Partida Rol por web

Los dos latinos se comportaron de forma muy amistosa con Pancho, y eso que el mexicano era un forastero que se había dirigido de forma bastante brusca con ellos. A pesar de sus bajas luces, Pancho enseguida vislumbro en aquellos dos hermanos el carácter generoso de las buenas gentes hacendosas que se ganan el pan con el duro y honrado trabajo diario.

Los González le transmitieron enseguida una cordialidad que él mismo no se había ganado al hablarles así por lo que Pancho enseguida se sintió en deuda con ellos, y se prometió a sí mismo no disparar a ninguno de ellos si por casualidad en algún momento se producía un tiroteo en el pueblo.

Además, que no fueran gringos, si no latinos como él, y que se dedicaran a cuidar de los caballos en el establo (siendo Pancho un amante de los caballos) hacía que el gigante de más allá de la frontera empatizara aún más con ellos.

Así pues ni corto ni perezoso Pancho Castillo aceptó la invitación de los hermanos González, sentándose junto a ellos en su mesa y llevándose consigo la misma su botella, para convidar con ellos, así como el plato aún sin terminar (pero que poco más duraría lleno en sus manos)..

-Mi nombre es Pancho, del sur de la frontera…- Dijo algo imprudentemente el cabeza hueca, sin percatarse que quizás alguien en el saloon podría saber ya de su participación en la fuga de Lonegan, pues la noticia se había extendido como la pólvora desde el suceso hace no pocos dias.- ...y si que tengo un caballo ahí fuera que me gustaría llevar al establo...-

Nada más sentarse estrechó las manos que los dos hermanos le ofrecían con fuerza: -...pero no quiero hacerles más de labor por hoy, ándele. Comamos y bebamos tranquilos, zamacotes, que ustedes si que saben tratar a los forasteros, y se merecen un par de tragos de mezcal. Que ya llevaremos el caballo al establo más tarde güates, cuando nos hayamos tomado dos o tres botellas de tequila más juntoooos, y les ayudo a quitarle la silla si hace faltaaa.-

Al poco, Pancho ya estaba  borracho, con las mejillas sonrosadas y soltando voces con muchos aspavientos. Cuando acababa una botella, pasaba a pedir otra y que se la cobraran a él, y convidaba a los dos paisanos. Riendo y contando anécdotas a carcajada limpia.

También a cuenta del tequila empezó a hablar más de la cuenta; les dijo a los dos hermanos que le habían caído bien y que ya estaría en contacto con ellos pues en muy poco tiempo Pancho contaría con una buena cantidad de dinero. Una “muy grande”, fruto de la herencia de “un tío suyo” y que con ese dinero se iría al sur de al frontera, donde compraría buenas yeguadas y tierras y montaría un rancho. Y que necesitaría a hombres como ellos en la finca que supieran trabajar con los caballos. Es más,  les dijo que podrían traerse a sus familias con ellos, y le buscaría trabajo a todos en la finca, donde podrían asentarse, pues necesitaría a buenas gentes honradas como ellos, de los que saben tratar bien a sementales pura sangre de mexico que iba a comprar.

-...no como esa mierda de caballos mustangos norteamericanos, que no valen para nada, por mucho que digan. Bueno, en verdad hay que decir que lo único bueno que tienen es justamente su poca parte mestiza latina que les queda! ¡JA JA JA JA!-

Michael estaba sorprendido, aquel mejicano, bruto, sucio y zafio ¡estaba haciéndolo mucho mejor que él! Pancho había jugado la carta de la baraja española y ¡le había salido bien! Mientras tanto, el camarero y su asiático ayudante se afanaban por llevarles comida y bebida en abundancia. Cuando el dueño por fin pudo atender al jugador éste ya había tenido tiempo de estudiar la composición del saloon, la entrada al sótano, los jugadores en la mesa, los mejicanos... y las chicas.

- Como he dicho antes... - sonrió. Estaba irritado por la tardanza, porque le hubieran hecho esperar y más aún porque hubiera sido atendido después de Pancho y los otros dos mejicanos, que sin duda no eran unos elegantes caballeros como él mismo. Pero no dejó traslucir su malestar, no era bueno hacerse enemigos y menos aún tan pronto.

- Pan, whisky y algo de estofado.. si es que esos tres han dejado algo, claro. Que sea un buen whisky - hizo pinza con los dedos y puso las monedas a bailar por el mostrador, dejando claro que esperaba ser atendido, pronto y que estaba dispuesto a pagar por ello.

Mientras las monedas giraban todas juntas en el mostrador dejó la chaqueta cerca del fuego, con cuidado de no dejar a la vista el agujero de la pechera, la dejó doblada justo cuando las monedas comenzaban a caer con un tintineo. Volvio a la barra y espero a ser atendido. Se sentó solo en una mesa cerca de donde los ancianos jugaban a las cartas. Esperaría a terminar su comida y luego unirse a ellos. Sería una buena forma de hacer tiempo hasta que el saloon estuviera cerca de cerrar. Entonces vería lo que las chicas eran capaces de hacer.

Cuando James se fue, dejándonos solos a mí y a Jack, me quedé en silencio. ¿Qué se suponía que podía decirle? ¿algo como que estos tres años habían sido un infierno? Él había estado en la carcel, así que no creo que los suyos hubiesen sido mejor... ¿Algo como te eché de menos? ¡Qué tontería! No eran de esa clase de parejas...

"Quizás no estaría mal ser esa clase de parejas ¿no? Con un noviazgo normal, un anillo, una boda..."

Aparto ese pensamiento absurdo y estúpido que no sirve de nada y miro el fuego mientras siento mi ropa húmeda. Me acerco más al fuego y le paso la botella de whisky, en silencio, de nuevo. Lo miro al hacerlo, intentando evaluar cuánto habrá cambiado en la carcel...

Por suerte, vuelve James y me salva de este silencio incómodo.

-¡Bah! Mucha confianza sería esa... Mejor hagámonos a la idea de que esta noche no volverán- contesto a su comentario sobre que Michael y Pancho traigan algo para comer

Los dos mexicanos continuaron las chanzas de Pancho, aunque admitieron no saber tanto de caballos, más que alimentarles y herrarles, pero que con ello se ganaban un dinero que bien gastaban para vivir tranquilamente. Ante el generoso ofrecimiento de unirse a él en una finca privada brindaron con una generosa cantidad de tequila y aceptaron concediéndole las mayores alabanzas, pero el tono era tan excesivamente alegre que resultaba difícil discernir desde fuera de la conversación si era un velado sarcasmo, influencia del alcohol, o simplemente se estaban dejando llevar por el ambiente.

La respuesta irritada de Maverick pareció hacerle darse cuenta al barman de que el error había sido suyo y respondió con una respetuosa y afectada disculpa. Inmediatamente llamó al chico y le puso de inmediato a calentar un plato en la cocina, mientras servía al recién llegado una generosa copa de whisky y dejaba la botella cerca.

La clientela parecía satisfecha y menos necesitada de las atenciones del barman, que sacó de bajo la barra un segundo vaso y se sirvió a si mismo otra copa, aunque con apenas un par de dedos de licor.

- No vienen muchos forasteros por aquí. Le preguntaría por qué han decidido pasar por este pueblo dejado de la mano de dios, pero para mí está claro que el motivo es la lluvia que les ha pillado por sorpresa. -

Se montó un pequeño revuelo en el piso superior; poco después bajó un hombre que por su apariencia apenas acababa de dejar atrás sus mejores años, con unas pocas canas en su pelo. Mientras se sentaba con un aire tristón a la mesa con el resto de jugadores de poker no disimuló el gesto de devolver los bajos de su camisa al interior de los pantalones, y una tercera mujer que antes no estaba en el piso superior le despedía con un gesto de la mano. El resto de jugadores le recibieron con una mezcla de carcajadas y palmadas de consuelo.

- Isaias Callaway, orgulloso dueño. - dijo el barman apartando la atención de la escena y extendiendo su brazo para extender la mano a Maverick, casi al mismo tiempo llegó el joven asiatico para servir la comida - No haga caso. Nuestro médico se ha "encaprichado" de la buena de Carla, creo que es la tercera pedida de mano esta semana. La respuesta sigue siendo no, pero al menos no la visita en balde. -

Jack permanecía mirando el fuego extrañamente silencioso entre cortos tragos de Whisky, rodeado de un aire misterioso. Aparentemente no había cambiado, pero aquellos silencios no eran los mismos que cuando en los viejos tiempos se concentraba antes de dar un golpe cuidadosamente planeado. Ahora estaba como ausente, mirando al vacío, viendo o recordando algo que vosotros no podíais.

La lluvia en el exterior provocaba el mismo ruido que si hubierais tenido un caudaloso río justo a vuestro lado, y no parecía que fuese a amainar; poco a poco las pocas luces del crepúsculo se fueron apagando, hasta que lo único que podíais ver era el interior de vuestro improvisado refugio y un puñado de metros más allá de su umbral.

En cierto modo era cierto aquello de que veías algo que los demás no podían. El incansable viejo indio había hecho su aparición casi cuando encontrasteis el refugio. A pesar de que aquella era de sus apariciones más tranquilas y simplemente se movía lentamente, como aburrido, preferiste intentar evitar hacer contacto visual con él.

Habían pasado unos minutos desde que os sentarais a beber del whisky de McReady, cuando te diste cuenta de que el indio estaba de pie mirándote, no de forma socarrona o intimidante, ni siquiera sonriente; simplemente te miraba impertérrito, y en su mano derecha sujetaba una pala como si de una lanza se tratase. Apenas te estabas preguntando por la extrañeza de la escena cuando el indio levantó la pala, la partió por la mitad con la misma facilidad que si fuera una ramita y la arrojó a tus pies. Después de aquello se quedó mirándote con un aire de tristeza mientras la pala y el propio indio se desvanecían en el aire.

El silencio reinaba en el improvisado refugio donde los tres viejos compañeros se habían cobijado de la intemperie. James miraba el fuego crepitar mientras pensaba. El resto, hacían lo propio.

El reencuentro con sus viejos camaradas no había sido como se lo había imaginado. En su imaginación había risas, chistes, confidencias, camaradería, whisky y grandes planes de futuro. Pero no había sido así. Ya no había la complicidad y la camaradería de antaño. La cosa no parecía ir mejor entre Juanita y Jack. Entre ellos existía un pasado, pero no un presente y del pasado, no se puede vivir. Él lo sabía mejor que nadie. No había duda de que el tiempo y la cárcel habían cambiado a Jack, que la ausencia de Jack y la vida en el cabaret habían cambiado a Juanita y que la ausencia de ambos, lo había cambiado a él mismo. No, los viejos tiempos no volverían. 

James añadió otro leño a la hoguera y miró a Jack. 

-¿En qué piensas, viejo amigo?-dijo incapaz de soportar aquel silencio por más tiempo-.
 

Pese a mis esperanzas, la llegada de James no habia mejorado el ambiente. Sentado en silencio con nosotros, solo consigue hacer aún más evidente la situación.

Intento distraerme pensando qué haré con mi parte del botín, aunque es algo que ya tengo pensado. He tenido 3 años para pensarlo. Pero en mi imaginacion, Jack aparecía y ahora empiezo a imaginar como quedan sin planes sin él.

"Puedo seguir marchandome a México, donde mi cara no es tan famosa. Y puedo seguir comprando el rancho que quería. Pero nadie me tomará en serio. Nadie toma en serio a una mujer sóla."

Entonces James le pregunta a Jack en qué está pensando y yo... no sé si quiero saberlo... Me envuelvo aún más en mi ropa y me acerco más al fuego.

Dos botellas de tequila se encontraban ya vacías sobre la mesa de aquél trío de hombres del sur de la frontera, y una tercera se encontraba en camino. Las voces desgañitadas de hablar a voces de aquellos hombres bebidos habían causado que algunos de los presentes en el lugar se giraran con mirada de evidente molestia.

Pancho tenía ya los ojos enrojecidos y visión doble de forma que los gemelos se habían transformado por arte de magia en cuatrillizos, y así se dirigió a ellos: -Oz voy a guedicar la cansión de Jalisco lindo…¡a los cuatro!- Pancho se levantó de la silla que ocupaba a duras penas y al retirarla hacia atrás arrastró las patas sobre el suelo con un chillido horrible de esos que producen dentera.

Después, medio tambaleándose, intentó subir a la mesa que ocuparan los tres: Una vez arriba, si es que no se cayó de culo antes, empezó a cantar a viva voz una ranchera:

-¡Ay, ay, ay, ayyyyy! ¡Canzza y no ioreeees!

porque cantaaando se alegan

sie-lito lindo los corasoneees

¡De la sierra, moguena

sielito lindo vie-nen bahandooo...!

¡hic!

...un par gue ojitos negros

cielito lindo gue contragando

De la sierra, morena ¡hic!

sielito lindo vienen gajando

un par de -hic- ojitos ne-negros

sielito lindo de congrabando

La la la laaaaa….

La la la la laaaaa…..-

Cantaba mu mal (claro, estaba beodo). Pancho gritaba a pleno pulmón, bamboleando la mesa de un lado a otro, a punto de caerse sin lograrlo del todo.

Fué a echar un buen trago a la botella de tequila en su mano. Quedaba poco contenido y el mezcal alcohólico se agotó. Inmediatamente, Pancho miró por el cuello de la botella con un ojo abierto y el otro cerrado, como si de un telescopio se tratase, incrédulo ante la falta del sustancial líquido elemento: -¡Pero qué carajo...!-

Sin medir cuentas, arrojó la botella por los aires, y esta se estampó en mil pedazos. Como no veía ni un pedo, no sabía a donde había ido a estrellarse.

-¡Camarerrooouuu..! ¡Otra boteia del meapis este, que no es tequila ni na!-

James estrechó la mano que el camarero le ofrecía por delante de la barra y respondió a las preguntas de éste.

- ¿Pueblo dejado de la mano de Dios? no se crea, para mí ha sido una suerte encontrármelo. Hasta entonces sólo había tenido un aguacero y la compañía de ese mejicano que ve ahí y con el que me encontré en mi camino a Tucson.

- Asuntos de una herencia - se limitó a dar por toda razón para su viaje - abogados, ya se sabe - añadió con un sufrido encogimiento de hombros y una sonrisa forzada, como si éstos fueran un mal del Cielo, como las inundaciones o la sequía y uno no pudiera hacer para evitar a los picapleitos que lo que hacía para evitar una plaga o la peste.

Había elegido Tucson por ser la ciudad importante más cercana, sin duda el lugar desde el que aquellos pueblerinos recibían ley y justicia. Lo suficientemente lejana como para que nadie le preguntara por conocidos o noticias recientes. No tenía intención de profundizar más en su historia, así que recogió su plato, vaso y botella y dejándo tres dólares sobre la mesa, una cantidad nada desdeñable, se sentó en una de las mesas libres. Curiosamente, cerca del desafortunado doctor.

Hizo un nuevo paseo hacia la barra en busca de sus cubiertos y el pan, mientras miraba, haciendo un simpático y rápido guiño a la tercera meretriz y a sus dos acompañantes previas*.

- Querré una habitación, al menos para esta noche - pidió igualmente una servilleta, pues aunque no lo dijo, como caballero estaba claro que no iba a limpiarse con el pañuelo o la manga, como era habitual entre la gente de baja condición y menores entendederas.

Volviendo a su mesa, empezó a comer tranquilamente. Cuando estaba a punto de entablar conversación con el triste doctor que aún así parecía tener las alforjas aliviadas, justo entonces, Pancho empezó a "cantar" por llamar de alguna forma a tan terrible estridor a gritos.

- Tucson, ¿eh? - dijo el barman haciéndose el entendido - Entonces aún le queda un buen trecho. Seguro que se arrepiente de no haber cogido el tren. - Pero ya no le prestabas atención, sino que mirabas a las tres "señoritas" del piso superior. Alguna de ellas aún lanzaba alguna mirada ocasional en tu dirección, hasta que decidistes saludarlas "a tu modo".

"La más joven"	"Carla"	"La más descocada"

Las reacciones fueron diversas. La que parecía más joven apartó la vista sonrojada, y se apartó de la vista refugiandose entre las sombras del piso superior, la llamada "Carla" según el barman soltó una risa con ganas, dando totalmente la impresión de sentirse halagada, y la última y más descocada simplemente esbozó una sonrisa pícara e hizo un gesto con el dedo que solo podía significar "acércate".

Por otro lado, Pancho se las había apañado para atraer la atención de hasta el más borracho y desorientado de los parroquianos. Tras una exhibición de lo que ni siquiera un indio llamaría "cantar" y arrojar una botella casi vacía, que por obra de algún milagro había ido a parar directamente a la chimenea soltando algunos silbidos y chisporrotazos bastante impresionantes cuando al alcohól se mezcló con las llamas, gritó al barman pidiendo más al tiempo que daba un fuerte golpe a la mesa con el pie. La mesa, ya muy resentida por el peso del nada delgado Pancho se partió por la mitad, arrojando al mexicano al suelo... y provocando que la muchedumbre al completo estallase en carcajadas.

Pancho entre la borrachera, la mesa, las risas y los chisporrotazos de la chimenea, creía que el suelo se había abierto bajo sus pies hacia el infierno, donde unos diablillos carcajeantes se mofaban de él. Sin embargo, desde el punto de vista de Maverick, Pancho solo parecía aturdido y magullado, aunque ileso, además era consciente de que la "dama" del piso superior que se había interesado por él seguía esperándole, pero el barman, aún riendo a carcajadas le puso una mano en el hombro deteniéndole.

- Alto ahí, amigo. - se detuvo intentando controlar la risa para hablar - Si no quieren pagarme un gran extra tendrán que ayudar a recoger lo que han roto, y su compañero no parece muy capaz de ayudarse ni a si mismo. - Isaias intentó llamar al joven asiatico, pero el chaval estaba tan ocupado riéndose que no lo escuchó, e Isaias desisió. - A la porra el chaval. Cargue usted mismo una escoba de la alacena y limpie el desastre. - terminó por fin señalando la deseada puerta al sotano.

Para creciente horror de Michael, el mejicano estaba montando cada vez más revuelo, todo el mundo había vuelto los ojos y sin duda los oídos hacia su esperpéntico espectáculo de canto y baile. ¿La duración del mismo? Eternamente más de la deseable. Al término del cual, como colofón, Pancho lanzó la botella al fuego en una explosión de ruido, cristal y llamaradas de colores.

Michael apenas podía creer que aquel tipo pudiera ser tan tonto o tan irresponsable. O quizás fuera un borracho de manual como siempre acababa habiendo en cada pueblo. ¿Pero por qué tenía que haber precisamente uno en la banda de Lonegan? Estaba claro que aquel botín le iba a costar mucho más caro de lo que había imaginado en un principio. James se lo había vendido como si aquella aventura tuviera más gracia y muchos menos tiroteos, cabalgatas de sol a sol y ahora... una pelea de bar.

Sin embargo, nadie se levantó dispuesto a estrellarle una silla en la cabeza a aquel botarate. Muy por el contrario todos los presentes se limitaron a carcajearse y hacer de Pancho el centro de su atención y diversiones. ¡Si hasta los jugadores de póker habían dejado sus cartas para carcajearse y aplaudir! ¡El médico, que hacía un momento había sido avergonzado en público, ahora lloraba de risa!

Aquello puso en James una extraña sensación. Por un lado alivio, por lo visto la noche se saldaría sin un ojo morado o una costilla rota. Por otro cierta envidia, habitualmente aquel era su puesto, el centro de la fiesta, el eje de las risas. Al que buscaban para animar el cotarro... al menos hasta que desplumaba a unos cuantos, claro.

- Alto ahí, amigo - le dijo el camarero entre risas pero con un tono moderadamente serio - ¿Qué? - estuvo apunto de responder Michael malhumorado, pero el camarero no llegó a darle tiempo a hacerlo

- Si no quieren pagarme un gran extra tendrán que ayudar a recoger lo que han roto, y su compañero no parece muy capaz de ayudarse ni a si mismo - Michael miró furibundo primero a Isaias, orgulloso propietario y luego al mejicano que se carcajeaba - ¡Ese no es mi compañero! ¡Pero si apenas lo conozco! - gritó Michael furibundo y era cierto todo lo que decía y a lo que hubiera respondido el camarero si el ruido del local no hubiera ahogado sus palabras por completo.

- A la porra el chaval. Cargue usted mismo una escoba de la alacena y limpie el desastre - terminó por fin señalando la deseada puerta al sotano - ¡Pero como se atreve! - estuvo a punto de responderle. Pero como el camarero apenas le oía ni parecía atento a lo que dijera y además estaba señalando la puerta por la que, después de todo, él prendía entrar, el jugador se encogió de hombros y murmuró un - ¡Qué demonios! - cogió su sombrero y su botella de whisky de la mesa, se puso el primero en la cabeza y dejó el segundo con un golpe sobre una mesa cerca de la que compartían los tres mejicanos. No se trataba tanto de un malhumorado gesto "¡bebed hasta explotar si quereís!" sino de una forma de que la fiesta continuara durante tiempo suficiente. Seguramente Pancho entendería la señal y si no lo hacía... bueno, a fin de cuentas era un alcohólico y aquello combustible ¿no?

A decir verdad, entre lo recio que era y la borrachera que llevaba, Pancho apenas sintió el golpe cuando cayó al suelo patas arriba, con restos de la antigua mesa a su alrededor. El mexicano frunció el ceño visiblemente disgustado ante el estallido de carcajadas de los presentes. Eso no hizo más que empeorar su rostro de borracho, ya con gesto retorcido de antemano, dándole un aspecto de bufón simiesco.

Desde su posición tumbado en el suelo panza arriba, Pancho veía ahora cómo todos aquellos rostros de diablillos giraban mirándole desde arriba en círculos. Daban vueltas y más vueltas cada vez más rápido, y riéndose con más fuerza. Su rostro se enrojeció.

-¡Bazta yaaa, pendeeee... (hic) ... jos! ¡¿Acaso se están riendo de miiiiii...!?- Hizo una intentona brusca e iracunda de levantarse del suelo, pero tomó demasiado ímpetu y se encontraba demasiado borracho, de modo que se enredó con una silla entre las piernas y pronto volvió a caer de bruces contra el suelo, esta vez de cara.

Se llevó la mano a la cara y al mirarse la mano descubrió que estaba sangrando de la nariz. No mucho, un pequeño hilillo. Pegó un bufido y se arrastró hasta la pared más próxima, la cual intentó utilizar para recuperar la verticalidad, esta vez con más cuidado (apoyaba las palmas en ella, como si trepara, aunque más bien la pared impedía que se cayera al suelo)

-¡Pues ustedes no saben quién soy yo...! ¡Yo soy..!- Empezó a gritar malhumorado y con aspavientos a los presentes.

Detuvo su diatriba al ver a una elegante figura con sombrero cerca de la barra (le resultaba familiar, pero en aquél momento no caía; tan sólo veía una silueta humana borrosa alejándose en dirección a una pequeña puerta de salón).

Lo que si había visto bien era como aquella figura familiar dejaba una botella reluciente y solitaria sobre la mesa sólo para él. Para eso sí tenía buena vista Pancho. La botella brillaba con un fulgor radiante como si del Cáliz de Cristo se tratase en medio de aquella infernal ceremonia de diablillos sonrientes:

-Ándele. ¡Pero miren por donde que ahí está la salvación divina..!- Y se arrojó hacia la barra (tambaleante cuanto menos) con intención de agarrar la botella y dar buena cuenta de ella. Apartaba a manotazos, la malloría torpes bandazos al aire, a los pocos habituales del local que se encontraban de por medio, al grito de -¡Apartaz belcebú! ¡No intentes apartarme de la sssagrada ostiaaaa!.-

Tendría suerte si aquella noche no acababa inconsciente o en el calabozo.

Aquella última escena había provocado una gran algarabía en el saloon. Los jugadores de poker casi se olvidaron de su partida, algunos de ellos doblados y con las manos sobre su estómago como si temieran perderlo a causa de las carcajadas, otros como los gemelos despatarrados sobre sus sillas; incluso las prostitutas del piso superior ocultaban sus risas en una mezcla de diversión y discreta preocupación por el tambaleante mexicano que sujetaba la botella de whisky como si fuese su amante.

Mientras tanto Maverick caminó a paso ligero hacia la alacena, en parte por los bonos estatales que le esperaban en su interior, en parte por su súbito estallido de orgullo y cólera hacia el barman, y en parte... por vergüenza de Pancho. No había sido discreto ni mucho menos, pero al menos había conseguido su propósito de acceder al sótano... o al menos eso pensaba.

En cuanto Maverick abrió la puerta se encontró el interior de un armario escobero, tan pequeño que apenas cabían allí un cubo abollado y oxidado, un trapo que no hubiera estado menos sucio si lo hubieran usado para limpiar la caldera de un tren mercancías, y una escoba tan basta y con el extremo tan deshilachado que parecía la genuina pertenencia de alguna vieja bruja. Pero ni rastro de un posible sótano.

Lonegan continuó su silencio contemplativo varios minutos como si no se hubiera dado cuenta de que le hablaban. El ambiente era cada vez más tranquilo, llegando al punto en que comenzó a entraros sueño; pero de súbito Lonegan se levantó como accionado por un resorte desvelándoos y poniendoos en alerta, aunque aparentemente no había ocurrido nada.

- No esperaremos más. Los dos novatos pueden bastarse para recuperar los bonos y mis revólveres. Nosotros abriremos la tumba de "El Francés" esta misma noche. -

Sus palabras parecían algo alocadas, sobre todo por la densa lluvia que caía, aunque al mirar hacia afuera comprobasteis que mientras no os dabais cuenta la lluvia había remitido en gran parte, convirtiendose en una constante pero ligera cortina de minúsculas gotas de agua.