Partida Rol por web

El encuentro con el pelotón de soldados fue del todo inesperado, como lo había sido perder al Magister Primus Skarmen. Algo tintineaba en la mente de Claudius. Era lógico que aquel hombre corriera (a pesar de su edad) para salvar al Quorum que estaba bajo ataque (¿pero tanto como para dejar atrás a los acólitos, más jóvenes y vigorosos (a excepción de Vipus)?) Y si fisicamente era capaz de hacerlo ¿qué lógica tenía dejarles atrás aunque fuera para ganar unos instantes?

Aquella media docena escasa de guardias parecía perdida. Aun estando en su puesto de guardia. ¿Tan triste era su preparación? ¿Tan sobrecogedor había sido el ataque?

Sin embargo, aún no conocían a sus atacantes aun sabiendo las poderosas capacidades que éstos podían tener.

Aunque su cargo de oficial (comandante de la Armada Imperial nada menos) había sido (en su mayor parte al menos) casi un mero trámite. Claudius sabía mandar a la gente (y estaba claro que Nero no). Tomó la voz y empezó a distribuirlos.

- Guardias - dijo, recordándoles su puesto (y con un poco de suerte abogando a su orgullo de unidad, si es que lo tenían)

- ¿Cúal de ustedes es el superior? ¿y su segundo? - por pocos que fueran los soldados siempre estaban jerarquizados.

- Bien, usted - dijo señalando al primero - vaya al exterior. Contactará con un miembro del arbites que monta guardia en un transporte. Indíquele contactar con el Magister Constantine y que envíe refuerzos.

- Usted - dijo señalando al segundo - Saldrá también del edificio e irá a buscar al general Khan. Indíquele que la Inquisición, le ruega (so pena de su puesto y su vida) enviar refuerzos.

- Ustedes tres, seguirán al agente Nero, considérenlo su superior inmediato a partir de ahora - indicó a los tres soldados rasos que quedaban.

- Y más les valdrá a Khan y Constantine colaborar esta vez -  Había dado las órdenes a ambos hombres a la vez así que cada uno de ellos podría informar a su destinatario de que no serían los únicos refuerzos en llegar al lugar si no que se les esperaba a ambos. Quizás incluso competirían por acudir antes o en mayor fuerza.

- Ahora, si hacen el favor. Todos a sus puestos - culminó.

Isolda había temido eso en cuanto empezaron a seguir a Skarmer, ya que a cada giro le perdían un poco más hasta que llegó el momento en que estaban completamente desorientados, y eso no gustaba para nada a la sororita. Tenían que centrarse, pero no pudo evitar una mueca ante las palabras de Arcturus.

-Rojo, no podemos dejar que acaban con el gobierno de este lugar. ¿Y si sus muertes son parte de un ritual?. Tenemos que impedir que hagan lo que quieren hacer, sea lo que sea.

Cuando escuchó hablar a Vipus, no pudo evitar girarse y mirar al noble.

-La Inquisición no ruega -musitó con agresividad- si dices eso se creerá con capacidad de elegir. O viene o será condenado y ejecutado en el acto por traición al Imperio.

Miró hacia todos lados, intentando buscar una forma de llegar a su destino, pero ahora mismo no sabía que hacer y empezaba a quedarse bloqueada.

Los guardias del santuario (pues ese era su título) se sobresaltaron al ver llegar a los acólitos. Al ver que no tenían intenciones hostiles se tranquilizaron un tanto, pero no parecieron muy contentos de recibir órdenes por parte de Arcturus. Estaban a punto de ponerse realmente insufribles cuando Nero interrumpió.

Nero: En nombre de la Sagrada Inquisición, quedan bajo nuestro mandato desde éste momento...*

El rostro de los guardias pasó de la incredulidad a la sorpresa cuando Nero mostró sus identificaciones, entonces formaron en posición de saludo muy tiesos y se sometieron a las órdenes de los acólitos sin rechistar más, aunque las órdenes eran contradictorias. ¿Debían ir en busca del juez magistrado o debían salir del edificio?

Finalmente Claudius añadió algo de claridad enviando a dos de los guardias como mensajeros, que desaparecieron a la carrera entre los neblinosos pasillos. Ahora ¿Qué debían hacer los que quedaban allí?

Ocurrió una nueva detonación, esta vez de menor magnitud, pero que aun así sacudió el suelo del edificio y provocó nuevos chispazos de las paredes. — Eso ha estado muy cerca, en esa dirección está el depósito de datos arcaicos y los aposentos de la guardiana de los pergaminos. — dijo uno de los guardias señalando en dirección a un pasillo, de donde parecía haber venido la explosión.

- Pues vayamos - respondió Claudius.

Dirigiendo la mirada hacia la oscuridad se echó a la espalda el rifle, que de poco iba a servirle en aquella  y sacó su pistola carnodón. Pesada, fiable, muy potente y fabricada por su propia casa. Aquella no era un arma de entrenamiento, si no un signo de poder (de amenaza) y de estatus. Pocas o ninguna vez se había visto obligado a dispararla contra alguien.

Pocas veces se habia visto obligado a luchar por salvar la vida así. En su interior maldijo a la Inquisición, a Homron y sus compañeros por haberle puesto entre la espada y la pared (o entre la servidumbre y la prisión perpetua). Recobrando la compostura se permitió una sonrisa e hizo un gesto con la mano dirigido a los guardias - llévennos.

Podría ser una especie de engaño y dirigirlos a una trampa o alejarlos de donde hacían falta; pero sin conocer la zona y completamente desorientados, no podían hacer absolutamente nada así que era tan buen lugar como cualquier otro. La sororita se mantuvo atenta a cualquier tipo de intento de emboscada o trampa que pudieran intentar llevarles.

Nero miró a Claudius cuando este dijo la palabra "ruega", y asintió cuando la Hermana Isolda reprendió al noble.* - La inquisición no da muestras de debilidad, Claudius. Estoy con Isolda en ésto. - 

Tras la segunda detonación, se pusieron en marcha rápidamente, con Nero a la cabeza. - Indiquen el camino, no podemos dejar que le suceda nada a la Guardiana de Pergaminos. - dijo, exhortando a los guardias a ir a su lado y a dar lo mejor de sí mismos. 

Esperaba que pudieran llegar a tiempo y que a la mujer no le sucediera nada, no en vano aún tenía que ser "consultada" por ellos. 

Los guardias guiaron a los acólitos con rapidez por los laberínticos pasillos de la corte. En su camino se cruzaron con adeptos escribas que huían gritando aterrorizados, algunos incluso apretando con sus manos sobre heridas recientes, o sangrando visiblemente, que señalaban que si buscaban el origen de la detonación estaban yendo en la dirección correcta. Por suerte Solo hizo falta cruzar un par de ellos y tomar un giro para llegar hasta el lugar que buscaban.

Finalmente, el último pasillo los llevó directamente a una amplia cámara redonda que parecía una sala de espera que hubiera sufrido una demolición. Elegantes losas de mármol blanco estaban desperdigadas y sus fragmentos rotos cubrían el suelo, los muebles a los que les faltaban grandes pedazos estaban volcados y ennegrecidos, y una de las enormes y elegantes puertas dobles al fondo de la sala estaba semivolcada, sostenida solo por una de sus bisagras y con una gran abolladura negra en medio. Un par de guardias yacían el suelo con heridas de diversa consideración sin mover un músculo, y algunos adeptos que habían sido incapaces de huir chillaban de pánico y se refugiaban tras un grueso mostrador al tiempo que una de las tres figuras que se encontraban en el centro de la sala les arrojaba una granada, que explotaba dañando aún más su escasa protección y arrancando nuevos gritos de pánico de los adeptos.

Esta escena ya habría sido lo bastante desoladora por si sola, pero las tres figuras que estaban provocando aquél caos sangriento provocaron la duda y el desconcierto de los acólitos por un momento, pues las conocían muy bien. Se trataba de los propios acólitos:

De rostro imperturbable, sin ninguna reacción a la matanza que estaban provocando, se encontraban Claudius, Gianna e Isolda, Tan idénticos a los que acababan de entrar que si uno de sus compañeros los hubiera visto a solas difícilmente hubiera pensado que no eran los auténticos. Lo único que les diferenciaba en aquellos momentos era que sin duda Claudius no lanzaría una granada sin pestañear contra unos adeptos indefensos, Gianna no tendría los brazos cubiertos de sangre hasta el codo tras haber aplastado la cabeza de un guardia, e Isolda no estaría estrangulando a otro con sus manos desnudas, levantándolo en el aire como un muñeco de trapo.

Los guardias que habían acompañado a los acólitos observaban alternativamente a unos y otros, sin comprender lo que estaban viendo.

-¿Pero qué...?

Arcturus tuvo que mirar a los lados, a los otros acólitos, para cerciorarse de que seguían allí. Porque estaban allí delante, pero no... Estaba entre ellos. Entre los auténticos. Aquello de delante era una abominación.

No pudo ver mucho más allá. El humo, los gritos, el shock. Apretó los dientes hasta que chirriaron.

No se encomendó a nada ni a nadie. Envió a su servidor con un gesto y una orden mental sencilla: emboscar a los enemigos. Se echó el rifle a la cara en modo automático. Pensó que la sorpresa sería su mejor aliado. O mejor dicho, no pensó. Sólo dudó un momento al ver el rostro de Isolda en la mirilla. Luego apretó el gatillo.

-Por las tuercas del Omnissiah, no os separéis... -dijo entre dientes a los otros acólitos. -¡Fuego sobre esos tres! -gritó con voz plana a los guardias que los acompañaban.

¿Qué clase de herejía era aquella? Delante mía tenía una copia exacta de mi misma. Si llegamos a retrasarnos en acudir al palacio los impostores habrían acabado con todos los presentes y el General Khan habría tenido la excusa perfecta para acabar con nuestras vidas.

Apunté y disparé contra mi doble, pero algo en mi interior se negó el último momento a acertarme y fallé el tiro.

Miré a los soldados.- ¡Defended a vuestros gobernantes y acabad con la vida de los impostores que se hacen pasar por agentes del Trono!, ¡Pues el Emperador está de nuestro lado!- Nunca había valido para dirigir ni dar órdenes, pero aquel momento era especial. La guardia del palacio debía saber que luchaba del lado correcto y los impostores debían caer para limpiar nuestro nombre.

Claudius alcanzó la sala detrás de los tres soldados de la guardia del santuario, a los que había tenido la prudencia de enviar por delante a modo de guias (y por ende, de avanzadilla).

Cuando alcanzó la sala donde se desarrollaban los combates se quedó asombrado, de no haber sido él mismo uno de los imitados habría pensado que aquellos tres eran verdaderamente acólitos del trono y no asesinos disfrazados.

¿Cómo era posible tal prodigio? se preguntó más intrigado que asustado. Conocía multitud de leyendas de xenos y monstruos, dopplegangers capaces de adoptar el aspecto de otros; monstruos formados por multitudes de gusanos que podían adoptar una creible semejanza con un humano; mímicos, objetos que se disfrazaban para devorar intrusos cual planta carnívora. Quizás se tratara de tecnología de la edad oscura, un tejido de camuflaje de tales capacidades; camaleonina de escasez y precio exorbitante. O quizás todo era un truco psíquico, que envolvía los cuerpos de los imitadores o incluso que en realidad jugaba con las mentes de los que los miraban y no con los cuerpos en sí.

Tal era el ensimismamiento de Claudius, presa de su interés académico que tuvo que pasarle junto a la cabeza un fragmento de metralla para sacarle de éste, lo que hizo que se pusiera a cubierto y sin pensarlo disparó, con la pistola carnodón que empuñaba, contra su imitador, al que alcanó en una pierna

En el momento de volver a cubierto, razonó, que hubiera sido más inteligente hacerlo contra Gianna o Isolda si sus copias eran los acólitos auténticos, pues consideraba con buen juicio que las veteranas eran más peligrosas que él mismo. En cualquier caso, esperó a que los impactos dejaran de arreciar contra su cobertura para volver a salir y disparar.

Nero contempló asombrado a los tres acolitos, copia de sus compañeros, que tenía delante. Era incapaz de distinguirlos a simple vista, si no teníamos en cuenta su comportamiento o demostraciones de fuerza. Su comportamiento y forma de actuar le trajo a la cabeza a los tres seres que habían entrado en el local de ocio donde habían masacrado a todos. Con rapidez, sus compañeros lanzaron una oleada de disparos hacia aquellos tres, mientras Nero sopesó por un momento seguir andando de cara a ellos disparando su escopeta en el proceso, pero lo que les habían contado, más la forma en que trataban a quienes tenían atrapado convenció a Nero de que no era la mejor de las ideas acercarse al cuerpo a cuerpo contra aquellas criaturas. 

Por suerte, tenían otras formas de acabar con aquella amenaza. 

Soltando una de las manos de la escopeta, sacó una granada frag y la lanzó en medio de los tres*. - ¡Acabad con esos impostores!¡Fuego en el agujero! - dijo, colocándose medio a cubierto tras lanzar la granada.  

Siguiendo las órdenes de Arcturus, el pequeño servidor se había adelantado hacia el hall donde estaba ocurriendo el combate. Llegando a la altura de aquellos falsos acólitos sin ser visto y clavando su afilado aguijón cargado de veneno corrosivo devorador de carne en el tobillo de su objetivo.

Isolda no pudo hacer más que fruncir el ceño ante la escena que se desarrollaba ante ella. Estaban Gianna, Vipus y ella misma delante de ellos.

-Brujería -musitó antes de alzar ambas armas y disparar hacia su copia. Si eliminaba a su copia primero ya nadie la confundiría con un enemigo.

Los disparos volaron hacia los falsos acólitos y muchos acertaron, a lo que se sumó en pocos segundos la detonación de la granada arrojada por Nero. Los guardias tardaron un poco en reaccionar, pero también sumaron los disparos de sus rifles láser contra uno de los impostores.

Los falsos acólitos continuaban en pie, apenas si habían perdido el equilibrio por los impactos sufridos, pero algo sí que había cambiado, los disparos habían arrancado unas hebras que se desdibujaban en el aire, y la explosión las había dispersado por completo. Como saliendo de una ilusión, las auténticas formas de aquellas figuras quedaron expuestas tan horrendas como eran en realidad. ¡Cadáveres! Cadáveres putrefactos, con cortes que imitaban símbolos desconocidos en su cuello y costuras quirúrgicas en sus extremidades, como el que Nero había encontrado en el callejón del distrito V y Claudius había examinado en la morgue de los arbitradores, solo que estos estaban además cubiertos de vendas negras, los cortes en su piel brillaban con luz propia y se movían como si tuvieran voluntad.

Prácticamente solo el más adelantado de todos los cadáveres, (el que había imitado a la sororitas) había resultado seriamente dañado, con una gran marca de carne derretida en el pecho y especialmente su pierna izquierda tenía un par de agujeros del tamaño de un puño, pero, aparte de una exagerada cojera, ni aun así daba signos de debilitarse.

El más dañado fue el primero en volverse hacia los acólitos, mientras que los otros dos tardaron unos segundos más sus reacciones parecían lentas, pero parecían capaces de moverse con la rapidez de un humano corriente. Dejando de prestar atención a los heridos y los muertos a su alrededor, se centraron en la amenaza más inmediata que había sido capaz de dañarlos.

Un par de los guardias gritaron en sintonía con las voces de terror de los adeptos heridos en la sala; incapaces de mantenerse firmes, dejaron caer sus armas y desaparecieron corriendo en dirección opuesta tan rápido como podían.

La detonación de la granada le dejó por unos momentos ensordecido, y los típicos chasquidos de los láseres no fueron captados por los oídos de Nero, pero poco importaba, porque toda su atención estaba centrada en aquellas cosas que se mostraban, ahora sí, con total impunidad delante de sus narices. Una especie de neblina desapareció como si una gasa cayera de sus ojos, y entonces pudo ver a esos "desmembradores", pues no podían ser otra cosa que ellos. 

Eran criaturas sacadas de las pesadillas populares, muertos que caminaban con una luz interior que les daba vida, sin duda, alguna clase de corrupción imputada por el Caos, un ritual hereje que no habían podido dilucidar y que ahora explicaba muchas de las cosas que habían estado investigando. - ¡Seguid disparando!¡No hay criatura que no caiga frente a una contundente ráfaga de disparos! - exhortó Nero, expulsando con ese grito el miedo creciente que subía por sus entrañas. - La luz del emperador está conmigo, y yo estoy con el emperador. - musitó, sacando rápidamente otra granada y cebándola con un movimiento fluido. - No amigo, no en mi guardia. - dijo, mirando a la cosa que se había girado hacia ellos. 

Con cierta habilidad, colocó la granada de nuevo más o menos en el punto intermedio de aquellas cosas, intentando afectar a las máximas posibles, aunque la granada rebotó, fue un desvío ligero, gracias a que con la anterior granada Nero ya había cogido cierta "mano" con los lanzamientos. 

La explosión de la granada de Nero había desvelado la naturaleza descarnada (efectivamente ese era el mejor término) de aquellos imitadores. Así que por fín podía ver cara cara a aquellos hombres vacíos de los que tanto había leído. Sin embargo lo de la imitación de los acólitos (y más con tanta perfección) resultaba algo nuevo, horrible y precioso a un tiempo. ¿Se trataba de una habilidad sobrenatural por parte de su creador? ¿poderes psíquicos? ¿o tan sólo un truco?

Por un momento pensó en lanzarles una granada incendiaria, el temor a quemar toda aquella estructura (y sus preciosas cámaras) parecía algo secundaria a salvar su arrugado pellejo, el fuego, como rezaba el Liber malleus hereticarum, era el mejor amigo del que lucha contra la abominación. Pero Nero no era muy amigo de tales paparruchas y pensaba que el autor del tomo se había guiado más de suposiciones y rumores que por la experiencia en combate. El pesado Carnodón transmitía más seguridad que el recuerdo de unos versos y sin duda aquel ser cojeaba fruto del disparo de gran calibre que le había atrevesado la pierna.

Tomó puntería contra el más cercano de los monstruos y disparó de nuevo, cercenando un brazo de cuajo con el proyectil*.

Los que estaban junto a Arcturus escucharon un extraño chasquido metalizado justo después de que Nero dijera que cualquier criatura caería bajo una buena rociada de balas. Era algo así como una risa descreída. Ojalá. Apretó el gatillo en modo automático, en dirección a la falsa Gianna, pero...

Los imitadores soportaban demasiado bien el daño que les habían causado, era incomprensible hasta que la granada de Nero reveló la verdadera naturaleza de los enemigos.

En ese momento, la naturaleza fuerte de espíritu de la guardia imperial fallo por completo y el ver su cuerpo convertido en uno de esos seres quebró su mente, no pudiendo hacer nada más que huír de la situación.

Isolda vio lo que hacían sus disparos y al aparecer esas criaturas no pudo evitar apretar los dientes y acordarse de los seres que había en las Jaulas, esos que eran poco más que bestias con aspecto de hombre; pero seguidamente su memoria saltó al Viudo, al momento en que estaban en aquel edificio y ese ser la miró directamente.

Su mente se perdió en ese recuerdo y dejó de darse cuenta de lo que pasaba a su alrededor, solo veía al Viudo mirándola.