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Reino de Castilla, mediados de octubre del año de Nuestro Señor de 1441

Hace una semana que vuestro padre Tobías —albañil de profesión— os saco a toda la familia de vuestro hogar en Baena para llevaros al cercano pueblo-fortaleza de Zuheros, típico baluarte defensivo situado en la frontera con Granada. Hace poco que el territorio, por orden del rey Juan II, ha pasado a manos del conde Don Gonzalo Martínez de Córdoba y este pretende construirse un palacio junto al castillo, oportunidad de trabajo que vuestro padre no está dispuesto a dejar pasar, pues es bien sabido por toda la zona que el noble busca desesperadamente mano de obra experimentada.

Zuheros, al que desde ahora y por bastante tiempo deberéis considerar hogar, está bien adentrado en una zona montañosa deforestada, toda riscos y peñascos, pero con algún pequeño bosque y vegetación desperdigada por las laderas. En su entrada hay que cruzar un puente que salva el río Bailón, un torrente que desciende de la sierra rodeando la meseta en la que se asienta el pueblo. La muralla que rodea el pueblo nace de un imponente y dominador castillo y consta de varios lienzos que unen torretas cuadradas dispuestas estratégicamente, con algunas torres albarranas. El espacio entre las murallas y el castillo lo ocupan las viviendas de los campesinos —muchas son de piedra, aunque no faltan las chozas de adobe con techo de paja— que trabajan las tierras irrigadas por el río. Sus casas se apiñan formando estrechos y tortuosos callejones y calles ciegas y llegan casi hasta las inmediaciones del castillo. Una de estas casas de piedra más cercanas al castillo y al palacio en construcción es la que el conde os ha entregado, previo pago, después de aceptar a vuestro padre como vasallo y albañil.

Los únicos edificios que destacan en el pueblo son la pequeña Iglesia de Santa María, construida sobre una antigua mezquita adosada a la muralla, y de dimensiones tan reducidas que apenas puede albergar a todos los vecinos, y el concejo, lugar donde se reúnen los oficiales a cargo del pueblo. Existe también una pequeña taberna ubicada en una de las placitas que forman las casas. El vino y la comida allí son muy mediocres y es de sobra conocido, pero es lo único que hay.

Solo con unos pocos días ya habéis podido percibir que campesinos y ganaderos no están muy conformes con su nuevo señor. Al parecer han notado el cambio para peor, pues además de sangrarles todavía más que el antiguo concejo a base de impuestos para costear la guerra contra Granada, encima tienen que descuidar sus campos para trabajar como mano de obra en el palacio del caprichoso señor. Y por si fuera poco, también tienen que sufrir los excesos de Don Fernando, el hijo del conde, que gusta de bajar borracho al pueblo a lomos de su caballo, fanfarroneando y utilizando a los vecinos para su propia diversión. Vuestro padre, convencido de que aquí las cosas irán a mejor, trata de darle poca importancia al asunto dando a entender que esos problemas a vosotros os atañen más bien poco y es cosa de los campesinos.

Esta mañana parece que no pinta excesivamente bien en el pueblo. Podéis ver desde la puerta de vuestra casa como los campesinos se niegan a trabajar hoy en la construcción del palacio, quedándose en sus casas y formando una pequeña resistencia, alegando por lo bajo que anoche Don Fernando sobrepaso los límites al forzar a una muchacha. Los soldados del conde sin más remedio están empezando a usar la mano dura sacando a los vecinos de sus casas a la fuerza y conduciéndolos al castillo a punta de lanza. Vuestro padre hace rato que fue a trabajar a la construcción y vuestra madre, de nombre María, yace en cama descansando porque hoy no se encuentra demasiado bien.

De repente, se desata el caos y unos pocos campesinos, armados con sus aperos comienzan a atacar a los tres soldados que están en esta calle obligando a salir a trabajar a un hombre enfermo…

Era un dia como otro cualquiera, sino fuese por el hecho de que madre estaba tendida en la cama. Decía que no se encontraba bien, pero yo, posiblemente que a diferencia de mis hermanos menores, me había percatado de que llevaba varios días con mala cara.

Podría ser que sólo fuese una pequeña gripe, pero nunca se sabe. Yo paso muchas a lo largo del año, e igual que vienen se van.

Desde que padre nos trajo a este lugar, no podemos decir que las cosas nos hayan ido muy bien. Además, los otros muchachos comentan que con el nuevo señor del lugar la cosa está peor que antes, y que en sus casa hay más hambre.

Pero, este podría ser un día normal, hasta que me asomo por la ventana, y veo que unos guardias parecen sacar a un hombre enfermo de su casa. Como no me gusta sacar conclusiones rápidas, me pongo a mirar qué está ocurriendo. Puede que el enfermo no esté tan enfermo como parezca, o que en su casa se haya cometido un delito grave.

De momento, me conformo con observar...

Un día mas en aquel pueblo, y al parecer hoy íbamos a tener diversión, lo cual, podría llegar a divertirnos, y dejar de pensar en nuestras penurias, ya que entre madre, padre, y mis hermanos, últimamente, no parecía que todo fuese muy bien, pero bueno, algo teníamos que hacer

Miraba divertido junto a mis hermanos como estaban atacando a los soldados de Don Fernando.

Le doy un codazo a mi hermano Ramiro y otro a Pedro, y cuando me miran, les digo:

-¿Les echamos una mano?, jejeje

Me pongo a buscar un guijarro por el suelo...

—¿Estás loco? —respondo a la par que pregunto a mi hermano—. Padre nos dijo que no nos metiésemos en líos. Si están prendiendo a ese hombre, es porque algo habrá hecho. Ahora sólo quiero saber que es y que ha hecho.

Respondida la pregunta, continúo mirando por la ventana, a ver que pasa.

- Ya estamos tardando demasiado... - a la pregunta de Teo, interrumpiendo a media respuesta a Ramiro

Sonrisa maliciosa aparece en mis labios antes de salir de la casa cogiendo uno de los cestos de mimbre con los que madre suele ir al mercado. Si algo queda claro es que no tramo nada especialmente bueno, como de costumbre, lo de tener muchas luces no es lo mio. 

Ante vuestros ojos uno de los campesinos consigue herir con un azadón a uno de los soldados en el torso, que cae sin remedio al polvoriento suelo entre alaridos. Sin embargo, pese a estar en clara superioridad numérica, vuestros vecinos rápidamente son violentamente golpeados y reducidos por los dos restantes guardias y el osado campesino del azadón termina ensartado y muerto sin remedio en una lanza. Podéis incluso oír mientras apresan a un par de hombres como mencionan con tono de superioridad que el Conde ha dispuesto que sean ahorcados dos varones a modo de escarmiento y así se hará.

No entendéis muy bien que pasa. Sois conscientes de que las cosas están algo tensas en la villa, pero no tanto como para que ocurra esto. Antes de que os de tiempo a reaccionar un nuevo grupo de guardias hace aparición y sin miramientos dispersa y manda a todos a trabajar —incluido al enfermo que antes defendieron los ahora apresados— a base de golpes. En tanto, también cargan con el herido y se le llevan.

Uno de los guardias que quedan, de tez oscura e incipiente barba, os ve expectantes y se acerca a vosotros.

—Veo que gustáis de mirar lo que no os incumbe —dice con una voz grave—. ¿Anoche visteis u oísteis algo extraño?

No sabéis muy bien a que puede referirse con extraño, pero en cualquier caso, en lo que a vosotros respecta, anoche fue una como cualquier otra.

Viendo que la cosa no tiene remedio, salgo tras mi hermano. Un día hará que nos metamos en problemas. Los guardias no son gallinas a las que tirar piedras alegremente.

No obstante, antes de que pueda hacer nada, los guardias dispersan al tumulto rápidamente, sin que ninguna podamos hacer nada nada— De la que nos hemos librado.

Cuando voy a decir que volvamos para dentro, antes de que haya para nosotros también, unos guardias que no habíamos visto se interponen entre nosotros.

Nos preguntan que si anoche vimos algo, a lo que poco puedo contestar. Pero antes de que mi hermano pequeño suelte alguna cosa que nos pueda costar más que unos azotes, le digo, haciendo gala de mi carisma personal de niño pequeño (ya no tanto, pero el que tuvo...)— No señor guardia. Añoche fue una noche como otra cualquiera. Dormimos pronto y nos levantamos a la hora de todos los días, pero no vimos ni oímos nada raro.

Me quedo un segundo pensando, piedra en mano, cuando vienen los guardias, y escucho la contestación de Ramiro:

-Pues yo si que escuché algo fuera de lo normal... -miro al soldado, y le hago un gesto para que se agache y hablarle al oído- una gata estuvo maullando toda la noche y no me dejó dormir.

Luego le sonrío, y le digo.

-Aparte de eso, nada fuera de lo normal, sin contar los ronquidos de mi otro hermano, que cada noche me da la serenata. Si no tiene su merced mas preguntas, queríamos ir a ayudar a padre.

Niego a la pregunta del guardia sin molestarme a responderle con más que ese gesto. 

Ni siquiera me ha dado tiempo a...

Tras la repuesta de Teo, le arreo un cestazo a la cabeza, aunque teniendo buen cuidado de que no se rompa... las cosas de madre no son para jugar. 

- ¡Yo no ronco! - protesto

Masajeo la zona golpeada, mientras me quejo:

-¡Auuuh!

Luego, refunfuño como es habitualmente:

-Como soy el pequeño, todo el mundo se aprovecha y me da castañazos.

—No tengo tiempo para tonterías —dice el hombre con gesto de decepción y dándose la vuelta—. Entrad en casa y no salgáis en el día de hoy. Las cosas están demasiado revueltas…

Sin prestaros ninguna atención más, el guardia y el resto de los suyos se van por donde han venido, llevándose consigo a los dos hombres presos y abandonando el cadáver del campesino muerto. Las mujeres lloran impotentes ante la situación, dando el último adiós a los hombres que se llevan y ayudando a la vecina para entrar al muerto en casa.

No muy lejos, en una de las plazas, suena el alboroto propio del gentío y algunos caballos.

Lo más juicioso sería hacer caso al guardia. De hecho, es lo que deberíamos hacer... Pero somos niños, y el guardia no es padre, que es quién de verdad puede castigarnos.

Así, sin decir nada, me dirijo al alboroto que se oye en una plaza cercana. El guardia nos ha dicho que nos metamos en casa, pero no nos ha dicho cuando.

Observo como se marcha nuestro hermano, miro a Pedro, miro a Ramiro, y me pongo a chillar:

-Hey, Ramiro, no te vayas sin nosotros, el soldado ha dicho que nos metamos en casa y que no salgamos en todo el día, Ramiro, ¿Ramiro?, no nos hace caso hermano, tendremos que seguirle como siempre.

Suelto la piedra, para no tener que explicar laguna que otra confusión, y voy a ver el alboroto.

-Vámonos Pedro.

Salgo tras ellos para darme cuenta al poco de que me estoy llevando la cesta de mimbre y vuelvo correteando de forma graciosa para cualquier posible espectador para dejarla sobre el murete, y volviendo al trote hacia mis hermanos.

- Esta vez no soy yo... - orgulloso de ¿Ramiro? o quizá tan solo exculpándose

Sin dudarlo echáis a andar subiendo la calle en dirección al alboroto. En el camino os vais juntando con más gente salen de su hogar para ver que ocurre, a diferencia del enterrador de la villa, que curiosamente baja de allí solitario y a contracorriente.

Al llegar a la placita podéis ver un buen puñado de espectadores que observan como los soldados del Conde transportan algo oculto en una carreta tirada por burros. Algunos campesinos gritan e insultan, otros simplemente observan con curiosidad y los menos susurran entre ellos con mala cara. Los Guardias guardan silencio y apartan a la gente con violencia para abrirse camino hacía el portón de las murallas del castillo.

Me junto a la gente mientras veo la violencia ejercida por las fuerzas de seguridad del castillo contra el pobre pueblo, mientras grito desde abajo uniéndome a toda la gente del pueblo:

-¡ASESINOS, LADRONES!

Comienzo a buscar otra piedra, cuando algo escucho, y les digo a mis hermanos:

-Si el enterrador iba corriendo hacia abajo, seguro que han matado a otro paisano... Cáspita, adivinad que acabo de escuchar...

Consigues escuchar algunos fragmentos de conversaciones en los que se comenta que anoche desapareció Don Fernando. Parece ser que el Conde ha dado por hecho que los campesinos están detrás de esto y ha estado abusando toda la noche de ellos por medio de sus guardias y soldados para intentar encontrar a los culpables.

—Shhhhh —digo poniéndome un dedo en los labios— No grites, que no oigo lo que dicen...

Consigues escuchar algunos fragmentos de conversaciones en los que se comenta que anoche desapareció Don Fernando. Parece ser que el Conde ha dado por hecho que los campesinos están detrás de esto y ha estado abusando toda la noche de ellos por medio de sus guardias y soldados para intentar encontrar a los culpables.