Partida Rol por web

Al salir al pasillo de nuevo, seguís con el mismo panorama: una puerta frente a la de la sala en la habéis estado, una puerta grande al final del pasillo, y la intersección de otro pasillo justo antes de finalizar éste.

Recuperé el martillo con un encogimiento de hombros. No tenía relación con el hongo, y suponía que tampoco con lo que fuera que hubiese sucedido en el monsterio. Tenía pinta de tener cierto valor, así que me lo eché a la mochila antes de abandonar la pequeña habitación, dejando de nuevo solo al cadáver momificado del enano.

Como ya había sugerido, la forma más rápida y eficiente de explorar un lugar —que no implicara dividir el grupo para ponerle las cosas fáciles a posibles asesinos ocultos— era siguiendo una pared. Después de registrar la salita a la derecha de la entrada, renové el conjuro de luz y seguí adelante con la flecha iluminada en alto, entrando en el ramal derecho del pasillo que atravesaba la entrada.

Al llegar al final del pasillo de la entrada, ves entre las puertas medio cerradas del frente, lo que parece una gran sala oscura, pero te concentras en el ramal derecho del pasillo.

Tanto a izquierda como a derecha, el pasillo se extiende a lo lejos, pero es el derecho (el que has elegido el más corto de los dos). Observas que al final de éste, a unos 15 pies, el pasillo gira a la derecha 90 grados.

Vas atenta a cualquier señal de trampas, pero por el momento no detectas nada.

Dejé la grandes puertas a mi izquierda. Si hubiéramos sido más, podíamos habernos repartido en grupos, uno por cada ramal y otro más asegurándonos de lo que si había alguna amenaza tras esas puertas, no se nos abalanzaría por la espalda. Solo éramos un cuarteto, o quintento si teníamos en cuenta al lobo, así que tuvimos que asumir ciertos riesgos.

No había puertas visibles en el pasillo. Solo un brusco giro hacia la derecha. Antes de adentrarnos en lo desconocido, me enganché la flecha luminosa al cinturón y cogí varias piedras del suelo. Fui usando el conjuro luminoso en cada una de ellas, y las lancé a las cuatro esquinas de la entrada, de modo que la iluminaran como si fueran teas incandescentes. No durarían demasiado, pero con suerte, lo suficiente como para recibirnos aún brillantes cuando regresáramos sobre nuestros pasos.

Nos adentramos en el pasillo. Dejé caer una quinta piedra encendida a mitad de camino y, cautelosamente, giré la esquina aguzando el oído, con el arco dispuesto.

Cuando giras el pasillo, la oscuridad sigue. El pasillo esta vez es realmente largo, no llegas a ver el fondo, pero un destello de luz del exterior te ciega cuando te da directamente. Calculas que el pasillo tendrá entre 50 y 70 pies de largo y parece que termina en una zona semiderruida, por eso entran rayos de luz que, sin embargo, no son suficientes para mantener iluminado el pasillo.

A apenas unos pies tras el giro, ves al menos dos puertas a mano izquierda. Te parece que igual hay alguna más más adelante, pero con la falta de una visión clara te es difícil de decir.

El pasillo se extendía hasta una zona de muros parcialmente derrumbados, aunque no lo suficiente como para colarse por ellos, como habíamos comprobado al rodear el monasterio. Los rayos de luz que se colaban por los agujeros no llegaban a iluminar el pasillo en su totalidad, pero incordiaban cuando me cruzaban la mirada. Si alguien nos emboscaba en ese pasillo, sería mejor tratar de atraerlo hacia la entrada.

Seguí hacia adelante. Las puertas se encontraban en la pared izquierda, así que, de acuerdo a la regla de exploración autimpuesta, no las abrí por el momento. En primer lugar, había que comprobar lo que hubiera al fondo. No obstante, antes e sobrepasarlas, pegué la oreja a cada una de ellas, atenta a cualquier sonido que se originara desde el otro lado.

Te parece oir algo en la primera puerta, pero a decir verdad ha sido algo tan suave que no estás segura de si tu mente no te ha jugado una mala pasada. En la otra puerta, estás segura de que no hay nada detrás.

Avanzas por el pasillo, ciertamente asustada, con los ojos entrecerrados, rezando mentalmente porque nada te salga al acecho... y no lo hace. El final del pasillo se descubre ante ti. Al final, una estatua semidestrozada de un enano tapona el pasillo, pero a través de los resquicios ves que, detrás, sólo está la calle y el bosque al fondo. Cinco pies antes de la estatua, en la pared de las otras puertas, hay una puerta semiabierta. Diez pies antes de la estatua, en la otra pared, otra puerta igualmente semiabierta.

Dejé atrás las dos puertas a mi izquierda, preguntándome aún si lo que había escuchado tras la primera de ellas era algo más que el murmullo del viento o los andares nerviosos de una ratita. Podía haber disipado mis dudas fácilmente, un simple giro de muñeca y un empujón. Pero si algo me había inculcado papá, era disciplina. Aunque el viejo podía ser un padre irresponsable, no me quería muerta.

Seguí adelante y llegué hasta el final del pasillo. A punto estuve de escupir el corazón cuando la estatua que adornaba el extremo apareció bajo la luz de mi conjuro. A mi izquierda había una puerta entreabierta, y otra cerrada a mi derecha, que a juzgar por el recorrido, debía tratarse de la que no habíamos usado para entrar desde el patio.

Me dispuse a abrirla para que permitir que la luz matinal bañara el pasillo. Y de paso, para proveernos de una ruta de huida adicional si teníamos problemas en el estrecho pasillo.

La puerta se abre sin hacer demasiada fuerza, dando paso al patio central donde sospechas que los enanos del monasterio entrenaban. A unos pasos de ti, el viejo pozo se hunde en la tierra. La luz entra en el pasillo, pero no lo suficiente como para iluminarlo demasiado, apenas un poco más de claridad que sigue siendo insuficiente.

En el pasillo, la estatua del enano se puede ver con algo más de claridad. Su cabeza, prácticamente destrozada, yace al lado de los pies de la misma, que, con un martillo apoyado en el suelo, guardando el pasillo, parece no darle importancia a tal pérdida y sigue vigilando.

Con las puertas que conducían al patio del monasterio abierta, no quedaba más remedio que enfrascarse en la tarea de registrar las de la izquierda comenzando por la más cercana a la estatua.

Ahogué un chillido apretando los dientes cuando me golpeé los pobrecitos dedos del pie contra un objeto duro. Bajé la mirada y me encontré con los ojos de piedra del enano. Ciegos e inertes como eran, parecían estar mirándome con desaprobación. Apenas me contuve para pedirle disculpas por profanar el monasterio. No se enfade, señor enano, que no venimos a saquear. Creo que ya se nos han adelantado.

Dejando atrás la estatua descabezada, sostuve la flecha iluminada sobre mi cabeza y me asomé lentamente por el hueco entre la puerta entreabierta y el marco.

Al abrir la puerta, esta chirría de forma casi imperceptible, pero termina cediendo. Tras ella, lo que antaño fue una sala, posiblemente de estudio, es ahora un montón de ruinas. Las paredes se han caído, viéndose con claridad lo que hay fuera del monasterio, con los árboles del bosque a apenas unos metros.

El centro de la sala acoge la mayoría de cascotes de dichas paredes, y del techo apenas queda un trozo. Bajo las piedras, se ven algunos restos de posibles pupitres y algún libro en mal estado. No parece que haya nada interesante desde el lugar en el que os encontráis.

Observé la sala con disgusto. Lo que fuera que había ocurrido en ese ala del monasterio había tenido su punto álgido allí mismo. Paredes y techos se habían derrumbado en su mayor parte, conformando lo que era poco más que una pila de escombros, maderas y libros a punto de disolverse en polvo.

Si había algo de utilidad o valor allí, iba a requerir una búsqueda en profundidad que no teníamos tiempo de asumir, al menos hasta que no hubiéramos dado con los champiñones.

Volví al pasillo, dejando aquella ruina atrás y me dirigí a la siguiente puerta del pasillo. No había escuchado nada tras ella al pegar la oreja, así que me limité a inspeccionar que nadie hubiera preparado una desagradable sorpresa antes de abrirla.

Tras dejar la sala en ruinas atrás, avanzas por el pasillo con la flecha en alto, intentando iluminar la zona lo suficiente para no tropezar. Llegas frente a la puerta en la que no escuchaste nada.

Empiezas a inspeccionar la puerta con cuidado, pero no encuentras nada que parezca sospechoso.

Escasos ruidos y ausencia de trampas o alarmas parecían indicar que mis primeras impresioes del lugar habían sido erróneas. Empezaba a pensar que las pisadas en el patio podían ser de viajeros o cazadores necesitados de refugio. Quizás incluso grandes trasgos como el que habíamos enconrado el día anterior, pero nada muy organizado.

Así que, siempre con la flecha iluminada en alto, abrí la puerta.

La puerta se abre y emite un ligero gemido. Es evidente que el tiempo no ha pasado en vano para el monasterio. La humedad, la falta de cuidado y todo lo relativo al paso del tiempo hacen mella hasta en la puerta más resistente.

Tras el temor inicial, la puerta por fin se abre y lo que parece haber sido una armería se presenta ante vosotros. Sin embargo, la armería parece haber sido saqueada hace tiempo, dejando atrás sólo las armas que iban a ser arregladas (y que ahora están corroídas) o que directamente estaban rotas y necesitaban ser refundidas.

Por el suelo, se pueden ver varias balas de honda, diseminadas por todos lados, lo que hace que tengáis que andar con cuidado.

Quarion se muestra confuso por un segundo como si hubiese descubierto algo, pero al final niega con la cabeza, sin haber dicho nada. Skoll le mira con curiosidad, a lo que el elfo responde acariciándole la cabeza.

Los goznes de la maldita puerta se habían convertido en pura herrumbre. Tuve que empujar con ambas manos, y os aseguro de que era más fuerte de lo que parecía, para poder abrirla, exponiéndome a que un desaprensivo me tomara por sorpresa.

Por fortuna, no había allí desaprensivos, ni nadie en realidad. Solo viejas armas de aceros oxidados, maderas carcomidas y cueros putrefactos, apiladas sobre mesas desvencijadas. El suelo estaba cubierto por proyectiles tallados de honda.

Quarion pareció a punto de decir algo, pero por alguna razón decidió callárselo. Me encogí de hombros, pensando que serían cosas de elfos, y entré a echar un vistazo. No contaba con hallar nada de interés, pero al menos no parecía haber peligro de que se nos cayera encima el poco techo que quedaba, como en la habitación adyacente.

Buscas por la habitación, pero no encuentras nada más allá de lo que el primer vistazo te ha indicado. Las balas están por todo el suelo y el resto de armas o armaduras que quedan son inservibles, bien por su avanzado estado de descomposición o bien por estar, además, rotas.

La sala no parece tener nada más de interés, ni nada que podáis aprovechar.

O quienquiera que había saqueado el lugar había sido concienzudo, o lo que quiera que hubise de valor estaba perdido en ese desastre más allá de mis ganas de registrar. Todvía no habíamos encontrado el champiñón y nos quedaba más de la mitad del monasterio por registrar, así que salimos de la armería y nos situamos frente a la siguiente puerta.

Papá me había dicho que, cuando entrabas en un lugar en el que sospechabas de la existencia de enemigos, había dos formas de aproximarse. Una, el despiste, bien mediante el sigilo, bien haciendo creer a los potenciales enemigos que estabas en un lugar cuando en realida te encontrabas en otro. Otra, la sorpresa, entrando de frente, bruscamente, con las armas levantadas y prestas para el ataque.

El segundo método fue el que usamos. Patadón a la puerta y entrada en tromba, dispuestos a enfrentarnos a lo que fuera que había hecho, o no, el ruido escuchado con anterioridad. Con suerte, no sería un inocente que, asustado por nuestra llegada, iniciara unas hostilidades que no pretendía llevar a cabo.

La puerta se abre y lo que parece la antigua oficina del alto sacerdote. Una mesa de piedra, desgastada, se alza en medio de la pequeña habitación cuadrada de 15 pies de lado. La puerta, situada en el tercio derecho de la pared sur, está abierta y lo primera que véis son huesos diseminados por el suelo, algunos con restos de piel aún pegados. La temperatura de la sala es mayor que en el resto del recinto, como si estuviese habitada. Las preguntas pronto son contestadas cuando dos lobas se alzan, amenazantes, ante vosotros.

En la pared del Oeste, hay una apertura a otra habitación. En la pared norte, en el tercio derecho hay un pequeño arcón. El combate va a ser complicado en un espacio tan estrecho.