Partida Rol por web

¿Entonces os dejo un tiempo para discutir el plan a seguir?

Su mente vagaba aún entre sustancias y posibles dispositivos de administración. Sentía la urgencia de salir corriendo a su laboratorio para comenzar, por lo que a su vez tenía apuro por urdir un plan sólido, aunque comprendía con resignación que llevaría tiempo. Ingresó a la biblioteca el último, sin intercambiar palabras con el resto, mas halló uno de los expedientes antes que cualquiera. Estaba acostumbrado a una estricta organización y archivado de materiales, lo cual se reflejaba en su espacio de trabajo. Una etiqueta extraviada podía significar resultados nefastos en su rubro.

Dejó el archivo sobre Otto Schulze a un lado cuando terminó de leerlo en voz alta para agilizar el proceso. Buscó la mirada de sus Hermanos con una expresión cargada de incertidumbre, aunque se desvaneció en cuestión de segundos. -¿Qué razón podría tener Schulze para acudir a esta fiesta? Es claro que es un hombre frío y sin ataduras en la sociedad más que su partido. En mi humilde opinión, su presencia en un evento como este va más allá de socializar. Me cruza la mente la idea de que pueda ser una trampa. Sabe que estamos tras su pista, y esta podría ser su oportunidad de atraernos y acorralarnos en un salón repleto de nazis- En su voz no había un dejo de temor, sino una honesta preocupación. Piazza conocía los riesgos de sobra, y no le echaban hacia atrás cuando se trataba del Credo. No sólo Al'Nesr había depositado su confianza sobre ellos, sino que también su maestro la había depositado en él.

No creo que sea una trampa hermano Piazza. No olvide que esta gente decide sus pasos en este tipo de eventos. Mientras degustan los más deliciosos manjares destruyen millones de vidas. Es su modus operandi.

El tono de Ethel era tranquilo y suave y no dejaba atisbar un resquicio de preocupación. La mujer estaba acostumbrada a tareas de infiltración y sabía controlar perfectamente sus sentimientos y su estado anímico. Alzando una ceja la aseisna añadió

Además, antes de ir estudiaremos con detenimiento las entradas y salidas por lo que no tendremos demasiado problema ni aunque se tratase realmente de una trampa.

Deberíamos preparanos una coartada- dijo a Ethel. Si vamos a fingir ser marido y mujer, tendremos que inventarnos una tapadera creíble. No nos servirá de nada infiltrarnos si nuestra historia se derrumba con dos preguntas, y nos pondríamos en un grave aprieto. La verdad es que estaba algo preocupado por su Hermana. El incidente de Suzan lo había alterado más de lo que parecía. Si los descubrian, sería ella quien se llevaría la peor parte. Una mujer, y además de origen semita. Sería como meter a una gallina a una guarida de zorros hambrientos.

Ya habrá tiempo para eso...simplemente tendremos que pactar unas fechas, lugares y situaciones. Añadimos un par de anecdotas y listo. Lo que si que tenemos que tener controlado es lo que conoce esa gente de tu tapadera para adaptar mi historia a la tuya.

La mujer cerró los ojos unos momentos pensativa y tras unos instantes sopesó la situación.Había algo que se les había escapado en un primer momento: La tapadera de Steiner

Nos conocimos hace dos años en ..no sé..¿un teatro? y pensamos casarnos la próxima primavera. Acabo de darme cuenta que no puedes decir que estamos casados pues tu estado civil aparecerá en un montón de papeles y, aunque para cuando esto termine ya no importará, no nos conviene destruir tu coartada actual. Puede sernos útil en muchas misiones

Escuchando hablar a Ethel el plan parecía sencillo y sin fisuras. Era una de las habilidades de la asesina, convencer a la gente y resultar tranquilizadora.

Si Ambrose no añade nada, damos paso a la fiesta

No habían transcurrido siquiera diez minutos desde que la reunión con sus Hermanos terminase, mas el doctor se había despojado de sus ropas para ataviarse con una bata y ya rondaba las instalaciones del laboratorio. No era el único trabajando allí, pero solía abstraerse cuando de trabajo se trataba, y generalmente no precisaba que le ayudaran. Además, aún no había terminado de acostumbrarse al árabe, y dudosamente el resto se acomodaría a su innato italiano.

Domenico empezó por comprobar su inventario, hallando en el proceso varios viales de sustancias letales y alucinógenas. Incluso se hizo con algo de pentatol sódico, ideal para soltar algunas lenguas. No se sorprendió al no hallar somnífero, y tampoco se desilusiono. Un poco de trabajo extra de cuidadosas dosificaciones, destilaciones y demás siempre le alegraban el día.

Dos días después, os encontráis en la fiesta. Está anocheciendo, y se celebra en una mansión particular perteneciente al Coronel Albrecht, situada en las afueras de El Cairo. Al parecer, perteneció a un noble europeo, que la cedió al Tercer Reich tras su muerte, como muestra de sus simpatías. La mansión, una mezcla de diversos estilos europeos, se alza imponente tras vosotros, una edificación de tres pisos de altura pintada de blanco, con tejados azules. El jardín de la casa, un amplio patio lleno de palmeras y vegetación impropia de la zona, desde cipreses y rosales, hasta olmos. En el centro del patio, una fuente barroca preside la fiesta. Alrededor de la fuente se ha dispuesto una gran mesa circular, llena con platos de diversa índole, desde las socorridas salchichas con chucrut y el codillo alemán, a elaborados platos de apariencia más exótica, como un guiso de cabrito con cerveza negra típico de Egipto, aperitivos con dátiles, y frutas que no reconocéis. Una verdadera legión de camareros se esfuerza por servir raciones de comida y bebida a los invitados. Una orquesta de cuerda, situada en un escenario de madera elevado sobre una parcela de rosales, ameniza la velada con música suave.

La fiesta está a rebosar de oficiales nazis de uniforme y hombres trajeados, probablemente políticos y hombres de negocios. La mayoría llevan acompañantes femeninas, bien sus prometidas y esposas, o "señoritas de compañía". Hay muchas mesas circulares para que los invitados disfruten de la cena, aunque muchos permanecen de pie, charlando entre ellos y sosteniendo una copa o un plato con pequeñas raciones en una mano y un tenedor en la otra. No hay rastro del anfitrión, pero todo parece bastante animado. 

Tu lugar no está en la fiesta, sino en las cocinas del interior de la mansión. Hay por lo menos una docena de cocineros trabajando sin descanso para llenar la mesa de la fiesta de diversos platos. Puedes ver que unos cuantos son alemanes, mientras que otros son chefs italianos, franceses, e incluso alguno egipcio. La cocina es un constante ajetreo, con camareros entrando y saliendo continuamente, y el jefe de cocina gritando órdenes en alemán para que todo esté a punto. Te han asignado el papel de camarero, para que lleves nuevos platos a la mesa, y recojas los platos vacíos y los devuelvas a la cocina para que los limpien. Se accede a las cocinas desde una puerta situada en el ala derecha de la mansión, que da directamente a los jardines.

Ethel sonreía dulcemente a cada uno de los invitados con los que se cruzaban, cogida del brazo de Friedrich. Los asesinos habían memorizado perfectamente su coartada. Cómo parte de su caracterización y por insistencia de Friedrich, habían cambiado el apellido de Ethel a Goeth, un apellido alemás que no levantaría ninguna sospecha. A ojos de todos eran otra de las encantadoras parejas arias que pululaban por la fiesta.

Mirase a donde mirase, la mujer no veía más que uniformes nazis y esvasticas. Todo aquello la asqueaba y la ponia los pelos de punta pero debía disimular.

La asesina trató de localizar con la mirada a sus otros dos compañeros, tarea no tan sencilla como pudiese parecer en principio ya que había una legión de camareros. Cuando lo hizo volvió la mirada a su "pareja" y con una sonrisa jovial y cargada de una muy bien ensayada inocencia y comentó:

-Cariño. Este lugar es maravilloso, gracias por traerme pero...parece que nuestro anfitrión se retrasa ¿no?

Friedrich se mostró encantador. Iba por toda la sala con Ethe del brazo, saludando a los oficiales, sonriendo a los políticos y adulando sutilmente a las mujeres. Su actitud era forzada a más no poder, pero dependía de ella para que todo marchara correctamente.

Por el rabillo del ojo observó como Ethel hacía un esfuerzo por no poner cara de asco al ver a tantos dignatarios nazis. No dijo nada, pero le dio un leve apretón en la mano en señal de apoyo.

Tras localizar a sus compañeros Asesinos, Fredrich se volvió hacia su fingida esposa.

Así es, amor mio. ¿Que puede mover a nuestro amado anfitrión a no atender su propia fiesta? Quería comunicarle personalmente la noticia de nuestra inminente boda.

El doctor se abría paso tan gentilmente como se lo permitía la densidad de invitados. Recibió un empujón que le hizo tambalear unos metros, mas los platos que llevaban encima ni siquiera comenzaron a zozobrar. A veces una nube de humo le nublaba la visión, pero estaba muy seguro de que el anfitrión no se encontraba allí. Le interesaba la presencia de Schultz aún más, pero si Albrecht no había mostrado la cara, mucho menos lo habría hecho el Templario, sospechaba Domenico.

El único momento en el que recibía un respiro de las risas, el volumen excesivo de la música y el tabaco en el aire era cuando se dirigía la cocina. Para ello, debía recorrer el patio brevemente, por lo que no perdía oportunidad de salir por unos segundos al sentir el aire seco de El Cairo. Las noches no eran tan calurosas como el día, pero Piazza transpiraba, y en el exterior podía sentir el contraste entre la temperatura de su cuerpo y la de la noche egipcia.

Había pasado menos de media hora desde que revisara los mecanismos de su hoja oculta, poniendo especial cuidado en la adición de la aguja. Cruzo miradas con Friedrich, impecable en su uniforme, aunque imponente; también con Ethel, sutil pero aún así un imán para los ojos envidiosos de algunos oficiales. Sin embargo, no se molestó en hacerles ningún tipo de indicación. No era la primera vez que tenía que infiltrarse en grupo en estos tiempos turbulentos. En cambio, el doctor se internó en la cocina cuando hubo terminado de llevar la vajilla de un lado a otro.

Ambrose estaba impecable con su atuendo de camarero. La verdad es que le sentaba incluso bien. Repeinado al estilo alemán con su frac y su porte altivo y sereno iba deslizandose entre los invitados al festival como si nada le importara. Atendía siempre con una sonrisa y de la forma más eficiente posible las demandas que iba recibiendo y entre tanto iba observando a las mujeres. La verdad es que las había de todas las formas y tamaños. Iba a ser una noche interesante. 

Caminando con su bandeja de bebidas en una mano y la otra a la espalda como había visto hacer a un camarero muy refinado y algo bujarra, él iba imitándolo como si tal cosa. También iba atento a lo que se oía comentar por entre las cabezas de los invitados. Lo mismo se podía obtener algo de información y todo entre todo aquel gallinero. 

Pasa el rato, y no hay rastro del anfitrión. Por lo que podéis averiguar en conversaciones ajenas, le gusta hacerse esperar.