Partida Rol por web

30 de agosto, 01:30. 

Aunque la llegada a la zona podría haberse realizado en otras circunstancias en menor tiempo, Vasilyev, el conductor del carromato ha dado un rodeo y os ha ocultado en otra zona para hacer tiempo y reducir el riesgo de que una patrulla os intercepte. Finalmente, poco antes de la media noche toca ponerse en movimiento.

— Es la hora, dirigíos al sur y en un rato habréis llegado al claro — Os informa el soldado. — Estoy deseando volver y quitarme este apestoso traje, buena suerte, os va a hacer falta tanto como a nosotros en Pyativat. — Se despide tirando con desdén de la desvencijada chaqueta que viste para hacerse pasar por un campesino. Tras un silencioso gesto con la mano a modo de despedida, escucháis alejarse los cascos de las mulas sobre el blando terreno del bosque.

El trayecto transcurre con normalidad, la luz de las estrellas y la luna penetra a través de las copas de los árboles y con tiento lográis avanzar en la dirección correcta. Luego de dar una vuelta por el bosque, procedéis a buscar al comando con el que debéis entablar contacto. Tarea que aunque de noche pueda resultar difícil, urge realizar lo antes posible.

Es buen momento para poner a prueba vuestros sentidos...

(Tiradas dificultad normal para ir calentando)

Antonov, como en otras ocasiones, andaba delante de guía. Cada pocos pasos se detenía y escuchaba a su alrededor. Antes de moverse, estudiaba el camino y si hacía falta rodeaba, para no dejarse ver. No pasar por claros, sitios iluminados, siempre buscando las sombras, intentando no pisar cosas que hicieran ruido. Esa había sido su vida. Siempre igual. Daba lo mismo que fuera aquí o en su amada tierra, a mucha distancia al norte. Y como no, buscaba a esos soldados que tenían que ayudar, y hacer de guía. Ya lo había hecho otras veces, y esta no era diferente. En los viejos tiempos traficando, bajo las atentas miradas de los policías; ahora, igual, pero de los soldados alemanes. Al final de cuentas era lo mismo. Ganarse la vida, y sobrevivir en el intento.

Anatoly se bajó del carromato de un salto y echó un vistazo alrededor, tratando de tomar alguna referencia que pudiera ayudarle a orientarse. Luego, viendo que Antonov parecía saber lo que hacía, se dispuso a seguirlo. El miedo comenzó a crear las más terribles imágenes e ideas en su mente a medida que se internaban en el bosque. Anatoly se imaginó cómo un foco se iluminaba de repente, deslumbrándolos, y cómo una de esas tanquetas que el teniente había mencionado abría fuego sobre ellos, detrozándolos en pedazos. Para tranquilizarse, se limitó a seguir los pasos de su compañero, atento a cualquier cosa que pudiera considerarse fuera de lugar, y a repetir mentalmente las instrucciones que les habían dado: viajar hacia el sur, contactar a los paracaidistas, volar la vía, regresar al refugio.

Por otro lado, Anatoly se preguntaba en qué momento podría hacer falta hacer uso del idioma alemán, como el oficial había mencionado. Al menos ahora sabía por qué lo habían llamado, aunque esto no lo tranquilizaba en absoluto. 

-Por fin una misión decente-, pensaba Viktor, el cual estaba harto de hacer guardias y mirar mapas en la relativa seguridad del campamento. Iba casi tan adelantado como Antonov, siguiéndole, pero separado de él, miraba a su alrededor y comprendía que pese a que había estado mucho tiempo en esta región, las dotes del contrabandista serían útiles pues no estaba seguro si él sería capaz de conducirse por la región todo lo bien que requería la misión.

Al mirar hacia atrás salió de sus cavilaciones y observó a Bogdánov, no había que ser muy avispado para darse cuenta de que el pobre claramente estaba tenso, y con razón, por la situación en la que se encontraba, asi pues retrocedió unos pasos y se puso a su altura.

-¿Cómo vas camarada?-, le dió un suave golpe en el hombro, de forma amistosa, -¿Todo bien?-

Viktor sabía que la victoria pasaba por el buen funcionamiento del grupo y para eso todos teníamos que mantener una moral alta.

La noche parecía tranquila pues apenas se escuchaba nada en ese bosque que no fueran sus propias pisadas hundiéndose en la tierra húmeda. Sin embargo, Selinka sabía que aquello no significaba nada: ella misma podía ser tan silenciosa como la mariposa que se acerca a una flor y acabar con la vida de un enemigo sin que éste se hubiera percatado de su presencia. Esa posibilidad mantenía a la joven en tensión que, lejos de adelantarse o cubrir la retaguardia, había decidido permanecer en el medio del grupo, haciendo gala una vez más de la discreción que siempre la había caracterizado. 

Antonov se movía con ligereza, como si conociera el terreno de toda la vida, y la seguridad con la que los iba guiando hizo que Selinka se permitiera el hecho de relajar un poco su atención. Vio entonces que Viktor se interesaba por el ánimo de Anatoly quien mostraba una leve expresión de agobio o preocupación en el rostro. Era normal: no era un hombre de guerra y no estaba acostumbrado a la tensión de momentos como aquel en el que, tras un árbol, podía esconderse tanto un aliado como un enemigo.

La joven suspiró suavemente y volvió la vista al frente. Parecía que Antonov había visto algo y detuvo sus pasos lentamente, prestando toda su atención al contrabandista y presionando los dedos en torno a su arma para aliviar la tensión, tratando de escuchar algo ella también.

En los alrededores no se aprecia nada más allá del ulular de alguna rapaz nocturna en la lejanía. Cuando una densa nube oculta la luna, parece que la noche ha devorado el claro por completo. Cuando Brezhnev golpea amistosamente la espalda de Bogdanov, le interrumpe en un momento donde sus cinco sentidos estaban concentrados en buscar algún indicio. Ello no sólo le provoca un buen sobresalto que acelera su pulso, sino que además le hace hundir el pie en un charco que le cala todo el bajo del pantalón y los calcetines. Después de eso, cuesta volver a concentrarse en nada. 

Antonov y Selinka se adelantan algunos pasos por delante del grupo y cuando la luz de la luna se desvanece, la agudeza de sus sentidos capta valiosa información...

Antonov alcanza a avistar un pequeño brillo de color rojizo no muy lejos de allí, quizá a cien metros o un poco más. Para un observador avezado y hombre acostumbrado a la vida a la intemperie, no hay duda de que se trata de brasas. 

Selinka, por su parte, escucha un suave rumor en la lejanía. El viento que sopla desde el norte arrastra el sonido grave y monótomo de un motor, probablemente el de un camión alejándose.

No dudó en chistar al que parecía un soldado en labores de apoyo del más fanático de los estúpidos comisarios políticos. - Txssss. Silencio. O te callas o te largas. Su sutileza de palabras se había terminado. Otro idiota más, y el mayor ruido de este bosque lo haría él, pegándole un tiro al idiota de turno.

Señaló a la muchacha, y señaló a su fusil y a los ojos, luego en una dirección en concreto. Todo tras haberse agachado, antes de nada.

Al dejarnos sobre el terreno, el conductor nos dice de dirigirnos hacia el sur para empezar nuestra misión. Tenía memorizados en la cabeza los mapas pero en el terreno me costó orientarme, menos mal que estaban el resto y empezamos a andar hacia el objetivo. Me coloco en retaguardia para avistar cualquier movimiento de esa zona y poder avisar al resto si fuera necesario. 

Llegamos al claro y Antonov y Selinka se adelantan para observar y encontrar al contacto. Yo coloco el fusil en alto y me quedo vigilando los alrededores 

Con una expresión de enfado, Viktor miró fijamente a Antonov, y por un momento estuvo apunto de espetarle alguna grosería, pero sabía bien que no era el momento. Sin embargo se percató de que el contrabandista había visto algo, asi que siguiendo el ejemplo de este, se tumbó en el suelo del bosque y desenfundó su rifle a la espera de que algo pasase.

A pesar de los cuchicheos de sus compañeros, Selinka logró escuchar algo en el silencio nocturno y el gesto que le dirigió Antonov solo sirvió para que se decidiera a avanzar unos pasos rifle en ristre, cerrando un ojo para asomarse a la mira de su arma y tratar de discernir algo entre las sombras en la dirección que éste le había indicado.

Cuando estaba aprendiendo a disparar casi diez años atrás siempre contenía la respiración para evitar moverse o incluso distraerse con el sonido de su propio aliento. Sin embargo, con el tiempo había aprendido a usar la respiración como una forma de controlar su temple. Por ello, ignorando la complicada situación en la que se encontraban y en la que un error podía ser fatal, se concentró en mirar hasta que al fin bajó su fusil haciendo que la mira apuntara al suelo. Luego, se acercó a sus compañeros haciéndoles un gesto para que se agruparan en torno a ella.

—He escuchado el sonido de un vehículo que se alejaba y un poco más adelante hay un claro con los restos de una hoguera o de algo que se ha quemado, algo no muy grande, debe tener como dos palmos de altura... Parece despejado —susurró pasando la mirada de uno a otro —Yo digo que nos acerquemos pero con precaución.

-Estoy de acuerdo, debemos minimizar riesgos- dijo entre susurros mientras es incorporaba apoyando la espalda en un árbol y echándose el rifle al hombro. -De todas formas, aún en el caso de que sean enemigos, deberíamos evitar cualquier tipo de alboroto, por pequeño que sea-. Volvió a analizar a sus compañeros con la mirada. -Y bien, ¿Qué hacemos?-

Le señaló. Señaló directamente a Viktor. Él era el cabo. El sabría que tenían que hacer, pero su confianza en este se había desvanecido.

- Si el mando eres tú y preguntas que hacer apañados estamos.

.-Habéis visto alguna granja, según el mapa debería de haber una cerca.-dije en voz baja después de que Antonov y Selinka acabaran de volver de hacer de avanzadilla:-Voto por acercarnos a la fogata como dice Yurievna, era reciente la fogata?-añadí a continuación ante la aparente indecisión de Brezhnev

Cuando tras sopesarlo os decidís a acercaros a lo que parece ser el único indicio de presencia humana en medio del claro, descubrís que en efecto se trata de unas brasas recientes. El brillo tenue de las cenizas aún candentes os permite identificar sin duda alguna que se trata de material militar apilado y quemado de forma apresurada, de tal modo que ni siquiera ha llegado a arder completamente. 

Correajes, arneses, varios gorros de vuelo, efectos personales y, sobretodo, inmensas telas y cordeles retorcidos. No hay nada aprovechable, pero no os cuesta identificar que se trata del equipo de varios paracaidistas...

Anatoly permaneció a un borde del claro, inquieto y atento a cualquier ruido proveniente de la espesura. No terminaba de comprender el por qué de la fogata, aunque estaba claro que algo tenía que ver con los paracaidistas. "¿Cómo pueden haberse atrevido a encender un fuego?", se preguntaba, suponiendo que hubieran sido ellos y no los alemanes. "En cualquier caso, los que lo han hecho no deben andar muy lejos", reflexionó, fijándose en el material a medio quemar. 

- Camarada Yurievna -susurró, dirigiéndose a la joven- ¿De qué dirección provenía el sonido del vehículo que escuchó alejarse?

Guiado por un mal presagio, Anatoly dejó a un lado sus precauciones y avanzó con decisión hacia el centro del claro, dirigiéndose ahora al resto de sus compañeros, concretamente al cabo Brezhnev.

- Camarada, sugiero que nos desplacemos en dicha dirección cuanto antes y tratemos de encontrar la carretera por la que se desplazaba el vehículo. Nos servirá para orientarnos mejor así como para esclarecer qué ha pasado aquí exactamente, ya que dudo que este fuego lo hayan encendido nuestros soldados.