Partida Rol por web

Ivara se agachó sobre el esclavista muerto para registrarlo. Aquel miserable tenía que tener las llaves de sus grilletes en alguna parte. Intentó no prestar atención a su herida. Ahora mismo, tanto daba que fuera profunda o superficial: lo importante era liberarse y salir de allí.

Al ser herido por Menkler, y sentir de nuevo en sus recias carnes el filo del acero, Ursus el bondadoso se agacha y gira sobre sí mismo para formar un arco horizontal con el filo de su mano izquierda y cortar de ésta forma al silencioso zamorio a la altura del vientre. 

A través de los agujeros de sus ojos puede ver cómo se abre un corte recto y sangrante a la altura del ombligo de Menkler. Cuando termina el movimiento, queda de espaldas al fuego, con Menkler a su izquierda y Tarja a su derecha, que está a punto de aproximarse.

Afianza sus piernas como columnas en el suelo cubierto de hierba, mira a ambos oponentes, y levanta sus dos armas para defenderse del ataque de cada uno de ellos. 

-¡Demostrad que merecéis mi atención, sucios gusanos! Mmhh.. -Después de las palabras se oye un ligero gemido, producto del dolor que le produce la mordedura del oso cavernario en su hombro derecho.

Lin Yi la khitana, corta la ardiente soga que mantiene al caballo de Ursus atado al árbol. El animal huye hacia el bosque a toda prisa. Después monta a otro caballo cercano y lo espolea, recordando sus viejos tiempos a lomos de esos musculosos animales. Cruza el claro a toda velocidad con la espada en ristre. Su pelo ondea en el oscuro aire nocturno lleno de pavesas en suspensión mientras se acerca como un destino maldito al miserable y sangrante esclavista que se encuentra junto al carro. Éste la mira con los ojos muy abiertos y gira el arco con la flecha, cargada torpemente, hacia Lin. Suelta la cuerda del arco con la dificultad de alguien con una herida sangrante en el pecho y la flecha silba cortando el aire muy cerca de la cabeza de la khitana, que nota cómo su pelo se distorsiona al paso del proyectil. 

Ivara consigue por fin liberarse de sus grilletes tras agarrar las llaves al miserable Galo. Mal destino para el joven por desoír los consejos del veterano Altaro y fiarse de una bella e indómita mujer bárbara familiarizada con el espionaje y el engaño. ¿Qué hará ahora Ivara, huirá por sus propios medios salvando el pellejo, o se vengará de Ursus como hace el silencioso Menkler?

El zamorio, por su parte, recibe un profundo corte en el abdomen que, por poco, no hace que sus entrañas asomen al exterior. Se mira la herida, sorprendido por la rapidez y la técnica del veterano gladiador. Es posible que no consiga sobrevivir después de ese ataque. Por un momento se debate entre huir o terminar lo que empezó, aunque ahora no parece tan fácil como al principio, ese gigante carmesí es duro como el oso al que dió muerte. 

Tarja, en el instante en que Menkler está tomando una decisión, a la velocidad a la que se mueve el pensamiento en un cerebro humano, se abalanza con su espada hacia Ursus y, con una finta, corta la defensa de éste y clava la punta del arma en el muslo del hombre haciendo que hinque esa rodilla en el suelo. El gladiador levanta la cabeza hacia el cielo, apagando un gemido de dolor y rabia, aunque aún resiste. Mira ahora a la bárbara, bufando, con la clara intención de devolverle el golpe.

Menkler, con un gemido, aprovecha para lanzar un pinchazo a la otra pierna de Ursus, sujetando su herida para evitar desangrarse más aún. Con todo su esfuerzo, lo consigue, arrancando otro bufido de la garganta del herido gladiador. 

Heimdul el vanir, observa cómo el caballo de Lin se acerca a toda velocidad y se tira al suelo en plancha, con una mano sujetando la herida que, tan hábilmente, había tapado Tarja. Su pesado cuerpo cae levantando polvo, fuera de la trayectoria de la extranjera. Al mismo tiempo, Dietra, que intentaba llegar hasta el carro de las armas para provisionarse, se detiene observando la escena, unos metros antes del carro. 

La trémula luz carmesí proveniente del fuego, comienza a disminuir gracias a que éste ha consumido la mayor parte de la tienda y enseres de los esclavistas. La montaña peluda y chamuscada que era el oso cavernario, ahora un cadáver ennegrecido, asoma entre las llamas, que ahora son de menor tamaño. La zona iluminada es un poco más pequeña, haciendo que la oscuridad del bosque recorte los límites del claro. Lin Yi, intuye lo que eso significará cuando el fuego se apague del todo. 

La noche comienza a ser más silenciosa entre los árboles, los gemidos y gritos de terror han disminuido, tal vez porque sus dueños han muerto. 

Cuando el peculiar grupo sale al camino, libres por fin, de los grilletes, el fuego y los ghouls, ven a lo lejos, hacia el sur, un jinete que también ha huido del bosque a toda prisa, seguramente proveniente del claro. 

Parece bien vestido para ser un convicto, seguramente es un esclavista que ha huido viendo que el negocio ha terminado en el claro. 

 -Yo soy Elladurne, una humilde cazadora, criada entre hermanos varones y conocedora de éstas tierras. No me puedo creer que esos bastardos hayan acabado con mi ciudad y que los bosques hayan sido poblados por semejantes criaturas del infierno. Las habladurías tenían razón, por Mitra. -Dice la brithunia a modo de presentación, y visiblemente afectada por lo ocurrido recientemente durante las dos últimas fatídicas noches. Al menos ha conseguido sobrevivir gracias a la extraña pareja compañeros de celda. 

-Lo siento por el anciano. No se lo merecía. Kushita, niño, que su vida no haya sido en vano. 

-Encantado Elladurne. Lo sé, yo también siento lo que he hecho, de veras, pero no pensaba que las cosas se pondrían tan feas.

El negro miró hacia el horizonte.

-Y bien chaval, soy hombre de palabra. ¿Dónde quieres que te lleve? ¿Al Sur? ¿Al Norte? Yo he de regresar a Kush y organizar mi venganza, pero tengo tiempo. Mi familia está muerta desde hace años, lo sé. De algún modo lo sé. Y créeme, pienso hacerle pagar al usurpador por lo que hizo.

Ivara se frotó las muñecas doloridas: las cadenas le habían causado dolorosas rozaduras y aquella reyerta no las había mejorado. Pero volvía a ser libre, la única dueña de su destino. Y mientras tuviera aquella espada, así seguiría siendo.

Era una cimitarra de hoja curva y pesada, empuñadura para una mano recubierta de cuerda muy gastada. Sin duda, aquella arma había servido durante largo tiempo a su dueño, sin duda, también a los anteriores como ahora le serviría a ella. Y, seguramente, había cambiado de manos siguiendo siempre aquel sanguinario procedimiento.

El campamento era un caos a su alrededor: las tiendas ardían, los caballos huían y los esclavistas yacían por todas partes. Su jefe, aquel gigante al que llamaban El Bondadoso, se batía con el Hombre Silencioso y una guerrera.

Era un buen momento para escapar. No era asunto suyo lo que ocurriera ahí.

Sin embargo, Ivara no era de las que le gustara dejar cuentas pendientes. Aquella escoria la había capturado y encadenado. Ignoraba qué destino les habría aguardado a los prisioneros pero intuía que era el tipo de pendencia que se resolvía con acero.

Casi sin darse cuenta, estaba corriendo hacia El Bondadoso con la cimitarra en alto:

-¡Muere, hijo de una perra!

Esquivando al Hombre Silencioso, Ivara descargo la cimitarra sobre El Bondadoso. El gigante logro apartar la cuchillada en el ultimo momento desviandola con el brazo izquierdo: la maniobra desvio el filo hacia su hombro donde arranco un chorro de sangre.

-No es tan facil cuando te vemos venir, ¿verdad, perro?

Tarja vio la cimitarra silvar y clavarse en su objetivo. No perdio el tiempo, sabía que un hombre capaz de hacer frente a un oso, incluso herido, podía resultar extremadamente peligroso y lanzo un tajazo directo a la yugular del esclavista. Si era bondadoso o cruel, cuanto le importaba era que había osado meterla en una jaula como un bulgar animal y que jamás le daria la oportunidad de poder hacerlo de nuevo.

En el momento en que está a punto de abalanzarse contra Tarja la cimmeria para dar cuenta de quien osa rozarle con un filo, Ursus no se percata de que a su derecha, una guerrera sangrante bronceada por soles remotos, como una aparición vengativa hace brillar a la luz de la luna una cimitarra que se cierne sobre el gigante carmesí. 

Este intenta bloquear el arma, apartando su atención de la peligrosa y salvaje Tarja, y no consigue detener ni el ataque de la aquilonia, que acaba levantando carne del hombro, ni el de la veloz cimmeria que, como un rayo, hace avanzar el sucio filo de su espada, cortando el aire hasta introducirse en un extremo del cuello del gladiador y salir por el otro. 

Ursus intenta gritar, pero los borbotones escarlata que brotan de su garganta, y los surcos de sangre que salen de entre los agujeros de su máscara provenientes de su boca, anuncian que su atronadora voz ha sido apagada para siempre. Empujado por los últimos impulsos que ofrece la adrenalina, se gira violentamente como si su musculoso cuerpo ya no le perteneciera, acertando a Menkler en el estómago con una de sus espadas. Después cae al suelo pesadamente, sujetando su cuello con una mano y la otra alzada al cielo, hacia Ivara, como si quisiera agarrar el cuello de la mujer.

Los presentes pueden ver, a través de los agujeros de su máscara, sus ojos inyectados en sangre, de la ira y la impotencia de alguien que ha luchado contra innumerables enemigos, que se ha enfrentado a un oso cavernario y a tres guerreros al mismo tiempo, y que ahora exhala su último aliento en el suelo de un sombrío bosque, mientras sus enemigos le observan morir.

El joven Ren asintió a las palabras de ambos. Su vida hasta ahora se había centrado en sobrevivir en las angostas calles de su ciudad, aquel era su mundo y -ahora se daba cuenta- también su carcel.

Quiero... ver mundo.

Cuando las dijo se dió cuenta de que aquellas eran sus primeras palabras como hombre libre. 

La brythunia mira al muchacho con una sonrisa socarrona cuando oye sus palabras.

-Me gusta tu idea, niño. Por cierto, tienes nombre? O uno de esos apodos que os ponen los jefes de las bandas? -Guiña un ojo a Ren. La perspicaz Elladurne es conocedora de los bosques y la naturaleza, pero también de los entresijos de su Yaralet natal. -Estoy deseando que me abras los grilletes, mocoso. -Sin parar de sonreir. 

-¡Al Sur pues! -soltó el maduro jinete inclinando los estribos hacia un lado. Era hora de volver a Kush. Era hora de la venganza. Pero mientras tanto, disfrutaría del viaje con aquellos dos desconocidos que, ahora mismo, eran lo más parecido que tenía a una familia.

Ivara sostuvo imperterrita la mirada de la otra mujer. Sin apartar los ojos, limpio la cimitarra en el cuerpo del Bondadoso.

-¿Tienes nombre, Ojos Claros?

Por su aspecto, era otra prisionera. No habia necesidad de seguir peleando.

Entre ellas, al menos.

Lin Yi, galopando sobre el corcel robado y después de haber atravesado el claro con una espada en la mano, como la guerrera entrenada en tierras lejanas y exóticas que es, exhibiendo gran poderío, pasa junto al único hombre de Ursus en pie: El sangrante Sidonio, que antes había lanzado una flecha a la khitana fallando el disparo. 

La exótica mujer de fuertes brazos, atraviesa la garganta del esclavista con el filo de la espada, como si estuviera cortando mantequilla, debido a la velocidad del animal que cabalga. La cabeza del hombre sale despedida y cae junto al pelirrojo vanir, que se encuentra tirado en el suelo después de haberse apartado bruscamente de la trayectoria de Lin Yi. Después se desploma el cuerpo sin vida y sin cabeza de Sidonio. 

Al pasar junto al carro, la mujer puede ver lo que contiene: Todas las armas y objetos varios de los cautivos, excepto una lanza kushita que se encuentra tirada en el suelo y el arco que portaba el esclavista muerto. También observa la cara de la temblorosa Dietra, que se había detenido al ver la maniobra de Lin. La muchacha sonríe y hace un gesto agradeciendo a los dioses, tal vez a Mitra o a Anu, que todo haya salido razonablemente bien. 

En el centro, junto al fuego moribundo, las dos bárbaras guerreras acaban con la vida del temible Ursus. Y éste, a su vez, antes de morir da fin a la de Menkler el zamorio, que cae de rodillas sujetando inútilmente sus acuosas entrañas para evitar que terminen desparramadas por el suelo.

Los agudos sonidos en el oscuro bosque se atenúan, y no se oye ningún grito más. Lin Yi no sabe si ésto es indicativo de algo bueno o malo...