Partida Rol por web

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Alexeva intentó contener el gemido que brotaba de su garganta tras el rudo golpe del soldado alemán.Hasta ahora había tenido suerte y no había sido maltratada,pero sabía de sobra lo que podía ocurrirle si esos animales decidían hacer su voluntad con ella.

Las palabras del germano resonaban en su cabeza,pero la mujer se obligó a quedarse en el suelo,temblando,como si no entendiese ni una palabra del idioma extranjero,pero su significado estuviera amenazadoramente claro.Sin embargo,si alguien pudiera mirar a los ojos de la mujer,vería el odio pesonificado en ellos,y no el temor propio de una campesina inculta.A veces,Alexeva no podía controlar su genio.

Cerdo bastardo...ya aprendereis que con la Madre Patria no se bromea...

Gruber estaba harto de recibir ordenes insulsas, no podía entender como alguien con tan poco cerebro había llegado a sargento, jamas hubiera esperado que alguien le diese la orden de revisar lo congelados que se encontraban luego de caminar durante tanto tiempo. Hasta el mas estúpido sabría que no duraremos mucho si seguimos caminando en el frió. La situación hacia tiempo que había hartado al joven, el optimismo inicial había sido vencido por la realidad, una carrera prometedora, el amor de su gente, su familia, en aquel momento todo parecía escapar de las manos del medico y aquello no le agradaba. Todo es culpa de estos asnos, enamorados de esa utópica idea de la nación alemana, toda esta campaña es absurda, incluso el mas obtuso se hubiera dado cuenta que atacar a los rusos en su territorio y en estas fechas era una misión suicida, pero claro "él" dio la orden, nadie dice que no a una orden suya.

La frustración evitó que el joven medico diera su máximo esfuerzo en ayudar a sus compañeros, ni siquiera la usual hermandad que solía forjarse en el campo de batalla fue suficiente para que el joven prodigio perdonase a quienes le habían arrastrado allí. Si por lo menos hubiera sido rico...

Alexeva,aún tumbada boca abajo en el suelo,vigilada por el extraño soldado alemán,observó con calma y detenimiento la superficie nevada.Buscaba algo que poder asir,una piedra,una rama afilada.Cualquier cosa podría serle de utilidad.

Sin embargo,no podía despertar las sospechas de su vigilante,debía actuar con suma cautela.Poco a poco,intentando mover imperceptiblemente los músculos de su brazo derecho,la joven rusa logró acercar su mano hasta una piedra que cupiera bien en la palma de su mano.

Conteniendo el aliento,Alexeva hizo regresar su preciada captura hasta su cuerpo,e intentó ocultar en alguno de los pilegues de su camisa su nueva arma.Ahora sólo cabía esperar que no la hubieran descubierto,o las cosas se pondrían mucho peor...

Iba a decirle a su hermano que se quedara con ellos, que ese trabajo podía hacerlo el mismo, o cualquiera de los otros soldados.
Entonces aquel árbol explotó en astillas, tan cerca de ellos que les habían vibrado las entrañas con la explosión y se habían levantado con aquel zumbido en las orejas.

Hans lo entendió. Entendió que no había lugar seguro, y que era solo cuestión de suerte. Su hermano podía morir al ir a investigar... y también podía ser el único que se salvara si uno de esos proyectiles daba en el blanco.

Así que no dijo nada al ver a su hermano marchar, solo apretó los puños. Luego le ordenaros que vigilara la zona sin perder contacto así que rápidamente con la pistola desenfundada tomó la dirección contraria a la que había tomado su hermano. Cuando se encontró a una veintena de arboles del grupo busco un árbol y se encaramó a el, asegurándose antes de que alguno de sus compañeros le hacía la pertinente señal de que sabían donde se encontraba . La lluvia y la noche lo camuflarían y apagarían los ruidos que pudiera provocar. Desde una altura de unos cuatro metros (no había querido subir más alto para poder bajar rápidamente) y desplazándose por encima de las ramas podía comprobar perfectamente el perímetro.

En ese momento, allí solo, a pesar de estar azotado por la lluvia y el viento, por el sonido de las explosiones, por el frio y la nieve, observó aquella luz y sintió miedo. Era como descubrir, rodeados del terror de la guerra, que había aún más niveles de horror. De aquella luz, de lo que podía representar, a punto estuvo de gritar el nombre de su hermano y de delatarlos a todos.
Llevo sus sucias manos al pequeño collar de su cuello, solo con tocarlo las fuerzas parecían volverle. Recordaba a su esposa y eso le daba ánimos, el collar tenía una foto de su esposa, pero Hans nunca lo abría. Tenía miedo de que si lo abría, el retrato de su mujer viera el lugar donde se encontraban y que lo viera a él, demacrado, hundido... asesino. De alguna manera veía ese colgante como una ventana de doble filo, si el miraba a su esposa, ella lo vería a él.
Sí, había actuado para mantenerse vivo, y tenía tantos remordimientos por cada muerte que había cometido que apenas podía dormir. Pero aquellos a quién había matado no iban a volver a la vida por sus remordimientos, algunos de ellos casi niños. Sus oficiales y compañeros le llamarían soldado, pero él se sentía un asesino.

Y de esta manera, tiritando y con el collar entre sus manos, Hans siguió haciendo guardia.

-Maldita estúpida. La van a matar, y a mi también...-

Grigori le hizo un gesto a la campesina de que guardara silencio o los iban a matar a los dos. Lleguó a pensar que solo las personas buenas sufrían, que solo a los buenos se les torturaba en el infierno que es esta tierra, y que si ser bueno les da esperanza de pasar a mejor vida en la muerte, entonces él quería morir.

Pero en aquel momento la lluvia empezó a golpearle con más fuerza y el frío a debilitarle lentamente. La noche empezaba a mostrarse y una hermosísima luna llena se empezaba a revelar en el lacrimoso cielo. Entonces se dió cuenta, que lo peor de aquellos inclinaciones suicidas y lo más infame de desear morir en un intento desesperado por escapar de este mundo tan cruel, era que la única persona que hubiese podido salvarle de la desesperanza en la que se encontraba había muerto, o eso creía. Fué demasiado tarde para ofrecerse de guía para esos alemanes, pues ya habían ido a investigar. En ese momento un puto hijo de puta nazi, arroja el suelo a la pobre mujer.

-¡Hijo de puta!- dice en ruso con tada la malicia que puede, pero al tiempo se da cuenta de que esta vez le pudo los nervios y las ganas de coger un machete y clavarselo en todo el gaznate a ese cabrón. Sin resistirse levantó las manos y temblando se arrodilló al suelo para ver el horizonte iluminado por aquella luz. Intentó concentrarse para ver si distinguía algo en concreto, así al menos no escucharía las groserias de los alemanes.

Pieter se lanzó al suelo tan pronto como escuchó el peligro, pero no sin antes coger a su hermano y volverlo a poner sobre seguro. Le cogió con su mano desde la nuca y le lanzo hacia el suelo intentando, lanzandose sobre él a su vez, el que su cuerpo tocara nieve antes de que fuera tarde. Se levantó nuevamente una vez que su sargento se elevaba y asintió a las ordenes mandas con un estricto movimiento de cabeza y sin mostrar lo que para su interior sería, sin duda, una sonrisa.

Sin preocuparse de si su hermano se habia vuelto a poner en pie o no, puesto que se habia asegurado que seguia respirando antes de levantarse, se colocó sus enseres y cogió con sus manos su escopeta poniendo paso firme en dirección a la luz. Cuanto antes llegara a aquel lugar, antes podrian plantear una nueva estrategia de evasión y volver con refuerzos.

Una vez, alejado lo suficiente del resto, puso la culata de su fusil contra su hombro y avanzo con cuidado en dirección a la luz. El ruido de las explosiones habia decrecido y ahora podia escuchar sus propios pasos sobre la nieve. Que es lo que habría allí, no lo sabía, pero todo el tiempo gastado con pesamientos vacios no le llevarian a allí donde queria ir.

En mitad de aquella ventisca Pieter perdió rápidamente al grupo de vista. A su alrededor todo era blanco salvo la corteza de los arboles que asomaba aquí y allá entre la capa de escarcha que cubría los troncos. El ruido del viento, la nieve, todo contribuía a causarle una terrible sensación de irrealidad.

Sumido en sus pensamientos casi se le pasó por alto un nuevo resplandor, esta vez más intenso. Aceleró el paso y poco a poco comenzó a perfilarse la silueta de un edificio. Se detuvo unos instantes para escuchar, nada. No se oía nada aparte del retumbar de la artillería y del fuerte viento ululando entre los árboles. Se arriesgó a acercarse un poco más para examinar el edificio más detalladamente.

De repente y sin previo aviso llegó al linde del bosque, en ese momento el viento se detuvo misteriosamente, era como si la naturaleza deseara que pudiera contemplar la edificación a placer. Se trataba de una vieja mansión de al menos dos plantas. Los muros de ladrillo aparecían desgastados por la erosión de la nieve y el viento, y horadados por maleza y trepadoras que se secaron mucho atrás, pero que habían persistido agarradas entre las rendijas a pesar de ello. Las ventanas eran grandes, algunas enormes cristaleras, pero el interior apenas se adivinaba por la suciedad y el polvo fijado en los cristales, traslúcidos y mates. La nieve se acumulaba en los tejados pronunciados, algunos picudos.

El jardín era extenso, y la rodeaba por completo. Grandes árboles, coníferas en su mayoría, seguían en pie aunque resecos, cansados, algunos inclinados por el viento de años.

El conjunto estaba cercado por la reja, altísima y recia, de hierro forjado y acabada en puntas de lanza. La cerraba la puerta de dos hojas.

Pieter, desde su posición, atisbó unos minutos en busca de cualquier signo de actividad. La mansión parecía estar completamente abandonada. Entonces ¿y la luz?. La respuesta acudió a él bajo la forma de un claro en el cielo. Los rayos del sol consiguieron penetrar la espesa capa de nubes durante unos segundos y se reflejaron en una de las cristaleras de la casa. Así que había sido eso.

Octavius sonreía satisfecho al ver que la rusa obedecía sus órdenes y cuanto más odio veía en su mirada más sonreía el soldado. Una vez tumbada en el suelo miró al campesino con la misma sonrisa con la que había desviado la mirada de la otra rehén. Sonrisa que no desapareció al escuchar las palabras de Grigori. Se acercó a él y apartó el fusil dejándolo a su espalda. Puso su cara pegada a la del ruso -¿quieres que te corte la jodida lengua? -le susurró al oído hablándole en su propio idioma, quizás así entendería que no iba a andarse con tonterías. Cogiendo con la mano derecha la cabellera desgreñada del soviético la empujó con fuerza contra el suelo -¡He dicho que a comer...!

El sonido del proyectil hizo que el soldado se tirara al suelo sin acabar la frase. Miró a un lado y a otro y comprobó palpándose que seguía intacto, que no le habían alcanzado. La granada cayó cerca y partió un árbol en dos, haciendo que cientos de astillas volaran sobre ellos mientras algunas ramas quedaban ardiendo durante unos momentos. El agua de lluvia los apagó pronto, pero no les quitaba el susto.

Se puso de pie de nuevo y comprobó que los prisioneros seguían vivos y tumbados en el frío y húmedo suelo. Pieter se marchó y Hans trepó a un árbol a cierta distancia de ellos -jodido mono. -Ya no tenía astilla en la boca con la que jugar. El improvisado mondadientes debía haber salido volando en su acción evasiva y ahora solo tenía que esperar noticias mientras vigilaba a los presos. Pensó en las posibilidades que le daba la rusa, pero lamentó no poder quedarse a solas con ella aunque fuera un rato para enseñarle el calor de un buen alemán. Seguro que así le hubiera cambiado la cara de frígida que tenía.

Alexeva continuaba pegada al frío y húmedo suelo nevado mientras el maldito alemán la tomaba ahora con el otro ruso.

Quizá no es tan malo pensó la mujer sobre Grigori,cuyos ojos revelaban casi el mismo odio por los alemanes que los suyos propios.

La nieve comenzaba a hacer mella en la mujer,pues sus ropas absorbían la humedad de los copos,haciendo que el frío penetrase hasta sus huesos.A pesar de todo,la muchacha ya había sufrido privaciones e inclemencias de ese tipo a lo largo de la campaña.Muchas veces tuvo que permanecer horas en la misma posición,oculta en la nive,aguardando a que el objetivo se presentara ante ella.Sabía que podía aguantar...al menos por el momento...

Tan solo hacía unos minutos que Pieter se había alejado, pero para ellos se estaban convirtiendo en horas. El viento, el frío y la nieve se llevaban en calor de sus cuerpos por momentos y con él la vida. Una nueva explosión, esta vez lejana, fue lo único que rompió la monotonía del aullar del viento. Esperar, siempre esperar, esperar a que el frío les robara la vitalidad, esperar a que un proyectil perdido segase la vida de todos, esperar a que una patrulla enemiga les pillara por sorpresa... siempre esperar.

Hans estaba acurrucado en una de las ramas, temblando de frío, hecho un ovillo.
Se había visto obligado a guardarse el collar con el retrato de su esposa en el bolsillo, ya que con el frío el metal parecía arderle al contacto de su piel.
Parecía que las ramas le tapaban el viento y que la madera del árbol en el que se respaldaba le absorbiera parte del frío. Haciendolo más soportable.

Escuchó una explosión lejana y esta vez no se sobresaltó, parecía que su cuerpo iba acostumbrándose a la guerra. Dale suficientes días iguales a un hombre y crearás su rutina, sea cual sea. La de Hans y los demás soldados era la rutina del terror, el dolor hecho costumbre, la sangre convertida en ley, el frío como único credo.

Mientras vigilaba oteando hacia todos los rincones del bosque que su vista y el tiempo le permitían, una parte de sí, como un pequeño autómata, rezaba para sus adentros. En su corazón Hans sabía que -a pesar de están casi sin munición- le quedaban más balas que oraciones.

El medico caminaba en círculos intentando que la sangre calentará un poco sus extremidades, aun cuando su deber le decía que debería estar asegurándose que sus compañeros no desfallecieran de frio, el joven alemán se limitaba a mirarles de vez en cuando para ver que no se desmayarán o se quedarán dormidos pero guardaba su distancia de aquellos fanáticos, la mirada en el rostro de los prisioneros le recordaba que estaba en una tierra extraña, lejos de su hogar.

Súbitamente una explosión cercana distrajo su atención, por un segundo el joven temió que la luz generada por la explosión delatase la presencia del grupo, nervioso puso toda su concentración en sus oídos y vista en un intento por captar cualquier indicio que le advirtiera de peligro, así pasó cerca de dos minutos a la espera de que lo peor ocurriera pero nada paso. Que hago aquí, yo soy mucho mas que cualquiera de estos, yo debería estar en la escuela aprendiendo, perfeccionando mi técnica, no aquí, no aquí, acaso en mi casa, cuidando de mi familia, de mis amigos, de la gente que confió en mi, esta guerra solo trae hambre y muerte para los que menos tienen, ¿cuantos de mis amigos estarán ahora muriendo por una causa que no entienden?, mi padre, ¿que será de mi padre?

Su mente era lo único que el medico podía mantener activo, poco a poco el frio iba haciendo presa de su cuerpo, encogido y tembloroso el joven esperaba el terrible momento en que el clima comenzará a tomar vidas, el terrible momento en que aquella tierra defendiese su derecho a expulsar a aquellos invasores.

Los minutos pasaban y no ocurría nada. El vaho de su respiración era todo cuanto había de nuevo ante sus ojos y al cabo de varias bocanadas de aire ni siquiera era una novedad en la que distraerse. Los dos rusos estaban en el suelo y no tenían intención de moverse o al menos eso pensaba Octavius. Había hecho bien su trabajo y no habían vuelto a protestar. La chica era más dócil que el campesino, pero estaba seguro de que si pudiera le clavaría un cuchillo en el pecho si tuviera la oportunidad. Había conocido alguna que otra granjera y tenían tan mala leche como los mismos soldados que luchaban en el frente.

Se frotó las manos para mantenerlas calientes y luego se frotó los brazos. Pisoteó el suelo con fuerza tratando de mantener todas sus extremidades calientes para que no se congelaran. Las indicaciones del médico no les daban muchas esperanzas de sobrevivir mucho más al frío de aquel maldito lugar, así que más les valía encontrar algún sitio donde resguardarse o el frío, unido al agua que les calaba hasta los huesos acabaría con ellos igual que si de un enemigo más se tratase.

A unos 300 metros algo distrajo su atención: una nueva explosión. Octavius no estaba seguro de si eran ataques al azar buscando el desconcierto de los alemanes o eran errores de cálculo y proyectiles defectuosos que salían sin rumbo definido. Como soldado de artillería analizó durante un rato el por qué de esos proyectiles sin un blanco fijo, pero no encontró razón segura. Mientras no le acertara en la cabeza poco le importaba.

Miró a los presos y se preguntó cuanto tiempo serían capaces de sobrevivir sobre la nieve. -Malditas ratas. Si Pieter tarda más de la cuenta os tendremos que sacrificar para que no sufráis. Seguro que el teniente me da su consentimiento para liberaros de vuestro dolor. Mientras tanto comed, bebed la blanca mierda que tenéis debajo porque es todo lo que tendréis hoy.