Partida Rol por web

Herman 'Gangas' no era el clásico mercader que se arriesgase demasiado. Llevaba demasiados años en el negocio como para saber que los riesgos pueden catapultarte a lo más alto o, la mayor parte de las veces, quitarte de un plumazo del mercado. Y a veces en Zork cuando dices 'quitarte del mercado' lo dices con todas las consecuencias. Por eso él raramente corría riesgos. Nada de rutas raras, ni grandes recompensas por grandes riesgos. No. Lo suyo era ir sobre seguro, como una hormiguita, acumulando moneda tras moneda.

Lo malo es que a veces te arriesgas sin darte cuenta, como en esta ocasión. Herman sabía que mucha gente evitaba las rutas a Galisian pero todo el mundo decía que era por las tormentas. Cualquiera que conduzca un carro por páramos sabe que las tormentas son malas para el negocio. Sobre todo en territorios abruptos como aquella península. Pero también sabe que con un buen guía los problemas se reducen. Por eso cuando la casa noble de Moscalegre le propuso un viaje a uno de los pueblos de Galisian para llenar un carro del mítico licor que hacían allí los bárbaros no pensó que la cosa fuera tan peligrosa si encontraba un nativo que los guiase. Los bárbaros de Galisian no eran de esos que degollaban mercaderes, de hecho todo el mundo decía que eran muy hospitalarios. Y estaban en una península bastante aislada. Un carro de licor bárbaro valía su peso en monedas de oro y, encima, podría comprarlo muy barato llevando pertrechos de la civilización que los bárbaros encontrarían irresistibles. No se paró a pensar que era demasiada ganancia para que unas simples tormentas echaran para atrás a otros mercaderes más jóvenes. Por una vez le cegó la codicia.

Pero ahora la ceguera había desaparecido. Tenían una rueda atorada en una grieta del camino - si es que se podía llamar así a una estrecha cornisa bordeando una montaña - que amenazaba con romperse si no actuaban con cuidado. Tener cuidado cuando te azota una tormenta de lluvia y viento casi huracanado era un lujo complicado. A eso se sumaba el inquietante sonido de cuernos de caza en un paso que se llamaba 'el paso de los ogros'. Para Herman la suma de problemas daba como resultado un riesgo excesivo. Pero era tarde para echarse atrás. Sólo le quedaba la esperanza de que el grupo de aventureros que lo escoltaba fueran tan competentes como parecían. Pero una de las máximas de cualquier negocio es que si dependes de otros estás vendido...

- Oh, uh, ah...- dijo Herman mientras bajaba pesadamente del carromato para revisar el estado de la rueda - ¿Puede que esos cuernos sean de los bárbaros que vienen a recibirnos? Por favor, por favor... que no sean cuernos de caza de los ogros... por favor... es un nombre figurado lo del paso de los ogros ¿verdad? ¿VERDAD?

Garlukan caminaba por aquel lugar realmente como si fuera su hogar, sin ni siquiera inmutarse por las bajas temperaturas y la ventisca que azotaba aquella montaña salvaje y amenazadora, no en vano Galisia era el país de las tormentas, un lugar dónde los barbaros aprendían que sobrevivir a la naturaleza y sus desafíos era la mejor manera de adaptarse al mundo. 

Con el enorme espadón colgando de una cinta en su ancha espalda y la larga melena negra agitandose con el viento con escarcha entre los mechones, Garlukan trataba de levantar el carro atascado a pulso usando su fuerza. Los músculos del descubierto y tatuado torso se contraían para levantar todo el peso del carromato.

- ¡Por Crom! ¡Levantar el carro hemos, caer carro sinó! - exclamó con voz grave y una más que cuestionable gramática. Cuando el mercader hizo el comentario sobre los ogros asustado, el barbaro sonrió y soltó una sonora carcajada. - ¡Jajajajaja! ¿Trofeo tiene miedo de ogros malos? ¡YO PROTEGER TROFEO! ¡HUA! - exclamó en todo un acto de vanidad y orgullo. 

- ¡NO! ¡NO! - el mercader berreaba entre el viento al ver como el bárbaro levantaba el carro en vilo - ¡Si lo haces mal la rueda partirá! ¡Esto no es cosa de fue...

Pero ya era demasiado tarde. El impulsivo bárbaro estaba levantando el carro. 

Valeria se detuvo un poco después de que el carro se hubiera atascado en el paso. Como buena paladín que va por el mundo protegiendo a los débiles e indefensos, lideraba la marcha e iba tan concentrada en detectar enemigos sin que la ventisca la arrojara al precipicio, que tardó en darse cuenta que nadie la seguía.

Volvió sobre sus pasos y alcanzó la carabana justo cuando el bárbaro comenzaba a levantar el carro para desatascarlo. El pasillo era tan estrecho que la mujer dudó entre echar una mano o apartarse de allí para no estorbar. Por último, decidió preguntar qué prefería su compañero.

-Oye Garlukan... dime como puedo ayudar desde el frente. Señor Gangas, retírese por favor, que lo único que hace es molestar y será usted el que termine en el fondo del barranco si no se quita del camino. Nuestro guía sabe lo que hace.

Rob iba silbando tranquilamente en la carreta cuando la rueda se había quedado atascada. Rápidamente se había inclinado sobre ella para pensar cómo poder sacarla de allí cuando se dio cuenta de que el bárbaro ya lo había decidido por sí mismo. De un salto, bajó al camino mientras observaba al hombre descamisado.

— ¡Ya lo entiendo! — exclamó de repente al ver los músculos de los brazos de Garlukan hincharse como el saco vocal de una rana. — Nunca tiene frío porque va liándose a mamporros con todo lo que se cruza — le explicó a Herman, intentando tranquilizarle para que no temiese por la integridad de su carro. Aunque la verdad es que a él tampoco le apetecía lo más mínimo que rompiese una rueda y tener que hacer el resto del camino a pie. Él se hundía menos en la nieve que sus compañeros más pesados, pero si era suficientemente blanda, podría colarse hasta la cintura.

Aburrido de otra demostración de fuerza de Garlukan, no tardó en buscar a Nora con la mirada. El precioso felino no parecía muy cómodo en este clima, y eso que estaba completamente cubierto de pelo, no como el bárbaro.

— Nora, ¿has escuchado esos cuernos? — le preguntó. — Si son cazadores igual es buena idea que te acerques a investigar, ¿no crees? Y ¡no te preocupes! Yo cuido de Luna mientras das un paseo... — dijo acercándose al felino, que no dejaba de mirarle con cierto recelo.

Garlukan alzó el carro en vilo. Por un momento Herman se temió lo peor pero el tirón fue tan limpio que la rueda se elevó con el resto del carro, quedando libre sin llegar a romper. Cuando una ráfaga de viento hizo que se tambalease hacia un lado fue Valeria quien ayudó al bárbaro a mantenerlo en equilibrio. El mercader no daba crédito a lo que estaba viendo pero no pensaba quejarse de su mala suerte. Con una rapidez y destreza que contrastaba con su oronda figura se apresuró a asegurar el eje para que al depositar de nuevo el vehículo en el suelo no se partiera nada.

Los cuernos estaban ahora muy cerca de ellos, resonando por encima de sus cabezas. Algo se aproximaba por encima del risco y parecía hacerlo muy deprisa.

Rob hablaba con la pantera que, evidentemente, no le contestaba nada. Aún así estaba atento a todo lo que sucedía alrededor pese a que no fuera especialmente fácil por culpa del viento y la lluvia. Fue por eso que se dio cuenta de a un par de pies de distancia reposaba una calavera en el suelo, junto a un montón de piedras que podrían sepultar el resto cuerpo del fallecido.

Nora avanzaba en la retaguardia cerrando la formación de la expedición junto a Luna. Se alegró al ver que por fin el carro recuperaba su estabilidad, cuando apareció el mediano. La pantera, como intuyendo las intenciones de Rob, le enseñó los dientes en señal de desaprobación – El sonido de esos cuernos me inquieta profundamente  – le contestó la exploradora – ¡Desconozco sus intenciones pero se están acercando y debemos estar alerta! -  Levantó la vista hacia la cima del risco pero la intensidad del aguacero impedía distinguir cualquier signo de alarma. – Rob, avisa a los demás. Voy a acercarme un poco más. ¡Vamos Luna! - 
Aprovechando un saliente en la pared de roca la exploradora y el animal empezaron a trepar para conseguir una posición más ventajosa que les permitiera captar mejor el sonido y alertar con tiempo a los demás en caso de peligro inminente.

Rob sonrió ante el gruñido del animal, mirando a la exploradora.

— ¿Ves? Ronronea como una gatito. — Se volvió hacia Luna, dudando si acariciarla o no. — Tranquila, pequeña, ya verás cómo acabo convenciendo a tu ama para que nos deje jugar un rato.

Pero para sorpresa de la exploradora, la atención del mediano no tardó en desviarse del animal.

— ¡Mirad! ¡Aquí han enterrado a alguien! — Dijo señalando un pequeño montículo de piedras del que aún sobresalía una calavera. — Y no demasiado bien, por cierto. Garlukan, tu gente debería prestar más atención a sus ritos fúnebres, ¿verdada Valeria?

Mirando con atención el montículo de piedras era evidente que poco tenía de túmulo. Muy probablemente, el pobre viajante muriera sepultado por esas piedras, ya fuera a causa de un derrumbamiento o gracias a la ayuda de los ogros que dicen recorren estas tierras.

Rob se dió cuenta de que era posible que Valeria quisiera decir una oración por el alma del viajero, pero al contrario que Garlukan, él si sentía el frío aire de la montaña, así que se apresuró un poco en alejarse del montón de piedras. — Bueno, ¿nos vamos? — preguntó al ver que la carreta ya no estaba atascada.

En cuánto el orondo comerciante realizó la reparación el corpulento barbaro volvió a dejar caer el carro en tierra firma. Sacando pecho sonrió satisfecho de su hazaña, no en vano había sido bautizado como "Brazos de Piedra" debido a su gran habilidad para levantar grandes pesos en las competiciones que se realizaban en el Clan Rompecráneos al que pertenecía.

Tras superar el asunto del carro, Garlukan se fijo en el montículo al que hacía referencia el mediano Rob. - Ese caer derrotado por fuerza de la montaña o ogros - trató de explicar el barbaro. - Su alma solo descansar, pero no gloria ni honor. Si yo encontrar ogros yo cortar por mitad, no acabar así. - a continuación Garlukan cogió el cráneo del desafortunado esqueleto y se lo echó a la bolsa de viaje.

- Yo tomo cráneo derrotado, si yo vengar, yo obtener su gloria perdida y Crom favorecer. - dijo convencido de ello como si aquello fuera un ritual o una tradición natural en Galisia. Parecía que todo barbaro que se preciara llevaba cráneos de los difuntos entre sus pertenencias.

Valeria miró lo que le señalaba Rob, pero casi sin prestarle atención. El mediano era una fuente inacabable de curiosidad y ya le había llamado la atención sobre plantas, mariposas, gusanos, roedores, curvas en el camino, segmentos rectos en el camino y un montón de cosas más que la paladín ya no recordaba, por lo que respondió pensando en otra cosa al tiempo que volvía la mirada hacia Nora.

-Oh, sí, pobre, pobre... seguro que sí, que eso pasó.

Al ver el arrojo de la exploradora, ella no pudo menos que sentir admiración. Temiendo por su integridad, cerró los ojos un momento y elevó una plegaria a Pinxopa en busca de su sabiduría [1]. Sin embargo la paz interior le duró poco, al ver el tratamiento del bárbaro hacia los restos mortales de otra persona.

-¡Garlukan no debes hacer eso! Los restos de una persona deben ser honrados con piedad, no usados como trofeos. Deberías devolver esa calavera al montículo, y elevar una oración pidiendo disculpas por la profanación. No querrás que su espíritu te persiga hasta el fin de los tiempos -dijo admonitoriamente. Aunque el guía había resultado ser alguien necesario para la expedición, sus costumbres alteraban su temple, llevándola al límite de perder la compostura por su comportamiento anómalo.*

Garlukan se sorprendió ante las palabras de la paladin amonestandole por haber recogido el cráneo de los restos osseos, como si fuera incapaz de entender que aquello era algo macabro y blasfemo a los ojos de la seguidora de Pinxopa.

Entonces pareció que el atlético galisio se sonrojaba, como si quisiera evitar disgustar a Valeria. Algunos dirían que aquel era el primer síntoma de que el bárbaro parecía sentir algo de atracción hacia la rubia paladin, pues raro era que un galisio se retractara de sus hechos solo por una meras palabras reprobatorias. 

- Si Valeria dice que no coger cráneo, coger no cráneo yo. - contestó con su característica dificultad para hablar el idioma común extráyendolo de nuevo de su bolsa de viaje para depositarlo con el mayor de los cuidados sobre el tumulto. 

Luego buscó la mirada de la paladin, como si buscará su aprobación. - Tu eres mejor con oraciones, tal vez tu puedes honrar a este muerto. - dijo el corpulento barbaro irguiendo su pecho con respeto sobre los restos. 

Valeria asintió con aprobación. Al parecer, el bárbaro estaba dispuesto a aprender las costumbres civilizadas y aquello era bueno. Esta noche cuando hicieran campamento, debería agradecer a su diosa por permitirle acercarse a Garlukan y guiarlo por el buen camino.

-Gracias Garlukan, Pinxopa y yo apreciamos tu muestra de arrepentimiento y respeto -luego le sonrió y lo palmeó en el hombro, antes de pararse frente al túmulo y pedir al alma del difunto que apaciguara su furia por la profanación de su tumba.

Mientras Garlukan y Valeria debatían sobre el fin último de aquellos restos Nora ya estaba trepando por la pared de piedra. El viento era muy fuerte y arrastraba ráfagas de lluvia que poco facilitaban aquella tarea, pero la exploradora no iba a dejar amilanarse por eso[1].

Al mover la calavera Garlukan había tumbado varias de las piedras. Efectivamente parecía que aquel desgraciado más que enterrado había sido sepultado por un alud. Ahora se asomaba un brazo esquelético enfundado en una cota de malla oxidada. Los bárbaros raramente usaban ese tipo de pertrechos así que probablemente el cadáver pertenecía a un viajero. ¿A quién se le ocurriría hacer turismo por allí? 

Valeria intentaba discernir si había algo de maldad en lo que estaba viendo pero, realmente, veía muy poco entre la lluvia y el viento[2]. Si había algo malvado no estaba la vista... todavía. Porque de pronto Luna se había puesto en posición defensiva, mostrando sus colmillos hacia la parte delantera del camino, de donde venía el viento y la lluvia. Estaba oliendo algo o alguien que se acercaba. 

El fuerte viento dificultaba la ascensión y la lluvia que se deslizaba por la pared hacía que las resbaladizas piedras se escurrieran entre los delgados dedos de la joven exploradora. No era tarea fácil pero se agarraba con fuerza: primero debía asegurarse de que no había ningún peligro allá arriba. Alzó la cabeza y, a pesar del aguacero, le pareció ver que todavía le quedaba un buen trecho. De repente Luna se quedó inmóvil. Esa no era buena señal. Conocía esa postura, esa mirada. Algo no iba bien. Nora también se paró abrazando la pared con fuerza y las dos fieras se quedaron quietas y nerviosas mirando al frente.

Nora estaba teniendo serias dificultades para mantenerse agarrada a la pared. De pronto una ráfaga de viento traicionera la lanzó volando por el aire. La muchacha intentaba desesperada agarrarse a algo mientras sentía como el viento la alejaba de la cornisa. En un momento se dio cuenta de que estaba condenada: ¡caería por el precipicio! 

Y entonces alguien la agarró. Por un momento la muchacha suspiró aliviada hasta que la mano que la mantenía agarrada la aplastó cruelmente contra la pared. Aturdida y sangrante alzó la cabeza como pudo para ver como un enorme ogro de hielo la tenía agarrada por la muñeca. El bruto reía mientras levantaba en vilo a la chica llevando su enorme porra, hecha con el tronco de un árbol, hacia atrás con la intención aviesa de rematar a la exploradora. 

Los ogros de hielo eran una variante de los ogros especialmente agresiva - si es que se puede ser más agresivo que un ogro normal - barbilampiños, albinos y con un aspecto más rechoncho que fuerte. Sin embargo este aspecto fofo no debería engañar a nadie. Su fuerza era igual que la de sus compañeros del bosque. 

Los que estaban abajo veían horrorizados la escena. El ogro estaba en una repisa a unos cuatro o cinco metros por encima de ellos, fuera del alcance directo. Luna, la fiel pantera, dejó de atender a la parte delantera del camino para removerse inquieta buscando un punto por el que intentar trepar. Pero la pared era endemoniadamente vertical...

No hubo tiempo para más que unas pocas palabras con su diosa para encomendar el alma del viajero. El grito de Nora al ser sacudida por el aterrador ogro activó su sentido del deber para los más desvalidos. Su compañera estaba en peligro, Valeria tenía que actuar rápido y recurrir a su mejor arma: la razón... divina.

-En nombre de Pinxopa, criatura perversa, te ordeno que dejes a Nora en el piso sin hacerle daño! No querrás que la diosa del hogar maldiga tu estirpe y agríe la carne de tu olla. Atrévete a desafiar su poder y jamás volverás a disfrutar de una comida sabrosa ni del fuego en camadería. Obedece! Mi autoridad divina así te lo exige!

El ogro miró sorprendido a Valeria. ¿Qué puñetas estaba diciendo aquella piel-gris diminuta? ¿Por qué le apuntaba con el dedo? Sintió un cosquilleo en su pequeño cerebro y aquello le enfureció mucho. ¡Estaba usando magia para hacerle cosquillas dentro de la cabeza!

Sin pensárselo dos veces el monstruo pegó un salto desde su cornisa para caer con una agilidad pasmosa para su tamaño al lado de la paladín: Estaba tan enfadado que sin darse cuenta había liberado de su garra a Nora, que cayó en el suelo detrás de la criatura. Eso sí: ahora levantaba el garrote con la intención de clavar un poco en la tierra  a Valeria. El rugido que salió de su garganta llenó de babas el rostro de la valiente mujer.