Partida Rol por web

El grupo se reunió puntual en una plaza cercana a la parroquia de San Ginés, lugar de paso para ir a la Huerta del Regidor. Don diego estaba presto para dale el merecido al pisaverdes italiano, un par de estocadas, un par de rasguños y cada uno para su casa. Que no era menester dejar fiambres por confusiones y líos de faldas. Pero las pistolas iban cargadas, toda precaución era poca.

El grupo camino hacia noreste de la villa, pasando por el prado de Recoletos. La noche era clara y la luna iluminaba con claridad los arboles de la huerta. Todo está en tranquilidad y no había rastro del pisaverdes italiano y sus amigos.

Caminábamos despacio, como cuando los tercios van precavidos bajo el sol de Flandes. Sin embargo, pocos éramos, et los naipes pintaban en amargos, pues aún no habíamos visto a aquellos truhanes, al alpino incluido, y las correosas y las pistolas siempre solían ser invitadas en noches como éstas. Intenté mantener la calma, mirar a todos lados y aguardar. Mi ropera era hoy la protagonista, y mi brazo su amante nocturno que habría de darle al enemigo el justo castigo por osar pretender a un ángel.

Intuyes que detrás de los arboles hay al menos cinco sombras que están tratando de rodearos. Las sombras visten capas largas y sombreros de ala ancha sin plumas, un uniforme muy diferente del que llevaba el pisaverdes y sus amigos.

El inconfundible sonido del acero al salir de su vaina rompe la tranquilidad de la noche.

Señores, son cinco pájaros -les susurré a mis compañeros- y llevan el ala alta y seguramente el pico afilado...

Los cinco valentones que había anunciado don Diego salen de entre las sombras, ropera y vizcaína en mano, sobreros de ala ancha calado hasta las cejas y sonrisas fieras. Los cinco se sitúan formando un círculo alrededor de vosotros, cortando todas las salidas. Pero lo peor de todo no es la emboscada, si no el silencio, ninguno de los valentones a pedido la “bolsa o la vida”, parece que solo quieren sangre.

Buscando los ases vienen -pensé-, mas tendrán que ensartarme bien los higadillos si quieren que les dé cuartel.

¡Señores! -susurré aunque con fuerza y tenor-, ¡avante y cazoleta! ¡En guardia!

Me acerqué a uno de los valentones de aquel grupo, desenfundando mi espada corta y dispuesto a batirme el cobre junto a mi señor y sus amigos.

Diego carga contra el primer valentón, pero este, ropera en mano consigue parar el ataque y reaccionar lanzando un tajo cruzado que corta el jubón de don Diego a la altura del pecho. El segundo malandrín que se dirigía también a combatir contra don Diego, viendo que su compañero estaba dando buena cuenta del caballero sin ayuda de nadie, dejo que siguiera peleando en igualdad de condiciones.

Nuño fallo el ataca al igual que su oponente, los aceros brillaron a la luz de la luna pero no llegaron a cruzarse.

Más suerte tuvo Alejandro, que con un certero estacazo alcanzo la cabeza de su oponente.  El corte a la altura del ojo era feo, aunque no dejo fuera de combate al valentón, que con furia ciega cargo contra Alejandro. La sangre y la ira cegaron al valentón que no consiguió dar al pintor.

El ataque de Nestor golpeo en uno de los brazos de su atacante causándole un simple rasguño a su oponente. El valentón le devolvió el ataque al sirviente, pero el acero del jaque se encontró con el duro acero de la espada corta de Nestor.

Aprovechando el enojo de su rival y viendo una oportunidad para despacharlo rápido e ir en auxilio de Don Diego, que enfrentaba a dos malandrines, Alejandro se lanzó hacia adelante espada en ristre y bien dispuesto a picar entre las costillas. 

En los primeros lances con los aceros, apenas había conseguido hacer un ligero rasguño a mi oponente en un brazo. Aunque, por otra parte, había conseguido parar con facilidad sus estocadas.

Por el rabillo del ojo observé como uno de aquellos valentones alcanzaba a Don Diego en el pecho. Noté una ligera desazón y el impulso de acudir en su socorro, pero estaba enzarzado con aquel fulano y acudir junto a mi señor solo le daría una oportunidad de atacarme durante mi huida del combate. Tenía que despacharle antes de salir en ayuda de mis compañeros.