Partida Rol por web

Aërengoll levantó una mano para que el resto parasen. Cuando hubo captado su atención hizo ademán de que ocultaran en lo posible la luz de la llama y señaló hacia adelante mientras se llevaba la mano a los labios para que callasen.

Un sudor frío recorre mi frente, rápidamente extiendo la capa con el brazo que tapaba la sangrante herida, para que Atandil pueda ocultar ahí en la medida de lo posible, la antorcha que nos era de guía hasta ese mismo instante; en el que después, inmóvil y quedo* cual gárgola de piedra, sin apenas hacer movimiento alguno salvo el necesario para respirar, intento agudizar el oído para poder así vislumbrar lo que Aerengöll percibió, terco soy, pues aun sin luz, fuerzo la vista intentando ver al fondo sombra alguna, moverse o cualquier otro indicio de enemigos cerca.

Erandil deja atrás a sus compañeros momentáneamente, agazapados éstos contra la pared de roca mientras disimulan las luces lo más posible. Un trecho más adelante hay una abertura del tamaño de una puerta en la pared el corredor, que da acceso a un pasillo -también excavado en la roca, aunque menos rudimentariamente-, y desde ahí los sonidos son más claros. También son dos lugareños hablando entre sí. Parecen contrariados, más apenas puedes entender lo que dicen en la gutural y desagradable versión del adûnaico que tienen. Su forma de echar verbos es repelente.

-No ha querido decir nada-entiendes en una de las voces, bastante ronca.
-Maldito viejo orate. Nunca sabremos si no habló por su locura o por la valiosa información que ocultaba -después parece reflexionar- o por el odio que nos tiene-le contesta la otra voz, mucho más taimada.

Huele a sudor, y un poco a comida -comida por llamarlo de alguna manera- y de la estancia de donde provienen las voces proviene también luz de antorchas o de velones de sebo.

Tu posición es cómoda para escuchar y no ser oído. Además, logras oír de nuevo a la segunda de las voces:

-Bueno, seguro que el muchacho no tiene tanto aguante como ese viejo zorro******

-Ya le haremos una visita cuando el hambre y la humedad le hagan mella****

me retraso hasta la posicion de mis compañeros para comentarles lo oido, y en voz baja les digo, creo maese Aerengoll que algo malo le ha pasado al anciano que habitaba las ruinas, y ademas me parecio entender que tienen ahì preso a un muchacho, en el momento de que se vallan de la sala entraremos a ver que hay ahí, pues hablaron de irse, para luego regresar cuando el cautivo estuviera mas dispuesto para sus fines...

-¿Es...es... esperar? -tartamudea Atandil- ¿vuaced sabe lo que nos viene detrás? -después mira al clérigo para ver qué opina de todo esto.

Entonces, os dais cuenta de que las palomas están zureando, parecen más nerviosas de lo normal.

- No podemos esperar, maese paladín. - dijo un serio Aërengoll - Atandil tiene razón, y es más, añadiría a lo dicho que si un muchacho se halla en peligro sería menester nuestro el brindarle algo de ayuda, ya que no hay nadie más aqui que pueda hacerlo. Asi pues, vayamos cada uno a por uno y tengamos Fe en Ulmo, pues cada vez estamos más cerca del final.

Viendo que su compañero, espada en mano avanzaba hacia las extrañas personas, Aërengoll agarró bien fuerte su bastón y se dispuso a luchar no sólo por su vida y la de sus compañeros, sino también por la Fe.

sea pues así, y que los dioses esten una vez más de nuestro lado, avanzamos hasta la entrada del cavernaculo, y espada en mano entro sorpresivamente atacando al primer lugareño.

Entráis con decisión. La entrada pronto tuerce a la izquierda, abriéndose a un pasillo jalonado por toscas puertas. Parece una especie de improvisada mazmorra. Las voces salían de la primera de las puertas de la derecha, y ahora hay movimiento. Entonces, la voz taimada sisea:

-¿Quién anda ahí? ¿Eres tú, Zeth?

Dentro hay un individuo bajito, de tez muy blanca, y por las pintas podría ser el antiguo párroco del pueblo. Sus ojos saltones se clavan en vosotros con horror. El otro, mucho más robusto pero igual de pálido echa mano a un enorme hacha que descansaba en un rincón de la estancia; va a pecho descubierto y por las pintas podría ser el verdugo.

Por fin, visto que no traéis buenas intenciones, el párroco chilla al otro:

-¡Acaba con ellos! ¡Acaba con esos infieles!-después se aleja hasta un rincón de la estancia, visto que la entrada la cubrís vosotros, y empieza a aullar pidiendo socorro.

-¡Iä, Iä! ¡Infieles! ¡¡socorro!!-entre otras palabras inconexas e ininteligibles.

Espada en mano avanzo hacia el grotesco verdugo, para asestarle de tal manera,  pues mi filo aun caliente pide a gritos poner fin a este horror que se extiende a cada paso, Atandil, pardiez! haced callar a ese sacrílego esbozo de párroco, pues si continua con ese jaleo pronto seremos demasiados en este cuchitril.

- ¿Infieles? - Aërengoll tenía esa palabra rebotando en su cabeza de un lado a otro, una y otra vez. Poco a poco la falta de entereza fue apoderándose de él a medida que su ira apartaba un poco a la razón. Agarrándo con rabia el bastón sagrado de Ulmo, se dirigió hacia el "sacerdote" para hacerle entrar en razón, o acabar con él, lo que se diera antes.