Partida Rol por web

Mas adelante, apartado mas de una docena de varas del camino hay algo. Parece un carromato y gente alrededor de él aunque no sabéis muy bien que es lo que ocurre.

Mirad... ¿Veis esa gente, verdad? -dije apuntando con el dedo. ¿Qué creeís? ¿Un asalto tal vez?

Sin dilación alguna puse mi mano en mi espada y apreté el escudo contra mi.

No será un jabalí, pero ciertamente el Altísimo nos ha puesto un lance delante de nuestros ojos. Obramos ahora para Dios y por Dios... ¡desfagamos este entuerto!

Y púseme camino del lugar esperando que mis compañeros de tal e igual forma lo hicieran.

Artal lanza en silencio una significativa mirada a sus compañeros y con un asentimiento de cabeza a las palabras de Fadrique descuelga del hombro el tiracol del escudo y lo embraza, soltando el resto de pretrechos a un lado del camino. Se prepara para avanzar con sus compañeros hacia el carromato, prevenido por si es una trampa para incautos aunque sin sacar del cinto su hacha todavía para no atemorizar innecesariamente a nadie.

Cogiendo sólo el bacinete, no fueran a abrirle la cabeza antes de tiempo, dejó el saco a un lado y, a la vez que sus compañeros, avanzó para investigar mejor qué era lo que allí sucedía, con la mano descansando indolente sobre el hacha que todavía colgaba segura del cinto.

Sin poder darse cuenta de lo que pasaba, escucha que uno de sus compañeros se ha puesto en alerta al ver algo en la lejanía, justo en su camino.Intentó fijarse bien que era, pero cuando quiso darse cuenta, sus compañeros ya habían salido corriendo hacia allí.

Godesteo se encoge de hombros, no tenían nada que perder y tampoco cogían una senda distinta a la que era su objetivo.Aferra bien su escudo y deja reposar su mano en el mango de su espada, listo para desenvainarla en cualquier momento.Así pues, sale corriendo el último esperando que aquello no fuera una trampa, y si lo fuera, no dejaría títere con cabeza.

Cuando ya solo estaban a cinco o seis varas veis la situación claramente. El carro tirado por una llegua esta parado totalmente. Rodeando el carro hay tres hombres armados con arcos y espadas, aunque no parecen soldados ni mucho menos. Uno de ellos esta desnudo de cintura para abajo. De rodillas a un lado hay una mujer morena que llora desconsoladamente y le pide piedad al hombre. Detrás, tumbada sobre el carro hay una muchacha joven, de unos 13 o 14 años que se debate medio desnuda llorando y gritando.

El aragonés comprende la situación en cuanto la ve, ya que la ha visto decenas de veces repetida por los mismos hombres con otras caras y en otros lugares.

Con un vistazo rápido y profesional evalúa la situación e ignora al hombre que está ocupado con los pantalones abajo, y sin mediar palabra, saca del cinto su hacha, aprieta el escudo contra su torso y se dispone a atacar.

No hizo falta tener muchas entendederas para comprender rápidamente  lo que pasaba, una imagen demasiado habitual como para resultarle extraña a esas alturas. Pero, aunque él no era ningún santo, jamás había yacido con una mujer a la fuerza, lo consideraba rastrero y cobarde.

Por ese motivo cuando vio lo que allí acontecía apretó los dientes con fuerza y, soltando el hacha del cinto, se dirigió sin preámbulos hacia uno de los mirones armados, rezando para conseguir abrirle la cabeza a aquel cerdo.

Hombres con espada: un ligero pasatiempo.

Hombres con escudo: a estas alturas, al menos para Fadrique, mal asunto.

Sin duda alguna no hacía falta ser corto de entendederas para darse cuenta de la situación, y como honrosos caballeros mis compañeros agudizaron su mano hacia sus armas. Fadrique no fue menos, pero esta vez cogió el escudo primero y se lo colocó en el brazo. Luego saco su espada y avanzó lentamente, preparado para cualquier embiste.

¡Haced honestos los caminos de Dios que son para los hombres! -dije en forma de arenga para mis compañeros y además como señal hacia esos tipos para que vieran que llegábamos-. ¿Qué fiero agravio aquí parecese estar cometiendo? Que no es menester ni grandeza enseñar las vergüenzas en mitad de la vereda, ni tampoco asaltar a las débiles y las desconsoladas. ¡Habla mujer! -dije a la que lloraba y suplicaba- o deja que éstos tales armonicen nuestros oídos con sus palabras, que daremos entonces cuenta de qué debemos hacer -señalé finalmente a mis compañeros, perfectamente dispuestos y preparados para entrar en combate si fuera preciso (como así parecía).

La mujer giró la mirada llorosa hacia Fadrique.

-¡Mi hija, señor, es mi hija!-atinó a decir entre llantos. Los tres asaltantes se dieron la vuelta hacia vosotros sorprendidos pues no os habían visto llegar.

Fadrique, hombre de armas pero también hijo fervoroso de Dios, recordó uno de los salmos que pregonaban acerca de la protección del Señor, señal inequívoca de victoria. Así, comenzó a rezar en sus pensamientos mientras oía a la mujer gritar delante de ellos.

Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza,
poderoso defensor en el peligro.

Por eso no tememos aunque tiemble la tierra,
y los montes se desplomen en el mar.

Que hiervan y bramen sus olas,
que sacudan a los montes con su furia:

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios,
el Altísimo consagra su morada.

Teniendo a Dios en medio, no vacila;
Dios la socorre al despuntar la aurora.

Los pueblos se amotinan, los reyes se rebelan;
pero él lanza su trueno, y se tambalea la tierra.

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Venid a ver las obras del Señor,
las maravillas que hace en la tierra:

Pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe,
rompe los arcos, quiebra las lanzas,
prende fuego a los escudos.

«Rendíos, reconoced que yo soy Dios:
más alto que los pueblos, más alto que la tierra».

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Como ya se lo esperaba, no era una trampa pero la injuria era la misma.Aseguró el escudo que descansaba en su espalda, al igual que el que mantenía en su brazo derecho de manera firme y decidida.Desenvainó su filo de forma ágil realizando algún que otro movimiento giratorio para finalmente dejarlo bien sujeto en una de sus manos.

Oidaba a aquella clase de personas, y siempre en su vida les ha dado caza y les ha enviado a su verdadero hogar el infierno.

-¡Os mandaremos de donde prevenís, sucios bastardos, sereis juzgados por vuestro Dios supremo y vuestras cabezas colgarán definitivamente del cuello del maligno!- poco a poco parecía entrar en frenesí, cada frunciendo más el ceño, y tensando todos sus músculos, listo para rebanar cabezas y mutilar los miembros que hiciera falta.Bañaría su piel con la sangre de los escarmentados para purificar lo que había sido manchada al profanar el cuerpo de dos pobres mujeres.

Los hombres sorprendidos ante el ataque no dan tino mas que ha sacar el acero, los dos de los lados, y subirse las ropas el del centro.

Fadrique, tu turno :)

Ataco y Ataco al tio de las "vergüenzas al aire". (no sé cuál de los bandidos que dices es)

Sin más dilación, corre para atacar hacia uno de los que se habían percatado de sus presencias y se disponían a defenderse.Lanza su brazo para darle una buena estocada, pero cuando parecía que el filo estaba predispuesto para cortar su cabeza, este cambia de perspectiva, para golpear con la parte plana la cabeza del bandido y dejarlo inconsciente.

Poca era la distancia que le separaba de uno de los hombres armados, por tal motivo acercose a él apurando el paso pero sin correr, no fuera a tropezar por culpa de su mal en la pierna, y con el hacha ya en la mano atacó al bandido con la intención de desarmarle antes de darle la oportunidad de que se defendiera. A pesar de la rabia que sentía, por el momento no era su intención matarle, tiempo habría para ello.

El aragonés se mueve a la par de Alvar dirigiéndose al mismo oponente que este, con la intención de tenerle atrapado entre los dos. Si no da muestras de rendir las armas, descargará su hacha sobre él.

¡Tarde! ¡Tarde! ¡¡Que las vergüenzas de uno se quedan en casa!! -grité mientras levantaba mi espada y corría en dirección al tipo. Mis mandobles se dirigieron a su pierda derecha y brazo derecho. Desde luego poco le iba a servir luchar contra nosotros mucho más que luchar. Para Fadrique tenían sus días contados.