Partida Rol por web

Cuando Silvana levanta la cortinilla de uno de los confesionarios, casi muere de un infarto al ver emerger de ella a un monje de aspecto cadavérico, casi en los huesos, que apareció de golpe a apenas cinco centímetros de su rostro.

-A fe mía que había oído pasos, pero no los suponía tan cerca.

Se disculpa, dando un paso a un lado y contemplando a la moza que tenía ante él mientras echa un vistazo de reojo a Agustí.

-¿Peregrinos en busca de un poco de paz espiritual? Soy Antonio Sanz, capellán mayor de la capilla. ¿Puedo hacer algo por ustedes dos, amables dama y gentilhombre? La casa del Señor siempre está abierta para aquel que busca encontrarse con la palabra de Dios.

Esperaba encontrar a alguien pero aun asi me sobresalto cuando aparece el monje. Rapidamente esbozo una sonrisa timida y bajo la mirada.

-Oh, siento haberlo molestado, Padre. Este es mi primo Agusti. En realidad lo buscaba, queria visitar la capilla pero una vez aqui he sentido la fuerza espiritual de Dios y me gustaria confesarme, la peste azota muchos pueblos y en caso de que llegue hasta aqui quisiera morir libre de todo pecado.Estamos en el castillo de visita y partiremos enseguida, no le robare mucho tiempo.

Miro de reojo a quienes tienen que robar el caliz, mi rostro tiene la expresion de quien en su vida a roto un plato. Si consigo entretener al fraile el tiempo suficiente podran coger lo que necesitamos.

El muchacho se acercó distraídamente hacia el lugar donde reposaba el cáliz sagrado. Solo faltaba que Gonzalo comenzara a silbar para dar más ímpetu a su acción de pasar inadvertido.

De repente, se sobresaltó al escuchar una voz diferente a la de los miembros del grupo. Era un anciano monje que reposaba de su "ajetreado" trabajo tras la cortina del confesionario. Por suerte, Silvana lo distrairia con alguna de sus historias, dando tiempo a poder agenciarse de la buscada reliquia.

Gonzalo se acercó poco a poco, algo más tranquilo viendo la reacción de su compañera, al cáliz. Estaba a escasos centímetros de él...alargó su mano...y...

En un abrir y cerrar de ojos, el cáliz había desaparecido, ya no estaba en el altar, no reposaba donde siempre había sido admirado.

Una ligera sonrisa apareció en el rostro de Gonzalo. Una sonrisa y un añadido "peso" a su macuto. Un peso que en parte lo emocionaba y en parte lo atemorizaba.

-Lo tengo!- susurró a Sebastián.

Por un instante Agustí cree que el cáliz ha desaparecido a causa de algún encantamiento ptotector y maldice psra sus adentros. Pero en seguida se da cuenta de que todo ha sido obra de las hábiles manos del bien apodado "el rata" y sonríe. Después se dirige a Silvana.
-Me temo que no habrá tiempo para confesiones... prima. Debemos partir ahora mismo pero estoy seguro de que encontraremos otro lugar devoto muy cerca, pues Valencia es lugar de mucha y fuerte fé.
Con un gesto de cabeza indico a los demás que es el momento de marcharse de allí.

El rápido movimiento de dedos de Gonzalo sorprendió a Sebastián que no pudo más que maravillarse de su habilidad. Dudó un instante si coger el por su cuenta algo mas, tal vez uno de esos crucifijos de oro. Despues de todo, pensó, cuando ya has cometido un pecado tan grave como robar una reliquia a la iglesia debes tener el infierno asegurado y si vas a ir al infierno de todos modos...

Finalmente la piedad venció a la codicia, se santiguó mirando al Cristo de la cruz, dio un empujón al muchacho para que se pusiera en marcha y se dirigió a la salida discretamente sin quitarle ojo al sacerdote.

Consciente de que Gonzalo habia birlado ya el caliz, me apresure, y sin previo aviso agarre la mano del fraile y la bese con una devocion impropia de mi.

-No hay tiempo, pero dejad que este santo hombre me otorgue su bendicion antes de marchar- me arrodille ante el cura sin soltarle la mano exagerando mi actuacion para que centrara su atencion en mi y no en Sebastian y el Rata que estaban saliendo ya de la capilla.

-Bendigame y me marchare mas tranquila, padre

El monje, complacido por la devoción de Silvana, accede de inmediato a bendecirla. Mueve la mano esbozando una cruz sobre su cabeza mientras pronuncia unas devotas palabras solemnes.

El grupo parte del castillo y se acerca a la puerta. Los sorprendidos guardias os detienen al llegar a su puesto, extrañados de que ya hayáis terminado una visita que supondrían habría de prolongarse al menos durante un par de días.

-¿Ya se van? A fe mía que no les ha dado tiempo ni a rezar un Ave María.

Están relajados, con las armas bajadas, sin atisbo alguno de hostilidad ni otro sentimiento aparente más que el de una sana curiosidad.

Me adelante un poco y respondi a los guardias rapidamente, esta vez me daba igual llamar la atencion, ya teniamos lo que queriamos y teniamos que salir de alli cuanto antes.

-Señor ha ocurrido algo y no queremos poner en peligro a los moradores del castillo. Mi compañero de viaje- señale a Gonzalo con discrecion- -No se encuentra bien, tiene fiebre y me temo lo peor -baje la voz como si fuera a contar un secreto- Hace poco pasamos por una aldea azotada por la peste y...puede que Dios lo haya castigado con la enfermedad, por el bien del palacio hemos decidido marcharnos cuanto antes lejos de aqui. Espero que no haya problemas en que lo hagamos. Si me lo permiten..., yo no me acercaria mucho a el. Dejenos marchar en paz por favor.

Despues de soltar otra mentira mas me quede tan fresca. Mire a los guardias suplicando y adopte la sonrisa triste de quien acepta su destino.

Gonzalo, al escuchar las engañosas palabras de Silvana sobre su estado febril, entendió que era un buen montaje para conseguir salir de allí gracias al temor que los soldados podrían tener sobre una posible infección en la ciudad.

Así pues, el muchacho similó algo de malestar, dolor de cabeza e incluso un pequeño traspié a la hora de caminar. Un poco de teatro ayudaría a salir de allí con algo más de presteza.

-Cof, cof...- tosió Gonzalo para remarcar su "actuación".

Sin dilación alguna os abren la puerta para permitiros partir. Durante un minuto escaso os estuvieron contemplando en vuestro avance hacia el exterior de la fortaleza, alejándoos de la construcción interna en sus muros. Todo parecía haber salido a pedir de boca.

Las puertas ya se estaban cerrando a espaldas vuestras. Los guardias, con evidente aburrimiento, ya no mantenían la mirada fija en vosotros. Nada había salido mal ni nada parecía poder agriar vuestra victoria. La mitad de una misión cumplida a una velocidad vertiginosa.

Pero no todo iba a salir tan bien como estaba previsto. Justo cuando os encontrabais como a unos treinta metros del portalón de la fortaleza de palacio, sentisteis un sonoro revuelo en su interior. El monje Antonio Sanz acababa de salir de la iglesia y corría hacia las puertas de palacio, sujetando su toga con ambas manos para permitirle alcanzar una velocidad mayor en su jadeante trote. Bajo la túnica asomaban a veces unas piernecitas huesudas y peludas parecidas a las largas patorras de una araña escuálida que a las de un hombre.

-¡Guardias! ¡Guardias! ¡Ladrones! ¡El cáliz! ¡Detener a los peregrinoooooooooooos!

Corría hacia las puertas de palacio como alma a la que persigue el mismísimo diablo. Acababa de percibir vuestra fechoría. Los hombres a la puerta comenzaban a ponerse en pie y a preparar sus armas. Arcos y lanzas a treinta metros de distancia de vosotros que no tardarían en apuntaros.

-¡Maldición! Deberíamos haber acabado con ese escualido antes de salir de allí. -Grita Agustí al ver a los guardias movilizarse.
-¡Corred. Debemos llegar a la puerta antes de que tengan tiempo de prepararse!
Agustí prepara su espada aún sabiendo que de poco le servirá contra todos los guardias de la puerta y se lanza a la carrera.

Comienzo a correr, recuerdo a los conejos del bosque donde vivia e intento hacerlo en zig zag para no llevar un trayecto uniforme, asi no sere un blanco facil.

Vamos! Deprisa! Arremango mi falda para no tropezar imitando al cura.

-Todos a correr, vamooooossss!!!- gritó el muchacho viendo como habían sido advertidos y señalados como ladrones del cáliz.

Él había escapado muchas veces de persecuciones de aquel tipo, pero solo se preocupaba de salvar su pellejo. Ahora había un cometido común y algunos de los que corrían a su lado era ya amigos. No podía dejarlos solos...

-Venga, vamos, a correr como demonios!!

- Cagonmimanto!!!- Gritó Sebastian echando a correr a galope tendido tirando de las riendas de su montura. No sabía porque los demás corrian en lugar de cabalgar, pero si todos lo hacían debían tener una muy buena razón.

Las flechas comenzaron a surgir de los arcos de los guardias alojados en lo alto de la muralla. El sibilante sonido de las saetas estrellándose contra el suelo os envolvía a cada zancada que dabais. El ruido metálico de los guardias rasos, portando sus pesadas armaduras, tratando de correr torpemente tras vosotros, armas en mano, aún sobresalía sobre el sonoro pateado de vuestras suelas sobre el camino.