Partida Rol por web

El grupo salió del establo al patio florido y perfectamente cuidado. La entrada principal de la posada había sido barrada por un carro, que las hermanas Grymble y Rosh se habían encargado de mover. Cuando vieron a Elenzeran y sobre todo a Satinder, Addas levantó un dedo incriminatorio al tiempo que vociferaba:

- ¡¡Esos son los herejes que nos amenazaron!! ¡¡Esos son mi Santa!!- espetó mientras el resto de hermanas reían con una aguda carcajada más propia de brujas, que unas ancianas desvalidas. -¡¡Qué lo paguen mi Santa!! ¡¡Eso es!! ¡¡Ahora lo pagarán!!- añadían Eugenia y Tarsi con inquina.

¡¡CALLAOS!!- emergió una voz autoritaria de mujer. Acto seguido, de entre un grupo árboles frutales, apareció un grupo de guardias razmiri de ropas harapientas junto a una mujer tunicada. Los hombres parecían seguir las indicaciones de la mujer y con presteza se replegaron por todo el patio. Había que reconocer que el aspecto de la mujer era bastante intimidatorio, pues además de una túnica grisácea, portaba una máscara de hierro y una vara de marfil. 

La mujer dio unos pasos hasta mirar a los ojos del paladín. Luego, mientras jugueteaba con su vara, comenzó a hablar con voz calmada, aunque con cierto tono sombrío...

- ¡Tú debes ser el líder de esta panda! ¿No?- comenzó a girar la vara entre sus dedos como si fuera una malabarista - Soy Santa Ahendile y en nombre del Dios Viviente más sagrado, os exijo que depongáis las armas... Sólo así hallaréis un trato misericordioso. - tras decir esto, la mujer detuvo el balanceo de la vara. - Negaos y... ¡¡MORID!!- y en ese instante, los guardias alzaron sus ballestas en dirección al grupo

Fruto del nerviosismo, Gudrid no pudo reprimir una irónica sonrisa; ¿Esa bruja amante de un Dios falso estaba hablando de misericordia?

Con la yema de los dedos acarició el relieve de su escudo al tiempo que miraba a sus amigos. Las palabras estaban de más en ese momento. En sus ojos adivinó la misma determinación que anidaba en su propio corazón.

Cerró los ojos un instante y elevó una plegaria a Su Señora.
Todo estaba bien; en el peor de los casos se reuniría de nuevo con sus padres, y eso no era malo en absoluto. Claro que, no estaba dispuesta a iniciar el largo sueño sin que esos sucios razmiri sintiesen el calor purificador.

Rendirse, anteponer su persona a el fin que perseguía, defraudar su código de conducta, intentar eludir al destino si este era morir aquí y ahora... esos pensamientos no eran parte de Fur-Yurl. 

Se agazapó para coger impulso para volar hacia sus enemigos en una carrera como lo haría un atleta velocista, su aura se ennegreció y se arremolinó con fuerza, sus músculos se tensaron como el acero y su mente se vació... cuando abriera los ojos un tornado de destrucción engulliría a sus adversarios si esas ballestas no ponían remedio antes.

El semielfo observó con rostro duro la emboscada que les tendieron aquel grupo de fanáticos razimiris lideradas por aquella bastarda que decía ser santa. Estaba claro que debieron haberse encargado de Rosh y haber asegurado a todas las mujeres con cuerdas. Habían cometido un error dejandolas libres y eso les había costado ahora un nuevo enfrentamiento que ponía en peligro la seguridad de los prisioneros enanos que habían rescatado.

Cuando los ballesteros apuntaron con sus ballestas al grupo Satinder hizo lo mismo a una velocidad vertiginosa con una de sus flechas ya tensada en la cuerda del arco. El semielfo nirmathiano tenía la suficiente sangre fría como para contener la flecha lo que fuera necesario antes de convertir aquello en una sangría, pero si eran atacados soltaría la cuerda del arco y atravesaría el cráneo del primer razimiri que se acercase...

Tras comprender la naturaleza del engaño, el paladín de Iomedae se dispuso a conducir a los emisarios al Ábaco y salir de aquellas tierras tan rápido como fuera posible. Pero, al parecer, no iba a ser tan sencillo como hasta aquel momento. Encontraron un comité de "bienvenida" formado por las tres viejas arpías que les habían obstaculizado la salida. Gritaban y cloqueaban como gallinas llamando la atención de alguien. Y ese alguien apareció. Una mujer que se ocultaba tras una máscara. Después de decir varias chorradas les conminó a rendirse. Algo que no contemplaba en ningún caso Elenzeran.

Vaya, ya estaba temiéndome no conocer al responsable de este antro y de los actos horrendos que entre sus muros se han cometido. Te traigo un presente de parte de mi señora, estoy seguro que no sabrás valorarlo en su justa medida pero sí que es indudable que eres merecedora de él. No es otra cosa que justicia.

Y como alma que lleva al diablo se abalanzó sobre la autoproclamada santa... ¡Que infamia nombrarse santa! Aunque viniendo de servidores de un falso dios no se podía esperar gran cosa

Nada quedaba que hablar con aquella mujer, puso el mandoble en ristre y se dispuso a otorgar la justicia que se merecían todos los que habían sufrido por culpa de aquella malvada mujer.

El momento había llegado. Era hora de escoger.

Gudrid golpeó con furia su escudo y se adelantó unos pasos mientras alzaba su voz: ¡Hasta la más negra de las almas puede hallar la redención! ¡Arrepentíos y abandonad la senda de maldad en la que habitáis!

Con todo, en el fondo de su ser la sacerdotisa sabía de sobra que no sería tan sencillo. No obstante, la ley del cálido abrazo contemplaba siempre el indulto a un corazón dolido.

Ladeó su rostro y se dirigió a sus compañeros con la mirada llameante: - ¡Qué no os atenace el temor! ¡Nuestra empresa está bendita! ¡Ni toda la oscuridad apagará la luz de esta llama!
Al pronunciar las últimas palabras la muchacha llevó su puño cerrado a su pecho, sobre su corazón.
- ¡Por el Sol y la Furia!

Como si cabalgara sobre el mismo aire el monje se abalanzó sobre el objetivo más centrado del combate, así tras derrotarlo estaría en medio para poder socorrer al paladín si se le atravesaban sus contrincantes o bien cubrir la zona más al sur. Quizás estaba pensando demasiado en la estrategia y eso le pudo despistar, al alcanzar a su enemigo, justo antes de intentar propinarle un codazo en el plexo solar, miró a ambos lados para tener control de la situación de adversarios y aliados. Esas décimas de segundo de duda fueron suficientes para que el ballestero levantase la guardia anteponiendo su arma al impacto... Fur-Yurl golpeó, pero no pudo alcanzar con precisión el punto vital.

Los gritos de combate no se hicieron esperar, y tras la pequeña oración de Gudrid, Elenzeran y Fur-yurl salieron disparados como un par de toros andoranos. El paladín, que había focalizado su don para vencer al mal en Santa Ahendile, llegó y propinó un mandoblazo desproporcionado en la cadera de la mujer. Ésta, profundamente dolorida y aterrorizada por tan descomunal herida, dio un paso atrás y comenzó a convocar las energías mágicas de un siniestro conjuro...

Por su parte, Fur-yurl consiguió lo que buscaba. A pesar de que su golpe no había sido todo lo resolutivo que hubiera deseado, su ataque consiguió dejar a su enemigo en una situación muy comprometida, pues era incapaz de respirar tras el terrible golpe seco en mitad del vientre. Temiendo por su vida, el harapiento guardia dio un paso atrás y tras extraer una poción, la ingirió recuperando de nuevo el color rosado en su cara.

El ataque desbocado de Elenzeran fue castigado por un saetazo a traición por la espalda. Aquellos rivales no eran honorables, pero poco importaba eso ya. El virote se hincó entre las costillas del aasimar, y la respiración del guerrero iomedita se volvió extremadamente pesada. 

Finalamente, las hermanas Grymble y su mudo mozo de cuadra, emprendieron la fuga, pues aquello había tomado un cariz demasiado turbio incluso para ellas. 

La emboscada de los razimiris no era nada que pudiera confundir ni alterar el instinto guerrero del semielfo, cuando estos rodearon al grupo los sentidos agudos de Satinder, que eran parte de su herencia élfica, analizaron todas las posibilidades de impacto que estaban a su disposición.

Cuando salió del establo con el arco en alto y una de las flechas tensadas en la cuerda localizó a uno de los guardias que podría acercarse peligrosamente por detrás al monje y al paladin que luchaban más adelante.

Es lo mismo que la caza en Floresta Colmillo...  Concentración en la bestia a abatir... tensar la flecha lo suficiente... apuntar con precisión... pensó el semielfo instantes antes de destensar la cuerda. La flecha rasgo el aire con gran velocidad dirigida hacia uno de los razimiris. Aquella flecha estaba cargada por la magia que todo tirador de Erastil siente al utilizar su arco... que a menudo suele significar muerte certera para el objetivo.

La flecha del semielfo arquero voló con una trayectoria inapelable. La punta entró por la órbita ocular derecha, y en fracciones de segundo se alojó en la cavidad craneal del desgraciado guardia. No hubo tiempo para más. Estaba irremisiblemente muerto.

El combate avanzaba y el grupo se hacía fuerte, el arquero había barrido la retaguardia y la cosa se ponía bien estratégicamente hablando bien para el grupo. El monje retomó el envite contra el guardia que ya había golpeado antes, con una patada baja intentó un barrido, pero su movimiento fue demasiado lento y previsible, su adversario solo tuvo que dar un ligero slatito para eludir el ataque.

A pesar del tremendo espadazo que recibió, la maldita mujer aún sobrevivía. Dio un paso atrás e hizo unos gestos extraños, pronto entendió el servidor de Iomedae que era un efecto mágico pues de repente se sintió algo débil y no podía ser cansancio porque apenas había empezado el combate. Luego llegó el impacto. Un virote se clavó en la espalda de Elenzeran, que resistió a duras penas. No se giró, tenía un objetivo y siguió acosando a la "santa".

El mandoble volvió a golpear a la servidora del falso dios causando una tremenda herida que podría significar el fin de su repugnante vida. Que fuera a explicarle sus actos a la Dama de las Tumbas, no soportaría su juicio.

Aunque la debilidad atenazaba los músculos del apolíneo aasimar, la fe que mostraba en cada uno de sus embates permitió vencer una vez más. El mandoble cayó del cielo como un rayo de luz purificadora, y la sacerdotisa del Dios Viviente sufrió una herida fatal. La sangre comenzó a brotar de su boca y sin tiempo a decir nada cayó con una mueca de incredulidad en su cara...

No cabía duda: un falso Dios no es rival para unos corazones henchidos de fe. Gudrid dio una zancada y dijo a los contrincantes que quedaban en pie: - ¿No lo véis? ¿Tan ciegos estáis? ¡Necios! Sea lo que sea lo que adoráis, os ha abandonado. Él no os ama. Abrazad la luz y hallaréis calor.

En el rostro de la sacerdotisa se adivinaba una profunda compasión y en sus ojos sólo podía leerse la bondad.

- Vendréis con nosotros y seréis juzgados por vuestras fechorías. No temáis, yo misma intercederé por vosotros. Os adiestraré en los sagrados mandatos de la Flor del Amanecer y podréis limpiar vuestras almas.

Una beatífica sonrisa adornaba su boca y una solitaria lágrima resbalaba por su mejilla.

- Os lo suplico. No sigáis con esto. Tenéis mi palabra de que hallaréis la redención; pero debéis confiar en mí. No deseo ningún mal para vosotros.

Las palabras de la fiel sirviente de la la Flor del Amanecer parecían sensatas cuanto menos, pero en los viles y corruptos de aquellos guardias temerosos, no existía lugar para la candidez de la luz y las lágrimas de Gudrid.

Ambos rufianes, viéndose vencidos y con su líder muerta sobre un charco de sangre, tomaron la decisión de huir mientras conservaran unas piernas frescas. El turbio asunto que los mantenía allí, se había esfumado de forma fulgurante y violenta. Aquel paladín de La Heredera y la sacerdotisa de la Luz Sanadora eran enemigos infranqueables para ellos...

Sin pensarlo comenzaron a correr con tal de marcharse de aquel atolladero. Con un poco de suerte, quizás los pathfinders no decidieran seguirlos y podrían continuar con vida, pero Fur-Yurl fue rápido en su reacción y tras dar otro golpe seco, consiguió quebrarle el espinazo a uno de los escoltas de Ahendile. El zafio guardián cayó inconsciente en una postura poco natural.

Sin embargo, el otro consiguió salir de la hacienda y corría como una liebre perseguida por una jauría de perros.