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Crónica del Heredero - Episodio  I - El Refugio.

Crónica del Heredero - Episodio I - El Refugio.

Primer episodio de la  campaña de Reinos Olvidados, La Crónica del Heredero. 

En esta primera aventura los cuatro supervivientes de los Ocho de Valigar recuperarán de las ruinas de un solitario túmulo el cuerpo de un mediano. La nota que portaba desatará una serie de acontecimientos que cambiarán sus vidas y las de los habitantantes de la Costa de la Espada.

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Crónica del Heredero - Episodio  II - El Ascenso.

Crónica del Heredero - Episodio II - El Ascenso.

Athkatla, primer día de Mazho. 1370 CV. Año de la Jarra.

El viaje hasta Athkatla había durado los dos días exactos que Davros había previsto cuando el grupo se reunió a la entrada del pequeño pueblo de Cherrybroof. Habían pasado las frías noches durmiendo en las posadas que el antiguo guardián de caravanas recomendaba. Lo bueno que tenía esta ruta era la gran cantidad de posadas, tabernas y casas de postas que salpicaban las orillas de la carretera, con lo que era improbable quedar a merced de los elementos o de otros peligros propios de las zonas salvajes. El tráfico rodado, a lomos de monturas o incluso a pie también se había visto incrementado a medida que la compañía se acercaba hacia la Ciudad de la Moneda. Además, hoy, al ser primer día del año, seguramente las puertas estarían atestadas de nuevos mercaderes registrándose como residentes para los meses de invierno que se avecinaban.

Las nieves no tardarían en llegar como Losse había indicado señalando las inmóviles nubes blancas que cubrían el cielo azul como un espeso manto blanco. Los primeros copos pronto caería sobre tejados, calles y árboles, había anunciado enigmático. De ahí a que los pasos de montaña se viesen cortados por el hielo y la espesa nieve no pasaría más de una dekhana lo que haría que las caravanas mercantiles redujesen sus viajes a uno o dos al mes si las circunstancias lo permitían.

Las primeras gaviotas surcaban los cielos por encima de las cabezas de la compañía de aventureros anunciando con sus graznidos que el gran mar de la costa de la Espada estaba cerca. Además de ello, el inconfundible olor a salitre era perceptible incluso antes de divisar las gigantescas murallas de la ciudad repletas de pendones ondeantes al viento que contenían entre ellas otro mar de tejados rojos, marrones y blancos.

Una larga y serpenteante cola de cerca de una milla formada por carretas, jinetes y grupos de personas aguardaba su turno para entrar en la populosa ciudad. El grupo se colocó tras un ruidoso grupo de leñadores de los valles que esperaban vender su cargamento de madera antes de que cayesen las primeras nieves.

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