Partida Rol por web

Irina atraviesa la sala en dirección a la barra, mientras el camarero sigue secando vasos y el tipo japonés se enciende un cigarrillo a la vez que consulta su reloj de bolsillo.

Acepté el dinero del Profesor, me quité el pañuelo de la cabeza y me revolví el pelo (un poco más), y me lo volví a colocar de forma menos femenina, más descuidada. Pretendía aparentar ser una mujer peligrosa... o al menos de vida más buscada que la de una charlatana.

También, con gran esfuerzo, me desabroché un botón más de la camisa.

Me acerqué a la barra, apoyándome en ella como si fuese algo que hubiera hecho miles de veces, de perfil. Intentaba imitar a la dueña del motel en esos momentos en los que intentaba camelarse a Currie. Hice que el japonés me viera de cara, como si no tuviera nada que esconder...

- Шарм, я ищу человека, которого они называют «Ojo Malo». Прибытие поздно для назначения.

Esperaba que el japonés entendiera ruso, pero por si acaso, dije en inglés el apodo de aquel tipo. Atendí a cualquier reacción del militar.

- No... entiender.. tú... - Contesta el japonés, revelando dos cosas. Una verdad y una mentira. La verdad es que no parece conocer el ruso, ni siquiera el inglés, que es el idioma que utiliza para su respuesta de tres palabras mal compuestas, a juzgar por su manera de pronunciar. La mentira es que su mirada se ha tornado más afilada desde que ha escuchado "Ojo Malo". Algo se trae entre manos este tipo.

Con un cierto deje brusco, baja de tamburete desgastado donde está sentado y, sin decir nada más, camina hasta la salida.

Continúo atento a la escena, sin quitar ojo a lo que le pueda ocurrir a Irina. Tomo mi té haciendo que la espero, fingiendo tranquilidad, pero la reacción del japonés no me da muy buena espina.

Se va, o eso parece. No sé si Irina piensa seguirle, pero siendo yo creo que no lo haría. Parece que se volvió más distante y quizás agresivo. Está claro que las menciones a "ojo malo" no son bien recibidas en este lugar. 

Como no sé lo que le dijo Irina*, tampoco sé si el irse él tiene que ver algo con eso... Así que sigo con atención lo que suceda a partir de ahora.

El tipo japonés sale por la puerta, que se cierra tras él. Lo perdéis de vista.

Un tipo con rasgos orientales sale de la sala de té y se planta en la calle, a unos metros de la puerta, durante unos segundos mientras le da una larga calada a su cigarrillo, cuya luz anaranjada cobra intensidad durante unso segundos. Luego, tira el cigarrillo a un charco del suelo y se interna por el mismo callejón que el tipo de antes, no sin antes echar un vistazo a su alrededor y exclamar "くそ". Por suerte, la noche es muy oscura en algunos puntos de Shanghái y os oculta de miradas ajenas.

- Dios mío, Señor Currie. ¿Estarán bien nuestros amigos? - Exclama en voz baja la Hermana Godden, llevándose ambas manos a la boca. - Esto me da mala espina. Ese tipo no es chino, se lo puedo asegurar. Creo que se está gestando algo grave*. - Termina, haciendo sobre su rostro el símbolo de la cruz.

En silencio observé, junto con mi compañera, la salida de aquel misterioso hombre.

-No me diga Hermana- gruño, por lo bajo, nervioso. No había que ser un experto filólogo para saber que aquello no era chino, si no japonés. Un mono amarillo en Shanghay, eso nunca puede traer nada bueno.

-Creo que estamos sentados en un enorme polvorín a punto de estallar...- murmuro, antes de decidirme a seguir al tipo japonés. Si hay algo que los chinos odian más que a los occidentales es a los japoneses.

-Demos un paseo a la luz de la luna. Y haga el favor de parecer algo más femenina- le recrimino, en voz muy baja, sarcásticamente, a mi compañera de vigilancia. Si tenemos que seguir a alguien, que por lo menos tengamos una buena excusa, como una pareja haciendo turismo nocturno, como buenos blanquitos despistados.

Con los labios apretados y mirada felina, Flora se gira en tono de reproche hacia su compañero arqueólogo.

- ¿Qué insinúa, Sr.Currie? ¿Quiere que deje de escupir al suelo y me afeite la barba? ¿Cree que hago esas cosas? - Dice la enfermera, con un tono de voz que a Leroy le resulta divertido. - Perdone, Sr. Currie, pero... Bueno, está bien. Allá vamos. - Terminó, mirando al frente.

Flora se acercó un poco más a su compañero y caminó tras los pasos del tipo japonés junto a Leroy.

Os adentráis en el callejón, inundado de oscuridad y silencio. Las únicas referencias que tenéis a vuestro paso son los reflejos en la piedra de las paredes a ambos lados que produce la débil luz de lamparas de gas que iluminan pobremente las inmediaciones. Vaharadas de moho y orina golpean vuestro olfato, y el sonido de vuestras pisadas es el único que resuena allí. Al fondo, a unos treinta metros, el callejón se ensancha un poco y gira a la izquierda. Un conjunto mayor de lamparillas de gas alumbran con tonos ocres el húmedo suelo y las ventanas cerradas. Una silueta masculina de espaldas se recorta en el centro. Parece consultar un reloj al mismo tiempo que fuma.

Del cielo, gotas de fina lluvia comienzan a caer.

Espero a que Irina vuelva a la mesa sin mostrar nerviosismo ni interés. No pretendo centrar las atenciones de los clientes del salón en nosotros. 

Ojalá traiga alguna información -pensé. Aunque no era seguro, pues el hombre se mostró bastante seco y cortante. Al menos lo habían intentado.

El salón de té parecía más infranqueable de lo que había pensado. 

Esta gente es muy cerrada, tenía que haber pensado en ello -se dijo, dando un nuevo sorbo al té caliente.

No sabía si el hombre tenía intención de regresar, pero lo que no quería de ninguna manera es ponerlos a todos en peligro.

Acabarían el té como unos clientes normales, para marcharse de allí acto seguido, si tenían la oportunidad. Ya pensarían los cuatro juntos qué hacer.

Irina regresa y se sienta, aparentando normalidad en su rostro. Se acomoda en la silla y luego, apoya los codos sobre la mesa y con su mano derecha, se tapa disimuladamente la boca a la vez que susurra algo al profesor.

- Profesor, este tipo me da mala espina. No conoce el ruso, lo cual es normal siendo japonés, pero le he hablado de "Ojo malo" y la cita prevista y le han invadido los nervios al escuchar el nombre. Ha salido precipitadamente, ¿lo ha visto? Creo que el tipo del abrigo ribeteado que ha asomado el gaznate hace un momento y el japonés se habían citado aquí. Hemos levantado sospechas y ambos han salido.

Ahora, Irina se incorpora hasta apoyar la espalda en el respaldo y exclamar mientras da un golpe con su puño sobre la mesa, como si tocase la puerta de un hotel:

- Espero que nuestros compañeros estén alerta ahí fuera.

-Irina, creo que deberíamos marcharnos. No me siento seguro aquí, sobre todo estando separados de nuestros amigos. Los cuatro juntos podemos defendernos mejor, pero quién sabe qué podría pasar de este modo. ¿Te parece si nos reunimos y confrontamos lo que hemos averiguado? Tal vez ellos fuera le hayan visto dirigirse a algún lugar. 

Mejor no levantar más sospechas, tras el té mi idea era pagar e irnos de allí. Si hacía falta, volveríamos ya los cuatro con otra actitud

Irina no pone objeciones. La sugerencia de Ezekiel Brush era lógica: ya no hacían nada allí, aparte de atraer las miradas de los desconfiados parroquianos. Evitando hacer el mínimo ruido, se levantan y salen por la puerta, alejándose unos metros de los dos rudos tipos que guardan la entrada, que discuten animadamente algo en ruso con un acento tan particular que ni la joven Irina es capaz de entender.

Fuera, la noche ha extendido sus tentáculos de oscuridad por todos los rincones, a excepción de algunas farolas de gas dispuestas de manera aleatoria aquí y allá que iluminan con una luz cálida tímidos rincones. Una fina lluvia cae del negro cielo. Vuestros compañeros Leroy y Flora no están por ningún lado, y tampoco hay rastro del tipo con el abrigo ribeteado o el japonés.

- Oh, oh... - dice la charlatana, al darse cuenta que sus compañeros han desaparecido. - ¿Cree que pueden haber ido muy lejos? Deberíamos echar un vistazo a ver si encontramos un rastro.

-Algo así- respondo, en voz baja, sin prestar demasiada atención a mi compañera, más pendiente de no perder de vista a nuestro sujeto. Me adentro con la hermana Flora en el callejón, olvidada toda desazón, demasiado curioso. No pasa lo mismo con el olor a orina, que es como una patada en toda la cara. En cuanto lo vislumbro al girar, nos hago retroceder a ambos hacia la seguridad de la esquina. No seré sigiloso (no es mi estilo, soy un talentoso famoso), pero esta noche mejor pasar por meros desconocidos. Desde la cobertura de la esquina observo lo que hace el tipo, que parece mirar la hora...

-Está esperando a su contacto... Veamos quien es, Hermana, pero prepárese para lo peor- hago una mueca de disgusto. Al menos la falta de luz no sólo nos deja ver poco, también ayuda a escondernos con relativa facilidad -Bueno, y a mojarnos un poco -añado tras notar las primeras gotas de lluvia contra mi rostro.

-Espero que no sea así, seguro que si no están es por una muy buena razón. Dudo que se hayan marchado sin avisar -comenté, sorprendido de su ausencia. No era lo que esperaba, y más aún sin advertencia previa.

Habían hablado mucho de lo importante que era permanecer siempre en contacto. Temía mucho lo que hubiera pasado en el exterior del salón de té.

-Busquemos alguna pista de lo sucedido, Irina. 

Unas pisadas en la tierra muestran un rastro que la ligera lluvia está ayudando a formar, junto con un cigarrillo aún humeante como si fuera un ser vivo expulsando sus últimos hálitos de vida, indican que varias personas se han dirigido a un callejón cercano, aledaño al Loto Negro.
 

Me fijo en el suelo, sobre todo. Las pisadas siempre eran algo seguro, y allí parece que todavía podía vislumbrarse un rastro de ellas, junto a una colilla aún humeante. 

-¡Mira, Irina! Parece que la suerte nos acompaña. Esas pisadas y ese cigarro reciente indican que varias personas se han dirigido a ese callejón cercano, al lado del Loto Negro. Posiblemente Leroy y Flora estén ahí. Vayamos con cuidado, y si tienes armas es mejor que las tengas a mano. No visibles, para provocar, pero sí que puedas hacer uso de ellas llegado el caso... ¡Vamos con cautela!

Al no saber lo que nos íbamos a encontrar, optaba por asomarme primero sin ser visto. 

Ojalá la suerte nos siga sonriendo, y que nuestros amigos no corran peligro ahí. Los callejones no son un buen lugar para hacer cosas de buen grado o legales. Me da muy mala espina...- pensaba mientras caminaba hacia allí.

- ¿Armas? No llevo nada, profesor. Sólo verborrea incisiva. - Dice la charlatana, con un tono desenfadado y canallesco, quitando hierro a la situación, pero parapetándose tras el Profesor Brush.

El callejón es estrecho, sucio. Empapado de orina, moho y deshechos, que producen un aroma enrarecido incómodo. Todo en él es oscuridad, a excepción de diversas lamparillas de gas dispuestas con un orden aleatorio que alumbran lo justo con luz cálida anaranjada como para insinuar relieves aquí y allá, pero sin ofrecer una imagen clara de todo lo que contiene aquel íntimo punto de la ciudad.

Al fondo, a unos treinta metros, el callejón se ensancha un poco y gira a la izquierda. En dicha esquina, plagada de ventanas cerradas y sucias, permanece una silueta en pie.

Os acercáis evitando hacer el menor ruido posible, ayudados por la lluvia, que produce repiqueteos en las diferentes superficies, y el resto de ruido ambiente del callejón. Un sonido metálico cuando cae sobre la tapa de un cubo de basura, el zumbido de las lámparas de gas, un maullido en algún lugar cercano y la algarabía al otro lado de la pared, dentro del Volga. Incluso el hedor que inunda el lugar parece ocultar vuestros pasos.

De repente, mientras os acercáis, chocáis contra alguien.

Mientras permanecéis ocultos expectantes, esperando una señal de cualquier tipo para actuar, alguien os aborda por la espalda. Vuestro impulso inicial es levantar las manos, esperando la habitual sensación del cañón de un arma presionando la espalda, pero os encontráis con dos caras conocidas: la Señorita Krilov y el Profesor Brush.

- ¡Santo cielo! - Exclama en tono ahogado, más para sí misma que para el resto, Flora Godden.

Escondidos tras unos arbustos que cuelgan de una de las paredes, los cuatro ya reunidos oteáis la misteriosa silueta al final del callejón, que fuma impaciente.

Tras unos breves intercambios de saludos silenciosos y unos dedos índices en los labios indicando silencio, seguís observando la escena. Como salido de la oscuridad, una segunda silueta que os es familiar se acerca a la primera, que da una última calada al cigarrillo y lo lanza al suelo para pisotearlo. Mantienen una breve conversación entre ellos, que os es imposible escuchar, pero los gestos y la postura recta son inconfundibles: la segunda figura es la del japonés.

La primera silueta se aparta la gabardina y saca algo. Es un pequeño bulto, que entrega al japonés al mismo tiempo que estrecha su otra mano en un gesto típico de sellar un trato. Es durante un instante, cuando un furtivo rayo de luz perdido de una de las lamparillas reflejado en el bulto revela lo que todos estáis pensando: lo que la figura a entregado al japonés es un espejo.