Partida Rol por web

Madrid, 1992.

Ante nuestros ojos se dibuja el perfil de la capital de España. El cielo está despejado en una hermosa mañana de verano y el sol va asomándose tímido entre los altos edificios y las montañas que se ven a lo lejos. Podemos oír los ruidos de la ciudad: coches, pitidos, gente caminando por la calle o hablando entre sí. Una radio nos muestra a duras penas la siguiente canción, no parece estar sintonizando adecuadamente:

Por una calle cualquiera de la ciudad, no es importante dónde se localiza, podemos ver un grupito de aspecto singular caminando por ella. Hay grafiti por las paredes y los servicios de limpieza son escasos en esa zona. A un lado se puede ver a un yonki hecho un ovillo tras su dosis diaria, estremeciéndose por los efectos de la sustancia consumida. Unos pasos más allá hay unos kinkis haciendo cuenta del botín que han asaltado por la noche. Varios papeles y trozos de bolsa de plástico bailan en el aire empujados por el vientecillo matutino. Todo parece ignorar o apartarse de vuestro camino. Os conocen bien por estos lares y saben que sois gente con la que no conviene meterse. Eso os embriaga de confianza y andáis con paso firme y directo, sin tapujos ni dudas.

Al cabo de un rato, tras haber vadeado la inmundicia de Madrid, llegáis a lo que parece un teatro o un cine abandonado, nunca os habéis preguntado qué fue en su momento de gloria y, sinceramente, tampoco os lo vais a preguntar ahora. Ya habéis venido antes aquí para obtener un curro (y su correspondiente buena paga) pero, ¿recordáis por dónde se entraba?

Iván giró la esquina que daba a un estrecho callejón sin salida. Parecía un pequeño vertedero local lleno de grafitis por todos lados y basura de todo tipo. Le pegó un buen patadón a una nevera que había completamente oxidada, que parecía puesta al azar pero realmente tapaba una puerta lateral para entrar.

No le molestó demasiado el ruido pues no oía bien por uno de sus oídos, la sutileza no era su fuerte.

— Hay que acordarse de colocarla de nuevo cuando salgamos o se convertirá esto en un fumadero de caballo.

Jean se desliza al interior de forma silenciosa con las manos en los bolsillos, sin tocar la mugrienta pared y esquivando un charco de algo negro que podría ser alquitrán húmedo. A saber como ha llegado hasta ahí. Duda un momento y luego le tiende una mano a Irene con una sonrisa.

—Normalmente soy de decir las damas primero pero en este cuchitril se te van a estropear los zapatos de Sarkany, y cuestan una pasta.

Le guiña un ojo para luego girar su cabeza al interior. ¿Qué les espera dentro? Como siempre han llegado un poco antes de la hora de la reunión pero seguro que el jefe ya estará dentro esperándolos. No se puede sorprender nunca a ese tipo.

Allí estaba otra vez.

En aquel callejón de los cojones.

Los mismos yonquis en las mismas esquinas, la misma mierda flotando donde siempre y, claro, la misma nevera de las narices ¿Cómo iba a faltar la nevera? ¿A quién se le ocurre poner una entrada en una nevera en mitad de ningún sitio?

Parecía sacado del guion de un tebeo de papel reciclado.

Alejandro dio una calada a su cigarro

Sí

Echó el humo

Allí estaba otra vez.

El humo del cigarro formó círculos casi perfectos

Miró a los lados.

Allí estaba. Acompañado de los mismos tipos de siempre: El rémora, la faldas, el teniente y el toro. Joder. Carraspeó una carcajada. ¿A quién iba a engañar? Con aquellos nombres no merecían otra cosa que entrar al curro por una nevera abierta en un callejón en el culo del barrio más asqueroso de Madrid.

Alejandro frunció el ceño. Estrechó los ojos. Pensó  que tenía que cambiar de vida. Dejar de verse con aquellos tipos. Dejar de hacer este tipo de trabajos, pero ¿A qué coño iba a dedicarse? ¿Montaría una tienda de ultracongelados? ¿Mecánico? ¿Marmolista?

Alejandro tiró el cigarrillo al suelo, pisó la colilla, giró el pie hasta apagarla. 

—Dejad pasar al jefe coño—

Alejandro siguió al Rémora y se metió por aquel agujero teniendo cuidado de ver donde pisaba y donde ponía las manos. Aquello estaba lleno de jeringas y de condones usados y el puto traje era nuevo.

La mierda siempre solía caminar por la mierda, al menos es lo que pensó al estar allí junto a esa panda de compañeros que tenía. Tal vez odiando tener que ensuciar sus tacones con la mugre de los alrededores, si es que el panorama no pintaba mejor. Eran los restos de una sociedad maltrecha, la paria de la vida misma y los sitios donde gente como ellos solían frecuentar.

Nada era nuevo, el yonki de turno huyendo de sus males situacionales, el vagabundo que los miraba con ese aire desconfiado por estar en su territorio y la puta nevera que jamás podía faltar. 

Al menos los grafiti estaban buenos, a faldas le daba un no sé qué mirarlos, tal vez porque se acordaba de un tío con el que estuvo y en la cama era demasiado bueno para recordarlo. Quien sabe. No obstante al ver que su chico pateó aquello, se rió de lado y negó la cabeza. 

—Gracias, cielo. Me encantan los escudos humanos—dijo burlona y al ver la entrada los dejó pasar—. Menos mal que voy última, no vaya a ser que me coma el disparo primera. Ja. 

Y sin más, esperó que avance Tiburón y el resto. Le gustaba revisar un poco antes de entrar, mañas de una tía peligrosa como ella o una desconfiada de libro. 

Ya había terminado con toda la pasta, siempre le pasaba lo mismo, un buen pellizco, esto tiene que durar. Una mierda duraba, antes de darse cuenta, ya estaba otra vez sin blanca. Caminaba de nuevo por lo peorcito de la ciudad, pero tan solo a un yonki en un mal viaje, o a un demente se le ocurriría meterse con ellos. Y mira que el estaba deseando que alguno de estos desgraciados, o mejor aun si eran varios, le mirasen mal. No necesitaba nada más para desatar sus ansias de unas buenas ostias. Vanas ilusiones, por aquí ya les conocían y no les prestaban más atención de la necesaria para no entorpecer su paso.

Y de nuevo al callejón y a la puñetera nevera. Y a la mierda los zapatos y tal vez los pantalones.-¡Hay que joderse!-Exclama al tener que pasar por aquella extraña sustancia negra, que podía tratarse de cualquier cosa, pero que parecía pura mierda.-Una cosa es una entrada secreta, y otra entrar por este camino de inmundicia. Aquí no hay más que heces, jeringuillas y meados.-Pero recordó poner de nuevo la nevera en su sitio, no fuera que alguien que no debía diese con la maldita puerta. Y siguió tras los pasos de sus compañeros, a ver que les tenían preparado para esta ocasión, y que estuviese bien pagado, eso era lo más importante. 

Descendéis unas escaleras de caracol llenas de mugre, oscuridad y olores húmedos que os revuelven las tripas. Nunca os tocaba la entrada glamurosa del CNI, eso estaba reservado a los agentes de verdad. Vosotros sois la escoria a la que el gobierno paga para encargarse de los asuntos que ensuciarían su imagen, los encargados de sacar la basura. Una vez descendéis con cuidado de no caeros, llegáis a un interruptor que ilumina un largo pasillo. Las paredes son cemento y hace un frío del carajo. Sabéis que estáis cruzando el barrio por el que habéis venido, ¡vaya forma de haceros dar un rodeo! Vuestros pasos producen eco y podéis oír vuestra respiración al caminar, acompañada por un soplido de vaho.

Al fondo hay una puerta metálica, suponéis que sea de acero. Una cámara graba el interior del pasillo, así que sabéis que os están esperando y que conocen vuestra presencia. La puerta tiene una pequeña ventanita que abren para pediros el santo y seña. Rezáis para que no lo hayan cambiado otra vez y no os toquen las narices...

—Apartad, ya me ocupo yo. — 

Alejandro había descargado hace un año el temario de agente encubierto del CNI con el emule. No fue fácil hacerse con él. El primer intento resultó ser un archivo RAR corrupto lleno de virus troyanos. Le costó mil quinientas pesetas que un informático le limpiara el ordenador de mierda. El segundo intento fue otro fake: seis películas porno protagonizadas por Ron Jeremy. A la tercera fue la vencida. Los 20 megas tardaron 21 días en descargarse.

El archivo resultó ser un temario fotocopiado por un alumno, un tal Francisco Paesa. El temario estaba muy mal escaneado. De los 10 temas, solo los tres primeros eran legibles. Precisamente el tema 2 trataba de las funciones de un jefe de equipo. Alejandro recordó que una de ellas era hacerse cargo del tema de protocolo y burocracia. Las otras no las recordaba bien del todo, pero lo del protocolo sí que estaba. Fijo.

Alejandro avanzó hacia la puerta y llegó hasta la ventanilla.  Levantó la cabeza y miró fijamente a la cámara que les enfocaba. No estaba para bromas.

—Oiga ¿Es cierto lo que me han dicho que madre no hay más que una?—

Alejandro sabía que esa era la contraseña de algo. De algún sitio. No estaba del todo seguro que era la que había que dar en esta puerta pero que era una contraseña válida y corroborada, de eso estaba muy seguro

Pedro no era un hombre de mucho pensar, de hecho pocas veces lo hacía, de eso ya se encargarían otros. A el le bastaba con su instinto, o su furia y su innata violencia. Pero su  cerebro estaba trabajando a toda velocidad, era como una tormenta, seguro que se escuchaba algún ruidito. Tenía la cabeza a punto de estallar. Y todo acerca de la naturaleza de las cosas. Ni más ni menos que un problema acerca de la materia. ¿Qué cojones era aquel líquido negro que acababa de pisar? Era mierda o era alquitrán. Si era mierda, era una buena putada, pero tal vez una lavandería salvase los caros pantalones, y un limpiabotas, bajo amenaza de muerte pudiera limpiar los zapatos. Pero si era alquitrán, entonces si que estaba bien jodido, a tomar por culo pantalones y zapatos, y le habían costado un riñón. 

Tanta actividad mental, le estaba pasando factura, la necesidad urgente y masiva de sangre en su cerebro, nada normal en el, le había dejado el rostro pálido como el de un muerto, y hasta notaba flojera en las piernas, no había sangre para cubrir todas las necesidades de su enorme cuerpo. Pero si para comenzar a hinchársele de forma alarmante la vena que trascurre sobre su sien derecha, signo de que tenía muchas ganas de matar a alguien. Si pillase al hijoputa que había dejado aquella mancha negra, no lo iba a reconocer ni su madre.

Con tan rica vida interior no se entero de nada de lo que le rodeaba, y casi choca contra el resto cuando llegan frente a la puerta. Lo que se dice para dar contraseñas, el no estaba. Al menos, hasta que se le pasase el cabreo. Pero en el fondo, era un buen tipo, y en un rato, antes de quedar inconsciente, volvería a poner el cerebro en reposo, que gastaba mucha energía, y era un hombre que economizaba bien sus recursos. Nada de gastos inútiles, era su lema, y siempre estaba sin un duro. 

—¡Ja!—rió jocosa y se acercó a Iván—¿Estás seguro de que éste sepa la contraseña? Es que si no la sabe, tengo un plan B que jamás falla. 

Sin dudar desde atrás le mostró el escote bien atractivo que tenía incluso cuando poco se veía del mismo, cualquier hombre caería rendido ante ello y Faldas era muy consciente de que estaba buena. Ya en más de una ocasión se aprovechaba de su atractivo para obtener regalías o favores. Así que esto no sería una excepción considerando como estaban las cosas y lo que el Jefazo había dicho como contraseña. 

Y por ello, con esa idea en la cabeza se colocó al lado de Tiburón y deslizó su mano sobre sus pechos para remarcar su figura mientras le dedicó una sonrisa muy sensual, de esta forma quizás distraería un poco al que estaba allí para darles el acceso. Cualquier artimaña era buena, más aún cuando estos se dedicaban a tratar con escorias. 

—Hm, si... Creo que es Mamá me mima. 

Soltó sin más y esperó a ver que sucedía. Sólo esperaba no tener que salir a los disparos desde el minuto uno, no cuando esos tacones que llevaba puesto eran los nuevos y cualquier estampida, podría romperlos. 

Rémora se apoyaba en la pared esperando a que terminase aquella función. ¿Quién puñetas se iba a meter en aquel agujero infecto con las pintas que llevaban ellos si no era para una reunión?

Apartó la mirada cuando Irene montó su habitual espectáculo seductor. ¡Lo que faltaba! Lanzó un bufido de desagrado mientras esperaba.

Observáis que los ojos se posan primero en las sugerentes curvas de Faldas, cuando la persona al otro lado de la puerta recuerda que Tiburón habló primero y que esa mirada amenazadora de vuestro jefe estaba esperando a que abriese de una puñetera vez. 

- Correcto -responde el tipo con voz baja y débil, probablemente amedrentado por la cara de pocos amigos que lleva Tiburón.

Oís los chasquidos de los pestillos que bloquean la puerta y el chirrido de los goznes girando al abrirse. El tipo de detrás es un petimetre delgaducho, con cara de brócoli y pelo rizado negro. Os indica con una mano delgada y huesuda que continuéis hasta la sala de reuniones más adelante. Un par de matones con traje y corbatas negros os cachean antes de cruzar la puerta de madera donde se encuentra El Jefazo.

Al parecer había que decir una contraseña para poder entrar, y sorprendentemente Alejandro se la sabía, bueno por algo era el jefe, si de el hubiese dependido las cosas no habrían sido tan sencillas. Y tras la puerta un esmirriado les da el paso hacia la sala donde se reunirán con algún jefazo para recibir sus órdenes. Eso si, no sin antes ser manoseados por dos gorilas, pero el no tiene ningún arma que ocultar, el es un arma. Así que tras unos instantes está listo para entrar en la sala, pero no quiere perderse el cacheo a Irene, que es posible que alguien salga con una buena ostia, si se propasa un pelo.-Venga que no tenemos todo el día, a ver para que nos han llamado. Y por cierto, ya podía alguien limpiar un poco la entrada, que dan ganas de vomitar.- 

Iván levantó las manos, le daba completamente igual que lo dejarán si armas, pues sabía que podía noquear a cualquiera de esos tipos de un puñetazo bien dado. Lo que si que hizo fue fijarse en la antesala para ver si encontraba algo fuera de lo normal, alguna pista de lo que les esperaba o simplemente algo que le llamara la atención.

— ¿Qué? — preguntó pensando que alguien le había dicho algo. Hizo un ademán para quitarle importancia y se dejó cachear. Se giró hacia Irene para guiñarle un ojo y hacerle saber que le había gustado el numerito del escote.

Divertida por la situación, que tal como se había dado fue menos costosa de lo esperado, no dudó en darle una palmada en el hombro de Tiburón como diciendo "buen jefe" y avanzó con la intención de cruzar aquella puerta desde su sinuoso andar mientras los recibían para revisarlos. 

—Ojito donde tocan, ji—advirtió al alzar sus brazos—. Somos buena gente. 

Desde un lenguaje de niña traviesa, les lanzó una amenaza velada que dado como era Irene, parecía más un coqueteo a simple vista. Solo aquellos que la conocían lo suficiente podían saber a ciencia cierta que una mano de más y terminaban amputados en cuestión de segundos. 

Una vez finalizada la tarea, seguiría los pasos de sus compañeros guardando mentalmente aquel guiño de Iván. 

Jean se encogió de hombros y siguió junto al grupo. No tenía ningún arma ni falta que le hacía. Si pasaba algo se daría el piro: él no era de los que iban por ahí enfrentándose a hostias a los problemas.

El tiburón levantó las manos de mala gana. Su jeta era un poema. Por un momento pensó que aquellos gorilas no lo iban a cachear. Que el “jefe” lo había reconocido por las cámaras y que a través del walkie le había dicho a aquellos dos matones que a él no lo tocaran. Era un tema de respeto mutuo entre dos jefes. Protocolo.

—¿Habéis acabado?—

—Venga vamos.— Les dijo a los suyos.

Después de que os manosearan un rato (A Tiburón especialmente, el Jefazo tenía esa peculiar manera de tocarle los cojones, o lo que él llamaba "un poco de humor, hombre"), los agentes desbloquearon la puerta, que conducía a una sala de reuniones. El lugar era oscuro y estaba iluminado por la lámpara que colgaba del techo. En el centro de ese cuartucho rectangular había una mesa alargada de madera, con sillas de ejecutivo a los lados. Eran bastante cómodas, pero viejas como la orilla del río. El tejido de las esquinas estaba deshilachado desde la primera misión que les encomendó hará ya años.

Al fondo estaba sentado el Jefazo, fumándose un señor puro mientras hojeaba unos documentos. Dirigió su mirada al Tiburón primero, luego al resto, y os dedicó una sonrisa tras darle una profunda calada. Se levantó a darle la mano a vuestro jefe, un apretón firme, digno de las cabezas pensantes. Al resto os indicó con un gesto que os sentarais.

- ¿Por qué siempre tienes esa cara tan avinagrada, Tiburón? -comentó con una sonrisa carismática, pero varonil, que se supiera quién mandaba-. Siempre parece que estés oliendo mierda, muchacho.

Cuando los gorilas se cansan de fastidiarles, les dejan pasar al despacho del jefe. Que saluda al Tiburón y al resto apenas nos mira. Me siento en la cómoda silla, mientras me embarga una mala leche de consideración. Que hijoputa el tipo de los cojones, oliendo mierda dice el cabrón. Y luego me calmo un poco, se que este tipo es el que paga mis vicios, y el resto de las cosas. Y nunca conviene morder la mano que te da de comer, pero anda que no le había molido el cuerpo a tortas a este chulo cabronazo, que les hacía entrar entre la mierda. Y luego encima se lo echaba a la cara.