Partida Rol por web

Taller literario umbriano

Ejercicio 7: Como cambia el cuento...

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06/06/2016, 17:02
Chemo

Coged una obra cualquiera y reescribir un resumen sobre la misma cambiando totalmente su perspectiva. Podéis cambiarle el género, la época, el estilo, el protagonista... Aunque no lo he leído creo que 'Orgullo y prejuicio zombie' es un buen ejemplo de lo que digo. 

Evidentemente no os pido que reescribáis una novela entera. Tomadlo como un resumen completo de la obra narrado con ese nuevo punto de vista. 

Fecha de inicio: 06/06/2016
Fecha de fin: 19/06/2016

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10/06/2016, 00:27
Tabaré Santellán

Colmillos y rosas

 

Las antorchas empezaron a encenderse cuando los últimos rayos del sol agonizaban en el horizonte. Un vistazo general le permitió distinguir como los estandartes con el lobo negro se extendían por toda la explanada, rodeando parcialmente los vetustos muros de la fortaleza Rotkäppchen, último gran baluarte de la casa Grimm y dónde la esperaba su anciana abuela. 

Oculta con una capa escarlata con capucha, Mohnblume Grimm dirigía una pequeña comitiva de exploradores y hombres de confianza que portaban alimentos y odres llenos de agua y vino. No era gran cosa, desde luego no serviría ni para aliviar los estragos del prolongado asedio, pero su misión no era transportar suministros. Si los descubrían, sus enemigos tenían que deducir que formaban parte de una partida mucho más grande encargada de abastecer clandestinamente a los desafortunados habitantes de la fortaleza. Su verdadero objetivo, sin embargo, era muy diferente: tenían que entregar un mensaje.

Se movían sigilosamente en los bosques aledaños a los inmensos campos que se extendían al pie de las murallas, ocupados ahora por los ejércitos de la casa Schwarzhauer. Las guerras en el norte habían desgastado considerablemente las fuerzas de los Grimm, y los caballeros del colmillo negro ansiaban el emplazamiento de Rotkäppchen por su posición estratégica y por la oportunidad de derrocar a un antiguo enemigo. El hecho de que la dama de la fortaleza, Rosalin Grimm hubiese enfermado recientemente solo favorecía sus planes.

 

Existían varios caminos que conducían a la fortaleza evitando un encontronazo con el enemigo, Mohnblume había escogido uno que atravesaba un complejo sistema de cuevas y que se conectaba con la torre de homenaje del bastión, un pasadizo secreto por si el señor de la fortaleza y sus allegados debían huir ante una invasión. 

Se encontraban ya a apenas una milla del camino oculto cuando un hombre sucio y polvoriento apareció entre las zarzas con un raído y descolorido tabardo de la rosa roja de cinco pétalos, emblema de la familia Grimm.

Deteneos, mi señora, el camino que pretendéis tomar ya ha sido descubierto por vuestro enemigo. La dama Rosalin me ha ordenado comunicaros que el camino del río está desocupado, y podréis encontrar un pequeño grupo de hombres que os podrán acercar a la ciudad en botes.— dijo el hombre.

Mohnblume miró al hombre con recelo, había algo en su aspecto que no terminaba de convencerle, pero tal se debiese a la escasa luz que proporcionaba la luna creciente.

¿Por el río? Uno pensaría que nuestro enemigo habría tomado primero ese punto para evitar que llegasen suministros por agua o para envenenar las aguas del mismo.— contestó Mohnblume, escéptica.

Tenemos bien defendido ese punto, mi señora, precisamente esperando su llegada para poder proporcionarle una entrada segura a la fortaleza. Ahora esos perros Scwarzhauer estarán preparándose para pasar la noche y podréis pasar desapercibidos a través de sus guardias.— insistió el mensajero —Si todavía dudáis de mi palabra, mi señora me entregó esto para que confiaseis en mi.— dijo sacando un objeto de una bolsa que mantenía atada a su cinto y ofreciéndoselo. Un medallón tintineó y el rubí engarzado en su centro brilló tenuemente a la luz de la luna y las estrellas, estaba rodeado de cinco pétalos grabados en el metal. 

Mohnblume reconoció la joya al instante, se trataba de una de las muy preciadas posesiones familiares que su abuela custodiaba y que jamás dejaba que tocase nadie excepto unas pocas personas de confianza. Aquel hombre debía ser un caballero excepcional de la guardia privada de lady Rosalin, ya que era imposible que hubiese caído en manos de sus atacantes.

 

Llegaron en apenas unos minutos a la orilla del río, donde los hombres que había prometido el mensajero les esperaban con un pequeño grupo de botes.

Mi señora,— preguntó Garin, con cierta preocupación— ¿no le resulta extraño todo esto? Llevo sirviendo durante años a su familia y nunca había visto a ese hombre. Hay algo que no me cuadra en todo este asunto.

Garin Lanzaquebrada era un joven y leal soldado a las órdenes de Mohnblume. Sus sospechas no eran infundadas, pero no debía permitir que surgiesen sospechas que minasen el espíritu de sus hombres. 

Comprendo tus temores, mi querido Garin, pero debemos confiar en el buen juicio de mi abuela— dijo, no demasiado convencida de sus palabras.

Miró con cariño a aquel soldado, hacía apenas ocho años que formaba parte de su guardia y solo diez desde que su padre lo había rescatado de los barrios marginales de Fuerte Vólkova. Entonces era un triste muchachito sin nombre y sin familia con el rostro magullado y sucio. Ahora era un vigoroso y apuesto mocetón de mirada limpia y sincera.

Las palabras de su señora parecieron tranquilizarle y permaneció callado y con la mirada fija en la penumbra que los envolvía y las tenues luches de las antorchas del campamento Schwarzhauer, que titilaban como las pequeñas velas de un rito funerario. Algo muy apropiado si su conquista triunfaba.

 

Faltaban pocas horas para el amanecer cuando entraron finalmente a la fortaleza, los remos apenas arrancaban unos susurros de las espesas y oscuras aguas. Desembarcaron en una orilla cercana a una agrupación de viviendas cercanas a la torre de homenaje. La piedra de sus muros estaba ennegrecida por la ceniza y todo olía a quemado y a orines. No se oía ni a un alma y aquel extraño silencio incomodó a la comitiva de Mohnblume. Algo no iba nada bien.

Unos sonidos y destellos sonaron en la oscuridad y el hedor metálico de la sangre inundó sus pulmones. Diez de sus hombres cayeron pesadamente en el suelo con las gargantas cortadas. 

Garin y el resto de sus hombres se interpusieron entre ella y los asesinos, sus dientes brillaban de forma siniestra a la incipiente luz del amanecer.

Vamos, lady Grimm, no pretendemos ferirla,— dijo uno de sus atacantes, avanzando y aplastando con su bota la cabeza de uno de los soldados caídos — tan solo queremos acompañarla con el lider nuestro.

Ahora que la luz empezaba a hacer visibles los edificios de la fortaleza, Mohnblume pudo reparar en el estado deplorable de algunos edificios, las puertas rotas, la ceniza, la sangre seca...

Rotkäppchen ha caído— dijo sombríamente. 

Mu avispada, mi señora. Ahora si me facen el enorme favor de bajar las armas y acompañarme...

Garin miró a su señora, esperando órdenes. Jamás cuestionaría una orden, pero era evidente que la rabia estaba devorándole por dentro.

Haced lo que dice, no quiero que vuestra muerte pese sobre mi conciencia. ¡Envainad!— ordenó Mohnblume, conteniendo la ira y el asco.

 

Helmuth Schwarzhauer era el tercer hijo del gran señor del lobo negro y comandante de la mayor parte de sus legiones. Sus hermanos mayores habían muerto en “extrañas circunstancias” y el era el siguiente en la linea de sucesión. Se sentaba orgullosamente sobre el antiguo trono de los Grimm, de madera de ébano tallada con motivos de rosas, hojas y espinas; justo delante de la gran torre principal. Ahora estaba parcialmente quemado, con múltiples arañazos y pronto estaría pintado con brea para que ofreciese un bonito fuego.

Habían traído a su presencia a la joven Mohnblume Grimm, ahora la última de su familia. No eran tan diferentes fisicamente, ambos tenían el rostro pálido y el cabello más negro que el hollín, características típicas de los norteños. Los ojos verde oliva de la joven Mohnblume miraban horrorizados el estandarte que ondeaba sobre el tejado de la torre de homenaje.

No... ¿Qué has...? ¡Eres un monst...— intentaba gritar pero las palabras se ahogaban en su boca, estaba tan alterada que Garin tuvo que sujetarla para que no se derrumbase delante de Helmuth.

Veo que has reparado en mis pequeños cambios con la decoración, no pude evitar dejar aflorar mi vena artística cuando penetré las defensas de la pútrida torre de la zorra de tu abuela.

Mohnblume intentó zafarse inútilmente de los brazos de Garin, que intentaba evitar mirar la torre. Sobre su tejado el estandarte de los Grimm ondeaba al viento, con la rosa escarlata de cinco pétalos sobre un fondo blanco, con las dos mitades del cadáver de Rosalin Grimm desudo y mutilado atados a los palos del mástil. Había sido cercenado de la cabeza a los pies, y su cabeza estaba clavada en la punta, con la mirada inerte mirando en dirección a los campos ocupados por sus enemigos.

 

Mohnblume despertó apoyada en el mugriento y frío suelo de una de las mazmorras de Rotkäppchen. Helmuth había ordenado encerrarla, no pretendía terminar con ella por el momento, pues sabía que algunos de los aliados de la casa Grimm podían intentar ofrecer algún rescate. Los más probable es que terminase exterminando a todo aquel que mostrase lealtad a su casa, dejaría que la violasen sus soldados y luego la vendería como meretriz a cualquier burdel de la costa de la noche amarga, hogar de la familia Schwarzhauer. Al menos eso le dijo Helmuth que harían con ella.

La puerta se abrió y un cuerpo fue empujado al interior de la celda. Garin tenía marcas de golpes por toda la cara y cortes por todo el cuerpo, era evidente que lo habían interrogado.

No saben nada, mi señora,— dijo con dificultad —no les he dicho nada.

Le habían cortado su mano derecha, con la que sostenía la espada, y le faltaban unos cuantos dientes. Las lágrimas de Mohnblume recorrieron sus mejillas hasta llegar al suelo, no de miedo, sino de rabia. Rabia por la impotencia que sentía, por el dolor de ver a su amigo, por haber fallado a su gente. El monstruo había ganado.

No obstante, todavía quedaba una ligera esperanza. Su misión era entregar un mensaje, una carta con un sello azul. Un relieve que mostraba la fiera testa de un cerdo salvaje y unas montañas al fondo en la cera: el emblema de la casa Blauberg.

Los Blauberg eran aliados recientes de la casa Grimm. La guerra en el norte era por la recuperación de parte de las tierras de sir Alric "Hacha de Plata" Blauberg, que había sido tomada por los bandidos de las estepas.

El mensaje decía que acudirían en su ayuda para expulsar al lobo negro y terminar con el asedio. Sin embargo, sabía que los ejércitos tardarían días en llegar y que probablemente Helmuth ya habría preparado alguna argucia para engañar al gran señor de Blauberg. Sin embargo, el hecho de que Garin no hubiese revelado nada podría significar su salvación, pero si su enemigo registraba alguno de los cadáveres de sus acompañantes estarían perdidos.

 

La mandaron llamar, Garin estaba demasiado débil por la pérdida de sangre como para poder detener a los hombres que se llevaron por la fuerza a Mohnblume. Le herían el brazo con sus manos callosas y grasientas, apretando contra su carne blanca unas uñas largas y grisáceas. La arrastraron por los pasillos de la fortaleza hasta los antiguos aposentos de su abuela y la hicieron entrar, Helmuth Schwarzhauer estaba esperándola frente al viejo camastro.

Desnudadla,— ordenó —es hora de hacer que la joven heredera del linaje de los Grimm se convierta en toda una mujer y empiece a entender su papel en este mundo— dijo mientras empezaba a quitarse los pantalones dejándolos caer delicadamente sobre el suelo.

Mohnblume contrajo su rostro en una mueca de profundo y genuino asco. Se revolvió y consiguió liberar uno de sus brazos de las garras de su captor. Era bastante fuerte para su edad, más de lo que aparentaba, podía ser una mujer pero estaba preparada para el combate. Alcanzó una de las armas del sorprendido carcelero y la empuñó como pudo. El acero silbó en el aire hasta hallar la carne de un cuello rechoncho y sucio, el hombre cayó sin tiempo para responder y con la sorpresa todavía en sus ojos sin brillo. Los músculos de la joven se tensaron nuevamente y, de otra estocada, consiguió abatir al segundo hombre que la había escoltado. La hoja de la espada atravesó limpiamente cuero, tela, carne y vísceras, atravesando el estómago de aquel pobre desgraciado que regaló con sus últimos instantes de vida un desgarrador grito de dolor antes de desangrarse.

Helmuth fue menos necio que aquellos pobres diablos y reaccionó casi al instante, bloqueando la acometida de Mohnblume con su propia espada. La sangre de sus propios hombres le salpicó el rostro con el choque de ambas armas, pero acertó a propinar una patada al vientre de la joven y así conseguir apartarla. El golpe había sido fuerte, pero ella estaba acostumbrada a resistir un gran dolor, su rabia bloqueaba el resto de sus sensaciones: el frío, el hambre y el miedo. Solo estaban ella y su enemigo, Grimm y Schwarzhauer mano a mano. De los pisos inferiores llegaba el revuelo de varios hombres apurando escalones alarmados por el jaleo en los aposentos de su lider, dentro de poco ya no estarían solos. Había que terminar rápido.

Las espadas chocaron buscando el cuerpo del contrario, el sudor se mezclaba con la sangre y la ropa se adhería a los músculos, que se tensaban con cada golpe. Finalmente, algo que llamó la atención de Helmuth lo distrajo los segundos suficientes como para que su contrincante acertase a abrir un corte en uno de los brazos que sostenían la espada. El acero chocó contra el suelo y Mohnblume hundió la espada en el pecho de aquel bastardo, retorció la hoja y se quedó mirando cómo lentamente perdía sangre y la luz abandonaba sus ojos. No gritó, no le daría ese placer a su enemiga, en su lugar le dedicó una sonrisa retorcida y unas últimas palabras:

Has ganado, puta.

 

Mohnblume se levantó con dificultad, el combate la había dejado agotada, pero pudo descubrir lo que había distraído a Helmuth. Por la ventana se veía una enorme mancha que surgía en el horizonte, al fondo de los campos. La algarabía de los pisos inferiores se había detenido de repente porque el grave sonido de un cuerno de batalla resonaba con la fuerza de un trueno. Aún estando tan lejos, los muros de piedra parecían temblar de emoción con la poderosa nota de aquel instrumento.

Los Blauberg habían llegado.