Partida Rol por web

Faestos y Eione quedaron tumbados sobre un colchón creado por la hojarasca. El sátiro estaba en el cansancio repentino tras el orgasmo y su corazón latía fuerte mientras todo su cuerpo sentía como la sangre corría caliente y rápido por todas sus venas. Abrazaba a Eione con ternura la cual reposaba lánguidamente a su lado.

Sin embargo a pesar de que la sirena lo ocultaba sentía en ella una cierta tristeza, una decepción. Faestos se sintió un tanto culpable en su interior. Quizás había sido demasiado ardoroso y no había aguantado lo suficiente... o quizás a pesar de sus esfuerzos y su promesa le había hecho daño siendo tan delicada. Su raza vivía para el placer y el no tenerlo era un tanto confuso y decepcionante. Faestos era en un modo diferente ya que también se preocupaba del placer de sus amantes (al menos las que accedían de buen grado) y más todavía por una promesa de por medio.

Comenzó a juguetear con sus plumas, comenzando por la punta y luego yendo a su inicio. Era en cierto modo un divertimento un tanto infantil al sentir el cosquilleo de las plumas en sus manos. Sintió el sudor aun fresco de su acompañante, pequeñas perlas traslucidas en su dulce piel y no pudo sino comenzar a lamer de este.

-Perdonad a este fogoso sátiro, me he dejado llevar... pero prometo ser más tierno ahora en adelante una vez saciado mi ardor inicial.- Le susurró al oído como disculpa.

La joven sirena se fue calmando, contagiándose de las caricias de Faestos. Sus plumas, suaves y lustrosas, parecían estar incluso igual de tensas que ella, pero los dedos expertos del sátiro lograron devolverle la tranquilidad a Eione tras un largo rato.

- Y yo lamento haber sido tan torpe... - se disculpó la sirena rodeando el cuerpo de Faestos con sus delicados brazos.

Le chupeteó brevemente la oreja para seguir besando su delicado cuello. Era a la vez frágil y flexible la alada doncella y el pene del sátiro otra vez estaba erecto y duro, deseoso de hundirse salvajemente en la sirena. Faestos buscó frenar algo su fogosidad, sabiendo que si iba demasiado rápido podría hacerle daño... otra vez. Ya tendría tiempo de encontrar a otra amante tan fogosa como él para desatar toda su lascivia.

La cogió del cuello de forma un tanto brusca, sorprendido y alarmado él mismo por su ese gesto le hacía daño a un ser tan delicado. como pidiendo perdón la besó apasionadamente durante un buen rato, hundiendo su lengua y jugando con la de ella. Sintiendo su calor.

La sirena besó al sátiro, respondiendo esta vez con mayor ardor. Acarició los brazos, los hombros y la cabeza del sátiro, rodeando su cintura con las piernas para estrecharlo a su delicado cuerpo. Besándolo con pasión, le acarició los cuernecitos de la cabeza, algo que le parecía muy divertido, y enredó los dedos entre los rizos de su cabeza. Su entrepierna ardía con desesperació otra vez, Faestos podía notar su temblor y su impaciencia y se sorprendió gratamiente cuando Eione giró con su cuerpo para situarse sobre el sátiro.

Se tumbó encima de él, su cuerpo apenas pesaba, era ligero como las plumas de sus alas, que ahora extendía sobre ella haciendo que sus cuerpos quedasen al abrigo de una sombra. Entre sus piernas asomaba el miembro del sátiro, lustroso y con ganas de dar guerra. Mordiéndose los labios, Eione posó sus delicadas manos sobre él, para acariciarlo con delicadeza.

Ofreció su gran miembro erecto y colorado a Eione, acercándoselo a la boca, como buscando que ella lo degustara. A su vez se contorsionó buscó entre sus muslos buscando su sexo, acarició su escaso vello púbico aun mojado por su anterior escarceo. Faestos pasó sus dedos suavemente entre sus labios vaginales y exploró con estos como si nunca hubiera visto uno cerca. Dos dedos de la mano derecha penetraron un poco y salieron mojados, vió con cierto gracia como del orificio salía un poco de su propio semen que había eyaculado en el anterior coito. Su primera eyaculación solía ser muy abundante y en cierta manera se sentía orgulloso de ello, sus cuernos no eran muy grandes y su miembro era la talla media entre su pueblo así que de algo había que alegrarse.

Jugueteó en cierta manera como un niño, usando sus dedos ya mojados para estimular no solo la vagina, sino también el ano. Lo hizo suavemente, como si buscará más tontear y explorar que adentrarse en sus orificios.

Eione estuvo a punto de desmayarse a causa de las caricias de Faestos. Ella misma intentó acariciar al sátiro para devolverle la mitad del placer que estaba recibiendo de él y a pesar de todo, las manos de la sirena causaron impresión en Faestos, que temblaba de pasión igual o más que ella incluso. Todavía sintiendo su calidez en los dedos, la sirena alzó las alas y subió sobre el sátiro, situando su cálida entrepierna sobre el tremendo miembro de Faestos. El sátiro sintió el calor que ella desprendía y eso lo inundó de deseo, más aún que ver el perfecto cuerpo de Eione erguido sobre él. 

Con cuidado pero con decisión, la sirena se deslizó hacia abajo permitiendo la entrada al sátiro. Este pudo sentir como el calor y la suavidad de ella envolvía su fogoso pene, que palpitaba ansioso por sentir más. Cuando estuvo completamente clavada, empezó a mover las caderas de forma enérgica, mordiéndose los labios pero también, imponiéndole su propio ritmo a Faestos. Esta vez todo tenía que salir bien. 

Eione estaba disfrutando mucho pero él estaba inquieto estando simplemente abajo. Era un sátiro fogoso valga la redundancia y eso hacía que no pudiera estar quieto un solo momento, y menos en estas ocasiones. Levantó su coxis dando una especie de sacudida a Eione y luego intentó incorporarse para poder tener algo más de control. Consiguió al menos poder arrodillarse mientras abrazaba a Eione, uniéndose en un ardoroso abrazo mientras cada uno bebía del sudor del otro. El ritmo aumentaba frenéticamente acercándose más a lo que Faestos deseaba. Besó su pezón izquierdo como si de este manara vino mientras que con su mano izquierda a la par que sujetaba buscaba estimular su entrepierna.

De nuevo las alas de Eione se abrieron tras ella, agitándose igual que su cuerpo. Sus suspiros aumentaban, crecían, su cuerpo respondía a los deseos de Faestos y también a los suyos, aunque no dejaba de sorprenderse a sí misma por tan fogoso momento. Se aferró a la cabeza del sátiro, a sus cuernos y rodeó su cintura con las piernas para obtener mejor apoyo y mayor contacto, que era lo que en realidad buscaba. Su delicado cuerpo estaba tibio por el sudor, su piel era resbaladiza y sus muslos temblaban cada vez más.

Faestos estaba en tensión, sentía como llegaba al éxtasis final mientras Eione se agitaba encima suyo. Cubiertos los dos de sudor casi resbalaban al abrazarse, el olor al sexo y al dulce sudor de Eione era lo que más sentía en estos momentos de locura antes del llegar al final del camino. Sentía los dos corazones batiendo a todo ritmo, en una especie de melodía demente. Humedad y calor. Gemidos y gruñidos.

Su eyaculación fue como un rayo que le atravesaba el miembro, acabando dentro de Eione. Sentía como la sirena también gozaba, muchísimo más de lo que había gozado antes, se agitaba y gemía ahogadamente, como si le faltará aire para expresar lo que sentía, y su propio cuerpo respondía igual. Pronto el punto de unión entre los dos se convirtió en un canal de humedad. Una mezcla de semen, sudor y fluido vaginal. Era como si el miembro de Faestos estuviera dentro de un cálido y viscoso océano y lo mantuvo dentro como si buceara hasta que sintió como la erección iba decayendo, dejando paso a la flacidez, y lo retiró con suavidad.

Eione se quedó callada y quieta unos minutos. Intentaba recuperar la respiración, el sentido de la orientación, en fin, que a punto había estado de desmayarse de la impresión, y su corazón latía a mil por hora. Cuando Faestos se movió para separarse de ella, la sirena reaccionó y se sentó en el suelo, llevándose las manos a las mejillas completamente coloradas. Sus hermosas alas descansaban tras ella, como un manto de plumas. Sus labios seguían húmedos, su cuerpo temblaba y brillaba, sus muslos seguían estremeciéndose y sus ojos echaban chispas.

- Gracias, Faestos - le dijo con una sonrisa, un poco tímida. - No había tenido un amante tan apasionado como tú... - susurró con algo de vergüenza. - Siento si te he parecido torpe...

Faestos no dijo nada, simplemente la abrazó mientras descansaban en el manto de hojas y hierba, recuperándose del esfuerzo y las sensaciones que habían tenido. El sudor comenzó a secarse mientras intercambiaban breves caricias, como sumido en un medio sopor el sátiro parecía feliz. Por un momento alargó la mano y atrajo hacía si el odre de vino, bebió de este y se lo ofreció a Eione. La verdad es que el acto en sí le había dado mucha sed.

Tras un rato de medio dormitar e intercambiar carantoñas, Faestos se levantó, algunas hojas se habían pegado a su espalda. El dolor había vuelto, pero como una presencia sorda en el costado. Se frotó las costillas como si quisiese conjurarlo de sus recuerdos y ayudó a Eione a incorporarse. Tras esto se fueron a bañar a una cataratas cercanas. Bajo la límpida agua se bañarían y jugarían, quizá copularían por tercera vez.

Tras un tonificante baño compartido se despidió de la sirena con un acalorado beso. Eione extendió sus preciosas alas y se catapultó hacía el cielo de forma majestuosa. Por un momento Faestos se quedó embobado viendo como la grácil figura se mantenía en el aire y revoloteaba, un tanto envidioso de poder surcar los aires.

Pero los sátiros eran criaturas terrenales, de pasiones terrenales. La idea de maravilla se esfumó de su mente tan fácilmente como la sirena salió de su campo visual y pensó en algún otro entretenimiento para pasar su tiempo mientras daba un trago de vino. Poco tiempo necesito para sentir la punzada de buscar caza y fue a por su arco y su carcaj de flechas para ir en persecución de algo para poder hacer asado al vino tinto.

Aunque si encontraba a alguna ninfa pro el camino siempre era divertido perseguirlas hasta que caían rendidas y accedían a ser penetradas por un fogoso y joven sátiro...

Faestos se fue de caza, ninguna ninfa despistada había aparecido durante su regreso al claro, así que empezó a deambular de aquí para allá buscando alguna pieza interesante y rezando a Artemisa para que le diera pronto un objetivo para cazar.

Por fin encontró algo interesante, un jabalí salvaje, con el que podria invitar a comer a la mitad de su manada y aún sobraría para el resto. Esos animales se dejaban ver poco por el bosque de Afrodita, encontrar uno significaba una bendición de la diosa, así que el sátiro no desaprovechó la ocasión. Se movió con cautela, preparó el arco y la flecha y tensó la cuerda.

Justo cuando iba a disparar, algo se movió a su espalda, el jabalí levantó las orejas y salió corriendo. Cuando Faestos disparó la flecha esta se clavó dónde antes había estado el animal. Se giró para ver quién había espantado a su pieza y descubrió a la sátira Aucalipsidia, la líder de la manada.

Se quedó con la boca abierta viendo como su certera flecha se clavaba en un tronco. Cuando cayó en cuenta de que era Aucalipsia la causante de su fracaso no pudo evitar una mueca de enfado, fruncimiento de ceño y el crujimiento de dientes, parece que su líder se había propuesto estropearle el día.

-Siempre tan oportuna.- Esforzándose seriamente por parecer respetuoso para con su líder, pero estaba claro que si Aucalipsia quería una discusión la tendría.-¿Que os trae por aquí? ¿Habéis visto a un jabalí que se me acaba de escapar?- Parecía simplemente el saludo antes de comenzar a topetazos, parece que pronto chocarían cornamentas.

Aucalipsidia apretó los labios y azuzó la vara en dirección a Faestos.

- Creeme que poco te va a importar la caza cuando sepas lo que ha ocurrido. Eso si te interesa, claro está, ya que parece que no te importe nada de lo que hago o lo que pasa en este bosque - se cruzó de brazos, fulminando con la mirada al sátiro.

La líder no era tan brusca como ahora, se la veía enfadada y bastante preocupada. Era una sátira bonita, de melena salvaje y ojos color miel. También era una presa difícil de batir. No muchos sátiros habían conseguido intimar con ella, pero todos en aque bosque anhelaban pillarla con la guardia baja en algún momento. Muchos se habían llevado un varazo por pasarse de listos.

Faestos entraba en el grupo de los que todavía no había podido comprobar como de fogosa era.

-Ah... ¿Estáis diciendo o sugiriendo que venís en búsqueda de mi ayuda?- Sonrió sardónicamente sabiéndose a salvo de los bastonazos, había previsto una distancia suficiente como para que no fuera golpeado por un bastonazo de improviso. -Contad y decidme que cuitas os traen aquí.- Dijo haciéndose el remolón, si estaba tan preocupada pro algo necesitaría ayuda, y negociaría duramente su ayuda solo por el placer de ver a su líder suplicando.

Aucalipsidia suspiró profundamente, sin relajar la postura.

- No, no vengo a pedirte ayuda exclusívamente a tí, Faestos - dijo con hastío. - Lo que no quiero es tener que venir a buscarte para que escuches lo que se dice en las reuniones, ¡eres un irresponsable! - dejó escapar el aire por la nariz antes de volver a hablar. - Tenemos un problema grave, Faestos, y es que Afrodita ha desparecido... Y dentro de tres días esto se llenará de sacerdotias que vendrán a buscarla y no la encontrarán... 

Vaya, eso parecía grave. De todos los dioses egocéntricos y malhumorados que hay en el Olimpo (y no son pocos) había desaparecido una deidad cariñosa y sensual, de muy buen ver además. Aparcó sus fingidas reticencias para poner cara de preocupación.

-Afrodita es una diosa y los dioses tienen formas de actuar extrañas, a lo mejor se le requería en otra parte o su marido la ha llamado junto a sí. - Aunque conociéndola lo más probable es que estuviera entreteniéndose con Ares, un tipo muy violento, pero parece que a las féminas les atraen los tipos violentos. -¿Como esperáis encontrarla?-