Partida Rol por web

Desoyendo los tranquilizadores comentarios de Bronas y Silbido, Banjeela sigue histérica ante el sapo violador antropófago ponehuevos. Mientras la mole se avalanza torpemente, el antebrazo de la semielfa y la piel del sapo se rozan accidentalmente.

¡Uhuuuuurf! ¡Qué grima!

Banjeela deja de abrazar la mochila, apartando el brazo del origen de sus miedos. Un horrible sarpullido verde le nace desde la muñeca hasta el codo, instantáneo, quitándole todo el erotismo al desnudo parcial del oscuro objeto de deseo de Ark. El clérigo dirá lo que quiera, pero no ha tardado nada en encontrar un escondite desde el que espiar sórdimamente a Banjeela como un vulgar pervertido.

Al ver lo que el sapo asqueroso le puede hacer a su delicado cutis, Banjeela desenfunda el sable de pirata que rob... recopiló como prueba del ataque en el puerto de Cormyr.

¡Fuera, sapo! ¡Fuera...! Iiiiiiih. ¡Aléjate, fuera!-exclama mientras su débil brazito agita la espada ante aquel monstruoso ser para tratar de mantener las distancias, supurando un pus asqueroso en la zona del sarpullido.

El joven enano llegó a la escena apenas un par se segundos antes de que uno de aquellos enormes sapos cayera, por segunda vez, encima del norteño Bronas.

Ya iba a empezar a recitar para ayudarle cuando vio como el enorme brazo de su compañero empuñaba una cimitarra que se hundía en el cuerpo del anfibio.

Viendo que lo que quedaba era simplemente un pequeño renacuajo que lo único que quería era demostrarle todo su amor y simpatía a la semielfa no se preocupó más y echó mano de la ballesta, que siempre llevaba colgada del cinto y con parsimonia le empezó a colocar un virote.

La escena en aquel momento con aquella mujer allí gritando como una histerica, daba a entender que si hubiera un lider ahora mismo estaria golpeandola con su guantelete en la cara para que se callara, quizás gracias al propio oleaje camuflaria el sonido de aquella escaramuza y de aquella semi-elfa salida del agujero mas profundo.

Aun así ahora estaba con nosotros, asi que la adverti -niña baja la voz y tranquilizate!- el tono era de cierta urgencia, y con las armas desenfundas trabe combate contra la criatura. Dañandola levemente, aun asi esperaba a ver llamado su atención para que aquella mujer saliera de allí por piernas, y en relativo silencio.
 

Sin prisa pero sin pausa termino de cruzar las rocas , mientras la maza que mi diosa me concede logra sacar un pequeño gemino de dolor del anfibio grotescamente gigante que esta a punto de zamparse las ancas de Banjeela para almorzar (valga la ironía.

Mientras los enanos y el elfo se unían a la contienda, alertados por los gritos de Banjeela —o porque no habían dado ni cien pasos antes de ser emboscados por los sapos hipertrofiados, y se les veía desde la orilla—, Silbido continuó rodeando al monstruo, colocando una nueva flecha en la cuerda del arco y dejándola volar.

El disparo, por desgracia, fue un desastre. Podía haberse consolado pensando que, de ser el sapo tres veces más grande de lo que era, posiblemente le hubiera dado. Pero hacerlo hubiera sido sumamente irresponsable, así que se contuvo. A lo hecho, pecho, aunque ella no destacara por poder poner mucho pecho en esa expresión.

Poco había que decir, se  sentía mejor luchando contra el sapo que intentando convencer a la vieja del pueblo de que les diera la información que necesitaban.

Ya estaba en carrera, pero al llegar y ver al sapo, Garius cargó hasta la criatura para darle un golpe, tan efectivo como el de bronas, pese a haber sido hecho con una sola mano.

Turno 52.

Rordar, Barundar y Garius llegan a la playa atravesando las rocas. El enano guerrero y el elfo encapuchado corren a través de la playa, levantando arena con sus botas, en dirección al monstruo que intenta merendarse a Banjeela; Rordar, en cambio, comienza a preparar su ballesta para ayudar a su compañera con la rapidez de un caracol reumático.

El primero en llegar a la criatura es Garius, que gracias al impulso inserta la espada que utiliza para luchar en el corpachón hinchado, hasta la empuñadura. Cuando la saca, un chorro de seis metros de sangre sale proyectado por el aire. Banjeela, a su lado, sintiéndose débil y enferma, agita sin mucho éxito su arma ante la cara del gigantesco sapo.

Bronas, al otro lado de la playa, acaba de esquivar el embite de su propio monstruo, y con un tajo brutal lo destroza completamente. Su cadáver hinchado y maloliente queda flotando panza arriba entre las olas, y el bárbaro se gira para gritar a Banjeela que deje de gritar. Desgraciadamente, ya es tarde; entre los croares de los monstruos y los gritos de la medio elfa, algunos piratas comienzan a salir desde la cueva, aunque sin atacar a nadie; simplemente, observando la lucha.

Mientras Silbido lanza otra flecha sin mucho tino, Ark sale de entre las rocas dispuesto a sumarse al combate. Su arma mágica, flotando sobre el monstruo, golpea insistentemente la cabeza de la criatura sin demasiado éxito. Apabullado por el ataque múltiple, el monstruo recula un poco hacia el agua mientras se defiende como puede, lanzando una dentellada a la semielfa, y fallando por muy poco margen. Finalmente Barundar acude en último lugar, y con un grito de "Niña, baja la voz y tranquilízate", aplasta la cabeza del sapo con su hacha. El monstruo queda inmóvil y despatarrado en la playa, como una enorme bolsa de agua.

(Sigue...)

El débil sonido de las olas no os impide escuchar unas palmadas secas, espaciadas, detrás de vosotros. Desde la cueva ha salido la tripulación del barco esclavista, y de entre el montón de piratas destaca uno. No por su tamaño, ni por sus músculos, sino por su fría sonrisa y por la deferencia que le muestran todos los demás, que le dejan un amplio espacio alrededor.

"Vaya, vaya, vaya", comenta así como de pasada. "¿A quién tenemos aquí?". Echándoos un vistazo, su vista se centra en Silbido. "Bah, cincuenta piezas como mucho. Demasiado tosca", suspira. Luego observa a la pobre Banjeela, debilitada y medio desnuda, y su sonrisa se amplia un poco. "Eso es otra cosa. Por ese cuerpo podrían pagar tres veces más". Y curiosamente, el siguiente en despertar su mirada es el bárbaro. La sonrisa se ensancha completamente. "Un ejemplar perfecto para la arena. Perfecto", afirma.

Después desenvaina sus dos espadas cortas, (y su tripulación hace lo propio con sus cimitarras, mientras el gordo saca un hacha de gran tamaño), y os mira desafiante. "Cariños, tenéis dos opciones. Podéis entregar las armas, convertiros en esclavos y... quién sabe, ¿m?. Puede que vuestros amos sean benevolentes, o que podais huir de ellos en alguna ocasión. O bien, podéis morir aquí. No os garantizo que mis hombres no os maten si prestais resistencia. Así que decidme... ¿qué es lo que escogéis?".

(Sigue...)

Diez piratas de aspecto peligroso rodean al capitán, acompañados de otro pirata grande, gordo y torpe. Rorn tampoco parece un oponente fácil de vencer. ¿Qué es lo que haréis?. ¿Os rendiréis?. ¿Prestaréis batalla?. ¡El combate será terrible, y es posible que murais todos!. ¿Teñiréis las arenas del color escarlata?.

Es vuestro turno... y vuestra decisión.

Nota; Rorn tiene C.A. 18.

En el rostro de Bronas floreció una sonrisa prometedora, una fugaz escena le llegó a la mente, cuando meses atrás, en compañía del mestizo, el petimetre, la hechicera elfa, Ark y Silbido, el grupo se las tuvo que ver con un destacamento de la guardia en un destartalado cobertizo... aquel lugar se convirtió en un matadero de guardias. Aquel incidente les costó casi el cuello. Pero seguro que Tempus disfrutó. En esta ocasión había un grupo de tamaño parecido... pero no eran guardias y nadie echaría de menos unos cuantos piratas muertos. Tempus estaría contento.

La energía corría por las venas del Pielescarcha, otra prueba estaba allí. Su sonrisa se fue ensanchando.

-Tempus difrutará de la canicería.- Fue lo que dijo el norteño con los ojos brillantes mientras terminaba de salir del agua y se colocaba el escudo.-Venid a por mí...

El norteño se sentía rejuvenecer ante esta posibilidad, las ansias de sangre y violencia iban despertando... esperaba disfrutar casi tanto como cuando estuvo con Dalia de Puertaoeste.

-Chofff!!- sono cuando el animal murio bajo el peso de mi arma, y derribado sobre la arena comenzo a perder el aire que le quedaba en los pulmones. Realmente apestaba a algo que no queria saber, pero aquel ser gordo seguro que era capaz de tragarse a un humano, en ese momento un chispazo me recorrio la cabeza y pense que podria tener tesoros dentro de su estomago, pero era algo que no tenia muy claro perder tanto tiempo en buscar.

Como las olas que iban y venian, aparecieron ni mas ni menos que diez piratas era un numero considerable y tenia mis dudas de que fuera una opción quedarse a luchar, pero el grandullón y loco humano ya tenia otro plan. Estos no eran sapos poco inteligentes, estos tenian las hojas embotadas con pobredumbre y la verdad que no queria volver a quedar tendido en la playa con el peligro de las mareas rondando o devorado por un sapo de tamaño colosal.

Muchas cosas pasaron por mi cabeza, pero estaba claro que si superavamos este obstaculo salvariamos a la niña humana y terminariamos el día algo mas ricos, o muertos. Cualquiera de las dos opciones era buena. Así que sin darle muchas mas vueltas me adelante hundiendome en la arena a cada paso.

-Hagamos una punta de lanza, yo ire primero- mire de reojo para indicar con la punta de mi martillo -Silbido niña al capitan, entre ceja y ceja!!- dije temiendo que seria muy capaz de hacerlo.

La oferta no estaba mal. Banjeela estaba dispuesta a servir de esclava con tal de no morir. Además, el capitán Rorn se había ganado unos cuantos puntos cuando valoró a Banjeela mejor que una joven virgen como Silbido. La semielfa sabe aceptar un cumplido.

La buena nueva era que no todo el mundo podía pagar cientocincuenta monedas por una esclava, y eso significaba que Banjeela no acabaría con un Gobo como amo. Su señor sería tremendamente rico, quizás un mercader al que las cosas le han ido bien, o un viejo mercenario que en el ocaso de su vida se retiraba vendiendo toda su colección de objetos mágicos. Alguien que se permitiría tener su propio harén. Los harenes están bien, dividen entre el número de chicas las posibilidades de tener que darle sexo a un viejo verde asqueroso. O lo que es lo mismo: más tiempo para una misma y menos tiempo sintiéndose como un enorme montón de mierda.

Pero claaaaaro... a los salvajes les va la vida en lograr la gloria en el campo de batalla. ¿Por qué no me sorprenderán las palabras de Bronas y el enano cabezón?

Tratando de poner playa de por medio, Banjeela camina despacio alejándose del conflicto. Tal vez pueda utilizar a los suicidas de sus compañeros para elegir una tercera opción: mientras ellos se mataban con un ejército que les doblaba en número, Banjeela podría llegar a la playa adjunta y tratar de empujar el bote de nuevo hasta el agua. Ni esclava ni cadáver, salvaría el cuello para empezar una nueva vida. Quizás podría ir a Calimshán. Siempre habrá más grupos de aventureros a los que poder pegarse para obtener beneficios sin mover un dedo.

Yo... Yo no voy con ellos, ¿vale?-trata de explicar a los piratas. En cuanto empiecen las tortas, huirá para ponerse a salvo.

En ese momento su pie desplaza la arena en un táctico movimiento lateral. Entonces lo ve. Arena. Arena por todas partes. Había escuchado historias sobre cierto conjuro. Había toda una tradición de prosa de la escuelda de trovadores de la Costa de la Espada que se centraba en narrar los movimientos plásticos y las palabras arcanas de los conjuros, por puro sentido estético de descripciones elaboradas y trabajadas. Como siempre, en la liturgia de la transmisión oral se va perdiendo el sentido original, y los "wes" de las palabras mágicas son pronunciados por otros como "gües" o cambian a "bes" o...

Pero por intentarlo que no quedara. Podía lanzar ese legendario conjuro de dormir de las leyendas, y eso le daría todavía más tiempo para huir. Por contra, el fracaso no le retrasaría demasiado. Así que Banjeela cogió un puñado de arena del suelo, ¡ojalá que sea el componente arcano correcto para el conjuro y no una estúpida deformación lingüistica de "araña"! Aunque es probable que si lo que tuviese que lanzar Banjeela para el conjuro fuese un puñado de arañas, se moriría de la impresión.

Arrojó la arena a los piratas, y más o menos intentó pronunciar las palabras correctas y hacer los pases de manos más aproximados. A ver si realmente, aunque fuese por potra, Banjeela era capaz de lanzar un conjuro de dormir. Necesitaría toda la suerte del mundo para escapar de esta, pero... ¿realmente a alguno de los bucaneros se les cerrarán los párpados? ¿Con el cuerpo semidesnudo de Banjeela delante? ¿En serio? Ningún marinero heterosexual se quedaría sopa, y todo dependía de que las tripulaciones piratas ya no fuesen aquellas agrupaciones de virilidad de antaño.

Por favor... ¡Sed todos maricas! ¡De lo contrario mi belleza no me permitirá dormiros!

El clérigo había llegado tarde , la contienda haba acabado y por una vez "parecía" que había acabado para bien sin muchos sufrimientos , pero la "repentina por enormemente inesperada" aparicion de los piratas dejo como rezaba el dicho, su gozo en un pozo...10 piratas , una enorme bola de sebo que debía ser el contramaestre o algo similar , y el famoso Capitán Rorn . Desde luego si 4 de ellos casi habían logrado acabar con nosotros , el combate era una opción muy arriesgada. Empezaba a barruntar como salir con bien de esta , cuando me pare un intante a pensar... justo ahora me sentía rematadamente vivo , rodeado por algunos buenos amigos ( cierto también que otros no tanto) , y con una buena causa de por medio. Por esa razon apenas pude contenerme y sonreír a las palabras de Bronas.

Alzo mi voz para acompañar a las palabras de Bronas mientras mis manos se mueven en una salmodia aprovechando el momento de tranquilidad que la confianza y arrogancia de los piratas me han proporcionado :

He aquí que veo a mi padre.
He aquí que veo a mi madre,
y mis hermanas y mis hermanos,
He aquí que veo el linaje de mi pueblo hasta sus principios.
He aquí que me llaman.
Me piden que ocupe mi lugar entre ellos
en las Puertas de la luna
donde viven los valientes por siempre.

Al terminar mi salmo toco a Bronas en un hombreo transmitiendo toda la energía divina que había acumulado en mi interior.

-A por ellos Hermano

La lucha contra los sapos gigantes había dado al traste con el plan. Los hombres del Secreto de Suzail estaban en la playa, frente a ellos, armas desenvainadas, ofreciéndoles la rendición como esclavos o la muerte.

Siete contra doce.

Pero entre esos siete estaba Bronas, una bestia en combate que valía por media docena, y el sacerdote, que tenía sus trucos mágicos para parchear a los caídos, y crear martillos del aire. Y Banjeela, que…

…seis contra doce.

De los enanos y el elfo poco podía opinar. Solo los había visto en acción en dos ocasiones. No eran inútiles, al menos.

Y esos piratas tampoco parecían tan duros. Eran más pequeños que los orcos, y mucho más que los ogros. No habían vivido durante quién sabía cuántos siglos, ni llevaban largas lanzas, ni habían vuelto de entre los muertos. No eran más que hombres sucios y violentos. Los hombres morían fácilmente, más que los monstruos o los animales.

No estaban en tanta inferioridad como aparentaba. Podían acabar con todos ellos.

Esos eran los hombres que habían contratado a los orcos para llevarse a las chicas. La pobre Gina había pasado por todo aquello por su culpa. Ella, ¿y cuántas más? Chicas como ella misma. ¿Cuánto tiempo llevaban haciéndolo?

“¡Silbido, niña. Al capitán, entre ceja y ceja!”

La voz del enano la devolvió a la realidad.

Clavó la mirada en esos ojos que paseaban por los miembros del grupo, observándolos como si no fueran más que mercancías en un tenderete del mercado.

Sus miradas se cruzaron un instante. Silbido había dejado de verlo con un ser humano. Solo era una presa. En un movimiento fluido cargó una flecha, brincó hacia delante y disparó entre aquellos ojos horribles, dando comienzo a la contienda.

Claro, como no, era evidente que todos los gritos de aquella estúpida semielfa iban a alertar a los piratas más tarde o más temprano.

Al menos ya tenía la ballesta cargada, así que simplemente apuntó hacia uno de los grumetillos y apretó el resorte para que el virote saliera propulsado.
Propulsado a tomar por saco de lejos de cualquiera de los harapientos piratas.

Viendo que no iba a ser lo mejor soltó la ballesta, que volvió a quedar colgando al lado de su pierna y retrocedió buscando una mejor posición donde aquellos hediondos humanos no pudieran golpearle con esas espadas que ya le habían llevado a la perdición una vez.

Estaba totalmente deacuerdo con Bronas.

Tranquilos, vosotros solo teneis una opción, la muerte.

Era raro en él, pero estaba tranquilo, no titubeó, colocandose cerca de sus compañeros alzó su simbolo sagrado.

Mi señora, os suplicamos valor para hacer lo necesario y destreza para cumplir nuestro cometido.

No importaba que los demás no fueran seguidores de la dama roja, ella respondía las suplicas de Garius cada vez, y eso le llenaba de orgullo.
 

Turno 53.

Vuestro enemigo sonríe con suficiencia, cuando observa al bárbaro cargar como un toro acompañado por sus compañeros. "Ha, ha, ha... habéis decidido morir. Estupendo", afirma mostrándoos su perversa sonrisa. "Amigos, démosles a estos caballeros lo que se meEEE CAGO EN LA LECHEEEE", grita cuando Silbido le clava una flecha en el ojo, "¡Matad a esos hijos de puta y tú, avisa a los demás!".

Las cosas se aceleran. Garius, el elfo encapuchado, hace unos movimientos místicos mientras sostiene con fuerza su símbolo sagrado, y todos sentís los beneficios de un potente conjuro de bendición. Banjeela, un poco más apartada y un poco más desnuda, musita otra fórmula mágica mientras coge un puñado de arena y los desliza entre sus dedos; varios oponentes se tambalean durante un momento, pero finalmente sólo uno de ellos termina acurrucándose en la arena, dormido como un lirón.

El bárbaro, avanzando un par de paso, comienza a gritar a Tempus y a exigir combate. Aunque la verdad es que da un miedo mortal, la abrumadora superioridad numérica da fuerzas a los piratas para atacarlo; con el pirata gordo en cabeza, tres de sus compañeros más delgados lo siguen preparados para el combate. El corpulento enemigo, que aunque es más bajo que Bronas debe pesar lo mismo que él, descarga su tremenda hacha al mismo tiempo que el defensor lanza una penetrante estocada; la sangre salta en todas direcciones, el hombro del bárbaro recibe el hachazo y la barriga temblorosa del pirata envuelve la hoja curva. Ambos contendientes siguen en pie.

De los compañeros del obeso pirata, uno no logra posicionarse correctamente, y ataca haciendo frente a la furia del bárbaro; los otros dos consiguen flanquearle, pero asustados como están por su furia prefieren no arriesgar, y no logran alcanzar al furioso guerrero.

Arrancándose la flecha del ojo, el Capitán Rorn observa con odio a Silbido. "¡Tú, sígueme!", le dice uno de los que tiene al lado. Tras una carrera por la arena de la playa consiguen llegar a ella, y la flanquean atacándola sin piedad; el capitán corta su cuello con un tajo horizontal, ciego de furia y de la falta de un ojo; "¡Hija de puta!, ¡voy a colgarte boca abajo y a desollarte los pechos, morirás desangrada!", grita fuera de control, salpicando saliva en todas direcciones.

Su compañero, tras colocarse en posición para flanquear, aprieta los dientes dispuesto a terminar con la arquera. "¡Yo soy cola, tú pegamento!". Su jefe lo mira extrañado ante tan ridículo grito de guerra, mientras en un ejercicio de torpeza monumental el pirata se pisa el cordón de las botas y se llena la boca de arena al caer tropezando cómicamente. "Oftia...", musita escupiendo arena.

El resto de los piratas atacan como pueden; dejando a Garius libre y algo confuso, se lanzan contra los demás. Banjeela sufre un ligero corte, Rordar un golpe en la cara con la guarda del sable, y Ark una fea herida en el antebrazo. Nada demasiado grave.

Rordar intenta lanzar un virote contra su atacante, pero encontrándose cuerpo a cuerpo decide no hacerlo en el último momento; si lo hiciera se comería un desfortunado golpe de oportunidad. Ark, por su parte, termina una larga y hermosa salmodia que afecta a su compañero el bárbaro, que empieza a mugir como un rinoceronte mientras sus músculos crecen inexplicablemente. Un leve tono verdoso parece aparecer sobre su piel. O quizás solo sea una ilusión óptica debida al sol.

Por último, tras rechazar al hombre que intenta alcanzarle, el enano Barundar decide convertirse en el más rápido de la contienda. Desgraciadamente se da cuenta de que cuando lo decide ya es el último, así que solo le queda alzar bien el escudo y mantenerse blindado como una tortuga bajo su caparazón.

¿Qué haréis ahora?. Es vuestro turno... ¡y vuestra decisión!

Rodeado de enemigos, el norteño sonreía, una mueca en su rostro más espeluznante que cualquier grito de guerra o juramento, el Pielescarcha sentía la vida fluir por sus venas con vigor e intensidad, en mitad del enemigo listo para dispensar muerte con su acero mágico a diestro y siniestro. 

El desafortunado piratuela que buscaba atacar por el flanco derecho del guerrero, esperando encontrar una guardia baja sin el escudo, fue el primero en ver su error... la acerada hoja de acerco mágico se abrió paso a través de su cuerpo sin piedad, con tremenda fuerza cortando y destripando piel, carne y hueso. Tal fue la fuerza del impacto que la manchada hoja fue al encuentro del pirata gordo que tenía delante... hacia su cabeza, con el suficiente ímpetu como para arrancarla del cuello que lo sostenía y mandarla volando por los aires antes de bajar rebotando y rodando por el túnel por el que había desaparecido uno de los lacayos en busca de más refuerzos, que tomara esa nota de parte del norteño para esparcir la nota de terror que les aguardaba en el exterior.

El pesado cuerpo rechoncho del pirata se desplomó al suelo, derramando la sangre de su cuerpo por la sedienta arena de la playa que la engullía voraz.

La alegría de ver cómo improvisadamente había conseguido emular un conjuro del que solo había oído hablar en las leyendas... El saber que estadísticamente tres de cada cuatro piratas consideraban el cuerpo de Banjeela lo suficientemente ardiente como para mantenerse despiertos pasase lo que pasase... Ambas cosas combinadas habían traído una inmensa felicidad a la semielfa.

Por otro lado, su plan de huir se había ido al traste: finalmente había tardado tanto en la ejecución del hechizo que uno de los piratas le dió alcance. Y para colmo de males, otro de los piratas volvía al interior de la cueva a por más refuerzos.

¡Auch! ¡Me has herido en el hombro!

Aquello se alejaba por completo del concepto romántico que Banjeela había leído en novelas baratas: sapos gigantes, piratas con obesidad mórbida, medio hombres que se dormían con un desnudo parcial y desconsiderados galanes que la pinchaban con sables.

Se acabó, pienso arrancarles los ojos a todos los que me han visto en este estado deplorable. Sucios... brutos... canallas...

Banjeela contraatacó. Sabía lo básico, de lo que había leído en el manual de esgrima de Bietrich Hoffman. Estocada, parada; estocada, parada; patada en los huevos. ¡Y pensar que se había leído ese tostón técnico solo porque la esgrima es un deporte asociado a la nobleza a la que aspiraba algún día a pertenecer por casamiento!

Iracunda, devolvió el tajazo en el hombro que con anterioridad le habían infligido. Fue puro azar, Banjeela pretendía cortarle la oreja.

Y ahora la patada en los huevos...

Pero su duelista acortó distancias, haciendo resbalar los filos hasta el gavilán del sable. O previó las intenciones de Banjeela o trataba de arrimar cebolleta.