Partida Rol por web

El fuego proviene del extremo sur de la aldea. Desde la ventana de tus aposentos se ven las llamas elevándose hacia el cielo y el humo negro. Por ahora es un incendio contenido y pequeño. En la calle se escuchan gritos de alarma y vecinos movilizándose. El escándalo llega hasta la mansión de los Metzger, y algunos sirvientes se despiertan. Arnold sale al pasillo y vuelve al cabo de un rato.

—Sviatoslav no está aquí. Reinmar tampoco. ¿Crees que sea algo grave, Gerdie?

El incendio proviene del extremo sur de la aldea, a un kilómetro y medio de donde estás ahora. No es la mansión Metzger lo que está en llamas. Es alguna otra casa que no conoces. Por ahora se ve como un incendio contenido y pequeño, con el fuego elevándose al cielo y el humo negro amontonándose en el aire. En la calle se escuchan gritos de alarma y vecinos movilizándose hacia el incendio con el objetivo de apagarlo.

El escándalo ha aguado la fiesta en la posada. Los clientes se miran con ojos de borracho, confundidos por lo que sucede afuera. Cerca de la taberna hay un templo de Fenre donde parece que se está celebrando un matrimonio. Hasta el casamiento ha sido arruinado por el fuego, pues los invitados abandonan la parroquia a ver qué está pasando. Sin embargo, los soldados del Barón Magnus von Kaskel siguen apostados en su habitación en la posada. No bajan. O no se han despertado o el fuego no les interesa.

Minutos después de que el sacerdote os declare marido y mujer, escuchas un escándalo que proviene de afuera.

—¡Fuego!

—¡Se quema la aldea! ¡Fuego! ¡Nos quemamos!

Las voces exageran: hay un incendio, sí, pero proviene del extremo sur de la aldea, a un kilómetro y medio de donde estás ahora. No es la mansión Metzger lo que está en llamas. Es alguna otra casa que no conoces. Por ahora se ve como un incendio contenido y pequeño, con el fuego elevándose al cielo y el humo negro amontonándose en el aire. En la calle se escuchan gritos de alarma y vecinos movilizándose hacia el incendio con el objetivo de apagarlo.

El escándalo ha aguado tu matrimonio: los testigos abandonan la parroquia para ver qué está pasando. Cerca del templo hay una posada donde hasta hace un rato se oía un potente jolgorio. Hasta esa fiesta ha quedado arruinada, ya que los clientes abandonan el local con ojos de borrachos a curiosear. Tu esposa pone los ojos en blanco y maldice a los plebeyos por lo bajo.

Que no estuvieran ni Sviatoslav ni Reinmar no era buena señal sin duda. No sabía porqué pero algo le decía que ese fuego tenía que ver con ellos dos.

- Esto no me gusta nada, quizás tenga que ver con el barón von Kaskel. Vayamos a por los dos Karl antes que nada y por el camino preguntamos a ver si se alguien sabe qué ha pasado.

No te separes de mi no sea que el viejo se haya vuelto loco y haya decidido matarte.-

El corazón de Sviatoslav latía más rápido con cada palabra leída. Sus nervios se preparaban para la acción, y la adrenalina se inyectaba en su sangre como si fuera una situación extrema. Recogió la nota y la guardó a buen recaudo, echó un vistazo rápido a la habitación y recogió una de las armas que había*.

Salió corriendo sin mirar atrás. Allí faltaban soldados, y el mercenario se imaginaba donde estarían. Nada más salir vio un incendio. Maldición, dijo para si mismo, en su cabeza los pelirrojos estaban ya camino del pantano, mientras su casa ardía, pero tendría que comprobarlo antes.

Fue así, pensando en esto, como se topó frente a la casa de los hermanos...

Si existía alguna esperanza de que Reinmar cambiara de idea, debía encontrarse en ese mítico momento de efímera y reveladora claridad que se atribuye a los hombres en los segundos que siguen al pico más alto de su placer. Pero el momento llegó, y pasó, y la determinación del cetrero se mantuvo inflexible. Ni cuando su voluntad se desprendió por completo del peso de las necesidades carnales y su razón pudo afirmar tener el control total de sus decisiones llegó a alterar su parecer.

Y así pronunció sus votos nupciales con una sonrisa tan lobuna como la de Elsa. A toda prisa, con nocturnidad y alevosía se celebró finalmente una boda, aunque no la boda que tendría que haberse celebrado, y en el menguado árbol de los de Wint creció inesperadamente una rama. En cuanto a los testigos de tan súbita ceremonia, Reinmar estaba seguro de que la mayoría de ellos no recordarían ni un solo detalle el día siguiente, pero eso poco importaba.

Quién sabía si aquel prometía ser un matrimonio feliz. Para empezar Reinmar tenía que sobrevivir, lo cual no era del todo seguro teniendo en cuenta cuánta gente había sido injuriada al formar aquel lazo. Pero dando por hecho que sobreviviera lo cierto es que sabía más bien poco de Elsa, aunque le gustaba el carácter de ave de presa que tenía. Ella, como él, era toda una oportunista. Algo más estirada, eso sí.

—¿Verdad? Ahora solo queda ver las caras de aquellos a los que no les sonará tan bien.

Sonrió ligeramente con la idea. Era un juego peligroso, y no encontraría gusto en todas las reacciones... pero había otras que tendrían el sabor del mejor de los licores.

...

Poco se pudo decir de la celebración. Reinmar había escuchado en alguna ocasión que el día de su boda es el más importante en la vida de un hombre, y posiblemente lo era, pero habría sido difícil jurarlo. Con lo triste que prometía ser la fiesta, que fuera interrumpida era quizá una bendición. Al menos, hasta que el cetrero se puso a darle vueltas.

Un incendio es un incendio. No tenía que significar nada: Lo más probable es que algún idiota hubiera alimentado de más la chimenea, o que alguna antorcha o vela se hubiera caído donde no debía. Y sin embargo le parecía una señal particularmente ominosa. Puede que se tratara de un accidente, ¿pero y si era una distracción? Meneó un poco la cabeza. Estaba paranoico.

—El fuego no discrimina por estamento —replicó Reinmar, mirando de reojo a Elsa—. Ah, en fin, que lo que Fenre junta que no lo separen los mortales. ¿Qué te parece, mi Elsa de Wint, si dejamos la celebración para otro momento? —Esgrimió una sonrisa encantadora—. Con el barullo que están montando pronto toda la aldea sabrá del incendio, y algo me dice que no se tomarán a bien lo de no encontrarte en casa cuando despierten.

Ofreció una mano a la que ahora era su esposa. Qué extraño era pensar en ella de esa manera. Las cosas serían más fáciles si ella la tomaba de buen grado, pero si no lo hacía, la agarraría igualmente para guiarla en dirección a la mansión. Pero, en lugar de tomar el camino más directo, el cetrero se permitió el lujo de serpentear un poco, de hacerlo con cierta cautela.

¿Estaba paranoico? Definitivamente. pero incluso si el incendio era casualidad no quería toparse con Magnus, o alguno de sus hombres, cuando todavía estaba flojo y desarmado. Ni era un héroe ni pretendía serlo, y menos todavía cuando todavía tenía medio cuerpo partido.

Buscas a los Karl, los dos soldados que os escoltan, y junto con Arnold vais en dirección al incendio. La atención del pueblo se ha desviado al sur, de donde se alza una columna de denso humo negro. Los vecinos van hacia allí con paso apurado. Muchos llevan cubos de agua para apagarlo cuanto antes. En una aldea como esta, una de las peores cosas que pueden pasar es que un incendio se propague.

—¡Fuego! ¡Fuego! ¡Buscad agua! ¡Que se quema todo!

—¡A los aljibes! ¡Buscad en los aljibes!

Cuando llegáis ahí, ves un establo envuelto en llamas. Dentro hay algunos caballos calcinados. El fuego se ha alimentado de la paja y la madera para arrasarlo todo; ahora, amenaza con expandirse a las casas contiguas, que también son construcciones de madera. Hay decenas de vecinos intentando apagarlo con agua, pero a duras penas logran contenerlo. No hay ni rastro de Sviatoslav y Reinmar.

Le preguntas a algunos aldeanos qué ha ocurrido pero nadie sabe qué ha ocurrido. Por otro lado, están desesperados intentando combatir las llamas. Tan solo un niño de unos seis años, sentado en el suelo, puede ofrecer una explicación, aunque nadie le presta mucha atención.

—Fue el gigante —dice entre lágrimas—. Le vi. El gigante de bigote y sus amigos. Arrojaron candiles en el establo y luego se marcharon... por allí.

El niño señala una calle que va hacia el norte del pueblo. El otro extremo. En esa dirección está la casa de los hermanos pelirrojos y la mansión de los Metzger.

Tus pasos resuenan sobre la calle empedrada. Vas corriendo a toda velocidad, tu corazón bombea sangre como nunca lo ha hecho y late a un ritmo frenético en tu pecho. Las calles están despobladas: la mayoría de los vecinos ha ido al extremo sur de la aldea, donde está el incendio. Tú, en cambio, corres en otro sentido, hacia la casa de los pelirrojos.

Cuando llegas a tu destino, la zona está desierta y serena. A lo lejos ves la densa columna de humo negro alzándose al cielo. La casa de los pelirrojos está intacta. Pegas la oreja a la puerta y aguzas tu oído, pero no escuchas ruidos extraños en el interior. Golpeas un par de veces y, al cabo de unos minutos, se acerca alguien a abrirte. Es Lukas, con voz de dormida. No abre de inmediato.

—¿Quién es? —pregunta entre bostezos.

Al mismo tiempo, a cincuenta metros de tu posición, calle abajo, ves al sargento Rufus, junto a Magnus von Kaskel y los cuatro soldados restantes del Barón. Ninguno viste sus uniformes militares, sino que van embozados en capotes, con las cabezas cubiertas por capuchas para no ser reconocidos. Hay restos de hollín en sus botas. Todos tienen pistolas y espadas. Rufus blande su enorme hacha de batalla.

—¡Igorevich! —grita el sargento. Pese a la oscuridad ves cómo reluce su sonrisa de caballo—. Fuera de nuestro camino, Igorevich. Su Alteza Magnus quiere hablar con el carpintero y su hermana. El buen Rufus no va a permitir que nos estorbes, canalla.

—Ve a la posada y despierta a los demás —dice Magnus a uno de sus soldados—. Quiero que esto termine rápido. Vamos a llevar a la puta pelirroja y su hermano a la bruja, le diremos que prepare la poción del amor y mañana Elsa será mía.

Había pensado en poner a los Karl a apagar las llamas pero una chispa pareció saltar a la mente de la bruja y empezó a atar cabos. No sabía por qué pero el 'gigante' al que el niño se refería le pareció que podría ser Rufus.

- Arnold- se dirigió a su amigo en un susurro-, es una corazonada, puede que no tenga nada que ver pero... ¿Y si el carpintero fuera más importante de lo que pensábamos?-. Gerdie se acordó de la carta, quizá ahí estuviera explicada la verdadera razón por la que secuestraban al pelirrojo. Rufus la había visto y se la había enseñado con una sonrisa a ese vejestorio. No tramaban nada bueno seguro.- Vayamos a la casa de Adelaide.

Y vosotros- esta vez llamó la atención a los Karl- estaos atentos pues puede que nos encontremos con enemigos.-

Sviatoslav maldijo. Mecagoenlaputa... tenía que haber estado más rápido.

-Lukas, abre, rápido joder!

Hizo todo lo posible por entrar ipsofacto y atrancar la puerta.

Una vez dentro de la casa gritó con urgencia para que la hermana se juntase con ellos también. Luego habló mas bajo.

-Rápido, quieren mataros, son los mismos que mandaron secuestrar a Luka en la mañana. Yo os ayudaré mientras pueda, pero debéis hacer todo lo que os diga, TODO. Traed todo lo que podáis para atrancar la puerta. Y rápido, nuestras vidas dependen de ello.

Una vez con la puerta atrancada para ganar un poco de tiempo, habló con ellos en bajo.

-¿Hay alguna otra salida de la casa?. Necesito que uno de los dos, el más rápido, corra a junto los Metzger e informe de la situación. Preguntad por Reinmar y Gerdie. No hay tiempo para sentimentalismos, si queréis dejar ir al otro para que se salve, y no va el más rápido, moriremos todos. Ahora voy a decir unas cosas que no son ciertas, voy amenazar primero con cambiaros por un favor, y luego con mataros. Necesito que el que se vaya a ir diga "maldito traidor, confiamos en ti", luego yo lo abofetearé, y acto seguido amenazaré con mataros, y tendrá que decir el que va a huir "no te lo voy a permitir", luego yo golpearé y tendrás que callarte a media frase, y te vas en silencio. El que se quede debe gritar "nooo, que has hecho, lo has matado, y llorar". ¿listos? Vamos allá!

Una vez aclaradas de forma rápida las intenciones del mercenario, gritó hacia las afueras:

-Escuchame Magnus, esto no va a ser tan fácil. He leído la nota, he estado en la taberna (digo el nombre) y he estado en el primer piso, mientras vuestros hombres dormían. Ya salvamos a Luka por la mañana de unos bandoleros, y sé que a la bruja del pantano le hacen falta vivos. Quiero negociar una cosa. Me la dais, ilustre Von kaskel, y os los entrego,-aquí hace una seña para la primera frase y sonará la bofetada- no me la dáis, los mato, vos elegís.- justo aquí el mercenario le hizo una seña a los hermanos, para proceder con el plan-. Tras unos segundos de "teatro sonoro", Sviatoslav respobla - Vaya, esto se ha complicado...Acabo de matar a uno. No me quedó opción, el segundo puede quedar vivo, depende de vos Magnus.

El mercenario quedó callado unos segundos. Esperando la contestación del barón....

—Lamentablemente el fuego no discrimina por estamento, esposo mío. El aroma de los plebeyos, ay, por Fenre, ese olor a pobre. Ni el fuego barre con ese hedor.

Elsa te devuelve la sonrisa y se aferra a tu brazo. Parece que le caes bien a tu reciente esposa, aquella que ni siquiera te conoce.

—Tienes razón. La celebración tendrá que quedar para otro momento. Oh, la cara de mi madre cuando se entere. Pero no podrá hacer nada para separarnos. Y tampoco tiene por qué hacerlo. Ahora los Metzger somos nobles. Tenemos tu nombre. Somos Wint. Tendremos que hacer planes, Reinmar, tienes que comprarte ropa nueva, no es que tu ropa esté mal, pero... necesitas botas, camisas, casacas, levitas, tendremos que comprar un carruaje, preparar nuestra recámara, una gran cama de plumas. ¿Tienes familia? Tu familia podría vivir en nuestra mansión. Siempre y cuando no estorben.

Mientras Elsa de Wint piensa en voz alta, vais serpenteando por las calles de la aldea en dirección a la mansión. Los vecinos se dirigen hacia el sur, al otro extremo del pueblo, con cubos de agua, desesperados por apagar el incendio. Las calles están casi desiertas: la atención está puesta en otro lado. Estás cerca de la Calle de la Harina cuando divisas una figura familiar corriendo a toda velocidad. Es Sviatoslav. El mercenario se detiene frente a la puerta de una casa humilde y la aporrea a golpes. Llama a gritos a Lukas, el muchacho que salvasteis ayer. Es la casa de los hermanos pelirrojos.

Al mismo tiempo, a cincuenta metros de la posición de Sviatoslav, calle abajo, ves al sargento Rufus, junto a Magnus von Kaskel y los cuatro soldados restantes del Barón. Ninguno viste sus uniformes militares, sino que van embozados en capotes, con las cabezas cubiertas por capuchas para no ser reconocidos. Hay restos de hollín en sus botas. Todos tienen pistolas y espadas. Rufus blande su enorme hacha de batalla. No te han visto. Su atención está puesta en Sviatoslav.

—¡Igorevich! —grita el sargento. Pese a la oscuridad ves cómo reluce su sonrisa de caballo—. Fuera de nuestro camino, Igorevich. Su Alteza Magnus quiere hablar con el carpintero y su hermana. El buen Rufus no va a permitir que nos estorbes, canalla.

—Ve a la posada y despierta a los demás —dice Magnus a uno de sus soldados—. Quiero que esto termine rápido. Vamos a llevar a la puta pelirroja y su hermano a la bruja, le diremos que prepare la poción del amor y mañana Elsa será mía.

A último momento el pelirrojo Lukas abre la puerta y Sviatoslav se escabulle dentro de la casa. Un soldado de Magnus dispara una pistola y la bala se hunde en el frente de la casa, peligrosamente cerca del mercenario. Ahora Rufus y los soldados se aproximan a la casa. Intentarán entrar allí cueste lo que cueste.

—Oh, otra vez el viejo —suspira Elsa—. ¿Y el que entró a la casa no era tu amigo? O sirviente. Esto es una pelea de borrachos, Reinmar. Será mejor que nos vayamos.

Lukas abre la puerta y logras entrar justo cuando, a tus espaldas, suena un disparo. El proyectil se hunde en la pared, justo al lado de tu cabeza. Entras a la casa y te apresuras a cerrar la puerta. Los pelirrojos no entienden nada. El interior del hogar es pequeño: apenas hay unas sillas, unas camas de paja, una pequeña cocina y un espacio que funciona como el taller de carpintería. Adelaide se despierta con los pelos revueltos y los ojos cubiertos de legañas, alarmada por el escándalo. Entre los tres atrancáis la puerta con una mesa y una estantería donde Lukas guarda sus herramientas [1].

—¡Sviatoslav! Joder, ¿qué está pasando, qué...?

Los hermanos escuchan tu explicación y aceptan seguir tus órdenes. Lukas os indica que, tras haber estado un día maniatado, todavía tiene las piernas agarrotadas, por lo que no puede correr.

—Entonces yo soy la más rápida —dice Adelaide, frunciendo el ceño—. La casa no tiene más salidas que la puerta delantera. Si no, queda abrir una pared a hachazos. Vale, haré lo que dices, Sviatoslav. Ya nos has ayudado antes. Confiamos en ti.

Gritas para que el Barón Magnus von Kaskel te escuche. Cuando haces la seña, Adelaide y Lukas intervienen en el momento indicado.

—¡Maldito traidor, confiamos en ti! —chilla Adelaide, tras lo cual viene la bofetada—. ¡No te lo voy a permi-! —y se calla a media frase, justo cuando suena el golpe. Lukas cumple su papel, gritando, llorando y maldiciendo.

—¡No! ¡No! ¡Alto! ¡Bastardo! —grita del otro lado el Barón Magnus—. Entrégame al chico y prometo dejarte vivo. Tócale un pelo y te haré torturar durante años, bastardo.