Partida Rol por web

—Calla, escoria —escupe el Barón mientras recarga su pistola—. ¡Igorevich! ¡Quiero al pelirrojo! Si me lo entregas, tienes mi palabra de que saldrás de esta sin un rasguño. El resto de mis hombres está en camino, ¡ríndete!

—Nuestra familia, esposo mío. Ahora es nuestra familia. Tenemos tres guardias. Mi madre les paga porque teme que algún comerciante rival intente asaltar nuestra casa. Nunca ha pasado, y lo más que han hecho esos tres inútiles es agarrárselas con algún borracho maloliente. Que no me parece mal: si hay algo peor que el olor a plebeyo sobrio, es el olor a plebeyo borracho.

Os alejáis a toda prisa de la casa de los pelirrojos en dirección a la mansión de los Metzger. No tienes idea de qué habrá pasado con Sviatoslav, Kaskel y Rufus, pero al cabo de unos minutos crees escuchar el sonido de disparos en la lejanía.

—¿De verdad tu amigo es tan importante, Reinmar? Apuesto a que nadie lo extrañaría.

En las proximidades de la mansión, os divisa la propia Wilda Metzger, que está apostada a una ventana del piso superior, vigilando con impaciencia todo lo que sucede en el pueblo. Baja al instante y os recibe en la entrada de la casa. Está ojerosa, exaltada e irritada. La acompañan los tres guardias de los que hablaba Elsa. Se los nota como tres mentecatos que portan espadas pero que dudosamente sepan dar más de dos estocadas sin tropezarse.

—¡Elsa! ¿Qué hacías fuera de la casa? ¿Es que no os habéis enterado de que hay un incendio en el pueblo? ¿Acaso tu comitiva está involucrada, Reinmar? Arnold von Hart ha desaparecido. Igual que Gerdie. El mercenario de bigote, Sviatoslav, tampoco está en su habitación. ¿Tengo que asumir que esto es una casualidad? ¿Y ahora mi hija sale en medio de la noche sin mi permiso? ¿Es que vais a explicarme qué está pasando, o los servidores de Arnold von Hart me creen estúpida?

Tu búho, Notte, aparece volando detrás de Wilda. Obediente, el animal se posa en tu hombro y gira la cabeza hasta que sus enormes ojos quedan frente a ti. Elsa intenta acariciar sus plumas mientras sonríe, ignorando por completo la rabieta de su madre.

Sviatoslav había hecho todo lo posible. Se dirigió rápidamente a los hermanos pelirrojos.

-No seáis insensatos, si os quedáis a luchar, escondeos en un lateral o algo, atacadlos desprevenidos si llegan a entrar, en la puerta los puedo retener...

Poco más le dio tiempo a decir antes de que entrasen los soldados, momento en el que lanzó un torbellino de ataques contra el primero de los soldados, al que se quitó del medio gracias al efecto sorpresa, continuó luchando en el umbral de la puerta, aunque los otros dos no eran tan fáciles...

Aprovechó el momento de la puerta abierta, al ver todo el exterior para dirigirse a su compañera.

-Gerdie, pon a salvo al Arnold, estos hideputas nos quieren muertos.

Lo que Gerdie veía era un conflicto diplomático en toda regla, y pese a que los hombres parecían estar dispuestos a que las armas hablasen por ellos, la muchacha hizo un último intento por que entraran en razón.

- ¡¿Es que estáis todos locos?! En estas tierras estamos invitados, tanto unos como otros. No tenemos derecho a detener a nadie ni a matar a nadie ¡Eso lo debería decidir Lady Metzger!- a propósito ¿Es que esa mujer no tenía ni un maldito guardia?

-No sé que ha hecho el carpintero pero estas no son sus tierras Barón von Kaskel y lo que estáis haciendo es verter sangre en las tierras donde habéis venido como invitado.-

A los ojos de Gerdie, acabar con el Baron o similar podría traer la guerra tanto a los Metzger como a los von Hart, lo herederos podrían usarlo como escusa para conquistar las tierras de los ofensores. No les faltaba el dinero para mover los hilos necesarios.

—Una mujer precavida, mi suegra —dijo Reinmar, divertido al escuchar el término salir de sus propios labios pese a la situación—. Y buena cosa es. Mejor tenerlos y que no haga falta su servicio, a echarlos en falta en un aprieto.

Por su lado, aquella declaración también cobró una cierta urgencia y tomó una nota de validez cuando escuchó los disparos. Títulos y dinero valían de poco a aquel que no podía defenderlos. Aun así, cuando Elsa habló, negó ligeramente con la cabeza.

—No lo llamaría siquiera amigo, aunque sienta cierto aprecio por el hombre —admitió—. Sin embargo, el desprecio que siento por Magnus es suficiente como para motivarme a actuar. Un hombre como él no se limita a aceptar la derrota.

...

Ver a los guardias desanimó a Reinmar. Ellos tres, más los dos de Hart... ¿Eran verdaderamente una fuerza suficiente? Quizá la simple superioridad numérica y la promesa de un escándalo sería suficiente para detener lo que ocurría, pero eso era suponiendo que pudiera contar con ello. Pero cualquier esperanza que pudiera tener de poner su plan en acción se desmoronó.

—¿C-cómo? —Estaba verdaderamente confundido, y esa fue una de las raras ocasiones en las que Reinmar no sabía cómo reaccionar—. ¿Arnold y Gerdie...? ¿Nadie los ha visto?

La llegada de Notte le causó cierta y necesaria calma. Al menos algo estaba donde tenía que estar. Carraspeó. Empezó a pensar todo lo rápido que podía. Wilda estaba enfadada... ¿Era sensato tentar más la suerte dando la noticia de que su hija tenía ahora su apellido?

—Me temo que no sé qué ha motivado la desaparición de mis compañeros... y me temo, también, que las explicaciones tendrán que esperar un poco. Porque por lo menos sí que sé dónde está Sviatoslav, así como sé dónde está el deleznable Magnus von Kastel.

No le quedaba otra que jugársela.

—El fuego en la distancia no es ningún accidente. Han sido los hombres de Magnus los que lo han provocado, algo que Elsa podrá corroborar, pues ha sido testigo como yo de sus intenciones. No es más que una distracción mientras se disponía a secuestrar a Lukas y Adelaide. Su motivo, absurdo como pueda parecer, era entregarlos a una presunta bruja para que le entregara una «Poción del Amor». No hace falta que diga para qué.

Miró de refilón a Elsa, entretenida con Notte como estaba. Que no se hubiera doblegado al enfado de su madre era buena señal: Esperaba poder contar con su apoyo, o por lo menos, con que no negara nada de lo que había dicho.

—Sviatoslav se ha encerrado en la casa junto con la familia, defendiéndolos de Magnus, Rufus y otros de esos hombres. Esto no es más que una prueba de que el barón no conoce límites, y no aceptará un no por respuesta, sin importar el precio.

»Sé que es atrevido por mi parte, y que podrías pensar que es un riesgo innecesario. Pero pido de tu apoyo, y el de tus guardias para detener esto. No solo por las vidas inocentes, si no también por las de tu propia familia.

«Incluída la mía», pensó. Era un argumento pobre. Si él estuviera en los pies de Wilda cerraría las puertas de su casa y dejaría que el pueblo ardiera. Pero si esos argumentos no eran suficientes, entonces quizá utilizar la carta del casamiento sería el empujón que necesitaba.

Cuando mencionas a Magnus, el incendio y la "poción del amor", Wilda se lleva una mano a la frente, como si la azotara una terrible jaqueca.

—Nobles —masculla—. Siempre es igual. Nunca cambian. Los nobles son peores que mil partos juntos, siempre lo dije y lo diré hasta el día de mi muerte. Llévate a mis guardias y detén esta estupidez de la... la... poción del amor, sea lo que sea eso. Pero escúchame bien: no quiero que le suceda nada a Magnus von Kaskel. Es un hombre poderoso, y si se corre la voz de que ha muerto en mi aldea, mientras estaba de visita intentando cortejar a mi hija, voy a tener problemas. Es un anciano decrépito, sí, pero tiene amigos en la corte. 

—¡Adiós, Reinmar! ¡Manteneos a salvo de ese viejo baboso!

Al desandar tus pasos y volver a la casa de los pelirrojos, te encuentras con una batalla campal en toda regla. Rufus está herido en el suelo; el Barón Magnus von Kaskel está a su lado, pistola en mano; Sviatoslav combate en el umbral de la casa contra tres soldados de Magnus; Arnold está en el suelo, atolondrado pero no lastimado, viendo la lucha, rodeado por vuestros dos soldados leales; Gerdie está parada frente a la casa de los pelirrojos.

Gerdie intenta poner paños fríos haciendo un llamado a la sensatez. Argumenta, con muy buena razón, que Wilda Metzger debería ser quien administre la justicia. Sus palabras caen en oídos sordos: la canción del acero se adueña de la escena y los filos comienzan a chocar. Tres soldados entran atropelladamente a la casa de los pelirrojos.

El primero avanza espada en mano con la frente hacia adelante. No mira a los lados: ese es su gran error, pues de un lateral aparece Sviatoslav, armado con sus hachas, y procede a descargar una tormenta de golpes sobre el hombre [1]. El primer hachazo le raja el pecho, el segundo le abre un surco horizontal en el rostro que lo deja sin nariz, el tercero va a la boca del estómago y se hunde allí con un ruido sordo. El mercenario despega el hacha de un empujón. El soldado no tiene ni fuerzas para gritar, cae hecho un ovillo sanguinolento y muere así.

Sviatoslav combate en el umbral de la casa, en un espacio angosto que es tan incómodo para él como para sus enemigos. Los dos soldados restantes son contenidos por el mercenario, que pasa a la defensiva, esquivando filos, bloqueando estocadas y desviando las hojas enemigas. En ese momento, desde el interior de la casa, aparecen los hermanos pelirrojos. Son Lukas y Adelaide, ambos están sanos y salvos; es claro que cuando Sviatoslav dijo que había matado a Adelaide se estaba marcando un farol. Los hermanos ayudan a Sviatoslav: Adelaide, hunde un cuchillo de cocina justo encima de la rodilla de un soldado. El tipo contraataca con un espadazo que a punto está de rebanarle el cuello a Lukas, pero el muchacho se aparta a tiempo [2].

En la calle resuenan pasos sobre el empedrado. Desde direcciones opuestas se acercan dos grupos de personas. Uno de ellos está compuesto por Reinmar y tres guardias de la mansión de Wilda Metzger. El otro grupo son los seis soldados restantes del Barón Magnus von Kaskel, armados hasta los dientes, y dispuestos a brindar refuerzos.

El sargento Rufus está tendido en el suelo en un charco carmesí, al lado de Magnus von Kaskel. Reinmar no sabe qué le ha pasado, pero el hombretón está malherido y escupiendo sangre. Debilitado como está, se levanta con esfuerzo, y ojea a todos lados, viendo hacia dónde puede escapar.

—Traidores... putos traidores... todos vosotros... putos... traidores...

Arnold von Hart sigue en el suelo, petrificado ante el estallido de la violencia, aunque rodeado por los dos Karl, vuestros soldados leales. El Barón Magnus von Kaskel, temblando de rabia, le apunta con su pistola. La pasea de él a Gerdie, una y otra vez.

—¡Basta! ¡Es mi último aviso! ¡Lo único que quiero es un pelirrojo! ¡Entregadme al carpintero, a su hermana o... o ti! —le dice a Gerdie—. Venid conmigo y esto termina aquí. ¡Si no lo hacéis, ordenaré que os maten a todos! —y hace una señal a sus seis soldados de refuerzo para que desenfunden las pistolas—. ¡Y a ti, Jakob de Wint, oh, a ti te haré castrar con un tenedor, escoria!

Sviatoslav estaba casi en un estado de trance. Su vida en ese momento estaba en peligro, y más al parecer la de Arnold y Gerdie, que se veían apuntados por Von Kaskel. Sabía que lo que estaba por hacer traería cola, pero ya pediría disculpas luego, no podía permitir que aquel viejo senil matase a su señor.

Arremetió con renovadas fuerzas contra los soldados de la puerta, para dejarla libre, con cierto grado de éxito. Cerró la puerta y gritó a los hermanos: ENCERRAOS.

Tras lo cual, salió corriendo hacia el Barón Von Kaskel, para atraparlo y ponerle una francisca al cuello:

-Aquí no se mueve ni DIOS, o el viejo la palma, bastante he aguantado con que me quisieran matar hace un rato. Los otros von kaskel, id tirando las pistolas, o con el primer estallido el viejo muere. Vamos a calmarnos todos.

Pero ¿Para qué demonios necesitaban un pelirrojo? No podía ser en serio que fuera para entregar a una señora en un pantano. No creía que el Baron fuera a empezar una guerra con sus vecinos por eso. Pero Gerdia era una chica pacífica que no le gustaba ver a la gente sufrir y menos morir de forma violenta, así que se adelantó.

- ¡Esperad! Si lo único que necesitáis es alguien de pelo zanahoria para detener esta matanza, pues llevadme a mí. No me opondré. Vayamos ahora y dejemos al pueblo tranquilo Baron von Kaskel.

Ya tendrá tiempo de saldar sus deudas con su archenemigo  Jakob de Wint en otras tierras que no sean las de Wilda Metzger, en las que le recuerdo que vos sois solo un invitado. Vayámonos ahora mismo y terminemos con esta locura y la pérdida de vidas por ambas partes.

Karl- se dirigió a los dos soldados que protegían al joven  von Hart- sacad a Arnold de aquí y ponedlo a salvo-.

Llegando con sus cuestionables refuerzos Reinmar hizo mano de su arco, tomando una flecha sin pensárselo dos veces y apuntando al cabrón de Magnus. Lo sorprendió ver el movimiento de Sviatoslav, aun así, y si esta conseguía agarrarlo bien cambiaría su objetivo para orientarse hacia los guerreros del hombre. La amenaza de ser aguijoneado es, en ocasiones, muy persuasiva.

—¡Magnus! Si el filo a tu cuello no es suficiente para convencerte, permite que haga tu decisión más sencilla. Estos hombres que me acompañan son buenos servidores de Wilda Metzger. ¿Hace falta que te lo diga? ¡Está al tanto de todo lo que ha pasado aquí! Creéme que no me he saltado ni un detalle. ¿Así es como cortejas tú? No me extraña que tuviéras tan poco éxito en el pasado.

Sonrió ligeramente, meneando la cabeza.

—Así que sería conveniente que hicieras caso de lo que te dicen. Aunque, por lo que a mi respecta, Gerdie no debería acompañar a nadie a ninguna parte. Sí, sí, Wilda también está al tanto de eso. Una 'poción del amor' no te servirá de mucho cuando la esperan venir, ¿verdad? Pero no es tarde para que tiren las armas. Conserva la vida, si no el orgullo.

Miró de refilón a Rufus. Estaba destrozado, el muy sabandija, pero su presencia todavía conseguía ponerlo un tanto nervioso. Todavía le dolía, y todavía le seguiría doliendo un tiempo. Quizá mucho tiempo. Y aunque en parte le apetecía rematarlo de un flechazo... supo que no era conveniente. No si querían que la situación deescalara de verdad, por lo menos.

Arnold amaga a saltar a la entrada de la casa, en un gallardo intento por defender a la muchacha, pero los dos Karl lo cogen de los brazos y lo inmovilizan. Sviatoslav, sin embargo, no necesita ayuda alguna. Está en un estado de frenesí, arremetiendo contra los soldados a diestra y siniestra. Manipula las hachas con una destreza tal que parece un ejército de un solo hombre: los filos van de aquí para allá, cortando carne, salpicando sangre y partiendo huesos.

Un soldado intenta protegerse con su delgada espada ropera. El hacha cae sobre ella con tanta fuerza que se la arranca de la mano; los tres golpes que vienen a continuación le destrozan el pecho, el cuarto le raja la garganta. La cara de Sviatoslav está manchada de rojo y el mercenario siente el olor metálico tapando sus fosas nasales. El último soldado de la entrada ataca con lentitud y sufre el mismo destino que los anteriores: Sviatoslav le rebana tres dedos de la mano izquierda, le parte una rodilla de un golpe certero y, una vez que está postrado, le propina un hachazo a la sien derecha.

El mercenario salta por encima de los tres cadáveres de la entrada, empapado de sangre ajena, y corre en dirección al Barón Magnus von Kaskel.

En medio del caos y la carnicería, el sargento (¿sigue siendo un sargento?) dobla por una esquina y se pierde en un callejón. La sabandija de Rufus hará todo cuanto esté a su alcance por vivir un día más.

Ocho pasos separan a Sviatoslav del anciano. El corazón le bombea como nunca. Corre tan rápido como le permiten las piernas. Ahora son cuatro pasos, y ve cómo el anciano levanta la pistola y le apunta. Dos pasos y escucha cómo amartilla el arma. Un paso y aprieta el gatillo. El mercenario queda justo frente al chispazo y la nube de pólvora. De alguna manera, logra apartarse unos pocos centímetros justo a tiempo, y siente cómo el proyectil le pasa zumbando por al lado de la oreja [1]. En el mismo movimiento, se pone detrás de Kaskel, le coloca el filo de la francisca al cuello y amenaza con matarle si los soldados restantes no bajan las pistolas.

En ese instante interviene Gerdie, ofreciéndose a acompañar al Barón a cambio de terminar la masacre.

—Guardad las armas. ¡Guardad las armas! —le dice a los seis soldados que le quedan, que en vez de tirarlas al suelo las enfundan en el cinto con cautela—. Acepto la oferta de la muchacha [2]. Ella viene conmigo y esto termina aquí. Nadie más morirá. Me acompañarás a mí y a mis hombres a un lugar cerca de aquí y le pondremos fin a esto. Ahora, dejadme ir y decidle a esta escoria que me quite el hacha del cuello, ¿es que no veis que soy un noble? ¡Si me tocáis un pelo, estáis condenados!

Mientras tanto, los hermanos pelirrojos, Lukas y Adelaide, se han vuelto a encerrar en la casa. Siguiendo las órdenes de Gerdie, Arnold es llevado a rastras por los dos Karl lejos de allí. Suponéis que lo llevan en dirección a la mansión Metzger. Al Barón Magnus von Kaskel se le infla una vena del cuello cuando oye a Reinmar.

—¿Así que le has contado a Wilda Metzger, Jakob? Tengo amigos en la corte, Jakob [3]. Amigos más poderosos que Wilda y que tú y que los Hart y que el hacha que me habéis puesto al cuello. Y cuando sepan de tus fechorías, vendrán a por ti. Va siendo hora de volver a ponerte en tu lugar, cerdo. Un nuevo destierro te vendría bien. Ahora... soltadme y dejad que la chica venga conmigo. 

Si Kaskel habla con sus "amigos en la corte"... ¿qué sucedería con tu unión con Elsa? ¿Afectaría los negocios de Wilda? ¿Podrían las Metzger decidir que, quizás, es más conveniente enviarte lejos de su hogar, de manera que la furia de Kaskel no caiga sobre ellas? Nada es seguro, pero son preguntas que no puedes evitar hacerte.

Sviatoslav consigue relajarse un poco al estar su vida y la del joven noble fuera de peligro y tener la sartén (mejor dicho, el varón) por el mango. No obstante, aprieta fuerte al Barón y permanece firme, decidido a no soltarlo, pues los 6 soldados siguen teniendo armas de fuego.

-Creo que no nos hemos entendido bien. Os he dicho que tiréis las armas, no que las guardéis. Yo no suelto al viejo mientras pueda recibir 6 balazos según lo haga. Tiradlas, y que caigan bien cerca mía.

El mercenario esperó a que las tirasen. Luego gritó.

-Lukas, Adelaide, es seguro salir, hacedme el favor de recoger estas pistolas. Luego volved a encerraros, no quiero que estos cacharros sean un peligro para nadie, y pueden ser buena defensa para vosotros.

Una vez que aquella orden fue cumplida, sin soltar al Barón, pero aflojando el hacha, se dirigió a la pelirroja que había iniciado el viaje con ellos...ya que cuando escucha a Gerdie ofrecerse voluntaria, no puede salir de su asombro, y cuando escucha la "contraoferta" del Barón, menos aún.

-¿Pero es que te has vuelto loca? ¿Sabes que la nota que tenía el Barón dice que seguramente necesiten matar a un pelirrojo para elaborar la poción?. Esto no puede ser la solución.

Mientras dice esto, se acerca hacia Reinmar y los soldados Metzger.

-Jakob, te lo confío a ti.

Con mucho cuidado, le cede la "custodia" del Barón. Y Sviatoslav desaparece raudo por uno de los callejones.