Partida Rol por web

La lluvia de piedras alcanza a Roderigo en los brazos, en la pierna derecha y en el pecho y el abdomen. El peto de cuero que lleva detiene en parte la lluvia de piedras sobre el pecho y el abdomen y sin duda le salva la vida. Sin embargo, Roderigo queda gravemente herido aunque en pie y consciente para seguir peleando.

Samuel es uno de los más perjudicados, le impactan una gran cantidad de piedras en partes vitales que de no ser por su armadura y casco, serían mortales. Afortunadamente, no recibe más que una pedrada de moderada consideración en el abdomen, aunque tendrá moretones durante semanas.

Las piedras que son lanzadas indiscriminadamente contra Samuel, Roderigo, Don Antón y Aleixo que están en medio de la turba, sorprendentemente y aunque muchos son alcanzados por pedradas, tan sólo uno de los campesinos cae al suelo medio muerto por las piedras de sus vecinos.

Ya me extrañaba, es que he estado mirando en tu ficha y no lo he visto... ahora me doy cuenta que lo tienes abajo del todo y no he bajado con el ratón hasta abajo. Ya he modificado el post que te concierne.

¡Oh! ¡Uh! ¡Aaahhh! -las piedras producían un dolor inmenso, con lo que instintivamente Roderigo se retrasa hasta pegarse a las patas de su montura y cubrise el cuerpo y la cara como puede. Si les logran lanzar otra serie con la misma intensidad, lo más probable es que no tengan la misma suerte. ¿Tal vez el más creyente podría encomendarse a Dios para ser salvado, junto a esa cruz de hierro? Es posible, pero muy alto tendría que orar...

EN menuda se habían metido. Al menos les quedaba el triste consuelo de que en aquella ocasión, aun habiendo sido Don Carlos el objeto del ataque de aquella turba, no había mediado provocación por parte de éste y sus otrora absurdas ideas de honorabilidad y leyes de caballería. Estaba claro que no podían dejarle allí...

El Caballero siguió azuzando al caballo... avanzar era una tarea casi imposible pero aquella gentuza habían ocultado a Don Carlos y se esperaba que quedara maltrecho de gravedad. ¿Y ese cura? ¿Qué les pasaba a los miembros de la Iglesia en aquellas tierras...? No había ni uno cuerdo.

De cualquier modo Aleixo siguió blandiendo la espada de lado a lado procurando apartar a cuantos más maragatos mejor pero eran demasiados. Esperaba llegar al punto de que se espantasen con la sangre de sus vecinos... y acabasen por huir... al fin y al cabo no deseaba matarlos pero no tenía demasiadas esperanzas.

Tras la andanada de piedras que me acababa de llover lo vi bien claro: había que ser idiota para quedarse allí a merced de los pueblerinos. Había intentado salvar a Don Carlos pero el hidalgo ni siquiera había hecho amago de subirse al caballo para salir pitando, y con eso mi cupo de heroicidades del día estaba más que cubierto.

- ¡Esto es una locura! ¡Huyamos! - grité mientras trataba de espolear al caballo para salir de entre la multitud.- ¡Son demasiados!

Y es que encima no sé que les habían dado que tenían un fanatismo loco y enfermizo. Algunos estaban cubiertos de sangre de los miembros amputados de sus compañeros y aún así seguían luchando hasta la muerte. No hay peor enemigo que el no tiene miedo a la muerte.

-¡No huyas malnacido!¡No podemos dejar que estos locos ataquen a Don Carlos!-le espetó a Samuel al verle huir. Y como reforzando su decisión bajó del caballo espada en mano dispuesto a llegar hasta donde el hidalgo se encontraba.

Ahora que estoy en un lugar en el que los pueblerinos no me pueden ver, grito a los cuatro vientos— ¡Malnacidos! ¡A quién atacáis está bendecido por el Señor! ¡Vuestro brazos y piernas se entumecerán por obra y gracia del Señor antes de que podáis hacerle más daño! ¡Cesad en vuestro empeño, o sufriréis las consecuencias!

Y, echa esta pantomima, me concentro para paralizar a alguno de los aldeanos. Lo importante es que cunda el pánico y que se vayan por donde han venido.

Aleixo tumba a dos de los pueblerinos de sendos espadazos, atravesando el pecho del primero y rajando el pectoral izquierdo del segundo.

Ninguno de los dos resiste sus heridas y ambos caen redondos por las heridas sufridas. Samuel por su parte salió de allí como alma que lleva el Diablo y se alejó medio centenar de varas de allí, disponiéndose a descender a caballo por la otra vertiente de la colina- la misma por la que huyó Teolfo y por la que se escondió Yejiel-. Don Antón descabalgó e intentó llegar hasta Don Carlos, aunque sólo pudo avanzar un par de varas, hallándose ahora en el centro del mogollón.

Yejiel por su parte lanzó una bravata que no fue en absoluto escuchada por la masa enfurecida de aldeanos. Es más, apenas pudo distinguirse qué era lo que decía.

Vísteis cómo un grupo de aldeanos sacó a Don Carlos vapuleado y en volandas del centro de la refriega. El Hidalgo parecía muerto o inconsciente, el grupo iba directo hacia el sacerdote, que giraba ya en redondo para volver al pueblo.

El resto de la jauría volvió a tirar piedras a todos los presentes a excepción de Samuel.

Las pedradas llueven de nuevo sobre el santiaguista, pero su bendita Lóriga detiene todos y cada uno de los impactos. Al ser piedras, la armadura impide que el frágil cuerpo del caballero sufra daño alguno. No obstante, la cobertura que la armadura ofrece, no durará siempre.

De igual modo que con el de santiago, el señor de Muel recibe una andanada de piedras sobre la coracina, en pecho, abdomen, brazos y piernas. Deteniendo la armadura las piedras y el consiguiente daño. Por ahora el Señor está ileso pero... ¿por cuánto tiempo?

Roderigo de manera milagrosa, logra esquivar la mitad de las piedras que vuelan hacia él. Rebotando contra el suelo justo en el lugar en el que se encontraba antes de la esquiva. El villano baila a las mil maravillas al son de las piedras, pero no obstante, son demasiadas y diez de ellas dan directamente en su cuerpo.Las piedras golpean en el peto, brazos y piernas.

El peto amortigüa algo el daño, pero no hay protección posible en el resto del cuerpo. Debido a la gran cantidad de pedradas y con los brazos y piernas destrozados, el villano cae al suelo redondo.

La refriega no iba a resolverse a golpe de espada. Ellos eran demasiados y con la cobarde deserción del lacayo de Don Antón y el propio Don Carlos fuera de juego lo mejor era reagruparse y pensar detenidamente qué hacer. Efectivamente aquellos maragatos eran gente odiosa y aquel sacerdote acabaría pagándolas todas juntas. Vive Dios...

El Caballero azuzó de nuevo al caballo, en ésta ocasión para liberarse de la turba y remontar camino atrás. Sólo esperaba que Don Antón pudiera seguirlo.

- Atrás... atrás...! - grito. - Volvamos... son demasiados!

Escuché los golpes de una nueva andanada de piedras, algunos sonidos metálicos y otros sordos. Esperaba que nadie hubiera sido herido de gravedad, pero era a lo que se atenía el que se quedaba allí viendo como llovían las piedras. No me giré para ver si el resto me había hecho caso pero, sinceramente, esperaba hubieran atendido a razones.

Antón no podía creer aquello. Pero el caballero tenía razón, lo mejor sería salir de allí antes de que aquellos locos los matasen a pedradas. Samuel ya estaba lejos y no sabía donde se había metido Roderigo. Aquel lugar era un caos entre los gritos, la arena y los golpes. Decidió montar de nuevo en su caballo y salir de allí siguiendo el consejo del caballero. Pero aquello no quedaría así, no abandonaría a Don Carlos.