Galería Umbriana

Subida por Venifer

Íbamos hacia la casa de la hermana de Montano, en subterráneo, y acabábamos de sacar la foto de otra de las pruebas con Montano haciendo señas como cachorro mojado a la formación que se iba. Él ya me había advertido que en esa estación en particular, a esa hora y encima un sábado, estaríamos a nuestras anchas campantes para intentar lo de las escaleras mecánicas. Yo tenía cierta duda personal sobre si realmente estaría tan despejado, así que como arreglamos que él fuese quien hiciera la prueba, salimos del andén hacia el pasillo inmediatamente al lado donde estaba la escalera y él subió, dejándome a mí en la base. Cuando recibí la seña de que no había moros en la costa, saqué la cámara y me apresté a filmar.

Mi situación frente a la escalera era perfecta, pero para tener ángulo, yo tenía que filmar casi de espaldas a una pared de la abertura que comunicaba el andén del subterráneo con el pasillo en el cual estaba esta escalera. A través de la abertura sólo se me podía ver a mí, de pie y filmando hacia algo, y ningún rastro ni de la escalera, ni del sujeto que se había quedado conmigo en el fin del andén haciéndole fotos a una formación yéndose, ni nada. Una persona y su cámara, sábado al mediodía, de pie filmando a la nada. Por el rabillo del ojo vi que dos chicas y un chico en el andén del frente, cruzando las vías, me clavaban los ojos desde el otro lado y susurraban entre ellos. Cuando de pronto apareció Montano, habiendo bajado la escalera, se sorprendieron más y susurraron peor.

La risa que les dio que yo apareciera a la vista mientras Montano filmaba, casi yéndome de cara al suelo al bajar de la escalera, se les fue de cuajo cuando les dirigí la mirada a través del andén. Un pulgar hacia arriba, un guiño cómplice, y una sonrisa de maniática enferma son grandes herramientas para trabar amistad con la gente.