a ninguno de nuestros perseguidores: pero cuando penetramos más en Transilvania, los dos teníamos la misma idea.

Buscamos un pueblo, Zalau, dependencia del jodido Conde ese, y en venganza organizamos varios robos espectaculares. Esperamos a que se estuvieran preparando para la misa e iniciamos la quema de la iglesia, que duró varias horas y desató todo tipo de rumores sobre la santidad del jefe de la región. Creyeron que todo eso era obra de alguna especie de castigo por pecados del Conde, y en cuestión de horas el cuestionamiento sobre su moral privada se había extendido a varios pueblos a la redonda. Nos fuimos de allí sonrientes, y yo, entusiasmado como hacía años que no me sentía, por haber vuelto a mi amada tierra.

Eso me duró tanto como me duró lo que tardamos en llegar a Klausenburg. Empecé a sentir peligro por todos los sitios, pares de ojos siguiéndome hacia todos lados. No podían ser los que traía conmigo, porque sus frascos tintineaban en las alforjas y estaban recubiertos de varias telas gruesas.

El gigante me miraba, sorprendido: era evidente que él no tenía la misma agudeza de sentidos que yo, que percibía el peligro como si tuviera una espada apuntándome directo a la nuca. Terminé por entender que mi instinto me lo estaba avisando, y que de ser así debía ser tan cierto como si mis ojos lo estuvieran viendo enfrente de mí. Hasta que algo sí se puso delante de mis ojos.

- “Os invito a mi humilde morada, señores” – dijo.

Era un hombre macilento de piel amarillenta, con cojera y ropas de tremenda elegancia. Yo percibía un enorme peligro emanando de ese hombre, de la ciudad entera. Radoslav se llevó la mano a la cintura, apoyándola con descuido en el mango de su espada, antes que yo dijera o hiciera nada. Pero el anciano ya había levantado una de sus manos, y no parpadeaba.

- “Sé perfectamente quiénes sois. Vuestra leyenda se ha extendido más de lo que creéis, buen Iakov. Sois famoso en todo el Imperio Búlgaro. Venid a mi hogar y os explicaré un plan para acrecentar aún más vuestra leyenda.” –

Era una propuesta interesante. Pero todo en mí me avisaba del peligro de ir con él.

- “Sólo si me parece interesante el adelanto que estará dispuesto a hacer, ahora, aquí.” –

- “Un tesoro, una montaña de oro, plata y joyas...” – dijo. Sonrió ampliamente y me miró con sus ojos blanquecinos.

Miré por un momento al gigante, para ver cuál era su reacción al respecto, antes de decir nada. Era posible que él lo viera de otra forma, ya que evidentemente no podía percibir lo que yo percibía. Pero Radoslav se encontraba indeciso, casi atemorizado. Vi en sus ojos la pelea entre su duda y el deseo, de por fin establecerse en un sitio, con un tesoro seguro. Nosotros siempre huyendo, sin base fija, y los viajeros a los que atacábamos cada vez más pobres.

Miré fijamente al anciano, casi taladrándolo con la mirada. Seguía sintiendo lo mismo. Negué.

- “Preferiría, en todo caso, conversarlo en un sitio neutral. Creo que no tendrá problemas, como tampoco tengo en decir que sí es interesante la oferta.” –

- “Eso no va a ser posible, muy buen Iakov. Las paredes oyen. Sólo en mi humilde morada puedo garantizar la seguridad. ¿Acaso teméis? ¿Vos? ¿El que cortó la mano de la hija del Zar? Honestamente, no puedo creerlo.” - Sonreí. No era tan estúpido para no entender su provocación.

- “Su seguridad, no la nuestra. Y es que no quiero tener que cortarle la mano a usted también si se le ocurre hacernos perseguir, en su morada.” –

El anciano pareció impactado por un momento. Radoslav apretó los dedos en torno al mango de su espada, sin decir nada. Finalmente, como si estuviera defraudado, el anciano negó con la cabeza. Se dio media vuelta y emprendió la marcha hacia dónde había salido, pero a la mitad se dio vuelta para mirarnos de nuevo.

- “Acabáis de decir adiós a una inmensa riqueza.” –

Levanté significativamente la mano. Un tesoro no valía la alerta de mis sentidos.

- “Ya volveremos a encontrarnos.” –

Emprendimos viaje hacia Tirgu Mures. En el camino, vi que al gigante parecía haberle quedado el resentimiento de que, a pesar que el anciano pudiera ser peligroso, tal vez dijera la verdad sobre el tesoro ofrecido. Incluso a mí se me había quedado por algunos momentos esa sensación, pero se me pasó en muy poco tiempo. En todo caso, una mala decisión la podía tomar cualquiera de nosotros en cualquier momento. Y nunca sabríamos si hubiéramos quedado peor.

Aunque el caudillo del ese pueblo ganadero atrasado, un szekler, era un tipo duro y con fama de ser el más cruel de toda la zona, le robamos ganado sin inmutarnos. Sus guardias no eran nada para nosotros, y mi propio nombre era más grande que el pueblo entero. Eran tan fáciles esos robos menores que no me dejaban satisfecho, y en varias ocasiones el gigante me encontró observando al horizonte de nuevo, temiendo de nuevo por mi cordura, pero era solamente cansancio por la vida acomodada que teníamos.

Viajando como nómades, sin base fija, pero con lujos y sin negarnos a ningún placer. No había nada que debiéramos negarnos o que no pudiéramos conseguirnos. Aun así, yo no estaba satisfecho.

Un día, el gigante llegó con un rumor interesante sobre la muerte del conde de Sighisoara y un loco viaje del heredero a Italia para ayudar a católicos y bizantinos. Sin gobierno ni autoridad, ni nada de popularidad contra la que pelear, se me hizo un sitio ideal para establecer una base, aunque sea un lugar al que volver en algún momento. Guardé silencio por un par de días, mientras lo consideraba, y al final se lo dije a Radoslav. Era el cambio de año hacia el 949.

La Tirsa de Sighisoara ya estaba en ruinas cuando llegamos, pero cayó ante nosotros tan fácilmente que me dio cierto resentimiento. Siendo un castillo de madera, lo saqueamos en muy poco tiempo, deshabitado como estaba. Todos los criados habían logrado huir, y no se nos hizo nada difícil hacernos del control del sitio. Empezamos a oír los rumores de nuevos habitantes del castillo de los gobernantes, y fue allí cuando me encontré con una sorpresa inesperada: la ciudad no era nuestra.

- “La ciudad está protegida por un noble. – dijo Radoslav, quitándose el yelmo. – Al menos, no hay muralla que la proteja.” –

- “Es una mierda – respondí, molesto. – Todo noble atrincherado en una ciudad es peor que un noble dirigiendo tropas a campo abierto.” –

Por unos días anduve dando vueltas por cada pasillo del castillo de madera, reconociendo cada rincón. Varios curiosos se acercaron a comprobar los rumores de los nuevos habitantes, pero nosotros éramos como fantasmas. No nos convenía por lo pronto que se supiera exactamente quiénes éramos y que estábamos allí. Incluso Radoslav, con su impresionante altura, se las arreglaba para pasar desapercibido cuando lo necesitaba.

Luego bajamos a la ciudad para andar por sus caminos, para explorar cada centímetro suyo y hacernos la idea de su estructura. A veces íbamos juntos, otras separados, para no llamar demasiado la atención. Y una vez que íbamos los dos a pie por el camino que unía al castillo con la ciudad, perdiéndonos entre los viajeros extranjeros, saltó delante de nosotros una banda que nos cerró el paso.

- “¡La bolsa o la vida!” – exigieron. Nos apuntaban con dagas y espadas cortas, y hasta había uno con un arco.

Radoslav dirigió su mano a su espada. Pero entonces el que parecía ser el jefe abrió mucho los ojos, ojos oscuros inyectados de sangre de no dormir, y me miró fijamente.

- “¿Iakov?” – preguntó. Parecía estupefacto. Puse una mano sobre mi espada.

- “El mismo. ¿Aún quieren la bolsa?” –

Ni el gigante ni yo esperábamos que el sujeto se diera vuelta a la banda y gritara.

- “¡¡Iakov!! ¡Es Iakov! Chicos, ¿cuántas veces os he hablado de mi antiguo jefe?” –

- ¿El Ensartaojos? ¿El famoso Iakov? – las voces entre la quincena que eran empezaron a alzarse, en asombro creciente. Vi que todos me miraban, y crucé una mirada con Radoslav que parecía más asombrado que ellos.

- “¿No me recuerdas? ¡Soy Duldrag! – dijo su jefe. - Te seguí fielmente durante años. ¡Cuántos robos hicimos juntos! Ahora me llaman Duldrag el Superviviente y dirijo esta banda de jovenzuelos.” –

- “Sí te recuerdo. – dije, arqueando las cejas, porque sí lo recordaba. - Pensé que habías muerto. Me sorprende encontrarte aquí.” –

- “Hemos llegado hace poco, pensábamos que este sería un buen sitio. Pero la ciudad en sí está bien protegida. Tenemos un campamento oculto en el bosque...” –

- “¡Iakov ven con nosotros! – gritó uno de los más jóvenes - ¡Quédate y se nuestro líder!” –

Hubo un entusiasmo general, excepto de Duldrag. Era obvio, y por un momento lo miré interrogante para ver qué decía. Ni a él ni a mí nos entusiasmaba mucho la idea de que me hicieran jefe de la nada, sólo por haber llegado allí. Radoslav, a mi lado, había relajado su postura de ataque, pero se mantenía como siempre, atento y a la espera de la menor señal de peligro para lanzarse adelante a cortar cabezas.

Pero Duldrag se encogió de hombros.

- “Claro, claro, Iakov... ¿Quieres volver a ser el jefe?” - Y yo, sonreí. Al fin de cuentas, algo bueno podía salir de eso.

- “Por qué no. Al igual que tú, opino que vale la pena intentarlo.” –

- “Entonces será mejor que vengas a nuestro campamento... Digo, "tu" campamento.” –

El llamado campamento eran unos pares de chozas escondidas entre los árboles, donde lo único de ventaja que tenía era un río cerca y que, a pesar de todo, estaba bastante bien escondido. Miré a Radoslav, y en la cara del gigante vi que pensaba lo mismo que yo, aunque seguramente yo estaba más acostumbrado a estas cosas que él. Había vivido en muchos campamentos de bandidos, y eso cuando teníamos uno y no éramos totalmente nómadas. Pero ambos estábamos de acuerdo, aunque no lo dijimos, en que estábamos contentos de tener una base fija. Nuestra.

Mi colección de ojos los asombró a todos. A veces creo que pasaban largos minutos del día escabulléndose para mirar los frascos, y los que sabían contar los numeraban una y otra vez, creo que para convencerse de que sí, que eran muchísimos. No había ojos pares, había solamente ojos únicos, no por cada víctima de importancia. Cada uno de esos ojos había muerto llevándome a mí como última cosa vista. Eran míos, porque eran mi estandarte.

Bajo ese estandarte decidieron llamarse la Banda Sacaojos, y prometieron sacar ojos y plata para mí. A cambio, y porque si no mejoraban no íbamos a poder hacer mucho, yo los entrené. Pasaron algunos meses, pocos, pero los suficientes para notar la mejoría en los jóvenes. Robaban cada vez mejor, eran cada vez más silenciosos, pero aún les faltaba mucho.

Yo los entrenaba, y se medían con Duldrag, y después con Radoslav, que también los entrenaban. No podían vencer a ninguno de los dos, y ellos se reían de lo novatos que eran, pero de caer al suelo al primer ataque a resistir una buena pelea antes de caer de verdad al suelo, había un avance notorio. Debían continuar con eso, o la banda quedaría sin miembros en breve.

En un momento me informaron sobre una congregación financiada por el Príncipe de Transilvania que iba a pasar por el camino del sur con sólo cuatro guardias de escolta. Me pareció un número ridículo para el tesoro que se suponía que llevaban para construir un convento, al que iban un grupo de monjas también escoltadas. Dudé de la información, y eso debió verse en mi cara porque Radoslav, que estaba tirando al suelo a uno de los jóvenes, se acercó a mí.

- “Parece un buen botín – dijo, sacudiéndose la tierra. – Y podremos violar a las monjas. Y que ellos también las violen. Parecen algo novatos, y esto les vendrá bien.” –

- “¿Para que ‘se hagan hombres’? – sonreí. Me sonrió. – Duldrag, quiero ver al informante. El número de guardias me parece ridículo.” –

Duldrag obedeció. Trajo de la oreja al pastor que había pasado la información, un muchacho con un burro, que pareció intimidado ante Radoslav. Y después pareció más intimidado mirándome a los ojos, porque yo lo miraba fijo, pero había algo más en sus ojos.

- “Señor, soy Visani. Os juro que digo la verdad. Se pararon en una posada del camino porque una de ellas estaba indispuesta. Pero han dicho que hoy iban a seguir. Solamente cuatro soldados.” –

Tragó saliva. Ante mi silencio evaluativo, y dándose cuenta que al menos no iba a morir pronto, tomó valor para seguir.

- “Señor, esta información vale mucho. Soy un pastor de la región, puedo informaros cada vez que sepa algo... Por unas monedas.” - Codicia y miedo en su mirada, por partes iguales. Guardé silencio un momento, y asentí.

- “Atacaremos. – y me di vuelta a Duldrag y Radoslav – Que dos vayan a comprobar todo al camino del sur. Se quedará con nosotros hasta que comprobemos la veracidad de su información. Y que le quede claro, en caso de haber mentido...” –

Me sonrieron. Asentí otra vez. Pero no hubo necesidad de retenerlo mucho tiempo, porque sólo unas horas después llegaron dos de los jóvenes describiendo exactamente lo que el pastor nos había dicho. Así que fui a buscarlo, sentado entre cuatro de nuestros mejores jóvenes y con Duldrag dando vueltas alrededor, incapacitado siquiera de decir nada por el miedo.

- “Ve. Espero más información. – dije. Y me dirigí a Duldrag. – Recompénsalo, y que nadie le haga nada.” –

No costó mucho preparar la emboscada. De verdad eran cuatro caballeros, dos delante y dos más en la retaguardia con el conjunto de monjas. A esas alturas no necesitaba demostrar nada para continuar teniendo el respeto de todos, pero de todas formas vi que estaban expectantes. Ninguno de los jóvenes me había visto en acción nunca. Así que antes que ninguno reaccionara, fui el primero en cargar.

Los dos de adelante se encontraron por un momento sorprendidos al verme, con una armadura de noble imperial y una hermosa espada búlgara saliendo de su vaina colgada en mi cintura. Aun así, sacaron sus armas al instante, preparados para defenderse. Pero no les sirvió de mucho, porque los destrocé a espadazos con furia, con una ferocidad que me había olvidado que tenía. Los pateé a un costado, lo que quedó de ellos, en medio de los gritos de las mujeres.

El gigante aulló y cargó con el resto de la banda hacia la retaguardia, donde había monjas tratando de huir y dos soldados que no hicieron mucho. Radoslav y Duldrag dejaron camino a los más jóvenes, dejándolos probar suerte con cierta ayuda, y pronto los despedazaron por completo. Luego se encargaron de cercar al tesoro y a las monjas, que lo único que hacían cuando me uní a ellos era rezar de rodillas a una virgen para que las ayudara a soportar lo que iba a venir.

- “Señoras, no se molesten ni en gritar ni en rezar – dije. – Nadie va a venir en su ayuda.” –

Me dejaron a la más bella del grupo. Las siguientes fueron para Radoslav y Duldrag. Las demás pasaron una y otra vez por los jóvenes, y luego por quien las quiso. Las arrastraron a lo profundo del bosque, silenciándolas para que no hicieran escándalo, y cuando todos se hubieron saciado, les dije que me trajeran a la que más se había resistido. Me trajeron a una muchacha menuda, de ojos furiosos, desnuda y con la piel ensangrentada.

- “Miren – les dije. – Porque sólo lo voy a hacer una vez... por ahora.” –

La torturé, ante la mirada de toda la banda y de todas sus compañeras. No quería información, no quería doblegar su voluntad. Sólo la torturé, empezando por ahogarla sin dejarla desmayarse, hasta hacerle sentir que perdía sus miembros de a uno. Cuando ya estaba al borde de la muerte, ella y algunas de sus compañeras para las cuales el espectáculo había sido demasiado, le saqué el ojo derecho con el cuchillo. Lo miré, y ante el silencio de todo el resto, lo volví hacia ellos y sonreí.

Aprendieron rápido. Las torturaron de formas que no se me hubiera ocurrido que se les iban a ocurrir, y para el final del día tenía veintidós ojos más para mi colección, aunque fueron todos a un mismo frasco porque no eran mucho más que eso. Las cortaron todas, dejaron escritas cosas imposibles de leer porque casi nadie sabía escribir, y nos volvimos al campamento llevándonos todo lo que tenían de valor. Habíamos atacado lejos de nuestro escondite, a sabiendas que sería mucho más difícil rastrearnos de esa forma, y borrando nuestras huellas llegamos de nuevo. No me opuse a una celebración, ese mismo día.

Los meses siguientes hubo abundancia, y celebración a conciencia. Los jóvenes pudieron probarse y continuar entrenándose con los hombres del que gobernaba Sighisoara, un tal Bratovich como el que nos había expulsado de sus tierras hacía tiempo, y si bien algunos volvieron heridos, no hubo ningún muerto.

Se hacían más resistentes, de verdad aprendían, pero a mí me preocupaba. Los había estado enviando a diferentes partes, para ver cuán bien estaba defendida la ciudad, y aparentemente la muralla no era necesaria. Tal como había pensado al principio, estaba muy bien protegida.

Y aquí estoy hoy, mientras se termina el año, preguntándome cómo pude pasar tanto tiempo sin tener una banda. Fueron muchos años de problemas. Y me he acostumbrado a mandar más rápido de lo que me pude dar cuenta de ello. Dejo las cosas menores e intermedias a los jóvenes, que tienen que seguir volviéndose mejores antes, y de las otras se encarga Duldrag, o incluso Radoslav.

De las peores, como siempre y cuando no me las piden ellos, suelo encargarme yo. Han tenido sus oportunidades de gloria y las pasaron con éxito, todos ellos. Duldrag ya ha dejado su falta de entusiasmo y Radoslav finalmente ha encontrado su sitio. Y yo, a mí me falta mucho para encontrar lo que quiero, pero me conformo por ahora con estos pequeños placeres.

- “Pero... ¿Por qué me cuentas todo esto?” –

Miro al hombre con vestidos costosos, arrodillado como un perro sobre la tierra delante de mí. A su alrededor está su escolta muerta, está manchado de la sangre de su propia esposa y yo estoy limpio, parado haciendo sombra sobre él. La sangre chorrea de mi espada, con la punta hacia abajo, esperando ser levantada de nuevo. Y él no puede verme.
Sonrío.

- “Porque tenía ganas. Y porque no se lo contarás a nadie. “ –

La cabeza rueda, ciega, regando el suelo con la sangre como lágrimas de sus cuencas vacías.

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03/02/2008, 20:00
Iakov Basarab.

Iakov Basarab: Los Dhaeva de Transilvania: Relato Inicial.

Mi nombre es Iakov Basarab, no debes olvidarlo nunca, si quieres que me plantee si quiera el no matarte...

El pobre desdichado que estaba sentado en la fría alcoba, con los dedos entumecidos, miraba a Iakov con verdadero pavor. Debía estar loco por haber hecho caso a la gente que le había dicho que seria un buen relato, el de la vida de un Basarab, eran conocidos en todo el poblado de Rimnicu Vilcea, como sanguinarios, feroces e implacables, y el hombre que tenia ante él, si lo que contaban era cierto, era el peor de todos los Basarab. El guerrero le miraba ahora con ferocidad, por un momento, le pareció que el hombre que tenia delante había dejado de ser humano hace tiempo, para convertirse en un ser despiadado como un demonio. Iakov comezó otra vez a hablar.

Como te he dicho, mi nombre es Iakov Basarab, y si quieres saber de mi vida escribe, y reza si sabes hacerlo porque me guste lo que escribes, nací en Balgrad, en 920, quizás tu conozcas la ciudad de Balgrad por Alba Iulia. Sí, no pongas esa cara, tengo 30 años, aunque es cierto que aparento bastantes menos, todos en mi familia parecemos mas jóvenes de lo que somos.

En el Año 924 nació Sveta, la doncella que habrás visto para llegar a esta alcoba, yo tenia 4 años, Gorgo, quien se encuentra en estos momentos fuera del castillo, tenia 9 años, por aquel entonces no estábamos aún al servicio del Conde de Valcea, si no al servicio de mi tio Blaatu Basarab, Conde de Balgrad, no fue hasta el año pasado cuando nos establecimos aquí, al servicio del Conde Czescu, con tan solo 11 años mi hermano Gorgo me enseñó el adorable arte de la guerra, y me hizo ver lo bonito que hay en arrebatar una vida.

Iakov se calla por un momento, parece sumido en algún sádico recuerdo, el cronista, está asustado, no se atreve ni a respirar, el silencio parece querer asfixiarlo, como todas esas historias que cuentan de seres salidos de las sombras para matarte. Ivan, pues así se llama el cronista, tiene una frase en la cabeza: lo bonito que hay en arrebatar una vida. ¿Lo habrá dicho en serio?

Desde luego este hombre no es de los que bromean, es más, parece que no sepa lo que es la risa, es un demonio decidido, un demonio consagrado a la guerra, que se deleita derramando sangre, y que mata por la mínima provocación. Pero Ivan es un buen cronista, y los buenos cronistas no dejan de preguntar cosas por miedo, así que le hizo la pregunta: Señor Iakov, ¿es cierto? ¿Es cierto que fue usted quien mató al Capitán Sbarru, cuando estaban repeliendo el ataque magiar?

Iakov se gira bruscamente, sus ojos parecen incendiados de puro odio, haberlo sacado de su ensonación, con esa pregunta no le parece ahora a Ivan, la mejor forma de salir de allí con vida.

Pero Iakov, relaja un poco su mirada, saca su daga, y la clava con brusquedad en la mesa, diciendo:

Ten por seguro, que si El Conde de Valcea no me hubiese prohibido expresamente rebanarte el cuello, ahora estaría bañándome en tu sangre, ¿de verdad quieres saberlo?

El Capitán Sbarru era un hombre débil, un arrogante y presuntuoso, que no podía respaldar sus palabras con sus acciones. Degradaron a Gorgo por su culpa, nos expulsaron del castillo de Balgrad por su culpa, Sí, yo lo maté, y lo volvería a hacer sin dudarlo un instante, a él, y a todos los cobardes que me delataron ante el Conde. Mi hermano es y siempre será mejor Capitán que Sbarru, pero fue degradado, y mi padre, el propio hermano del Conde de Balgrad, obligado a barrer los pasillos y realizar otras tareas de plebeyos, si no fuese porque el Conde es también un Basarab, hubiese incendiado el castillo con él dentro.

Infame, no merece llevar sangre Basarab, tratar así a su propia familia. Al menos pudimos conservar todas nuestras riquezas. De todas formas este cambio forzoso de domicilio, ha sido para bien, aquello se me quedaba pequeño, mi tío tenia muchas riquezas, pero no tenia elegancia, ni clase, el Conde de Valcea, por contra, es todo majestuosidad y elegancia, parece mas un dios, que un hombre, pero un dios de verdad, de los poderosos, como aquellos antiguos de los romanos y los griegos, y no el dios cristiano, en su cielo, tan ajeno a lo que pasa en “su” mundo.

El Boyardo Dagu Vilcea parece también un buen hombre, aunque aun no lo he tratado demasiado, seguro que estas aquí por él, ¿qué quiere? ¿un informe de nosotros? Que venga en persona, y le daré mi informe con la punta de mi bota.

¿Quieres saber que pasó el día que asesiné al Capitán Sbarru? Era un día frío, el terreno estaba embarrado, el día anterior estuvo lloviendo sin parar, y este no apuntaba mejor. Los cadáveres de ambos bandos eran cuantiosos, esos Magiares son fieros adversarios, guerreros dignos de luchar conmigo y con mi hermano, a pesar de ello el Capitán Sbarru nos conducía pésimamente.

Los incursores Magiares estaban siendo rechazados, pero la infantería estaba siendo machacada, no salía rentable aquella empresa, no salía rentable la perdida de vidas, al menos que fuesen a nuestras manos, así que cuando tuve la oportunidad hundí mi espada hasta el mango en la espalda del Capitán, y debería, haber fulminado a alguno más, que sabia que no se mantendría callado, pero hasta el ultimo de nosotros era necesario para salir de allí.

Los siguientes años, mi tío nos miraba con horror, con vergüenza, cuando lo habríamos dado todo por él. Hasta que al final, su chambelán, nos dijo que debíamos abandonar el Castillo de Balgrad, y dirigirnos aquí, para servir a este nuevo Conde, por suerte aunque el camino fue difícil, no tuvimos grandes dificultades, y entre mi hermano, nuestros hombres y yo, detuvimos dos intentos de saqueo, el castillo en si, como verás es algo frío y sobrecogedor, pero el Conde es un gran hombre, nos deja llevar nuestros asuntos en privado, y es un buen señor feudal, si más gente fuera como el, poderosa, inclemente, influyente, el mundo iría de otra manera.

Ivan estaba asombrado ante las palabras de Iakov, sin duda alguna ese hombre era un psicópata, disfrutaba enormemente de la guerra, recordaba la atrocidad cometida y se regocijaba en ella, sólo lamentaba, que su tío no lo hubiese comprendido, ¿qué pensaba? ¿que lo hizo por el bien de su familia?

Se hizo un flaco favor, a él mismo y a su hermano, consiguió perder la reputación que su familia se había labrado, y estaba orgulloso de ello. Prefería la reputación de sanguinario y despiadado, antes que la reputación de una de las familias con mas antigua Ascendencia de Transilvania, no todo el mundo tenia sangre de Huno, ni podía jactarse de proceder de una de las mas antiguas y nobles familias, y sin embargo él, ese hombre, se deleitaba tirando por la borda toda la reputación sólo por su placer personal, y por la reputación de la sangre y la guerra.

Había llegado el momento, Ivan no era en realidad un escriba, en todo el tiempo que había estado allí, solo había escrito una confesión y un testamento, en los pergaminos. Su misión era matar a Iakov y a Gorgo, tenia que hacerlo, ya se había demorado bastante, así que aprovechó que Iakov había dejado su daga clavada en la mesa, la cogió y se lanzó contra él, los filos se clavaron, en el costado de Iakov una daga se hundía casi hasta el mango, pero, aquel hombre no había cultivado una fama tan grande en vano, girándose había cogido su espada, y la hundió en el pecho de Ivan, cuando este se lanzaba a por él.

Pobre infeliz, comenzó a decir Iakov, ¿querías matarme? Jajajaja, eso es casi imposible, para un necio como tú. Debo reconocer, que has sido calculador, frío y paciente, pero nada más que entraste aquí supe que no eras un escriba, tu porte, tus manos, tu forma de mirar el entorno, o eras un soldado o un asesino, y no pareces tener la templanza de los primeros, así que deduje que eras un asesino... Ugghh esto duele, ahora contéstame a algo, le dijo mirándole a los ojos. ¿Amas la vida? Pues no le tomes demasiado cariño, pues vas a morir pronto, todos lo haremos algún día, pero hoy no es el mío. Diciendo eso, se sacó la daga de su propio costado y la hundió en el cuerpo del asesino, haciendo que este muriese exhalando un último gemido agónico.

Venga, va, ¿y tú como sabes eso? ¿Acaso estuviste allí? Creo que sólo eres un mentiroso que nos cuentas esto de Iakov, para que te paguemos otra copa.

Me estás llamando mentiroso, pues mira, he aquí el testamento que mi señor Iakov, me hizo recoger de la mesa, junto al cadáver del asesino, comprueba lo que te digo, yo oí que el señor hablaba de su pasado y escuché tras la puerta, así puedo contaros ahora esto. Tened por seguro que si mi señor se entera, mañana habrá un amanecer rojo en el castillo, ahora debo volver, pues mis tareas no se harán solas, y no quiero probar la ira de mis señores de nuevo, aún me duele cuando me acuerdo.

Por cierto, si sabéis de alguien que este dispuesto a ayudar a un pobre infeliz a librarse de unos amos tiranos, sabed que sé donde guarda sus florines la familia.

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10/02/2008, 03:55
Radoslav el Azote.

Radoslav “El Azote”: Los Dhaeva de Transilvania: Relato 0.

Nací en Sofía, la capital del Imperio Búlgaro, el 26 de Mayo del 922.

Miembro de una familia de nobles menores, fui criado entre frías damas y salones, ya que los miembros masculinos de mi familia eran todos caballeros, quizás esa crianza es lo que hizo de mí un chico más bien débil. Mi padre tenía tierras en el Imperio y relación con la Guardia del Zar, lo que me aseguró un puesto en esta a los 16 años, sobre todo después de un incidente que tuve en esos tiempos.

Iba con mi padre desde el castillo hacia nuestro hogar, él me había llevado a ser presentado ante el Capitán de la guardia para integrarme a ella, mi estatura, prodigiosa para esa edad, había llamado la atención, mas no tenía el carácter para luchar contra un hombre de verdad.

En el camino de regreso, nuestro carruaje fue atacado por bárbaros magiares, y los criados que nos acompañaban murieron en el primer ataque, mas mi padre era un gran guerrero, y no dudó en enfrentarse al grupo, ya que no era muy numeroso, pero en el enfrentamiento, quedé solo y recuerdo como uno de los bárbaros me atacó, pero estaba la lanza de nuestros criados. La tomé y no dudé en atravesarlo con ella, la fuerza, tanto de mi cuerpo como de mi alma no demoró en brotar, levantando al hombre empalado. Luego lo dejé caer, y fui detrás de otro que estaba en las cercanías, y por la espalda, le atravesé el cuello. Cuando mi padre espantó a los últimos, yo estaba empapado en sangre, y algo había muerto dentro de mis ojos, y había nacido algo mayor, más oscuro y terrible. Eso me cambió para siempre.

- “Ja ja ja, había olvidado eso, la primera vez que maté.” –

Me digo mientras acechamos una caravana con monjas y pocos guardias junto a la Banda Sacaojos de Iakov, mi Banda.

Matar a los 16 años, después de jamás haber visto sangre es algo que te marca. Después de ese incidente me recibieron con los brazos abiertos en la Guardia del castillo, me entrenaron en equitación, estrategias de guarnición, tuve largos turnos de guardia que cumplir, recibí bases de medicina, entrenamiento en combate cuerpo a cuerpo, entrenamiento en todo tipo de armas, sin contar el largo y extenuante entrenamiento físico que realicé, y que hizo de mí el hombre que soy.

Miro mi espada, aún tiene la marca familiar, no es fácil de borrar ese tipo de símbolos. Me la regaló mi padre el día que me aceptaron en la guardia. Aún recuerdo lo que dijo:

- “Toma hijo, esta espada es el símbolo de nuestra familia, mientras estés blandiendo este símbolo, serás un Blaaba. Estoy muy orgulloso de ti, quizás esto no sea mucho, pero si Dios te acompaña, algún día serás Caballero, espero estar ahí.” –

No quiero ser Caballero, no quiero ser como mi padre, que murió en una incursión bárbara, sin gloria y sin nada más que sangre derramada. Sus funerales fueron tristes, no hubo nada que me inspirara a vivir así, quiero más, siempre lo he querido. Quiero una leyenda.

Atacamos a los Guardias, es reconfortante luchar y ver nuevamente sangre, es… adictivo. Luchar junto a compañeros es divertido, nunca olvidaré la batalla de Constantinopla, aunque en ese momento lo que menos tuvo es diversión.

Recuerdo que llegamos con un gran ejercito, Nuestro aliados Rusos de Kiev lideraban el ataque. Soltando un poco mi sed de combate me ofrecí a mis superiores para participar en esa lucha, de alguna manera nunca quise ser un simple guardia.

Avanzamos por meses hasta llegar a Constantinopla, en el Oriente. A pesar de nuestro numero, la organización dividida en bloques, generó un desorden, uno que nos pesó demasiado.

Los bizantinos eran astutos y organizados, supieron explotar nuestras falencias, y a pesar de que maté más soldados de los que puedo contar, nuestro ejército tuvo que retirarse. Después de todo fue una matanza, y eso me hace recordarla, pero el sabor amargo de la derrota jamás se borró.

Recuerdo que en el grupo que escapé no había oficiales, así que los guié para saquear los poblados cercanos, y hacer más ameno el camino a casa. Aunque no supuso grandes beneficios. No seria la última vez que derramara sangre bizantina.

Volvimos derrotados a casa, aunque no sin nada, los saqueos nos dieron matanzas, tesoros y mujeres.

- “Y que mujeres eran esas, pero tu no estas nada mal, hermana.” - Digo mientras violo a una de las monjas.

Después en casa, volví a ser un simple guardia, como me deprimía eso, hasta que necesitaron gente para atrapar bandas de bárbaros magiares. Los odio, siempre los odié, fui el primero en ofrecerme. Les perseguimos por semanas, cuando llegaban noticias de su presencia en una aldea, partíamos de inmediato, sólo para encontrar cenizas. Sólo me frustraba, y me hacia más idolatrar el momento de abrirlos en dos con mi espada, pero fueron muy escurridizos. Recorrimos toda Bulgaria en su búsqueda, incluso territorios Moravos recorrimos tras su pista, y nada.

Un joven Caballero se unió a nosotros, su apellido era Kruskul, era inteligente, más de lo que yo jamás seré, él dijo algo de anticiparse a ellos. Recuerdo como era de mañana, la niebla aún cubría el suelo del bosque a las afueras de aquel poblado. Yo miraba a mi alrededor, en el más absoluto de los silencios, y aparecieron, con sus ropajes hediondos y sus barbas mal cuidadas. Pobres criaturas, como disfrutaría verlos sangrar.

Caímos sobre ellos antes de que lo supieran, y matamos a la mayoría en la primera oleada, cuando sacamos nuestras armas de la carne de los cadáveres, el resto ya estaba corriendo, pero unos cuantos se quedaron. Fui a por los que corrían, cuando los alcancé, maté a uno, y otro me atacó, pero le maté y quedo uno, que tropezó al intentar arrancar. Le pisé la espalda y le clavé mi espada en un brazo. Luego se la saqué y le estoqué la pierna derecha, pero no le maté, disfrutaba el momento. Él me pregunto que quería, me pidió que lo dejara ir, creo que era joven, no un gran guerrero como otros que había visto antes, vi el miedo en sus ojos, y le dije mis deseos:

- “Quiero oírte gritar.” –

Y gritó, pero sólo para que lo dejara. Eso no bastaba, era débil, y mi intención nunca fue dejarlo. Le corté el otro brazo a la altura del codo, y esos gritos si me complacían, pero Kruskul lo escuchó, y fue allí. Intentó detenerme, me sacé de encima de él y me dijo que no permitiría eso en su grupo, que él estaba al mando, que la batalla era una cosa, y la tortura algo muy diferente, y un montón de basura más.

Allí, solos entre esos árboles, sin testigos, le corté la cabeza al caballero cuando me dio la espalda, y su sangre brotaba igual que la del resto de hombres que había matado. Y debo admitir que fue aun más satisfactoria su muerte, porque aparte de lo que significaba por sí sola, me era útil, porque recibiría los elogios que él no. Además, ya no le soportaba, malditos caballeros, ya tuve mucho de ellos, siempre tan correctos, siempre tan nobles, los odio.

Cuando volvimos con las noticias de la muerte de los bárbaros y que el caballero había muerto a manos de ellos en el enfrentamiento, hubo elogios para él, pero para mí no hubo elogios ni premios, sólo más trabajo de guardia.

- “Maldito Kruskul, le maté porque le odiaba, pero a ti te mato porque no puedo llevarte, y eres una carga.” - Digo mientras atravieso a la monja con mi espada.

No fue la ultima vez que matamos bárbaros, pero sí la que mas recordaré, el resto fue sólo trabajo.

Miro el cuerpo de uno de los guardias que asesiné, de una raza hermana, similar. No es como cuando matas bizantinos, pero el sabor de la muerte de los miembros de países vecinos también es bien apreciada por mi espada.

Recuerdo que en el 944 la alianza con los Rusos de Kiev se rompió, y aunque había luchado a su lado en Constantinopla, me bañé en su sangre sin ninguna contemplación, las pequeñas incursiones a sus aldeas, a pesar de no ser gloriosas, me daban placer, sobre todo violar rusas, eso era vida.

Pero los saqueos menores terminaron cuando me llamaron a realizar saqueos en la frontera de Constantinopla. Algo de una guerra contra Musulmanes y que tenían bajas sus defensas, y que más se yo. El hecho es que era nuestra oportunidad de realizar saqueos. Pasé hasta finales del 944 realizando saqueos en la frontera Occidente del Imperio Bizantino. Ahí me hice de renombre, alguien me vio luchando y me llamó: “El Azote de Bizancio”, pero se comentaron algunas de mis otras luchas, y el apodo se redujo a simplemente “El Azote”. Debo reconocer que me gustó, tenía estilo, era amedrentador, y sobre todo, me hacia popular. Me daba el pie para comenzar mi Leyenda, pero entonces descubrí por que ésta nunca llegó.

Ahora que veo a Iakov marchar hacia el campamento, me ratifico lo que pensé en el momento de conocerlo, fue en nuestra última incursión:

Mi grupo se acercaba a un poblado, era un poblado que ostentaba a todas luces tener gran cantidad de riquezas, cosa que sólo después de la caída me daría cuenta de lo antinatural de eso. Le asaltamos de noche, ya que creíamos habernos acercado sin ser percibidos, cuando llegamos a las calles, nadie estaba ahí, pero bastó que pateáramos una puerta, para que un destacamento completo de soldados bizantinos nos emboscara.

Todo había sido un truco para atrapar a los búlgaros saqueadores. Caímos completamente, la mayoría de mis hombres murieron, el resto se dispersó, y si no es por la suerte de estar cerca de un establo cuando llegaron los enemigos, yo tampoco podría haberme salvado de aquella matanza.

Vagué solo por semanas, para cuando llegue a Bulgaria, todos sabían de nuestra derrota. Mi superior, el que siempre me dejo ir a las incursiones por mis capacidades demostradas, me dijo que le había fallado y decepcionado, que por mas hábil que fuera con la espada, no tenia la inteligencia, la astucia y la estrategia para ser un verdadero líder, mi arrogancia me cegaba y no me dejaba ver claramente que era mejor, no lo suficiente para guiar a mis hombres a la gloria, y que por mi culpa buenos hombres habían perdido la vida.

Pero dijo que aún me necesitaba, y como compensación me dejaría seguir en la guardia, pero me dijo, como amigo, que olvidara las incursiones, para siempre.

Eso me destrozó, no podía soportar la idea de ser un miserable guardia en un castillo al que ya siquiera respeto profesaba, hombres que jamás serian lo fuertes que yo era, me mandaban. Era incluso peor que haber muerto en la batalla.

Pero por eso Iakov tiene mi vida a su servicio, por que ya la salvó.

No pasó una semana cuando me llegó el rumor de que en las mazmorras estaba encerrado el Audaz Iakov “El Ensartaojos”, cuando lo escuché, ni siquiera supe quien era, había estado fuera mucho tiempo. Pero no demoré mucho en enterarme de sus hazañas, y todo lo que hizo mientras yo estaba fuera, y de su captura mientras yo cazaba bárbaros. Entonces pensé, esta es mi oportunidad, él tiene la astucia que yo no tengo, si nos uniéramos, nuestra leyenda seria inolvidable.

La idea de la traición me era tan tentadora, como indiferente me era la causa de los búlgaros. Años de matanza lograron hacer que mi única causa fuera el botín de la matanza, sin despreciar el placer de la misma. Probar mi poderoso puño es algo que jamás podría hacer como guardia, y ese no era el destino de “El Azote”.

Pero Iakov llevaba mucho tiempo encerrado y esperando morir, no seria fácil una huida, entonces basé mi plan en mis conocimientos médicos, necesitaba varias semanas, incluso meses para recuperar el estado de un hombre, dependiendo de su situación actual. Tenia que actuar con rapidez.

Por suerte conocía al guardia de las mazmorras, quien tenia el turno nocturno, luchó conmigo en el 941, en Constantinopla, y saqueamos por varios pueblos juntos, Capresku se llamaba, era Caballero, pero una lesión lo tenia haciendo turnos de carcelero. Le hable de algunas historias, y recobre lazos con él, bebimos unas botellas juntos, recuerdo lo bueno que era para la bebida. Le emborraché y le convencí de que durmiera, que yo seguiría con la guardia, y mientras dormía. Tome las llaves y fui en busca de Iakov hacia su mazmorra.

Iakov nos da felicitaciones por el trabajo, y nos habla de los que quedan por venir, nos da esperanzas de que vamos a un buen destino, esperanza, ja ja ja, es lo que menos tenía el día que le conocí, si debe agradecer a alguien, a ese es a mi, yo le di esperanzas, a la vez que él me las daba a mí.

Al entrar en la celda, un fétido olor me golpeo en la cara, recuerdo que pensé que ya estaba muerto, pero al verlo con vida supe que si hubiera muerto, en esa celda habría mejor olor.

- “¡Estas Vivo!, sabia que un tipo como tú no podía haber muerto solo en este agujero.” –

Le dije que era una leyenda, pero que todos le daban por muerto, y él me respondió con su voz famélica, pero aun a través de su lastimada garganta, se oía el sonido de la soberbia. Ese tono lo conocía muy bien.

- “¡Soy Radoslav, “El Azote”! ¡He matado a muchos!”. - Cuanto me enorgullecía decirlo, sobre todo a alguien que seguramente lo apreciaría.

Le dije que me enviaron a matarlo si aún no lo estaba, pensé que eso le mantendría atento a las posibilidades, luego le presenté la opción de liberarse, pero no antes de que prometiera llevarme, si era tan astuto como cuentan los rumores, podría dejarme en cualquier lugar para que me atraparan, y no me daría cuenta hasta estar en una mazmorra.

Le cambie de celda, y puse un cadáver en la suya, eso distraería la atención, ya que le haría creer al resto que ya esta muerto. Le alimenté todos los días con comida muy nutritiva, todas las noches embriagaba a Capresku, yo aguantaba mucho mas que él, y mientras él dormía, llevaba cosas e instrucciones para Iakov.

Así paso un año, y mientras él se recuperaba, se acercaba la hora de nuestro escape, debía ser perfecto, y necesitaba un disfraz para Iakov. Así que mi cercanía con Capresku me sirvió perfectamente, debía matarlo y robar su armadura para Iakov, pero sabía que Iakov necesitaría lo mismo que yo necesitaba para encender su alma… sangre. Así que le lleve a Capresku borracho a su celda, y se lo preparé, para que viera su sangre brotar.

Con la armadura de Capresku, el escape debería ser más sencillo.

Iakov Tiene la espada en su mano, la misma espada que le di de un guardia durmiente, recuerdo cuando le di esa espada, apenas podía tomarla, ni pensar en blandirla. Esa noche escapamos del Castillo, caminamos, mientras Iakov se hacía pasar por Capresku, tomamos caballos y nos fuimos hacia el portón, pero el rastrillo estaba abajo, no seria fácil conseguir que lo abrieran.

Dejé a Iakov en el patio, y fui solo a la barbacana, dentro había un guardia, le dije que iríamos al pueblo por mujeres con Capresku, pero él me dijo que Capresku estaba de guardia y que no podía abandonarla. Recuerdo lo nervioso que me puse, le dije que uno de los nuevos lo había suplido, porque estaba demasiado ebrio como para cuidar, pero no me creyó, quizás pensó que sólo queríamos salir para festejar. No creo que haya sabido la verdad hasta que termino asfixiado por mis manos. Era la única forma de que no emitiera ruido. Entonces empecé a subir el rastrillo, pero los guardias de los muros comenzaron a gritar, entonces me aseguré de que el rastrillo quedará en una altura suficiente para que pasaran los caballos y Iakov.

- “Vamos Iakov, sal de las Murallas, Vamos. ¿Por qué tardas tanto?” –

Me decía a mi mismo al sentir la demora de Iakov, pero cuando cruzó el rastrillo, me apresure en cortar la cuerda del mecanismo, cortarle el otro extremo y correr por las escaleras hacia el muro. Los soldados no sabían qué pasaba, y no me atacaron hasta que me lancé con la cuerda amarrada en un bloque del muro para descender la muralla.

Cuando llevábamos varios kilómetros, me di cuenta que Iakov estaba malherido con una flecha en su espalda y otra en su pierna. Temí por su vida, pero más temí por mi futuro, un prófugo sin lugar donde ir.

En esa noche llegamos a las afueras de una granja, vi que tenía establo, y era perfecta para esconderse, al fin y al cabo, yo conocía los procedimientos de búsqueda búlgaros, sabia por donde buscarían primero.

Destrocé la puerta de una patada, había una familia dentro, habría violado a las mujeres, pero estaba preocupado, no estaba de humor para eso, así que les pregunté donde tenían agua y fuego, me dijeron lo que necesitaba y luego les maté.

Calenté agua y preparé vendas, necesitaba a Iakov vivo, así que me esforcé por ayudarlo, dejé a los caballos escondidos en el establo y los alimenté. Pasó una semana antes de que Iakov despertara, y aun así después de ese tiempo me sorprendió que despertara y no simplemente muriera, era alguien fuerte en verdad.

Después huimos hacia el Oeste, fue una persecución cruel e implacable, pero logramos huir hacia Moravia, después hasta Polonia y luego a Cracovia, pero no fuimos más que fugitivos. A pesar de estar siempre ocupados huyendo, fueron tiempos muy aburridos. Nos quedamos un tiempo en tierras germanas, donde Iakov se recuperé completamente.

Iakov ha terminado su discurso, pero veo en sus ojos que algo le falta, ya le conozco bien, y esa expresión ya la había visto antes.

Tuvo la misma expresión en sus ojos por más de un año. Estuvimos en Baviera y Sajonia, y nos labramos gran reputación como bandoleros, incluso aprendí el hermoso arte de sacar ojos, a manos de Iakov, pero él mostraba esa expresión de insuficiencia en sus ojos. Hasta su mente atacó, hablaba con los ojos sacados.

Un día le dije que parecía un loco, y me dijo que debíamos volver a Transilvania. Le dije que estaba más loco de lo que creía, y me dijo que volvería con o sin mí. No sé si fueron mis ganas de seguir con él en nuestra aventura, o si aun algo de noble quedaba en mi, que no quería romper un juramento, ya había traicionado por él y lo había perdido todo. No quería hacerlo otra vez.

Varios meses después entrábamos en tierras Transilvanas, llegamos a un poblado llamado Satu Mare, donde nos expulsaron violentamente, ya que no creyeron que fuéramos nobles. No sé por qué, yo soy noble, y Iakov actúa muy bien. Ese maldito Conde Tiberiu Bratovich manchará mi espada con su sangre algún día. Pero nos desquitamos bien de él saqueando y quemando una iglesia de su condado, lo mejor de eso es que la quemamos con mucha gente dentro, ja ja ja. Fue lo mejor de todo.

Desconozco los alcances de la percepción de Iakov, recuerdo que una vez llegamos a un pueblo llamado Klausenburg, donde un hombre nos hizo ofrecimiento de trabajo, algo que a mí me sonaba bien, o sea, él era el dueño del pueblo, sabia quienes éramos y nos quería contratar para hacer su trabajo sucio. Pero Iakov le hablaba con desconfianza, como si supiera algo que yo no, insistieron en su conversación. Yo en verdad no sabía qué hacer, yo habría aceptado la invitación gustoso, pero confiaba en el instinto de Iakov, dejé que él decidiera. Nos marchamos del pueblo ese mismo día.

Miro a mi alrededor, esta banda de niños jugando a ser malos, no es lo mejor que he visto, pero de lejos es lo único que tenemos, con Iakov. Solos no había mucho futuro.

Recuerdo cuando escuchamos de este lugar. Estábamos en Tirgu Mures robándole ganado a su caudillo, cuando escuchamos el rumor de que en Sighisoara había muerto su gobernante, y que el entupido de su heredero se fue de viaje.

Yo no entiendo mucho de política, pero Iakov decía que era un lugar sin gobierno, perfecto para asentarse, así que marchamos hacia ahí.

Tomamos la Tirsa, porque no tenía más que criados, pero el pueblo esta protegido por un bastardo de sangre noble, y tiene varios hombres. Esta considerablemente bien protegido.

Estamos en el camino cuando aparecen los bandidos, intentan asaltarnos, pero su líder reconoce a Iakov, y no sé como, pero en instantes estamos en este campamento, que ahora es nuestro campamento, el de la Banda Sacaojos.

Pronto tenemos espías que nos dan chivatazos, como el de las monjas que acabamos de hacer.

Pasan los días, tenemos enfrentamientos con los hombre del pueblo, y su noble, Gregory Bratovich, comienza a preocupar a Iakov, que se da cuenta que representa una amenaza mayor de lo que pensábamos.

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22/02/2008, 00:01
Caballero Andru de Bran.

Historia para Andru de Bran (Szantovich), Capitán de Caballería Pesada de Knezi Dumastru Bran.

Caballero Andru de Bran: Los Dhaeva de Transilvania: Relato 0.

Año 927.

Helena, esposa del knezi, se queda embarazada.

Nace Andru Szantovich, hijo de la hermana del knezi. Dumitru de Bran es padrino de Andru de Bran.

La madre de Andru parece enferma, está demasiado pálida. La verdadera enfermedad de la madre de Andru es la mala vida que le da su marido Zaius y el cuidado que tiene que darle a su bebé.

Zaius presume de su hijo ante la corte. Llama la atención la salud y el aspecto del bebé; parece que se lo quita a su madre. El bebé Szantovich roba protagonismo al Knezi de Bran.

Año 931.

El conde Dimitru y su sobrino Andru (con 4 años) pasan mucho tiempo juntos. El hijo del conde, Dimitri (con 3 años) es muy travieso, aun dicen que es demasiado malo para ser un niño.

El padre de Andru pasa de su hijo debido a que no tiene tan marcados rasgos Szantovich como éste hubiera querido. Debido a este rechazo, Andru pasa gran parte de su tiempo en la sala del trono con su tío. Su primo está celoso de esta relación, de que su padre aprecie más a Andru que a él.

Otro motivo por el que Andru pasa más tiempo en los salones del castillo que en su casa es porque su padre le obliga a irse de casa durante el día, para separarlo de su madre y endurecer su carácter, a parte de para aprovechar, humillar y maltratar a ésta sin que su hijo lo presencie.

Un día que vuelve a su casa para comunicarles una petición del Knezi a sus padres, Andru presencia una escena que le marcará para el resto de su vida.

Andru llama a la puerta como siempre la ha obligado su padre a hacer, pero esta vez su instinto le hace saltarse aquello que le han hecho aprender a base de palos.

Abre la puerta con mucho cuidado para no hacer ruido. El chico se mueve sigiloso, cosa que la facilita su corta edad y su peso de niño.

Llega al salón y allí se encuentra con una escena que lo horroriza.

Su madre se encuentra allí junto a su padre, ella está embarazada, pero parece como si a Zaius no le importara. Tiene a sus pies a su mujer, tumbada con la espalda al aire.

Zaius blande en sus manos una manta enrollada y chorreando agua y está azotando cruelmente a la pobre Cristina.

Cristina llora y pide piedad entre sollozos, le dice que ella no tiene la culpa de que su hijo (Andru) no tenga el carácter que le gustaría a Zaius, que él no le ha dado la oportunidad a ella de pasar tiempo con su hijo.

Zaius brama al oír esto, le dice que si está insinuando que es culpa suya que el niño sea un blando y un pusilánime, que no tenía que haberlo dejado que su hermano estuviera tanto tiempo con él, que ella no tenía que hacerse la mártir y llamar de esa manera la atención del knezi sobre su familia.

Todo esto lo está diciendo mientras sin parar de azotarla por todo el cuerpo. También le dice que la matará antes de que le dé otro hijo blando como Andru.

Al ver la imagen de su madre siendo golpeada por su padre, Andru se quedó inmóvil, paralizado, no supo reaccionar. Estuvo allí siendo testigo de toda la escena sin poder moverse, sin reaccionar.

En un momento en el que su madre pudo levantarse, lo vio. La cara de su madre se transformó, parecía como si todas las enfermedades del mundo aparecieran en ella de repente. Su hijo, su primogénito estaba presente en semejante momento.

Tenía que evitar a toda costa que Zaius viera a su hijo. No era la primera, ni sería la última vez en la que ella pasaría por esa situación, no era nuevo para ella. Zaius siempre le había dado muy mala vida. Cada noche volvía borracho a casa y cuando no abusaba de ella, le daba una paliza de muerte.

Haciendo cúmulo de fuerzas hizo que su hijo la mirara y en un susurro le dijo que se fuera.

Andru reaccionó como llevado por las palabras de su madre. Como buen niño obediente que era, Andru se fue de la casa. Al salir de esta rompió a llorar y corrió hacia el castillo de su tío, enrollándose como un ovillo detrás del trono y llorando como nunca había llorado.

¿Cómo había permitido que su padre le hiciera eso a su madre y no había reaccionado? Aún era muy chico, el haber intervenido pudiera haber sido fatal para él. Cuando creciera ya sería consciente de lo que realmente había presenciado y ya sacaría conclusiones y haría las promesas pertinentes.

Año 932.

El príncipe romano Alberico domina la Santa Sede. / Ramiro II de León llega a Magerit (Madrid).

Cristina, la madre de Andru y hermana del Knezi aborta después de una de estas 'malas noches'.

Ha perdido mucha sangre, se ha debilitado mucho. Ha estado clínicamente muerta durante unos minutos, lo que le ha hecho perder parte de su capacidad cerebral. Tiene lagunas mentales muy a menudo.

Nace el segundo hijo del Knezi, una niña, Radovina.

Los años siguientes Andru sufre junto a su madre. Hay días que esta no le reconoce. La angustia de Andru al ver a su madre crece tanto como el rencor que va cogiendo a su padre por los malos tratos a los que la somete. Aunque no presenció ninguna escena de malos tratos después de aquel día, Andru nota en la cara de su madre cuando esto ocurre.

Durante este tiempo Andru recibe palizas de su padre cada vez que se lo encuentra durmiendo en el regazo de su madre. Dice que así llegará a ser un hombre más fuerte y tratará a las mujeres y los sirvientes como debe, y que su madre sólo lo hace blando y débil, lo que hace aumentar el odio que siente hacia Zaius.

Año 933.

Enrique de Sajonia vence a los magiares (húngaros) en Unstrut, Merseburgo. / El Califato árabe oriental queda reducido a la provincia de Bagdad.

En una de las riñas que tiene Zaius con su mujer y Andru está presente, Zaius le hace un corte en la mano a Andru para justificar que tiene que ser un Szantovich. Al sangrar le maldice y le llama 'sangre impura'.

Esa cicatriz le seguirá doliendo durante años. Mientras su padre vive, ya que lo deja de lado para los restos.

También se suceden visitas de la familia paterna a casa de Andru. En ellas se trata a él y a su madre como sirvientes y son objetivo de mofas e insultos.

Año 934.

Ramiro II derrota a los musulmanes en Simancas: a su vez Abderrahmán III ataca Burgos y San Pedro de Cardeña.

Año 935.

Los húngaros (magiares) devastan Italia septentrional y Borgoña.

Muere Cristina, la madre de Andru cuando esté tenía 7 años. La noche antes de morir, su madre llama a Andru aprovechando la ausencia nocturna de su padre.

Cristina: - “Andru, hijo mío, ven aquí que te pueda ver por última vez.” –

Andru: - “Madre, ¿por qué dices eso?” –

Cristina: - “Yo sé por qué te lo digo. Ven con tu madre, mi amor.” –

Andru: - “Sí madre, ¿qué te pasa?, te veo algo triste.” –

Cristina: - “Deja de preguntar y escucha, cielo, ya lo entenderás todo en su debido momento. No seas tan impertinente como tu padre.” –

Andru: - “Vale, me callo, ¿que me quieres contar, madre?” –

Cristina: - “Cuando mañana amanezca quiero que hagas una cosa por mí.” –

Andru: - “Sí, dime.” –

Cristina: - “Quiero que vayas a ver a tu tío y le digas que no quiero que te pase nada, pero que te adiestre como si fueras un Bran de sangre.” –

Andru: - “Pero madre, si soy un Szantovich. O eso es lo que dice papá que tengo que ser”. –

Cristina: - “No le hagas caso a tu padre. Sé que eres un Bran, ¿que te dice tu corazón?” –

Andru: - “Que no quiero ser como padre. Es muy cruel y te hace daño”. –

Cristina: - “Pero no te equivoques, querido hijo, tu padre tiene algo bueno. Es frío cuando tiene que serlo, aunque su frialdad se ha apoderado de su alma, como de la de tus tíos Szantovich, gente cruel e incapaces de sentir amor.” –

Andru: - “Pero...” –

Cristina: - “Para llegar a ser un buen líder tienes que ser comedido. Tendrás que ser duro con tus enemigos y agradecido con tus amigos. Aunque ten en cuenta una cosa.” –

Andru: - “¿Sí, madre?” –

Cristina: - “No te dejes adular como hacen con tu tío. Amigos de verdad se pueden contar con los dedos de una mano. Aunque también hay que agasajar al que te ayuda o está de tu lado, para no hacerle buscar lo que necesita lejos de ti.” –

Andru: - “Así, lo haré madre... ¿qué es esto que me das?” –

Cristina: - “Cógelo, mi pequeño príncipe. Cuando te veas controlado por tu parte Szantovich acuérdate de que tu madre está contigo en el corazón. Y ahí quiero que lo lleves siempre. Júrame que nunca dejarás de ser un de Bran y liderarás de manera justa y magnánima. Y júrame también que protegerás a tu tío de todo mal que se le aproxime.” –

Andru: - “Sí madre, te lo juro... Madre.” –

Cristina: - “¿Sí, Andru?” –

Andru: - “Quiero que siempre estés conmigo. Cuando sea mayor voy a mandar a construir el palacio más bonito que jamás hayas visto, para que todos sepan lo que te quiero.” –

Al día siguiente Andru fue a decirle a su tío las palabras que la noche antes le dijo su madre. Al volver, ésta se encontraba muerta en la cama, con una expresión de increíble paz en su cara.

Tras la muerte de su madre, Andru es víctima de la ira de su padre, ya que intenta cumplir su juramento aunque le cueste su propia vida. Pero su padre quiere que se convierta en un Szantovich.

Año 936.

Otón I soberano de Alemania.

En este año muere su padre intentando expulsar a los magiares. También su tío 'expulsa' voluntariamente a su mujer e hijos, junto a todas las tropas Szantovich de la región.

Su tío el Knezi Dumitru de Bran acoge bajo su tutela a Andru.

Año 937.

Invasiones magiares en Italia, parte de Alemania y Francia.

Año 939.

Acción de Simancas; es contenido el avance musulmán en Castilla y León.

Año 940.

Fernán González, conde independiente de Castilla.

Año 941.

El Condado de Turín es fundado por Hugo de Italia. / Muere el primer conde de Anjou, Fulk I de Anjou. / Expedición rusa de Kiev contra Constantinopla, que es rechazada.

Andru pasa a ser escudero de Valdés el Fuerte con la intención de ser nombrado Caballero en años posteriores.

Este año conoce a Schaar Dvy, escudero de Braul el Férreo y se convierten en grandes amigos.

Año 942.

Marino II sucede a Esteban VIII como Papa.

Año 944.

Los bizantinos renuevan la guerra contra los musulmanes. / Autoridad puramente nominal de los califas de Bagdad.

Tras tres años de escudero, Andru es nombrado Caballero por su tío.

Año 946.

Agapito II sucede a Marino II como Papa. / El Patriarca de Constantinopla es Teofilacto. / El 26 de mayo fallece Edmundo I el Magnífico, rey de Inglaterra.

Año 947.

Los magiares recorren y saquean la península itálica.

Andru participa con éxito en la defensa de unos pueblos fronterizos ante ataques magiares. Gracias a su buen hacer es nombrado Capitán de la Caballería Pesada.

Tras el nombramiento, coge como ayudante a su buen amigo Schaar Dvy y se convertirán en inseparables desde entonces.

Reseñas destacables:

- Al ser un Szantovich la gente suele desconfiar de Andru (Linaje Infame).
- Suele residir en el Castillo con su tío desde que su madre murió, aunque mantiene su imagen de noble independiente de su tío haciendo fiestas y recepciones propias en su mansión de la ciudad.
- Belicoso, con impulsos violentos, no permite que nadie mancille el nombre de los Bran, y menos aún el de su madre María Cristina de Bran. Únicamente se puede reprimir gracias al respeto que sentía por ella y que le prometió ser justo en su actitud.
- Ha jurado sobre la tumba de su madre hacerle pagar a los Szantovich todas las afrentas sufridas, aunque tenga que venderle su alma al diablo (vamos, que si me pueden vampirizar, me vampirizo :) ).
- Tiene plena confianza en sus posibilidades de llevar a buen fin su cruzada propia contra los Szantovich, pero de momento tiene que dedicarse a proteger a su tío antes de provocar una guerra abierta contra su apellido paterno.

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22/02/2008, 00:25
Chaman Zelev el Amo de los Espíritus.

Chamán Zelev el Amo de los Espíritus: Los Dhaeva de Transilvania: Relato 0.

PRELUDIO.

Año 910 d.C. Niño.

Hungría, seno y origen de las tribus nómadas magiares. Apenas catorce años atrás no se les atribuía esta tierra. Así debía de ser, para los magiares, toda la tierra es nuestra tierra. Los magiares, guiados por Árpád, cruzaron los Cárpatos y dirigieron numerosas incursiones por Italia, Alemania y Francia.

Nací en las cercanías de Ausgburg, acunado en la tribu tras la victoria frente a la armada imperial de Luis el Niño. Algunos supersticiosos sintieron el mal presagio que suponía nacer tras derramar la sangre sobre la tierra.

Mis llantos atrajeron las almas de los derrotados, almas perdidas en su causa, confundidas en el campo de batalla. Mi propia gente susurraba mi extravagancia. Así se forjó mi destino, al poco tiempo de nacer, el chamán de la tribu, Kurikanis, mi tío-abuelo, había posado su mirada en mí. Se ocupó personalmente de mi educación antes de que fuera incluso consciente de la bendición que los Dioses del Cielo me otorgaron.

A pesar de su tutela, tuve una infancia difícil. No era aceptado por el resto de niños de la tribu, cuyas madres se ocupaban de envenenar sus inocentes cabecitas con historias de maldiciones y desgracias que atraían mi presencia. No poseía más amigos que mi tutor. La soledad rodeaba mi ocio, ni los animales que nos acompañaban deseaban mi compañía.

A los ocho años decidieron encargarme al ganado y no precisamente como pastor, los animales se sentían incómodos cuando estaba cerca. Las mujeres no toleraban que nuestro sustento se dejara en mis manos. Pero Kurikanis encontró en mi cierta utilidad, asignándome la tarea del perro pastor. Éramos frecuentados por manadas salvajes de lobos en nuestro viaje. Lobos que huían aterrados con mi fija y profunda mirada. Comencé a ser consciente de mi don, algo que enloquecería a cualquiera que no naciera con ello. Sentirme útil para la tribu, sentirme aceptado pese a mi espectral aura, mantuvo la fuerza que mi cordura necesitaba.

También mantuvo mi odio, pues los insultos y críticas no cesaban con el paso del tiempo, mi agresividad se hizo notar, al punto de alcanzada la edad de 10 años, se me consideraba bastante fuerte. O al menos eso comentaban las magulladuras de los enfrentamientos con los niños y no tan niños que continuaban atormentándome.

Pronto estaría en el campo de batalla. Cosa que me inundaba de orgullo y voluntad. La oportunidad estaba cerca. Estábamos a las puertas de Italia, dispuestos para una nueva invasión.

Fueron cuatro largos años de espera, en los que mi rabia acrecentaba al ritmo en que las piedras presentaban ya poca dificultad. Las tribus nos separábamos dirigiéndonos a distintos países. No era la mejor estrategia, enfrentarse a cinco países no era lo mismo que enfrentarse a uno solo, pero sí ofrecía en todo caso, más sangre que derramar, mi anhelado deseo.

Llegábamos al norte de Transilvania. Mi destreza con la maza se iba a poner a prueba. Estaba tan entusiasmado, caminando agradecía a los dioses del cielo su tutela. En su nombre algún día, ofreceré las almas de todos aquellos débiles, de todos aquellos ingratos que destruyen nuestra tierra.

Año 924 d.C. Guerrero.

Comenzaron las incursiones por estas tenebrosas tierras. Aprendía de los valerosos hombres de la tribu el arte de matar. A pesar del desprecio de tantos años, a la hora de luchar me consideraban uno más.

Mi orgullo se regocijaba cuando en la batalla se desvanecían los rumores, las frías miradas. Mi desgracia se tornaba en respeto, por el cual nadie se atrevería a insultarme más, pues ya eran conocidas mis violentas respuestas entre la tribu.

Había encontrado mi posición en la tribu. Como adulto, se acabó la soledad y el sufrimiento, la madurez me inundó al tiempo que la sangre de enemigos salpicaba mi cara, esbozando una sonrisa, disfrutando al poder descargar todo el odio acumulado con el largo transcurso de los años pasados.

No encontramos resistencia alguna en nuestro viaje. Conseguíamos arrasar con todo a nuestro paso. Hasta que llegamos a Satu Mare, el propio Conde de la localidad nos recibió en combate. Tuvimos el honor de enfrentarnos con un líder en primera línea de batalla. Pero no tuvimos la suerte.

Era una bestia, no, un demonio, no concebíamos tal barbaridad, tal fuerza sobrehumana era desconocida incluso para una tribu donde se respetaba por encima de todo.

Sufrimos demasiadas bajas, la invasión cesó. Volvíamos derrotados a nuestro hogar, volvíamos con nuestra tribu heridos, cansados y tristes, menos yo. Yo estaba profundamente satisfecho con mi actual posición. La batalla me ofrecía todo lo que nunca se me ofreció, poseía la libertad de expresar mis sentimientos a golpe de maza, e incluso se agradecía de mis dones cuando llegaban a manifestarse. Nunca fui agradecido por mi aura. Era mi primera derrota, pero la victoria supo muchísimo mejor, su sabor aún se mantenía en mi boca.

Al volver a la tribu noté como el rostro de preocupación de Kurikanis desaparecía conforme sus ojos observaron mi figura avanzando por el escarpado sendero. Se alegraba de que el joven guerrero sobreviviera, pero decidió que no arriesgaría más tan valiosa vida. Me nombró al instante sucesor de su puesto.

No supe alegrarme de tan honorable puesto, pues se me arrebataba de lo que hasta ahora había dado sentido a mi vida. Se me arrebataba la libertad que había convertido mi desgracia en la bendición que en realidad significaba. Pero tampoco tuve elección, más que contentarme con el recuerdo y con la esperanza de que pronto podría decidir mi camino. Ambiciones demasiado elevadas para un guerreo tan joven.

Pasé un par de años aprendiendo las artes chamanes, mientras por otro lado llegaban a mis oídos las innumerables victorias de los nuestros en Alemania, Italia y Francia. Mi rabia volvía a contenerse bajo la figura de los dioses y sus enseñanzas.

Bien es cierto que comenzaba a entender y controlar en cierta medida el don que se me había otorgado. Pero no era suficiente para distraer el sentimiento de un guerrero frente a tan importantes batallas. Tres años más tarde las tribus se unían para engrandecerse derrotando a los franceses. Por desgracia, su caballería pesada embistió demasiado fuerte. Obligó nuestra retirada. No puedo explicar con palabras cuanta impotencia pude sentir al conocer la noticia, sin haber tenido la oportunidad de participar en tal decisiva batalla.

Pasaron tres años más, mis ansias de matar crecían, y también mi experiencia, casi podía hacer las funciones de un chamán. Mi corazón no obstante recordaba con ahínco sensaciones casi olvidadas con el paso de los años. Intentaba mantener fuerte esa sensación que mermaba mi rabia.

La tribu estaba desesperada, no encajábamos bien una derrota, y nuestras relaciones se volvían amargas. Todo eso no significó nada para mí al saber de otra de las derrotas de nuestra tribu en Sajonia, de manos de Enrique I. Esa derrota se llevó a mi padre, no fue una figura demasiado importante en mi dolorosa infancia, pero se trataba de mi sangre, derramada en nuestra tierra.

Cualquiera piensa ser lo suficiente fuerte y maduro cuando ve la muerte alrededor. No llega a ser ni comparable cuando ves su figura en tu interior, marcada en tu corazón. Tu alma sangra desconsolada por tus ojos y el sentimiento de debilidad rompe tu entereza. Tu furia estalla en tu interior siendo capaz de cometer la mayor de locuras, y aun así seria perdonable.

Los días pasaban y su furia había tomado un estado contenido, enjaulado en la tristeza, pero no por ello menos peligroso. Poco reticente a recordar buenos tiempos, y aún menos mostrar el más mínimo ápice de amabilidad. Para colmar su actual desgracia, la vida de su tío-abuelo expiró con el dulce sabor de la vejez. Casi no tuvo tiempo de ahondar en su tristeza cuando era nombrado por derecho Chamán de la tribu. Una tribu que nunca supo aceptarlo, caía en manos de un chamán aún herido conteniendo gran ira en su interior.

Año 932 d.C. Chamán.

Transcurren los años haciendo las funciones del Chamán de la tribu con desgana. Sólo las nuevas sobre las incursiones en Italia animan la pesadez de las pasadas derrotas. Apartado de la batalla, mi furia parecía no encontrar calma, pero al tiempo que hacia mis funciones, nuevas curiosidades surgían en mi interior.

Comenzaba a entender a los espíritus, hablaba con ellos, y ellos me mostraban un mundo totalmente desconocido salvo tan sólo quizás por los dioses.

La soledad que mi aura volvía a procesar entre los míos en la tribu, fue sustituida por la fría compañía de multitud de espectros, que aunque bien recibida en todo momento, no era quizás suficiente para romper el silencio y sustentar el instinto de tocar al mundo y recibir su respuesta en una cálida sensación.

Intenté sin éxito conseguirlo explorando mis nuevas inquietudes. Estas me llevaron sin embargo a realizar complicados y peligrosos rituales, que obtuvieron como fruto una de mis primeras posesiones.

Manteniendo mis cantos en la soledad del bosque, bajo el suave aroma de las hierbas quemándose en la pequeña hoguera, única fuente de luz que se enfrentaba al oscuro manto de la noche. Llamaba a mi espíritu guía, requería de su presencia, mi destino estaba confuso y deseaba que me otorgara la inspiración y voluntad necesarias para emprender un nuevo camino.

Tan sólo algunos espectros curioseaban e incordiaban, pero ninguno estaba a la altura. Hasta que frente a mí, la figura de una hermosa loba, miraba con tristeza mis ojos. Mi tristeza estaba tan reflejada en ella que llegué a pensar que se trataba de una pícara broma del destino, cuando no dejaba de ser más que casualidad. Una loba se presentó frente a la escena, observándonos con seriedad al descubrir que perturbaba su descanso.

No había conseguido encontrar a mi guía, pero tal misticismo me llevó a intentar algo que hasta ahora superaba mis límites. Convencí al espectro de la loba para que poseyera a la loba. La verdad fue una idea quizás algo absurda, pero la casualidad no se presentaba siempre tan amable. La loba no me atacó, tampoco pareció oponerse mucho cuando su cuerpo era tomado por el espíritu, pero lo que más pudo sorprenderme fue que éste me hiciese caso.

Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo al terminar el trance, mis cantos consiguieron sentir la suavidad del frío pelaje gris de la loba. Esa sensación sugirió un susurro y provocó una sonrisa en mi rostro, muy distinta a ninguna otra que mi rostro llegara a expresar, incluso me atrevería a decir que fuera la primera de conocer mi más temprana infancia.

Bienvenida de vuelta, Kalt. Pronuncié mientras con mi mano sujetaba la parte inferior de su mandíbula, mostrándole mi sonrisa. Respondió lamiendo mi mano con dificultad al tiempo que su rabo comenzaba a agitarse, una acción que me lleno de alegría.

Los años venideros se presentaban difíciles. Nuestra tribu había sufrido varios golpes y debíamos de actuar rápido para no caer en la miseria. Comenzamos a movernos rápidamente. Mi poder era revelado a la tribu en el símbolo de una loba que me acompañaba sin temor y se acercaba traspasando mi espeluznante aura.

Año 945 d.C. Y Caudillo.

Para el año 945. Me había convertido forzosamente en el caudillo del pueblo. Mi aceptación no era lo suficientemente para influenciar en sus vidas. La mayoría de guerreros, mujeres e hijos, me abandonaban en busca de mayores logros que se iban sucediendo a lo largo de la península itálica. Por lo que tomé la decisión de establecernos de nuevo en el territorio donde corrió la sangre por primera vez.

Dada la dura situación, nos encaminamos de nuevo por las tierras de Transilvania. Para mediados del año 948 estábamos adentrándonos en las tenebrosas tierras Transilvania, por los pasos de Suceava, donde estableceríamos el primer paso a la nueva tierra de los magiares, para gloria y disfrute de nuestros señores del cielo.

El paso nos costó la mitad de nuestros hombres, fuimos vilmente rechazados por tropas que a diferencia de nosotros, se muestran numerosas y curtidas para la batalla. Demasiados jóvenes forman mi tribu, pero escaso su número por el contrario.

Aún recuerdo cómo nos vimos forzados a adentrarnos en los peligros de Transilvania. En Piatra Neamt fuimos de nuevo rechazados por un grupo de mercenarios, que se mostraron igualmente poderosos. Mis guerreros no daban crédito a tal comienzo.

Si no fuese por el aura que proyecto, hubieran perdido hacia tiempo el respeto por su líder. Pero debía de encontrar un punto fuerte al que aferrarme. La respuesta la encontré en Bucau. Un año de sendas retiradas y escapadas, escuchamos el rumor de un grupo de druidas asentados en Miercurea Cuic. Era la única oportunidad que me quedaba.

Los espíritus se agitan advirtiendo de los peligros de mi camino. No me queda mucho tiempo si mantengo mis pasos tranquilos. He de hacerme con hombres cuanto antes.

Una vez consigo encontrar al Círculo, me enfrento a ellos imperioso. Dejé en sus manos la elección de servirme, y su respuesta fue dejar en mis manos su muerte.

Tan sólo dos de ellos servirán a mi causa, por difícil que sea y complicada que parezca. Ambos sirven a dioses opuestos, espero no encontrar demasiados problemas por este motivo.

Bien, ya queda poco para que Brako y mis hombres terminen el fuerte. Pronto comenzaremos a reivindicar nuestra tierra y darles a los magiares el lugar que les pertenece. Para ello cuento con el ejército más poderoso, mis amados espíritus.

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23/02/2008, 03:11
Capitán Vitaly el Nueve Vidas.

Capitán Vitaly el Nueve Vidas: Los Dhaeva de Transilvania: Relato 0.

FECHA Y LUGAR DE NACIMIENTO: AÑO 929, en las estepas rusas

Año 929

Es rechazada una invasión magiar en Francia.

En las duras estepas rusas una tribu de nómadas intenta por sobrevivir, son duros y aguantarán lo que les echen encima.

Pocos niños son los que nacen en este tipo de tribus, pero uno de ellos se dará a conocer como uno de los mejores: Vitaly

Año 931.

Vitaly alcanza la edad de dos años, en tan duras condiciones, los niños no suelen sobrevivir, pero éste parece que resiste, incluso crece a ritmos agigantados, para la edad que tiene ha crecido el doble que los niños de su edad.

Año 933.

SUCESOS DEL AÑO: Enrique de Sajonia vence a los magiares (húngaros) en Unstrut, Merseburgo.

Con la tierna edad de cuatro años Vitaly ha desarrollado todas sus habilidades motrices, los de la tribu deciden darle alguna tarea pequeña para que vaya demostrando su habilidad y su provecho en la tribu. En los momentos en los que el tiempo no es tempestuoso Vitaly sale a recoger leña, lo hace lo mejor que puede, siempre se esfuerza al máximo en sus quehaceres. En estos ratos de búsqueda de leña se entretiene en tirar piedras a los conejos que ve, es un pasatiempo como otro cualquiera para un niño en tribus de este tipo.

Año 935.

SUCESOS DEL AÑO: Los húngaros (magiares) devastan Italia septentrional y Borgoña.

Con seis años, Vitaly desempeña algunas tareas de carácter leve, pero las hace siempre, las tiene ya como obligaciones. En la tribu empieza a haber revuelo, guerras de su tribu contra otras tribus por los pastos para el ganado, son pequeñas batallas que sucederán a menudo.

Año 936.

SUCESOS DEL AÑO: Otón I soberano de Alemania.

Año 937.

SUCESOS DEL AÑO: Invasiones magiares en Italia, parte de Alemania y Francia.

A los ocho años, el padre de Vitaly vio al chico con la suficiente madurez como para enseñarle a luchar, era algo que debería de aprender para poder defender los dominios de la tribu y defenderse uno mismo de situaciones peligrosas.

Su padre le enseño a manejar la espada, su primera arma era una espada que su padre ganó luchando contra un soldado bizantino en su juventud. No era un arma bárbara, pero era algo a lo que su padre tenía aprecio, ya que señaló la diferencia entre juventud y madurez en su caso. Vitaly la aceptó gustoso, estaba extasiado por que su padre le otorgaba esa confianza y ese regalo.

Es una espada modesta y sencilla de dos filos y hoja ancha, de aproximadamente 70 centímetros de largo de la hoja y una empuñadura simple para una mano, aunque un poco grande de momento para Vitaly y debe manejarla a dos manos. El tiempo pasa y Vitaly aprende rápidamente los movimientos básicos, tenía habilidad para ello.

Año 939.

A los diez años las responsabilidades de Vitaly fueron creciendo, ahora dirigía al ganado de la tribu como uno de los pastores. Se empezaba a coger la confianza de los mayores de la tribu.

Año 941.

SUCESOS DEL AÑO: Condado de Turín es fundado por Hugo de Italia. / Muere el primer conde de Anjou, Fulk I de Anjou. / Expedición rusa de Kiev contra Constantinopla, que es rechazada.

A los doce años ya le enseñaban las cosas de un adulto, las lecciones en algunas ocasiones eran duras, pero estaba aprendiendo todo con avidez.

Año 942.

SUCESOS DEL AÑO: Marino II sucede a Esteban VIII como Papa.

Su padre le sigue adiestrando en el arte de la guerra. A su edad de trece años es un muchacho anormalmente grande y fuerte, los demás chicos de la tribu le respetan y temen. Ya maneja con bastante soltura la espada de su padre y ahora ya parece pequeña en sus manos, hace cinco años parecía enorme.

Año 943.

Tiene catorce años, el proceso de aprendizaje está llegando a su fin, tarde o temprano será aceptado como un hombre más en la tribu.

Año 944.

SUCESOS DEL AÑO: Los bizantinos renuevan la guerra contra los musulmanes. / Autoridad puramente nominal de los califas de Bagdad.

Los quince años le llegan a Vitaly y es nombrado hombre de la tribu con todos los derechos.

Empieza a luchar en guerras contra otras tribus, colocado en primera línea de ataque, es uno de los mejores guerreros de la tribu.

Año 945

Una noche como tantas otras, una noche de victoria para su tribu, habían tenido una victoria contra un grupo de jinetes tártaros, éstos habían entrado en el territorio de la tribu y en respuesta a ello, la tribu entera hizo un movimiento para hacerlos desaparecer de la faz de la tierra. Nadie se metía en su territorio sin su permiso.

Esa noche estaban celebrando la victoria, el botín no había sido sustancioso en el sentido de dinero, oro, joyas o terrenos; habían conseguido recuperar unos cuantos caballos de esos guerreros tártaros. Un recurso que si bien no se usa, se puede vender por una sustanciosa suma de dinero a los comerciantes más cercanos.

Ya poseían unos cuantos de estos lustrosos caballos de anteriores refriegas, Vitaly había aprendido a montar y a manejarse bastante bien en él para la lucha, aunque en la tribu se consideraba más honorable atacar y así Vitaly lo prefería.

En la fiesta de esa noche bebidas alcohólicas hechas por la propia tribu circulaban por todas partes. Vitaly tenía una fuerte constitución y parecía que aguantara el que más bebiendo, pero esa noche había pasado con creces su limite. De repente en medio de la noche se escuchan unos aullidos bestiales que hielan la sangre, se empieza a oír pisadas de caballos.

Un momento después una veintena larga de jinetes tártaros descendían sobre el poblado haciendo estragos entre la gente. “Es totalmente absurdo nuestra tribu cuenta con unas trescientas personas, cómo se pueden atrever a atacarnos así”, fue el primer pensamiento que paso por Vitaly, y tenía razón, eran unas trescientas personas, de las cuales unas cien eran competentes guerreros con experiencia en este tipo de guerra.

Vitaly recoge su mazo de guerra, de cabeza de piedra con púas metálicas, herencia dada por su tío Boris el Grandullón la cual le dio mala suerte hasta el día de su muerte; la espada la tiene su padre. Con un gran esfuerzo logra levantarse del sitio, aunque es fuerte con la borrachera le cuesta sobremanera concentrarse.

A lo lejos ve como los guerreros ya están luchando en el primer frente de batalla, Vitaly aún no ha llegado pero se ha repuesto bastante de la borrachera, avanza a trompicones hacia donde esta la batalla, sin fijarse en lo que le rodea… sin previo aviso un caballo lo arrolla lo que le hace caer duramente sobre el suelo de piedras. Queda unos segundos desorientado sin saber donde está o como ha llegado ahí, gritos de horror, de lucha y de agonía le traen de vuelta al mundo que le rodea.

“¡No puede ser, estamos perdiendo!”, fue el primer pensamiento que se extendió por su espina dorsal como un escalofrió; lento y doloroso a causa del golpe recibido antes por el caballo intenta ponerse de pie, dándose cuenta que su maza ha desaparecido de sus manos.

En el preciso momento que intentaba moverse para buscar la maza otro de aquellos caballos tártaros carga contra él, no le da tiempo a reaccionar y lo único que puede hacer es poner resistencia contra el avance de aquel animal tan poderoso, intentando golpearlo y ladearlo de su camino, pero la destreza de Vitaly está muy trastocada, ya sea por el alcohol de sus venas o por el entumecimiento del golpe anterior, falla en el golpe, lo que provoca que el caballo lo arrolle y lo mande disparado contra una tienda de su tribu, destrozándola en el proceso.

Pareciera que el mundo diera vueltas alrededor suya, la inconsciencia estuvo apunto de agarrarle, pero su entereza impidió que fuera arrastrado a la oscuridad. En un esfuerzo sobrehumano intenta detectar donde está y como es la situación a su alrededor, poco a poco abre los ojos y ve el panorama a su alrededor: muerte, destrucción, la escena es desoladora para quien la mirara.

La batalla parece que aún no ha terminado, pequeños focos de resistencia quedan en algunas partes del campamento. Con toda la fuerza que dispone se levanta del lugar donde está, quita de encima suya trozos de madera y tela, restos de la tienda en la que cayó. Antes incluso de que se diera cuenta una lanza vuela en dirección a su cuerpo, gracias a los reflejos adquiridos en todos estos años de entrenamiento la lanza pasó a escasos centímetros de su cuerpo. El jinete que había lanzado la lanza se para al ver que este nuevo personaje la ha esquivado, pone una sonrisa en su boca sabiendo que va a tener entretenimiento con este nuevo ejemplar salvaje.

- ¡Vaya, tenemos aquí a un bárbaro desobediente, túmbate en el suelo, AHORA MISMO!, el tártaro desenfunda una cimitarra y viendo que este nuevo oponente no hace lo que él dice, inicia la marcha de su caballo hacia él para acabar con su vida.

Por su parte Vitaly había estado pensando una manera de salir de este embrollo, “Un hombre a caballo y con un arma, esta difícil, pero siempre hay alguna manera de salir”, los pensamientos de Vitaly le llevaron a ver un tocón de madera tirado en el suelo, lo suficientemente largo para lanzárselo a éste tártaro, el cual le estaba hablando cosas que Vitaly no entendía; cuando el tártaro inicia la marcha de su caballo hacia Vitaly, éste se agacha en un movimiento fluido, coge el tocón de madera y lo lanza a los pies del caballo, intentando hacer que este tropiece y no llegue hasta él.

Hubo algo de acierto en su tiro, pero la suerte no estaba de su lado esa noche, el caballo se desestabilizó y empezó a caer, pero el tártaro se ve que tenía reflejos superiores a la media, con un increíble salto antes de que su caballo cayera al suelo, se mantuvo en la dirección en la que estaba Vitaly.

El golpe mortífero seguía su curso, pero Vitaly había sido uno de los mejores guerreros de su tribu y no se iba a dar por vencido tan por las buenas, en un ultimo esfuerzo, pidiendo a sus agarrotados músculos que se movieran, consigue echar su cuerpo un poco hacia atrás lo que impidió que la cimitarra lo decapitara, un gran tajo apareció en la garganta de Vitaly, en el lado derecho de su cuello aunque no era una herida mortal.

Con todo su cuerpo fatigado, ve como el tártaro se levanta del suelo despacio, sabe que su víctima no tiene escapatoria y sabe que disfrutara con su matanza.

- Te destriparé y me haré unos guantes con tu piel.

La confianza del tártaro se ve patente, aunque Vitaly no entiende lo que dice sabe que está en muy mala posición, aunque ve que el tártaro no es tan alto como parecía, quizá con algo de fuerza bruta pudiera derrotarle.

El tártaro levanta el brazo con la cimitarra en la mano, Vitaly recula un poco hacia atrás, intentando evitar un golpe directo de aquella arma, uno de esos pasos hacia atrás topó con algo en el suelo, un rápido vistazo por su parte hizo descubrir el mazo con pinchos de su tío, un paso más hacia atrás hubiera significado atravesarse el pie con él, pero parecía que la suerte había vuelto.

El tártaro se lanzó en un ataque descendente con su cimitarra, dejándole poco espacio para recular, con rapidez de movimientos Vitaly apoya una de las rodillas en el suelo, coge su arma y se zambulle hacia atrás, evitando la estocada mortal. Ahora los dos contrincantes se observaban, en la cara del tártaro aparece asombro ante el movimiento propiciado por el bárbaro, alguien tan grande y con esos movimientos tan rápidos, nunca antes lo había visto, pero pensárselo tanto ante un guerrero como Vitaly no era una gran idea, ya que Vitaly no había terminado de hacer su movimiento de esquiva y ya estaba moviendo el brazo con la maza ahora empuñada en dirección a los brazos de éste.

El movimiento hubiera tenido el efecto que se quería si Vitaly hubiera tenido toda su fuerza, pero después de tantos golpes y heridas su cuerpo no respondía como él quería, el movimiento consiguió echar hacia atrás al tártaro, pero no desarmarle.

- Pagaras cara tu osadía, maldito bárbaro.

Ante las palabras del tártaro, un grupo de jinetes sale de entre las tiendas y carros incendiados de la aldea, rodeando a Vitaly en un cerco mortal. Desmontan de sus caballos y empiezan a estrechar el cerco en torno a Vitaly, una ultima idea aparece en su mente abotargada, con un fuerte grito, carga contra uno de los lados de la formación, sin que nadie se percatara el mazo sale despedido hacia la cabeza de uno de los desgraciados tártaros, con la puntería suficiente para derribarlo.

Un hueco en la formación era lo único que necesitaba Vitaly, arranca a correr hacia la libertad del cerco, no sin antes agacharse a por su mazo, quizá lo necesitara más adelante. Pero la diosa fortuna da para luego arrebatarlo, parece divertirse con estos asuntos. Un arpeo se clava firmemente en su muslo izquierdo, atado al arpeo hay una cuerda, la cual los tártaros están atando a un caballo, un segundo después el caballo empieza a cabalgar arrastrando a Vitaly en su paseo, la oscuridad arrastra esta vez a Vitaly hacia la inconsciencia.

Rayos de sol empiezan a incidir sobre su cara, un segundo antes pareciera que estuviera en el cielo, ahora en cambio todo el dolor de su cuerpo malherido vuelve con toda su fuerza. Alguien sin ninguna compasión arranca el arpeo que estaba en su pierna. Con los pocos ánimos que es capaz de juntar abre los ojos, observando al lado suyo a un tártaro, que empuña una cimitarra, la coloca lo mas alto que puede sujetándola con las dos manos, el movimiento de descenso se inicia para dar el golpe de gracia en aquel pobre cuerpo.

Una imagen muy viva de su poblado pasa por la mente de Vitaly, algo que en alguien normal hubiera suscitado un sentimiento de pena, pero que en él suscitaba un sentimiento de venganza, con todas las fuerzas de la que es capaz de reunir rueda hacia el lado donde se encuentra el tártaro, haciendo que éste caiga hacia atrás por la envestida recibida, un dolor lacerante recorre todo el cuerpo de Vitaly, pero con un gesto de rabia consigue dominarlo y ponerse en pie, más muerto que vivo, más en el otro mundo que en éste. Decide oponer toda la resistencia de la que es capaz de juntar.

El tártaro se recupera del golpe y vuelve a empuñar la cimitarra, la rabia que recorre el cuerpo de Vitaly es increíble, es tanta acumulada que hace mover a su cuerpo herido y cansado, con un movimiento increíble se lanza sobre el brazo de su enemigo, deteniendo cualquier movimiento.

Ahora era el momento de la fuerza bruta, con un grito salvaje retuerce el brazo de su enemigo hasta que éste hace un ruido seco, un ruido de ramas rotas. El miedo y el dolor invaden a este pobre tártaro, el cual ve ante sí a una mole inmensa, ahora empuñando su cimitarra. Con un grito de dolor sale corriendo hacia su caballo, tiene la esperanza de huir, pero Vitaly ha sufrido mucho como para permitirlo. Con una tensión de su brazo logra lanzar la cimitarra en dirección a la espalda del tártaro, este movimiento le provocó dolores en todo su cuerpo, pero su última esperanza. Un gran crujido llenó la zona donde se situaban, la cimitarra apareció enterrada en la espalda del pobre tártaro, éste aun no estaba muerto, puesto que no había alcanzado puntos vitales.

El caballo asustado por el ruido intento huir, en último atisbo de claridad, Vitaly lo detuvo y lo tranquilizó, aunque al hacerlo la testuz del animal quedó manchada con su sangre. El tártaro sigue agonizando echando espumarajos sanguinolentos por la boca, Vitaly recae en él como un atisbo de algo en el mundo real, se acerca a él y le arranca la cimitarra sin ninguna benevolencia, el tártaro muere al instante con una contracción de todos sus músculos. Por algunas historias que le contaba su abuela cuando aun era un niño, reconoce unas montañas al noroeste de su posición, cree recordar que está a casi una jornada de viaje hacia el sudoeste, más allá de esas montañas se extienden tierras civilizadas.

El sol se va alzando en el horizonte, lleva cabalgando muchas horas, con todas las heridas que tiene, pero no cede ante su decisión de llegar al pueblo. Es ya tarde cuando llega, casi desmayado sobre el caballo que renquea bajo su enorme peso y está cubierto de sudor, los fuegos se han apagado ya, sólo quedan rescoldos de las tiendas y carros, hay algunos cadáveres de animales y de hombres aquí y allá, el panorama no es nada alentador.

El cansancio se apodera de Vitaly, no puede más y va resbalando poco a poco del caballo, en el último momento con toda su fuerza de voluntad logra resistir las tinieblas un poco más, revisa lo que queda a su alrededor, bajando del caballo con cuidado, lo ata en un palo.

Recoge algunas cosas las cuales le servirán para su supervivencia inmediata: algo para cuidar las heridas. Encuentra un bote con un ungüento curativo en los restos de la tienda del caudillo de la tribu y venda todas las heridas de su cuerpo. Encuentra algo de comida y de bebida en alguna de las tiendas que no ardieron, por suerte el caballo que tiene parece haber encontrado algo de hierba con la que alimentarse, parecía que ese día sobreviviría.

Después de curarse y alimentarse ve que tiene fuerzas suficientes para echar un ojo al paisaje desolado que tiene alrededor. Observa que de alrededor de una tribu de trescientas personas, sólo quedaban en aquel terreno angosto unos cuarenta cadáveres. Pensamientos in tempestuosos pasan por su mente, de las barbaridades que podrían llegar a hacer a su pobre gente si aún seguían con vida.

Según se va moviendo por aquel terreno encuentra la zona donde se llevó a cabo la mayor batalla de todas: encuentra armas rotas de los más valerosos guerreros de la tribu, también encuentra la espada de su padre.

Recopila ociosamente no sabe bien por qué restos de espadas rotas de los guerreros más fieros y valientes de la tribu. Recoge también algunos sacos y mantas, tras el trabajo hecho se pone a ver la colección de espadas rotas y fragmentos de metal de las armas.

Una vez terminada la recolección quema lo que queda de su pueblo, dando así lo más parecido a un funeral a los suyos, aunque doscientas sesenta personas de su tribu han sido secuestradas.

Sigue el rastro durante días, curiosamente no va hacia el Este como sería lo lógico, sino hacia el Suroeste, a tierras "civilizadas". Llega a tierras búlgaras completamente agotado, su caballo también parece a punto de caerse, encuentra algo parecido a una posada. Sus heridas son más graves de lo que creía, y a juzgar por el olor, están infectadas, corre riesgo de tener gangrena.

La posada tiene un pequeño granero, donde hay una muchacha dando de comer a las gallinas.

Prudentemente se acerca hacia ella arrastrando los pies, en el ultimo momento se gira y al verle grita del susto, momento en que cae desmayado, después de todos los esfuerzos.

Poco a poco parece ir recuperando la consciencia, no sabe el tiempo que lleva en ese estado ni done está, poco a poco va orientándose: esta tumbado en lo que parece parte de un establo sin embargo la parte donde está situado, está pulcramente limpia, aunque se puede escuchar a los caballos al otro lado del edificio.

Podría decirse que está en algo parecido a una cama: mantas, sábanas y una almohada... sobre las tablas de madera del suelo. Vitaly intenta levantarse, pero se siente débil y febril, tiene los labios resecos, finalmente decide desistir de los esfuerzos. Poco después escucha el sonido de una puerta al abrirse y ve luz del sol, por el resquicio de la puerta ve el rostro hermoso de la chica que vio antes con las gallinas, que se sorprende y asusta al verle despierto y sale corriendo.

Al rato aparecen un hombre mayor, una mujer madura, dos chicas, un chico y un niño pequeño, todos le miran con curiosidad, la primera chica le echa un poco de agua de un botijo entre los labios y después le pone un paño húmedo en la frente. Parecía que aquella familia era amable y no corría peligro, al menos de momento. El hombre le hace algunas preguntas, pero desiste ante la posibilidad de entenderse en el mismo idioma. Vitaly pasó aquí los días mas tranquilos de su vida, cuidaron de él durante días y la chica le hablaba a menudo, intentando enseñarle el idioma.

Pasada una semana, las fuerzas empiezan a volver al debilitado cuerpo de Vitaly, aunque sigue demasiado débil y no está en condiciones para viajar. Al poder levantarse empezó a explorar los alrededores de la zona y más concretamente el lugar donde estaba: una posada frecuentada muy a menudo por viajeros y por aldeanos del pueblo cercano que venían aquí a beber cerveza.

En uno de esos paseos, observó los quehaceres diarios de la gente que integraba aquel negocio, al chico joven cortando leña con mucha dificultad y a una de las chicas acarreando sacos de cebada con mucho esfuerzo. Ya que debía pasar allí algún tiempo, decidió ayudar en esos quehaceres, ya que les debía mucho a aquellas personas las cuales le habían salvado la vida.

Aunque todavía esta a la mitad de sus fuerzas, es más que de sobra para ayudar a hacer cosas mundanas de ese estilo, arrastrar sacos de un lugar a otro, cortar leña, cuidar de los caballos de los viajeros. De esta última tarea aprendió bastante más de estos portentosos animales, sus necesidades en cada momento, como cuidarlos de la mejor manera, descubre la belleza y la nobleza detrás de estos animales. Tanto tiempo con gente del lugar terminó por hacer mella en su lenguaje, lo que provocó que aprendiera a hablar el búlgaro.

Pasados tres meses desde el enfrentamiento, las heridas han sanado en su mayoría, recuperando la fuerza y la destreza de antaño, después de este tiempo el idioma eslavo tampoco es un problema para Vitaly, ya que una cuarta parte de los que transitaban por allí hablaban ese idioma

Parecía un día normal, había mucha gente ese día en la taberna, Vitaly estaba entretenido con los quehaceres matutinos, mientras sus pensamientos recorren los hechos pasados antes de que acabara malherido, pensaba que su tiempo de paz y tranquilidad pronto llegarían a su fin, pero nunca pensó que llegarían ese mismo día.

En la taberna se empiezan a escuchar gritos de personas, quejándose de la cerveza y de la atención que se les daba. Vitaly deja sus quehaceres y decide ir a echar un vistazo, ve a varios guerreros de aspecto brutal, van armados con cotas de malla y demás utensilios de guerra. Por el alboroto que están montando la gente está un poco atemorizada, uno de aquel grupo se dirigió al posadero en un tono un tanto osco:

- "¡¡Maldito posadero del demonio!! ¿Dónde escondes el vodka? ¡¡Saca ahora mismo tu mejor vodka!! ¡O mataremos a tus hijas! JAJAJAJA." –

El resto del grupo le ríe la gracia lo que denotaba que aquel personaje podía tener cierto control sobre los otros. El que ha hablado es un tipo calvo y brutal con enormes mostachos. Tremendamente grande y musculoso. Lleva a la espalda una gigantesca espada a dos manos, sus compañeros parecen mercenarios de la peor estofa:

- "¡¡Venga posadero!! ¡No me irrites que tengo ganas de probar mi nueva espada! La ha forjado Gustav, el herrero del pueblo con el hierro más puro de las minas de Ska". –

El brutal mercenario desenvaina su colosal acero y lo descarga contra la mesa de unos viejos campesinos del pueblo cercano partiéndola limpiamente en dos mitades.

- "¡Este acero es bueno, por Perun!" –

Vitaly entra en la estancia y se acerca a este grupo de desalmados, se pone delante del que parece el jefe y se queda allí plantado. El jefe del grupo se le queda mirando, no acostumbrado a encontrarse a gente tal alta como él:

- "¡Mozo de cuadra! ¡Limpia este estropicio! ¿A qué estás esperando?" - el tono del matón parecía denotar mucha arrogancia.

- “Bonita espada, lastima que la lleve un personaje como tú.” - Vitaly parece poco intimidado por aquel hombre.

Un viejo del lugar dice algo en aquel momento desviando la atención de aquel mercenario un momento de Vitaly:

- "Señor Boris, Gustav ya os dijo que una espada tan grande forjada en hierro puro no era una buena idea, que se partiría enseguida..." –

Boris se dirige en seguida a por aquel viejo con arrogancia:

- "¡¡Qué demonios has dicho!!" –

Golpea la mesa del viejo con el espadón afilado haciéndola partirse en dos y destrozando todo su contenido, en ese momento se ve que ha saltado una esquirla del afilado espadón de hierro puro. Boris se la queda mirando asombrado: “Una mella”.

Inmediatamente parece reaccionar y levanta la cabeza hacia Vitaly recordando las palabras de éste.

- "¿Qué has dicho, mozo de cuadra?" –

Sus cuatro amigotes se ríen, el viejo del lugar que ha hablado ha caído al suelo.

- "Señor, no me matéis, sólo os he dicho lo que dijo el herrero Gustav..." –

Boris se queda mirando a Vitaly, parece que la pelea es irremediable, mientras sus amigotes se ríen. Uno tira una jarra de cerveza donde está Vitaly, pero falla por poco y la jarra se estrella en la mesa de unos ganaderos.

- "Tú no eres un guerrero. Tan sólo un mozo de cuadras. Mírate, vas cubierto de vendajes. ¿Quién te dio esa paliza? ¿Tu mamaíta? Si ni siquiera tienes armas ni armadura... ¡Anda, piérdete! Y tal vez te perdone la vida... ¡Tú, moza! Ven aquí y calienta al viejo Boris, hace frío esta noche..." –

Le da una palmeada en el trasero a la chica que le cuidó y le enseñó el idioma, que se ha acercado a recoger los platos y jarras rotos.

- “Puedo tolerar que me insulte a mi, pero esto ya es demasiado.” - Vitaly parece perder los pocos nervios que tenía delante de aquel hombre asqueroso.

Boris está distraido agobiando a Marrya, mientras sus amigotes no paran de reírse.

En Vitaly empieza a marcarse un plan de accion: levantarlo y arrojarlo sobre la mesa de sus compinches. Vitaly inicia el golpe, con suerte para hacer el efecto deseado. Boris acaba despatarrado sobre la mesa de sus compinches, pero parece que se están recuperando rápidamente, dos de ellos llevan espadas, otro una maza de armas y otro una hachuela de leña. Boris se levanta espadón en mano y comienzan a acosar a Vitaly y a atacarle por todas partes. Vitaly parece aguantar con gran estoicismo las acometidas de aquella panda de rufianes.

- “Que grandullón, vas a permitir que te ayuden a derribar a un mozo de cuadra.” –

Vitaly parece estar en su entorno, hacía mucho que no estaba inmerso en algo parecido y su sangre hervía por dentro, se mueve con una velocidad sorprendente en alguien tan grande y pesado y actúa como si no estuviera herido sino en plena posesión de todas sus facultades de guerrero.

Todo el mundo está sorprendido, empezando por los mercenarios que le atacan. Pasa de la defensiva a la ofensiva en cuestión de segundos. Comienza a repartir golpes mientras sigue esquivando ataques, dos mercenarios se golpean entre sí con sus armas en su torpeza, a otro le incrusta la cara tres veces contra un poste, el cual pierde la consciencia al momento.

En ese momento llega Boris atacando con su colosal espadón, Vitaly se ve obligado a saltar y retroceder continuamente, uno de los mercenarios intenta apuñalarle por la espalda, pero parece que los sentidos de Vitaly están al máximo, con un rápido movimiento le incrusta el codo en la cara antes siquiera de que pueda acercarse algo para herirle.

Vitaly sigue retrocediendo, pero alguno de los lugareños parecen envalentonados por sus acciones y empiezan a estrellar jarras y sillas contra las cabezas de los tres mercenarios que acompañan a Boris. Cuando éste lo ve lanza un tajo devastador, Vitaly mantiene sus sentidos al máximo con lo que logra esquivar los ataques desmedidos de Boris, pero por desgracia su esquive provoca que el gran espadón parta por la mitad a un anciano campesino y a un ganadero en su trayectoria devastadora, todo queda salpicado de sangre y vísceras.

La gente comienza a gritar y a soltar insultos contra Boris, éste empieza a hervir de ira contra aquella persona que había conseguido que toda aquella gente se volviera contra él. Pero no ceja en el empeño de intentar partir a Vitaly por la mitad, empieza a lanzar tajos a diestro y siniestro sin controlar mucho los movimientos tan desmedidos, el último de los golpes se estrella contra una de las vigas de la taberna, Vitaly logra esquivarlo dando un giro, agarrándose a la parte baja de la viga. El tajo de Boris se estrella contra un poste de recia y gruesa madera y de repente ocurre lo impensable: ¡el colosal espadón se parte en fragmentos!

Boris se queda asombrado mirando la empuñadura, pensando que es imposible lo sucedido, en ese momento Vitaly aprovecha el impulso y se balancea en la viga, estrellando sus pies calzados con botas sobre su rostro. Boris cae hacia atrás golpeándose aparatosamente contra el suelo y quedando aturdido. Vitaly se echa encima de él, cogiéndole el cuello con una de sus enormes manos y obligándole a que le mire a los ojos.

- “Ahora pide perdón por todo esto, antes de irte, maldita basura.” –

- "¡¡Boris nunca pide perdón!!", ruge de furia.

En ese momento Boris aprovecha para echar mano a un puñal que tenía escondido y clavarlo en el muslo izquierdo de Vitlay, logra desembarazarse de encima a éste, con aquel movimiento logra mantener el puñal en su mano estirando fuerte en el momento en el que se levantaba.

- "¡Y ahora vas a morir, gusano! ¡Nadie juega con Boris!" –

Vitaly logra retroceder a malas, el dolor en su pierna es un poco lacerante, pero peores heridas había recibido y había salido incólume de ellas, su pie toca una hachuela clavada en las tablas del suelo de uno de los mercenarios. Se echa un poco hacia atrás, clava una rodilla en el suelo, con una de las manos libres intenta coger la hachuela, mientras con la otra la adelanta para impedir recibir una herida grave. En el momento en el que va a coger la hachuela la daga de Boris se clava en la otra mano, en ese momento omitiendo el dolor, levanta el arma en su mano para lanzar un tajo vertical de abajo a arriba. El hacha se queda incrustada en la garganta de Boris, el cual da varios pasos hacia atrás antes de desplomarse y morir.

Un dolor lacerante le sube por el brazo, la herida no es grave, pero sí es un tanto dolorosa, se termina de levantar del suelo, cubierto de sangre, en ese momento los lugareños aplauden y vitorean al héroe de la tarde, agradeciéndole de todo corazón su acto. Un momento después la voz de un hombre de porte noble se eleva antes el gentío, poniéndose delante de Vitaly.

- "Chico, pareces haber nacido para la guerra. No sé qué haces de mozo de establos." –

La mujer del tabernero atiende sus heridas mientras la familia del tabernero recoge el estropicio. El hombre de aspecto noble remata a dos mercenarios heridos, aunque otros dos están simplemente inconscientes.

- “Vitaly, ¿que hacemos con estos dos?”, es la voz de un viejo que esta en la taberna.

- “Tenían un jefe que era una carroña humana, que aprendan a saber elegir a sus jefes la próxima vez”, su voz denota agresividad.

La gente que estaba allí cogió a los mercenarios y les quitaron todo lo que tenían de valor, una vez limpios dan los objetos al tabernero y a su familia para que hagan con ellos lo que quieran. El tabernero se acerca a Vitaly y le tiende la cota de mallas y el puñal del jefe, a parte de ofrecerle los tres caballos de los rufianes.

- “Estamos en deuda contigo Vitaly, esto podría haberse puesto muy feo, Gracias.” –

- “Ahora la deuda que tenia contigo y con los tuyos está saldada, ahora puedo partir en paz. Gracias de todo corazón por la ayuda que me habéis dado, pero va siendo hora de abandonar este sitio y buscar a los míos. Gracias por la armadura y los caballos, me vendrán bien en mi gesta.” –

Antes de salir de la estancia se acerca a los dos mercenarios que quedan con vida.

- “Vuestro jefe era una calaña de las peores, no se merece perdón por lo que ha hecho, ¿vosotros os merecéis el perdón? Espero no tener que volver a enderezaros.” –

Uno de ellos gimotea:

- "Nos han quitado nuestras armas, ¿qué haremos ahora?" –

- “Podéis ganároslas otra vez, elegir mejor la próxima vez.” –

Parecen sentir vergüenza, agachan la cabeza y mantienen mutismo, como si un rayo les hubiera golpeado. Después de eso Vitaly se dirige a su habitación donde se venda mejor las heridas y se coloca la armadura y el casco de Boris, a decir verdad le quedan bastante mejor que a su anterior dueño.

Mientras termina de arreglarse recuerda lo dicho esta noche acerca de Gustav, el herrero del pueblo cercano, un hombre capaz de forjar espadas de tamaño colosal. Un pequeño pensamiento pasa por su cabeza, se pone a rebuscar entre sus afectos personales, a toda prisa, para buscar algo en concreto. Después de un rato buscando encuentra lo que quería: un saco con trozos de las armas de los guerreros más valientes de su pueblo.

El pensamiento cada vez coge mas forma en su mente hasta que finalmente se decide cual va a ser su próximo destino. Las heridas que tiene no parecen revestir gravedad y decide empezar ya mismo con su objetivo. Decide ir primero al salón para ver como van las cosas y las reparaciones, ve a los dos mercenarios maniatados en una esquina, va hacia ellos pero antes se dirige a un anciano:

- “¿Que es lo que vais a hacer con ellos?” –

- “El grupo de ancianos ha decidido dejarlos libres. Nosotros no los queremos aquí." –

- “Bien”, con un par de pasos se dirige a donde están, “¿cuanto se tardaría en llegar hasta donde esta ese tal Gustav? Decidme.” –

- “Un día a caballo, señor”, lo dice todo temblando, pensando que su vida ha llegado a su fin.

- “Esta noche ayudaran a recoger todos los desperfectos de la posada, mañana cuando esté listo me seguirán al pueblo.” –

Los aldeanos no se oponen a sus requerimientos ya que coinciden con los suyos. Amanece en la aldea y Vitaly ya dispone a salir de la aldea con los dos rufianes montando en los otros dos caballos, el caballo de Vitaly parece un poco maltratado, marcas de latigazos y muy poco limpio, por lo que es un poco osco y con mal genio, pero Vitaly ha aprendido mucho de estos animales y parece dominarlo y tranquilizarlo.

La despedida con los de allí es breve y rápida, se apreciaban los unos a los otros, pero cada uno sabía que no era su hogar, que tendría que buscárselo en otro sitio.

Pasa un día de cabalgata duro, pero por fin llegan al pueblo, con las indicaciones de los mercenarios no cuesta mucho encontrar la herrería. Ante ella está el herrero golpeando el metal de una guadaña contra el yunque, parece muy concentrado en su tarea. Sorprende ver que la herrería no parece la típica herrería de pueblo donde sólo hay herraduras y cosas simples, los estantes están cubiertos de yelmos, espadas, corazas y todo tipo de armas y armaduras adornan la herrería. Parece una armería más que una herrería, algo tremendamente inusual y el pueblo se ve pequeño para tener mucho mercado para estos objetos. Vitaly entra a la estancia y se planta delante de Gustav, éste al momento levanta la mirada hacia aquel hombre tan corpulento.

- "¿Boris? Tú no eres ese cretino... Pero llevas su armadura y su casco. Yo mismo los fabriqué." –

- “Buen trabajo con la armadura y el casco, sí señor; conocí Boris y no fue muy amable, tal como dices, creo que ahora descansa junto a las plantas.” –

- "No pareces lo suficientemente fuerte como para haber vencido a un bestia como Boris, eres muy joven. Pero veo que esos de ahí son dos de sus lacayos... y sin armas ni armadura... Así que no tengo más remedio que creer lo que dices. Es cierto que tengo aquí muchas armas, es mi especialidad. Estoy harto de repetir la misma historia, pero antes de que los lugareños te la cuenten tergiversada te la contaré yo mismo... una vez más. Fui el armero personal del Zar hasta que mi propio hijo me traicionó. El hacha favorita del Zar de Bulgaria se rompió en un combate de entrenamiento y fui desterrado. Mi hijo ocupó mi puesto. Y aquí estoy." –

Después de esa explicación vuelve a su trabajo como si nada, martilleando la guadaña, dándole el filo adecuado, pareciera que estuviera afilando un arma para matar más que para trabajar en el campo.

- “Una historia un poco triste, aunque veo que has recuperado tu gusto, los hombres deben de ser fuertes, no dejarse abatir por nada seguir hacia delante, eso es lo que importa”, pareciera que Gustav no hiciera caso de lo que dice Vitaly, “me gustaría hacerte un encargo, noble Gustav.” –

- "¿Un encargo? ¿Y con qué me pagarías? No pareces un noble rico, precisamente", la mirada es de escepticismo.

- “No siempre ha de pagarse con dinero, es cierto que no tengo mucho, sólo tengo lo que ves, pero puedo hacer tareas que pocos hombre podrían hacer. Siempre hay algo que se desee hacer, todo hombre tiene su precio.” –

- “¿Cuál es ese encargo?, la mirada de Gustav es de evaluación.

- “Quiero tener la espada más bella de todas las que existan”, dicho esto saca la bolsa con los restos de espadas de los héroes caídos.

- "¿Bella? ¿Con esto? Las espadas bellas sólo decoran, nada más. He hecho muchas, no sirven para luchar." –

- “Al igual que tu perdí mucho en mi pasado, y ahora sólo me queda esto, la belleza cada uno la ve a su manera, yo quiero una espada que imponga respeto, que me sirva en mis acciones, que sea una compañera en la que pueda confiar y sobretodo que me haga recordar quien soy.” –

- "No necesitas tanto metal para una simple espada.", saca un espada ancha corriente, un metro de largo y hecha para ser empuñada a una mano.

- “Quiero usarlo todo, haga lo que deba con el, haga algo grande, pero resistente, no quiero delgadeces que se rompan al menor golpe”, la mirada de Gustav se vuelve de interés, “haga un espadón si así lo prefiere pero úselo todo.” –

- "¿La espada de Boris se partió? ¡Se lo dije! Maldito estúpido... Me trajo el hierro más puro de unas lejanas minas. Le dije que el hierro puro no servía. También se empeñó en que tuviera mucho filo. Un arma de ese tamaño se debilita si está afilada. Para que el acero sea fuerte necesita tener impurezas. Son las impurezas las que le dan vida al acero." - Comienza a trastear con las espadas rotas. "Esto tal vez podría servir..." –

- “Si es así, por favor hágamela, le haré el favor que usted desee.” –

- "Tardaré al menos tres meses en forjar algo como lo que pides... Para empezar a trabajar me quedaré con tres de tus caballos... Pero lo siguiente no te va a gustar." –

- “Es por el honor del pasado, nada me detendrá.” –

- “Quiero... Quiero saber que mi hijo Garlan... el Armero Imperial, está... muerto." –

- ¿Quiere saber, o lo quiere ver? Son cosas muy distintas.

- "Me bastará con saber noticias de su muerte. No necesito verlo con mis propios ojos. Creo que eres un hombre de palabra." –

- “La muerte de un ser vivo es un alto precio, aunque en mi caso no tuvieron piedad por ello. Bien, ¿que desea que le traiga para saber que esta muerto?” –

- "Nada, bastará con tu palabra de que ya no está entre los vivos", una mirada de respeto fluye a través de Gustav hacia Vitaly-

- “¿Donde le puedo encontrar? Hágame las indicaciones para llegar hasta allí.” –

Empieza a explicar que está en Sofía, la capital del Imperio, y que probablemente trabaje en el interior del Castillo Imperial. Seguramente tendrá una lujosa habitación cerca de la herrería principal. Sofía está a unos dos meses de viaje a caballo, tal vez menos si se da mucha prisa pueda reducirlo a mes y medio cada viaje.

- “Bien, necesito uno de esos caballos, tardare menos en mi empresa y así podremos terminar antes.” –

Se queda dos caballos como pago por el encargo le deja el enorme caballo de Boris y el negro caballo tártaro, una vez terminados los tramites con Gustav, Vitaly se dirige a los dos mercenarios supervivientes de Boris.

- “Sois libres de hacer lo que queráis, pero tened en cuenta que vuestra alma está manchada. Volveré y sabré lo que habéis hecho y os daré caza como sepa de ello. Sé que sois hombres de palabra, espero que así sea, enmendad vuestras vidas, es lo único que tenéis ahora.” –

- “Buscaremos trabajo como guardaespaldas, es lo único que sabemos hacer.” –

Vitaly sale al encuentro de aquella misión, no sabe qué será de él, pero va con rapidez y energía para acabarla cuanto antes, con los dos caballos para tener uno de repuesto. Cabalga veloz durante el día encontrando siempre refugio para pasar la noche además de plantas comestibles, también caza conejos con su puñal, se convierte en casi un experto en lanzarlo, asa los conejos en pequeños fuegos de campamento y deja pastar y descansar a sus caballos. Vitaly llega a Sofía en el cambio del año.

Año 946.

El Castillo Imperial se ve desde muy lejos, es imponente y no cuesta mucho encontrarlo y llegar hasta sus inmediaciones. El colarse en el castillo ya es otro cantar, pero Vitaly esta dispuesto a hacerlo cueste lo que cueste.

Se infiltra en el castillo escalando las murallas por la noche evitando que los centinelas le escuchen. Comienza a llover, lo que beneficia a sus planes en este momento, aunque puede dificultar la huida. Las sombras son sus aliadas, esconden sus movimientos, la lluvia oculta el sonido de sus pasos, todo parece ir a pedir de boca, por lo menos de momento.

Después de algo de esfuerzo logra adentrarse en el castillo, una vez dentro parece todo muy silencioso, empieza a andar por unos pasillos y oye unos pasos, cuando echa un vistazo, ve a una criada encendiendo antorchas en un corredor, tal vez podría cogerla e interrogarla acerca de dónde está la habitación de Garlan.

Se acerca a ella por detrás, como la muerte misma, sin hacer el menor ruido y con un movimiento rápido la sujeta tapándole la boca para que no grite. Se introduce en una sala que tiene pinta de abandonada, allí empieza a interrogarla para sacarle información, parece que dice todo lo que sabe y es verdad. Una vez terminado el interrogatorio la muchacha queda atada y amordazada para que no pueda escapar, posteriormente un golpe en la cabeza la deja inconsciente, así tardarían más en encontrarla y tendría más tiempo para escapar.

Después de dejar a la criada metida en un armario de la sala abandonada, Vitaly empieza a recorrer el pasillo que le llevará hasta la habitación. Unos minutos después llega a su destino, ante la puerta de Garlan, parece que no hay guardas por los alrededores, la puerta tiene un cerrojo el cual parece echado. Tras un rato pensando como hacer decide llamar a la puerta y actuar.

- “¿Quién anda ahí?”, la voz de Galdar parece ahogada.

- “Traigo una misiva muy importante del Zar, tengo que entregársela urgentemente.” –

- “¿A estas horas?” –

- “Sabe que el Zar no haría llamar a la gente por nada.” –

- “Está bien.” –

Se escucha una cama rechinar y parece oírse una voz de mujer también. Unos pasos… y el sonido del cerrojo al abrirse, una luz sale de la habitación iluminando todo el pasillo, la luz de una vela que porta Galdar en la mano izquierda. En un primer instante pareciera como que el tiempo se detiene, la cara de sorpresa de Galdar: “¿Quién eres tú?”

Fueron las pocas palabras que dio tiempo a salir de la boca de Galdar, ya que en ese mismo momento Vitaly había empezado un movimiento con su brazo, en cuyo extremo estaba la daga bien agarrada, el movimiento se llevó a cabo sin complicaciones, rápido y efectivo Vitaly le clavó el puñal en el corazón, sin dar tiempo a reaccionar a aquel pobre hombre. Unas ultimas palabras salen de la boca de Vitaly: “Me envía tu padre, no es nada personal”.

Acabada la tarea Vitaly se dispone a desaparecer, pero la mujer que estaba en la habitación comienza a chillar lo que provoca la alarma en todo el castillo. Cunde la voz de alarma y el castillo se llena de guardias que corren de un lado para otro, la escapada se está complicando por momentos.

Encuentra una estancia en la que se esconde inmediatamente, dejando pasar a los guardias de largo, después comienza a moverse astutamente, de una parte a otra del castillo dejando caer pequeños objetos que encuentra a lo lejos, para despistar a los guardias. Después de muchas vueltas y revueltas logra alcanzar las murallas. Afuera está lloviendo y tronando, la única escapatoria es el foso de agua, muchos metros mas abajo, con valor se tira al vacío esperando caer bien. Pareciera que la suerte iba a acompañarle un poco más, la caída es perfecta, una vez en el agua comienza a nadar hacia la otra orilla y escapar de aquel sitio.

Las patrullas a caballo están alertas, de aquí para allá, pero parece que Vitaly se esconde bastante bien, consiguiendo llegar a la posada. Nada más llegar empaca todos sus bienes, se pone la cota de malla y se marcha hacia el establo donde recoge a sus dos caballos y abandona la capital de Bulgaria.

Todo en un rápido movimiento que no le llevo menos de diez minutos. El viaje de vuelta comienza y termina sin percances, en mes y medio se vuelve a colocar en el pequeño pueblecito. La mañana que llega va a visitar a Gustav a su herrería, bastante cansado tras tres meses de viajes, le encuentra martilleando una espada colosal, esta no es fina y afilada como la de Boris, es gruesa y maciza, tremendamente pesada.

Gustav ha usado hasta el último trozo del acero que recibió. La espada es abrumadoramente grande y no tiene filo. El herrero es un hombre muy fuerte, pero le cuesta alzarla para mostrarla. Gustav percibe movimiento y levanta la mirada de su trabajo, ve allí de pie a Vitaly, cansado después del duro viaje.

- “¿Mi hijo esta muerto?” –

- “Está hecho lo que me pediste.” –

Una vez terminado el escrutinio de miradas, Gustav tiende el espadón hacia Vitaly, sopesándolo y viendo la tremenda belleza que fluye de ella. Gustav parece estar contento por el trabajo, El arma pesa muchísimo. Gustav muestra un monigote de madera que lleva puesta una vieja cota de mallas e indica con un gesto que pruebe la nueva arma. El muñeco queda destrozado por completo, aunque el arma no ha cortado la cota de mallas es como si la armadura no le hubiese protegido a duras penas.

- "Puedes quedarte los dos caballos que te llevaste a Sofía, pero por favor, me gustaría no verte más por aquí. No quiero recordar lo que te mandé que hicieras", las palabras de Gustav suenan con un poco de dolor.

En ese momento llega la comitiva de un noble. Parece ser el que estaba en la posada que hay a una hora de camino desde este pueblo, el que remató a dos mercenarios heridos. Se acerca con porte orgulloso, sin temer nada hacia Vitaly.

- "Mi nombre es Buyla Rustovich. Te recuerdo de lo que hiciste en la posada hace unos meses. Me gustaría contratar tus servicios como mercenario y protector." –

- "Tengo cuentas pendientes con gente, si me ayudas a saldar mi cuenta me uniré a ti”. –

- "¡Perro! ¡Muestra más respeto cuando hables con un señor noble!" –

- "¿Qué cuentas pendientes son esas?", el Boyardo sonríe ante tanta altanería.

- “Un grupo de tártaros atacaron mi poblado y destruyeron todo a su paso, después se llevaron a los supervivientes, sólo necesito información sobre ellos, yo seré el que lleve a cabo la venganza, una vez terminada seré tuyo, por el favor hecho.” .

- "Creo que podemos ayudarnos mutuamente. Tengo que realizar una serie de misiones para mi señor feudal que me llevarán por todo el Imperio Búlgaro. Sin duda alguien habrá visto a un grupo de tártaros llevando esclavos con ellos. Acompáñame en mis viajes y podrás hacer averiguaciones al respecto." –

- “¿Me dejaras hacer averiguaciones y cuando tenga la información deseada me dejaras hacer mi cometido? Después de ello te ayudare en tus empresas.” –

- “Sea pues. Aquí tienes tu primer pago". –

Una bolsa llena de monedas de plata cae en las manos de Vitaly. Por la calle llegan dos hombres a los que ya conoce, los mercenarios.

- "Nos han hablado mucho de ti en estos meses, Vitali. Hemos visto como Gustav te forjaba esa espada.” –

- “Estábamos inconscientes cuando mataste a Boris, pero nos lo han contado todo. Eres famoso en estos lares." –

- "Nos gustaría unirnos a ti, somos mercenarios y no conocemos otro estilo de vida." –

Ambos han conseguido nuevas armas, mazas y cuchillos, aunque sus armaduras son de simple cuero y no tienen caballos.

¿Habéis cumplido lo prometido hace tres meses? Si es así hablare con este noble para que os dejen uniros.

- "No nos vendrán mal dos hombres más, tenemos varios caballos de reserva. Sin embargo, si los quieres, deberás pagarles con tu parte, que ha sido más que generosa", en el rostro de Buyla Rustovich aparece una sonrisa.

- “Bien, pero a cambio quiero dos cosas, estos dos hombres responderán ante mi, y yo sólo responderé ante ti, esas son las condiciones.” –

- "Claro, tú les pagas, tú les mandas. Me parece bien." –

- “¿Vosotros estáis de acuerdo que sea así? Recibiréis en un principio una 1/5 parte cada uno de mis beneficios.” –

- "De acuerdo... jefe." –

- “Que así sea pues, y que la diosa fortuna nos acompañe.” –

El trato fue cerrado y el tiempo comenzó a pasar a toda velocidad.

Año 948

Han transcurrido dos años desde aquel pacto, se ha recorrido todo el Imperio Búlgaro acompañando al noble Buyla Rustovich. Se ven envueltos en no pocas luchas, pues los asuntos del noble a menudo son turbios. Compra y venta de armas a personajes poco recomendables, trato con bandidos, esclavistas y mercenarios, compra y venta de esclavos y alguna misión contra sus enemigos personales entre la nobleza menor búlgara.

Durante esos dos años Vitaly aprovecha cada oportunidad en sus pesquisas. Durante el primer año las averiguaciones le llevan hasta un pueblo minero cerca de la frontera norte del Imperio.

Buyla Rustovich decide apoyar la empresa, aunque es un interés particular de Vitaly.

Emboscan a un grupo de mercenarios tártaros que trabajan para un noble con minas. Parece reconocer a algunos de los tártaros, la mayoría mueren en el combate, pero los pocos que sobreviven confiesan tras algunas horas de tortura. Hace dos años atacaron un pueblo nómada en la estepa rusa, vencieron y se llevaron a la mayoría como esclavos, vendieron a la mitad en el pueblo minero cercano.

La otra mitad del grupo de incursores tártaros se separó hacia el sur llevándose a la mitad de prisioneros. No hay compasión en los actos de Vitaly: hace que ahorquen a los mercenarios tártaros tras su confesión y dirige el ataque al pueblo minero.

La lucha es cruenta, pero finalmente las fuerzas locales se rinden bajo la condición de que les dejara con vida. Examinan a fondo las minas y logran sacar de allí a cuarenta maltrechos hombres de su tribu. Dicen que les vendieron hace dos años y que entonces eran un grupo de ciento treinta, noventa han muerto en la mina en este año.

Los otros ciento treinta miembros de tu tribu, sobretodo mujeres y niños los llevaron hacia el sur. Parece que los lugareños han tratado con crueldad a la gente de su tribu, pero la promesa de dejarles con vida está presente. Es un pueblo minero, dirigido por un noble boyardo y su familia, durante un año han exprimido como a animales sacrificables a su gente en la mina. El odio de Vitaly se acrecienta, pero la promesa de que él y su familia debían salir indemnes seguía vigente.

Buyla se acerca dice en voz baja a Vitaly que si mata a un noble tendrían problemas en el Imperio, además hay mucha susceptibilidad en estos momentos acerca de plebeyos atacando a nobles hay muchas historias circulando por todo el Imperio Búlgaro, nada confirmado, pero se dice que un tipo, un vil bandido llamado Iakov se hizo pasar por noble y sedujo a la hija menor del Zar de Bulgaria y que cuando se vio descubierto le cortó la mano con su espada a la joven princesa.

Al parecer el tal Iakov fue encarcelado y torturado durante años en el Castillo Imperial... lugar que Vitaly conoce de cuando mató a Garlan... Pero de algún modo ha logrado escapar de las mazmorras, dicen que el propio Satanás está de su parte.

- “Bien, en pago por la muerte de la gente quiero a tus cinco mejores hombres, servirán bajo mis ordenes sin rechistar, tendrán una noble vida con Buyla como líder.” –

El noble local acepta sin rechistar y cede a cinco de sus sargentos todos bien equipados y con caballos.

Transcurre el otro año.

La fama de Vitaly se extiende por todo el Imperio Búlgaro, dicen que es un mercenario invencible y que su espada sin filo es capaz de cortar a un caballero con armadura pesada junto con su caballo.

Algunos miembros de su tribu, los cuarenta supervivientes se unieron a su causa, a otros les dio dinero para que se establecieran en Bulgaria como pudieran. De los veinte que se unieron han muerto más de la mitad en estos meses de luchas. El resto se han ganado sus propias armas, armaduras y caballos en los combates.

Una mañana del año 948, casi acabando el año, el Boyardo Buyla Rustovich da señales a Vitaly de haber averiguado datos fiables acerca del paradero de los ciento treinta miembros de su tribu que faltan por encontrar.

La muerte ha aparecido más de cien veces estos dos años y Vitaly ha sobrevivido indemne a ello, ahora te llaman Vitali el Nueve Vidas.

Al parecer la mitad de la gente fue vendida en el sur del Imperio en una región tenebrosa y misteriosa conocida como Transilvania, que significa "la tierra más allá del bosque". Dice que si viaja al castillo de su tío en la región vecina, Valaquia, seguro que averiguarán dónde están y tal vez encuentren al resto de incursores tártaros.

- “En estos años pasados me has ayudado mucho, y en el tramo final me gustaría hacerlo por mi propia cuenta, te agradezco estos años y toda tu ayuda, pero en el fondo de mi ser sé que esta ultima parte del camino debo de hacerla con mi propio poder.” –

- "Ya pensé que pudieras decir eso, por eso he escrito esta carta." - Le entrega un documento lacrado y sellado. - "Es una carta para mi tío en la que explica que eres el mejor mercenario del Imperio y le ruega que te ayude en tu búsqueda. Créeme, mi tío es un hombre muy poderoso y si alguien es capaz de averiguar donde está tu gente es él". - Posteriormente da explicaciones de cómo llegar al castillo de su tío, en la ciudad de Bucarest, al sur de Transilvania.

- “Te doy las gracias por toda la ayuda ofrecida Buyla”. –

- "Espero que esto te sirva.", sin decir mas le hace entrega de una gruesa bolsa llena de libras de plata como pago final por sus servicios.

- “Me gustaría pedirte mi ultimo favor, aquí hay gente que me ha sido fiel, ¿permitirás que vengan conmigo?” –

- "Naturalmente, además sé que aunque no lo permitiera te seguirían de todos modos." –

Treinta de los mejores jinetes siguen a Vitaly, la mayoría de ellos veteranos ya. Unos pocos son antiguos miembros de su tribu sedientos de venganza, otros son gente que han ido encontrando en estos dos años. Durante los siguientes meses viajan al sur, hacia la lejana Valaquia.

Los hombres comienzan a llamarle "Capitán", no se sabe de quien ha sido la ocurrencia, al principio es como un chiste, pero después acaba siendo de verdad y le llaman Capitán totalmente en serio.

Año 949.

La luz del sol está descendiendo, el atardecer se aproxima, después de un par de meses andando hacia Bucarest y estar un paso más cerca de descubrir que ocurrió con su gente.

Descansando en un linde del bosque antes de llegar a las inmediaciones de Bucarest una jauría de jinetes tártaros aullantes atacan la comitiva de Vitaly, la batalla es cruenta, pero al final acaban todos muertos, aunque diez de sus hombres y la mitad de los otros veinte están heridos de cierta gravedad. Deberían de aguantar un poco más para llegar al castillo. La caminata es dura, pero logran llegar justo cuando se pone el sol, cansados y heridos.

Un par de guardias notan su presencia y les piden explicaciones, muestra la carta del Boyardo Buyla Rustovich para el señor del Castillo. Los guardias les dejan pasar de inmediato al ver el sello en el lacre el sello de la Casa Rustovich.

Los hombres del castillo dan mucha ayuda, se ocupan de los cansados caballos e incluso ofrecen ayuda a sus heridos. Poco después de que venden sus heridas, un mayordomo anuncia que el señor del Castillo le ha concedido una audiencia.

Vitaly está nervioso, espera poder conseguir algo de este encuentro, llega al corazón de la Corte del Castillo y se sorprende ante su opulencia y magnificencia, no esperaba esto, creía que se trataría de un noble normal, tal vez un Boyardo o un Conde, pero es en ese momento cuando se entera de que el tío de Buyla Rustovich no es un simple Knezi, sino que se trata del Voivoda Vladimir Rustovich, Príncipe de Transilvania, Valaquia y Moldavia.

Vitaly llega al frente de aquel hombre, no quiere parecer descortés, pero tampoco quiere rendir homenajes a alguien que no conoce y no sabe de su poder, se inclina levemente hacia él rindiendo así un pequeño tributo. El hombre le mira, evaluándole con la mirada. Desprende un aura de poder asombrosa. Habla con voz serena y grave.

- "El Capitán Vitali el Nueve Vidas. Sois famoso en todo el imperio. Dicen que sois el mayor guerrero de este tiempo." –

- “Puede ser, yo intento no creérmelo mucho, en estas fechas un descuido puede acabar con uno.” –

El noble se levanta de su magnífico trono, y aunque es más bajo que Vitaly, muy a su pesar se siente obnubilado por su presencia. En ese momento entra otro noble al salón del trono. Se trata de Buyla Rustovich quien se arrodilla ante su tío y después abraza a Vitaly.

- "Vitali, ya sé que no querías más mi ayuda, pero aquí estoy. Además debía responder ante mi tío por ciertos asuntos. ¡Tengo noticias magníficas! Unos bandidos mantenían prisioneros a las mujeres y niños de tu tribu, pero los hombres de mi tío han acabado con ellos. Toda tu gente está sana y salva en este castillo. Ven conmigo y te conduciré hasta ellos." –

Vitaly sigue a su antiguo patrón por unas lóbregas escaleras descendentes, su tío el Voivoda va detrás suyo, llegan hasta las mazmorras subterráneas del Castillo y en este momento asalta a Vitaly como un golpe físico demoledor, el olor a putrefacción. Es un corredor lleno de celdas, en todas hay cadáveres de mujeres y niños de la tribu, todos con signos de haber sufrido meses o años de las más crueles torturas que se pueda imaginar. Buyla se gira burlón hacia él.

- "¿Qué se siente al reunirte finalmente con tu gente?" –

En ese momento unos colmillos se hunden en su cuello por detrás y el Príncipe de Transilvania comienza a beber su sangre a borbotones una sensación de odio abrumador, insensato e inhumano recorre el cuerpo de Vitaly, pero no se puede mover por mucho que lo intente, está del todo paralizado.

Despierta no sabe cuanto tiempo después, totalmente cubierto de cadenas en una sala de torturas, Buyla observa desde el otro extremo de la sala.

- "A mi tío el Voivoda le ha encantado el sabor de tu sangre. Aunque quiere especiarla un poco con el sabor de tu dolor y sufrimiento. Así que creo que nos vamos a divertir mucho juntos en los escasos meses que te quedan de vida. Ah... cuánto te admirado Vitali. Eres un gigante entre los hombres, y no sólo por tu impresionante físico. De haber nacido noble tal vez hubieras dirigido ejércitos o gobernado países. Mi tío está más que satisfecho de que le haya conseguido un espécimen como tú." –

Durante los siguientes meses las torturas se suceden noche tras noche y al final de cada sesión de tortura el carcelero recoge la sangre en recipientes metálicos y la vierte toda en una copa de oro para el Príncipe. Durante el día dejan descansarle, le atienden los médicos del castillo y le obligan a comer y a beber para que siga viviendo otra noche más. La locura empieza a embotar los sentidos de Vitaly, el tiempo y la realidad se distorsionan.

Una mañana ruidos de pelea se escuchan en la fortaleza, algo raro en aquel sitio, pero tendido sobre la sucia paja y la suciedad de sus propios excrementos y orines espera tener una esperanza. Tiene cortes en los tendones y articulaciones, en todos los músculos principales, para que no pueda moverse. Algo de lucidez acude entonces a su cabeza, debe ser de día porque sino estarían con la tortura. El sonido de combate, el entrechocar de armas parece cada vez más cerca.

Un sonido aplomo de uno de los guardias que le custodian cayendo al suelo con la garganta cercenada era una de las señales de que algo iba a pasar. Alguien coge el manojo de llaves y focejea con la cerradura de la celda. Dos tipos de aspecto hosco y cubiertos de sangre entran a la celda, uno de ellos bastante alto y corpulento que coge a Vitaly, un mar de dolor y mareo se apodera de él.

- "¡Maldición! ¡Cuánto pesa!" –

Los dos lo cogen como pueden y empiezan a correr pasillo adelante. La pobre cabeza de Vitaly se dobla con el movimiento y alcanza a ver por un momento el cadáver de su madre en una de las celdas.

Con gran esfuerzo los dos guerreros le sacan de allí le arrastran a unas aguas heladas y gélidas y después a otras oscuras y fétidas, la conciencia desaparece de el.

Cuando la recupera no sabe el tiempo que ha pasado ni donde está. El traqueteo de un carro es lo único que siente, un pequeño movimiento de su mano hacia un lateral descubre algo frío y metálico que resulta familiar. Dolores lacerantes recorren todo su cuerpo, por suerte parece que alguien ya se ha encargado de limpiarle todas las heridas y vendarlas tras restregarlas con algún musgo apestoso. Unas voces se oyen a lo lejos:

- "¿De verdad crees que podrá volver a luchar? ¿Este es el legendario Capitán mercenario? ¿Le has visto bien? ¡Está hecho una ruina humana!" –

- "Es Vitali el Nueve Vidas. Le hemos sacado de las mazmorras del Castillo de Bucarest”, responde otro. – “Hagamos lo que hagamos ahora estamos condenados, ya no hay vuelta atrás." –

La inconsciencia vuelve a atraparlo.

No sabe el tiempo que ha pasado, siente frío, aunque parece que está en una cama. Un tipo tosco, quizá un mercenario, lucha con una yesca y un pedernal en una chimenea cercana. La garganta seca empieza a dar a entender que hace mucho tiempo que está postrado. Hace un pequeño movimiento para ver lo que le rodea: el espadón apoyado en la pared cerca de la cama.

El fuego se enciende finalmente. El mercenario ve que se está despertando y se marcha a llamar al resto. Varios mercenarios entran en la espaciosa estancia y le miran con asombro.

El más alto, un tipo rubio de ojos azules te dice:

- "Soy Andor. Me llaman el Bestia. Este es Valkov. No sé si nos recuerdas." –

- “¿Quiénes sois?” –

Las palizas recibidas fueron muy fuertes y las torturas fueron mucho más crueles.

- "Somos los Amantes de la Muerte, la mejor Compañía Mercenaria del Voivodato". –

- "O lo éramos, hasta que un monstruo destrozó a nuestro Capitán ante nuestros propios ojos hace tres meses." –

- "El viejo Vari el Honesto, ¿has oído hablar de él?" –

- “No, no sé quien es, ¿qué queréis de mi?” –

- "Hemos rescatado a dieciséis de tus hombres también. Están todos muy enfermos y heridos. Los nuestros les están cuidando en un barracón cercano." –

Valkov - "Estás en Piatra Neamt. Somos una compañía mercenaria derrotada y sin líder, pero nuestra historia es orgullosa. Antes éramos los mejores de todo el territorio." –

Andor: - "Todos hemos oído las hazañas del Nueve Vidas. Escuchamos un vago rumor de que estabas prisionero en el castillo del Voivoda." –

Valkov: - "Rescatarte fue idea de Andor. Una verdadera locura que nos condena a todos. Ahora el Voivoda acabará con todos nosotros." –

- “Eso esta por ver”, dice Vitaly con tono quejumbroso.

Valkov: - "Apenas nos quedan treinta hombres en este pequeño fuerte. Muchos desertaron desde la horrible muerte de Vari". –

- “Lo dices como si lo hubieran despedazado y sus trozos estuvieran repartidos por la tierra”, Vitali sin ningun tono de amabilidad.

Andor: - "Muchas son las leyendas sobre los horrores que acechan en estas tierras. Es muy posible que muchas de esas leyendas sean ciertas." –

Valkov: - "Pero no todas las leyendas lo son. ¿Qué hay de ti Vitali? ¡Eras una leyenda en todo el Imperio! ¿Y qué eres ahora?" –

- “Ahora soy un hombre sin nada, sólo una pura venganza es lo que tengo.” –

Pasan las semanas, los mercenarios le cuidan lo mejor que saben, una mañana se levanta de la cama y toma su espada. “Es hora de recuperarse”.

El entrenamiento empieza, a recuperar la fuerza de antaño, está muy debilitado pero nunca se dará por vencido. Las semanas pasan y la fuerza parece volver y la destreza con la espada también empieza a mejorar notablemente. Entre entrenamiento y entrenamiento visita a sus hombres, muchos de ellos se están recuperando bien.

Andor y Valkov acuden una noche a su presencia, cuando entran Vitaly esta entrenando con su espadón, casi ha recuperado la fuerza y velocidad de siempre

- “¿Capitán Vitaly?”, es la voz del hombre llamado Andor.

- “La definición de Capitán incluye a un grupo de gente que le sigue y confía en él, pocos son los que tengo que sean así… ¿que deseáis?”, la voz de Vitaly suena como rota, le falta el valor de antes.

- "Queremos que seas el nuevo Capitán de los Amantes de la Muerte", la voz de Valkov se hace escuchar en el silencio de la noche.

- "Queremos volver a ser la mejor Compañía Mercenaria de toda Transilvania", seguido de Andor, secundando a su compañero.

- "Eso es difícil de consegu

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23/02/2008, 03:38
Meru el Receptor.

Meru el Receptor: Los Dhaeva de Transilvania: Relato 0.

Meru es hijo bastardo de un noble de la región y una cortesana, por lo que tiene sangre noble, pero no lo consideran como tal.

Pasó su infancia asustado por los peligros que había en sus tierras, sin embargo pronto encontró una solución a su miedo, un libro, el único de la ciudad.

Pasó las tardes desde muy pequeño leyendo y releyendo el libro, y los que iba consiguiendo de manera fortuita.

Poco a poco su colección crecía, los compraba, los robaba, los cambiaba, pero nunca reducía el número de libros, siempre aumentaba, y cuantos más libros, más conocimiento, más seguridad y valor adquiría.

Su madre vivió sólo hasta que el alcanzó la madurez, demasiado joven para quedarse solo, y se volvió un tipo más callado e introvertido, que sin embargo sabía tratar con la gente.

En una de sus tardes tediosas de lectura, mientras se mantenía del dinero que sus tierras arrendadas le aportaban, dio con uno de sus libros, el cual sorprendentemente no había leído.

Trataba sobre la historia de la región, y muy interesado Meru empezó a devorar las palabras escritas en el libro, enterándose de rumores y leyendas, de hazañas y desastres.

Mirando el árbol genealógico del actual conde, dio con un dato extraño, su padre se llamaba igual que el anterior conde, y según su madre este era un noble.

Meru empezó a investigar rumores en la ciudad, valiéndose de su labia y su inteligencia, hasta que confirmó sus sospechas, era el hermano mayor del actual conde, y él seguramente no lo sabía.

Poco después se unió al Conde como su colector de impuestos, puesto en el cual destacó por su efectivididad, aunque Meru siguió guardando el secreto.

Todo iba medianamente bien entre altibajos de economía, diplomacia, y los ataques de las criaturas malignas, sin embargo la última nochevieja sucedió algo extraño.

El Conde cambió y sus lugartenientes se apartaron de él, al igual que lo hicieron la mitad de la guardia y las cortesanas con la mitad de lo que Meru había estado ganando para el Conde.

Enfadado y preocupado Meru dejó la compañía del conde y los puestos que le había otorgado, mientras se mantenía de sus tierras arrendadas temiendo a los desconocido, a lo que no encontraba solución, algo que lo ponía nervioso.

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23/02/2008, 15:02
Niezka

Niezka: Los Dhaeva de Transilvania: Relato 0.

Las montañas son salvajes y los animales hostiles, el clima frío y difícil de soportar, los alimentos escasos apenas suponen suficiente sustento para conseguir la energía necesaria para seguir cazando, la tribu tan mermada que sus enemigos podrían emboscarles y destrozarles si se lo propusieran firmemente… Y aún así, a pesar de todo, Nezka se siente orgullosa de sus raíces y de lo que son. Daría su vida por la tribu sin pensarlo dos veces, y del mismo modo la arrebataría a cualquiera que se interpusiera en el camino de cualquiera de los suyos.

Niezka nació un frío invierno de 933, provocando así el debilitamiento suficiente a su madre cómo para que ésta no pudiera sobrevivir apenas unos días después del parto, que había resultado duro como pocos.

Aún así no hubo mucha tristeza en la tribu, puesto que quizá si no había sido capaz de soportar eso, no era digna de servir a Perkunnas, sin embargo ya tenían alguien que podría sustituirla, una pequeña nacida sana y fuerte.

La muchacha fue criada cómo todos los demás, no había excesiva distinción de padres y madres, aunque algunos se mostraban algo más atentos y protectores con sus hijos… pero en general la comunidad se encargaba de cuidar y educar a todos los pequeños por igual.

El padre de Niezka, Brako el Fuerte, insistió mucho en el aprendizaje de ésta para la lucha, y lo mismo impuso a su hermano mayor Brakka. Ambos entrenaban duro todo el día y aprendían a cazar junto a su padre y el resto de guerreros gépidos de los Cazadores de Venados, en realidad la mayor parte del grupo lo eran…. Habían aprendido a sobrevivir así, haciendo uso de una fuerza y una violencia desmesurada que era lo único que les permitía infundir el suficiente temor en el resto de tribus para que éstas los dejaran medianamente tranquilos. Aunque había enfrentamientos, por supuesto, eso era inevitable….

A la escasa edad de 14 años, Niezka ya era una pequeña mujercita muy instruida en lucha y armas, al igual que su hermano con el que había crecido y convivido siempre, incluso más que con su propio padre, por tanto su relación a éstas alturas era más que sólida y de mutua y total confianza.

Los pequeños habían sido instruidos en el poco noble arte de la lucha bárbara cómo si de espartanos enloquecidos se tratara, borrando así parte de la compasión innata en la mayoría de personas.

Los Cazadores de Venados no dudaban en seccionar extremidades, violar, torturar, empalar y otras muchas acciones grotescas hacia sus enemigos si realmente creían que lo merecían o debían ser sacrificados para apaciguar y contentar a su dios protector Perkunnas.

A pesar de ésta brutalidad, Niezka había crecido con ella, lo veía como algo natural, de modo que para ella su tribu era lo único que tenía y los más importante, siempre se apoyaban unos a otros, al fin y al cabo si había alguna discusión fuerte dentro del grupo, lo más probable es que alguno resultara muerto a la noche siguiente.

En el invierno de 948, una plaga mortal azotó la zona en la que la tribu se encontraba apostada temporalmente, puesto que iban moviéndose hacia los sitios más propensos a la caza u otros intereses según la época.

La enfermedad se extendió cómo las nubes de tormenta en el cielo, llevándose a gran parte de la tribu incluyendo al padre de Niezka y de Brakka.

Todos se sintieron algo derrotados tras ése incidente, el chamán insistía en que era una señal, un presagio de que algo habían hecho provocando la furia de Perkunnas… Algunos le creyeron, y otros no. De hecho apareció muerto junto al río al cabo de pocos días, pero aún así sus palabras habían hecho mella en Niezka.

Desde entonces las cosas empezaron a cambiar en cierto modo, pero despacio… Se mostraba más cauta y atenta a cualquier señal inesperada o extraña del bosque que solía rodearlos.

Era la hora de prosperar y de empezar a buscar aliados de ser necesario, ya no podían seguir a la sombra por mucho más tiempo, eso era lo que realmente empezaba a pasar por la mente de la joven, pero de momento sus pensamientos seguían a buen recaudo en sí misma, esperando el momento oportuno de ser expresados ante su líder.

Pequeña Cronología:
• 933, Enero: Nace Niezka provocando la muerte de su madre, de al cuál nunca conoció el nombre. Su padre es Brako el fuerte, su hermano Brakka el gépido.
• 941, Mayo: Niezka sujeta su primera espada de metal y empieza la instrucción junto con su hermano mayor.
• 945, Octubre: Adquiere su primer arco y es llevada a aprender junto con varios de los guerreros de la tribu cómo cazar de manera eficiente y cómo despellejar a los animales.
• 947, Abril: Primera batalla “oficial” y seria en la que Niezka participa, enfrentándose a una de las tribus rivales y provocando varias bajas. Es felicitada y tenida más en cuenta a partir de esto.
• 948, Junio: Niezka empieza a adquirir la costumbre de pintar su cuerpo con motivos tribales y colores cuando se dispone a salir de caza o se acerca una batalla “anunciada”, representan símbolos que hacen referencia a Perkunnas y con ellos espera que su Dios le infunda la fuerza y el coraje necesarios para salir victoriosa y espantar a sus enemigos. Empieza a especializarse en el uso de la espada.
• 948, Diciembre: Cómo si de una maldición de tratara, una plaga mortal azota a la tribu provocando la muerte de una gran parte de ellos.
• 949, Enero: Encuentro hostil y agresivo contra un grupo de otra tribu mientras Niezka y otros guerreros se encontraban de caza. Consiguen la victoria, empalando y sacrificando los cuerpos de los vencidos a Perkunnas.
• 949, Marzo: Niezka deja de ser una simple “muchacha”, ya es considerada una guerrera y una cazadora oficialmente por la tribu, en mayo establece su primera relación sexual (simple atracción/deseo).
• 950, Febrero: Primera relación incestuosa con Brakka, seguida de bastantes otras según pasa el tiempo. En su tribu el “incesto” no existe y su hermano es el hombre por el que siente más cariño y “comprensión”, quizá sea el único.

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23/02/2008, 15:43
Anciano Dagu el Paciente.

Anciano Dagu el Paciente: Los Dhaeva de Transilvania: Relato 0.

¿Ahm? Donde estoy… dice mientras se encuentra a sí mismo sumido en una oscuridad completa a sabiendas de que mueve su cuerpo, mas, sin embargo, éste no le responde y ni siquiera se muestra. De repente se halla encontrado en un salón oscuro y con una única puerta a la cual se dirige encaminado lentamente por desconocer el lugar y estar aún todavía confundido de lo que pasa, aún sin saber cómo y ni por qué su cuerpo no responde mientras ve que se dirige a la puerta, su cuerpo es movido por algo mayor piensa rápidamente mientras ve que su mano se dirige a abrirla. Sin poder hacer nada, Dagu cierra los ojos, cuando la puerta es abierta una gran iluminación entra por ella y cae en todo su cuerpo…

Poco a poco abre sus ojos y se da cuenta de que su mente ha jugado con él en sus sueños. Mmmm este sueño nunca antes lo había tenido se dice a sí mismo mientras comienza a levantarse de la cama sereno como si nada hubiera pasado. Prontamente está listo y se encamina a bajar las escaleras, escuchando los cantos de Innya, una de sus hijas, Al parecer hoy está muy feliz dice con tono alegre y con una sonrisa dibujada en su rostro, y con su bigote haciendo juego con ella.

Innya voltea para verlo y dice grácilmente: Buenos Días padre, el desayuno ya casi está listo - dice mientras continua con su canto que aunque no sea un coro de ángeles, tampoco se acerca al chirrido de un animal en pena, además de que alegraba al anciano al ver su felicidad y su siempre acompañante hija.

Se encamina al viejo comedor y se dispone a sentarse, mientras Innya comienza a entablar conversación con él, después de un pequeño cruce de palabras y risas tenues Innya sirve el desayuno y se sienta al frente de su padre mientras agradece por la comida y encomienda que la cosecha de este nuevo año sea igual o mejor que la del pasado, bastante tiempo llevan ya sin una mala cosecha y buenos presentimientos llegan a la cabeza de la joven que sólo los expresa mediante una sonrisa alegre ante su padre.

Al ver la sonrisa de su joven y preciosa hija a la cual respeta y quiere mucho, se siente agradecido de que se halla quedado con él en sus últimos años, aunque creo que he de durar otras dos décadas más jeje, piensa vertiginosamente al ver su estado y que aunque tuviera ya bastante edad no lo aparentaba.

Terminado el desayuno se prepara para salir y se despide de Innya, con un simple: - Adiós, volveré al atardecer - palabras que aunque muy simples a la vista de los demás entraman su gran cariño y su amor fraternal hacia la joven y que le dan un motivo para seguir viviendo.

Al salir de su humilde hogar, y sentir la brisa de un nuevo año en su cara corriendo por todo su ser, se siente con más vida y con nuevas ilusiones y metas para este nuevo día, mientras se encamina a la primera reunión del consejo este año piensa de nuevo en todo lo que ha pasado en su vida y que le ha otorgado tan gratos momentos e innumerables felicidades…

Desde niño siempre quiso ayudar a su familia y aprender lo necesario para cuando fuera su turno de llevar la granja y los campos que poseían en un pueblo pobre, pero humilde. La mayor parte de su niñez la pasó con sus amigos, rondando por los bosques y pasando tranquilas tardes en los campos con su familia.

Llegado el momento donde se deja de ser niño y pasa a la adolescencia su padre y su abuelo, el portavoz del pueblo, comienzan a enseñarle lo debido respecto al campo, sobre el pueblo y la Tirsa. Rápidamente se puso a disposición de su padre, colaborándole en las labores del campo, en su adolescencia conoce a una niña algo distinguida entre las demás por su carácter y su personalidad, Dynya. Se hace de su amistad y entablan ratos agradables al atardecer, mientras el resto del día lo pasaba ayudando a su padre.

Algunos años han pasado desde que comenzó a trabajar en el campo y ahora su padre y su abuelo nuevamente cubren su estudio enseñándole la administración de los bienes, las tierras y las propiedades de la familia, mientras la relación con Dynya se fortalecía y tomaba nuevos rumbos, ya comenzaban a experimentar lo que era el amor.

A la edad de 20 años, una época que nunca olvidará puesto que es una de las más felices de su vida, se casa con Dynya por su dios pagano Perun, el dios del Trueno y el Rayo. Tiempo en que se comienza a establecer la iglesia por los lugares y crean una tela de engaños y mentiras para poder sobrevivir y no morir ante las leyes ortodoxas, así que ratifican su compromiso por el rito cristiano ortodoxo, en este mismo año en que es renovado su amor ante una iglesia y una religión a la cual no comparten mucha aceptación nace su primogénito, Dynnu, nombre puesto en honor a su madre a la que le dio vida y con la cual comparte su corazón.

Años después vuelven a tener un hijo, en esta ocasión una linda niña a la que llamaron Pavetta, después sufren una terrible tragedia ya que con sus hijos esperan una nueva llegada, pero por cosas del “destino” nace un niño muerto, sus padres y su familia lamentan ese hecho, pero eso no les hace perder la esperanza a Dagu y a Dynya, quienes lo intentan de nuevo, esta vez concibieron una niña que muere un año después.

De nuevo la familia cae en lamentos y lloros, pero no se pueden lamentar más por ello y siguen su vida con el dolor colgado en sus mentes y cuerpos. Un nuevo intento de concebir da resultado, esta vez nace una niña hermosa y fuerte, saludable y alegre siempre que se le veía, Innya, cuatro años han pasado ya, las cosechas han sido prosperas y han dado a la familia cierto grado de estabilidad, pero toda esa felicidad acaba precipitosamente con la muerte de su abuelo, a quien le tenia gran cariño por ser su maestro y enseñarle junto con su padre lo que conoce, sin ninguna demora el Consejo llama a su padre a ocupar el puesto de su abuelo como Portavoz del Pueblo.

Viven con alegría, paz y prosperidad si se puede decir, no han pasado hambruna alguna y todo parece estar bien, así que de nuevo una alegría llega a su hogar, un nuevo recién nacido alegra a toda la familia, quien es llamado Dimitri por capricho de su padre Dagu, tiempos prósperos les aguardan a él y a todo el pueblo.

Su padre es de gran utilidad como Portavoz y recibe rápidamente gracias y apoyo de las demás familias, varios inviernos han pasado y con uno nuevo llega un hecho que pone a palpitar de emoción su corazón, su primogénito, se ha enamorado de una linda chica del pueblo, que no es de mala y de buena familia y por la cual demuestra gran aprecio y cariño, por lo que sin más alegría aprueba su unión y prontamente asiste a su celebración, al año siguiente como si la felicidad no le bastara a su primogénito con sólo casarse le dan la buena nueva, un nieto.

Dagu renueva su ya crecida felicidad y aunque se da cuenta de que los años han pasado bastante rápido y que ya se ha convertido en abuelo no le importa en absoluto, si le han podido hacer tan feliz como lo era en ese momento se dijo a sí mismo que si debiera morir en ese instante no sentiría temor alguno por la gran vida que había llevado, aunque claro está que no se quiere abandonar a la familia, pero cuando es el tiempo no hay nada que se puede hacer…

Vuelve repentinamente a la realidad cuando se encuentra en frente del salón del Consejo, donde, por ser Portavoz cumple diariamente con sus funciones, al poco tiempo de su llegada se completan los asientos del consejo, con el cual se plantearían las nuevas de este año.

Queridos miembros del Consejo, hemos tenido la gracia de vivir este nuevo año con nuestras familias, pesares inundan nuestro pasado y alegrías nos rodean para el futuro. Por lo que, este año con la llegada del nuevo Señor Feudal podría ser más ventajoso para nosotros, acordaos del antiguo Señor y recordad las frías intenciones ante nuestra joven villa, demostrémosle gratitud a nuestro nuevo Señor y que este sea el comienzo de un mejor año.

Al terminar sus cortas palabras el Consejo toma asunto a los casos de mayor interés a resolver, el mal uso del campo por sus hijos y demás jóvenes es algo que prevenir además de otras multitud de cosas que atender… Tiempo pasa en el salón, y terminan su reunión alegres y con expectativas para este nuevo comienzo, con cosas ya en mente y decisiones que tomar, nunca a la ligera y nunca en contra del pueblo.

Vuelve con su caminata y se da cuenta de que poco tarda para que el atardecer llegue al pueblo, no duda en retomar sus continuos recuerdos y recordar toda su vida…

Cuando ha cumplido 43 años de vida, muere su padre, y se selecciona un nuevo Portavoz diferente a su familia. Dagu esta vez supera su angustia y pena con ayuda de su nueva familia y de las continuas felicidades que le traen, esta vez esta nueva felicidad es llamado Visany como su abuelo materno.

Un nuevo año ha llegado y como siempre las malas jugarretas del “destino” se hacen notar y la muerte de su esposa por neumonía lo deja bastante afectado, y aún mas con el enamoramiento errado de su hija Pavetta de Lisander, una completa perdida según Dagu, un cantante en las fiestas que enamora a toda chica que se le cruza en el camino, y que, por desgracia, pide la mano de Pavetta.

En su primer intento Dagu no lo acepta por desear lo mejor a Pavetta, ya sabiendo de los arrebatos de su hija al hacer aquello, pero no contaba con la facilidad de Lisander para hacer ridiculizaciones ante el pueblo, con lo que la familia de Lisander intervienen y le ofrecen a Dagu un pequeño terreno a ceder donde cultivan cereal si acepta la boda, por lo que ya sin poder consolar a su hija y con su ridiculización ante el pueblo, mas la generosa oferta de la familia de Lisander acepta.

Pero supera sus problemas con Pavetta y su amor, y a la perdida de su amada Dynya con ayuda de Innya, quien se queda en casa de su padre para hacerle compañía ante su vejez y encargarse de él ante cualquier medida.

Unos tres años después del casamiento de su hija Pavetta con Lisander, éste hace enfurecer a Dagu, no solo no ha dado nuevas con sus nietos como lo hizo Dynnu, sino que además se rumorea de otras relaciones con otras chicas además de Pavetta, Dagu siempre se lamentó de su decisión y aunque la felicidad de su hija estaba en juego hubiera preferido protegerla de ese daño aunque sin duda alguna Pavetta a de aprender con su error.

Muere el Portavoz del consejo y tras deliberar el Consejo nombra a Dagu para ocupar el puesto, al parecer su familia ha conseguido que se le tome en cuenta en el consejo, ocupa su lugar con honor y a seguir la fuerte tarea de guiar a un pueblo en sus venideros años como ya lo había hecho su padre y su abuelo, aunque con el Conde Florescu como señor feudal se demuestra que se encuentran en precarias condiciones.

Los grandes abusos para satisfacer su codicia comienzan a deteriorar al pueblo, y con este nuevo puesto y un nuevo terror que afrontar se dan malas cosechas y hace mas difícil la situación. En esta ocasión la familia de Dagu ha guardado un poco de grano para épocas venideras, pero al ver la situación decide compartir su poco almacén con la población, la cual le agradece inmensamente.

Años siguientes, exactamente el año 947, notan algo diferente un viento y lluvias traen momentos prósperos al pueblo y al año siguiente el inhumano Conde Florescu es cambiado por un Caballero un tanto desconocido, alguien del exterior. El Caballero Sidor de la Selva Negra, aunque todo el pueblo cree que Florescu tomará represalias contra la humilde aldea.

Apenas a su llegada comienzan la construcción de un fuerte a las afueras del pueblo, pero algún ser o ente sobrenatural comienza a eliminar a los criados del nuevo feudo, se comienza a rumorear acerca de algún enviado del Conde y que próximamente atacaría el pueblo, pero rápidamente se dan cuenta de que es un “demonio” como lo describen algunos que ni siquiera lo han visto, luego una estrepitosa tormenta arrasa con las obras del fuerte restantes y el Caballero logra vivir en una triste cabaña, la cual construyó antes de la desaparición de sus criados. Bastantes rumores rondan el pueblo en la tarde, se difunden rápidamente en un lugar tan pequeño, pero aun así han logrado seguir con sus vidas…

Dagu se encuentra en frente de su cabaña en la cual ve una tenue luz en su interior, ha caído el anochecer y se imagina que su hija lo ha estado esperando, se acerca prontamente a la puerta y la abre, mientras se levanta Innya del antiguo sillón de su padre algo preocupada y terminan en un abrazo que demuestra su unión padre e hija. Gracias hija por preocuparte por mi.

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02/03/2008, 02:45
Padre Prior Severus.

Padre Prior Severus: Los Dhaeva de Transilvania: Relato 0.

Año 950 de nuestro señor.

Nacer en Prahova en el 910, en una casa humilde ofrece pocas perspectivas de futuro. Si acaso llegar a poseer un pedazo de tierra yerma y dura en la que romperte la espalda y ahogar todos los sueños y anhelos de una juventud marcada por el trabajo físico, las privaciones y la sumisión total a tu señor.

Bomescu nació pequeño, de hecho su padre creyó que algo así solo podía ser un castigo divino. - “Este niño no pasará de este invierno Katerina”. - Fue lo único que acertó a decir a su esposa, aun en el lecho en el que había dado a luz.

Katerina era una mujer menuda, frágil, hija bastarda de un escribano de origen germano y una hilandera de la región. Su padre las visitaba a menudo a escondidas para llevarles alimentos y dinero y en sus visitas, hablaba a la pequeña de teología, historia, de países lejanos cuyas civilizaciones y culturas maravillaban a una Katerina fascinada por aquellos relatos.

Seguramente fue ese el motivo que influenció a Bomescu para que, a la edad de doce años, ingresase en el monasterio de Braila y abrazase los votos de la Iglesia Ortodoxa. Sólo así podría llegar a conocer todo aquello que en su día maravilló a su madre y que tan fervientemente le había transmitido en los largos períodos en los que el joven Bomescu convalecía postrado en cama, dada su mala salud, la cual le acompañó a lo largo de toda su juventud, apartándolo de las tareas cotidianas en la granja paterna.

Además, pensó, así podré leer los libros que mi abuelo copió hace años y descubrir que hay más allá de las montañas que me rodean.

Pronto el joven demostró su capacidad valía dentro de la orden, lo que le valió ir ascendiendo en el escalafón del monasterio hasta, a la temprana edad de veintiséis años, convertirse en la mano derecha del Abad y escasos años más tarde, cuando apenas tenía veintinueve años, encumbrarse en el Priorato del Monasterio de Braila.

Después de esto, a los treinta y dos años viajó por orden del Abad a Constantinopla, con la misión de solicitar ayuda en el estudio de una serie de códices que habían encontrado en la vieja biblioteca del Monasterio y que debía entregar a la máxima autoridad Ortodoxa para su custodia.

Estos códices resultaron ser un tratado de taumaturgia en el que se intuía la existencia de poderes más allá del conocimiento humano y en los que, varias veces, se repetía la palabra griega - Μη νεκρους - (no-muerto).

La alta jerarquía Ortodoxa prohibió al joven Bomescu, ya rebautizado como Padre Severus, seguir estudiando aquellos códices y le ordenó regresar a Braila para continuar con su labor en el monasterio.

Esto encolerizó a Severus e hizo que encaminara sus pasos no hacia Valaquia, sino hacia Grecia, desoyendo el mandato de sus superiores, empeñado como estaba en saber más acerca de lo que había descubierto en sus estudios.

Su búsqueda fue infructuosa, o eso le pareció a él, pues no halló ningún escrito más que hiciese referencia a nada de lo que había leído en los Códices Brailiensis, como dieron en denominar en Constantinopla a los libros llevados por Severus.

No obstante, a su regreso, y a medida que se acercaba a Valaquia, cada vez eran más las historias que oía a los campesinos, sobre seres de ultratumba y poderosos señores que viajaban de noche, portando el mal y robando el alma a las pobres víctimas que encontraban en su camino.

Una vez de vuelta en el Monasterio, retomó su labor como Prior del mismo y, en apariencia, apartó de su vida aquel asunto y se concentró en la evangelización de la zona de influencia del Monasterio y en la dirección espiritual y mundana, del mismo.

Sin embargo, de noche, mientras sus hermanos dormían, Severus se volcaba en algo que con el tiempo, acabó sembrando dudas en su mente sobre la verdad absoluta de su religión y que minaba su fe, en otro tiempo incorruptible. Escribió sobre lo que había descubierto, investigando todas aquellas fuentes que le ofreciesen información sobre los Μη νεκρους.

Este asunto le obsesionaba y ocupaba su mente más que cualquier otro tema, haciendo que, en ocasiones, descuidase sus funciones como Prior lo cual le valió una reprimenda por parte del Abad, el cual exigió a Severus que cesase en sus pesquisas por tratarse estas de asuntos sacrílegos y fuera de lugar en un hombre dedicado a la obra de Dios.

Las relaciones entre el Abad y Severus cambiaron a partir de aquel momento y la distancia entre ellos aumentaba día a día, hasta que una noche, tras una larga conversación privada en la zona antigua del monasterio, aquellas asperezas parecieron limadas y su relación adquirió un matiz de sumisión por parte de Severus que extrañó a todos los que conocían al Prior y su obcecación a la hora de defender sus estudios.

Pero esto ya es otra historia puesto que llegamos al momento actual y yo, humildemente, sólo soy un escriba y aún no sé escudriñar el futuro.

Arkonte Herufaroth,
Escriba Real.

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08/03/2008, 18:31
Knezi Oor el Justo.

Conde Oor el Justo: Los Dhaeva de Transilvania: Relato 0.

Mi nacimiento como criatura de Dios tuvo lugar en una primavera del año del señor 860, dentro de una de tantas tribus itinerantes de la región de Esita en Transilvania.

Tengo ahora 90 años pero, debido a un acontecimiento extraordinario mi apariencia no supera la treintena. Nací en una época llena de conspiraciones, guerras e invasiones y donde la vida de un hombre no tenía mucho más valor que la de una vaca o cualquier otra forma de vida. De hecho, los peligros eran muy similares para ambos.

Vine al mundo en una familia donde no había má hermanos, mi padre era un reconocido guerrero que había aprendido las artes del herraje y de vez en cuando ayudaba cuando había escasez de trabajo en la herrería.

Mi madre cumplía con el papel tradicional, hasta la edad de 10 años su única ocupación era la familia y los hijos, luego en cuanto un hijo varón cumplía los 10 años se le separaba de la madre y convivía ya casi de forma exclusiva y permanente con los hombres de la tribu que se ocupaban de la educación y la instrucción, a los más diestros en armas se les formaba como guerreros, al resto, generalmente se les mandaba a que aprendieran lo que según ellos eran oficios menores como orfebre, ganadero o agricultor.

El único oficio de relevancia además del de guerrero era el de cazador y el de herrero, este ultimo solía desempeñarlo un hombre diestro en armas, pero ya un poco mayor para pertenecer a la línea de vanguardia, se encargaba de forjar las armas y las herramientas de metal y era tenido en cuenta como un hombre de gran sabiduría pues dominaba los metales.

Para hacerse una idea de lo convulsa de la sociedad y el tiempo sólo hay que ver que en los diez primeros años de mi vida se dieron un mínimo de 8 o diez conflictos armados como son la invasión de Omar del Ponto, Cilicia y Capadocia en el año 862 o la batalla de Armasia un año después donde los Bizantinos derrotaron a los musulmanes. Tan sólo dos años después los Bizantinos promueven las conversiones masivas al cristianismo de nuestros vecinos Búlgaros y los Rusos llegan a Constantinopla.

Como se puede observar, Europa, está convulsa, aunque no para todos es igual, ya que ese periodo de un lustro para mi tribu es de paz y prosperidad, fomentando las relaciones y la economía con el entorno más próximo.

Tan solo un año después se propaga el cristianismo entre los pueblos Eslavos.

Pasaba el tiempo e iba creciendo y desarrollándome así que a la edad de siete años comienzo a colaborar con pequeñas ayudas a las actividades de la tribu como es la recolección de frutas y el trabajo de agricultor, ya que en un principio, todos debemos aprender a vivir de la tierra.

El periodo de guerras sigue incesante y la paz parece que nunca va a llegar a Europa sobre todo en Nottingham donde los daneses salen victoriosos. Se abren frentes en África y Oriente donde los turcos entran en Egipto y Jerusalén.

A la edad de diez años y cumpliendo con las tradiciones ancestrales, soy apartado de los confortables brazos de mi madre para ser educado por mi padre y el resto de hombres de la tribu con dureza pues de ellos he de aprender el oficio de guerrero, y de ellos dependerá la decisión final de si formo parte de la línea de defensa o más bien de suministro dedicándome a la agricultura.

Lo primero que me enseñan es la lucha tradicional con cuchillo y hacha. Modalidades que acepto y asimilo con velocidad y habilidad. Tan sólo dos años después cazo mi primer antílope con honda, dando claras muestras del aprovechamiento de las técnicas que me han enseñado hasta el momento.

Tan sólo un par de años después la guerra llega a nuestra región y tras algunos escarceos y combates los Moravos conquistan nuestras tierras y comienzan a gobernarnos, parecía que tras la guerra venia un periodo de tranquilidad y de prosperidad, pero pronto pudimos comprobar que eso estaba lejos de ser la realidad, ya que nuevos e inquietantes peligros se ciernen sobre nosotros, ese año, a los 14 alcanzo la mayoría de edad al matar a un lobo para proteger a los animales de rebaño del poblado, este acto es el que confirma mi madurez y el paso de niño a hombre, desde entonces todos los ciudadanos de la tribu empiezan a tratarme como hombre maduro.

Siguen las guerras en Europa sobre todo causadas por los vikingos y los agresivos sarracenos y musulmanes, aunque en nuestra región no hay guerras ni amenazas de demasiada relevancia de hecho poco a poco van pasando los años.

Tengo 18 años y ya soy un guerrero en mi tribu formando parte del grupo de defensa y protección. Ese mismo año descubrimos la existencia de seres monstruosos que suelen atacar a nuestra tribu, les llamamos los “Szlachta”.

Durante este tiempo se han producido muchísimas desapariciones en la tribu a la vez que sufrimos muchísimos ataques de seres monstruosos que junto con el resto de guerreros de la tribu ayudo a rechazar.

El desánimo se apodera de las gentes del pueblo y los días de existencia de mi tribu parecen contados, los ataques prosiguieron sin cesar hasta llegado el año del señor 881 cuando sentimos un repentino y bienvenido alivio de la presión.

Realizo numerosos viajes de exploración al igual que la mayoría de los guerreros, en ellos descubro seres monstruosos muertos. Ese mismo año, una noche, descubro a un guerrero extraordinario que me mira desde lo alto de una colina, a los pocos segundos cae rodando colina abajo muerto uno de los monstruos que acosan a mi pueblo. El aura de orgullo y nobleza que desprende el guerrero me impresiona y durante unos instantes me parece perder la consciencia delante de aquel guerrero extraordinario.

Este guerrero tendrá gran importancia ya que años después será mi mentor y maestro, dando paso a lo que hoy soy. De hecho podemos decir que el fue mi segundo padre, pues me dio mi segunda vida.

A partir de entonces se abre un periodo de paz y prosperidad y las gentes de mi tribu poco a poco nos vamos integrando entre la población local. Con la corta edad de 24 años soy un guerrero respetado dentro de la región de Esita y uno de los protectores de la creciente comunidad, mis habilidades en las armas y mi capacidad de aprender han hecho que sobreviva a muchos de mis compañeros de batallas, incluido mi padre.

Durante todo este año y el siguiente continúo viendo al extraño guerrero, siempre de noche y siempre cuando no hay nadie más. Siempre que le veo está ayudándonos de forma silenciosa y discreta. Parece pertenecer a otra época pues sus ropas se ven de estilo muy anticuado.

El año 886 nos depara macabros descubrimientos y dolor y sufrimiento como no antes lo habíamos sufrido. Descubrimos la existencia de brujas en el bosque que devoran a los indefensos y que monstruos que vuelan con alas de murciélago se ciernen sobre los vecinos que se retiran demasiado tarde. La noche, comienza a causar un temor extremo a los ciudadanos de Esita que no saben muy bien que hacer si abandonar una tierra que parece maldita o continuar en ella plantando resistencia al mal que se avecina y parece seguro vencedor.

En 889 a la edad de 29 años la gente en Esita pasa a considerarme un hombre sensato y a pesar de que soy muy joven para el cargo, me nombran Juez. Esta nueva actividad me entusiasma y me envían muchos casos para que los sopese y decida, todos los juzgo con sensatez y equidad, debido a esto las gentes de Esita comienzan a llamarme por el sobrenombre de “el Justo”.

El extraño guerrero se presenta una noche en mi casa y mantiene conmigo una conversación inquietante: - “Debes prevenir a tus vecinos. Debéis construir fosos y empalizadas pues dentro de un año más o menos, vendrá un ejercito de lobos comandados por un ser infernal, también debéis encender hogueras, pues el fuego a los lobos les causa temor.” - Luego me regala su espada y desaparece tal y como vino.

Sin perder tiempo comento las palabras del guerrero a mis vecinos, pero pocos me creen y la construcción de las defensas avanza lenta. Cuando llega el día, los lobos atacan y las defensas no están completas.

La guerra es cruenta y no concede descansos. Caen muchos vecinos y ciudadanos y también muchos lobos, pero su avance parece imparable. Tras matar a muchos de los lobos un gran lobo negro me muerde en el brazo haciendo que pierda la consciencia por unos instantes, cuando me creía perdido, un miliciano clava su lanza en el gran lobo, este se transforma en una criatura horrenda de tez blanquecina y zarpas inhumanas que destrozan al miliciano y luego en una especie de ritual macabro se bebe su sangre.

Reuniendo las últimas fuerzas que me quedan consigo clavarle la espada y este se revuelve con ojos furiosos, luego me desvanezco en mitad de la batalla. Increíblemente cuando abro los ojos compruebo que estoy vivo y en mi propia cama. Un emisario entra lleno de euforia… - ”Vencimos, hemos vencido, los lobos se retiraron” - luego me enseña mi espada rota en varios pedazos.

La herida causada en el brazo por el lobo me duele y causa un sufrimiento constante, ya no sé ni el tiempo que hace que no duermo por las noches.

Durante meses comienzo a aprender el oficio de herrero y comienzo a reforjar la espada rota. En ello aplico todas mis energías y habilidad. Una noche, el extraño guerrero se vuelve a presentar ante mí en mi casa. Me informa de que mi vida llega a su fin y durante horas mantenemos una conversación sobre ello y como burlar a la muerte y de mi segunda vida.

Finalmente, tras sopesar la situación, decido acompañarlo en un viaje largo y arduo, quizás el peor que haya hecho nunca, realizamos un rito de iniciación y de renacimiento en el cual mi vida como mortal termina y comienza mi segunda vida.

Durante años estuvimos viviendo aislados del mundo en su gruta enseñándome su filosofía de vida y como luchar y detectar a nuestros enemigos y como poder vencer al mal que nos amenaza de manera casi constante.

Veinte años pasamos aislados del mundo y a nuestros ojos no fueron más que un mero suspiro. Corría el año 910 cuando terminó nuestro aislamiento, durante el año 912 mi maestro y yo matamos a muchos lobos, bárbaros magiares y a algunos Vampiros salvajes.

Todos los que una vez conocieron a Oor el justo en Esita han muerto pues 50 años han pasado desde que naciera como mortal y las guerras y el tiempo han hecho que ya nadie recuerde a aquel joven que un día desapareció sin dar señales y nunca mas volvió.

Nada me une al mundo a excepción de mi maestro.

Las gentes de Esita me consideran un extraño guerrero que acude en su ayuda llegando incluso a tomarme por un enviado del Todopoderoso para protegerlos.

Al año siguiente, es decir en 913, mi maestro se enfrenta personalmente a Arnulf, pero este lo despedaza con suma facilidad ante mis propios ojos. Al ver semejante acción me dirijo a la población y comienzo a informar a los ciudadanos del peligro que se les avecina y les comento que deben abandonar la ciudad, pero pocos hacen caso de la recomendación y algunos guerreros se enfrentan a la bestia siendo despedazados casi de inmediato.

Viendo que no queda más opción, finalmente decido enfrentarme yo mismo a Arnulf la Fuerza de la Naturaleza, el combate es extremo y feroz sin descanso, ninguno estamos dispuestos a ceder ni un ápice, tras horas de combate, finalmente retrocede frustrado tras transformarse en un gran lobo negro y huye veloz.

Durante unos segundos siento algo extraño al ver la transformación de la bestia. El caudillo local Klaus ha presenciado el combate e impresionado me propone que me quede a vivir con él como su hijo adoptivo y heredero.

El hombre debe tener unos 40 años, no deja de hacerme gracia que una criatura que es considerablemente más joven que yo me intente adoptar como hijo suyo, así que finalmente rechazo su oferta y regreso al hogar de mi mentor, donde, debido a las heridas que son más graves de lo que yo esperaba, caigo en un periodo de Letargo que durará cerca de once años.

Tras estos once años despierto hambriento al notar el contacto humano, al abrir los ojos veo a un Klaus envejecido que me mira maravillado debido a que la edad no ha hecho mella en mi aspecto.

Tras recuperarme y asearme adecuadamente mantengo una nueva conversación con Klaus, donde me vuelve a proponer ser su heredero para que en esta ocasión el Condado no caiga en malas manos y así poder proteger a Esita del mal.

En esta ocasión, acepto el ofrecimiento y comienzo a vivir en el castillo del Condado junto con Klaus que me enseñará cómo organizar y llevar el condado con eficiencia. Según va pasando el tiempo, se va haciendo más notorio que el viejo Klaus va estando peor y poco a poco voy haciéndome cargo de más responsabilidades respecto al condado y a las gentes del mismo.

Finalmente un día de 944 el conde Klaus muere y paso a convertirme en el Conde Oor de Esita. Seis años hace ya que gobierno el condado aplicando las enseñanzas de mis dos mentores administrando el condado e impartiendo justicia y por supuesto protegiendo a los ciudadanos de los males que acechan siempre de noche, pues el día es el momento en el que la muerte me reclama su atención y los peligros de la noche son casi inexistentes.

Hace poco que he reclutado a un lugarteniente ya que hay casos en los que no siempre puedo actuar y necesito unas manos firmes y ojos avizores que me informen de todo cuanto acontezca, mi hombre de confianza se llama caballero Velyev.

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29/04/2008, 22:48
Maestro Marcus el Poderoso.

Maestro Marcus el Poderoso: Los Dhaeva de Transilvania: Relato 0.

¿Así que has decidido que hoy estoy suficientemente borracho para contarte mis secretos de la vida pasada? Pues bien, hoy te complaceré, porque lo que tú crees secreto no es sino vida antes de que tú nacieras, pues aunque parezco maduro, casi viejo, tengo más años de los que imaginas…

¿Por dónde comenzar? - dijo pasándose la mano por la barba rasposa no demasiado bien rasurada. - Seré generoso y te revelaré mi más oscura infancia: Nací con otro nombre, Schroder, en un pueblecito alejado y sin nombre del que no te revelaré más. Mis primeros recuerdos, hacia los cinco inviernos, incluyen ya exclusión e incomprensión y el solo confort de las llamas del hogar a las que miraba fascinado. Dos años más tendrían que pasar hasta que un viajero descubriera que tenía el Don y organizara mi secuestro. Él era el que se convertiría en mi Pater, Sagarus de Flambeau, al que tanto debo.

Me sacó de aquel mundo infecto de la Baja Sajonia y se esmeró en mi educación hasta tal punto que los golpes caían en lugares ya amoratados – prosiguió, con una medio sonrisa esbozada en sus duras facciones. - Durante los primeros meses no pude sino sentir odio hacia él… y temor, un temor reverencial. Jamás hubiera osado hacer nada contra él.

Gran Maestro… - dijo mientras asiente pensativo, casi hablando para sí. - Pero pronto también surgieron nuevas tareas y éstas, incluso para mi corta edad, fueron evidentes que no eran usuales para alguien de mi extracción social. Me enseñaron a leer y escribir latín, entre otros conocimientos. Había caído en manos de un alquimista o un brujo y no sabía qué hacer. Nada podían las oscuras amenazas de mi supersticiosa madre contra semejante mago. Y pasaron los años y continuó mi aprendizaje.

A los trece años mi vida anterior ya era un recuerdo difuso y lejano, enfrascado como estaba en mis estudios y obligaciones. Olvidé el nombre de mis hermanos y hermanas, de mi padre e incluso de mi amada madre. Pero no me sabía mal, pues sabía que el futuro que me esperaba era brillante – comentó ahora con voz altiva. –

Llevaba ya seis años viviendo en una Alianza más bien recóndita de lo que ahora dicen que es el novísimo Tribunal de Transilvania – escupe. - Su nombre era Castellum y a tal nombre hacía honor. Aquel era mi hogar y yo ya sabía que mi maestro y sus compañeros, Scaber seguidor de Tytalus, Illisus de Bjornaer e Ignis de Flambeau, eran magos de la Orden de Hermes. Compartían, al igual que tú y yo, el tener el Don de la Magia. Aunque lo sabía, apenas si había logrado obrar algún prodigio.

“Un Flambeau es ante todo un combatiente” me dijo mi Pater y con estas me enseñaron a manejar las armas además de a escribir y a hacer cuentas. También me enseñaron a sobrevivir en los montes cercanos y a encontrar en ellos azufre y otros elementos útiles para el laboratorio hermético. Aquel era un paraje desolado, pero mucho menos de lo que lo llegaría a ser.

Eran los principios de la segunda década del siglo X y los reyes mundanos seguían muriendo, siendo coronados y peleándose como siempre lo habían hecho. Nada de eso me importaba, pues yo estaba enfrascado en aprender los fundamentos más básicos y elementales de la magia. Conseguía ya, en algunas ocasiones, que una chispa saltara entre mis dedos y comencé a comprender porqué el temperamento de un Flambeau debe ser ardiente y su voluntad firme.

La fiereza y animosidad de las llamas son moldeadas con nuestra voluntad… - agitó los dedos y entre ellos apareció una llama que observó pensativo. Tras unos segundos pareció reaccionar por fin y sus acuosos ojos de borracho se centraron de nuevo, cerró el puño casi con rabia y continuó el relato. - Aquellos fueron los días de mi preparación para el Reto del Aprendiz, reto que tú pronto tendrás que pasar. Conseguí dominar un hechizo al que guardo gran cariño: Piel de Salamandra, que como sabrás, otorga cierta protección a las llamas.

Ni que hay que decir que el dominio que tenía de él en aquellos tiempos no era comparable al que poseo ahora, pero armado con él estaba dispuesto a comerme el mundo, escupir los restos al suelo y eructar para dejar bien claro que lo había hecho yo – y hablando de eructos, profirió uno bien grave a causa de la ingente cantidad de vino aguado consumido. –

Aquel fue un Reto del Aprendiz sonado. Sagarus me dejó a una legua de viaje de un pueblo que ya conocía, donde debía llegar en 3 jornadas. Como ya sabía de qué se iba a tratar, me había armado de aceite, cuerda y yesca y pedernal, de manera que mi paso por aquellas tierras quedó marcado en cenizas, como debe ser… Llegué tiznado de hollín, mis ropas cenicientas y chamuscadas y la piel reluciente del sudor. Consumí todo el tiempo, pero mis llamas consumieron mucho más que eso, jajajajaja –su poderosa carcajada inundó las salas desnudas de la nueva Alianza.

Luego sólo quedó jurar el Código de Hermes, que por supuesto ya tenía memorizado:

“Yo, Marcus, juro por la presente mi eterna lealtad a la Orden de Hermes y a sus miembros.

No despojaré ni intentaré despojar a ningún miembro de la Orden de su poder mágico.

No mataré ni intentaré matar a ningún miembro de la Orden, excepto en una Guerra de Magos formalmente declarada y justamente ejecutada. Por la presente acepto que una Guerra de Magos es un conflicto abierto entre dos magos, cada uno de los cuales puede matar al otro sin romper este juramento y que si yo mismo fuera muerto en una Guerra de Magos, ningún castigo debe caer sobre el que me mate.

Me atendré a las decisiones tomadas por honrado voto en el Tribunal. Tendré derecho a un voto en el Tribunal y lo usaré con prudencia. Respetaré los votos de todos los demás en el Tribunal.

No pondré a la Orden en peligro por culpa de mis actos. No interferiré en los asuntos de los mundanos, trayendo así la ruina a mis sodalis. No tendré tratos con demonios, ya que así pondría en peligro mi alma y las almas de mis sodalis. No molestaré a los duendes, ya que su venganza alcanzaría también a mis sodalis.

No usaré la magia para manipular a otros miembros de la Orden de Hermes, ni la usaré para indagar en sus asuntos.

Instruiré aprendices que deberán jurar este Código y si alguno de ellos se volviese contra la Orden y contra mis sodalis, seré el primero en abatirle y llevarle ante la justicia. Ninguno de mis aprendices tendrá el derecho a llamarse Mago hasta que haya jurado este Código.

Concedo a Bonisagus el derecho a tomar mi aprendiz si halla a mi aprendiz valioso para sus estudios.

Exijo que, si rompiera este juramento, se me expulse de la Orden de Hermes. Si fuera expulsado de la Orden de Hermes, pido a mis sodalis que me encuentre y me ejecuten, para que mi vida no continúe en la degradación y la infamia.

Los enemigos de la Orden son mis enemigos. Los amigos de la Orden son mis amigos. Los aliados de la Orden son mis aliados. Trabajemos juntos como una sola persona y crezcamos sanos y fuertes.

Presto este juramento en el Veris Aequinoctii del mil cincuenta y cincoavo de Piscis. ¡Ay del que quiera tentarme a romper este juramente y ay de mí si sucumbo a la tentación!”

Una vez recitado de nuevo su juramento, el borracho prosiguió:

La presencia de Bjornaers, bestias temerosas de las llamas, dificultó la entrega del Sigil, pero nada pudo impedir lo inevitable, el 917 d.C., mil cincuenta y cincoavo año de la era de Piscis, fui proclamado Magus de pleno derecho de la Orden de Hermes y miembro de la honorable Casa Flambeau.

Ya el año siguiente comenzaron a llegar noticias preocupantes: los magiares amenazaban Italia, estando las casas Jerbiton y Guernicus inquietas por ello. Yo proseguí con mis estudios de Teoría Mágica, un camino arduo y difícil que esperaba me condujera a la forma de conseguir encender fuegos verdaderamente intensos y no sólo la posibilidad de controlarlos o encender chispas que prendieran un combustible.

Por aquellos entonces mi potencial mágico era superior a la capacidad de hechizos que podía lanzar sin vis y sólo conocía un hechizo. *Necesitaba* mejorar mis artes mágicas. Y así lo hice durante cuatro años. Desarrollé la Parma Mágica y otro hechizo, casi de aprendiz, el conocido Senderos de Calor, que permite, como sabes, ver el calor como colores.

Entonces llegó el desastre - dijo con gran teatralidad. - Castellum fue atacado por las hordas magiares. Pronto descubrimos que éstos tenían su propia tosca magia, atacándonos con espíritus maléficos.

La visión era terrible: jinetes e infantería arremolinándose en torno de la Alianza, gritando, agitando sus armas, mientras a su alrededor se podían entrever espíritus humanoides buscando víctimas humanas a las que infectar. Los Grogs fueron rápidamente poseídos y vueltos contra sus amos, iniciándose una escabechina en el interior de la Alianza en vez de en el exterior, como debería haber acontecido. ¡Yo mismo fui atacado por mis propios hombres! – Gesticuló vehemente a la vez que gritaba. - Esquivé algunos golpes, me hice con una maza de armas y pude abrirme paso machacando algunos cráneos de antiguos compañeros de entrenamientos hasta el Sancta de Ignis.

Allí me dio tiempo a presenciar cómo un Grog, satisfecho perversamente con su fechoría, lamía el cuchillo ensangrentado con el que había asesinado por la espalda a su antiguo señor. Acabé con él y me hice con una bolsa de azufre mágico que mi ex compañero de Casa, Ignis, no había tenido tiempo de utilizar. Armado con ella comencé a buscar a los otros Magos de la Alianza.

En las murallas otro de los Magos, Illisus, estaba herido de muerte y lidiaba contra varios Grogs poseídos. Me concentré en mi furia y sin saber muy bien cómo, creé una débil Lanza de Llamas que avanzó en línea recta, golpeando a uno de los Grogs poseídos. Había captado la atención de los Grogs, pero eso era justo lo que no necesitaba.

Logré llegar hasta la torre, todavía buscando indicios de los otros magos. Escuché griterío en el exterior y al asomar a la muralla vi cómo los bárbaros magiares estaban colocando escaleras contra ésta. “Las escalas son de madera, la madera arde…” pensé, recogí el vis y un pergamino con el hechizo de Bola de Fuego Infernal del sancta de mi Pater y subí a lo más alto de la torre. El aire frío y el viento no borraban una visión de la Alianza asaltada y ardiente, con nubes de humo, llamas, griterío y caos por doquier.

Me concentré de nuevo, reuniendo hasta mi último ápice de fuerza de voluntad y de nuevo me serví del azufre mágico, leyendo el hechizo por encima del ruido imperante. La magia me quemaba, estaba muy por encima de mi nivel… de lo que puede extraerse una lección: la necesidad hace temibles a los Flambeaus, y yo siempre he sido uno magnífico, jejeje –

Hizo un inciso el poderoso mago de Ignem, al que respondió su, hasta ahora, callado aprendiz: maestro, creo que lo que querías decir es que no deben sobrepasarse nuestros límites, pues es peligroso… - dijo Maserrak con cierta condescendencia.

Sí, sí, por supuesto. – Añadió Marcus sin darle importancia, siguiendo de nuevo con ímpetu el relato. - Entonces creé una pequeña bola crepitante de color rojo y amarillo, bola que emitía un calor sofocante y pulsante, pero reconfortante a la vez. La alejé de mí con gran esfuerzo de voluntad y voló lentamente hacia la muralla.

Es posible que lo recuerde lento por la agitación del combate, tal vez todo sucedió en un parpadeo, pero yo la recuerdo deslizarse con suavidad y lentitud, como si no tuviera prisa. Según se alejaba comenzó a crecer. Casi había perdido el sentido cuando vi una violenta llamarada estallar en lo alto de la muralla. Mi poder mágico crepitó en mí, el gran árbol del poder arreló más fuerte en mí tras aquello, estoy seguro.

No obstante mi éxito, me sentía agotado por el esfuerzo mágico y esperaba sinceramente que el resto de magos estuvieran haciendo algo o estábamos perdidos. Pese a mis ya desarrollados músculos, no me sentía con fuerzas para hacer nada, la magia me había drenado la vitalidad por completo.

Escuché un ruido en la escalera de la torre y gritos de algunos defensores dispersos. Los defensores me daban algo de tiempo y su muerte no sería en vano. Preparé un nuevo hechizo de Bola de Fuego y cuando me asomé para precipitarlo escaleras abajo ¡algo impactó en mi hombro! – Teatralizó el viejo mago. - El dolor fue tan intenso e inesperado que el hechizo se disolvió junto con mi concentración.

Los bárbaros aprovecharon esto para acabar de subir y abalanzarse sobre mí. Si no hubiera sido por la daga que me atravesaba el hombro y por el agotamiento de los hechizos, sin duda hubiera podido con esos mequetrefes en un mano a mano, pues conservaba todavía la maza de armas – añadió a la vez que agitaba el puño - pero dada la situación pudieron golpearme a placer y nada pude hacer ya para defenderme. Temí por mi vida sólo cuando acerté a ver que algunos de ellos levantaban sus lanzas para ensartarme contra el suelo, pero una voz de mando les paró en seco. Veles, un poderoso brujo magiar, tenía otros planes para mí.

Su expresión era cruel y su mente lo era más que su expresión – dijo con tono oscuro y bajo, reconociendo un mal terrible pero ya pasado. - Fuí tomado prisionero y lo último que vi de Castellum fueron sus muros incendiados.

Nada sería igual durante los siguientes años. Me torturaron para que revelara los secretos de la región: sus castillos, sus riquezas, otras Alianzas de Magos. Poco me importaban las vidas de los enemigos de Castellum, que por supuesto revelé.

Tras las torturas llegaron los tratos humillantes y vejatorios, tratos sobre los que no me extenderé – ni ahora ni nunca parecía afirmar con la mirada inflamada - y me llevaron encerrado en un carro-jaula como una especie de Talismán. El viejo shamán magiar a menudo me extraía sangre con una lanceta, sangre que usaba en inmundos brebajes.

Sufrí cuatro interminables años de cautiverio, tratado como poco más que un animal, usado como fetiche de la suerte, blanco de las risas de los niños y de su puntería con porquerías. Traté de fortalecer mi espíritu, lo único que me quedaba, conservando la cordura a base del odio que sentía hacia mis captores, pensando que la magia que el shamán me robaba le haría finalmente arder, pues no usaba su propia magia, sino la mía.

Por fin, el Año 929, los magiares se enfrentaron a los francos en campo abierto. La batalla fue monstruosa. Se enfrentaron miles de guerreros por cada bando, los unos un pueblo en movimiento, los otros defendiendo sus hogares. Los magiares contaban con una ágil caballería que hizo estragos en las filas francas, pero los francos lograron responder con la suya, mucho más pesada e imparable. El flanco bárbaro en el que me hallaba fue desbaratado por sucesivas cargas brutales de caballería franca apoyadas por lluvias de flechas.

Cuando la caballería se retiraba, mi carro volcó en la precipitada retirada, cerca de unos árboles. Los guerreros magiares continuaron huyendo pese a los gritos del shamán. No quería perder a su hombre-fetiche y eso resultó ser su perdición. Un caballero franco lo ensartó con su lanza contra un árbol. El asta de la lanza se rompió, pero Veles se retorcía en agonía contra el tronco.

Pasaron las horas y cuando finalmente murió, sentí un extraño dolor, casi agónico. Algo sucio y traslúcido emergió de mi cuerpo. Se trataba del espíritu maléfico que me había tenido aprisionado y sin voluntad. El espíritu fue desterrado con la muerte del shamán y lentamente sentí regresar mi magia. Caí dormido, agotado.

A la mañana siguiente desperté al ruido de los cuervos, que se daban un festín con los cadáveres. En un arranque de fuerza destrocé los barrotes. ¡¡Crash!! Y los cuervos, asustados, alzaron el vuelo en un caos de plumas negras. Fui al cadáver Veles, mi archi-enemigo muerto. Quería su cabeza. Su sola muerte, sin ser a mis manos, no me bastaba. Los cuervos ya le habían comido los ojos, pero daba igual. Me sentí arder de furia y su piel, barba, cerebro, ardió. ¡¡Por las barbas de Bonisagus, cuánto había odiado a ese shamán!! –el tono de la historia, que se había levantado hasta el griterío, calló de nuevo.

Encontré refugio tras mucho vagabundear en una alianza llamada Mistridge, en el Tribunal Provenzal. Quería ir a Val-Negra, nuestra Domus Magna, pero estaba herido en el alma y tenía el cuerpo atrofiado a causa del largo cautiverio. La solicitud de ayuda a la Casa Flambeau para convocar una cruzada contra los magiares tuvo todavía que esperar. No era capaz de moverme más allá de Mistridge y ya era sorprendente que hubiera logrado llegar hasta allí dado mi estado. Tras la furia inicial, cuatro años dentro de una jaula habían pasado factura.

Sané durante dos años en aquella Alianza, recuperándome, hasta que pude emprender el viaje a Val-Negra. Allí donde encontré a nuestros compañeros de casa contentos por los progresos de las luchas contra los musulmanes en el vecino Tribunal de Iberia.

Val-Negra resultaba impresionante, con su asfixiante Aegis de la Alianza, su Aura, su amalgama de construcciones, sus potentes murallas, las puertas fabricadas por el propio Verditius, sus poderosos magos… Pero no me tomaron en serio, pues según ellos los magiares habían sido aplastados y los magos de la Orden habían abatido docenas de sus shamanes.

Al parecer Castellum había sufrido uno de los primeros ataques y había pagado la inexperiencia con su caída. De los magos de la Alianza sólo pude conseguir noticias de Scaber de Tytalus, que había escapado de regreso al Tribunal del Rhin, mientras que mi Pater y otros dos más perecieron en esa primera oleada. Me sentí frustrado.

Por fortuna el Maestro Fulmineus me ofreció su apoyo, ayudó a serenarme y me invitó a quedar en la alianza estudiando. Y eso hice, ya que estaba allí y no tenía Alianza a la que volver.

La biblioteca de Val-Negra, fuera del abasto de la mayoría de magos de la Orden, resultaba intimidante, llena de artefactos, con iluminación de luces que no quemaban, atriles grandiosos, espacios inmensos, estanterías gigantescas y enormes tomos de pergamino antiguo. Allí aprendí, por fin, el archiconocido hechizo de Bola de Fuego Infernal, teniendo el privilegio de escoger entre diversas versiones de varios magos ilustres.

Estudié, además, sobre diferentes artes, fortalecí mi Parma y diseñé un hechizo en sus laboratorios, uno que me protegería de las amas, especialmente de las arrojadas a traición, mi apreciado Burlar los Filos Amenazantes… No volverían a atraparme con sucias estratagemas o tristes coincidencias. Así pasé en la Domus tres años más.

Cuando llegó la noticia de la nueva devastación producida por los magiares en Italia septentrional y Borgoña, volví a plantear mi caso. Los “aplastados” magiares parecían gozar de buena salud. En estos años mi poder mágico ya había crecido y ahora era considerado un Maestro de rango medio, por lo que me tomaron más en serio.

En Transilvania todavía no había Tribunal y apenas si había por allí algún loco Tytalus, en solitario y sin constituir ninguna Alianza. Se decidió explorar las tierras de los hunos en busca de centros de shamanismo, con la idea de buscar algunos, catalogarlos y posteriormente destruirlos en venganza por las Alianzas herméticas caídas por sus depredaciones pasadas. Val-Negra concedió apoyo económico, exploradores, guerreros y formó varias partidas, de las que una quedó bajo mi liderazgo. Pese a todo, mi partida fue de las más modestas.

Los ataques magiares se recrudecieron todavía más durante los siguientes años, llegando de nuevo a Italia, parte de Alemania e incluso Francia. Mientras esto sucedía me dediqué en cuerpo y alma a la exploración de Hungría, las llanuras de los hunos, como se llama a la enorme tierra de nadie donde habitan los magiares. Luché infinidad de veces, fortaleciéndoseme mi voluntad en cada batalla. Ahora sí dominaba el fuego y mi tesón me permitió perseverar donde otros muchos fallaron.

Cuando la financiación se cortó, varios años más tarde, casi todos mis colaboradores habían perecido y yo había continuado la Marcha de Magos más tiempo que ningún otro. Fui reclamado de vuelta a Val-Negra.

Al llegar a la Domus mi reputación me precedía, me había ganado el respeto de mis pares, no obstante realmente necesitaba un descanso. Me sentía viejo y cansado, pero tampoco quería renunciar a mi lucha. Precisaba fortalecer mi cuerpo y los maestros prepararon para mí Pociones de Longevidad que restauraron mis mermadas capacidades.

Mientras esperaba una nueva oportunidad, proseguí con mis estudios, invitado por los grandes maestros. Aprendí de su biblioteca el hechizo de Invisibilidad, Cabalgar los Vientos y, profundizando en Ignem, el hechizo de Mar de Llamas. Apareció ante mí un nuevo objetivo, el desarrollar el hechizo definitivo, aquel mencionado en los más altos círculos Flambeau, “La Ira de Apolo”. Aparecía en mi mente como destructor de ejércitos, justo el tipo de hechizo que necesitaba.

Fueron años de intenso estudio, inmerso en polvorientos manuscritos largo tiempo olvidados en las inmensas estanterías de la laberíntica biblioteca de Val-Negra. Tratando de descifrar oscuras anotaciones en los márgenes de crípticos tomos, puede decirse que experimenté el ser Bonisagus o tal vez incluso Criamon y a buena verdad que no desearía repetir la infructuosa búsqueda. Muchos textos herméticos estaban en clave o había que “traducirlos” a un lenguaje compresible para nuestra manera de entender la magia.

Durante esa época, previendo su utilidad ulterior, conseguí para mí el falso título de caballero sajón que me has oído mencionar y que nos permite seguir con nuestros asuntos sin ser molestados.

En el Año 947 los magiares una vez más recorrieron y saquearon el Tribunal de Roma. Viendo la oportunidad, quise proponer una nueva Marcha de Magos, pero fui contenido por los míos: otras Casas nos miraban con suspicacia debido a nuestras violentas acciones… ¡Maricas pusilánimes, mal rayo les atraviese la Parma! – dijo el poderoso Flambeau golpeando con ímpetu la mesa, que apenas si pudo contener el golpe. –

Los Quasitoris nos vigilaban y algunos éramos sospechosos de “interferir en asuntos mundanos”… Como si esos mundanos no hubieran arrasado con nuestros asuntos antes. De todas maneras ya sabes lo que opina la Casa: “si no hay testigos, no hay interferencia”.

La Casa Flambeau me asignó a ti, el que, decían, era un muchacho con futuro, un desgarbado niño con el Don llamado Maserrak – dijo haciendo un guiño exagerado de borracho.

Hice amistad con un noble transilvano en el exilio, Henric Valeriu, nuestro autócrata, cuya casa fue exterminada por la Casa Szantovich. Además envié una misiva a Fudarus, la Domus de Tytalus, para conseguir un combativo compañero de Alianza de sus filas y al cabo de un año recibí un nuevo y conflictivo aprendiz, Gorax Suylas de Tytalus.

En Fudarus estaban preocupados, aunque no lo querían dejar traslucir. Durante los últimos cien años muchos Tytalus han ido a Hungría en busca de conflicto, pues se rumorea que Transilvania es un lugar lleno de peligros. Y no cabe duda que lo encontraban, tanto es así que dejaban de tenerse noticias de ellos, lo que, por otro lado no es de extrañar, pues muchos eran aislacionistas o ermitaños. Al ser yo uno de los pocos supervivientes de largo alcance conocidos y hablar con ellos del tema, parece que decidieron que era buena idea endosarme un aprendiz…

Hablé también - ¿te he dicho nunca que adoro a los mensajeros Mercere? - con algunos compañeros de Casa y me informaron de que los Tremere se nos habían adelantado y habían fundado el “Tribunal de Transilvania” en octubre del 949.

Al parecer quieren acumular poder en esta zona tan peligrosa. Hasta ahora precisamente la reputación infame del lugar ha mantenido apartada a la Orden de Hermes, lo que podría significar fuentes de vis no reclamadas por nadie ¡y los Tremere quieren monopolizarlas! – Un nuevo manotazo a la mesa volvió a hacer temblar todo lo que se encontraba sobre ella- Val-Negra no piensa permitirlo. Los Archimagos de nuestra Casa me propusieron que fundara una nueva Alianza en el nuevo “Tribunal”, otorgándome fondos para ello.

El resto ya lo conoces: viajamos a Hermanstadt, lo que parecía una gran idea inicialmente pues según nuestra información era uno de los lugares más desarrollados de Transilvania, mientras los Tremere se habían instalado en una de las zonas más pobres y atrasadas, lo que les podía suponer una seria desventaja.

De momento tienen el poder sobre el Tribunal, pero si más adelante conseguimos los votos de los magos Tytalus independientes del tribunal, podríamos arrebatarles el liderazgo. Engañados como tontos por el señor Valeriu, nos trasladamos hasta el lugar para comprobar que la ciudad estaba desolada y al otro lado de la misma contábamos con compañía harto inusual.

Si no fuera por su fidelidad y porque sé que yo mismo lo hubiera hecho en su lugar y le entiendo, hubiera despellejado vivo a nuestro autócrata y luego hubiera observado cómo se derretía la grasa que hubiera quedado pegada a sus músculos… Pero esto es lo que hay y si algo se me da bien es perseverar, así que en la propia colina de Hermanstadt convoqué nuestra Alianza, Círculus Ruber, de una sola pieza de piedra, de las mismísimas entrañas de la tierra. Lo malo es que sólo puedo emborracharme con mal vino aguado y que la resaca de mañana la tendrás que sufrir largo y tendido, pero en verdad te digo que he estado en situaciones mucho peores.

Y ahora, ayuda a este viejo a llegar a su jergón, ¡aprendiz preguntón! – dijo el corpulento Magus, tratando infructuosamente de levantarse de su taburete.

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01/05/2008, 15:54
Knezi Dumastru Bran.

Knezi Dumastru de Bran: Los Dhaeva de Transilvania: Relato 0.

Mis Memorias.

Por Dumastru Bran. Knezi, Conde de Bran

Prologo:

Soy el Knezi Dumastru Bran, gobernante del condado de Bran.

Las siguientes páginas, representan algunos recuerdos de mi vida que según mi parecer me llevaron a ser lo que soy hoy. Espero que puedan servirles de inspiración a mi sobrino Andru y a todo aquel que se dispusiese a leerlas. En ellas se plasman los hechos más importantes en mi vida. Mis viajes y aprendizajes a manos de mis tutores y maestros, como así también mis propias experiencias y reflexiones sobre la vida, la muerte, y el poder.

Este texto está dispuesto para leerse como un diario personal, donde las historias se dividen por fechas y reflexiones cronológicas. No es un cuento, es mi vida, tal y como la recuerdo día por día, año tras año.

Este es mi legado para lo que queda de mi familia, mi sobrino Andru, a quien le deseo una larga y fructuosa vida. Aprende de mis errores, y aprovecha mis aciertos. Que tus enemigos caigan bajo tu mano.

Knezi Dumastru Bran.

899: El año de mi nacimiento.

Mis padres no podían tener hijos. Según me contaron las sirvientas, ellos trataron varias veces, pero ninguno de mis hermanos mayores pasó el año de edad. Además de la importancia de mi supervivencia, el año de mi nacimiento fue un año realmente especial. Se dieron varios acontecimientos importantes dentro de los Feudos más poderosos de la época. Para empezar, fue el año donde comenzó la invasión magiar a Italia, y también cuando se fundó la Iglesia de San pedro de Cardeña en Castilla.

Para mis padres, ninguno de esos acontecimientos fue tan importante como mi nacimiento, ya que tenían la esperanza de que esta vez su hijo creciera y se convirtiera en hombre.

908: Nacimiento de Maria Cristina.

Un año de alegría en la familia. Mis padres que ya habían perdido la esperanza de tener más hijos, dieron luz a mi hermana Maria Cristina de Bran. Según recuerdo ella era muy linda de niña, como lo fue de grande.

En ese año también conocí al padre Adolfus, quien se convirtió en mi mentor y me enseñó muchas cosas. El padre Adolfus era muy astuto y trató de inculcarme esa habilidad, siempre estaba tratando de que desarrollase mi mente, y que resolviese las cosas con ingenio.

912: El camino del Caballero.

Este es el año en que comencé mi camino para ser caballero. Recuerdo a mi padre, el Conde Dimitri de Bran, preguntándome si quería seguir estudiando con el padre Adolfus, pero la verdad es que ya estaba aburrido de los estudios y quería algo de acción. Mi padre me puso al servicio del caballero Mercus el Serio, como su escudero.

Mercus era realmente serio, nunca me habían tratado de la manera en la que él me trató. Me azotaba cuando estaba holgazaneando, o cuando no limpiaba bien su armadura y sus armas, o cuando no lavaba bien su ropa. Mi tiempo con Mercus me ayudó a endurecer mi carácter, dejé de ser un niño mimado y me convertí en un hombre capaz de valerse por si mismo.

Pasé cinco años con Mercus, antes de que me nombraran caballero. Aprendí muchas cosas que me hicieron un hombre fuerte y hábil. Todo se lo debo a Mercus y nunca pude agradecérselo, fue un gran hombre y un excelente caballero.

924: El adiós a mi padre.

Ya tengo 25 años, y mucho tiempo pasó desde mi nombramiento como caballero. Recorrí largos caminos y participé en varias expediciones, donde puse a prueba mis habilidades, tanto físicas como mentales. Mi relación con mi hermana era normal, yo buscaba cuidarla y alejarla de problemas, lo que por lo general me traía problemas a mí.

Seguía soltero, mi espíritu libre me llevó a recorrer otros caminos, por los cuales pude conocerme más a mí y a mis futuras tierras. Tuve muchas ofertas de casamiento, pero entre que mi hermana se entrometía y yo estaba de viaje no se concretó nada.

En los primeros meses del año, llegó al condado una oferta de matrimonio para mí y para mi hermana. La proposición era un matrimonio doble entre la familia Bran y la Casa Szantovich. Para mí, una hermosa mujer de la familia y para mi hermana un valiente caballero Szantovich.

Mi padre no estaba de acuerdo con la unión así que el matrimonio no se celebró. Poco después mi padre cayó enfermo. Vinieron curanderos de todas partes, pero él seguía empeorando. Fue un año muy difícil para mí ya que me sentía muy apegado a mi padre, y verlo en el estado en que se encontraba me dolía mucho.

Todo terminó con su muerte, a finales de Octubre. Se celebró un velatorio y todo el Condado estuvo de luto. Una multitud de velas siguieron a mi padre al mausoleo de los Bran, su lecho final de descanso eterno, y yo me convertí en la cabeza de la familia y el Conde de Bran.

Un año paso desde la muerte de mi padre y los Szantovich volvieron a presentar su oferta. Ahora yo era el jefe de la familia y acepté su propuesta con ambiciones de poder y ansias de grandeza. Ese fue el peor error que cometí en toda mi vida. Por favor mi querido sobrino no me malentiendas, si no hubiese sido por esa unión nunca hubieras sido concebido y el mayor orgullo de mi familia nunca hubiera existido. Pero las calamidades que esa familia trajo a estas tierras, no pueden compararse con nada de este mundo.

924 – 936:

Este penúltimo capitulo de mis memorias esta dedicado a los años de desdicha que sufrí junto a mi esposa e hijos y es una guía práctica de las cosas que uno no debe pasar en sus años de casado.

Para comenzar, empezaré por el nombre de mi esposa, Helena Szantovich. Era la mujer más hermosa de todo Kronstadt y su belleza sólo rivalizaba con su crueldad. Ella era agresiva y maltrataba a la servidumbre como ninguna otra.

Nunca vi en su rostro mayor placer que cuando disminuía a los demás, o los desmoralizaba o simplemente se encargaba de humillarlos por deporte. Millares son las cosas que puedo contar sobre esta mujer y sobre los dos engendros del demonio que me dio como hijos, pero no es la intención de este recopilado de sucesos el darle tanta importancia a una aberración como los Szantovich.

Lo único que voy a decir sobre ellos, es que mediante la gracia divina tuve el privilegio y el placer de deshacerme de ellos. Al Caballero esposo de mi hermana, enviándolo a una muerte segura y a la malagradecida ególatra de mi esposa la desterré a la tierra de sus padres junto con las abominaciones que nunca pude llamar descendencia.

Las ultimas palabras de mi esposa hacia mi fueron una amenaza que me hizo helar la sangre, no por lo que dijo sino por a lo que se refirió.

- "¡Juro que pagarás por esto, Dumastru! ¡Morirás en tu cama agonizando de dolor como tu padre!" –

Lo único que quedo de mi familia, fue mi sobrino Andru de Bran, mi orgullo personal. Mi sobrino era la viva imagen de mi hermana que murió por culpa de los maltratos y la mala vida que llevaba junto a su esposo, el Caballero Zaius Szantovich.

Andru se encargaría de vengar a la casa de Bran y darle a los Szantovich el escarmiento que merecen.

936 – en adelante.

Estos tiempos fueron de cambios y mejoras en todo el Condado de Bran. Al fin pude ver como la densa capa de nubes oscuras que cubrían los cielos de las montañas cercanas, se alejaban de las mismas y se iban dispersando, como si la causa del sufrimiento, la agonía y el malestar que representaban se hubiese ido, por el momento, de la ciudad de Kronstadt.

Varias cosas pasaron en mi vida por aquel entonces. En los primeros años de libertad, la mayor parte de mi tiempo la dediqué a mi sobrino y a la reestructuración de la corte y mis vasallos. No quería que el más mínimo rastro de la familia Szantovich quedase entre mis consejeros.

También hubo que reemplazar al Verdugo, que murió de viejo. Por aquel entonces un joven mostró grandes habilidades con el hacha y se lo nombró como nuevo verdugo.

Otra de las cosas que hice fue armar una estructura económica decente, para mantener el Condado a flote. Para ello fue necesario el adiestramiento y la incorporación de un nuevo Recaudador de impuestos, ya que el viejo se quedaba con parte de la recolección para sí mismo. Una lastima, pero una fortuna, porque el joven verdugo, Vladu el ejecutor era su nombre, tuvo su primera victima para practicar sus habilidades.

El nuevo recaudador parecía una persona mucho más vigorosa y sagaz, su nombre era Dimitri el Recaudador. Ese nombre me recordaba a mi padre y eso me hacia sentir bien, pero también me recordaba al desgraciado de mi hijo, a su madre y a la familia Szantovich, lo que me hacia tener siempre presente mi venganza y mis objetivos claros.

Epilogo:

Lo detallado en estas mis memorias, son las recopilaciones de vivencias, experiencias y sentimientos que han guiado y marcado mi vida y me llevaron a ser lo que soy ahora. Espero que todas estas vivencias puedan guiarte en tu vida y te sean de utilidad a la hora de tomar decisiones y de sucederme en el trono de Kronstadt, como Knezi y Conde de Bran.

Te deseo los mejores augurios y que tu vida sea larga y productiva. Tu eres el futuro de los Bran y en ti yo confió todas mis esperanzas, Me has hecho un hombre orgulloso al ver como has crecido y como te has desarrollado. Sigue así, forma tu familia y continúa el legado de los Bran para los tiempos que están por venir.

Andru, eres el futuro, eres el pasado, pero mas importante eres el presente.

Los mejores años de mi vida, fueron los que jugué contigo.

Te quiere, tu tío que se siente tu padre.

Knezi Dumastru Bran, Conde de Bran.

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01/05/2008, 19:56
Caballero Sidor de la Selva Negra.

Caballero Sidor de la Selva Negra: Los Dhaeva de Transilvania: Relato 0.

Todavía recuerdo aquel primer día… el primero de la recogida de la siembra. Los cereales se alienaban en los campos como un ejército de lanceros formando ante el sol en interminables hileras. Trabajaba en la siembra como los demás.

Con doce años era considerado casi un adulto, y como tal colaboraba en las tareas que traían el alimento a casa. Odiaba el trabajo pesado y a menudo me escabullía entre los arbustos cercanos hasta una pequeña laguna.

En aquella época no era demasiado apreciado por el resto, me trataban como si fuese el portador de algún terrible mal; los campesinos se sentían tan molestos que solían dejar que me librara de mis tareas y yo era feliz con ello. Así, que en mi pequeño y particular paraíso pasaba las horas muertas entre los árboles, tirado encima de la hierba, con la lavanda y la madreselva inundando el aire así como el sonido de las ranas inundaba la orilla. Pero aquel día tenía algo de particular, una extraña sensación me había rondado la cabeza durante toda la semana.

Algo que no conocía me atraía sin yo saberlo. Levantado por la fuerza de un resorte invisible me adentré por una zona boscosa, siguiendo aquella sensación melodiosa que inundaba mi cabeza con posibilidades futuras más allá de mi imaginación, con afectos jamás conocidos y experiencias que me darían las respuestas a todo lo conocido y por conocer.

Me sentía como una hormiga corriendo tras un rastro de miel hasta llegar al cuenco, sin conformarme con las promesas, quería acceder a la fuente de las mismas; beber de la fuente original la ambrosía de la misma esencia de todo lo vivo, de todo lo móvil e inmóvil.

Sin apenas haber reparado en ello el sol había descendido sobre mi cabeza en un agudo ángulo que traía consigo la noche.

Solo, perdido en un lugar adonde mis pasos jamás me habían llevado; comencé a notar las inclemencias de la oscuridad sobre mi cuerpo. Mi cuerpo no temblaba por el miedo a lo desconocido, temblaba por haber perdido, por haber quedado huérfano de la embriagadora sensación que me había llevado hasta aquel lugar. Seguro de que nunca en mi vida lograría, ni en mis más placenteros sueños, rememorar esa sensación de felicidad y expectación.

Cansado, vencido por la resaca de la extasiante sensación, me acomodé contra un árbol hueco y me dispuse a dormir a su abrigo.

No había llegado a conciliar el sueño, cuando un gutural sonido procedente del interior del bosque me estremeció. Conocía la procedencia de ese gruñido, el sonido de esas pisadas me resultaba tan familiar como al ganado que las evitaba: ¡Lobos!

El silencio dio paso a la transpiración y la respiración agitada, mi pecho subía y bajaba bombeando la sangre a mis sienes, haciendo salir de mi cuerpo algo más que el pavor. Apenas había conseguido levantarme cuando una arcada vació el contenido de todo mi estómago. Mareado, pude ver como dos pares de ojos reflejaban la luz procedente de la luna. No era la primera vez que había visto un lobo de cerca, pero desde luego las anteriores ocasiones no estuve solo y desde luego no era su objetivo. Gallinas y vacas eran su principal pieza a cobrar, pero desde luego un muchacho en el medio del bosque no desmerecía un pequeño esfuerzo por parte de las bestias.

Recordaba por escuchar a los campesinos la forma de actuar de las astutas bestias, solían atacar en manada, cansando a su presa por medio de una celada mientras se turnaban en sus ataques. Conmigo sólo tenía un pequeño cuchillo que cualquier hombre que se precie utiliza como herramienta y el mayal para el campo. Sabía que el trillador se podía utilizar como arma, pero desde luego nunca me había imaginado en la situación de usarlo, el cuchillo… en fin era un cuchillo, pero difícilmente me podría acercar a uno de los lobos para usarlo.

Con la bilis en la boca despertando los instintos pude ver como las dos bestias se acercaban. Seguro de que alguna más acecharía mis pasos en la oscuridad, aguce el oído lo que pude: ¡Nada!

Tal vez había tenido suerte y la pareja había salido a buscar comida para sus crías. ¿Suerte? La situación parecía de todo menos afortunada; ya podrían ser dos que doscientos, yo no era más que uno y no tenía ni la más remota idea de combatir excepto por los juegos de caballeros y guerras de los que siempre era excluido y que me dedicaba a ver desde lejos para luego con una simple vara imitar en la soledad de mi charca.

Tal vez, si lograba acabar con uno de ellos, y no había más lobos alrededor, tuviese una posibilidad de sobrevivir.

Los pensamientos se agolpaban uno tras otro en mi cabeza, en toda mi vida mi mente había bullido con tantas ideas y recuerdos; pensando en que nunca conocería la razón de que loas cosas fueran como eran, de que nunca podría sentir que mi vida había sido aprovechada, que nunca había conseguido salir de aquella cárcel que era el pueblo… Una cárcel que me negaba a abandonar por puro miedo al exterior, a lo desconocido que me atraía tanto como me repelía.

Apenas a un par de metros los dos lobos comenzaron a rodearme, sabía que no podría tener a los dos vigilados si me rodeaban, que no tendría posibilidad alguna de salir con vida si no tomaba las riendas de mi propia mente, para que ésta tomara las de su propio cuerpo. Lentamente comencé describir círculos sobre mi cabeza con el mayal, cada vez más rápido… esperando que los lobos, astutos aunque confiados en su ventaja tomaran una decisión.

El primer ataque no llegaba… casi podía notar como sus ojos me estudiaban, como taladraban cada uno de mis marcados movimientos. Formando una especie de corro de baile, como el que esas mismas noches se celebraba a la luz de las hogueras; las bestias comenzaron a danzar a mi alrededor… Un pequeño salto hacia delante, uno hacia atrás… Mientras yo descargaba un golpe tras otro al aire sin remedio. Si hubiesen sido espigas de cereal hubiese tenido algún éxito, pero estos animales sabían lo que hacían, jugaban con su presa hasta debilitarla y que su propia desesperación la venciese.

A fe mía que estaban consiguiendo su propósito. La flaqueza ya empezaba a asomar a mi brazo derecho, los círculos del mayal cada vez más lentos, más pesados… La fatiga venció al final a mis fuerzas y con despecho bajé la improvisada arma.

Los lobos continuaban danzando, pero ya con más parsimonia, calculando su ataque… Con la cabeza gacha claudiqué… claudiqué de mi vida, de mi frustrada vida y del desprecio que esta me había mostrado.

La bestia de mi espalda lanzó su embestida contra mi con un sordo gruñido… el mayal se incrustó en su ojo derecho destrozándole el cráneo. El ardid había dado fruto, justo cuando el pánico volvió a apoderarse de mi… El mayal estaba tan clavado que fui incapaz de retirarlo. La otra bestia no tuvo piedad y un dolor lacerante acudió a mi pierna. Como una descarga mi cuerpo quedó tenso por el dolor e instintivamente la mano izquierda giró hasta tropezar con el cuello del animal. Allí donde debía estar el cuello, se encontraba ahora el mango del cuchillo casi hundido por la fuerza de la puñalada.

Todo había terminado, todo… Medio a salvo por un momento, mi cuerpo cayó a la hierba fresca recordando las tardes pasadas en la laguna, el sol bañando mi cara. La ensoñación duró poco… Herido, perdido; jamás sobreviviría hasta regresar a mi pueblo. La sangre de la presa herida atraería a más bestias y acabarían conmigo sin esfuerzo.

Al menos, allí tendido sobre la hierba, por primera vez supe lo que era sentirse vivo… Cuántos de esos campesinos podrían contar eso, cuántos podrían morir de forma que su último acto fuese la mayor experiencia que hubiesen vivido, no la enfermedad, la miseria o el hambre… ¡No, yo podría morir allí, pero mi tumba no sería una mera estaca en un campo, mi muerte sería la de los héroes de las batallas de los chiquillos, por fin había conseguido jugar…! Por fin había sido el protagonista de mi vida…

No sé cuánto tardé en desmayarme, pero una voz me despertó de mi estupor, una voz que no procedía de fuera, sino de dentro mismo. ¿Qué decía?...

¡¡¡Mat…!!!¡¡¡Matal…!!!¡
¡¡Matalobos!!!
¿Matalobos?

¿Alguien me había encontrado? ¿Podría vivir para disfrutar de aquello?

¡¡¡Volvería al pueblo con las pieles aún frescas de los dos lobos a mis espaldas y con sus cabezas en ellas!!! ¡¡¡Todo el mundo me respetaría, me tratarían como siempre me había merecido!!! Me pasaría de pueblo en pueblo y me pasaría el resto de mis días dando caza, protegiendo a todos… y todos reconocerían lo que era y siempre había sido.

¡¡¡No, Matalobos, no!!!
¡¡¡No serán bestias lo que caces!!!

La sensación volvió a extasiarme, como si el dolor de la pierna se propagase por todo mi cuerpo transformándose en una descarga de placer, recorriendo cada fibra, cada pelo, cada impulso de mi sangre.

¡¡¡Mira a tu presa Matalobos, mírala!!!

Descendí la vista, allí a mis pies, estaban… ¡¡¡El desastre…!!!

La próxima vez que abrí los ojos un grito ahogado salió de mis entrañas, con la luz penetrando a través de mis iris color castaño.

¡¡¡Despierta Matalobos!!! - Escuché a mis espaldas.

Subido a un caballo negro las riendas se mecían en unas manos blancas y encallecidas por el trabajo. Unas manchas de color rojo se extendían por las palmas, parecidas a unas quemaduras.

El dolor había desaparecido por completo y bajando la mirada a mi pie derecho puede ver que lo movía con total libertad. ¿Pero cómo…? Todavía recordaba la dentellada, seccionando el músculo, habría dejado a cualquiera cojo de por vida. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Quién me había atendido? ¿Había sido un todo un sueño y alguien me encontró tirado mientras dormía para devolverme a mi pueblo?

¡¡¡Sólo en parte Matalobos, sólo en parte!!! ¡Pero tienes razón, te voy a llevar a tu casa, a tu nueva casa!

Volviendo la vista hacia mi espalda, un rostro me observaba como si de una máscara se tratase, sólo una mueca de su cara parecía darle vida y a la vez la hacía más inquietante.

Así conocí a mi maestro, sin saber siquiera a que nueva casa me llevaba, sin llegar a comprender si las preguntas que me había formulado hacía un momento habían salido de mi boca y si su respuesta había llegado a mis oídos.

Sin nada que dejar atrás, una única imagen me recordaba que la noche había sido real, una única frase: ¡¡¡El desastre!!!

Vigésimo día de Mayo del Año Novecientos Catorce de Nuestro Señor.

¡¡¡Estoy en la guarida de los lobos!!!

Nada te prepara para esto, ni la vida en el campo, ni los abusos, ni los lobos…nada.

El castillo parece la casa de un señor, lo mismo creí el primer día; que mi suerte había cambiado por unas cosas u otras. Pero un castillo no hace a un señor, aunque sea a las afueras de la misma Roma, aunque sus siervos te enseñen el latín y lenguas que pocos pueden conocer a una vez. Dos años han pasado, dos… y ahora sé… que esa noche no fue el principio de mi vida, fue el final.

Quinto día de Junio del Año Novecientos Catorce de Nuestro Señor.

Hoy he podido escapar de su ira, pero nada me mantiene a salvo, sólo puedo contarte esto a ti, porque ahora esto seguro, el demonio existe y su nombre es Goratrix. Conoce mis pensamientos, así que los mantendré encerrados dentro de ti para que los guardes por mí cuando esté bajo sus garras. Hecho de menos los campos, el trigo y el centeno, las aves y la tierra… Hecho de menos mi laguna y su hierba. Aquí sólo está la fría piedra, debajo, seguramente el infierno.

No hay palabras en el latín para expresar el pavor que siento. Ahora entiendo porqué el campo te hace feliz; porque te hace ignorante. Nadie sabe nada, nada te puede hacer mal. Al menos nada que no tenga dientes y patas… pero esas criaturas no viven, mueren cada día; lo sé… Porque yo retiro sus cadáveres…

Mas ya no son animales, ni bestias tan siquiera; son otra cosa… No puedo, viene otra vez, tengo que dejarte o se meterá en mi cabeza, no debe saber de mi miedo. Si soy débil, si no soy su matalobos, mañana habrá alguien que saque algo parecido a mi cadáver en un carro.

Vigésimo día de Septiembre del Año Novecientos Catorce de Nuestro Señor.

¡¡¡Que Dios, nuestro Señor Benevolente, acoja mi alma en su seno!!! ¡¡¡Si no lo hace él, me pudriré en este infierno!!!

Puedo soportar los golpes, los insultos del maestro y sus seguidores, incluso creo haberme acostumbrado a los despojos de las alimañas que alimentan sus investigaciones, pero… han avanzado. Ya no necesita más ratones, conejos, perros o cerdos; ahora necesita algo más grande… más humano, pero a la vez más pequeño.

Una plaga asola los alrededores de Roma, todos sus pueblos… la melodía de la noche se lleva a los niños. No… no puedo evitar pensar en que yo podría ser uno de ellos, apenas tienen seis o siete años menos que yo…

Debería escapar, pero no tengo a dónde, ningún lugar está lo suficientemente lejos de sus manos, de su mirada… Además la melodía sigue prometiendo recompensas inimaginables, sólo son necesarios pequeños sacrificios. Ahora sé que es él, su retorcida mente la que busca poder…

Séptimo día de Noviembre del Año Novecientos Catorce de Nuestro Señor.

¿¡¡Por qué nos hace esto!!? ¿Por qué debo llevarles la comida?

Me obliga a escuchar sus lloros, me obliga a sentir compasión por ellos, a que el cariño por sus pequeñas vidas me desgarre el alma al saber su destino…Tal vez, sólo tal vez…

Tercer día de Noviembre del Año Novecientos Catorce de Nuestro Señor.

Ya nunca más podré ayudarles… fue un intento estúpido, pero tenía que hacerlo. El muy miserable me hizo creer que lo lograría, que podría hacerles escapar. Lo habría hecho, incluso a riesgo de mi vida; mi alma ya está condenada.

Ahora; sólo puedo hablarte a ti, en estas líneas; con letras, palabras y tinta… Ya nunca más volveré a hablar, él me ha arrebatado esa capacidad. Creí que la situación no podría empeorar, pero ahora debo ver como los maneja, como los conduce, como los deforma; y lo peor de todo… es que no puedo gritar. No puedo… ni siquiera cuando las pesadillas vienen a mi en medio de la noche, ni cuando me visitan sus gritos en medio del día. Tengo que acabar con esto, pero no soy lo suficientemente fuerte.

¿Qué me dijo? ¡¡¡A un cazador no le hace falta la voz, ¿no es así matalobos?!!!

Décimo día de Marzo del Año Novecientos Quince de Nuestro Señor.

Todo ha terminado, todo.

Y con ello mi locura y mi cordura a la vez. Ya sólo lo recordaré cada vez que hablemos amigo. Dios no existe ahora lo sé, pues permite cosas tan atroces como las que he sufrido…

Con el fin de sus investigaciones, sólo me queda una tarea por hacer, retirar los despojos de los niños y rememorar todo en sus notas para reescribirlas en unos lustrosos volúmenes.

Se le nota satisfecho, parece que los resultados le favorecerán ante alguien… Me pregunto si cree que habrá merecido la pena… ¡¡¡Claro que sí, para él no hay nada suficientemente valioso para no sacrificarlo!!!

Quiere al matalobos… y ya lo tiene… Este año he notado como algo en mí ha muerto, seguramente el resto de mi humanidad.

Primer día de Junio del Año Novecientos Quince de Nuestro Señor.

Mi maestro me envía a la gran ciudad Santa, Roma; sabe que ya no corre el riesgo de que me fugue… Aunque no creo que nunca le haya preocupado.

Ahora que domino el latín, me serán enseñadas las Artes Liberales, el Trivium y el Cuadrivium, como parte de mi proceso para llegar a ser… Ni tan siquiera sé que llegaré a ser en un futuro, de lo que estoy seguro es que no será algo que yo haya deseado.

Mis estudios comenzarán a la par que me es enseñado el griego. Mi maestro me ha presentado a mi tutor, un genovés de origen musulmán llamado Hamir.

La condenación ya no me importa, se que estoy perdido; al menos me alegra que no vaya a arrastrar a alguien más conmigo, pues este es un infiel.

Séptimo día de Junio el Año Novecientos Quince de Nuestro Señor.

Para mi sorpresa creo que estos han sido los seis días más… ¿felices?, desde hace dos años. Hamir es un infiel, eso es cierto, pero también un erudito y un maestro muy distinto de Goratrix, eso sin duda. Creo que ha notado algo en mí, que ni yo mismo soy capaz de ver, de hecho aplaude mi agudeza, según sus palabras…

De sus palabras mana el conocimiento, y yo bebo de él como si fuese el único elixir que puede ser aprovechado de esta infecta experiencia llamada vida.

Todavía no he puesto el pie en las calles de Roma, pues vivo con Hamir; pero me ha asegurado que visitaremos sus monumentos y bibliotecas…

Él no lo sabe, pero creo que le caigo bien porque no confío en el Dios Cristiano. Sé que debe existir algo, pues el poder que tiene mi maestro surge de algún lugar que yo no comprendo; pero me niego a pensar que un ser superior ha donado conocimiento y poder a algo tan retorcido como mi maestro.

De todas formas no visitaré Roma, la ciudad es Santa y está repleta de iglesias y basílicas, no me creo con derecho a profanar con mi presencia esos lugares… Me da miedo que algo pueda pasar…

Trigésimo día de Abril del Año Novecientos Dieciséis de Nuestro Señor.

Cuánto tiempo sin hablarnos querido amigo, ha pasado tan rápido que apenas ha parecido un suspiro. Mi respeto por mi Hamir se ha convertido en admiración, y después de eso en verdadera devoción. Apenas llevo un año con él, pero puedo decir que sería feliz si nunca me separase de su compañía; al menos, todo lo feliz que puedo ser ya…

He descubierto algo que hace que la vida merezca la pena. La belleza, la belleza de todas y cada una de las cosas. Los arcos apuntados, las bóvedas y los capiteles de las iglesias; los cincelados músculos de las estatuas del Coliseo; las arrugadas hojas del pergamino en contacto con los dedos; las melodías arrancadas de la voz de un artista.

Cada uno a su modo tiene su belleza; ahora sé lo que es la verdadera bondad, no las palabras pías y los actos de caridad, ni los rezos o laceración de un enfermo. La bondad se encuentra en todo aquello que hace que la vida de alguien mejore; una canción, un sátira, un libro, una mirada… Lo que sea.

Si la vida no puede ser feliz, al menos que sea bella, que cada acto de esa belleza sea un acto de bondad.

Duodécimo día de Septiembre del Año Novecientos Diecisiete de Nuestro Señor.

La moral, la palabra en sí puede no ser mucho, pero el concepto que tiene me aterra. Estoy condenado lo sé, pero cuanto más debatimos Hamir y yo acerca de la moral, más se hunde mi mente en un pozo negro sin fondo. Si el sabio, Aristóteles, está en lo cierto; nunca podré descansar… Nunca conoceré la paz. Tengo que buscar, estudiar, conocer un nuevo camino… Esa será mi meta.

Le he hablado a Hamir de ti, tal vez no haya sido prudente, pero es la única persona en la que puedo decir que confío. Me ha animado a no dejar de hablarte, de no perder nuestras buenas costumbres. Le haré caso, sin duda, es mucho más sabio que yo, y sin lugar a dudas que Goratrix.

Noveno día de Mayo del Año Novecientos Dieciocho de Nuestro Señor.

Porque habré dudado de ello, ¿acaso creí en algún momento que no me reclamaría a su lado? Sólo faltan dos días para mi regreso al castillo; mi vida, mi esperanza, se ha visto reducida a dos días; ni más, ni menos.

Desearía que Hamir pudiese hacer algo, ayudarme a escapar… pero eso sólo traería su desgracia. Aunque consiguiera viajar hasta Génova y partir rumbo a Iberia o incluso al Levante, la furia de mi maestro recaería sobre Hamir. No se conformaría con su vida, si no que destruiría lo que más veneraba el honrado musulmán…, su conocimiento. Y eso era algo que yo sabía perfectamente que podría hacer sin el menor esfuerzo, lo había presenciado otras veces, Hamir no sería una excepción.

Atado de pies y manos, lo único que puedo hacer es dejarme llevar por la corriente. Hacia donde me llevará, es algo que desconozco… Lo más duro será saber que a apenas un paso de mi cárcel, se encuentra lo que he llegado a amar, fuera de mi alcance.

Hamir me ha regalado una serie de utensilios de escritura nuevos, dice que son lo único que sabe que podrán aliviar mi sufrimiento. ¡¡Que bien sabe leer dentro de mí!! Con él van todas mis bendiciones.

Undécimo día de Mayo del Año Novecientos Dieciocho de Nuestro Señor.

Mi maestro me ha recibido en su casa. He vuelto a la guarida de los lobos, pero esta vez es algo distinto.

Lo único que me ha dicho ha sido esto:

“Todo lo que conoces no es sino el primer eslabón de una cadena, cuando se puedas ver su conjunto, todo será diferente, todo… Bienvenido a tu nueva Casa.”

Vigésimo día de Géminis del Año Mil Cincuenta y Ocho de la Era de Aries.

Ha pasado un año, un año en el que creí que mi mente no podría ser sometida a mayores presiones. El estudio de los clásicos es fascinante y abrumador, pero esto… Esto es algo que nadie puede llegar a entender sin vivirlo. Algo en mi forma de ver el mundo está cambiando, algo que sé que sólo está reservado a unos pocos. La belleza de este mundo me parece ahora más pequeña en ínfima que nunca, ahora sé que con toda seguridad hay algo más, algo que me espera a que yo abra sus puertas. Todavía estoy despertando…

Octavo día de Tauro del Año Mil Cincuenta y Nueve de la Era de Aries.

El maestro lo ha dicho, pero no acabo de creerlo: ¡Nos vamos! Pero, ¿a donde? ¡¡¡Al Ducado de Baviera!!!

No logro entender lo repentino del traslado, ¿o acaso mis estudios me han absorbido tanto que no abro los ojos a nada externo a mis libros?

Parece ser que los magiares, algún tipo de tribu que desconozco, amenazan el norte de Italia. El maestro cree que debemos viajar enseguida… Algo me dice que hay más en sus palabras de lo que dice, pero no me atrevo a preguntar, mis costillas todavía están recuperándose de la última “lección” impartida.

Dejamos la cuna del conocimiento, el único lugar en el que puedo acceder a él, beber de él directamente, para viajar a un lugar perdido en el medio de los bosques, incivilizado y vulgar…

Trigésimo día de Escorpio del Año Mil Sesenta y Tres de la Era de Aries.

¡¡¡Hemos sido atacados!!! Desde luego mi ignorancia ha sido doble. Primero por no saber lo que eran esas atroces bestias conocidas como “magiares”, segundo por no poder hacerme una idea del poder que atesora el maestro en sus manos.

Los sueños de poder y conocimiento, la sed que provocan en mis entrañas, ha sido colapsada relámpago tras relámpago, sacudida tras sacudida. El maestro ordenaba con una mano a la turba, mientras que con la otra derribaba grupos enteros de enemigos con descargas surgidas de sus manos como si fuese la misma esencia de la tormenta, provista toda su furia.

Los temblores sacudían la tierra con un simple canto de su voz, los bárbaros caían por su propio peso, aquellos con fuerza suficiente como para permanecer de pie, no podían eludir las tempestades y los vientos que se erguían desde los pies del maestro. Dispersos, diezmados, la turba despachó a los supervivientes sin mayores miramientos a una orden.

¡¡¡Tanto poder…, tanta serenidad y control; y a la vez tanta pasión en cada movimiento, tanto fervor en cada palabra y gesto!!!

Nunca podría olvidar la elegancia que me permitió contemplar en su figura, el regalo que me concedió en aquel momento… No se si podrá imaginárselo tan siquiera… Un fin, un objetivo, un ideal… Por fin creía comprender la razón, el porqué… El maestro sacrificaba todo lo material, incluso la vida humana, porque sencillamente, esto iba más allá, mucho más allá…

¡¡¡Ves matalobos, aquí está..!!! - Decía mirando a sus manos… manos que yo deseaba tocar, analizar y poseer…

Sólo un par de años más tarde se conoce el alcance de la devastación traída por los bárbaros. El Imperio ha sido sacudido por su fuerza, incluso Francia e Italia… La Orden ha sufrido, pero como un islote de poder, nuestro hogar se yergue por encima de todos, recibiendo a los sodales afectados, sólo para mayor gloria de mi maestro y nuestra Casa.

En una reunión he oído decir que se prepara una caza de brujos, parece que los magiares no sólo cuentan con bárbaros, si no que su poder se fundamenta en algo más ancestral. Mi maestro encabeza la iniciativa… ¡¡¡Ojalá estuviese preparado para seguirle, para demostrar mi creciente poder!!!

Sé que ya hay quien habla de mi, el prometedor aprendiz del maestro Goratrix, el orgullo crece en mí hasta que me doy cuenta de que ese derecho me está vedado, al menos hasta dentro de poco, muy poco tiempo… Ya puedo ver como la cadena se cierra en torno a mí.

Décimo día de Aries del Año Mil Sesenta y Seis de la Era de Aries.

Ha llegado el día, por fin podré demostrar hasta que punto merezco el creciente orgullo que llena mi ser. Mi guantelete se celebra en pocas horas… No sé nada más de él que estarán presentes los dignatarios de la Casa… La posibilidad de error no debe existir, no en su presencia, no en mi cabeza… El maestro me ha susurrado que ha preparado algo especial, algo que me resultará familiar…

Undécimo Día de Aries del Año Mil Sesenta y Seis de la Era de Aries.

Todavía no puedo creer lo que ha pasado, sencillamente era algo para lo que aún no estaba preparado. Intentaré decírtelo con calma…

El guantelete se celebró en los bosques de la Selva Negra, en presencia del Circulo de los Siete. No podía imaginar a alguien más poderoso que mi maestro, pero según los rumores, el Círculo de los Siete estaba formado por los siete guardines de la Casa, los siete lugartenientes del mismo Tremere, que dirigen la Casa desde su muerte.

Para los aprendices de la Casa, el Círculo es como la leyenda de los antiguos para la Orden, un sueño, algo que brilla con tal intensidad que se dice que te cegaría si estuvieras en su presencia. Tremere, muerto apenas hará medio siglo, es considerado como el Prometeo de la Orden, trayendo el mayor don de todos a nuestras mentes. Su poder era tal que nadie sabe hasta que punto podía abarcarse, hay quien dice incluso, que el último de los Fundadores, descubrió un poder tal, que logró derrotar al verdadero enemigo de la Orden y sus miembros, el tiempo. Sin duda no son, más que leyendas que mantienen viva la llama de la Casa.

Bien, pues allí, en presencia del mismísimo Círculo de los Siete, se me reveló mi guantelete. A un chasquido de dedos de uno de ellos, se materializó una jaula delante de mí. Lo que esa jaula encerraba trajo a mi mente los peores recuerdos y sensaciones procedentes de mi pasado… Ya no sé si era un recuerdo resonando en mi mente, o si lo estaba escuchando de nuevo. Pero en esta ocasión no era una voz, que ya se había vuelto conocida; si no siete, siete voces a coro que no dejaban de enviarme… de introducirme una única palabra en mi mente:

¡¡¡Matalobos!!!¡¡¡Matalobos!!!

La máscara que mi maestro tenía por cara mostró una expresión entre sarcástica y divertida…pero aquello no tenía nada que ver con una bestia normal, aquello era un demonio sacado de mi pasado y catapultado hasta el presente, pero a una magnitud tal que no era consciente de a lo que me enfrentaba…

La bestia, pues eso sin duda era, podría haber partido en dos a cualquier lobo normal, para tragarlo a continuación. Aquel ser no era normal, sus ojos denotaban inteligencia, no astucia… Sus colmillos no buscaban una presa para saciar el hambre, buscaban una muerte, una destrucción, un alma…

A mis pies cayó un cuchillo; en mi mente recordé aquella primera noche, aquel hedor, aquel pavor. Pero esta vez no estaba sólo, esta vez tenía la magia. Antes de que la propia celda se abriese comencé a entonar unas crípticas frases en el lenguaje arcano moviendo las manos de forma acompasada, por último dirigí mi mano contra la bestia.

Donde debería abrirse una herida en su lugar se había producido un chispazo. Perplejo por lo sucedido apneas puede reaccionar ante lo siguiente que pasó, movido por el resorte de la magia, el enorme lobo arremetió contra la puerta y emergió de la celda con gran estruendo reventando el grueso candado. Lo único que puede hacer fue saltar hacia un lado buscando el evitar la embestida. La garra de la criatura rozó mi brazo cortando la piel.

Ahora sí… Ahora estaba solo, no podía comprender lo que había fallado, y delante de mí se plantaba mi verdugo como otrora esperando, calculando, pero esta vez no podía pretender doblegarlo por la mera fuerza de las armas, armas de las que carecía.

¿Había dado por hecho el que no podía portar armas? Nadie me dijo nada en contra, pero confiado, orgulloso me presenté a pecho descubierto. Había olvidado la malicia de mi maestro, tal vez obnubilado por su poder. Poder del que yo carecía…

Un pensamiento, ¿era un pensamiento? Me llegó a la cabeza:

“Si dominas la magia, dominas a los demás. Si dominas tu mente te dominas a ti mismo.”

¿De donde había llegado esa frase? Estaba seguro de que no era mía… pero tampoco parecía venir de los entretenidos magos que me observaban, procedía de lago más lejano y alto, más fuerte y viejo…

Casi sin darme cuenta la bestia volvió a embestir, esta vez conseguí calcular el salto y me zafé de su ataque. Burlonamente recordaba como había adquirido tal destreza, esquivando los ataques de mi propio maestro.

“Normalmente tendrás cobertura matalobos, pero habrá veces que la única cobertura posible es la propia habilidad para salir ileso de un ataque. Crea tu propio tiempo para contraatacar.” - Recordaba de sus lecciones.

Con el rabillo del ojo pude ver como el cuchillo descansaba a un paso de mi pie izquierdo. Me desplacé con calma, poco a poco, hasta poder agacharme, viendo a la bestia a los ojos… Si tan sólo tuviera una espada, mi entrenamiento marcial hubiese servido de algo. Pero aquellos ojos me escrutaban con avidez, con siniestra avidez, como pudiendo leer mis pensamientos, como penetrando en mis recuerdos. Había algo en la bestia que no encajaba, algo no cuadraba en su comportamiento.

De ser una bestia mágica, el hechizo podría haber fallado al no haber sido capaz de atravesar la resistencia que su propio poder le ofrece. Pero aún siendo así, aún teniendo inteligencia propia, no desprendería esa sensación de… ¿de que…?

¡¡¡De humanidad!!! Eso era, primitiva, pero humanidad al fin y al cabo. Como liberadote todas las inhibiciones morales que yo había estudiado, pero a la vez domeñando los instintos naturales.

Entonces estaba ante un humano con el Don, o al menos con ciertas habilidades.

Podría jurar que en ese momento la bestia emitió un gorgojeo parecido a un risa. Su forma cambió súbitamente casi de forma natural para aparecer ante mí con la forma de un muchacho lleno de suciedad y sangre, un muchacho que cojeaba ostensiblemente de una pierna y cuya mirada, anhelante parecía suplicar por un perdón que yo no poseía para mi mismo, mucho menos para él.

Sus ojos castaños estaban entrecerrados por el dolor y la duda, sus manos parecían temblar, su estómago parecía encogido por el hambre.

Mi mente bullía de forma acelerada, conocía a aquel muchacho, era uno de los muchos que había tenido entre mis brazos aquellos primeros años, aquellos cuyos despojos se pudrirían por días y días en una fosa excavada en el barro.

No podía tratarse de una ilusión, el corte en mi brazo así lo atestiguaba.

¿Acaso? ¿Acaso pedía que lo matara? ¿O tal vez que le ayudara?

Con calma el muchacho se dirigió hacia mí con los brazos abiertos y con cara en tono de súplica, hasta el punto de poder tocarlo si extendiera mi mano.

Sus ojos reclamaban de mí todo lo que les había sido negado, todo lo que les había sido arrebatado… Mi mente daba vueltas y vueltas, mis manos agarraron la cabeza en un intento tan físico como vano de encontrar equilibrio.

Los gritos, los lloros, las súplicas, las paladas, la tierra, la fosa… Todo ello levantó un velo sobre mi conciencia a un solo tiempo.

Alguien había cometido un error, un tremendo error; aquello no debía estar sucediendo, aquello era innecesario, aquello era… absurdo.

La mano se desplazó como un relámpago de la sien hacia adelante, el cuchillo penetró tejido y carne, piel y músculo; hueso y alma.

Ante mí, mi propio rostro, con una expresión que ya jamás olvidaré, que siempre me acompañará…

¡¡¡Era el matalobos!!!

Solsticio de Verano del Año Mil Sesenta y Seis de la Era de Aries.

He aquí que yo presento a mi aprendiz, no ya como pupilo; sino como propio filius de mi linaje. Y como tal juramos ante este Tribunal y el propio Código de Hermes, como Goratrix y Sidor de la Casa Tremere.

Ay del que quiera tentarme a romper este juramento y ay de mí si sucumbo a la tentación.

¡¡¡Se bienvenido Sidor de Tremere!!!

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28/05/2008, 19:24
Caballero Valdes el Fuerte.

Valdes el Fuerte: Los Dhaeva de Transilvania: Relato 0.

Resoplo con fuerza. ¿Mi historia? Hay muchos juglares que cantan lo más interesante de ella, cualquiera de ellos te la contará por menos de un florín. No, queréis saber algo que desconoce el vulgo… en verdad sois una dama curiosa, pero todo sea por complaceros.

Mi nacimiento tuvo lugar en el Año de Nuestro Señor 911. Sí, he dicho de Nuestro Señor. Tal vez mi señor el Knezi esté jugando con la idea de volver al culto de Perum, pero yo sé cuál es el verdadero Dios.

Mi padre pertenecía a la casa Brannu, que siempre había tenido relaciones con la corte, aunque lejanas. Sí, de esa clase de relaciones que se establecen bajo sábanas, pero los Bran siempre nos ha tenido casi como legítimos. Es más, mi madre, hija del anterior Knezi, fue durante mucho tiempo la mejor opción para continuar la línea de sangre cuando el viejo Knezi no era capaz de tener hijos con su esposa oficial, pero eso acabó con el postrer nacimiento de Dumastru y María Cristina.

¿Resentido decís? No, en absoluto. Mi vida ha sido buena, y los deberes del mandato son demasiados pesados. El Knezi ha hecho un buen trabajo con Bran, y estoy contento de servirle. Que sea él quien pelea con palabras en la corte, yo prefiero hacerlo con una espada en el frente.

Mi niñez no esconce secreto alguno. Fui ciertamente un niño impetuoso, siempre intentando saltarme las clases de mi mentor, aunque mi padre se aseguró que tuviera suficientes conocimientos para no desentonar demasiado en la corte, aún debe quedarme alguna cicatriz de su cinturón JAJAJAJAJA. Recuerdo que en ocasiones, después de darme una de esas lecciones, escapaba unos días al campo. Aprendí mucho sobre valerme solo en el monte, pero ya he olvidado casi todo.

Durante la adolescencia asumí más mi posición. Seguí siendo amante de las artes de la batalla, y llegué a tener cierta reputación como cazador, pero llegó el momento de entrar en la caballería. Mi hermano mayor, Piort, murió en un encuentro fronterizo por esa época, por lo que la responsabilidad cayó sobre mí como único heredero de la casa Brannu y mis padres lloraron mucho su pérdida. Por tanto tuve que madurar deprisa, para hacer que estuvieran orgullosos de mí, y asegurarles un digno sucesor.

Durante cinco años fui escudero de Vlad el Tenebroso. Sí, sé que es mucho tiempo, pero bien aprovechado. Cuando ya había asumido mi lugar, mi madre murió. El dolor por su pérdida y el estricto trato al que me sometía sir Vlad hacía que me desfogará en peleas de taberna, donde comencé a labrarme mi fama del Fuerte. Una mesa estrellada sobre dos hombres, dejándoles inconscientes hizo mucho por ese apodo JAJAJJAJAJAJA.

Antes o después todo ocupa su lugar, y en los dos últimos años las peleas de taberna eran casi inexistentes. Sir Vlad ya me veía capaz de asumir mi rango, pero yo me convertí al cristianismo, y él, como seguidor de Perun no lo vio con buenos ojos, así que trató de mantenerme como escudero hasta que “entrara en razón”. Pero cierto aciago día, en una frontera no muy lejana a la que vio la muerte de mi hermano Piort, nosotros también tuvimos un mal encuentro. La sangre se derramó a raudales ese día, tuvimos que retroceder hasta un torreón cercano dejando tras de nosotros el cadáver de sir Vlad, empalado por las flechas. Conseguimos resistir, y en una audaz salida nocturna pillamos desprevenidos a nuestros enemigos. Fuimos treinta a esa patrulla, y tan sólo cinco volvimos a Kronstadt, todos bajo mi mando. Por esas hazañas obtuve el título de caballero, y fui investido el mismo día que murió mi padre.

El resto ya son canciones de juglares. He estado sirviendo a las órdenes del Knezi Dumastru desde entonces, que tan sólo llevaba unos pocos años como Knezi cuando me incorporé a la caballería. Ambos hemos crecido juntos, con la gloria de Bran como objetivo hasta el día de hoy. Entre medias muchas escaramuzas en la frontera, demasiados bailes de salón donde me encuentro menos a gusto, y muchos escuderos. Estoy especialmente orgulloso del que tuve hace unos pocos años, el joven Andru. Sabiendo la buena relación que tenía con su tío, fue todo un honor, y una muestra de la confianza que me tenía, que el Knezi me confiara el entrenamiento de su sobrino. Y desde luego, el joven supo ganarse mi respeto y cariño en el tiempo que estuvimos juntos. Aprendía rápido, y era especialmente voluntarioso.

No, mi señora, a pesar del mutuo respeto con el Knezi no siempre estuvimos de acuerdo. Tuve el atrevimiento de recomendarle en su día que no se uniera a los Szantovich, pues rumores de esa infame familia habían llegado hasta mí en mis días de frecuentar tabernas, pero no me hizo caso. Pocas cosas me alegraron tanto como el día en que me ordenó escoltar a esa vil serpiente que tuvo por esposa a los límites del Condado, con sus dos malparidos hijos. Y por mí les habría abierto allí mismo la garganta, pero el Knezi es más magnánimo que yo. Y buen gobernante, como demostró sobretodo desde entonces.

Dejemos de hablar de mí, mi buena señora. El amanecer llegará pronto, y es mejor que nos encuentre cómodamente en el lecho. Y le aseguró que el mío es sumamente cómodo, si desea comprobarlo…

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29/05/2008, 00:30
Knezi Dumitru Basarab.

Knezi Dumitru Basarab: Los Dhaeva de Transilvania: Relato 0.

El olor a tierra recientemente bañada por las lágrimas del cielo se mezclaba con el del humo proveniente del improvisado fogón que ardía tras una pequeña cerca de piedras bochas, y con el del sudor de las bestias que impregnaba polainas, ropajes y pieles por igual... Pero, además, podían captarse otros dos olores que parecían estar fuera de lugar en mitad de ese páramo desolado, bajo las estrellas a orillas de quién sabe qué río, cabe a los escombros calcinados de alguna no tan antigua construcción...

Aquellos olores intrusos no podían ser sino el de la vela quemándose y... tinta. Quien observase el espectáculo que allí acaecía, creería que se trataba de alguna ridícula broma propia de un tonto o un loco... Con una espada ancha sobre el regazo y una daga en el cinto, el toruno hombretón mojaba la pluma en el rústico tintero prestando la misma atención que prestaría al intentar asestar una lanzada mortal en la paleta izquierda de un poderoso oso del invierno cebado con carne humana...

Luego observaba que no gotease y, finalmente parecía acariciar el trozo de pergamino duro con la frágil, pero poderosa herramienta. En su rostro algo era distinto aquella noche. No se trataba de simples prácticas caligráficas, sus ojos lo decían: "Esta noche comienzo mis memorias".

Mis motivaciones ¿Las de un Knezi?

Es difícil para un hombre como yo, habituado a la espada y al corcel, dar comienzo a sus memorias. Aún más arduo le será entender a quien coja estas torpes líneas, si es que acaso llegara este prodigio a suceder, el porqué un joven en la plenitud de sus días y con sólo treinta inviernos sobre sus espaldas se dedicó a una tarea tan parsimoniosa, usualmente reservada a sabios ancianos. Por lo antedicho creo necesario citar dos frases que oí tiempo atrás, pero que hace poco llegué a comprender y a sentir.

"Sólo la fe puede salvarnos.
Sólo la verdad puede hacernos libres."

Si bien la fe no me ha abandonado ni en los momentos más aciagos, y sé que estoy salvado, quizá a través de la escritura pueda legar a quien me suceda el conocimiento de lo que en realidad he padecido. Es seguro que ya no estaré para ese entonces en el reino terrenal de los hombres, pero allí, en ese preciso momento, cuando se lea lo que hoy escribo, seré realmente libre.

Sobre Dumitru Basarab, sobre mí.

Ahora sí, estoy en condiciones de narrar mis vivencias, mas no sin antes presentarme como corresponde. Mi nombre es Dumitru, soy un Knezi transilvano y Conde de Schaasburg. Soy el resultado de la unión de dos nobles casas. Los Basarab, familia paterna por la que puedo ostentar el título y el apellido, y los Miceforos, familia materna gracias a la cual, sospecho, soy noble de corazón.

Es cierto que por ambas corrientes mi sangre adolece de componentes impíos. La familia de mi padre y especialmente él mismo, se caracterizó desde los primeros hombres, cuando conformábamos un clan, por prácticas que no puedo (por) menos que denostar con todas mis fuerzas.

La familia de mi madre arrastra el peso de la traición contra el Emperador de casi dos siglos atrás, cosa que costara a los Micéforos el exilio...

Yo por mi parte, a pesar de lo que mi sangre pudiera demandarme, he creído verdaderamente y de corazón en las reales virtudes de un devoto cristiano, antes incluso de que me las enseñara a pies juntillas el Padre Lucas, mi amigo, mentor y compañero que no puede de ningún modo faltar aquí.

Este buen hombre, consagrado enteramente a la fe, es quien en medio de nuestros padecimientos y con la paciencia de un amado abuelo, me ha abierto el camino a este refugio que es la escritura.

Gracias a él, noche tras noche puedo practicar con la luz que en ese momento tenga a mano (siempre y cuado sea seguro mantenerla ardiendo) este arte que me aleja al menos un poco de las hordas bárbaras, de la muerte, la traición y cosas aún peores... Cosas que sólo corresponden al Maligno.

Esta noche es la segunda desde que emprendiésemos el regreso a casa. Los acontecimientos que tuvieron lugar al final de la campaña, hace un par de días, aún me hielan la sangre... Quizá lo mejor sea comenzar por donde corresponde: El principio.

Marchamos a la guerra.

Hace aproximadamente tres años, siendo un inexperto y tal vez frívolo noble en mi hoy añorada tierra natal, recibí el llamado a las armas que sin duda cambió mi vida. Los magiares (palabra que nada significaba para mí) invadían en innumerables contingentes la península itálica. En ese momento, al aprontarme para tamaña empresa, me sentí feliz de poder demostrar mi hombría y temple... Hasta pensé que me sería posible convertir a herejes y paganos difundiendo la palabra de Dios. Hoy me siento infinitamente más conocedor de mí mismo, y por ello puedo decir que al montar aquella mañana en mi leal Justaerix era mucho más insensato que ahora.

El motivo por el que vinimos aquí no fue otro que proteger el patrimonio de la familia de mi madre... Mejor dicho, de mi tío Cemnos. Ya en su momento hablaré más sobre él, ahora sólo diré que con gusto regresaría, no por sus bienes, sino por el hombre en sí a este infierno.

Marchando a nuestra misión en el oeste, en compañía de mi tío y del Padre Lucas, fui aprendiendo a ser uno con mi corcel de batalla y a cuidarlo cual si fuera parte de mí. En las primeras jornadas, reconozco que maldije el no haber aprendido con anterioridad cómo ensillar correctamente. Las llagas en mis piernas me habrían impedido conciliar el sueño de no ser por la fatiga que producían la marcha sin descanso, el acerado clima y la mala alimentación, puesto que era incorrecto comer mejor que los demás hombres sabiendo que todos viajábamos rumbo al mismo destino.

Hoy, desandando aquel camino, agradezco aquellas semanas de tormento... Ellas me galvanizaron con antelación al encuentro con el enemigo.

Lo poco que dormía, lo hacía profundamente. Los momentos en que nos deteníamos para alimentar y abrevar los caballos eran los únicos en que podía hablar con los compañeros de viaje y recomponer las caras taciturnas. Les remarcaba a cada instante que el Todopoderoso nos guiaba para elevarles (o al menos intentar elevarles) la moral... Yo realmente lo sentía y aún hoy lo siento. Toda mi vida he soñado con ángeles... Hace pocos días comprendí finalmente que portaban un mensaje... Pero ya escribiré al respecto, a su tiempo.

Durante la travesía, evidentemente el Padre me oyó motivar a los hombres y eso llevó a que entablásemos largas charlas al respecto del verdadero devoto y sus virtudes, así como del Maligno y su traicionera forma de obrar en contra de los hombres, en particular de los desprevenidos. Sus palabras me reconfortaban. Ya no me encontraría el otro sin protección o estando desatento. El ojo alerta y la armadura revistiéndome se transformaron en una rutina. Algún tiempo más tarde llegamos a la región de Lombardía.

Mis primeras armas al mando de hombres.

Ya en el norte de la península itálica, mi tío puso bajo mis órdenes a un grupo de catorce mercenarios. Recuerdo sus rostros, sus nombres… ¿Alguno recordaría el mío de estar con vida? Quiero creer que no fueron mis decisiones las que los llevaron a la tumba… Allí todo era caos. Sólo tiempo después descubrí las implicaciones de los intentos sediciosos y separatistas de Agapito II, Papa de Roma. Quizá su predecesor, Marino II hubiera aceptado a nuestro santo padre, el Patriarca Ecuménico y así el frente defensivo contra los paganos realmente hubiera existido…

Al recordar los momentos en que hermanos cristianos volvieron el rostro a sus pares por cuestiones casi políticas, siento una profunda amargura… Sólo Dios omnipotente sabe qué habría ocurrido en caso de aunarnos bajo un solo estandarte; pensar en ello parece hoy una pérdida de tiempo.

En poco tiempo, aprendí a gobernar a “mis” hombres, a comprender sus motivaciones y anhelos. Puedo afirmar que los apreciaba mucho, mas no sé si les dejé saberlo.

El primer choque con la poderosa horda.

Cuando la gente utiliza el término HORDA, no imagina ni por asomo qué es lo que significa. Por aquel entonces me tocó aprenderlo.

Para mi fortuna, ya no se me eriza el pelo en la nuca al recordar esa masa amorfa de primitiva y brutal “humanidad”, sus sombríos y macabros estandartes, sus ansias por darnos muerte… El primer choque fue duro y habiendo perecido un tercio del contingente mi tío ordenó replegarnos… Huir.

Justaerix y yo nos convertimos en uno. Horas mas tarde, nos hallábamos ocultos en lo profundo de un bosque. Por mi impericia quedé sin corcel… No logré calmarlo. Luego los magiares encontraron nuestro escondite y por primera vez mi vida corrió serio peligro. Una de estas moles casi me da muerte y tumba al mismo tiempo, al lanzarme una inmensa roca que, quizá por gracia de lo divino, no logró atinarme. Aun presa de un profundo miedo, me sobrepuse como pude para herir a mi atacante.

Alrededor todo era lucha, sangre y muerte en el fragor de la batalla. Sólo pude ver con claridad al buen Cemnos dando muerte a mi enorme adversario, bañándome con la sangre de éste… Ya nada me daría miedo. Me sentía pleno de coraje, como un toro embravecido.

Rumbo al sur, no todos son lo que parecen.

Pasada la hora de la euforia, con el recuento de las bajas, los ánimos comenzaron a decaer. Me vi obligado a tomar compulsivamente el caballo de un mercenario, para ensombrecer aún más sus ya tristes estampas.

Al continuar la marcha sucedió un evento que aún hoy me atormenta: encontramos en el camino a un grupo de cristianos que, luego de observarlos detenidamente, descubrimos sus ropajes manchados con sangre, amén de otros indicios que los delataban como posibles saqueadores. Inclusive con mi tío al mando, exigí explicaciones al respecto. Por respuesta obtuve el que casi me estrangulara el indagado… Quizá estaba alienado por sucesos vividos, quizá fuera un saqueador… Lo único real y cierto es que se desató una batalla campal entre ambos grupos y vi mi fuerza llevada al límite en pos de mi supervivencia. Arrojé a mi atacante cual bolsa de almejas por un barranco…

Luego, mis compañeros afirmaron que eran saqueadores. No estoy seguro. Por mi parte, me sentí peor persona desde entonces. Era un cristiano, como yo, ¿como mi padre? Teóricamente sí, pero, él era lo que parecía: un Basarab puro. Si logro regresar a mi condado, pienso develar lo que de pequeño me atormenta ¿qué hacía con los niños que le traían? ¿Quién era Nikolai Basarab?

Continuando con lo acaecido en aquel lejano páramo, nuevamente habíamos perdido mercenarios y lo que era peor, el Padre Lucas estaba maltrecho. Afortunadamente, si bien la mitad de nuestras monturas huyeron, pude cargar a mi amigo y mentor en lo intelectual para que se recuperara rápidamente. Estos escritos quizá sean consecuencia directa de aquellos hechos… Tal vez, de no haberlo llevado en andas allí, no habría habido después quien me enseñase este arte.

Quien busca encuentra, pero no sólo lo que busca.

Con el grupo medianamente repuesto, pudimos reanudar la marcha, esta vez, en busca de nuestros extraviados corceles. Fui yo mismo quien encontró sus rastros, pero no quien descubrió que se encontraban en poder de la avanzada de vanguardia de un ejército cristiano en franca retirada. Eran pisanos.

Me tocó, por conocer el latín, negociar con ellos. Si bien su posición inicial hacia nosotros era adversa, logré convencerlos de entregarnos nuestros caballos, a cambio de curación y compañía, puesto que se encontraban muy maltrechos.

Así fue como, buscando que nos devolvieran nuestros animales, encontré la admiración de mi tío y el mando sobre toda nuestra expedición.

Padeciendo se adquieren nuevos conocimientos.

Con los pisanos y los catorce servios bajo mis órdenes, llegué a forjar un vínculo especial, una “hermandad” en la desgracia. Durante un año deambulamos en misiones autoimpuestas y poco fructíferas contra la horda. Se hacían nuevos camaradas sólo para verlos morir al día siguiente. Los combates nunca cesaban. Nuestro escaso tesoro no paraba de menguar y fue allí donde el Padre Lucas, gracias al Señor, logró convencerme para quitar horas a la espada a los fines de practicar las letras.

- Te ayudará a administrar los recursos - decía. Desde aquel entonces he dedicado como mínimo una hora al día a la práctica de esta disciplina.

Por aquel entonces, sin una causa aparente, me venían a la memoria las misteriosas muertes de mis padres y la insistente duda respecto de mi cometido para con la orden del Dragón.

Con los magiares acechando, no contábamos con tiempo libre. Pero llegó el día que marcó el principio del fin para nuestra campaña.

Las tierras de mi familia materna al sur estaban siendo atacadas sin que nadie alzara una mano para impedirlo.

Haciendo lo que vinimos a hacer.

Al emprender la marcha al sur, “convencí” a los pisanos para que nos acompañasen. Su ciudad había sido arrasada por la horda y, sin recompensa en florines, aceptaron venir por venganza, victorias y botines.

Atendiendo a esta cuestionable hazaña, Cemnos me honró ofreciéndome a mi primo Darío como escudero, en cuanto regresáramos. En el supuesto de que lo lográsemos, espero templar al chico para que sea un gran hombre. Quizá, mi sucesor… Hoy por hoy, esto suena vacío y sin mucho sentido, pero quizá en el futuro las cosas cambien.

Finalmente nos adentramos en los feudos de la familia Miceforos. Muchos habían sido quemados hasta los cimientos. Y entonces las descubrí… En medio de cadáveres destripados y despedazados… Trozos de zarpas monstruosas… Los difuntos, aferrándose a cruces de madera, aún miraban al infinito con expresiones de profundo pavor… Luego, pasamos por un pueblo en que mis sospechas se ratificaron. Todos los aldeanos habían muerto a causa de una extraña peste.

Era obra del Diablo, lo sé. Esta no me afectó en lo más mínimo, pero el Padre Lucas, Cemnos y el resto de mis hombres cayeron enfermos. Algunos murieron. Logré gracias al Todopoderoso, salvar a la mayoría y aprendí sobre este mal mientras lo hacía. Lamentablemente, no fui el único en ver la huella del Maligno, y muchos desertaron o huyeron disgregando la mayor parte de mi ya penoso ejército.

En ese momento, con sólo doscientos cincuenta hombres y en poder de pruebas materiales acerca de estos demonios (los cuales, según los testimonios, combatían al unísono, como un solo hombre), hasta mis ánimos estaban bajos… Sólo la fe podía obrar un milagro… Si bien uno tuvo lugar, no fue el que esperaba.

Cosenza, ciudad de las revelaciones.

Aquí comienzan mis memorias mas recientes. Quizás las que me han arrojado inevitablemente a esta tarea, plasmar mis vivencias.

Los días que siguieron al azote que significó la peste del maligno me encontraron cuidando de los nuestros y viendo impotente cómo cuantos habían luchado a mi lado nos abandonaban minuto a minuto, muchos de ellos avergonzados, pese a ser mercenarios. Pero debíamos aguardar los tiempos de las curaciones o me habrían dejado para viajar al reino del señor.

Los hombres que restaron a mi lado, se impacientaban mientras otros morían y desesperaban de dolor. Nuestro contingente de quinientos hombres se vio reducido a poco más de la mitad… Cuando pudimos marchar a la ciudad de Cosenza, un quinto de las tropas era caballería poco equipada, con más batallas encima que puestas tiene el sol. El resto, una andrajosa y desanimada infantería…

Otra vez en el camino, los que conocían la zona comenzaron a difundir que éste era el mayor feudo leal a la familia Miceforos. La noticia de que allí habitaba el Obispo Luciano renovó nuestras fuerzas:

- Éste, obra milagros - decían. Justo lo que necesitaba para que la campaña resultase exitosa.

Así, pues, marchamos al oeste en busca de cobijo, con esperanza y fe. Sin embargo, desconocíamos lo que nos esperaba al llegar al llano desde el que se divisaban las fortificaciones de la ciudad.

Una marabunta magiar, el azote de la Cristiandad en la península itálica, por el norte y por el sur. Cientos de ellos listos para cercarnos el paso, para interceptar y pasar por las armas a mi pequeño ejército, a mis hombres.

Allí, a lo lejos, del otro lado del campo abierto que prometía ser regado con la sangre de mis hermanos de padecimientos, en este purgatorio en la tierra, las murallas de Cosenza se mantenían firmes e impertérritas ante lo que había de suceder.

No sé si pensé sobre si el obispo obraba milagros, allí, a la vista de la turba de salvajes pintados cual si fueran habitantes del averno, enarbolando efigies en honor a sus malignos y falsos dioses, esta masa humana erizada de lanzas hachas y mil filos… En ese momento sólo podía liderar a mi gente para salvarlos o condenarlos.

Una idea germinó en mi interior rápidamente:

- ¡¡¡¡CABALLERIAAAAA!!!! Cerrad el paso a los infieles, atacad y replegaros una y otra vez. ¡¡¡INFANTERÍAAAA!!! Corred a discreción rumbo a la ciudad, allí les presentaremos batalla. EL SEÑOR ESTÁ CON NOSOTROOOOOS.” –

Así fueron mis palabras al tiempo que me paraba en los estribos con mi espada ancha en alto. La caballería rugió y marchó valerosa… A su destrucción. El enemigo nos superaba en número. La proporción me era y me es desconocida, pero, decididamente, era desigual.

Bestias sedientas de sangre, brutales, desenfrenadas. Me estremezco al recordar cómo eran ensartados caballos y jinetes. Nos cobramos nuestra cuota de magiares, empero. Cada cual luchando con la ferocidad de una loba herida, ganándose un lugar entre los héroes anónimos de antaño, matando, sangrando, muriendo.

Aún oigo por las noches gritar a mis hermanos de armas. Así, clamando por auxilio, también se encontraba mi buen tío Cemnos, asestando mortales golpes a diestra y siniestra, con tal bravura que vi su espada astillarse como si se tratara de un tronco seco.

Ante su inminente fin pensé sólo en mi deber. Nosotros por la infantería: éste parecía ser el trato. La infantería… Los vi en aquel instante llegar a la ciudad. Satisfecha esa empresa, pude entonces complacer a mi corazón. Cargué en su búsqueda fundiéndome con Justaerix como si fuéramos el venablo implacable de un titán, hiriendo y segando a decenas de paganos a nuestro paso.

Al llegar hasta él, vi con fascinación como había creado una barrera invisible de muerte y despojos humanos destrozados. Era sin duda el digno hijo del dragón que fue mi abuelo. Conseguí extraerlo y transportarlo al cobijo que significaba la lluvia de flechas que los defensores de la ciudad regaban sobre la horda… Y salvamos el pellejo.

Las murallas y los milagros de Luciano nos protegerían. En los días que siguieron, el Padre Lucas, Cemnos y yo, junto con toda la infantería y menos de una docena de hombres de la caballería, pudimos reponer fuerzas y curarnos. Pero lo peor estaba por venir…

Quien me dio el mensaje, nada menos que…

Lo que he de narrar aquí, al final de la campaña, está sujeto a la conciencia y la fe de quien lea mis palabras.

El Obispo Luciano nos gratificó con charlas ilustrativas sobre el Señor y sobre muchas, muchísimas cosas. Su compañía era sumamente grata y, con tan sólo un día transcurrido, ya nos acostumbramos a su presencia particularmente encantadora…

Las tropas descansaron mientras la horda chocaba contra la muralla, según decían “como las impotentes olas contra una montaña de granito”. Nada más preciso, ya que sin importar los carcajs vaciados sobre sus cabezas, los magiares continuaban insistiendo. Como el mar a la montaña de granito, tras millones de años de choque, las murallas terminaron por ceder… Aunque todo sucedió muy rápido.

Durante una noche, en medio de nuestros diálogos sobre leyes, política y teología con Luciano, la alarma de los defensores de la ciudad se hizo notar. Aparentemente, los invasores habían podido ingresar y esto no intranquilizó a nuestro interlocutor…

Hasta que llegaron por primera vez los aullidos. Mil veces más potentes que los de un lobo normal, cada vez más cercanos. Nos miramos los unos a los otros extrañados ante el aterrador sonido que sólo se veía interrumpido por los gritos de los guardias fuera del habitáculo y… ese espeluznante estertor que se trasformaba en gruñido.

El hombre santo parecía a punto de desmayarse y nosotros queríamos salir en busca de nuestras monturas… Cuando el Obispo trataba de retenernos allí, todo pareció aún mas extraño bajo el inmenso vitral que gobernaba la nave central. Por el rabillo del ojo lo observé al pasar, al descuido, un paisaje que me resultaba conocido… Con cientos de individuos poblándolo, de rodillas, rezando con la mirada en lo alto. Allí, sobre ellos, una gran cantidad de ángeles se arremolinaba.

La enorme puerta de roble, reforzada con tachas de hierro labrado, explotó con un ruido atronador, haciendo volar astillas por doquier, destrozando a los guardias apostados ante ellas. Los hermosos tapetes en las paredes de pronto ardían. El humo lo invadió todo, y por entre los gritos de dolor y los estorbos visuales aparecieron… Tres enormes figuras… Monstruosas, luciendo restos humanos entre sus mandíbulas.

Lo que siguió fue todo confusión. Cemnos dejando caer su espada, aterrado. El Padre Lucas rezando y clamando que todo era una ilusión del Maligno… Yo desorientado, observando a las bestias acercarse y a los soldados huir como tábanos sin cabeza… Y el Obispo Luciano, temblando, temblando con sumo terror…

Una de las bestias arrebató un tapete en llamas para arrojarlo sobre nuestro devoto anfitrión, haciendo que éste comenzara a chillar con un sonido tan agudo que amenazaba con romper los tímpanos de todos. Recuerdo haber gritado a otra de las bestias que temiera al Señor Todopoderoso y volviera al infierno del que habían escapado… Me miró extrañado.

En tanto el ardiente Luciano consiguió quitar de su cabeza el manto en llamas… Eso fue espeluznante. Su rostro estaba desfigurado, su carne, derretida cual cera, sus ojos, amarillos sobrenaturales y sus colmillos, los de un animal, los de un depredador… Uno de los hombres bestia asestó en la cabeza del horroroso monstruo que era ahora el Obispo un golpe que hizo volar trozos de cráneo y sesos ahumados por doquier. Todo era fuego y furia.

Allí fue cuando, en medio del caos y la muerte segura para mi, sentí el llamado.

Observé el vitral mientras una de las bestias lobo se acercaba confiada. Yo, sin prestar atención al peligro inminente, me hallaba concentrado tan sólo en el vitral. El mayor de los ángeles me resultó conocido y recordé de dónde: lo había estado soñando mi vida entera.

Quizá para captar el vínculo real con nuestro Señor, el horror deba rasgar la tela que se ocupa de cerrar nuestros ojos… Quizá, habiendo intuido en mi niñez las aberraciones cometidas por mi padre, y a la vista en aquel momento de tres engendros de Satanás, la visión fue desvelada. El ángel con que soñaba constantemente de niño era el que figuraba en el vitral: Gabriel, cuyo nombre significa “Dios es mi poder”, el de la anunciación, de la muerte y de la resurrección, de la venganza y de la compasión… Pero por sobre todas las cosas, el mensajero divino que revela la voluntad de Dios a la Humanidad.

El milagro me fue revelado. Gabriel, entre llamas, miró a mis ojos y realizó un gesto de asentimiento con la cabeza, sabiendo que había recibido el sagrado mensaje. De pronto, el vitral estalló a causa de las llamas y me vi frente a frente con la monstruosa mole de músculos, colmillos y pelo. La bestia me embistió y fui despedido por los aires, hasta caer en mitad de las llamas, justo en el centro de la deflagración. Y sin embargo, el fuego no me afectó.

Vi a la criatura huir con un titánico salto y perderse en la oscuridad de la noche junto con sus compañeros de matanza… Por increíble que parezca, pude rescatar y poner a resguardo tanto a mi tío como a mi amigo… Después de esta proeza, caí inconsciente, agotado quizá por el esfuerzo, quizá por la pena, quizá por el peso de las revelaciones…

Un par de días mas tarde, recuperé la conciencia y el vigor. Hasta recuperé a mi fiel Justaerix, que pastaba en un remanso del río.

Y por fin comencé estos escritos, los que, por ahora, de camino a ¿mi hogar?, prescinden de nuevas palabras para narrar lo que la monotonía de la penosa marcha como vencidos aporta…

Sólo aclarar que he comprendido que no fuimos derrotados, sino que todo fue para ver el porqué de tanta sangre y sufrimiento: se ha corrido el velo; ahora poseo la férrea voluntad de quien sabe que DIOS es para quien actúa.

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La lluvia había comenzado a descargar todo su poder en medio de la noche, y tres velas de sebo se habían consumido. Había amanecido y sus camaradas le habían ofrecido alimentos que agradeció sin aceptar… La inclemencia del clima los detendría allí uno o dos días más.

Estos no fueron siquiera notados por el caballero cuyos ojos por fin estaban abiertos. Al amanecer del tercer día, luego de haber consumido una docena de aquellos insumos iluminadores de grasa sólida y dura que llenaban el cuarto con su rancio olor…

Dumitru se paró en toda su estatura, guardó los escritos cuidadosamente y salió de la tienda a recibir la bendición del Señor. La campaña había acabado, pero la verdadera cruzada estaba por comenzar.

Nico-R, Primero en mi nombre, señor de los trukenes, heredero del reino de los primeros hombres y dogos. Llegador tarde si los hay.
Master, espero que lo disfrutes, si bien deseaba algo mejor para hacer honor a la partida que has montado SÉ que me valdrá algún que otro xp! ;)

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31/05/2008, 15:44
Zeglu el Sluagh, el Terror de las Sombras.

Zeglu el Sluagh, Maestro de Tinieblas: Los Dhaeva de Transilvania: Relato 0.

Ignoro mis orígenes. Algunos me insinuaron, después, cuando ya había desmigajado con el pánico el corazón de muchos adversarios, que un cónclave de poderosos enanos codiciosos hechiceros destiló mi esencia de un holocausto en honor de Hécate. Lo cierto es que, desde tiempos remotos, me descubrí siendo un esclavo de estos seres.

Mis poderes les concedían una ventaja superior frente a sus enemigos, pero a la vez también tenían entre las manos el mayor de sus horrores.

Maestro de las sombras, de la oscuridad y de los miedos de las criaturas, era capaz de desatar sus mayores terrores, en aquel entonces, de los enanos codiciosos, enfrascados en guerras perpetuas entre los clanes.

Todas las criaturas en general de este mundo y de todos los mundos posibles tienen miedo de las sombras, de los horrores y sorpresas que en ellas puede haber, y eso era y es mi mayor ventaja. Yo exploto esos miedos, esos terrores que surgen de las mentes de mis contrincantes. Los dejaba paralizados de terror, algunos morían de puro miedo, y otros retorcidos a mis manos. Ver salir de las sombras unos brazos extremadamente largos y capaces de doblarse por partes insospechadas tampoco ayudaba mucho a mis enemigos. Pero tampoco a mis "amigos".

En aquel entonces servía a los enanos codiciosos, y caminaba entre ellos con normalidad, pero siempre me tenían un poco de recelo, mi cuerpo pequeño y mis brazos y piernas extremadamente largos no ayudaban a mi imagen, aunque ellos tampoco fueran grandes bellezas, y cuando vieron mis capacidades contra sus enemigos...

Al principio estaban exaltados de alegría, pero el temor se empezaba a apoderar de ellos. Como sus enemigos, ellos mismos tenían miedo de sus sombras y empezaron a mirarme con temor. Yo seguía siendo fiel a ellos que me llamaron, pero no conocían el honor que hay en mí y terminaron por temerme más que a sus enemigos.

Desterrado de sus ciudades por quienes me habían llamado, tenía que refugiarme en cavernas, y acudir a las ciudades sólo cuando escuchaba la llamada del rey.

En una de sus llamadas, el rey me encomendó una misión: recuperar una joya robada por los humanos. Me explicó cómo era la joya, una preciosa pieza fabricada por los propios joyeros del rey. Un colgante de hielo eterno, espejeante y radiante con las luces de las montañas, con un ópalo engarzado en su centro, un ópalo negro, al menos a simple vista, ya que cuando se miraba de cerca se veían todos los colores existentes en el mundo, reflejos y destellos de todos ellos guardados en esa piedra preciosa, que al igual que las luces blancas del hielo eterno brilla aunque no haya luz.

La misión la completé, los humanos tienen una mente muy simple, que teme a la oscuridad más que a nada en el mundo, por lo que mi misión era enormemente sencilla. Recuperé la joya sin mayor dificultad y se la entregué al rey. Esa joya anulaba muchos de mis sentidos y mis poderes, porque la luz que desprendía evitaba que las tinieblas arrebataran a mis enemigos.

El rey codiciaba esa joya por encima de cualquier cosa y siempre la llevaba consigo, aunque no permitía que nadie la viera, era su gran tesoro. Pero había un problema: yo había visto su joya, y la había tenido en mis manos antes de dársela, y sospechaba de mí, pensaba que yo también la codiciaba... Iluso, no sabía que esa joya para mí era un repulsivo. Pero los temores del rey le comieron la mente.

A partir de ese momento mi vida giró en la rueda del destino. El rey empezó a urdir un plan, un antiguo ritual para retenerme y utilizarme como él quisiera, para que yo no tuviera voluntad. Pasaron... ¿meses? ¿Años?

No lo sé, sólo sé que un día el rey me llamó a su presencia para otra delicada misión. Yo ante su llamada acudí con presteza, ya que di mi palabra al rey de que le ayudaría por siempre. Pero cuando llegué a su presencia, el colgante del rey estaba en el centro de la sala sobre un pedernal y el rey me engatusó para que me mantuviera frente a él mientras terminaba de hacer un ritual que recién había empezado y que no quería interrumpir. Incauto de mí, permanecí quieto esperando a que el rey terminara y me explicara mi misión. Mientras esperaba y el rey recitaba el ritual, sentía como mi cuerpo y espíritu se empezaban a separar, en un dolor sin nombre. El espíritu se desgarraba y era succionado por el colgante del rey, y a la vez pero separado de mi, mi cuerpo se contraía, empequeñecía y era arrastrado por mi espíritu hacía el interior del colgante, donde todo eran destellos de luz.

Sobre lo que experimenté durante aquel primer confinamiento, mi memoria es borrosa; el tiempo era extraño y mis poderes menguaban, ya que en el interior del colgante lo único que había era luz. El tiempo era extraño, vagaba perdido, muchas veces sin ser consciente ni de mi propia existencia, pero había una cosa que nunca se me olvidaría, el dolor sin nombre de cuando mi alma se desgajó de mi cuerpo, a causa del rey de los enanos codiciosos, aquel mezquino que hizo ese ritual.

No sé cuánto tiempo pasó hasta la primera vez que me llamaron, pero esta vez, fue algo diferente, la luz del colgante se apagó y vi la oscuridad, mi bien querida oscuridad. Avancé por ella y me sentía completo, mi alma y mi cuerpo se fundían por fin en una sola entidad. Y cuando salí de la oscuridad a la penumbra, allí me encontraba, delante del rey mezquino. Se rió cual poseso, parecía viejo y demente y estaba rodeado de siervos.

El rey me dio una orden... pero no la cumplí, el pensaba que obedecería su voluntad, pero no era así, el ritual que me hizo sólo era para encadenarme aquel maldito collar, no para borrar mi voluntad. Y delante de todos los súbditos del rey, desplegué toda la fuerza de que era capaz, los terrores de todo el mundo salían de las sombras y tomaban forma, estaba encolerizado, la gente empezó a chillar de puro terror, el rey inmóvil en su cama murió de terror, con los ojos fuera de sus orbitas y los dedos crispados.

Sin embargo, había entre la gente de palacio criaturas que eran capaces de enfrentarse a sus propios temores y consiguieron llegar hasta la sala del trono donde estaba yo delante del cuerpo del viejo rey, recreándome en su aspecto retorcido, y viendo a los súbditos llorar de puro terror ante mí.

En ese momento se forjó la leyenda de que quien me invocara moriría por mi furia. Así con todo, pasados lo que para mí fueron eones, me invocaron en mitad de un ritual para someter mi voluntad, y lo consiguieron... al menos en la mayor parte de mi ser, aunque permanecía una porción que no era capaz de acatar ordenes, era aquella que todavía sentía el dolor sin nombre, por lo que, a partir de aquel ritual, tenía que obedecer a la criatura que me había invocado, pero si había algo que reavivase el dolor que habitaba en mí, podía anular el ritual y actuar por mi cuenta. A lo largo de todas las invocaciones, aprendí a desobedecer a los que me llamaban fuera de la luz de colgante.

En una de las últimas ocasiones en que me convocaron los enanos codiciosos estaba inmersos en una reyerta contra las hadas, y esta vez no pude negarme a obedecer, la fuerza de voluntad del duende que me llamó era implacable, algo contra lo que no podía luchar, y sólo me dijo cinco palabras "Mata a la reina Safne". Pero no pude hacerlo llegado el momento, puesto que la reina Safne no poseía temor alguno, así que mis ataques quedaban seriamente reducidos.

Capturado tras un intento desesperado de matar a la reina con mis propias manos, tuve que contar quién era. Encerrado en lo más profundo del palacio de la reina sólo abrieron la puerta una vez: fue la propia reina acompañada de su hija pequeña, y llevaba consigo el colgante... La reyerta había acabado.

Después de lo que hice sólo unas pocas hadas sabían de mi existencia y mi paradero. La reina me había obligado a volver al colgante, pues era su poseedora ahora y la tenía que servir. Pero jamás me llamó. Una vez dentro del colgante mandó cavar más hondo que las mazmorras un pequeño hueco en el que solo cupiera un brazo y una pequeña cavidad para guardar el colgante.

La siguiente vez que fui llamado, no fue Safne quien lo hizo, sino su hija pequeña Annya Titania. Pero no lo hizo para obligarme a nada, sino para ofrecerme un pacto, mi lealtad a cambio de extirpar de mí el dolor sin nombre.

Mi sorpresa fue descomunal, el dolor siempre me atormentaba y deshacerme de él sería la mayor de las recompensas. Accedí, y el dolor se fue, aunque aún seguía atado a los rituales. Sin embargo, Annya me dijo que era libre de hacer mi voluntad mientras mi lealtad no se quebrara. Desde los tiempos en que los enanos codiciosos me invocaran, volví a pronunciar un pacto de honor. Ahora soy siervo de Annya Titania y de su reino.

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01/06/2008, 18:50
Knezi Sandru Czescu.

Knezi Sandru Czescu: Los Dhaeva de Transilvania: Relato 0.

Año 802 de Nuestro Señor. Diciembre.

Unos soldados caminaban nerviosos por la mansión, por aquellos pasillos llenos de ornamentos que formaban el hogar de su señor. Aquel era un día importante. Al menos, así lo vaticinaban los gritos que se oían en la lejanía, procedentes de una mujer. Y es que, ese señalado día, el 12 de Diciembre del año 802, nacía Anchialus de Antioquia

Tieclo esperaba a la entrada de la sala, donde su mujer se debatía entre la vida y la muerte en los brazos de dos comadronas ya bastante entradas en edad. Entonces divisó a los dos soldados que acababan de surgir por la esquina, y una ligera línea de preocupación cruzó su frente.

- “¿Habéis avisado al medico?” –

Los soldados se miraron un tanto incómodos, y al final fue el más cercano el que tomó la palabra, no sin pensar antes unos segundos. La presencia del noble que tenía delante imponía, casi se podría decir que era amenazadora

- “Señor… El medico no se encuentra en esta casa en estos momentos…” –

Tieclo enfureció con rapidez. Su mujer había caído en una extraña fiebre aquella noche, y el parto había sido tan inesperado como inoportuno. Gritó a los soldados que buscaran al susodicho medico en cualquier lugar una y otra vez, y estos salieron corriendo, temerosos de una represalia por parte de su señor. Pero el tiempo corría sin pausa…

De repente, silencio. Durante unos segundos, el mundo se paro para Tieclo, que oyó un gemido en la sala. Se acerco a la puerta con brusquedad, y pudo entrar a tiempo para ver la escena, pudo entrar a tiempo para oír los gritos del niño que la comadrona sostenía en brazos. Y vio a su esposa, tendida en el lecho, con los ojos cerrados, respirando con dificultad.

Días más tarde

Poco habían podido hacer los médicos por la madre de Anchialus, cuyo nombre no es relevante en este relato. Empeoró cada vez más, hasta que cayó en un sueño profundo, cargado de delirios y dolor. Pero, milagrosamente, unos días después se recupero y, aunque tardaron unos días en enseñarle a su hijo, esta no dejo de preguntar por él a cada momento.

Tieclo estaba orgulloso del bebé que ahora gateaba por entre las faldas de las mujeres encargadas de velarle. Sano, robusto. Era su hijo, no cabía duda.

La madre de Anchialus cuidó de él los siguientes años. Pronto se vio con claridad que el chico tenía un gran futuro por delante. Avispado, inteligente, y bastante diestro en el habla, su padre empezó a hacer planes para el futuro, sabiendo que su hijo llegaría lejos. Intentó enseñarle algo del manejo de armas y del arte de la guerra, pero pronto un asunto oscuro se interpuso en los planes de Tieclo.

Los árabes amenazaban Antioquia por aquella época, y tanto Tieclo como su esposa comenzaron a temer por su futuro, así como por el de su hijo. Recogiendo sus bienes, se trasladaron sin demora a Constantinopla, donde Anchialus comenzó su aprendizaje como futuro emisario y diplomático. Pero los árabes no eran la única amenaza. Ya que por el oeste, cual una marea de furias oscuras, se alzaba el ejercito de los búlgaros, que amenazaba Constantinopla.

Anchialus, que tenía apenas 11 años, vio por primera vez un ejército, desde las murallas. La inquietud reinaba en el aire.

Año 814 de Nuestro Señor.

Anchialus se aburría mientras su maestro le explicaba de nuevo la conjugación del verbo Razonar en latín. De repente, vio como su padre entraba corriendo en la sala, dejando a los dos allí presentes boquiabiertos

¡¡¡Anchialus!!! ¡Llegan refuerzos!!! Escúchame… Quiero que los dos os escondáis en los sótanos de la casa, tu madre y tú… Debo liderar unos regimientos de la ofensiva que tenemos pensado lanzar. ¡¡Aprisa!!! ¡Y tú! Vuelve a tu casa y protege a tu familia. Hoy Anchialus no recibirá más clases.

Sin que ninguno de los dos pueda replicar, el padre del chico sale corriendo. Anchialus mira durante unos segundos a su maestro, acto seguido se levanta con rapidez y se dirige a la salida, casi sin despedirse. La batalla está llegando a su fin. El asedio va a terminar.

Año 817 de Nuestro Señor.

Un nuevo Anchialus, con 15 años, porte altivo y serio, mirada penetrante y astuta, y una gran soltura al andar, se entrena en el patio de la academia militar, junto con otros aprendices. Su maestro les supervisa sin girar la vista en ningún momento. Ahora que Constantinopla ha sufrido tanto, los jóvenes son la única esperanza que le queda al Imperio, si bien esta generación parece prometer mucho.

Anchialus sobresale entre los demás, si bien no es el mejor. Es diestro en el uso de la espada, pero parece no estar interesado en tales ardides. En cambio, suele pasarse más tiempo estudiando Latín y esas lenguas hoscas de los bárbaros del norte y oeste, por lo que su padre, el cual esta comenzando a ocupar cada vez un puesto mas alto en el ejercito…

Año 822 de Nuestro Señor.

Tieclo observa a su hijo. Hacia dos años que no le veía, y de hecho, en unos días partirá de nuevo para continuar con el juego de la diplomacia, con esos malditos árabes. Que el Diablo les lleve, piensa mientras observa orgulloso a su primogénito, que se ha convertido en un valeroso oficial, temerario y joven, pero con la educación y astucia procedentes de su intensiva educación.

- “Hola, padre.” –

- “Anchialus.” –

Tieclo sonrie, pero su hijo no le corresponde. Este tiene la mirada perdida, como si estuviera pensando en otra cosa. De repente, una creciente aprensión comienza a crecer en el propio Tieclo, hacia su hijo. Hay algo en el que no le acaba de gustar… Pero es su hijo.

No tendra mucho tiempo para pensar en ello, pues tres años mas tarde será asesinado en una de sus misiones diplomaticas. Anchialus no asistira a su funeral, pues está inmerso en las conspiraciones de palacio que aumentaran ese año.

El imperio Bizantino se encontrará en declive, y el ahora oficial del ejército se habrá visto obligado a asistir a varias misiones deshonrosas, consistentes en sobornos a esos pueblos bárbaros que acosan Bizancio, tras la negación de su oferta a viajar al Peloponeso para recuperar su patria.

El pensamiento de Anchialus se va modificando poco a poco, cada vez odia más a esos Bulgaros que acosan su hogar. Uno de los guardias asegura haberle oído decir palabras demasiado duras contra los que ahora han puesto a Constantinopla entre la espada y la pared, pero la fachada de Anchialus sigue siendo la misma. Amable, abierta, preparada para negociar. Y por dentro, resuenan esas palabras que mencionó una vez a uno de sus amigos, amigo que más tarde fue asesinado entre las conspiraciones y corrupciones del decadente imperio:

- “Según mi criterio, deberíamos aplastar a esas bestias como si fueran mosquitos en vez de tratar con ellos. Pero, por desgracia, esas sucias ratas se interponen en nuestro camino con más fuerza que nunca. Habrá que reducirse al engaño, aunque viendo su escasa inteligencia no será difícil enseñarles quien manda... Mediante el dinero.” –

Año 825 de Nuestro Señor.

Anchialus montaba en su caballo, seguido por su escolta, apenas veinte hombres. Se habían burlado de él. Habían insultado su nombre, habían dudado de su experiencia. Y ahora, para colmo, le enviaban de nuevo a tratar con esos bárbaros, le dirigían a realizar una misión de soborno, como tantas otras. Al menos, esta tenía un objetivo mas serio: El espionaje.

Pero nada era suficiente para Anchialus, que opinaba que el Imperio necesitaba un cambio de tuerca sino ya, al menos en los siguientes años. Razón por la cual se había sumergido en una de las múltiples conspiraciones que rondaban el palacio. Razón por la cual vigilaba sus espaldas a cada momento, razón por la que los hombres que le acompañaban habían sido escogidos por él. Pero la situación en el extranjero va cada vez peor, aunque los nobles de Constantinopla hagan oídos sordos. Los búlgaros son muchos, ellos, pocos.

Camino a Bucarest, tras pasar Sofia, Anchialus y sus hombres llegan a Moldavia, una región en la que se detienen, una noche, en cierto pueblo llamado Botosani. El boyardo local, un tal Botas, recibe al grupo con pocos modales, y la impresión inicial del lugar es pesima.

Anchialus se pregunta constantemente por qué sus superiores quieren adueñarse de un territorio así, un lugar donde las ovejas entran cuando quieren en las casas de los aldeanos, donde los habitantes hablan eslavo antiguo, donde la simpleza y la miseria se palpan en el ambiente. Los hombres de Anchialus se ríen de los lugareños, que les miran mal, y, aunque este intenta calmarles, no puede evitar sonreír. La situación es bastante cómica, la verdad, más para alguien que viene de la cuna de las civilizaciones

Esa misma noche, Anchialus recibe una misiva del Conde del lugar, que le invita a pasar por su castillo. Conde de nombre, pues hasta los mas ineptos podrían ver que en este lugar son todos unos atrasados, piensa Anchialus con desprecio. Pero debe guardar las formas…

Dias después, se encuentra en el “castillo” de aquel que se hace llamar Conde. Anchialus va confiado, casi como un paseo rutinario.

A partir de ese momento cambió su vida radicalmente.

Año 949, 25 de diciembre.

Una figura solitaria se sienta en la oscuridad, sus dos ojos de color verduzco lanzando destellos escarlatas en la penumbra. Una pequeña mueca de incomodidad se cruza en su rostro, que permanece por lo demás inmóvil. Varios pensamientos cruzan la mente del ser. Recuerdos de su vida pasada.

Sandru recuerda perfectamente el día en que fue Abrazado. Recuerda esa invitación, esa maldita invitación. Recuerda como aquel ser, el maldito Conde Florescu, ese malnacido al que todavía sigue reverenciando más de lo que nunca lo hizo con su propio padre.

Recuerda como le convirtió en vampiro, como le obligó a acabar con la vida de sus hombres, algunos de ellos personas cercanas a él, aunque sin llegar a ser sus amigos. Recuerda el frenesí, el placer que sintió al despedazar sus cuerpos, dominado por la Bestia, y bañarse en su sangre.

Sus expresiones de horror, sus gritos de súplica, sus gorgoteos causados por la sangre que rociaba sus gargantas, su propia sangre… Todo está claro en la mente del vampiro, como si hubiera ocurrido ayer mismo.

También recuerda el duro aprendizaje, el desdén de su Sire, y el trato que le dispensaba. Recordaba esas enseñanzas, esas danzas entre nobles y no muertos, recuerda como abrió los ojos ante la realidad del mundo. Y como perdió su fe. Anchialus nunca había sido muy devoto, por lo que pronto olvidó y negó la existencia de cualquier Dios. Su Sire era un ser deplorable, un monstruo. Pero el Juramento de Sangre le hacia verle como a un Dios. Las humillaciones continuaban, aun en la no-vida.

Pero aprendió. Aprendió como ninguno. Se abrió paso en las dificultades, se convirtió en alguien culto, locuaz, en un verdadero líder. En un ser capaz de moverse en la noche, de caminar por la oscuridad con la seguridad con la que una vez lo hizo en vida. Pronto su maestro le envió a una misión suicida, que Sandru cumplió satisfactoriamente.

Llegó al castillo de los Czescu convertido en un hombre nuevo. Sus rasgos, su nombre. Todo había cambiado. El vampiro se sigue preguntando algunas noches cual es su nombre real, cual es su verdadera identidad, que duerme latente en algún lugar de su memoria, cuando caminaba entre los vivos.

Su rostro ahora es el del que una vez fue Sandru Czescu, el Sandru de verdad, el que nunca llegó a conocer, el que murió antes de que él llegara al que sería su hogar. Llegó al castillo con un objetivo claro: Acabar con los enemigos que osaban interponerse en el camino de su señor, despedazarles desde dentro. Y eso haría.

Como un fantasma borroso, recuerda esas escaleras, esas miradas de desconfianza, esa reunión secreta en las entrañas de la tierra, para reverenciar a un dios pagano en un rito perdido ya en el tiempo. Sandru actuó con confianza, y pronto se ganó la confianza de la confiada familia. Debilitándola por dentro, destrozando sus cimientos. Su posición como sumo sacerdote le facilitó la tarea.

Los ritos paganos fueron fáciles de aprender, y ese culto al Dios Veles, al Dios dragón, le fue más una utilidad que una molestia, pues, quizás por casualidades del destino, las costumbres del sumo sacerdote eran similares a las necesidades de un ser de la noche como él. También pudo experimentar, y pronto aprendió a moldear a los criados de menor importancia, modificando sus carnes, haciendo uso de los poderes oscuros que la naturaleza le había entregado.

Recuerda las caras de terror de las victimas en los sacrificios, algunos vampiros, otros humanos, e incluso ghouls. Casi podría jurar que le gustaba. Sí, le gustaba esa vida. Y tenía viva en su memoria el rostro de terror de su “hermana” Amica, al igual que el de los otros miembros de esa familia condenada a la extinción. Tras unos años quedaban ya pocos, pues muchos habían huido. La casa de los Czescu ya era casi suya.

Recuerda la misión suicida en la que mandó al ultimo guerrero de los Czescu, el único que se le seguía oponiendo. No fue difícil deshacerse de ese estúpido. Un simple juramento de lealtad con el nuevo príncipe sirvió para evitar problemas con él.

Aunque era un neonato, Sandru llevaba bastante tiempo aceptando humillaciones, y reconocía cuando debía esperar, cuando debía inclinar la cabeza. Pero encontró consuelo cuando, después de tantos años, dejó salir a la Bestia de nuevo, y acabo con los criados, los mismos que se habían burlado de el todos esos años, cuando, aprovechándose de ser los únicos que conocían el secreto del vampiro, le humillaban.

Fue satisfactorio ver como el castillo se vaciaba de vida con su muerte, como las salas, antes repletas de actividad, se convertían en lugares solitarios y silenciosos. Y además, Sandru ya era Knezi de Valcea. Lo cual hizo que pronto comenzaran a surgir sueños, quimeras, en su mente. Quimeras que crecieron en ese ambiente de paz y soledad, quimeras que se hicieron verdaderos proyectos. Pero todo quedaba condicionado a una persona: Su Sire.

Sandru colgó de las almenas a uno de los criados, crucificado, colgado con sus propias venas de uno de los salientes. Sus intestinos fueron pasto de los cuervos durante unas semanas. Los campesinos no tardaron en dejar de acercarse al castillo. Sandru comenzó a vivir en soledad, regodeándose en su victoria, hasta que un día, un ghoul le trasmitió un mensaje de su Sire. Le requería en el castillo de Suceava

Y llegaron más humillaciones. Ningún caballo toleraba su presencia. Ningún criado quedaba ya en el castillo. Sandru se preguntaba muchas veces qué habría ocurrido si hubiera hecho prosperar a la familia, en vez de destruirla. Habría llegado lejos, habría rivalizado incluso con su amado Sire… Al que odiaba en el fondo de su alma, de su alma maldita, donde no llegaba ningún juramento de sangre, ninguna magia contaminada…

Pero ya no importaba nada. Pues su Sire le había llamado. Sandru partió de su castillo. Durante el viaje tuvo que aceptar la hospitalidad de los Krevcheski, de los que no se fiaba. Seguramente le pedirían hospitalidad en el futuro, aunque no era problema. No le importaba si esa familia deseaba congraciarse con el. El Knezi sonrió, mientras dentro se burlaba de la sumisión de esa familia, que le intentaban hacer creer que la sangre de un mendigo era sangre digna para él. Y lo dejó pasar.

Por desgracia no ocurrió lo mismo con los Szantovich. Bellos, carismáticos, y sobre todo, retorcidos. Conspiradores. Aunque al principio intento negar su hospitalidad, su creciente hostilidad le llevó a aceptar su ofrecimiento. También la necesidad de recursos, de un traje nuevo acorde con su posición, con el que visitar a su señor, y de un caballo con el que moverse. Y Sandru sintió que la Bestia se agitaba en él cuando el simple humano, el maldito desgraciado que tenia en frente, se atrevía a realizar pactos con un ser de la noche como él. ¡¡Ese hombre!!! ¡¡Insensato!!! Tratar de igual a igual a un ente inmortal, que podría despedazarle sin problemas al instante. Sandru apuntó mentalmente su nombre y grabó su rostro, para devolverle el apretón en el futuro… En el cuello.

Recuerda la pobreza, recuerda los raídos ropajes que llevaba, recuerda el dinero que le hicieron gastar esos malditos mercenarios cuando debió luchar contra esos bastardos de los Sucau, para proteger su castillo, antes de que recibiera la invitación. Recuerda su preocupación por el viaje, por encontrar algo digno con lo que presentarse ante su Sire.

Y como esos malnacidos de los Szantovich le robaron el caballo que le habían entregado los Krevcheski. Por esa razón tuvo que aceptar su hospitalidad. Por esa razón les sigue maldiciendo hoy en día. Recuerda como prosiguió su camino con un caballo ghoul, con ropajes nuevos. Y como tuvo que alimentar al caballo, y como tuvo que subsistir, de nuevo bajo humillaciones que no aceptaría en el futuro. Pero todo esto fue forjando una virtud en el oscuro corazón de este ser: La paciencia.

Sandru pasó por varios pueblos, por varios campos. Se alimentó de lo que pudo, y aún recuerda a ese condenado pueblo, Focsani, donde le negaron la entrada, donde prepararon defensas para salvarse del demonio que ahora lo parecía más que nunca.

Sandru, convertido en una sombra del pasado, con ropajes sucios y descuidados, con palidez cadavérica y rostro de muerte, era la viva encarnación de sus temores. Y el vampiro sigue sonriendo algunas noches al pensar en el terror que deben sentir los habitantes del desdichado pueblo tras su amenaza, esa amenaza que pronunció. Las caras de terror de aquellos estúpidos campesinos fueron el único regocijo que necesitó.

Y por fin llegó a Suceava, el hogar de su señor. Este no pareció incomodarse ante el reciente juramento de fidelidad de su chiquillo al príncipe, su rival más importante. De hecho, al principio ni reconoció a su chiquillo.

Escoltado por regimientos de Danislav, la familia de Aparecidos más prometedora en esos años, por ghouls deformados, y por otra clase de gentes, recibió a Sandru como un fantasma, como una aparición. Nada de lo que había sido quedaba en el Sire de Sandru.

Convertido en algo más parecido a un murciélago gigante que a un vampiro, sonrió a su chiquillo y le puso al día, satisfecho con las buenas nuevas de este. La familia Czescu ya no existía. Sandru, cuyo nombre no era en realidad este, era lo único que quedaba de lo que hace años fue una de las potencias del lugar. El chiquillo había conseguido su objetivo, había triunfado donde muchos pensaron que fracasaría.

El Cristianismo había llegado por esa época ya a Moldavia. Sandru no creía en nada, pero decidió cubrirse de una fachada de cristianismo ortodoxo. Le serviría para en el futuro conseguir posición. Pero su Sire no tenia pensado dejarle ir.

Florescu le llevó a las mazmorras del castillo, donde le “recompenso” por sus servicios. Allí atrapado, junto a la tierra de su tumba, recibio las enseñanzas de su maestro… Y su sangre.

Pero, tras unos años, el poderoso vampiró dejo marchar a Sandru. Este volvió a su feudo, desatendido, muerto tras años de desorganización y vacío de poder…

Pero en el 900, ya había conseguido restablecer la situación, haciendo uso de su incomparable talento con la administración. Un día, el Sire se presentó en su castillo, y al final sometió al Rito de Liberación a Sandru, el cual lo había esperado tanto tiempo… Y en ese momento, le costó tanto liberarse de su Sire que sintió como parte de su cuerpo era arrancado. Pero lo hizo. Lo consiguió. Su Sire le puso al tanto de las novedades en el mundo cainita y en el mortal, antes de marcharse. Y, tras ver como su figura desaparecía en el aire, Sandru respiró. Respiró libre, por fin.

Y recordaba todo lo demás. Recordaba el sueño de los antiguos. Recordaba el despertar, recordaba la apatía en la que se había sumido, el rechazo de los Brantovich, que llegaron en el peor momento, justo cuando Sandru se limitaba a observar. Recordaba como hace dos años los Basarab y los Szantovich se habían intentado ganar su confianza. Pero el recuerdo de los segundos seguía vigente en su mente.

Y ahora, tras unos meses arreglando su castillo, el Knezi Sandru Czescu, antes conocido como Anchialus de Antioquia, se prepara para bajar a recibir a los Basarab que han llegado a su castillo, a sus nuevos vasallos, a los que serán su herramienta para cumplir los sueños que había fraguado su mente hace años. Días de gloria se avecinaban.

Un Knezi como él no debía dejar desatendido su feudo. Un vampiro de su nivel no debía alimentarse de ratas, era indigno. Un ser de la noche como él debía imponer respeto y temor, y poseer fieles que extendieran su brazo. Pronto, los territorios colindantes. Más tarde, los sueños de Sandru llegaban hasta parajes lejanos, hasta el mismísimo castillo de su Sire, incluso. Y, como cada noche, Sandru dedicó un pensamiento a todos los que le habían humillado. Pues lo pagarían. Tarde o temprano. Sandru era paciente, la espera se podría soportar, y sus planes deberían ser claros antes de ser realizados. Pero llegaría el momento.

El Knezi oyó voces en el piso de abajo. Sonriendo, caminó en la oscuridad, preparándose para volver a tolerar la vida en su castillo. Dagu Vilcea se encargaría de enseñarles el pueblo en unas semanas. Su ghoul, leal y astuto, comenzaría a preparar el pueblo para los cambios. Y todo estaría en orden. En el orden que dictaría Sandru.

El cual sonreía, dejando ver dos caninos largos y afilados, mientras se preparaba para una nueva era.

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29/11/2008, 00:31
Knezi Tiberiu Bratovich.

 

 

Knezi Tiberiu Bratovich: Los Dhaeva de Transilvania: Relato 0.

 

Veintidós de Mayo del año 949. Satu Mare; Noroeste de Transilvania.

 

Soy Tiberiu Bratovich, Knezi y Conde del Feudo de Satu Mare. Tengo diecinueve años y pese a mi juventud, he visto, he vivido y he hecho cosas, que no desearía a nadie. Ni siquiera a mi familia, la cual reniega de mí desde hace seis años. Pero como todo, mi historia tiene un principio, el cual comenzare a relatar en breve, cuando consiga aliviar el dolor de mi pierna.

 

Veintitrés de Mayo del año 949. Satu Mare; Noroeste de Transilvania.

 

Hoy no me duele la pierna, así que comenzare hasta que el dolor se adueñe de mi otra vez.

 

Nací en el año 930, en el seno de una depravada y cruel familia noble, la familia Bratovich, perturbados en su gran mayoría, obsesionados por mantener una línea de sangre pura por la que incluso si era preciso, casaban incluso a hermanos entre sí. No recuerdo nada, de lo que me han relatado sobre el año de mi nacimiento más que el establecimiento de los Hamdanitas en Mesopotamia.

 

Cuando por fin tuve algo de razón ya sería en el año 932, acontecieron importantes hechos en el mundo ese año, el príncipe Romano de nombre Alberico dominó la Santa Sede. Al mismo tiempo que mi ser sufría a tan temprana edad el odio de mi padre, que a pesar de mi corta edad de dos años, me pinchaba con estiletes hasta arrancarme el llanto haciendo caso omiso a las protestas de mi amada madre, que Dios esté con ella.

 

En el año 933, nacería mi amada hermana Vladana, que sufriría mas adelante torturas al igual que yo a manos de nuestro padre al que hace ya seis años el Diablo se llevo con él. Ese año, corrió el rumor de que Enrique de Sajonia vencía a los magiares en Unstrut. Hacia el año 935 comenzaron los ataques magiares sobre el condado de Satu Mare, mi padre con sus fieros guerreros mataron multitud de ellos, pero aun así hubo graves perdidas. También se rumoreó que los magiares devastaron Borgoña e Italia, un año antes, el 934, Ramiro II derrotaba al Imperio Musulmán en España muy lejos de aquí de mi querida Transilvania.

 

Sobre el 937, los magiares volvieron a atacar con más fuerza, Italia fue invadida y parte de Alemania y Francia también, por nuestra parte hubo ataques e incursiones en las que mi padre Cerzcescu y sus hombres tomaron muchos prisioneros que trajeron al castillo. Las torturas a las que sometieron a los bárbaros en las mazmorras del castillo se sucedieron durante meses. Los gritos de sufrimiento retumbaban por todas partes hundiendo mi ser en un abismo de pesadillas en las que veía a esos hombres suplicando ante mí.

 

Trataba de consolar a Vladana, pero no sé si lo conseguía, pues mi padre no contento con la tortura a la que sometía nuestras mentes, clavaba agujas en la tersa y pálida piel de mi hermanita hasta conseguir verla llorar. El Dios del Trueno sabe que la intenté defender, pero me era imposible a mi corta edad resistir contra él. De un fuerte bofetón hizo que mi cuerpo diese vueltas mientras un molar saltaba de mi mandíbula.

 

–       ¡Puercos! – gritaba pagando mi osadía con mi amada hermana – ¡Sois sangre sucia! – continuaba golpeándonos - ¡No sois auténticos Bratovich! – sus palabras aún atormentan mi mente - ¡Y nunca lo seréis! – siempre nos decía eso antes de irse con un portazo dejándonos magullados o algo peor.

 

Pasaron dos duros años para mi hermana y para mí, pues aún no habíamos olvidado las torturas a las que sometían a los prisioneros encerrados en el castillo, ya habían muerto hace mucho, sus huesos estuvieron allí abajo hasta que tomé el control del Condado e hice que los retirasen. Era el año 939 y aun entonces, Vladana y yo escuchábamos sus gemidos y  llantos pidiendo clemencia y una rápida muerte.

 

Mi noveno cumpleaños fue muy duro, tuve que soportar como mi padre me ridiculizaba ante toda la familia y yo no podía hacer nada, el temor que sentía hacia aquel hombre al que debiera haber amado era tal que sólo lograba ocultarme en la alcoba de mi hermana y romper a llorar en su regazo acompañado por su llanto.

 

Las palizas se multiplicaron, mi madre sufría continuos desprecios y golpes de mi padre borracho como una cuba. Desde los pasillos secretos que utilizábamos mi hermana y  yo para salir al tejado del castillo y ver la luna llena abrazados observaba como mi padre sin ningún pudor retozaba en el camastro del servicio con las criadas, con todas ellas en una noche.

 

También nos vimos obligados mi madre, Vladana y yo a escuchar en varias ocasiones como los hombres de mi padre y él mismo violaban y torturaban a aldeanas secuestradas por estos primeros, yo cubría los oídos de mi amada hermana abrazándola fuerte contra mi pecho para que no viese lo que yo veía, para que no observase el dolor y el estupor en el rostro de nuestra madre, la amargura de sus ojos.

 

El siguiente año, el 940 fue aun peor: Mi tío por parte de madre, el que ha sido mi mentor desde hace seis años hasta ahora y al que apenas conocía hasta ese año, nos visitaba con frecuencia acompañado de sus dos hijos, mis primos. Zuyla de trece años y Vladimir de ocho, mi hermana ya tenía siete para aquel entonces y yo, yo iba a cumplir los diez.

 

En una de sus visitas, Zuyla y Vladimir que deseaban con todas sus fuerzas servir como caballeros, nos lo contaban emocionados mientras estábamos sentados a la mesa, en ese momento entró Cerzcezcu por la puerta acompañado de dos de sus sicarios y escuchó a Zuyla explicarnos que Zort, su padre y mi tío estaba tramitando con un caballero la posibilidad de servirle como escudero y fuese su mentor. Mi padre lanzó una grave risotada que nos sumió a todos en el silencio.

 

-        ¡Mi hijo jamás será un caballero! – gritó volviendo a lanzar una risotada esta vez a coro con sus hombres – Tampoco será un guerrero; - sentenció. – Pues mi hijo, no es un niño… - suspiró decepcionado clavando con furia sus ojos en mi, una mirada que se clavo en mi pecho y paró mi respiración por unos instantes. – ¡Es una niña! – volvió a gritar rompiendo a reír de nuevo – Su sangre es fría como el hielo, - continuó – no tiene el temple necesario para presentar batalla; - asintió agachándose tras de mí y agarrando con su enorme mano mi nuca me alzaba – A lo sumo llegará a limpiar las heces de mi caballo y de los de mis hombres. – sentenció dejándome caer sobre la madera del suelo de mala manera al tiempo que sus hombres reían.

 

Tras decir esto salió de la habitación seguido por sus hombres en los que nos mantuvimos todos en silencio, la mayoría acobardados, mi madre miraba a su hermano con franqueza, no abrió la boca un solo instante, sus ojos lo decían todo. Mi hermana volvía a sonreír levemente mientras jugueteaba con los ribetes de la falda de mi madre mientras yo, yo permanecía tumbado en el suelo observando a todos, mis primos murmuraban entre ellos reflejando el temor que les inspiraba mi padre, mientras mi tío mantenía la mirada de mi madre sin mediar palabra.

 

Volvió a entrar Cerzcezcu con tres espadas de madera en su mano izquierda y arrojándolas hacia mi y mis primos alzó la voz entre las risotadas de sus hombres.

 

-        Vamos… - gruñó – Demostrad que sois caballeros. – sentenció ordenando con un gesto que cogiésemos las espadas.

 

-        Esto no es necesario, Cerzcescu. – Dijo mi tío levantándose de su asiento. – Mis hijos no han de demostraros nada, ni a ti ni a nadie. – comentó gesticulando negativamente a sus hijos para que no recogiesen las armas de madera.

 

-        ¡Tonterías! – gritó mi padre apartando a mi tío de un empujón - ¡Luchad! – ordenó con un bramido que heló mi sangre mientras mi hermana se refugiaba entre las piernas de mi madre y ambas miraban patidifusas.

 

Sin más remedio, mis primos se adueñaron de dos espadas de madera y comenzaron a luchar entre sí al tiempo que mi tío Zort trataba de hacer entrar en razón a mi brutal padre que de otro empujón lo arrojó contra una pared de la que no se movió. Era una pelea perdida para mi joven primo Vladimir, cinco años más joven que su hermano Zuyla más fuerte y rápido que él, resultó vencido en unos escasos dos minutos. Yo continuaba tumbado paralizado por el terror. Mi padre me acobardaba hasta tal punto que mi corazón se paraba al ver su porte arrogante y maléfico.

 

Tuve que reaccionar cuando mi padre con un gesto envió a Zuyla a por mí, dando una voltereta recogí la espada de madera para quedar arrodillado frente a mi primo con la espada frente a mí parando el tajo descendente que él me lanzó. Apenas pude pararlo, mis brazos temblaban al igual que mis piernas cada vez que por el rabillo del ojo veía a mi padre y a sus hombres riendo divertidos. Estaba tan nervioso y tenía tanto miedo que no atacaba, sólo me defendía y bastante mal por cierto, mi padre dejo de reír cuando mi primo golpeo contra mi abdomen por cuarta o quinta vez, se acercó a la mesa y dio un gran trago de una de las jarras de vino que había sobre ella.

 

-        No valéis para nada… - susurró elevando con la punta de su pie la espada de mi primo Vladimir que estaba en el suelo dando una patada al chiquillo que lo lanza contra la pared donde lo recoge su padre antes de que choque.

 

-        ¡Cerzcescu! – grita mi tío – ¡No trates a mis hijos como tu…! – acertó a decir antes de que mi padre le lanzase una fulminante mirada que le hizo callar.

 

-        A lo mejor, cuando los magiares ataquen… - sonríe mi padre. – Os lleven con ellos y os sodomicen uno a uno. – sentenció alzando la espada – Para eso a lo mejor si valéis, - continuó escupiendo al suelo con desprecio - ¡Para calentar las camas de los bárbaros en las frías noches de invierno! – bramó ahogando las risas de sus soldados mientras con un giro de cadera lanzó un devastador ataque contra Zuyla que intentó en vano bloquear haciendo que se partiese su arma y causando una sangrante herida en la mejilla.

 

-        ¿¡Estás loco Cerzcescu!? – gritó mi tío Zort que en un ágil salto evadió a los soldados de mi padre y recogió en brazos a su hijo. – Eres un maniaco, sólo son niños… - terminó saliendo con sus hijos por la puerta exterior.

 

-        ¿¡Niños!? – bramó mi padre hacia la puerta – ¡Deberían ya ser hombres! – sentenció girándose hacía mi.

 

-        Vamos, - asintió señalando a uno de sus hombres el vino – ahora te toca a ti. – continuó bebiendo de otro trago la jarra que el soldado le entregó – Lucha… Contra mí. – sentenció arrojando la jarra lejos con una taimada sonrisa mientras mis piernas comenzaban a fallar de nuevo - ¿Tú que eres? – preguntó acercándose - ¿Un Bratovich o un Bastardo? ¡En guardia! – continuó empezando su ataque, mi temblorosa guardia no me permitió ni darme cuenta de por donde venía el ataque. Con un barrido a mis pies caí al suelo de espaldas durante lo que me pareció una eternidad, me quedé postrado en el suelo boca arriba sin aliento, mientras él me golpeaba repetidas veces. - ¡Bastardo! – gritaba - ¡Sangre Sucia! – continuaba entre risas golpeando mi cuerpo una y otra vez mientras mi madre corre a mi auxilio – ¡Te harás un Bratovich a las buenas o a las malas! – volvió a bramar mi padre golpeando en la sien a mi madre con la empuñadura de la espada que parece un alfiler en su gigantesca mano – Y hoy, como regalo por tu décimo cumpleaños tendrás tu primera lección… - murmuró arrojando la espada hacia sus hombres al mismo tiempo que alza su bota y machaca con saña mi pierna que se parte en dos - ¡Vamos! – ordenó a sus hombres encaminándose a la puerta - ¡Cuando vuelva, - sentenció desde la puerta – veremos si el dolor te ha hecho un hombre! – finaliza con un gran portazo.

 

Regresó mi tío con Zuyla, cuando mi amada hermana y mi primo Vladimir ayudaban a las criadas y a mi madre a subirme a las habitaciones, en mi casa nunca hubo un galeno; Eso era para los débiles según mi padre, así que mi tío Zort, me entablilló la pierna rota lo mejor que pudo para después marchar de Satu Mare con sus hijos lo mas lejos posible. No volvería a verlos hasta pasados cuatro años.

 

Pero eso seguiré relatándolo en otro momento, pues mi pierna empieza a resentirse.

 

Veintisiete de Junio del año 949. Satu Mare; Noroeste de Transilvania.

 

            Está claro que mi padre no fue el mejor padre del mundo, mi pierna puede corroborar eso. Sin embargo, había algo en él que admiraba. Sé que su tiranía y su crueldad eran conocidas en media Transilvania, pero gracias a esas cualidades, Satu Mare se convirtió en una aldea próspera.

 

            Las aldeas de los alrededores enviaban emisarios y carros con grano, hierro y provisiones. Lo hacían por miedo, eso también lo sé. Si un carro se retrasaba, mi padre emprendía rápidamente un viaje a la aldea desde donde el carro debía venir. Nunca acompañé a mi padre a esos viajes, pero al regreso, traía el doble de lo que nos enviaban… todos temían a mi padre, especialmente yo.

 

            Sus abusos físicos no cesaban. Hacía mí, hacía mi hermana, hacía todo lo que parecía importarle. Parecía que esa era la forma que tenía de demostrar su amor… su malsano amor. Su crueldad iba en aumento cada día que pasaba y además, yo era el primero en darme cuenta de eso.

 

            Me acomodo en la silla donde me encuentro, mientras levanto mi pierna herida sobre otra silla, apoyándola en un pequeño cojín. Coloco el bastón que me ayuda a caminar sobre mi regazo, y mientras mis dedos rozan la rugosidad de la madera con la que está hecho, comienzo a recordar nuevamente por qué es que ahora, no puedo dar más de dos pasos sin él.

 

            No había pasado mucho tiempo desde que mi padre me fracturó la pierna, dándole a entender a todos que yo era indigno de llevar su apellido, cuando partió hacia el norte de Satu Mare a enfrentarse a los bárbaros Magiares. No es que los Magiares se hayan adentrado en nuestras tierras, no. Hacía mucho tiempo que habían parado las incursiones, gracias a la tiranía de mi padre. Era sencillamente, que mi padre tenía ganas de… ¿Cuáles eran sus palabras? Ah, sí. “Hora de matar sucios cerdos”.

 

            Ese día partió con dos de sus mejores hombres y amigos, sus mejores guerreros, sus sicarios, Anatolya e Ivan. Partieron hacia el norte, sobre sus briosos caballos de guerra, ataviados con sus armaduras y armados hasta los dientes. Esa mañana el sol brillaba más de la cuenta, nunca lo había visto así.

 

            A los pocos minutos las siluetas de mi padre y de sus hombres eran unos borrones grises sobre el horizonte.

 

            Entonces, mi familia y yo suspirábamos aliviados. Eran una o dos semanas que mi padre estaba fuera y que nos podíamos dedicar con tranquilidad a nuestras cosas. Mi hermana y yo recibíamos clases de nuestra amada madre, la cual nos enseñaba los entresijos de la política y de cómo se rige Transilvania. Con ella aprendíamos las leyes, para poder ser justos en los juicios, idiomas, para poder recorrer Transilvania y comunicarnos con fluidez con la gente y sobre todo con los comerciantes, y además, nos enseñaba un poco de medicina, según ella, para poder curar las heridas recibidas en batalla… o las producidas por nuestro querido padre. Esa era su forma de decirnos que nos quería.

 

            Así pasamos dos semanas en gran armonía y además, esa tranquilidad ayudó a que mi pierna comenzara a curarse. Recuerdo que al finalizar la segunda semana solos, ya podía caminar sin tener que utilizar el bastón y podía subirme a un caballo sin ayuda de nadie.

 

            Pero llegó mi padre.

 

            Llegó mi padre cubierto de sangre. Con su armadura abollada. Sin su casco. Sin Ivan… y con el cuerpo de Anatoly sobre la grupa de su caballo.

 

            La cara de mi padre era una mueca de dolor. Una cicatriz cubría su rostro e iba desde el nacimiento de su labio superior hasta su oreja derecha. Estaba cosida con unos puntos rudimentarios, seguramente, con hilo de pelo de caballo. También su ojo derecho estaba mal. Estaba completamente inyectado en sangre, cosa que hacía resaltar mucho más sus ojos claros.

 

            Sin mediar una palabra, los sirvientes se acercaron para ayudar a mi padre con el cuerpo de su amigo. Sin mediar una palabra, mi padre desenvaina su espada y corta el brazo de uno de los criados que alzaba su mano para ayudarle. Bajo la cabeza resignado, y me quedo unos segundos mirando al suelo. En ese momento, una cabeza aparece rodando en mi campo de visión…

 

            Esa imagen, esa cabeza de uno de los criados, cortada de cuajo, todavía ronda por mi cabeza. Sus ojos aún pestañaban… y su boca aún se movía. No sé si fue una jugarreta del viento, que al pasar por su tráquea hizo que esa cabeza emitiera un sonido. No sé si fue mi mente, obnubilada por la horrenda visión, que me jugó una mala pasada.

 

            Venganza.

 

            Me quedé allí un rato, observando la cabeza, intentando entender porqué mi padre lo había hecho. Cuando de repente, observo los cascos de caballo delanteros del corcel de mi padre que avanzan hacia mí. Los cascos se detienen junto a la cabeza y veloz como un rayo, una espada ensarta en un ojo el producto de la decapitación.

 

            Lentamente alzo mi mirada y miro a mi padre cubierto de sangre. Sus ojos me miraban con odio, me traspasaban y yo me quedé allí sin poder moverme, sin poder decir nada, sin que una palabra surgiera de mis labios, aunque dijera lo que dijera, nada iba a evitar que mi padre me golpeara con la cabeza del criado en la sien.

 

-        Maldito bastardo… ¿te preocupas por un miserable criado cuando acabo de perder a dos de mis mejores hombres… a mis dos mejores amigos? – susurra mi padre entre dientes, con rabia contenida. – No mereces llevar el apellido Bratovich, no eres mi hijo. Eres hijo de la puta de tu madre y de algún pordiosero de la aldea.

 

-        Padre… yo. – Intento decir algo mientras me incorporo del suelo, pero nuevamente la cabeza del criado me golpea con fuerza en la frente.

 

-        Veo que la lección que te enseñé hace unas semanas no surtió ningún efecto en tu persona. Creía que cuando regresara, me iba a encontrar a un hijo digno de llevar el apellido de mi familia, ¿pero que me encuentro? Me encuentro a un llorón que prefiere llorar por un criado que por un lugarteniente fiel… - continúa mi padre mientras se baja lentamente del caballo.

 

Desde el suelo, trato de arrastrarme hacía cualquier sitio, lejos de la ira de mi padre, lejos de su espada y de sus puños, pero la pierna aún me duele y mi velocidad no se compara con la de un guerrero como mi padre.

 

Otro golpe con la cabeza del criado ensartada en su espada, y me hago un ovillo en el suelo, protegiéndome con una mano mi pierna herida mientras que con la otra me protejo la cabeza. Otro más, esta vez con el canto de su espada larga sobre mi espalda, haciendo que la cabeza salga despedida unos metros más allá.

 

-        Ahora sufrirás en tu propia carne lo que han sufrido mis amigos, aunque sólo sea una parte. – me grita mi padre acercando su cara a la mía. - ¿Qué he hecho yo para merecer un hijo tan inútil? – continúa gritando hacia el cielo.

 

-        Pa… pa… padre, por favor. – intento suplicarle, sin dejar de cubrirme.

 

-        ¿Ahora suplicas? ¡Maldita seas! Aprende como debe ser un Bratovich.

 

Uno tras otro, sus golpes comienzan a caer sobre mi cuerpo. Puñetazos y patadas golpean todo mi ser, mientras a la lejanía escucho los sollozos de mi hermana y los gritos de mi madre. “Deja de gritar, puta, que después seguiré contigo”, dice mi padre a mi hermana sin dejar de golpearme.

 

Es en ese momento cuando una rabia insana invade mi cuerpo. Mi hermana lo es todo para mí, y no puedo permitir que le ponga un dedo encima, no otra vez. Intentando ser lo más rápido que mi maltrecho cuerpo me permite, extraigo con una mano la pequeña daga que mi padre lleva en una de sus botas e intento apuñalar al Conde de Satu Mare detrás de las rodillas, justo en el sitio exacto donde la armadura no ofrece protección.

 

-        Así que el gatito ha sacado sus garras. – ríe mi padre mientras atrapa la muñeca de la mano en la que porto su daga con celeridad. – Esto es justo lo que pretendo de ti, Tiberiu, pero aún creo que eres una niña en el cuerpo de un hombre. – termina diciendo mientras me arranca la daga de la mano.

 

Entonces, estando completamente a su merced, me propina un golpe en las costillas que me hace rodar un par de veces en el suelo, para terminar boca arriba, completamente desarmado, junto a los pies de mi hermana.

 

-        Vladana, este es tu hermano, el que cree que puede defenderte de mí. El que cree que puede evitar que te demuestre como debe ser un Bratovich. – dice mi padre apoyando su bota contra mi pecho, mientras mira fijamente a mi hermanita. – Hoy ha demostrado durante un segundo lo que quiero de él, y gracias a eso, tú saldrás bien parada esta vez y me olvidaré de tus gritos y tus sollozos… En cambio él…

 

Su bota comienza a hacer presión sobre mi pecho, mientras observo como mi madre le cubre la boca a mi hermana para que no emita ningún sonido. “Ahora verás, Vladana, como se comporta un Bratovich de verdad”, le dice mi padre con sus ojos encendidos en ira.

 

Su bota deja de ejercer presión sobre mi pecho, para dirigirse a mi pierna maltrecha. Lentamente, su bota se apoya en la herida que hace unas semanas él mismo me produjo, y comienza a girar su tobillo de un lado a otro, ejerciendo cada vez más presión sobre la herida.

 

Intento aguantar, intento no gritar de dolor, y esto parece agradarle a mi padre, que se sonríe maliciosamente. Poco a poco, su bota comienza a presionar un poco más, hasta que de repente, observo, entre lágrimas, como esta se eleva varios centímetros en el aire y se queda suspendida sobre mi pierna durante unos segundos…

 

-        ¿Qué pasa Tiberiu? Ya se te ha sanado la pierna… por lo visto. ¿No sientes dolor? ¿No me vas a dar el gusto de escucharte gritar? ¿No le vas a dar el gusto a tu hermana y a tu madre de escuchar tus gemidos y tus súplicas? Hace un rato suplicabas por un simple criado, ¿no deseas suplicar por tu vida? – me grita mi padre, inclinándose un poco sobre mi rostro.

 

En ese momento, me moría por gritar de dolor, por pedir clemencia, por suplicar que deje de lastimarme, pero no lo hice. En ese momento, escupí sobre su cara y sobre su casco…

 

-        ¡Maldito seas, Padre! ¡Maldito seas tú y tus amigos! ¡Ojalá los Magiares los hayan hecho sufrir tanto que hayan tenido que suplicar por sus vidas! ¡Espero que tus enemigos logren capturarte y hacerte sentir lo que le has hecho sentir a cada uno de los que has capturado! ¡Tan sólo pido que…! –

 

No logré terminar esa frase. Su rostro volvió a sonreír mientras su bota descendía veloz hacia mi pierna. Mi hermana no pudo mirar, mi madre giro la cabeza hacía otro lado. Mis ojos se cerraron con fuerza mientras la bota de mi padre impactaba con todas sus fuerzas sobre mi pierna herida. Justo sobre mi rodilla.

 

El ruido que hizo mi rodilla al romperse hizo estremecer a mi madre y a mi hermana, en cambio a mi padre le alegro el rostro. Recuerdo que mis gritos hicieron salir a la gente del castillo, a ver que había pasado. Recuerdo que el rostro de mi padre hizo que la gente volviera al castillo sin decir una sola palabra.

 

En ese momento, las palabras que creía haber oído de la cabeza del criado volvieron a mi mente. Ese día descubrí cual sería mi destino, y cuales serían los pasos que debería dar para cumplir lo que la vida me había encomendado…

 

Desde ese momento en mi mente sólo existía una palabra y en mi corazón sólo existía un sentimiento. Mi rodilla se había partido en dos y los huesos de mi pierna se veían a través de la carne, sin embargo, no sangraba.

 

Mi padre partió otra vez a cazar Magiares al norte mientras mi pierna se curaba. Se curaba mal. Las primeras semanas, de la herida salía un hedor nauseabundo y un líquido amarillento y viscoso. Según mi madre se había infectado por el barro de las botas de mi padre.

 

Tras la cuarta semana, la herida pareció cerrarse correctamente, aunque la fractura aún seguía doliéndome. Tenía la pierna completamente inmovilizada y ante cualquier movimiento, por pequeño que fuera, la pierna me dolía a rabiar. Todavía sentía el crujir de los huesos cuando intentaba moverla.

 

Al tercer mes de convalecencia, la herida estaba curada por completo. Mal curada, pero por completo. Desde ese día, me es imposible flexionar la rodilla. Al parecer los huesos de la pierna y del muslo se soldaron juntos, y ahora, no poseo más rodilla, simplemente una larga pierna con poca movilidad.

 

Durante esos tres meses, el encargado de curarme la pierna era Misha, un joven campesino, el cual había perdido a su padre y a su madre debido a una extraña enfermedad. Los días pasaban y Misha venía una y otra vez a cambiarme el vendaje, las tablillas y a pasarme un ungüento que mi madre preparaba con hierbas. Y cada día que pasaba, conocía más a Misha y él me conocía más a mí… así comenzó una “bonita” amistad.

 

Veinticinco de Agosto del año 949. Satu Mare; Noroeste de Transilvania.

 

            Misha, mi buen amigo. Conocía mis más oscuros secretos y mis más oscuros pensamientos. Quién iba a decir que su mano llegaría donde mi mano no podía llegar. Desde ese día, él y yo nos convertimos en inseparables amigos. Yo no salía mucho del castillo en ese entonces, mi pierna me dolía a rabiar cuando la apoyaba, y él se pasaba el día conmigo, contándome historias e intentando que mi mente se sobrepusiera a tal mal trago.

 

            Pero mi mente estaba sobrepuesta, era mi cuerpo el que no se iba a reponer jamás de lo que mi padre me había causado. Mi mente estaba lúcida y despierta, y sólo pensaba en la palabra de esa cabeza decapitada. Día tras día, planeaba la forma de acabar con la vida de mi padre, pero desechaba un plan detrás de otro.

 

            Todos los planes requerían acercarse a mi padre lo suficiente, bien para envenenarlo o bien para asestarle un golpe mortal del cual no se pudiera defender. Hasta que un día, decidí hablar con Misha acerca del asunto. Él era un campesino, y además, no era muy inteligente, pero era fuerte y sabía lo suficiente para curar una herida. Sabía que él apoyaría cualquier idea que le planteara, sin embargo, si el plan era muy arriesgado, no iba a poder cumplirlo y al final todo saldría a la luz. Mi padre sabe muy bien como sacar información.

 

            El día que decidí hablar con él, ya tenía un plan ideado. Sólo tenía que esperar que mi padre llegase de una de sus incursiones al norte, malherido y ese sería el momento de actuar. Para que Misha pueda estar cerca de mi padre, hablé a favor de él con mi madre, que lo convirtió en una especie de galeno dentro del castillo.

 

            Como ya dije, Misha sabía como tratar algunas heridas. Como limpiarlas y evitar que se infectasen, y eso era todo lo contrario que pretendía hacer con mi padre.

 

            Mi madre no puso objeciones a que mi compañero se estableciera en el castillo como galeno y tras su nombramiento, tan sólo tenía que esperar el momento preciso para actuar.

 

            Un día caluroso de verano, mi padre regresó de una incursión desde tierras Magiares, herido de gravedad en una pierna y en el torso, junto con varios cadáveres en estado de descomposición. El calor no ayuda a conservar los cuerpos y además, un cuerpo en putrefacción, siempre es portador de enfermedades.

 

            Ese día mi padre fue acompañado directamente a su habitación, donde le quitaron las ropas y limpiaron la sangre que cubría su cuerpo. Mientras tanto yo me dirigí hasta donde se encontraban los cadáveres y evitando cualquier contacto con ellos, restregué varias vendas sobre sus podridos cuerpos. Sabía que en ese preciso momento, Misha estaría curando las heridas de mi padre y que a partir del día siguiente, los días de mi padre estarían contados.

 

            Esa noche me reuní en secreto con Misha en mi cuarto. Nadie sabía, más que él, cuales eran mis planes. En ese momento le entregué las vendas infectadas a mi compañero, con la indicación de que las utilizase para cubrir las heridas de mi amado padre. Él sólo asintió con la cabeza, sabiendo que lo que iba a hacer era muy peligroso, pero que debía hacerse.

 

            Pasaron cuatro días hasta que mi padre comenzó a sentir el dolor de la enfermedad. Sus heridas supuraban y parecía que nunca se iban a cerrar. El olor que había en su habitación era tan nauseabundo que había que entrar en ella con un pañuelo sobre la nariz y la boca. Y así pasaron los días, y día tras día, mi padre evitaba la muerte.

 

            Era imposible, pensaba para mí, pero al parecer, mi padre tenía una fuerza de voluntad impresionante, la cual lo aferraba a este mundo como una garrapata. Había que actuar rápido, antes de que alguien se diera cuenta de lo que el “galeno” estaba haciendo con él.

 

            La herida de la pierna de mi padre parecía mejorar un poco, en cambio, la de su costado izquierdo no dejaba de sangrar y supurar. Sólo quedaba una solución, clavarle una daga en su corazón, justo por dentro de la herida y nuevamente, el único que podía cumplir esa tarea era el bueno de Misha.

 

            Recuerdo que era un caluroso sábado cuando le entregué una pequeña daga envuelta en un pañuelo a mi amigo. También recuerdo haberme escondido tras una de las cortinas de la habitación de mi padre, esperando que Misha entrara en ella, dispuesto a asestarle la puñalada mortal.

 

            Tras varias horas de espera, horas donde mi pierna no dejaba de dolerme, observo como mi amigo entra a la habitación de mi padre con una palangana con agua y algunas vendas. Pude ver el brillo de la hoja entre las vendas debido a la luz de las velas de la habitación. También pude ver como Misha extrajo lentamente la daga de entre las vendas y como con celeridad, clavó la daga en su herida, haciendo girar la empuñadura de un lado a otro.

 

            Mi padre estaba tan débil que no pudo hacer nada para evitarlo. Intentó coger el brazo de Misha, pero éste rápidamente se zafó y salió raudo de la habitación. En ese momento, mi padre comenzó a hablar entre estertores. Quería gritar, lo sé, pero no tenía fuerzas. La vida se le iba gracias a mí, y entonces, decidí salir de mi escondite y dejarme ver.

 

            Sus ojos se abrieron como platos cuando me vio salir desde detrás de las cortinas. Lentamente me acerqué hasta donde se encontraba tumbado y lo miré sonriente. Su mano se movió hacia mí lentamente, ante lo cual me alejé unos pasos, esperando su golpe, pero éste nunca llego.

 

            Su mano no me golpeó, sino que me cogió de mi camisa y me acerco hacía él. Sentía como su vida se iba diluyendo, pero aún así, su fuerza parecía ser la de siempre. Sin poder escaparme, sólo esperaba que mi muerte fuese rápida y sin dolor, sin embargo, mi padre acercó su boca a mi oído…

 

-        Sigues siendo indigno de llevar el apellido Bratovich. – Me dijo, mientras me salpicaba con gotitas de sangre la cara. – Pero este es un buen comienzo. – Continuó al mismo tiempo que su mano se soltaba de mi camisa. – Nos veremos en el infierno, hijo. –

 

Me quedé un rato allí, mirando como la vida se escapaba del cuerpo de mi padre y después, salí sigilosamente hacia mi habitación. Espero que no descubran el cadáver de mi padre hasta mañana, así evitaré que nadie sospeche de mí ni de Misha. Claro que mi padre estaba realmente mal esos últimos días y nadie iba a sospechar nada sobre su muerte.

 

Dos de Septiembre del año 949. Satu Mare; Noroeste de Transilvania.

 

            Como ya he dicho, soy Tiberiu Bratovich, Knezi y Conde del Feudo de Satu Mare. Tengo diecinueve años y pese a mi juventud, he visto, he vivido y he hecho cosas, que no desearía a nadie.

 

            Desde la muerte de mi padre me he convertido en amo y señor de estas tierras, pero pese a que tengo muchos enemigos, también tengo muchos aliados que luchan a mi lado y me protegen. Entre ellos está mi hermana Vladana, hermosa como ninguna, no se separa de mí desde que maté a mi padre. Mi tío Zort, y sus hijos Zuyla y Vladimir, mis queridos primos, son mis caballeros y hombres de armas. Ellos son mi brazo armado y son los encargados de hacer cumplir mis órdenes en todo Satu Mare.

 

            Y como olvidarme de Ruschesku, el Mayordomo. Fiel a la Casa Bratovich desde tiempos de mi padre y ahora, me sirve a mí de la mejor manera posible.

 

            Pero como ya he dicho, tengo tantos amigos como enemigos. Los Magiares del norte y sus incursiones, aunque aisladas, merman Satu Mare de manera estrepitosa. Arrasan todo a su paso y eso va contra la misión que me encargó el mismísimo Príncipe de Transilvania, el Voivoda Vladimir Rustovich, cuando me otorgó el título de Señor de estas tierras.

 

            También está mi familia por parte de padre. La Casa Bratovich no dejará de molestarme hasta que esté muerto o algo peor, y eso sí me preocupa. El año pasado, mi primo Zuyla mató a un asesino que tenía órdenes de matarme. No llevaba ningún papel y sólo unos cuantos florines, pero yo tengo claro que han sido los Bratovich los que le han contratado.

 

            Aunque mi mayor problema ahora, es mi amigo Misha. Le he pagado bien por sus servicios, año a año, pero no hace más que gastarse esos florines en alcohol. La gente del pueblo comenta que cuando bebe, comienza a hablar de su trabajo en el castillo y eso no es algo de lo que se pueda hablar así como así. Tengo que pedirle que se vaya de la aldea, y que deje de hablar de lo pasado, por que podría tirar a la basura lo que tanto tiempo me costó forjar.

 

            Lentamente, camino fuera del castillo hasta encontrarme con mi amigo Misha. Éste se encuentra apoyado sobre una de las maderas del pequeño establo y parece sonriente. A medida que me acerco a él, noto sus mejillas rosadas y un pequeño hilillo de baba que sale de la comisura de sus labios.

 

-        ¿Ya has estado bebiendo otra vez? – le pregunto con voz paternal. – Cuántas veces te he dicho que no te gastes el sueldo en alcohol, que eso te va a terminar matando. – le digo mientras le palmeo un hombro.

 

-        ¿Ge me va a tegminag matando? – me dice totalmente borracho. – Tal como el alcohol mató a tu padre… ¿no es así? – continúa e intenta señalarme con un dedo y casi pierde el equilibrio.

 

-        ¡No digas tonterías, Misha! Ambos sabemos muy bien lo que pasó y que hay que mantenerlo en secreto. – Lo cojo para que no se caiga. – La gente dice que te emborrachas y se te va la lengua. Misha, te lo pido como amigo, aquí tienes cinco Florines. Vete de la aldea y empieza una nueva vida. Al final, me vas a meter en un problema del cual no podré salir. –

 

-        Satu Mare es mi casa y no hay nadie, ni siquiera el Knezi, que pueda hacer algo para que me vaya. – Dice al mismo tiempo que trastabilla con una piedra. – Métete el dinero por donde te quepa y a mí, déjame tranquilo con mi vida.

 

-        Veo que no puedo hacer nada para que cambies de opinión, viejo amigo. Creo que deberías regresar a tu casa para dormir un poco. – Le digo mientras lo abrazo y le doy un beso en cada mejilla.

 

Él se separa de mí lentamente e intentando no caerse, me hace un gesto con la mano, indicando que todo lo que le he dicho le importa un pimiento y se gira en dirección a su casa.

 

Sé que lo que voy a hacer no está bien, pero también sé que el futuro de Satu Mare y el mío están en juego. Extiendo la mano en la que llevo el bastón que me ayuda a caminar, y coloco la punta del mismo entre las piernas de Misha mientras éste se gira para irse. Eso es suficiente para que mi viejo amigo se tropiece y caiga en uno de los viejos pozos que rodean el castillo rompiendo algunas de las maderas que lo cubrían.

 

Ahora podrán buscar su cuerpo donde quieran, tampoco pasaría nada que lo encontraran. Iba borracho la mitad del tiempo y un accidente lo puede tener cualquiera. Ademá

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13/12/2008, 13:17
Condesa Dubieta Szantovich.

 

 Condesa Dubieta Szantovich: Los Dhaeva de Transilvania: Relato 0.

 Año de nuestro Señor de 945, 7 de Abril.

 Amada mía:

 

En las más discretas sombras del Castillo he podido contemplar vuestra belleza con los ojos de un enamorado. He crecido con el hado de presenciar vuestra beldad, siempre a vuestros pies y lanzando al suelo pétalos de las más bellas flores si en mis manos hubieran estado.

 

Hoy mi corazón se ha roto cuando la noticia de vuestro compromiso pública se ha hecho. Es por ello que estas burdas palabras, que no os merecen, salen con la premura de un hombre desesperado por una sola de vuestras miradas.

 

Moriría por que vuestros ojos se encontraran con los míos. No os pido más que satisfacer mi elevado deseo de que estas palabras, simplemente, os hayan interesado. Mi valentía se apaga al tiempo que pienso en pediros una osadía, pero mi alma os desea fervientemente. Permitid a vuestro lacayo contemplaros con una rosa en vuestro fastuoso cabello en vuestro paseo matutino por el jardín exterior.

 

Año de nuestro Señor de 945, 8 de Abril.

 

Amada mía:

 

Disculpad el trazo de la letra pues me inunda la excitación. Mis ojos han visto realidad un sueño, y en mi mano agarro con firmeza la rosa que habéis colocado con dulzura sobre el banco del jardín.

 

Llegan a mí retazos de vuestra infancia, rodeada de un halo que ahora parece haberse esfumado. Os recuerdo alegre, viva en cada momento que paseabais por los alrededores junto a vuestra hermosa madre. Sé que no os hiero pues, en un momento concreto, y espero que no lo recordéis porque el encanto del anonimato se rompería, vuestras palabras llegaron a mis oídos con una vehemencia admirable:

 

- Mi madre, mi amada madre, ha muerto. Una parte de mí muere con ella, pero una parte suya vive en mí y me hace más fuerte. No lloro su muerte, sólo su ausencia. -

 

Cuanta verdad encerraba vuestras palabras, y aunque como he dicho ese halo de jovialidad ha menguado es cierto que se ha transformado en una madurez inaudita. Os admiro, admiro vuestra forma de afrontar las situaciones con audacia, pues como yo, entre las sombras, sabéis desenvolveros en un mundo que no os merece.

 

Disculpadme, mi osadía ha podido con mi sentido común. Si tuviera el valor de ponerme frente a vos me arrodillaría para excusarme, pero ahora soy un cobarde que vive a través de éstas palabras. No abriré más mi corazón, ni mi voz escrita brotará, si hoy una flor en vuestro sedoso cabello falta al pasear por el jardín. Entenderé que os ofendido y con ello morirá una parte de mí.

 

Os amo.

 

Año de nuestro Señor de 945, 9 de Abril.

 

Amada mía:

 

Palidecéis cualquier cosa que a vuestro lado haya. Os vi deslumbrante con la rosa blanca en vuestro cabello, y os he de decir que cada vez me hago más fuerte para mostrarme ante vos. No podría soportar acallar mi valentía antes de ver como os marcháis hacia vuestro destino. Os aseguro que estoy haciendo todo lo que en mi mano es posible para seguiros, pero me está resultando demasiado complicado.

 

He averiguado cosas acerca de vuestro futuro esposo y cada vez que pienso en ello me inquieto. Es un hombre cruel, que sin duda no os merece. Temo por vos, por la prisión que se os espera. He meditado mucho sobre el asunto, amada mía. He sabido, con certeza, que Radu el Menor visitará a vuestro padre en dos días, permaneciendo en el castillo poco menos de una semana. Al parecer quieren concretar los detalles de vuestro enlace. Sólo de pensar en ello me enveneno, amada mía.

 

Esta noche es hermosa, con la luna plena que me recuerda a vuestra tersa piel. Se que ahora mismo estáis mirándola, pues ahora os veo a través de mi ventana pasear por los muros del castillo. Los mayores comentan que sois la viva imagen de vuestra madre, incluso en ese detalle. Sólo sois una figura lejana en la oscuridad iluminada con las antorchas, pero para mí es suficiente para infundarme el valor necesario. Si así lo deseáis, sobre el banco del jardín, una magnolia dejaré para que disfrutéis de su fragancia y así saber que puedo avanzar con decisión hacia vos.

 

Mi discreción será un ejemplo, mi dama.

 

Año de nuestro Señor de 945, 10 de Abril.

 

Amada mía:

 

Soy el hombre más dichoso sobre la faz de la tierra. Jamás había sentido que vuestros ideales ojos se fijaran realmente en mi persona. Ver tan maravillosa sonrisa dedicada a mí hace que me sienta en un ensueño. Mi familia siempre ha velado por la protección de vuestra insigne familia, sintiéndonos orgullosos de servir a los Szantovich. Al recibir el cargo de capitán de la guardia, el más joven de la historia de mi familia, mi anhelo se vio cumplido. Podía estar más cerca de vos sin levantar sospecha alguna. No quiero decir con ello que mi intención sea indecorosa, mi vida os pertenece y de eso estoy seguro.

 

Por desgracia, amada mía, vuestro comprometido se ha adelantado un día, rompiendo así mi necesidad de dirigirme a  vos una vez más. Es sin duda un hombre cruel, sádico por naturaleza. A mis oídos han llegados relatos espeluznantes, propios de una vil criatura. Sé que no será un devoto esposo, ni siquiera amable con vos. De pensar en lo desdichada que seréis me desespero completamente. Deseo teneros cerca y saber que puedo protegeros de todo mal.

 

No obstante, si así queréis, al pasar bajo los arcos del patio sur permitidme unas breves palabras. Sé que vuestra doncella os es fiel, y sin duda sabréis mantenerla en su lugar.

 

Os esperaré bajo los arcos.

 

Año de nuestro Señor de 945, 11 de Abril.

 

Amada mía:

 

Mi corazón se mantiene encogido. Jamás hubiera adivinado que os sintierais prisionera de vuestro compromiso. Pensé que poco sabríais sobre vuestro primo, pero una vez más me descubro pues conocéis detalles que os deberían ser lejanos.

 

Os dije, y lo mantengo, que puedo hacer que no se lleve a cabo el enlace. He pensado mucho sobre ello y, aprovechando la cacería que en unos días se celebrará, especulo que algún incidente puede suceder. Las flechas se desvían, los caballos se desbocan, todo es posible... amada mía. Si con ello se hacen realidad vuestras promesas de intimidad hasta el infierno llegaré por vos.

 

Sé que pronto tendré la dicha de teneros entre mis brazos, lo siento cada vez que me miráis.

 

Os amo.

 

Año de nuestro Señor de 945, 14 de Abril.

 

Amada mía:

 

Si una fortuna hubiera tenido gustoso hubiera pagado los servicios del hombre del cual hemos hablado. Como un cazador experto lo conozco, capaz de vender el alma por una cantidad considerable de dinero.

 

No temáis, sólo una parte le he dado y cuando el resto vaya a buscar su vida segaré. Nadie sabrá jamás quien ni porqué se ha urdido tal crimen, y con boca grande lo digo pues no temo llegar al infierno por haceros feliz. Son vuestras palabras la miel que endulza mi corazón, deseando que pronto llegue el momento de haceros mía.

 

Me disculpo, no son palabras para una mujer como vos. Sólo siento a cada instante como mi sangre arde por satisfacer mi deseo y el vuestro.

 

Os comunico una noticia que os agradará, pues sabed que a mis manos ha llegado la ruta que la cacería tomará. Hasta ahora era un secreto para mí pero en este instante se convertirá en la diferencia del fracaso y la victoria. El bosque es amplio, donde hay muchos recovecos para que un hombre se oculte con un arco. Nuestro hombre, el artífice de nuestro sueño, esperará cerca de la ruta que le facilitaré. Le proporcionaré un caballo para que su huída sea satisfactoria, no deseo que caiga preso de vuestro padre pues bien sé que sabrá sacarle la verdad. Es más, he pensado en estar muy atento para acabar con la vida de ese infame por si las cosas se tuercen.

 

Mañana se acerca nuestra libertad, amada mía.

 

....

 

Día siguiente, aposentos de Dubieta entra la noche...

 

Dubieta se había convertido en un mujer hermosa que pronto cumpliría dieciocho años, justo en la estación más hermosa del año, la primavera. Se encontraba sentada en una confortable silla frente al fuego de la chimenea de su cuarto. Dejó caer con suavidad la última nota de su “amante” al fuego. Se había permitido leerlas antes de deshacerse de ellas, sonriendo por las tiernas palabras del joven. Sabía que el deseo anublaba la razón de un hombre, llevándolo con astucia al punto que una mujer deseaba.

 

Desde hace tiempo estaba al corriente que los ojos de Petrovich Mirnovich, el joven y prometedor Capitán, se fijaban en ella de una manera especial. Había pensado en aprovecharse de ello, más bien como un pasatiempo que para el propósito final que se había producido. Lástima que realmente no salió como esperaba.

 

Sus ojos se fijaron en el tintineo de las llamas, transportándola a hechos y situaciones que ahora formaban parte de su vida.

 

...

 

Dragomira Bratovich, su madre, provenía de una rama de la familia con voz en el Palacio Imperial. No obstante, como mandaban los juegos de la política y la diplomacia, se casó con un Szantovich, el más poderoso de todos. Era curioso que la misma situación se produjera con ella misma, puesto que irremediablemente contraería matrimonio con su primo Radu; primo de su padre y diferenciado como “el menor”, puesto que la grandeza la tenía su progenitor.

 

Llegaron a ella recuerdos de su madre, una mujer de la cual había heredado parte de su belleza, puesto que Dubieta era aún más hermosa. La recordaba con un cariño especial, el mismo que la madre sentía por su hija. Aquellos fueron los mejores años de su vida, aprendiendo sutilidades que la ayudarían en un futuro. Se había aficionado a dar agradables paseos junto a ella por los jardines, tanto de día como a la luz de la luna. Cotilleaba con pueril malicia sobre los pormenores del castillo, instruyéndose así en el día a día de la vida de una noble. Si, era una niña feliz que dejó de serlo cuando una grave enfermedad sesgó la vida de su madre.

 

No podía soportar la situación, ya no por saber que iba a morir sino porque su infinita belleza se marchitaba de forma cruel. Ella no se merecía eso, ni siquiera el desprecio de su padre cuando la situación llegó. Apenas recordaba las veces que fue a visitarla cuando la extrema delgadez hizo de su rostro una calavera, ni siquiera que le dedicara unas breves palabras de consuelo.

 

No, él era Radu Szantovich “El Mayor”, un verdadero señor feudal dedicado a sus tierras, un Szantovich. No obstante, tal y como su madre le había dicho, la apariencia lo era todo y para su padre ella era una devota hija, y así seguiría siendo aunque lo despreciara. ¿No era aquello la forma en que se comportaba un Szantovich? Sin duda sabía que la ayudaría cuando lo necesitara, aunque jamás le perdonaría haber sentido tanta indiferencia con la mujer que había compartido su vida.

 

No era difícil describir a su padre, su nombre le precedía allí a donde fuera y eso era decir bastante. Apuesto y de aspecto imponente, como buen Szantovich, es la viva imagen del orgullo que despreciaba a todos aquellos más débiles que él. No era un padre dado a gestos afables, así que no esperaba de él más que hacer que la hija que llevaba su apellido tuviera todo aquello que deseaba o que sirviera para ensalzar el apellido Szantovich.

 

Poco duró el luto de su éste puesto que pronto contrajo matrimonio, y encima con una joven que apenas le sacaba un par de años a ella. Su nombre era Irina, la hija menor de un hermano de su padre, y por consiguiente su prima. Pocas veces se habían visto y ningún afecto le procesaba.

 

Con quince años tuvo que soportar a una joven madrastra que, sin remordimiento, se regocijaba de su nueva posición. Había atajado con firmeza que el nombre de su madre se pronunciara en su presencia, aunque Dubieta hacía todo lo posible por sacarla de quicio. Entre otras cosas no dudaba en resaltar los fallos de Irina, recalcando que su madre hacía mejor muchas cosas que ella. Con el tiempo la enemistad era evidente para un ojo observador.

 

Cuando Dubieta había cumplido dieciséis años ya era más que visible el embarazo de su madrastra. Los augurios presagiaban que un varón nacería, un nuevo posible heredero, y dándole una mayor poder a Irina en el seno de la familia. Debía atajar aquel ultraje y no dudó ni por un instante en hacerlo. Ya era palpable como tomaba decisiones que la concernían a ella sin consultar a su padre, o cómo la impedía acudir a ciertos lugares sin explicación alguna.

 

Tras pensarlo detenidamente supo que necesitaba a un cómplice. Probó durante unos meses a su doncella Enrieta, la única que podía ayudarla sin demasiado problema. En un principio la fue comprometiendo en situaciones que le proporcionarían un castigo, subiendo poco a poco el nivel y viendo que no la delataba. Era perfecta.

 

Su plan se basó en algo tan sencillo como el voraz apetito que la nueva señora del castillo tenía debido al embarazo, incluso ordenaba preparar comidas horas después de la cena. Tardó un tiempo en sentirse con la seguridad de ejecutarlo, pero una noche, cuando la doncella personal de su madrastra se encontraba enferma, Dubieta y Ernieta la hicieron compañía. Un buen plato hicieron traer, un rico pollo que Dubieta había mandado a preparar con un exquisito jugo recién exprimido. Tal vez el veneno hubiera sido más fácil, pero no tenía la posibilidad de conseguirlo así que la solución más factible era siempre la más sencilla. En el momento adecuado agarraron a Irina  y Dubieta introdujo en su boca un trozo de pollo adecuado en su garganta, perfecto para que comenzara a asfixiarse.

 

- ¡Sujétala con fuerza! – dijo impávidamente. - Si sale de esta te mato –concluyó con frialdad.

 

Irina ya no tenía fuerzas para defenderse, quedando sus brazos casi inertes. Fue entonces cuando Dubieta alzó la voz para pedir ayuda. Los guardias entraron y ella explicó que su madrastra se estaba asfixiando, sin poder hacer nada para ayudarla.

 

Nadie puso en duda que la muerte de su madrastra, y con ella el hijo que esperaba, se debió a un triste accidente. Sin testigos, con el único testimonio de una hija reverente, su padre continuó su vida sin albergar en ningún momento la más mínima sospecha.

 

...

 

Dubieta se levantó de la silla y pidió a Enrieta que la desvistiera puesto que quería acostarse pronto. No había sido un día fácil, tan pendiente como estuvo de lo que en la cacería se había sucedido. Acostada, y en breve a punto de dormir, intentó recordar con detalle las conversaciones que sobre el tema se dijeron, en especial la de su padre:

 

“Petrovich Mirnovich, hijo pródigo de la familia menor que siempre se había encargado de la seguridad de su padre, había atentado contra el Knezi y su Señor Radu. Al parecer contrató a un asesino para que acabara con la vida del Conde, pero antes de que muriera por las heridas producidas delató al capitán. Petrovich, su cándido amante, se enfrentó despiadado a los presentes empecinado en asestar un golpe fatal a su Señor. Desgraciadamente murió asestado por las lanzas de los soldados antes de que supieran quién le había convencido para que traicionara a su señor.” -

 

Dubieta fue cerrando los ojos plácidamente, sabedora de que nadie jamás se imaginaría que el objetivo real era Radu “el Menor” y no su padre.