Partida Rol por web

Ocaso

Interludios: Alexander

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07/10/2015, 20:41
Narración

La ruinosa casa de los Huntington no conservaba más que escasos destellos de su pasado noble en medio de la ruina que se había adueñado del edificio. Sin el dinero suficiente para asegurarse de que la residencia de la prestigiosa familia Huntington tuviese el cuidado que merecía, Alexander se había resignado a visitarla cada cierto tiempo y tratar él mismo de realizar pequeñas labores de mantenimiento para acallar su consciencia intranquila. El sitio quedaba a algunas horas de Birgmingham, en una localidad apartada y tranquila en medio de los rezagos boscosos de una zona a donde la civilización no había llegado en todo su esplendor. Era, mal que bien, un lugar adecuado para meditar y en más de una ocasión, para reencontrarse con los pasados de la gloria de una historia que él no había tenido el placer de disfrutar a plenitud.

El polvo se acumulaba tercamente sobre todas las superficies. Los muebles estaban cubiertos bajos sábanas blancas y la mayoría de pinturas dándole la cara a las paredes, descolgadas de sus sitios, durmiendo en el letargo de los años y pudriéndose en el olvido colectivo de Inglaterra. Los retratos de nobles, condes y duques que se contaban entre sus familiares del pasado se erguían con un porte altanero dándole la espalda a ese presente que había preferido enterrarlos.

El calor del verano se metía por las ventanas, haciendo que el aire tuviese un sabor pastoso y húmedo, afuera, algunas escasas cigarras cantaban con ahíncos, abandonadas a su suerte y solitarias, sólo se interrumpían por escasos segundos para retomar su melodía con fuerza. Era el final de un largo y caluroso verano. Y allí, en medio de la enorme sala de la vieja casona abandonada, estaba Alexander.

Había una puerta de vidrio que daba al patio trasero: una extensión que se perdía en medio de los árboles y no estaba delimitada más que por una lejana carretera que pasaba a varios kilómetros de allí. 

Fue entonces cuando ella apareció por la puerta del salón, y entró lentamente al lugar.

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07/10/2015, 20:56
Lucy

Lucy Westmoreland era una mujer atractiva, eso era lo primero que se podía decir de ella. De mediana estatura, su piel tersa y delicada tenía un color pálido que bajo el sol veraniego enrojecía con facilidad. Sus mejillas redondas y perfectas solían colorearse con rapidez y sus labios definidos y atractivos solían hacer difícil no mirarla a la boca mientras hablaba. Sus ojos eran azules oscuros e inteligentes y su cabello rizado caía de manera organizada, siempre con un estilo que ella trabajaba de antemano. Su cabellera era de un tono marrón suave que brillaba bajo el efecto de la luz, lo que le daba un halo angelical y solía robarse la respiración de Alexander una y otra vez.

Era delgada y caminaba con la gracia de una dama noble (aún sin ser de cuna aristócrata). Se movía siempre como si flotara y nada había en sus gestos que pudiese juzgarse como rudo o brusco. Estaba ataviada con un vestido de color durazno que se ceñía perfectamente a su figura, y que dejaba al descubierto unas hermosas piernas largas y tonificadas de un color blanco lechoso. No llevaba colgantes ni aretes, y apenas se había maquillado. Y sin embargo, su frugal apariencia sólo destacaba otros aspectos de su radiante belleza.

Lucy había hablado contigo por el teléfono la tarde anterior. Su tono era serio, algo preocupado y tan sólo había dicho que "necesitaba hablar contigo". Allí estaba ahora de pie, con sus ojos tras unos lentes de sol amplio y en su rostro no había rastro de sonrisa alguna.

-Alex...- dijo al entrar. Su voz era suave pero firme, tan dulce como siempre la habías escuchado. No podías ver sus ojos, pero estabas seguro de que te miraba fijamente a ti desde el dintel de la puerta.

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12/10/2015, 00:01
Alexander de Huntington

Alexander paseaba por aquel salón, con los hombros caídos pero una mirada determinada. Aquel lugar era, al mismo tiempo, la muestra de la derrota de su apellido y su mayor esperanza. Era cierto que la fortuna de los Huntington había sido dilapidada antes de que Alexander llegase a poder disfrutarla, tan cierto como que se había visto obligado a vender la mayor parte del terreno que rodeaba aquella casa para poder mantenerse en Edimburgo. Una pequeña mueca cruzó sus labios al pensar en aquel hediondo lugar en el que se veía obligado a malvivir para poder estudiar. Normalmente le herviría la sangre al pensar que alguien de su categoría debía habitar en una pensión de mala muerte, pero allí, en esa mansión que había sido el hogar de su familia desde tiempos inmemoriales, lo que sentía era más parecido a la melancolía que a la rabia. 

Se repitió por enésima vez la misma cantinela. Él levantaría de nuevo aquellas paredes. Él se encargaría de devolverles el esplendor que su apellido merecía. Recuperaría las tierras que había vendido. Conseguiría que los salones se volvieran a llenar de vestidos de seda y lograría que aquella mansión fuera de nuevo, no sólo un hogar feliz, sino también una referencia en la región. Haría que el apellido Huntington volviera a significar algo. Tan sólo necesitaba... algo de tiempo. 

En su paseo por la mansión, revisando que todo se mantuviera en orden desde su última visita, meses atrás, el traje que se empeñaba en seguir llevando a pesar del calor húmedo y pegajoso se había tiznado de polvo en una de las mangas y en los bajos del pantalón. Era un buen traje. No todo lo bueno que a él le gustaría, pero sí mejor de lo que se podía permitir en realidad. Alexander, cual hidalgo castellano, prefería pasar hambre antes que aparentar pobreza en su atuendo. Sus cabellos, peinados cuidadosamente hacia atrás aquella mañana, se habían descolocado un poco y un mechón se descolgaba de su lugar bordeando su frente. 

Envuelto en la melancolía de la decadencia de su apellido la esperanza de ver a Lucy era un rayo de sol entre sus oscuros pensamientos. Había pocas cosas que le importasen de verdad a Alexander en la vida y aún menos personas. Lucy era una de ellas. 

Recordaba perfectamente el momento en que la había visto por primera vez. La forma en que sus cabellos brillaban bajo el sol, la suave curva de sus labios estirándose en una sonrisa y la forma en que sus ojos contemplaban todo con esa curiosidad e inteligencia que le habrían parecido poco apropiadas en cualquier otra mujer. Pero es que ella no era una mujer cualquiera. Era perfecta en cada uno de sus pequeños detalles y no sólo era su apariencia, hermosa y delicada como un lirio. No era por la hermosa pareja que sabía que hacían. Sólo había que contemplarlos para darse cuenta de que eran perfectos el uno para el otro. Era la forma que tenía de mirarlo, como si realmente él fuese importante para alguien más allá de sus fantasías nobiliarias. Cómo corregía sus descuidos y cómo era capaz de conseguir que él quisiera ser mejor, para ella. Incluso podía soportar la sucia Edimburgo llena de pordioseros e inmigrantes, si Lucy estaba a su lado. 

Detuvo sus pasos al llegar cerca de la puerta y contempló el reflejo del salón en el cristal esmerilado. Podía imaginar en ese reflejo que aquel salón recobraba el esplendor de antaño. Las paredes estaban limpias y los cuadros volvían a colgar de ellas. Los muebles, libres de las sábanas polvorientas brillaban como nuevos, listos para recibir a los invitados de una gran fiesta. Y la lámpara de araña colgaba deslumbrando a todos los que miraban hacia arriba. Podía visualizar a los camareros, con sus bandejas cargadas con copas o canapés. Las insulsas mujeres ataviadas con hermosos vestidos y los hombres con frac. Se permitió llegar un poco más lejos e imaginarse a sí mismo, como una nota destacada, esperando en medio del salón a que su Lucy se reuniese con él, como una perfecta anfitriona. Ella entraría por la puerta buscándolo con la mirada y...

La imagen de la verdadera Lucy se superpuso entonces en el reflejo, disolviendo de un plumazo aquella fantasía. Las paredes volvieron a estar desconchadas y los muebles cubiertos de polvo. Durante un instante, la contempló a través del cristal y contuvo el aliento. Se preguntaba si alguna vez dejaría de sucederle, si se acostumbraría a su presencia hasta el punto de que la piel dejase de cosquillear allí donde ella lo tocaba. No creía que fuera posible. 

Se giró despacio, con una pequeña sonrisa en los labios. Ella estaba muy seria y probablemente no tendría ni idea de lo hermosa que resultaba. Alexander se acercó a ella, admirando cada centímetro de su rostro, hasta llegar a su altura. El corazón se le henchía cuando estaba a su lado, más de lo que nunca hubiera creído posible. No podía negar que aquellas palabras, ese "necesito hablar contigo", sumado a la ausencia de sonrisa en su rostro, le ponía nervioso. Pero le costaba preocuparse demasiado por nada cuando la tenía cerca.  

—Lucy, querida —respondió, estirando sus labios en una sonrisa cómplice y buscando una respuesta a esa complicidad en ella— Estás realmente hermosa... —Extendió una mano para rozar suavemente el brazo de ella con los dedos— Ven. Demos un paseo por el jardín. ¿Ha sucedido algo? Me dejaste un poco preocupado ayer.

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18/10/2015, 22:17
Lucy

Lucy parecía fría y distante. Respondió con una sonrisa que tenía más de cortés que de sinceridad en ella y la seriedad de su rostro parecía estar ocultando alguna molestia que se empeñaba en atormentarla de alguna manera. Sin embargo no dijo nada de inmediato. Si algo había aprendido, era a comportarse con cierta altivez grácil que había adquirido un poco estando contigo. Quizás no fuese una mujer de alta cuna, pero se comportaba como si su sangre llevase la imprenta indeleble de la elegante y muy orgullosa aristocracia inglesa.

No se movió cuando la rozaste, y sin embargo tampoco pareció reaccionar muy positivamente. Lo que estuviese pasando por la cabeza de aquella castaña belleza, delicada y orgullosa, había terminado por empañar su propio comportamiento. Después de todo, una sonrisa de Lucy Westmoreland era suficiente para iluminar la más sombría de las situaciones. Ella era, después de todo, esperanza para ti. -Sí... demos un paseo- responde ligeramente cortante, mientras camina a tu lado.

El clima veraniego es inclemente. Ambos caminan sobre el modesto camino de tierra que se extiende del jardín trasero. La tierra está seca y cuarteada en algunos lugares. Los sonidos de los solitarios insectos se mezclan con el perfume polvoso traído por una brisa tibia. Una corriente de aire que no hace nada por apaciguar la sensación de calor. Los árboles se sacuden, con su vegetación que empieza a ganar un color seco y menos vivo que durante la primavera, y sólo la respiración suave y melódica de Lucy interrumpe el silencio que transcurre desde el inicio de aquella improvisada caminata.

Pasan unos instantes antes de que su voz vuelva a escucharse. -¿Cómo... cómo están las cosas aquí? ¿Sigues pensando en vender la casa de tu familia?- pregunta sin mirarte, evadiendo el tema general de conversación. Era claro que ese no es el motivo de su estado de ánimo. Sus ojos se perdían observando el tronco de un árbol a la orilla del camino, un árbol de robusto tronco cuya corteza parecía haberse ido cayendo con el paso de los años, como si fuese víctima de alguna plaga no poco inusual en algunas plantas de aquella región. Un suspiro triste se escapa de ella mientras camina silenciosa esperando tu respuesta.

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22/10/2015, 02:22
Alexander de Huntington

Alexander sintió cómo su sonrisa perdía brillo y su seguridad se tambaleaba al contemplar la respuesta poco participativa de Lucy. Frunció el ceño y le ofreció el brazo galantemente antes de salir al jardín, aunque ya no estaba muy convencido de que ella fuese a cogerlo. 

Su forma de esquivar el tema del que quería hablar inquietaba al heredero de los Huntington y, sin embargo, empezaba a temer que ese momento llegase con una irracionalidad que no nacía en su cerebro, como solían hacer sus emociones, sino en algún lugar de su pecho. Con Lucy era con la única con la que se permitía sentir de esa manera. O para ser más correctos, con la única con la que no podía evitarlo. 

El suspiro que exhaló de los labios de su amada congeló algo en la garganta de Alexander y sus manos temblaron al percibir la tristeza que se desprendía de Lucy. No importaba el árbol que sufría una agonía lenta bajo esa plaga. No importaba la mansión, ni su restauración. En aquel momento no le importaban en absoluto sus fantasías habituales, toda la atención de Alexander estaba prendida de la piel pálida y suave de Lucy, de sus ojos escondidos tras esas gafas de sol y del brillo de sus cabellos. Se mecía con su respiración y a pesar de que no podía apartar sus ojos y su mente de ella, empezaba a sentir un miedo cerval a lo que fuese que había provocado esa tristeza en ella.

Se agarró a las palabras de ella como a un clavo ardiendo, hablando de sí mismo para retrasar el momento de saber qué sucedía. Tampoco es que a Alexander Fitgerald de Huntington de Sussex le costase ni un ápice hablar de sí mismo, pero en aquel momento ni siquiera lo disfrutó.

—A veces es necesario destruir para poder construir algo mejor —respondió, de una forma vaga—. Necesito crecer antes de poder recuperar lo que mi familia perdió. Esta casa está inhabitable y tengo la intención de buscar a un comprador con opción a recuperarla más adelante. Aunque el precio subirá, claro. 

Lo cierto era que Alexander ni siquiera estaba seguro del todo de lo que estaba diciendo, tan sólo soltando palabras para mantener la ilusión de que todo estaba bien. Y sin embargo, la tristeza que había destilado aquel suspiro le estaba quebrando por dentro casi tanto como le escocía la incertidumbre.

Alexander detuvo sus pasos y se giró hacia Lucy, buscando sus ojos a través del cristal ahumado. Su ceño se fruncía preocupado y estiró una mano para acariciar la mejilla de la joven con una suavidad que tan sólo era capaz de ofrecerle a ella. 

—Lucy, mi vida... ¿Ha ocurrido algo? ¿Estás bien? ¿Tu familia...? —Hizo una pequeña pausa y decidió que lo mejor era ir al grano. —¿De qué querías hablar conmigo? Sabes que puedes contarme cualquier cosa que haya sucedido. ¿De qué se trata?

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26/10/2015, 02:25
Lucy

La altivez de aquella delicada mujer escondía el orgullo con que ella era capaz de sobrellevar sus propias penas. Era sensible, y frágil, al tiempo que su carácter tenía un temple particular que sólo tú habías logrado entender con el paso del tiempo en aquella relación. Hoy, estaba ella con aquella armadura de sentimientos, distante y algo fría, como tratando de aislarse del pesar que empezaba a delatarse en sus ojos, en sus expresiones, en toda ella. 

Se detuvo de seco. Caminaste un par de pasos más antes de detenerte y volverte a verla. Sus ojos, sus hermosos ojos parecían guardar una aflicción que te llenaba de cierta inquietud desagradable por dentro. ¿Qué podría estarse guardando Lucy Westmoreland para que de repente un vacío en tu estómago empezaba a tomar forma y a causarte un gran malestar? Las mismas bases de tu tranquilidad flaqueaban a medida que una duda empezaba a tomar forma. Una duda que recordabas bien, una emoción que lentamente empezaba a carcomerte por dentro.

-Mi familia está bien- dijo secamente mirando hacia la copa de los árboles. Su mirada huía de la tuya a propósito. Había un abismo entre ambos, un abismo que ni siquiera la cercanía de aquel momento era capaz de salvar. -Tú familia... el prestigio de tu familia... lo es todo para ti, ¿verdad Alex?- esta vez se tomó un momento antes de que sus opalinas pupilas cayeran sobre ti con congoja. -El nombre de los Huntington significa para ti mucho más que... que tu vida en Edumburgo. Sé que odias vivir allí, sé que no puedes vivir con la idea de pasar el resto de tus días como... como alguien normal-su tono era fuerte, se estaba desahogando, como si empezara a remover el dique que había estado conteniendo toda suerte de conflictivas emociones en su interior.

-¿En dónde estoy yo en tu plan Alex? ¿Qué será de nosotros si jamás logras recuperar... la nobleza de tu familia?- era una recriminación, una pregunta, había algo en su mirada, en su voz, en sus gestos, algo que te llenaba de un terror indescriptible... algo que empezaba a tomar nombre lentamente, a reptar desde la oscuridad de tu alma y materializarse como una opresión muy dentro de ti. Había una duda.

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30/10/2015, 01:57
Alexander de Huntington

Alexander escrutó en los cristales tintados de esas gafas que se le antojaban una barrera más, una forma más que Lucy había encontrado de esconder lo que sus ojos podrían revelar. El heredero de los Huntington escuchó todas y cada una de sus palabras mientras esa sensación fría e incómoda se extendía por su pecho hasta llegar a apretar su estómago con sus tentáculos pegajosos. 

Su ceño se frunció mientras la sombra de la duda empezaba a flotar sobre su cabeza, ensombreciendo el día de verano. Alexander parpadeó un par de veces, todavía intentando atisbar algo en la superficie oscura de las lentes, antes de decir nada. Y cuando por fin habló su tono era mucho más trémulo y titubeante de lo que solía, desvelando una inseguridad que el lord nunca mostraba en público.

—¿Qué... qué quieres decir, Lucy? —comenzó, tentado de extender de nuevo su mano para acariciar la mejilla de la mujer, pero conteniendo el gesto después de que el anterior hubiera sido ignorado— Tú estás presente en todos mis planes, querida —dijo, sin darse cuenta de que esa palabra era tan sólo una forma de aferrarse a ella—. Ninguno tiene sentido sin ti. Claro que quiero levantar de nuevo el honor de mi familia y construir en este lugar un hogar. Un hogar para que tú y yo podamos formar una familia. 

Negó lentamente con la cabeza, sin apartar la mirada de ella y con la comisura de sus labios comenzando a temblar casi imperceptiblemente.

—Voy a conseguirlo. Devolveré el esplendor a estas tierras. Pero quiero hacerlo contigo a mi lado —explicó, haciendo un pequeño ademán con la mano—. Siempre has estado incluida en mis objetivos. 

Y entonces tomó aire lentamente y la miró. La miró bebiendo a través de los ojos cada pequeño centímetro de su piel, cada hebra de sus cabellos. Era hermosa, incluso cuando su frialdad lo aterraba como en aquel momento hacía. Era tan hermosa que le costaba recordar que tenía que seguir respirando al mirarla, tanto que el corazón se le encogía con la sola idea de que sus labios pudieran curvarse en una sonrisa.  

—Lucy... ¿Qué está pasando? —preguntó en voz baja— ¿Qué te preocupa? — Y un pensamiento se escurrió ladino por entre las grietas de su cerebro "¿Por qué no me deja ver sus ojos?".

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02/11/2015, 02:41
Lucy

-No me mientas Alex- dice ella con tono herido. Hay un quiebre, imperceptible, pero presente en su voz cuando dice eso. -¿Por qué has venido hoy sólo? ¿Por qué insistes en decir que estoy en tus planes cuando es obvio que no? ¿Te has escuchado por un sólo segundo Alexander?- y con la mención de tu nombre, esquiva bruscamente tu intento de acercarte a ella, retirándose hacia atrás de manera cortante. Que te hubiese dicho Alexander sólo podía significar problemas, significaba que ella estaba molesta.

-Estoy cansada de escuchar que los Huntigton esto, que los Huntigton aquello, que tu vida es miserable, porque odias Edinburgo, odias a los escoceses, odias a tus compañeros... ¡odias todo en el maldito Reino Unido, Alexander! ¿¡Cómo sé si no me odias a mí también?!- dijo levantando su voz. El eco de sus palabras se regó por en medio de la arboleda como el disparo de un cazador en busca de su presa, y el sonido de su voz agrietada era coronado por el brillo de una lágrima prístina escurriéndose por su mejilla derecha, humedeciendo aquella piel blanquecina y hermosa. Era una lágrima de rabia.

-Yo... yo... lo siento Alexander- dice ella mientras da dos pasos hacia atrás. Su respiración se agita, sus movimientos son temblorosos e inseguros. -No... no puedo... lo lamento tanto. No quería decir esas cosas pero...- y se toma su mano. Sus manos delicadas y delgadas, que ostentan el anillo de compromiso que le habías dado. Sus dedos de la mano derecha se aferran nerviosos al anillo plateado, haciéndolo girar de un lado hacia el otro. -... hay algo que tengo que decirte- dice mientras se quita los lentes de sol lentamente. Sus ojos están humedecidos de lágrimas, algo rojos, pero sus pupilas azules te miran con lo que no puede ser más que una inmensa tristeza.

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07/11/2015, 19:27
Alexander de Huntington

Alexander contemplaba a Lucy sencillamente atónito. Le costaba comprender lo que estaba sucediendo y aún más, le costaba comprender de dónde venía. 

—Lu... Lucy... —pronunció, en un intento vano e insulso de aplacar el evidente enfado de la mujer—. ¿Qué estás diciendo? ¿Cómo voy a odiarte? Sabes que te amo. 

El heredero de los Huntington sentía cómo algo se quebraba en su pecho al mismo tiempo que la solitaria lágrima se deslizaba por la mejilla de su amada. No intentó, sin embargo, alargar la mano para secarla como todo su ser le pedía. No la abrazó, ni hizo nada que pudiera provocar una vez más ese rechazo que no podía digerir. 

Su ceño se fruncía ante la inexplicable oscilación de emociones de la mujer que tenía delante de sí y al ver cómo ella movía con los dedos el anillo que él le había regalado, algo se tensó en su estómago. Había tenido que vender todo el mobiliario de la antigua habitación de sus padres para poder comprarle aquel anillo, idéntico al que sus antepasados habían utilizado a lo largo de todo su árbol genealógico. El original hacía mucho tiempo que había desaparecido, probablemente embargado cuando era su padre el cabeza de familia. Pero él había hecho todo lo posible para que ella tuviera el anillo que le correspondía como prometida del heredero de los Huntington. 

Poco a poco el miedo y el dolor que le provocaba verla tan afectada fueron enmascarándose detrás de un creciente y caprichoso enfado por la poca sensibilidad de ella, por su aparente incapacidad para comprenderlo. Fue probablemente la molestia que le produjo pensar que Lucy estaba desdeñando aquel gesto al mover así el anillo lo que provocó sus siguientes palabras, cargadas de una mezcla de amarga acidez.

—Lucy... Voy a pensar que estás en... esos días y no piensas lo que estás diciendo —dijo inoportunamente mientras ella se quitaba las lentes— Porque es lo único que puede explicar todo esto de repente. Claro que no te odio y por supuesto que estás en mis planes. Todo lo que hago es para darte lo mejor. Lo que te mereces como prometida de un Huntington. 

Señaló entonces hacia el anillo con un ademán de la mano que resultó un poco más brusco de lo que le habría gustado. —En el momento en que te puse ese anillo en el dedo me comprometí a darte lo mejor. Y eso es lo que estoy tratando de conseguir aunque parece que tú no puedes verlo —terminó, ofendido—.

- Tiradas (2)

Tirada oculta

Motivo: Percep+Alerta

Tirada: 3d10

Dificultad: 6+

Resultado: 6, 2, 8 (Suma: 16)

Exitos: 2

Tirada oculta

Motivo: Des+Atl

Tirada: 3d10

Dificultad: 6+

Resultado: 3, 1, 7 (Suma: 11)

Exitos: 1

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08/11/2015, 22:47
Lucy

-¿QUÉ HAS DICHO?- dice Lucy levantando la mirada inundada de cólera, mientras una lágrima más cae por su mejilla. -¡¿Cómo te atreves Alexander?!- dice ella perdiendo los estribos. Fue en una fracción de segundo en la que notaste como sus movimientos se convertían en la expresión de esa misma cólera, mientras ella, terriblemente ofendida, tenía un destello de desprecio en sus ojos. No te costó demasiado entender cuál sería su reaccionó, cuál sería su respuesta a tu inoportuno comentario.

Ella intentó ser más rápida, intentó sorprenderte, su brazo derecho se movió con rapidez, su palma extendida, su mirada encolerizada... y sin embargo, estabas prevenido, no te costó mover tu propia mano y agarrar en el aire por la muñeca a Lucy, cortando de seco la bofetada que ella tenía toda la intención de propinarte de lleno. Sus ojos se abrieron de par en par, sorprendidos, aún humedecidos, transformando aquellas lágrimas en lágrimas de rabia. -¡Suéltame Alexander! ¡Suéltame te digo!- empieza a decir ella vociferando. Rompe tu presa tirando de su mano con brusquedad, para luego tomar su muñeca y mirarte con desprecio.

-No me mientas más. Al menos ten el valor de admitirlo... de admitir que eres una pobre excusa de hombre, perdido en tus malditos delirios de nobleza. ¡No va a suceder! ¡Nunca!- dice ella gritando con fuerza. Sus ojos bajaron y miraron su muñeca, que había tomado un color rojizo en medio de su lechosa, delicada y perfecta piel. -No eres... no eres ni la mitad del hombre que es Robert- pronunció entre dientes.

Aquellas palabras fueron como una saeta directo a tu pecho. Se enterraron con un puñal emponzoñado por la rabia que habías despertado en Lucy. La rabia cargada de orgullo, de dignidad, de aquella mujer que sentía tu actitud como un insulto. La frialdad, el desprecio, todo te golpeó como un remolino, una brisa cortante en medio del sofocante clima, acabando con el misterio de la presencia y el comportamiento de Lucy. Robert Perry Morton resonó en tu mente, desencadenando un torrente de ira de tu parte.

- Tiradas (1)

Tirada oculta

Motivo: Des+Pelea

Tirada: 3d10

Dificultad: 7+

Resultado: 2, 1, 2 (Suma: 5)

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15/11/2015, 00:37
Alexander de Huntington

Robert Perry Morton. — Ese nombre se deslizó en la mente de Alexander, reptando con una frialdad sibilina y haciendo que todo encajase en su lugar como si esa fuera la única pieza del puzzle que faltaba por colocar. Una ira fría se extendió desde su estómago, recorriendo sus venas y congelando su pecho.

—Ah —fue lo único que consiguió decir en un primer momento—. Ah... ¿Así que era eso? —preguntó retóricamente— ¡Ahora lo entiendo todo! —Poco a poco el desprecio se fue haciendo dueño de su voz y el brillo preocupado de su mirada se tornó en un desdén cínico y desagradable. La comisura de sus labios se crispó en un temblor molesto y ni siquiera contemplar la rojez que mancillaba la palidez de su suave y fina piel era suficiente para apaciguar el enfado creciente.

—¿Robert es el doble de hombre que yo? ¿Cuántas veces lo has comprobado, Lucy? —preguntó, cargado de sarcasmo— ¿Cuántas veces lo has metido entre tus sábanas y entre tus piernas? ¿Cuántas veces te lo has follado? —espetó, mirándola por primera vez desde que se habían conocido con ese desprecio implícito con el que miraba a las otras mujeres, a esas zorras— Así que era eso... —Negó con la cabeza, todavía con un deje de incredulidad.— ¡Y aún pretendías venirme con esos cuentos de víctima para que me sintiera culpable yo! 

Las mandíbulas de Alexander se tensaron, todo su cuerpo estaba apretado como una piedra, incluso sus emociones se contenían en la boca de su estómago, ahogadas por la rabia que había tomado el control. Miró a su amada y en aquel momento la vio como una sucia fulana —desprovista al fin de su máscara de dulce dama, creyó él entonces—, como la peor de las rameras, pues no sólo le había engañado, sino que lo había hecho con ese... Con ese... ¡Con Robert!

—Creía que eras diferente, pero no eres más que una puta —pronunció con un tono lento y frío, contemplándola con la mirada helada y el pecho ardiente. Ya vendría después el dolor y el arrepentimiento por esas palabras, pero en aquel momento, la lengua viperina de Alexander, esa que siempre había contenido cuando estaba junto a Lucy, liberaba todo su veneno dejando un poso de amarga acidez en la garganta del heredero de los Huntington. 

—Estaba dispuesto a dártelo todo. A luchar por un futuro para los dos. Pero nada es suficiente para ti, ¿no es así? Tú no te conformas nunca, siempre quieres más, exprimiendo a la gente. —Entonces la señaló con el dedo. —Escúchame bien, Lucy Westmoreland. —Hizo una breve pausa, entrecerrando los ojos con un odio que no iba dirigido a ella, sino a Robert y que, sin embargo, era ella quien recibía. —No eres nada sin mí. Eras una vulgar cualquiera cuando te conocí. Ahora tienes aires de gran dama, pero sigues siendo esa vulgar mujerzuela. Ahora puedes pensar que Robert es mucho más hombre que yo. Pero cuando él tampoco sea suficiente, ¡yo ya no estaré aquí esperándote!

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16/11/2015, 04:47
Lucy

-¡Cómo te atreves!- dice ella con ira en sus ojos y con su orgullo herido. Cada insulto, cada burla, cada palabra hace que la expresión de furia de su rostro se refuerce, que sus puños se aprieten, que sus músculos se tensen. -Eres un fracasado- Sus palabras son helados puñales que te atraviesan y la sensación de ser desgarrado por aquella hoja llena de furia tu corazón. -Eres un miserable Alexander, eres un don nadie. Eres peor que eso, eres nada, ¡no tienes nada ni nadie! Vives con tus malditos sueños de gilipollas, como si la reina fuese a bajar en su carruaje alado a nombrarte caballero- dice en respuesta, no levanta la voz, pero su réplica es certera, es hiriente -pero no eres más que un hijo de puta que cree que llegará lejos. No tienes ni un duro, ni un amigo en tu maldita vida- dice ella.

Con ímpetu ves como saca su anillo de compromiso en la mano. Puedes revivir en tu cabeza como se rompe lo único de tu vida que tenía el aspecto de funcionar bien. -No quiero nada de ti cretino. No voy a soportar más tus insultos y serás tú el que se venga arrastrándome, pidiéndome perdón. Robert es más de lo que tu serás nunca, y no necesita vivir de su apellido- y con fuerza lanza el anillo con gran fuerza, haciendo que se pierda en la distancia, contra las ramas altas de algunos árboles más adelante. -Tengo un futuro con Robert, que es más de lo que tendré a tu lado, imbécil- lágrimas de rabia se derraman por sus mejillas, pequeñas gotas que mezclan dos sentimientos difíciles de entender en tu actual estado de gran alteración.

-Vete a la mierda- concluye ella, mientras se gira caminando con rapidez -tú, y tu apellido de mierda, y tu casa de mierda y tu futuro de mierda- sigue gritando histérica mientras se aleja de dónde estás en dirección hacia la carretera que da acceso a la residencia de los Huntington. Su voz se extiende como ecos sórdidos en medio del pequeño bosque, su llanto se ahoga en la furia y en la distancia y sus pasos marcan la ruptura, la separación, el fin de lo que Lucy Westmoreland significaba para ti. Tu corazón late no sin cierto dolor, escudado en un orgullo anticuado, una arrogancia que sólo crece ante la imagen de Robert Perry Morton, de su estúpida sonrisa triunfal, de su acto de galante caballero, tan sociable, tan inteligente, tan apreciado por todos y todas. La repugnancia es automática.

Un viento silba con cierto aire de duda a tu alrededor, como siendo cuidadoso de no romper el hechizo de miseria sobre tu situación. El calor parece haberse disipado e incluso los ruidos de la fauna silvestre parecen silenciados, expectantes ante aquella escena, como si anticiparan el final de un drama que en tu cabeza revivirás una y otra vez por los días que te queden de vida. El vacío de su ausencia, de su salida parece haber arrancado incluso algo del mismo sitio y cada árbol, cada paso, cada nube parece hueca, desprovista de sentido, de atractivo, de motor. Incluso los cálidos rayos del sol se te antojan fríos, traicioneros, irrespetuosos.

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20/11/2015, 03:08
Alexander de Huntington

Alexander aguantó los insultos de Lucy con un estoicismo que sólo se sustentaba en la rabia que sentía. Los cuchillos helados que eran sus palabras, atravesaban un corazón que ya se había congelado y su barbilla se elevaba en un gesto altanero mientras la contemplaba, desde el pedestal de superioridad moral al que él mismo se había subido. El dolor se ahogaba en esa ira cínica y fría entretejida con una dignidad nobiliaria tan anticuada como fuera de lugar en su situación real. 

La contempló quitarse ese anillo que significaba demasiado como para que su débil mente de mujerzuela pudiera comprenderlo y valorarlo y vio el arco que describía antes de perderse entre las ramas lejanas. La escuchó proferir lo que le parecía tan sólo un intento vano y débil de culparlo a él de su traición y cuanto más se indignaba ella, más se erguía la espalda de él.

Ni siquiera se molestó en dar respuesta a sus insultos de mujer histérica que intentaba ocultar su desliz. Su mirada, cargada de desprecio y repugnancia era suficiente. 

—Por mucho que grites, no dejarás de ser una sucia fulana —fue todo lo que dijo, con un tono frío y los ojos centelleantes, antes de que ella se diese la vuelta para marcharse.

Sin embargo, cuando se quedó solo, de repente el mundo empezó a hacerse muy pesado y sintió un pequeño vahído. Echó los hombros hacia delante y llevó la mano a su frente. Tuvo que cerrar los ojos y en ese instante, todas las imágenes de los momentos pasados junto a Lucy acudieron a su mente, taladrando con insistencia la coraza en la que había intentado empedrar su corazón. Recordó sus cabellos brillando bajo el sol, la suavidad de su piel, ese lunar que le gustaba besar tras hacerle el amor y su forma de entrelazar los dedos con los suyos al caminar, dejando que su dulce voz lo acompañase en sus ensoñamientos. Los ojos empezaron a picarle y sintió cómo el nudo en que se apretaba su estómago luchaba por deshacerse en un sollozo.

—No, Alexander —pensó—. Los hombres no lloran. Los nobles no lloran. 

Y con ese pensamiento se obligó a sí mismo a contenerse, preocupado una vez más de las apariencias antes que de sus emociones. Un Huntington no lloraba por cualquier zorra barata que no estaba a la altura. Lucy no se merecía que derramase ni una lágrima por ella. No le daría ese gusto, ni a ella ni a Robert. 

Ese nombre se le atragantaba incluso en sus pensamientos y lo aprovechó para reunir toda su congoja y transformarla en resentimiento. —Algún día me las pagará —se repitió a sí mismo una y otra vez—. La venganza llegará y lo veré retorcerse a mis pies. Y entonces, esa zorra se dará cuenta de quién tiene un futuro y quién es una sucia rata mediocre y ladina. 

Tras ese momento, enderezó su espalda con el orgullo nobiliario para el que había sido educado. Empezó a dirigir sus pasos al lugar donde creía que debía haber caído el anillo y empezó a buscarlo sin agacharse, sólo con la mirada. Lucy no tenía ni idea. Ni puta idea. Pero él sólo necesitaba tiempo para conseguir su objetivo. Le demostraría cuánto se había equivocado. Y entonces ella acudiría a suplicar a sus pies. 

- Tiradas (1)

Motivo: Percep

Tirada: 3d10

Dificultad: 8+

Resultado: 1, 1, 4 (Suma: 6)

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23/11/2015, 01:14
Narración

La soledad y la brisa cálida y deprimente de aquel verano se quedaron como tu única compañía. Buscas entre la vegetación seca, las hojas resecas y cuarteadas y la tierra agrietada el sitio en el que el anillo de compromiso que habías dado a Lucy debió haber caído. Sin embargo, bajo el inclemente sol, bajo la mirada de los árboles que parecen juzgarte desde su altura orgullosa y altanera, la búsqueda simplemente se torna infructuosa. Y sin importar cuánto tiempo pasas allí, con cada minuto te convences de que aquel anillo, aquel valioso símbolo que se había llevado parte de tu miserable herencia, había optado por desaparecer en aquel sitio alejado del mundo.

Y allí, tanteando, pensando, sólo el eco de un motor lejano, de un coche acelerándose y perdiéndose de regreso al norte llega como un gemido lejano, como un Adiós definitivo que te dejaba en la más absoluta soledad que se cernía sobre tu alma de manera lenta, reptando como una enfermedad que aprieta tu corazón, que llama a las lágrimas que resistes y destierras y que te deja a merced de tu propia humanidad, despojada de gloria, de nobleza o incluso de la posibilidad de una familia que perpetúe el antaño respetado apellido de los Huntington.

Todo ahora estaba lejos. Todo parecía una triste pesadilla en medio de las tinieblas... a medida que lentamente vas recordando. Esto... esto ya ha sucedido. Ya ha pasado, ya has sentido esta tristeza y ya habías estado allí. El paisaje se disuelve en la oscuridad y devora la lejana casa, los taimados sonidos de la naturaleza, el insoportable calor y la desesperación de la infructuosa búsqueda. Tu mandíbula duele, tu propia vitalidad se extingue y un frío se cuela por tu cuerpo, produciendo una extraña sensación, lanzándote de regreso a la realidad que vuelve a aparecer en tu cabeza.

Y así como vino, aquella visión del pasado desaparece, dejándote un eco de aquellos sentimientos, aquellas sensaciones, aquellas nostalgias de lo que fue... y no pudiste cambiar, mientras estabas vivo.

Notas de juego

Fin de este interludio