Partida Rol por web

Rosalin quedó por completo muda. Estaba petrificada ante John, sin pestañear siquiera. ¿Qué acababa de decir? ¿John Grunner se había declarado a Rosalin Mirror? Tragó saliva. Su corazón iba a toda velocidad. Supuso que era normal. La imagen de aquel joven caballero diciendo aquellas palabras había permanecido durante mucho tiempo en la imaginación de Rosalin Mirror, que había perdido los vientos por él. Pero era pasado Un pasado del que no se arrepentía, pero sí uno que no querría repetir.

Tragó saliva, decidiendo que se comportaría con sencillez, sensatez y seriedad.

- Quizás sí lo fuísteis.- admitió.- Pero al menos ha servido para saber qué mujer quiero ser, qué tipo de caballero quiero tener a mi lado y qué tipo de caballero queréis ser vos.- le miraba a los ojos. ¡Cuán fácil estaba resultando decir aquellas palabras!- Encontraréis a una mujer que os haga feliz, que os ame y que la améis con tanta fuerza que llegaréis a ser un hombre aún mejor de lo que ya lo sois.- Le estaba rechazando con rotundidad. Su corazó pertenecía única y exclusivamente a Albert.- Os lo aseguro, hermano.- con la última palabra, le dedicó una afable sonrisa. Después le dedicó una leve reverencia antes de girarse hacia su habitación.- Con permiso. Le prometí a Albert que no me movería de ahí.

Aquel hermano fue el detonante de la sonrisa de John, no una especialmente alegre pero tampoco infeliz, simplemente resignada por lo que parecía ser una forma educada de despacharle. No podía decirse que hubiera esperado otra cosa de Rosalin y, por lo tanto, sus palabras no le habían ofendido.

- No esperaba menos de usted, Rosalin, debo decir que me hubierais decepcionado si respondierais positivamente a mis palabras; en ese caso me hubiera equivocado terriblemente juzgándola y mis sentimientos no tendrían cabida. Pero estoy seguro de que vuestras palabras se cumplirán.

Rosalin no vio cómo se marchaba pues ella ya había entrado en la habitación, encontrándose con los ojos de Albert que la observaban adormilados, sin haber cambiado un ápice su posición.

Cuando entró de nuevo en la habitación, se encontró con que los ojos de Albert la miraban aún adormilados. Ella le sonrió con sinceridad y felicidad, aproximándose hacia él con fuerzas renovadas.

- Tenemos muy buenas noticias. Noah se está recuperando a pasos agigantados desde tu heroicidad de anoche.- lo decía con una energía que pensaba no iba a volver a tener. Se sentó en el lateral de la cama- ¿Ya tienes preparado el traje de la boda?

Sonrió ante el último comentario de Rosalin, divertido por su broma, aunque no hizo ademán de levantarse pero sí que apoyó la cabeza sobre la palma de su mano con tal de observarla mejor.

- En realidad no, pero seguro que si inspeccionas mi armario encontrarás algo de tu agrado - bromeó. Entonces, cuando Rosalin ya estaba al borde de la cama, sí se irguió, de rodillas en la cama, de forma repentina, tomándola por los brazos y dándole un beso de los que cortaban  la respiración, cargado de una intensa emoción -. Pero tú necesitarás algo más digno de tu belleza y no sé lo que podrás encontrar en, digamos, ¿cinco días? - tanteó, poniéndose en pie junto a ella, casi dolorosamente cerca -. Me encantaría quedarme todo el día en cama, más si te quedas conmigo - susurró con la voz ronca, cargada de ternura -, pero me parece que ha llegado el momento de ir a ver al señor Morgan. ¿Quieres venir?

En una nube. Rosalin dudaba de si aún continuaba soñando. Noah estaba mejorando, Albert de excelente humor y su boda muy próxima. Más que sonreír, mantuvo la sonrisa con la que ya había entrado en la habitación tras observar a Albert despierto.

No obstante, a pesar de querer permanecer en la cama junto a él todo el día, había asuntos muy urgentes que atender. La sonrisa se desvaneció de su rostro ante el nuevo tema de conversación.

- Por supuesto. Deja que me asee y me ponga algo más limpio. Los últimos días han sido de locos.

Iba a acompañar a su prometido a una cita para nada cómoda. Estaba decidida a apoyarle se pusiera como se pusiera el señor Morgan.

Pronto volvieron a reunirse, ambos aseados y con una vestimenta menos arrugada que la de la noche anterior. Era evidente que Albert seguía cansado - tan sólo habían descansado unas cuatro horas - y que le convenía comer algo para restaurar la pérdida de sangre de la noche anterior, sin embargo tuvieron que hacerle una visita a Noah para que Cole le convenciera de que ya que no iba a tomarse el descanso que necesitaba, sin comida en el estómago apenas lograría caminar diez minutos antes de caer exhausto.

- Muchas gracias por lo de anoche - antes de que se marcharan a desayunar, Noah, visiblemente recuperada a pesar de que seguía guardando cama, había aprovechado para transmitir su agradecimiento a Albert -. Sin usted... - se calló las palabras que eran evidentes para todos los presentes -. Me siento feliz de que Rosalin acabe con una persona como es usted, y me sentiré orgullosa de llamarle hermano.

Sus palabras produjeron una sonrisa ilusionada en Albert, aunque como era de esperar continuó con su compostura habitual.

- Y para mí llamarla hermana. 

Rosalin estaba plenamente feliz. Noah estaba muy recuperada y agradecida. La atmósfera había cambiado radicalmente a una mucho más relajada.

Abrazó con cuidado a su hermana antes de despedirse, tras escuchar las palabras que Albert y Noah se habían dedicado, llenando a Rosalin de orgullo y satisfacción.

- ¡Me alegro tanto de te encuentres mejor...!- le dijo repleta de alivio.- Tenemos que marcharnos un momento, pero volveremos cuanto antes. Mientras tanto procura no moverte en exceso y hacer caso del doctor en todo momento. ¿De acuerdo?

Caminaron con tranquilidad por la mansión Grunner en dirección al comedor, charlando alegremente sobre el estado en el que habían encontrado a Noah, ambos gratamente sorprendidos y por varios motivos: aquello era el pistoletazo de salida para su boda. En los próximos días se les antojaba que iban a estar muy ocupados.

Los criados, que parecían enterados de todo, ya estaban preparando la mesa para desayunar para ellos dos solos y pronto empezaron a servir comida variada y abundante, mucha carne roja teniendo en cuenta la hora que era fue a parar justo delante de Albert, quien tuvo que contenerse para no empezar a comer con apetito voraz y modales inexistentes.

Estaban dando cuenta del desayuno cuando las puertas de la estancia se abrieron con violencia, golpeando las paredes al ser traspasadas por Ana Stevens, que penetró en el comedor como una exhalación, el rostro rojo y consumido por una expresión de ira que, al igual que sus pasos, iba dirigida hacia Rosalin. Medio segundo después su mano cruzaba el rostro de Rosalin, restallando como un látigo y produciendo un intenso dolor que se extendió por todo el lado izquierdo del rostro de la joven.

- ¡¿Cómo te atreves?! - chilló, completamente fuera de sí -. No has tenido suficiente con pavonearte por tus éxitos, ahora tenías que venir a robarme a John. Maldita y sucia ramera.

A pesar de que aquel gesto la habría avergonzado en otra situación, o simplemente sacarla de sus modales y hacerla llorar por la rabia, Rosalin en este caso permaneció calmada. Después de todo lo que había sufrido por Noah, que una persona como Ana Stevens la abofeteara sin previo aviso no era algo tan alarmante o preocupante como podía haber parecido en otra época o circunstancia.

No se molestó ni en levantarse, pero sí la miró a los ojos.

- Veo que alguien no se ha levantado muy feliz esta mañana.- no pudo evitar usar aquel tono. Ver a Stevens recibiendo su propia medicina era algo que Rosalin llevaba queriendo presenciar desde hacía mucho tiempo.- No entiendo de qué me estáis hablando, pues no os he robado nada que os perteneciera.- hizo una pequeña pause y después se dejó de juegos, pues Albert estaba presente- Me voy a casar en cinco días, Ana, con Albert. Y no tengo ninguna intención de arruinar mi feliz vida robándote algo que no me interesa. John es mi hermano y si os ha rechazado no puedo decir que me entristezca, pues ahora mi hermano será más dichoso y feliz. ¿Y por qué no? El resto de su familia también. Y permíteme otro consejo: nunca abofetees a la prometida de quien tan bien te ha tratado. Ten modales de señorita, por una vez en la vida.
 

Las palabras de Rosalin concluyeron con la mano de Albert cerrándose entorno al brazo de Stevens como una cadena. Su expresión era sombría y aunque era obvio que estaba enfadado su voz tan sólo sonó seca y fría, sin dejar que la ira prendiera en él.

- Me temo que debo pedirle que su madre y usted recojan sus cosas y abandonen nuestra casa y que nunca vuelva a acercarse a mi familia. Tiene la suerte de ser usted una mujer y que yo sea un caballero - anunció, diciendo mujer como si fuera el insulto más despreciable del mundo -, y por eso sólo me limito a echarla usted y desear no volver a escuchar su nombre. Sin embargo - su voz se tornó más cruda mientras su mano la guiaba, sin excesiva delicadeza, hasta la puerta - si vuelvo a tener conocimiento alguno de usted de un modo que se pueda relacionar con mi familia o con la de cualquiera de mis seres queridos, no dude que daré a conocer toda su ignominiosa relación con mi hermano y como sabe, nuestra preciada y culta sociedad parece muy dispuesta a perdonar los pecados carnales en los hombres solteros pero nunca en las mujeres. Y ya sabe cómo somos los ingleses, siempre dispuestos a creer en las habladurías, más cuando la persona en cuestión ha estado pavoneándose como...¿cómo ha dicho antes? Ah, sí - la soltó tras cruzar la puerta, dirigiéndole una mirada enfurecida que acobardó visiblemente a Stevens, que había empezado a temblar -, como una ramera.

Las puertas se cerraron con un fuerte portazo en las narices de Stevens, dejando a Albert temblando de rabia ante las mismas.

- Cómo se atreve... - refunfuñó mientras se dirigía hacia Rosalin y la tomaba de la barbilla con suavidad, examinando el lado enrojecido de su rostro por la violencia del golpe -. ¿Te duele mucho? ¿quieres que pida hielo?

Tuvo que obligarse a reprimir una sonrisa ante la actuación de Albert frente a Ana. Rosalin permaneció callada, erguida aún en la silla y observando la situación sin ninguna gana de intervenir, siendo clara espectadora de aquella despedida mientras sentía cómo su mejilla ardía.

Cuando Albert se acercó a ella tras la marcha de Stevens, la joven le sonrió. No quería preocuparle en demasía. De hecho aquella bofetada quedaría como un dulce recuerdo de victoria.

- Estoy bien. La rojez se quitará en unos minutos y dudo que llegue a inflamarse.- le miró con ternura.- Somos un buen equipo. Sabemos encajar bien los golpes y contraatacar con más intensidad y elegancia.- bromeó.

La respuesta de Rosalin logró relajar la expresión tensa de Albert, quien le dio un beso en la cabeza antes de erguirse frente a ella, olvidado ya el desayuno.

- Preferiría que no tuvieras que volver a encajar muchos golpes como ese; durante un momento he estado a punto de olvidar que era una mujer. Por cierto, ¿por qué ha dicho que le has robado el prometido? - preguntó con extrañeza.

¿Y decirle a Albert que su hermano se le había confesado? Aquello podría suponer grandes problemas y lo cierto es que ahorrárselo iba a ser lo mejor.

- Ya sabes cómo es ella. Las culpas siempre las tengo que tener yo y no sus desafortunadas acciones.- Tampoco iba a mentirle. El matrimonio consistía en la sinceridad y confianza.- Aunque no ha ido muy desencaminada. Al parecer John ha encontrado cierto interés en mí pero ya lo he hablado con él esta mañana. Seremos hermanos y él encontrará a una joven mujer que le haga realmente feliz.-comentó sin darle la mayor importancia.-¿Has terminado de desayunar?
 

La sorpresa borró el enfado de sus facciones, alzando las cejas con evidente estupor al comprender lo que tan hábilmente había camuflado Rosalin con sus palabras: que John había dejado a Ana Stevens por ella y que ella le había rechazado para apoyarle como hermana.

- No sé qué decir - era extraño ver a Albert sin palabras -. Me alegro de que haya dejado a Stevens y que le hayas rechazado - de repente se echó a reír ante la formalidad de sus propias palabras y tiró de ella para levantarla de la silla, acariciándole la sien derecha y de ese modo evitando la mejilla enrojecida -. No es que me alegre, que también, es que me siento afortunado de que prefieras estar conmigo. Muy afortunado.

Dicho esto le dio un rápido beso en los labios y le ofreció el brazo para que lo tomara para marcharse.

Volvió a sonreír ante la respuesta de Albert. Sabía que podía confiar en él plenamente y que juntos serían un matrimonio ejemplar con una familia también ejemplar.

Se levantó apoyándose en su prometido, ignorando la quemazón de la mejilla. Se limpió por tercera vez la boca elegantemente y salió al mismo paso acompañada de Albert, caminando de forma distendida a pesar de que les esperaba una reunión poco más que tensa.

- Stevens no era un buen ejemplo para él y solo nos habría traído desgracias. Lamento ser tan dura con una mujer, que no con una dama puesto que su actitud nunca se ha correspondido con dicho título.

Por fin se marcharon de la Mansión Grunner para ponerse en camino hacia la casa del señor Morgan. Para sorpresa de Rosalin no hubo coche ni caballos a su salida sino que Albert la llevó directamente hacia las puertas de la propiedad. A partir de ahí emprendieron un gratificante paseo de media hora que permitió a Rosalin admirar la belleza del paisaje de aquel pequeño rincón de la provincia, aunque pronto fue evidente que Albert no había pensado en sus energías al decidirse hacer aquel camino a pie, pues estaba sudando por el esfuerzo a pesar de que sus pasos consistían en arrastrar los pies.

No obstante no hizo ademán de detenerse en algún momento mientras se acercaban a una casa más modesta que la suya familiar pero también grande y elegante, con el nerviosismo haciéndose patente en la forma en que apretaba los puños. Una vez llamaron a la puerta no tardaron en conducirlos hasta el estudio del señor Morgan, que les esperaba con semblante adusto. Ni siquiera les invitó a sentarse.

- Señorita Mirror - saludó con bastante más cortesía que hacía dos noches, aunque no tardó en dirigirle una mirada hosca a Albert, a quien ni siquiera nombró, a pesar de que estaba claro que se dirigía a él cuando habló -: Vaya, pensaba que tras enviar a tu prometida a hablar por tu nombre vendrías corriendo pero por lo visto tenías cosas más importantes que hacer.

Saludó con una leve inclinación de cabeza, seria y procurando mostrarse madura. No pudo evitar responder por Albert cuando el señor Morgan se dirigió a él de aquel modo:

- Debo comunicarle que nadie me envió a hablar con vos, si no que fue mi propia decisión. Y la segunda noticia es que sí, realmente hemos estado bastante ocupados a decir verdad. Mi hermana enfermó gravemente y hemos tenido que hacernos cargo de todo lo referido a su enfermedad. Por fortuna y tras largas horas de desvelo y tensión, Noah se encuentra fuera de peligro. Y su bebé también.

Hizo una leve pausa. No quiso comentar que Albert había sido el héroe de la situación, puesto que la comparación con lo sucedido a la sucesora del señor Morgan podría poner a Albert en un compromiso.

- Ruego que disculpe nuestra tardanza.

El rostro del señor Morgan se contrajo por un momento y acto seguido su expresión se suavizó, claramente arrepentido por su anterior actitud en vistas de la respuesta de Rosalin.

- Lo lamento de veras - terminó por decir antes de hacerles unas señas hacia un sofá, situado justo ante el sofá que él ocupaba -. Tomad asiento. Es bueno saber que se está recuperando - acabó por decir, sin fiereza, aunque eso no evitó que le dirigiera una mirada ceñuda a Albert -. Sigo esperando una explicación.

Transcurrieron unos segundos de silencio en los que los puños de Albert se abrieron y cerraron sobre sus rodillas.

- No puedo suplicar por su perdón porque sé que no lo merezco, soy el único culpable de la muerte de Daisy, no debería haberla dejado sola y debería haber dejado instrucciones para que mandaran a llamar a un médico de Londres si algo sucedía, créame que no puede usted culparme más de lo que yo hago y...

- Basta - el rostro de Hans aparecía visiblemente alterado ante las explicaciones atropelladas que había empezado a dar Albert -. ¿Acaso creéis que yo os culpo por aquello? Fue una lamentable tragedia Albert la que se llevó a mi niña... - la voz de Hans se estranguló por un momento y Rosalin pudo ver que tenía los ojos transidos por el dolor, arrasados por las lágrimas -. Pero no tuvisteis culpa. Sabía cuánto la amabais y vuestro padre me comunicó que os prohibió visitar la casa familiar para que no tuvierais que veros sometido al peso de los recuerdos. Puedo entenderlo, pero erais como un hijo para mí Albert y yo quise llorar la pérdida de mi hija con la única persona que podría comprenderla. No he sabido nada a parte de vuestro encierro hasta que venís aquí con una nueva prometida. ¿Acaso no entendéis lo que eso supone para mí? - esta vez su voz ya no intentaba hostigar a Albert con la culpa sino con el dolor que sentía aquel hombre derrotado.

Albert le dirigió una mirada conmocionada antes de buscar las palabras.

- Lo lamento. Tenéis toda la razón, me comporté de forma egoísta al no pensar en vuestro dolor yo... - abrió la boca, pero ningún sonido surgió de él durante un breve lapso de tiempo-. No tengo excusas que ofrecerle, me equivoqué de todas las formas posibles.

Parecía como si hubieran olvidado la presencia de Rosalin ahí, ambos mirándose fijamente, el señor Morgan sumido en la tristeza y Albert con los fantasmas del pasado rondándole nuevamente.

- Nunca olvidaré a Daisy - declaró Albert tras un rato de silencio en el que Hans no había contestado a sus disculpas -. La quise tan desesperadamente que pensé que su muerte me dejó vacío y pensé que nunca volvería a amar a nadie. Pero... - su mano buscó a tientas la de Rosalin, apretándola con fuerza, haciéndole casi daño -...la encontré a ella y de forma inesperada me enamoré. La quiero con toda mi alma. Y lamento lo doloroso que debe ser para usted escuchar estas palabras pero deseo casarme con ella a finales de esta semana y me gustaría que pudierais alegraros por nosotros.

Hans se llevó una mano temblorosa al rostro para ocultar las lágrimas que habían empezado a caer, enjugándolas discretamente con los pulgares. Durante unos largos minutos no dijo nada, hasta que por fin se calmó.

- Acompañadme a dejar flores a su tumba.