Partida Rol por web

Soldado 9 y 10

Huyen del campo de batalla cual viles comadrejas.

Parecía que los atacantes estaban despachados. Al menos los pocos que no estaban ya huyendo campo a través se ocupaban de alejar al Barón de la refriega para procurarle in entierro como el que efectivamente le habría correspondido de haber perecido en una cama tras una larga y próspera vejez.

No obstante aún habían vasallos del barón que todavía asían con firmeza sus armas prestos a cerrarse el paso tras de sí antes de emprender las de "villadiego". A ellos se enfrentó Aleixo... sin piedad.

El primer golpe hunde la espada del santiaguista en el abdomen del Soldado 1, atravesando la finísima pelliza y desgarrando las entreñas del hombre.

El segundo golpe atraviesa la pierna derecha del hombre, justo en la gran arteria. Quedando el soldado tendido en el suelo desangrándose, no tardará en morir.

Soldado 8

Levanta su brazo derecho y apunta su ballesta ya cargada en dirección a Ernesto, el virote atraviesa el aire vuela , vuelva... vuela directo a la frente del Siervo, ni el aire ni nada desvia el virote que se clava en la frente del hombre y le atraviesa la cabeza desde la frente hasta la nunca, por donde sobresale la punta del virote.

Ernesto se desploma hacia delante, antes de tocar el suelo ya ha muerto. El Soldado 8 satisfecho por su presa, azuza a su caballo y sale de allí como alma que lleva el diablo, con una sonrisa en los labios por su gesta.

Sobre el campo de batalla quedan los cuerpos de dos soldados y de Ernesto, del resto de soldados y del cuerpo del Barón no hay ni rastro, pero no os podéis demorar, porque estáis seguros de que volverán, y ... posiblemente en mayor número. Vuestra única opción es llegar al Monasterio de Irache y después continuar hacia Santiago, lo más lejos posible.

¡Dios mio!¡Ernesto! Samuel, ayúdame a subirlo a un caballo, no podemos dejarlo aquí, debemos darle un entierro cristiano-dijo preocupado, cansado y dolorido pese a que la contienda ha sido breve. Su voz parecía triste y preocupada pero pronto cambió- ¡Don Carlos! Vos sois el culpable de esta tragedia, ¿por qué os habéis empeñado en dejar marchar a la muchacha? ¿ Por que tanta insistencia para que llegara con su goliardo? Pese a ser enemigos, ¡hemos matado a un padre cuyo único pecado era preocuparse por su hija!

Tremendamente apesadumbrado, Don Carlos, con la espada aún llena de sangre mira al suelo mientras acaricia con su siniestra  a su gran perro que se mantiene cerca de él en todo momento.

Don Carlos hinca la rodilla en tierra y agacha la cabeza

- Perdonad Ilustrísima, tenéis razón en todo cuanto decís. Hoy ha muerto uno de vuestros siervos por mi culpa, os juro que os lo compensaré. El asunto del Barón... es muy espinoso. Podemos tener problemas, pero ... pronto saldremos de este reino, ese hombre vistéis que tenía encerrada a la pobre chica, su padre era una mala bestia! vino a por ella con hombres armados y acordáos de los tres de la taberna. Lucharon contra nosotros sin que mediase provocación y ahora ni siquiera se han detenido a debatir.- negando con la cabeza- ¡ no! , yo respondo de mis actos pero sólo Dios me juzgará. Siento lo de vuestro siervo y sobretodo lo del Barón. Siempre es una tragedia que muera una persona de posibles, pero no quedaba más remedio. No me martirizaré por ello, y si volviese a suceder, lo volvería a hacer. Además, esa pobre chica ahora es libre de poder contraer matrimonio sin que su padre  se lo prohíba.

- En algo tiene razón el buen señor de Mayoral... - dijo Aleixo sin resuello mientras ajustaba los arreos del caballo del soldado que acababa de abatir. - ... Dios le juzgará por lo de hoy. A todos nos juzgará por esto.

Con tono fúnebre se separó de los cuerpos que regaban aquel camposanto improvisado. Otros ayudarían a Don Antón a subir al finado al otro caballo. Mientras, tiraba del bocado del animal con la mano izquierda, la derecha acariciaba la frente del mismo. La batalla le había exaltado y el caballo piafaba nervioso.

- Cuando lleguemos a Iratxe me encargaré personalmente de las exequias de su vasallo, Don Antón. Lamento la pérdida.

Antón hizo un gesto de desagrado y desvió la mirada de Don Carlos.

-No vale la pena discutir mas por lo que no tiene remedio, todos nos comprometimos en acompañaros en este viaje a sabiendas de que cruzaríamos por reinos enemistados. Pero esto se podía haber evitado- "como lo de Ibarrela" pensó durante un segundo- Será mejor que nos marchemos rápido antes de que ese puerco que ha matado a Ernesto vuelva con mas soldados.

El noble se giró y ayudo con su mano sana a subir a Ernesto al caballo. Después de afianzarlo bien se subió él.

-Gracias Alexio, será un alivio saber que te ocupas de mi buen vasallo.

Justo cuando iba a acabar con la vida del infeliz soldado que intentaba huir, di un traspié pues el terreno era blando y el caballo se movió de su posición, con lo que no solo erré el disparo sino que le di a Roderigo en el brazo. Parecía grave pero a simple vista no parecía que fuera a perder el brazo.

- ¡Mierdaaa!! - blasfemé - Lo siento Roderigo, ese maldito se ha movido...

Pero la batalla continuaba, y muy rápido. Mientras cargaba de nuevo el arco Aleixo despedazó al último de los soldados que se batían ya en retirada... o al menos yo creí que era el último. Cuando el peligro parecía haber pasado todos nos relajamos, contentos por haber sobrevivido y habiendo conseguido superar la desgracia de Ibarrela. Pero no debimos bajar la guardia... aún quedaba un soldado que no queria marcharse con las manos vacías, seguramente no apuntó a nadie en concreto pero el hecho que su certero virote atravesó la cabeza de Ernesto... de mi amigo. Se desplomó en el suelo al instante, rodeado de un charco de su propia sangre, sin vida, mientras ese malnacido espoleaba su caballo y huía satisfecho. En cuanto fui consciente de lo que había ocurrido no pude contener mis emociones.

Aún no podía creermelo, mi único amigo había muerto... estaba allí tendido como si durmiera, pero estaba... muerto. Las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos sin que pudiera evitarlo, pero ¿que importaba ya si mi amigo estaba muerto?

- ¡NOOOOOOOOOO! - grité con todas mis fuerzas - ¡MALDITO! ¡EL ERA MI AMIGOO!

Pero el soldado todavía estaba al alcance de mi vista, me juré que lo mataría en ese instante. Así que salí corriendo como alma que lleva el diablo, desoyendo las palabras del resto, cegado por la ira.

- ¡VOY A MATARTEE!¡LO JURO! - volví a gritar

Y cuando ya pude más tensé el arco con todas mis fuerzas, tanto que parecía que mi brazo iba a reventar, y con un sonoro grito lancé la flecha hacia el horizonte. Era casi imposible acertar a un objetivo a esa distancia, pero estaba cegado por la ira y tenía que intentarlo...

Mierda, otro muerto más, primero el judío, ahora Ernesto, un simple siervo. Y todo por culpa de los ideales de aquel noble, Carlos, que se empeñaba en hacer lo que le daba la gana, al precio que fuese. Aquel Barón estaba en todo el derecho de ir tras su hija, y por muy mala pécora que fuese o dejase de ser, no teníamos derecho a entrometernos. Aquel noble había pedido compañía para el viaje, por seguridad, no había pedido compañía para ir matando nobles a su antojo, ni para meterse en problemas letales así por que sí.

Tras estos pensamientos, Roderigo, a través de una punzanada de dolor, recordó que tenía una flecha clavada en el brazo. Rompióo ambos estremos, el de la punta y el de las plumas y se estrajo el cacho de madera restante con un sonoro grito de dolor. Sus mínimos conocimientos de primeros auxilios le recomendaron lavar la herida con un poco de agua de su odre, incluso con un poco de vino para desinfectar. Luego, arrancando un trozo de su ropaje con la mano mala, se hizo un improvisado vendaje.

Luego , se presigno por su compañero muerto "que dios lo reciba bien".

-Vayámonos rápido, no quiero que vengan a rematarnos.- dijo con mul mal humor y con una mirada de reproche a don Carlos, pero sin decir nada directamente.

Apesadumbrados pese a esta vez sí, la victoria, continúais Montejurra arriba en dirección al monasterio. No hay victoria cuando alguien muere, pero en este caso por suerte, el fallecido sólo era un siervo. Eso sí, Don Carlos se muestra apesadumbrado durante toda la ascensión por la muerte del Barón, seguramente de manera innecesaria y camina junto a Hugo el último del grupo sin hablar con nadie.