Partida Rol por web

Los jardines de Afrodita

El claro

Cargando editor
29/07/2010, 20:25
Director

 

 

Cargando editor
30/07/2010, 20:53
Director

Citerea, Citera, Grecia
Claros del bosque

Año 234 AC
Marzo

Faltaban dos días para la fiesta en honor a la diosa y todo debía estar listo. Aucalipsidia, la líder hembra de los sátiros, la que vigilaba los líndes del bosque para evitar intrusos, la única que tenía contacto con el exterior, llegó avisando de que posiblemente, además de las hijas de Afrodita, llegarían también hijas de otros dioses.

Aquella noticia fue como si Hades se hubiese presentado en el bosque sin venir a cuento. Afrodita llevaba varios días sin aparecer por el bosque como acostumbraba y la desaparición de la diosa justo antes de su fiesta podía ser desastroso. O eso pensaban todos. Algunos sátiros se tomaron a la ligera estas noticias, Afrodita aparecería, como de costumbre, y con ella, también aparecerían aquellas sacerdotisas y sacerdotes tan apuestos para disfrutar de los placeres que ofrecían aquellos bosques. Tal actitud molestaba mucho a Aucalipsidia, y Eione sospechaba que lo hacían adrede solo para ver como se enfadaba.

La sirena era la única de su raza allí, en el claro. Convivia con ninfas, sátiros, driadas, melíades, hespéridas... normalmente, los sátiros eran los primeros que se acercaban a las ninfas, y luego se acercaban al resto de criaturas, aunque también había alguno que le lanzaba piropos a Eione. Había entre el grupo un sátiro que destacaba especialmente, y se llamaba Faestos. Fue el primero en mostrarse indiferente cuando Aucalipsidia trajo la notica y el primero en recibir un golpe de su bastón...

Notas de juego

Bueno chicos, esto es para que comencéis a rolear un poquito y socialicéis ;)

Cargando editor
30/07/2010, 23:13
Eione

Eione se estabaa dedicando a cepillarse las alas cuando Aucalipsidia irrumpió en el claro como un chaparrón de verano. La sintió llegar antes de verla u oírla. Al tener algo de sangre de ave, la sirena era una criatura avispada, asustadiza y muy sensible a ciertas cosas que a otros les pasaban desapercibidas. Quizás sientiendo de alguna forma la permanente energía que envolvía a la contumaz líder de las hembras sátiro, las suaves plumas gris-azuladas empezaron a tremolarle entre las manos, con un sonido susurrante, y un cosquilleo le subió por el pecho y la hizo mirar nerviosamente alrededor, súbitamente incómoda.

Hasta ahora el día había sido tranquilo. Había paseado por el bosque, algo preocupada. No le gustaba demasiado que Afordita no estuviese cerca, sobre todo con su fiesta tan cerca. La jóven le tenía un cariño sincero a la diosa, y se inquietaba si se ausentaba por mucho tiempo. Era parte de su naturaleza, Eione era una chica sencilla que quería con un cariño simple y sincero, y disfrutaba en la compañía de la gente que le gustaba. Ultimamente incluso empezaba a cogerles algo de gusto a los sátiros. Seguían siendo un poco... desenfrenados para su gusto, y los piropos que le dedicaban algunos todavía lograban que se pusiese como un tomate, a pesar de que no era precisamente inocente. Pero los aires de la fiesta de Afrodita empezaban a respirarse en el bosque, y la alegría y la exhuberancia que siempre rodeaban a la diosa, incitando al canto, la celebración y la dulce lujuria, empezaban a filtrarse entre las hojas como la luz del sol, y todos los seres del bosque empezaban a notar el corazón algo más acelerado y la sangre más caliente, incluso la habitualmente tímida sirena.

Quizás por eso, Eione había vencido hoy su natural renuencia a sentarse desnuda a acicalarse. No es que fuera nada extraño. La joven sirena había volado por los cielos de toda Grecia. Sabía mejor que nadie lo glorioso que era sentir el fresco de la brisa y la caricia del sol en la piel, y no es que las vestimentas fuesen algo excesivamente importante en los bosques. Una de las primeras cosas que uno aprendía cerca de Afrodita era que avergonzarse era lo último que uno debería hacer con su cuerpo. Todos, absolutamente todos, tenían algo mágico, bonito y placentero en ellos. Podía ser algo grande, como la madura magnificencia de la diosa, que la envolvía como un halo y parecía extenderse desde su cuerpo firme y voluptuoso al mismo aire que respiraban, o podía ser algo tan insignificante como la gracia de una mirada a escondidas, o la suavidad de un retazo de piel. Cada cuerpo era un mundo, y cada mundo tenía sus deleites. Si algo debería ser pecado era no gozar de ellos.

Aún así, solía atraer más... atención de lo que le gustaría. Por lo general, cuando se atusaba las alas o el cabello le gustaba estar sola, perdida en sus pensamientos y las sensaciones de su propio cuerpo, en la suavidad de las plumas entre sus manos y la caricia del viento entre sus huecos.

No quedó mucho espacio para eso cuando la sátiro entro, como entra un general en las tiendas de sus soldados. Eione se apartó un poco y sonrió tímidamente cuando vio que la mujer miraba es su dirección. Cuando Aucalipsidia estaba de mal humor, uno nunca estaba realmente a salvo, así que la sirena se tapó un poco con las alas como buenamente pudo y se limito a estar silenciosa y apartada, sin decir nada ni meterse en líos.

Por suerte la atención de la mujer sátiro no tardó en tener cosas más urgentes de que ocuparse. Uno de sus congéneres, al que Eione había empezado a identificar por su nombre, parecía bastante más apático de lo que a Aucalipsidia le hubiese gustado. Eione le conocía. Faestos, así se llamaba. Era lenguaraz, lascivo y provocador... aunque claro, todos los sátiros lo eran. Pero también era... fuerte. La sirena percibía algo, una pasión, un convencimiento. No sabía bien qué, pero tenía la impresión de que, más allá de su aparente despreocupación y desenfreno, había algo en los ojos del sátiro, una resolución, una pasión que defendía con firmeza, de forma enconada y ardiente.

Era... atractivo, en cierto modo. Eione era sensible a las pasiones fuertes. Su don, su canto, era el producto de una de tales pasiones, la melancolía, la preocupación y el amor por su señora, a la que buscaba a través de cielo y tierra. Y el sátiro parecía hombre de pasiones fuertes. La joven empezaba a sentirse intrigada y curiosa... aunque solo lo justo. Sabía que también, probablemente, fuera hombre de perseguirla por los bosques, hacer el amor como animales y después si te he visto no me acuerdo.

De lo que si se iba a acordar iba a ser del bastonazo de Aucalipsidia. Ay. La sátiro estaba de un humor de perros, y el restallido de la madera al chocar contra la carne del sátiro hizo que las puntas de las alas de la sirena se agitasen y se encogiesen levemente. Eso sonaba a que había dolido. Preocupada, la joven se acercó tímidamente al sátiro mientras la mujer se retiraba rezongando.

¿Estas bien? Ese bastonazo tiene pinta de haber dolido...

Cargando editor
02/08/2010, 13:10
Faestos

No se puede decir que Faestos estuviera totalmente de acuerdo con la fiesta. aunque como sátiro era amante de las fiestas no parecía llevarse del todo bien con los seres humanos, y más con grupos enteros de seres humanos. Compartir la isla con esa raza era algo complicado, aunque solo había un templo y una aldea a su alrededor la humanidad normalmente siempre necesitaban cada vez más y más espacio, arrebatando cada vez más y más tierras a los bosques y prados salvajes, espantando o acabando con la caza. Lo único interesante que tenían eran las mujeres bellas, a pesar de que siempre llevaban demasiada ropa encima, y las viñas, en las que a veces robaba algunas ristras de uvas incluso conseguía afanar alguna ánfora de vino para compartirla con el rebaño.

Así que comenzó a hablar con otros de sus iguales, haciendo algunos chistes y gracias improvisadas a costa de la humanidad. Pronto hubo dos discursos, el de la lider y él suyo, que se extendía mediante cuchicheos, miradas cómplices y risitas. Cuando Aucalipsidia se dió cuenta se sintió ultrajada y dió un sonoro bastonazo a Faestos en el costado que hizo que saltará de un respingo, abandonará el grupo y se callara un rato. Llevó un rato doliéndose el costado y el orgullo, sabiendo que no podría vengarse de Aucalipsidia abiertamente, ya que era la favorita del buen rey Silenus y por ende una especie de reina para ellos.

Cuando sintió el roce de las plumas de Eione en su espalda se giró para ver y vió la agraciada figura de la sirena y se le quitaron todas las penas, olvidándose momentáneamente de la humillación y el dolor físico.

-¡Hola preciosidad! ¡Gracias por preocuparte por mi!- Le cogió de las manos acercándose quizás demasiado, era una costumbre de los sátiros, los cuales hablaban muy de cerca, ya fueran con hombres o mujeres, para el resto de los seres mitológicos y la humanidad sería un tanto molesto el tomarse tantas confianzas o invadir el espacio de uno, apenas unas pulgadas separaban a Eione de Faestos. -Yo soy Faestos, cazador y músico, me llaman portento y molesto en igual medida, je. Que alas más bonitas... ¿Como te llamas amable preciosidad?-

Cargando editor
02/08/2010, 21:24
Eione

Eione se sobresaltó visiblemente cuando Faestos la cogió de las manos, y tuvo que hacer un esfuerzo de voluntad para no batir las alas intentando echar a volar. Había pocas cosas que le gustasen menos que el que la cogieran o la tocasen sin avisar, pero había pasado suficiente tiempo entre los sátiros para saber que eso no era una muestra de particular concupiscencia, o de hostilidad. Tenían costumbre de tocar a la gente con la que hablaban, con los ojos brillantes de curiosidad. Y también de hablar desde muy cerca, casi pegados a la cara de su interlocutor. Exactamente como estaba haciendo. La sirena notó que se le empezaban a subir los colores, acalorada ante semejante despliegue de efusividad, y rápidamente decidió hablar para cortarlo. Había pocas cosas que atrajesen la atención de los sátiros más que la timidez.

Eeeeeeeh... eeh... Eione. Me llamo Eione. Soy... bueno, podría decirse que también soy música... digo, músico. Quiero decir, bueno, eh...- a la joven, pese a sus esfuerzos, parecía hacérsele difícil hablar sin interrumpirse. Empezaba a notar las mejillas como dos carbones al rojo. No es nada. Es que estaba arreglándome las alas, eh, para la fiesta... bueno, y, es que eso sonó a que había dolido, y bueno, pensé que a lo mejor, no sé, debería ayudar... bueno, no soy médico, pero... eh...

Y lo peor era que cuanto más hablaba, más tensa se ponía. Tener la cara del sátiro, que parecía un poco demasiado interesada cerca, estaba haciendo que se pusiese muy nerviosa. El cuepo estaba tenso, la voz era baja y dubitativa y las plumas de las alas estaban empezando a encresparse. Eione todavía tenía que luchar contra su naturaleza para evitar que se puesiesen a batir como locas. No había para tanto. El sátiro probablemente sólo quería ser amable.

... ¿no?.

Perdona, pero... podrías... eh... ¿podrías apartarte un poco? Me... me es difícil hablar con alguien tan cerca, es muy... incómodo.

 

Cargando editor
02/08/2010, 22:14
Faestos

El sátiro sonrió como si dijera "que encantadora" y se apartó un poco. Al hacerlo Eione se dio cuenta que tenía el miembro viril erecto.

-¿Eres música? Que casualidad, a mi también me encanta la música. ¿Que instrumento sabes tocar?- Sonrisa amplia... ¿iba con segundas? -Yo toco los tambores y la flauta. Dicen que muy bien, no es por darme importancia pero soy él que anima las veladas de mi raza.- Y echó mano a su zurrón, una de las pocas prendas de vestir que se permitían los sátiros, para enseñarle la flauta. Era tallada en madera de caoba y tenia varios tubos unidos entre si por cuerdas. Se había cubierto esto con un barniz desconocido que brillaba algo a la luz del sol, dándole a la flauta un aspecto falsamente aceitoso de lejos, pero el barniz en si era totalmente solido.

Cargando editor
02/08/2010, 22:49
Eione

La sirena pareció respirar algo más tranquila cuando Faestos se apartó. Por lo menos hasta que la distancia le permitió atisbar ciertas partes de él hacia las que hace poco no podía enfocar los ojos por la excesiva proximidad.

Pues parece que no es que sólo quisiera ser amable...

No es que la sorprendiese tampoco. Eione, como ya se había recordado antes, llevaba algún tiempo entre los sátiros. Decir que siempre estaban dispuestos era... quedarse un poco corto. Su entusiasmo por el sexo sólo era comparable a su entusiasmo por el vino y la música, y aún sin ese detalle, el calor de la piel del sátiro, que había notado muy cerca hace un rato, le había recordado que la ausencia de ropa debía de darle un aspecto más... apetecible.

La próxima vez que quiera notar el sol y el viento, me buscaré un risco- pensó para sí. Al menos allí sólo podría llegar quien volase.

Aunque...

En cierto sentido, muy dentro de ella, algo le bullía inquieto en el estómago. No podía evitar sentirse halagada, por más que supiese que cualquier mujer algo guapa podría provocar una reacción similar. Después de todo, Eione era joven, y a las jóvenes les halagaba la atención. Aunque fuese una atención un tanto... cruda.

Y... grande.

Eione apartó la vista con un movimiento tan grácil que casi pareció natural, y se aclaro la garganta, algo turbada. Empezaba a notar cosquillas en las puntas de los dedos, y en la piel. La verdad es que estaba algo asustada. La violentaba que mostrasen un interés tan vivo y evidente, tan pronto. Casi era mejor cuando los otros sátiros le decían cosas... ejem, bastante fuertes, o intentaban darle palmadas en el trasero al pasar. Al menos con eso sabías a lo que atenerte.

No obstante, la flauta llamó su atención. Eione no sabía tocar, pero sabía de música. El instrumento era tosco y de aspecto vulgar, pero de algun modo, en las manos del sátiro tenía un... aura. Era como si su apariencia tosca engañase. Se preguntó si eso sería aplicable al sátiro. Probablemente no. Los sátiros eran toscos, no es que intentasen disimularlo precisamente. Aún así, el conjunto de maderas bastas, atadas con lianas, y con ese brillo, en la mano encallecida y fuerte del sátiro era un conjento... poético, en cierta medida. Como un gorrión común sobre la mano de Zeus.

Eione se dio cuenta de que el sátiro aguardaba su respuesta, mirándola con esa expresión de interés... por decirlo de alguna forma. Se aclaro otra vez la garganta, y sus alas se movieron casi como si tuviesen vida propia, plegándose un poco ante ella. No tapaban mucho, la verdad... lo que tenía delante eran las puntas, y las plumas eran delgadas y finas, casi translúcidas, así que no es que estuviese mucho menos desnuda que antes, pero el gesto al menos la hizo sentirse algo más segura.

Bueno, yo no se tocar, pero... eh... bueno, se cantar. Yo... bueno, las sirenas, somos famosas por nuestro canto. Eh, quiero decir... bueno, no ese canto, yo... eh... solo... me gusta cantar y, bueno, Démeter me dio ese don y... eh... no suena como que estoy presumiendo, ¿verdad?.

Oh, por Zeus. ¿Quieres dejar de portarte como una tonta? Ni que nunca hubieses visto un pene, a estas alturas. Es un sátiro. Son así. Reponte un poco, niña idiota.

Bueno, lo que quiero decir es que... canto. Es mi especialidad, cantar. Normalmente no llevo acompañamiento, bueno, porque...eh, no me hace falta. Me... concentro mejor. A veces canto para entretener a las ninfas, o a Afrodita, o bueno, a veces tus compañeros me piden que cante, pero, eh... no te ofendas, pero, ah, vuestras canciones son un poco... eh... bestias- dijo eso último con una voz muy pequeñita, y aspecto de disculpa. Parece bastante avergonzada, a decir verdad.

Cargando editor
03/08/2010, 01:28
Faestos

-¿Bestias?- Se rascaba la perilla sin entender mucho, no sabía si era un cumplido o un insulto. Para Faestos parecía más bien lo primero, con la bestias del bosque sabes a lo que atenerse, con los seres humanos no. -Bueno si quieres podemos hacer una cosa... yo puedo tocar y tu puedes cantar, a ver que tal se te da. Lo que pasa es que tendremos que irnos de aquí, demasiada gente y aun me podría llevar otro bastonazo. - Se dolió al recordarlo, con su mano izquierda frotándose las costillas, marcadas con un visible moratón. Maldita Aucalipsidia.

Miró otra vez a Eione y se volvió a sentir bien. No se acercó porque le daba la impresión que saldría volando en cualquier momento. Así no podía perseguirla en condiciones. No, no parecía deportivo.

-¿Que decís bella dama?-Usando su mejor sonrisa.

Cargando editor
03/08/2010, 22:32
Eione

Eione sonrió al ver la cara con la que el sátiro había hecho ese último comentario, y sólo un leve temblor de los hombros reveló la risita que se le escapó, ya que la sirena se cuidó mucho de mostrar que en cierto modo esa combinación de atrevido y gruñón la había parecido divertida. Poco sabía que era inútil tratar de ocultar la forma en la que la risa iluminaba su rostro amplio y algo infantil, dándole un aire aún más inocente. O que la grácil caída de su pelo al volver la cara y llamaba la atención hacia la sonrisa que ahora la dominaba. O que el ligero temblor de los hombros también le recorría las alas. Ese era parte del motivo de que la sirena fuese tan sincera. Simplemente, se le daba fatal mentir.

Cantar... a la sirena se le encendieron los ojos con la idea. Sabía que el sátiro no estaba precisamente interesado en cantar, o al menos no solo en eso, pero.... hacía tanto tiempo que no cantaba. Tenía ganas de volver a hacerlo. No había tenido muchos motivos. No había encontrado esa alegría y esa paz que hacían que las notas fluyeran, saliesen como un riachuelo de su garganta. Y sin embargo, ¿por qué no?. Aún a su pesar, el sátiro la había hecho reir, y Eione estaba segura de que no podía pasar nada que no quisiera. A las malas, batiría las alas y  echaría a volar. Era posible que el otro ser la agarrase y le inmovilizase las alas, pero... no lo creía. Parecía lenguaraz, fiestero y libidinoso, si... también fuerte, de una forma que no acertaba a definir correctamente. Pero no violento, ni posesivo. Por algún extraño motivo, y pese a no conocerle, se sentía segura. Eso la hizo decidirse.

Cantar...- dijo, con los ojos chispeantes y la voz tan queda como una niña contando un secreto. Me encantaría. Hace mucho que no canto, y menos con acompañamiento... Eh- dijo, adoptando lo más parecido que pudo conseguir a un aire severo- nada de esas canciones que cantáis cuando estáis borrachos acerca de... eh... de... bueno, ya sabes. Bueno, a lo mejor al final. Antes me gustaría cantar... eh...- el rubor le tiño las mejillas. La verdad es que era una canción que había hecho para Perséfone antes de que pasara lo que pasó, y la verdad es que el tono la hacía sentir un poco... la temperatura pareció subir un poco y notó algo de calor bajo la piel, a pesar de la brisa. Bueno, una cosa que he compuesto. Y quiero que toques bien, no que me estés mirando todo el rato. Si... bueno, si lo haces bien, luego... eh... luego canto lo que quieras tú. ¿Trato?.

Cargando editor
04/08/2010, 11:31
Faestos

Faestos estaba exultante, había conseguido al menos parte de lo que se proponía. Se puso en marcha con un cierto dolor en su costado, posiblemente se estaría doliendo varios días del bastonazo. La guió hacía un lugar no muy lejos del claro, un lugar donde había varios arboles y troncos caídos de forma natural, ningún ser humano había hollado el lugar y sus hachas no habían tocado dichos troncos.

Se sentó encima de una roca, la cual a sus pies quedaba un pequeño tronco. Ante el asombro de Eione dió un par de veces con sus cascos en el tronco, como si quisiera comprobar de que estaba hecho. Tras comprobar su dureza miró con ojos brillantes y alegres a Eione.

-¿Comenzamos?-

Comenzó a tocar una melodía con la flauta totalmente improvisada. Era una melodía serena y armoniosa que parecía reverberar en el bosque. Un canto de pájaro acompañado de un rítmicos golpes en la madera, los cuales causaba el sátiro con sus cascos encima del tronco, para ello lo había probado y elegido. Los sátiros carecían de instrucción formal en música y en toda cultura, pero parecía para ellos algo instintivo, no era casualidad que formaran parte de la corte del dios Dionisos y animaran las fiestas con sus flautas.

- Tiradas (1)

Tirada: 1d10
Motivo: Tocar la flauta
Dificultad: 8-
Resultado: 5 (Exito)

Notas de juego

Cargando editor
04/08/2010, 18:12
Eione

Eione siguió al sátiro a cierta distancia, sin poder evitar observarle con curiosidad de vez en cuiando. El sátiro estaba siendo, como decirlo... bastante amable. Bueno, al menos no había intentado perseguirla ni nada por el estilo aún, aunque la sirena no las tenía todas consigo sobre si era amabilidad o simplemente es que no era tan directo como los demás. Fuese como fuese, Eione se encontró mirándole a menudo, y apartando rápidamente la vista cuando parecía que su mirada iba a cruzarse con la suya. Por suerte, el sátiro estaba bastante ocupado rezongando y murmurando cosas sobre Aucalíspida que la sirena dudaba de que fuesen anatómicamente posibles, de modo que no pareció prestarle mucha atención. Conociendo a los sátiros, probablemente la estuviese desnudando dentro de su cabeza.

Aunque claro, no es que hiciese falta mucho... la joven rebulló algo inquieta. Estaba empezando a echar de menos su ropa, aunque no podía negar que la brisa del bosque sobre la piel era lo más agradable que había sentido en mucho tiempo. Por suerte para ella, el tren de sus pensamientos se vio interrumpido cuando el sátiro pareció darse por satisfecho y se sentó en una roca. Eione observó a su alrededor. El claro era agradable, temnplado y en penumbra. La hierba y las plantas eran de un verde menos vivo, pero las flores, por contra, eran gloriosas. La sirena se acercó a una y la rozó con la punta de los dedos, sonriendo. Era bonito pensar que debían de ser pocas las personas que habían visto abrirse estos capullos, y ella era una.

El ruido de cascos atrajo su atención. La joven ladeó la cabeza, sorprendida, pero no hizo ningún comentario. Su acompañante parecía estar pensando en algo, grave y concentrado, y Eione no quiso molestarle.

No tardó en entender por qué lo hacía. Las notas empezaron a brotar de la flauta, y apenas la sirena empezaba a discernir el tono, oyó el sonido seco de las pezuñas de Faestos al golpear la madera, llevando el ritmo. El sonido era tosco, uña contra madera, pero tenía algo que hacía que la leve reverberación se uniese al sonido denso y penetrante de la flauta, armonizando con una dulzura sorprendente para ser insturmentos tan poco elaborados. Notó como un leve temblor le bajaba desde el cuello, pasando por los omóplatos y fundiéndose como nieve primaveral a medida que le bajaba por la espalda. Sus alas dieron un par de golpes cortos, como si la emoción de su dueña les diese vida propia. Notó algo templado en el estómago. Le gustaba el sonido. La hacía sentir cómoda, tranquila y a gusto. Y en ese instante supo que era el momento de lanzarse a por todo. Abrió la boca, cerro los ojos y la voz le brotó como un torrente.

Aunque las palabras estaban en un idioma que no era el griego (Perséfone sabía muchos), le salían sin ni siquiera pensar. Eran de una lengua de algunos de los mercaderes que llegaban a los puertos procedentes del interior de las tierras del sur, gente con la piel negra como el ébano. Por lo que sabía de ellos, venían de selvas prodfundas y oscuras, y así más o menos era el canto de la sirena. Profundo y oscuro, lleno de nostalgia y de algo más... ¿cariño? ¿deseo? Era difícil de definir. Lo que desde luego estaba claro es que era una canción muy personal, nacida de algo muy fuerte, y la sirena cantaba con abandono, sin preocuparse de nada más en el mundo.

Aún así, las subidas y bajadas de su voz parecían enroscarse en torno a las notas de Faestos, subuiendo cuando los golpes sobre la madera eran más secos y graves, cayendo cuando las notas de la flauta se hacían más agudas, como si marchase al paso, adecuando el canto a la melodía sin siquiera darse cuenta.

Cuando acabo, Eione miró a su alrededor algo confusa. Notaba la cabeza ligera y el corazón le latía muy deprisa. Se llevó una mano al cuello y se acarició el hueco de la garganta, confusa. Se había dejado llevar del todo. Se había olvidado por completo del mundo. Los músculos le cosquilleaban bajo la piel, y los pechos subían y bajaban rítmicamente mientras tomaba aire en grandes bocanadas, ansiosa, como si fuese agua y tuviese mucha sed. Sin saber bien que hacer, se volvió hacia su acompañante, como interrogándole con la mirada acerca de qué pensaba.

L... lo siento. Creo que me he dejado llevar un poco. Yo, eh... bueno, supongo que no ha sido mi mejor actuación.

- Tiradas (1)

Tirada: 1d10
Motivo: Cantar (ESP+Acento Cantar)
Dificultad: 9-
Resultado: 5 (Exito)

Notas de juego

Cargando editor
04/08/2010, 18:57
Faestos

Sin dejar de tocar el sátiro se había ido acercando poco a poco a Eione mientras estaba dentro del trance en que se había sumido cantando. Por alguna razón no se había acercado del todo hasta que acabó de cantar, puede que el mismo se sintiera hipnotizado por el famoso canto de las sirenas. Cuando Eione dejó de cantar sudorosa y agotada el también volvió en sí y la cogió de la cintura suavemente, ella sintió el calor de su piel curtida por el sol y sus fibrosos músculos que se agitaban como cuerdas bajo su piel. Faestos sonrió ampliamente y sus dientes contrastaban blancos contra el tostado de su piel.

-Cantas como una diosa y quizás lo eres después de todo. Déjame que sea tu dios por un día.-

Aunque su abrazo no estaba exento de deseo, al contrario su deseo parecía ardiente como el mismo sol, su presa no era firme ni le hacía daño. Si quisiera Eione se podría escapar fácilmente dándole un empujón y salir volando.

Cargando editor
04/08/2010, 22:53
Eione

Eh... n-no es verdad... yo no... eh... yo...- tartamudeó la joven, cogida totalmente por sorpresa. Lo cierto es que se sentía... era difícil de definir. Había volcado todos sus sentimientos en el canto, todo el amor y la pena que sentía por su señora. Tenía el corazón desbocado y los sentimientos a flor de piel, y el súbito roce del sátiro y el calor de su piel junto a la suya erstaba haciendo que cobrasen fuerza, que se manifestasen como si tuviesen una forma física. Súbitamente, la presencia del sátiro junto a ella, sus brazos nervudos y fuertes, eran lo más reconfortante que había conocido en días.

Es porque está aquí- se dijo. Aquí y ahora. Porque esta conmigo. Me he sentido tan sola desde que Afrodita se fue... sólo estoy yo de mi raza, solo... solo yo, que comprenda como me siento. Es tan... atrevido. Y aprovechado. Y procaz. Pero está conmigo. Cantando conmigo. Tocándome.

Y tocándola con mucha suavidad, a decir verdad. Eione había visto muchas veces a los sátiros echarse a ninfas pataleantes al hombro o arrastrarlas del brazo como a niñas, impotentes ante la fuerza de las criaturas. Pero Faestos no estaba haciendo ninguna de ambas cosas. La rodeaba, si, y la sujetaba, pero se limitaba a sostenerla, como si le diese apoyo. Le bastaría con batir las alas para escaparse, si quisiese.

Mi dios. A Eione casi se le llenan los ojos de lágrimas, y se estremeció visiblemente al oirle decir eso. Ella tenía una diosa. La había tenido. La había querido desde que la sacó del mar. Oh, dioses. Cuánto la echaba de menos.

El sátiro se acercó aún más. Algo dentro del vientre de Eione pareció perder consistencia, ir convirtiéndose en agua tibia. Su cabeza le decía que no debería, que era un sátiro, que un día sería, en efecto, todo lo que tardase en olvidarla. Pero su cuerpo no le prestaba atención. Estaba tenso, expectante, y la suave firmeza de Faestos estaba provocando que reaccionase.

U... un día apenas es... no... yo...  yo no... yo no soy asi... yo... eh...

No lo era. No vivia para amoríos de un día, pero... ¿podía alguien culparla si alguna vez quisiese uno?

Habían hecho... algo. En ese claro había habido más que música. Había habido algo bello. Algo potente, que habían creado entre los dos. Algo que le había hecho volcar sus emociones. Se sentía en paz. Se sentía agradecida. La brisa le corría por la piel, el calor del sátiro hacía que le cosquilleasen los miembros. Las flores que casi nadie había visto florecer llenaban el mundo de color hasta donde abarcaba su vista y los pájaros cantaban en los árboles. Las criaturas del bosque llenaban sus oídos con sus ruidos. Algunos de ellos, quizás, estarían amándose ahora mismo... si es que podían. ¿Por qué no? Ella podía sentir amor, y era medio pájaro después de todo.

Quizás la olvidase en un día. ¿Pero el saber eso haría ese día menos hermoso? ¿Acaso la compañía no aliviaba la soledad mientras durase? ¿Acaso su recuerdo no te confortaba después?

Quizás no fuesen Eros y Psique, u Orfeo y Eurídice. Pero eran una joven que se sentía sola y que anhelaba cariño, y un hombre que la deseaba. Porque eso era evidente. Quizás con un deseo breve, pero al fin y al cabo nada es para siempre. Eione rodeó con los brazos el torso de Feastos y se apretó contra el, presionando sus pechos, redondos y saves, contra el suyo, musculoso y recio. Las alas se desplegaron en toda su gloria a su espalda cubriéndoles como un dosel,  y la mejilla de la sirena rozó el cuello del sátiro cuando se inclino para susurrarle.

Se que mañana me habrás olvidado. No te voy a pedir que no lo hagas, se que eres como eres, y nadie tiene derecho a cambiarlo. Solo prometeme que me respetarás. Que no me harás daño, ni con tu cuerpo ni con tu desprecio. ¿Puedes prometerme eso, mi dios?

Cargando editor
05/08/2010, 00:23
Faestos

-Toma mi respuesta.- Le dió un ansioso beso, en el que quería beberse a Eione con pasión, como si quisiera vaciarla. Su lengua jugueteó lúbricamente en su paladar y se encontró con la suya, batiéndose en un breve forcejeo. Luego probó su cuello y después sus pechos. Su sudor le sabía a gloria.

Las plumas le hacían cosquillas en la espalda a Faestos, pero era divertido. Eso y la pasión que sentía le hacían olvidarse del bastonazo y la humillación sufrido hoy. Empezaba a perdonar a Aucalipsia un poco después de tener entre sus brazos a una muchacha tan dulce como Eione.

Palpó su entrepierna y se la acarició primero con dulzura pero cada vez con un poco más de rápidez al notar su respiración agitada y su calor creciente. Le mordisqueo el lóbulo de la oreja izquierda y después le declaró al oído en un susurro:

-Seras más que una diosa hoy, veremos juntos las estrellas. Dime que deseas...-

Cargando editor
22/08/2010, 22:38
Eione

Eione suspiró con fuerza y, en un acto reflejo, clavó las uñas en los hombros del sátiro al sentir como su sexo reaccionaba a las caricias del sátiro. Fue como si una serpiente la hubiese morido: un sopresalto, un ramalazo seco y potente entre las piernas, que salió disparado hacia arriba, hasta estrellarse contra su cerebro. Cuando paso, la sirena se sentía tan ligera como una de sus plumas, y la sangre que le martilleaba por el cuerpo parecía densa y perezosa, corriendo sin prisa, calentando cada fibra de su cuerpo, cosquilleándole.

La joven retiró enseguida las manos al darse cuenta de lo que estaba haciendo. Quiso murmurar una disculpa, pero tenía la garganta seca,y el jadeo que salió de sus labios cuando los dedos de Faestos se movieron dentro de ella un poco más rápido de lo que se había ido acostumbrado la convenció de lo inútil de intentarlo. Tenía un nudo que casi no la dejaba respirar. Así que habló con su cuerpo y sus actos. Inclinándose, fue besando lentamente la piel, un poco enrojecida, donde las pequeñas marcas revelaban su momento de locura, esa locura que había conocido tan bien desde que llegase al bosque. La locura del deseo. La sintió, la reconoció y se rindió a ella. Se olvido de las protestas, las preocupaciones y la melancolía, y en ese momento su cuerpo pareció empezar a moverse solo, un ritmo para el que no conocía música, ni falta que le hacía. Sus caderas fueron girando, siguiendo la mano del sátiro, como dos serpientes que se miran, cediendo, empujando, envolviendo sus dedos entre sus pliegues, como si quisiera besarlos igual que besaba su boca. Él avanzaba, agresivo, fuere, como un soldado camino de la guerra, y ella se escurría, abajo, hacia los lados, dejándole entrar, abriendo su boca como le abría su sexo palpitante. Las manos de la sirena bajaron lentamente por sus costados, rozando los músculos del pecho y el vientre con las puntas de los dedos, recorriendo el borde de las costillas y arañando suavemente la dura meseta de su abdomen, cada vez más hacia abajo, despacio, como la lluvia que poco a poco va entrando en la tierra. Sabía muy bien donde quería llegar, y sabía que tenía tiempo. Notaba su pasión, notaba como disfrutaba jugando lentamente con ella, con sus pechos, su cuello, las orejas y los labios.

Casi a la vez que le susurraba al oído, provocándole un esclofrió que la sacudió hasta la punta de las alas, la mano de Eione alcanzó el miembro. Lo acarició, cerrándose suavemente en torno a el, frotándolo poco a poco, y al sentirlo cobrar aún más vida entre sus manos, como se erguía aún más, palpitando, la sangre que fluía impetuosa y viril haciéndole cosquillas en la palma, y al notar como algo dentro de ella parecía deshilvanarse y fluir poco a poco entre sus piernas, derramándose hacia afuera, supo que era el momento.

No había lógica, palabras o pensamientos que valieran. Así era como los dioses habían hecho al hombre y la mujer, y así era como ambos sabían cuando sus cuerpos se llamaban. Su cuerpo llamaba al del sátiro, y en su mano palpitaba la respuesta de este. Eso era todo lo que había que decir, de modo que lo dijo.

Dime que deseas...-

Muchas cosas. Pero aquí, y ahora, con el corazón batiendome en la garganta y los muslos pegajosos de mi propia simiente, solo una

A tí.

Eione dobló las piernas bajo si misma, hasta quedar en cuclillas. Sin poder contenerse, se inclinó y besó rápidamente el ombligo y el sexo de Faestos. Con una sonrisa radiante y algo traviesa, poco a poco se tendió en la hierba, con las alas extendidas a los lados, el pecho subiendo y bajando como las olas del mar que se oía, lejano. Totalmente abierta, sin defensas ni timidez. Totalmente entregada y vulnerable. Y por pimera vez en mucho tiempo, feliz.

No hubo gran ceremonia. Ni palabras apasionadas ni frases de una poesía majestuosa. Para la sirena, todo era mucho más simple que todo eso, así que hizo lo único que le pedía su cuerpo. Extendió los brazos hacia el sátiro y dijo una sola palabra.

Ven.

 

Cargando editor
23/08/2010, 17:11
Faestos

Sonrió triunfante como si esperará esa misma respuesta. La verdad es que la inocencia de la sirena le encandilaba y por ello la trataba con suavidad. Sentía el palpitar de su cuerpo y eso hacía que se excitará y su fuego interno le pidiera a gritos que la penetrara salvajemente por todos sus orificios. Sin embargo se obligó a esperar, quemándose lenta pero intensamente por dentro.

No, le prometiste no hacerle daño, no eres un humano que crea leyes para no cumplirlas. Eres un súbdito de Silenus, un hijo de Pan, no necesitas leyes, yo mismo soy mi ley.

Y la siguió mientras se tumbaba gloriosa en el suelo del claro cubierto de hojas. Era bella, conjugaba una cara de niña, una piel sedosamente infantil, con unas curvas de infarto, de mujer hecha y derecha. La miró como por un momento como si la admirara y se agachó. Levantó sus nalgas con las manos, sorprendentemente ligera, huesos de pájaro. Vió el sexo de ella húmedo y jugoso, con el escaso vello púbico perlado por el sudor, esperándole a él.

Y la penetró, su calor se unió al de ella y soltó un gruñido de placer. Su miembro se hundió primero lentamente hasta el fondo, como si quisiera disfrutar de la zambullida. Y luego salió, y volvió a entrar, una y otra vez, combinando el calor de dentro de hecha, como un horno de carne, con el aire de fuera. Nunca llegó a sacarla del todo, buceando como un pez en su interior. Sus manos no permanecieron ociosas, disfrutaban de la suavidad de la piel de sus nalgas, jugaban con sus bien formados pechos o le cogían de la nunca. Su boca iba de la suya a sus pezones y vuelta a empezar.

Cargando editor
22/09/2010, 12:47
Faestos

Sin dejar de penetrarla el sátiro estaba cada vez más encima de ella obligandola a levantar más el culo mientras su espalda seguía tocando el suelo. Pasó una pierna por encima para conseguir más apoyo y sujetándola con dos manos sus muslos tenía ella una postura extraña, la espalda curvada con los hombros en horizontal mientras su coxis y su sexo quedaban en vertical al igual que su fogoso amante. Faestos realizó el proceso con suavidad ya que quería ser fiel a su promesa de no hacerle daño, sin embargo sus embestidas eran cada vez más voluntariosas. Con la piernas abiertas y la postura casi estaban en 90 grados los dos fundidos, era un tanto incomoda para ella pero el sátiro esperaba que el placer que conseguiría hiciera que la incomodidad valiera la pena.

- Tiradas (1)

Tirada: 1d10
Motivo: CUE
Dificultad: 8-
Resultado: 3 (Exito)

Notas de juego

Bueno, la postura que intenta es la de "De pie" en la tabla, como dice tengo que hacer una prueba de CUE, uso el acento de Energia irreductible >-<

Cargando editor
22/09/2010, 18:50
Eione

Las alas de la sirena se extendieron en todo su esplendor ofreciendo un hermoso espectáculo al sátiro, su cuerpo desnudo y brillante de sudor moviéndose al mismo tiempo que él se fundía con ella para entregarle el mayor de los placeres. Las manos de Eione se movieron nerviosas por los brazos de Faestos, buscando algo de apoyo, temerosa de caerse al suelo y estropearlo todo.

Los suspiros que brotaban de sus labios eran las notas de la canción más hermosa que el sátiro hubiese escuchado nunca, y el cuerpo de la sirena era el más ardiente que hubiese tenido nunca entre sus brazos. La juventud y belleza de Eione resultaba embriagadora y no podía dejar de mirarla mientras se movía dentro de ella, sintiendo como su interior lo abrasaba, como aquella humedad lo espoleaba para ir más allá.

Notas de juego

Pnjotizado...

Ganas: 2d10 por los preliminares de antes + 1d10 por la postura. Con esto pasariamos a la última tabla, la del subidón. Consiste en apostar y tirar 1d10 para ir sacando el número más alto o plantarse. Eione tiene acumulados 8 puntos.

Cargando editor
23/09/2010, 00:56
Faestos

Faestos cogiendo a Eione de los brazos la alzó sin dejar de hacerle el amor. Era un fantástico ejercicio de gimnasia amatoria. El sátiro había encontrado a una amante ligera y flexible, con una complexión de bailarina que le permitía probar posturas extrañas y un peso que la hacía manejable. Posiblemente se convirtiera en una de sus amantes preferidas.

Y allí estaba sujetándola con los dos brazos mientras ella enredaba los suyos en su cuello. Envueltos los dos en sudor y con los músculos en tensión. La beso ardorosamente como si quisiera bebérsela toda entera y acompañó su movimiento de pelvis con sus brazos. Notó Faestos como se acercaba al final, como le recorría un escalofrío por los testículos y el bajo vientre, pero se obligó a seguir, no quería que este momento acabará nunca. Buscó aguantar lo más posible mientras en ese momento los dos eran uno.

- Tiradas (3)

Tirada: 3d10
Motivo: Puntos de loque sea
Resultado: 19

Tirada: 1d10
Motivo: Tiro para lo que me toca
Resultado: 2

Tirada: 1d10
Motivo: Apuesta I
Resultado: 8

Notas de juego

Me planto con el 8, no se cuantos niveles tengo acumulados XP

Cargando editor
23/09/2010, 13:17
Eione

La sirena se abrazó al cuerpo del sátiro en un intento por alcanzar el climax. Pero su cuerpo no respondía como debiera hacerlo, y a punto estaban de saltarsele las lágrimas de los ojos al comprobar que por más que Faestos pusiera empeño, ella no correspondía. Había estado bien al principio, pero la forma en que se desarrollaba todo empezaba a volverse más y más... decepcionante. Y lo peor es que no entendía porqué. Aún así, no quiso romper el esfuerzo del sátiro y se dejó hacer por él, porque tampoco quería que para él resultase igual de decepcionante. Con algo de tristeza, la sirena sacudió las alas y envolvió a los dos amantes para que Faestos no viera su rostro.

- Tiradas (2)

Tirada: 1d10
Motivo: Apuesta 1
Resultado: 1

Tirada: 1d10
Motivo: Apuesta 2
Resultado: 9

Notas de juego

Te plantas en la 2º casilla, igual que Eione. Acumulas +3 puntos, junto a los 18 que te quedan (has gastado 1 para seguir apostando), hacen 21. Eione obtiene 10 puntos.

Resultados:
- Para Eione ha resultado un poco decepcionante. Su Ánimo bajará dos puntos.
- Para Faestos, ha estado bien (lo normal). Su Ánimo vuelve a su puntuación base, tiene la opción de seguir jugando con su amante para que no sea tan decepcionante...

(si ya dije yo que esto no cuajaba en web... xD)