Partida Rol por web

Asesto con firmeza el primes tajo, a la espera de que sea el ultimo que tenga que darle pues

El clérigo pretendía ir a por el sacerdote pagano, pero se le interpuso el gigantón que tenía por guardaespaldas. - Hay que hacerle callar, maese Atandil - dijo mientras descargaba el bastón sobre su enemigo.

Erandil sólo tenía ojos para el hacha del monstrenco que tenía delante. Y asestó una certera cuchillada en su hombro izquierdo. Un profundo tajo del que inmediatamente rompió a salir sangre, mas el individuo apenas sí gruñó. Seguidamente, un golpe secó del bastón de Aërengoll logró que definitivamente soltara el hacha de esa mano. Esta vez si gruñó, aunque más de rabia que de dolor.

El verdugo probara ahora su propia medicina que de seguro  tantas veces habra suministrado sin medida... Moriras y seras el alimento de los gusanos que daran buena cuenta de ti mounstro inmundo... mientras asesto golpe tras golpe hasta dejarle como la mojama...

Pudiendo con el golpe esquivar al guerrero, aprovechando el encuentro del filo de Erandil con el brazo del gigantón, Aërengoll consiguió colarse por debajo de uno de los brazos del hombre y saltar hacia el párroco pagano que continuaba gritando y tratando de alarmar a sus compañeros.

- Por mi Fe en Ulmo, te perjuro que pagarás tus insultos y actos paganos. - levantó el cayado y lo esqrimió tratando de alcanzar al sacerdote - Y trás de ti caerá tu dios oscuro.

Parece que a ese bellaco le cuesta soltar el hacha. La siguiente cuchillada de Erandil golpea en éste. El individuo suelta el hacha, que cae con un pesado sonido metálico.

Aërengoll, inconsciente del peligro -sería mucho más letal un espadazo suelto del paladín que cualquiera de los dos lugareños de N´gurth ^^-, cruza la estancia como si tuviera la edad de Erandil y encara al párroco. El miedo se refleja en los ojos del zaino individuo que ahoga su grito mientras recibe un violento coscorrón en la cabeza.

Cuando el clérigo mira hacia atrás por un instante, comprueba que Atandil vigila nervioso en la puerta y que Erandil saca su espada de las tripas del verdugo precediendo una estela de líquido denso y carmesí que salpica la mesa y el suelo de la estancia.  

-Ya llegan, ya llegan!-te dice el párroco con los ojos desorbitados por el miedo y el fanatismo, mientras señala en dirección al corredor. Horrorizado compruebas que en sus manos hay unas incipientes membranas.

Moriras masa ingesta de pus salida del averno!....

Mientras Aerengol y Atandil estan ocupados, tomo un velon y me dirijo espada en mano a abrir las puertas de una en una, preparado para defenderme si fuere el caso. Voy a ver si encuentro al preso

Viendo que el párroco tampoco era ningúna amenaza demasiado grande y que tenían cierta prisa. El clérigo trató de agarrarle del cuello para llevárselo con él.

No sólo era un posibilidad más de salir de allí con vida si él, bajo amenaza, les iba abriendo las puertas o les mostraba el camino. Pero como los hombres de Fe a veces son ciegos, bien podría dar Erandil cuenta de él con su espada si se negaba a ayudar y eso sería, a ojos del clérigo, igualmente agradable.

Recorréis el corredor con celdas, cuyas puertas de madera están cerradas; mas Erandil no tarda mucho en localizar las llaves en la estancia de guardia. Así, con sumo cuidado, se dispone a abrir una a una. El aire es húmedo y fresco y nada puede aliviar la ya de por sí sofocante sensación de espacio cerrado. Y lo que el paladín descubre en la primera celda es dantesco.

Al principio, dada la oscuridad reinante no aprecia nada, mas das un respingo al creer adivinar un rostro fantasmal, y una leve forma, cual sudario colgado del techo. Pronto descubres que hay más. ¡Por el amor del Señor de las Aguas! ¡Son pieles humanas, que penden del techo sujetas de grandes ganchos!

El olor es dulzón y penetrante, desagradable, y también bien conocido: el olor a sangre ya coagulada, el olor a muerte y carnicería. Y la puerta abierta no es suficiente para disipar la fetidez de la carne ulcerada y podrida. La cara que creíste aullaba en las tinieblas no era más que la piel de la cara arrancada, presumiblemente, a algún lugareño de N´gurth que se negó a servir a la Exotérica Orden de Ossë. O a guardar silencio.

Tras Erandil iba Aërengoll, sujetando del cuello al párroco de N´gurth, que forcejeaba y maldecía sin demasiado éxito. Atandil, con vuestro permiso, se había quedado fuera porque creía haber escuchado ruidos. Cosa bastante normal teniendo el cuenta que el tiempo luchaba en vuestra contra.

Pese al hedor y lo dantesco de la escena, por mi mente se pasan innumerable atrocidades, que al lado de esto parecerían toda una bendición en comparación....hasta me adelanto a pensar, si no serán esto los pellejos que estos seres parecen querer llevar para pasar desapercibidos entre la humanidad, aunque lo que se dice desapercibidos dista mucho de la realidad, pero que horribles seres son capaces de realizar tal crimen contra la raza humana, con que diabólico fin y que propósito tiene el humillar y torturar a los pobres diablos que aquí murieron...

Erandil no es el guerrero más experto del mundo. Ni mucho menos. Pero en más de una batalla y reyerta se se ha jugado los naipes. Mas nada parecido al horror claustrofóbico que en esta estancia se respira, y se vive. Tiene que ir apartando pieles de semejantes, pieles que otrora fueran rostros parecen mirarlo desde el Averno, increpándole por no haber estado ahí para defenderlas de los horrores de Tierra Media. De esos horrores para los que entrenan a los paladines. Pero no hay entrenamiento que pueda preparar para esto. Donde la gente vería sanguinolentas pieles, Erandil ve almas condenadas por indecibles odios y fanatismos que no acaba de entender.

Al fondo de la estancia hay un forma colgada de cadenas por las muñecas, casi descarnadas. Pronto descubre que pese a no tener ya rostro: unos ojos enormes -que parecen emular a los de estas criaturas- y una macabra sonrisa le miran por un momento. ¡Es el cadáver de Zadok!. Pobre viejo. Por un momento el espíritu de Erandil se llena de mierda, y le entran ganas de gritar, de esparcir por doquier la única ley que conoce el mal. La ley del acero y de la sangre. Después oís un gemido, leve, ahogado. Proviene de la celda contigua. Una voz lastimera, joven, inocente.

Os ponéis alerta para ubicarla mejor. Si es amigo o enemigo, mas pronto un grito de Atandil os desconcentra.

-¡Aërengoll!¡Erandil! Alguien viene. Pero por el otro lado... oigo ruidos. No, son los que nos perseguían, por el otro -después un tensísimo silencio. Un silencio tan denso que hasta la mismísima Ungoliant podría devorarlo- ¡No!¡Vienen desde los dos lados!¡Estamos rodeados!¡Ulmo nos auxilie, vienen por los dos lados!

ràpidamente me dirijo en la direcciòn de donde proviene el leve gemido, buscando la celda contigua, vayamos maese Aerengoll y maese Atandil a la celda de al lado y tomad las llaves cerrad la puerta con las mismas, es posible que pasen de largo si ven las puertas cerradas, o teneis otra idea.

La celda contigua es una estancia como las demás, excavada en la roca, amueblada con una mesa y dos sillas, y con una antorcha en la pared de la derecha -ahora apagada-. En el rincón opuesto hay un balde lleno de agua sucia y vómito.

Sobre la mesa está Brago -el muchacho que hablara con vosotros en el acantilado- en calzones, tumbado boca arriba de forma que los riñones coinciden con el borde de ésta. El torso desnudo pende del vacío, arqueado hacia atrás, la cabeza colgando a dos palmos del suelo. Tiene las manos sujetas con grilletes a la espalda. Lo bueno de la mesa es que no deja señales. En esa postura, el sujeto se asfixia solo. Es cuestión de tiempo, con los pulmones forzados, los riñones hechos polvo y la sangre agolpándose en la cabeza. Y al terminar lo pones en pie, y parece limpio como un patena. Ni una cochina marca.

Atandil, que ha desenfundado de nuevo, y que un ligero temblor en la mano hace que tintinee la cazoleta de su estoque en su mano comprueba que el número de vuestros perseguidores debe ser insólitamente grande para un pueblo tan despoblado como N´gurth, pues la pisadas y otros ruidos -una especie de colosal aleteo en masa o golpeteo de pasos ligeros y apresurados- ya producen un ensordecedor eco por el corredor. Y vienen por ambos lados. Por la izquierda, sin duda vuestros más inmediatos perseguidores, los que irrumpieron en el templo a Ulmo; por la derecha, de donde vienen los sonidos más ominosos, es posible que de al mar y que las criaturas del arrecife de ossë hayan llegado ya hasta aquí, alertados por las bamboleantes criaturas. El viejo Zadok no exageraba, si acaso se quedaba corto de los horrores...

-¡Aquí!¡Aquí!¡Están aquí!-grita de repente el párroco en un descuido de Aërengoll, y tras reunir el suficiente valor, pues hasta él mismo había oído ya las inminentes pisadas. Si es que a esos arrastrares pesados y siniestros se los podía denominar pisadas...