Partida Rol por web

Si, sí, estoy bien... creo -respondió el joven clérigo a Elvira mientra bebía del cazo-. Después escuchó los interrogatorios de Chenaro y de Bras, quien tenía aún el arco entre sus manos. Nada he hecho, señores -respondió-. Tan sólo atravesar esta tierra... Soy Prinio. Me dirijo al castillo de Nogalte, hacia el sur, en misión de Dios.

¿Nogalte? Eso está muy cerca de Alaurico... -masculló don Jimeno-.

Así es. Viajo desde Henares para visitar a don Alfonso García de Villamayor, Adelantado de Murcia. Es un hombre muy mayor, enfermo por la edad, y la Orden procura que oremos por él, y en el llegado caso, practicarle la Extremaunción...

Sé quien ese hombre... -respondió don Jimeno-: un mayordomo Mayor, una alta dignidad, de Su Majestad Alfonso el Décimo. No sabía que anduviera enfermo.

Es así... Por cierto, gracias a todos -concluyó el joven clérigo-. ¿Van todos vos a Nogalte, Alaurico tal vez? -don Jimeno se mojó los labios con la lengua, pero no dijo nada-. Quizá podamos viajar juntos.

—O quizás podría usté seguir su camino —contestó Bras—. No se lo tome a mal pero tan peligrosos los chuchos como cualquiera que se ponga por medio con maledicencias o a saber qué aviesas intenciones. Supongo que vuesa merced empezólo solo y contaba con terminarlo en solitario.

Chenaro escucho con detenimiento las excusas del muchacho, al igual que Bras no le caia bien la idea de que el desconocido se acoplara a su grupo y mas tras el pequeño incidente acaecido.

Tan solo por atravesar los caminos no te persiguen unos perros de presa como esos, a alguien habras ofendido para que manden sobre vos tales animales- dijo acercandose al chico- por mi parte sin ninguna expliación es mejor que te vayas y sigas tu camino no me quiero ver involucrado en problemas por un desconocido sea religioso o no

Moraima miró con desconfianza al hombre que los había puesto en peligro, bajó del árbol y se dirigió hacia Cándido.

- Pater, ¿me deja echarle un vistazo a esas heridas? -quizás pueda hacer algo para aliviar el dolor.

La mora abrió su mochila y empezó a sacar algunos vendajes y hierbas. Una vez desde abajo, la chica echó un par de vistazos al hombre con hábitos que les había pedido acompañarles.

- No podría haberlo expresado con mejores palabras señor de Castellot -le dijo aún acostumbrada a llamarle por su apellido como habían hecho en el castillo de Montepenares- ¿Me permite padre? 

Le dijo una vez lo tuvo preparado todo.

- Por supuesto Moraima, mira lo que desees. - dijo Cándido arremangándose el brazo. Tenía una herida, no muy importante pero que podría llegar a suponer un problema.

- ¿Qué te trae por estos caminos, joven? ¿Tan lejos te mandan para dar una extrema unción? aun siendo un noble, suelen requerir de altos cargos de la Iglesia para dicha tarea y ellos sí suelen venir de lejos. 

Viendo que el cazador y el caballero invitaban a que siguiera en solitario su camino, el joven clérigo asintió, entendiendo que no le querían allí. Don Jimeno no dijo nada, sabía que quienes le acompañábais lo hacíais en pos de su seguridad y compañía, y si aquello era lo preferible, también lo era para él.

Ya os lo dije, padre: marcho para rezar con un enfermo -Luego miró al resto-. Que Dios os bendiga, y gracias -repitió, debido a vuestra intercesión ante los perros-. Y tal que así, el muchacho se marchó por el mismo camino que seguíais, pero por otra vereda (como tratando de dar un rodeo por la zona para evitar encontrarse con aquellos canes de nuevo).

Mientras lo hacía, el caballero Chenaro pudo ver a lo lejos un grupo de personas que había aparecido en una zona alta de crestería rocosa, a unas trescientas varas o más, las cuáles atravesaban los brezos y pocos arbustos del terreno próximo que allí había. Se oyó también el eco de ladridos, muy leves, procedentes de allí. Enseguida aquel grupo desapareció detrás de las crestas de roca.

Moraima observó entonces las heridas de Cándido en su espalda y su brazo. Toda dentellada era tal, pero dentro de lo que cabía podría decirse que Dios había intercedido para que no hubiera sido algo peor.

Será mejor que sigamos un poco -añadió don Jimeno-. La noche caerá pronto, y Alaurico no anda lejos. Tal vez, estando más descansados, puedas verle mejor esas heridas, Moraima. No podemos hacerlo aquí, en medio del camino. Vayamos, pues -dijo el aragonés-.

Enseguida seguísteis el camino, tras unas horas de viaje sin encontrar más que algún que otro viajero en la vereda, y como si Dios hubiera escuchado a don Jimeno, la noche os cayó encima encima desprevenidos, en medio de una zona rocosa repleta de robles. Nada más estando allí, comenzó a llover finamente, un ligero goteo a partir de unas nubes concentradas en el cielo.

Parece que así lo quiere... -dijo mirando al cielo don Jimeno-. Mirad esas rocas, amigos, tal vez podamos resguardarnos junto a ellas. Espero que no llueva más fuerte esta noche... Raro es por estas tierras -secas y áridas, al menos en ese paraje en concreto que cruzábais-.

la lluvia empezaba a caer friamente sobre la mata del pelo de caballero al que no le gustaba para nada encontrarse en el camino de noche y con este tiempo- el tiempo perdido con aquel monje nos trae factura, eso y la mala suerte que nos persigue ultimamente , que dios se apiade un poco de nosotros y deje de ponernos problemas en el camino- dijo santiguandose para despues darle brios a su caballo- Rapido hagamos caso a don Jimeno antes de que acabemos todos como ropa recien lavada

—Esto no es ná señó, casi ná... Nos en mi tierra a esto lo llamamos orballo pues allá está día tras día lloviendo. Así que tenemos días que llueve menos como ésto, el orballo; y días en los que arroia y cae más fuerte —comentó Bras quién se había situado en la entrada de las rocas y miraba hacia el cielo mientras olía aquel olor tan particular que le traía la lluvia y la morriña que con ella traía.

—Aun siendo un secarral, algo deberá caer por aquí o nada crece. Tengamos sentidiño y no le demos más importancia al asunto, nos deberíamos aprovechar para descansar. Déjenme facer la primera de las guardias que es agradable estar aquí viendo caer el agua.

Tras atar el ronzal de la mula en un sitio azocado del viento, Elvira se afana en encender fuego para calentar gachas y repartir migas con carne seca. Es una servidora y hay estomagos vacios. -¿Los señores tienen a bien comer? ¿Padre? ¿Mora Moraima?

- Creo que deberíamos descansar como bien dice Don Jimeno, sí. Debemos proteger el fuego que no lo apague la lluvia, y sí Elvira, por mi parte deberíamos alimantarnos un poco también.

Cándido ayudó con la madera todo lo que pudo, el brazo aún le ardía pero parece que la sensación de malestar iba desapareciendo - se puede vivir con esto - pensaba para sí mismo. Mientras Elvira iba preparando la comida, echando las gachas al fuego, la carne seca... Cándido iba entonando para sí mismo unas oraciones, agradeciendo al Señor el poder estar a salvo junto a aquellos compañeros que lo protegían (y eso que su labor era proteger a otro señor).

Algo he escuchado Bras. Historias muy peculiares de vuestra tierra, y también sobre cómo las nubes y las lluvias azotan la tierra -respondió Jimeno-. El aragonés asintió ante su propuesta de hacer la primera guardia.

Mientras Moraima, Elvira y el Padre Cándido (con su dolorido brazo y espalda) recogían leña y preparaban el fuego junto al abrigo de la roca, Bras y Chenaro aseguraron el caballo del caballero y la carreta y mula de Elvira, colocándolos lo mejor posible para evitar que se mojaran demasiado.

Como bien decía Bras, la fina lluvia era sólo eso, una cortinilla de agua, pero nunca se sabía si esta podría desaparecer o hacerse aguacero, ya que el clima era caprichoso muchas veces.

Una vez que estuvísteis al calor del fuego (formado junto a la pared para evitar que se apagara), colocásteis una vez más vuestras mantas, aperos y demás objetos alrededor de vosotros, dispuestos a pasar la noche lo antes posible. Bras quedó vigilando en la primera guardia.

El orballo caía.

Y aunque era noche cerrada y no se veían las estrellas, miraste hacia arriba mientras estabas recostado, con tu arco junto a tí. Algo llamó la atención en el cielo; enseguida vistes tres estelas color rojizo cruzando extremadamente rápido, casi al mismo tiempo (como si fueran estrellas fugaces, pero mucho más cerca de tu cabeza). Tus compañeros dormían. Cuando las tres estelas desaparecieron, notaste que algo caía del cielo, cerca de la roca que os ayudaba a pasar la noche. Te levantaste, andastes unos pasos, y vísteis que en el suelo, sobre la hierba mojada, yacían un par de plumas de extraños y vivos colores. Poseían cierto brillo, pese a ser de noche. Tu eras cazador, pero sabías que aquellas plumas no eran del todo comunes.

Se agachó y tomó ambos plumajes atraído por la curiosidad, tras observarlos brevemente entre la penumbra optó el cazador por guardárselas.

Más tarde se aproximó al interior de la oquedad y con suavidad trató de despertar a la persona que iba a seguirle en la guardia.

—Nada... una noche tranquila —susurró a modo de saludo antes de ocupar el lugar calentado por quien le precedía.