Partida Rol por web

Desde tiempos inmemoriales tú y los tuyos habéis trabajado duro a la sombra de las ciclópeas ruinas. De misteriosos orígenes y fuente de muchas supersticiones, siempre las habéis considerado un secreto que era mejor que las gentes de tu aldea no conociera.

Pero ahora algo se agita bajo los bloques en ruinas. Hombres bestia aúllan en la noche y vuestros vecinos han sido abducidos en sus camas. Sin unos héroes que os defiendan, ¿quién se alzará para plantarle cara a la oscuridad que os rodea? Los secretos del Caos están ahí para que los desenteréis. Pero, ¿a que precio para la cordura y el alma?

Mientras os acercáis al alba a las ruínas armados con horcas, hazadas intentando disimular el miedo, os armáis de valor con algún recuerdo de aquellos (amigos, amantes, maestros...) que habéis venido a buscar.

Sisse, la pastora, caminaba aferrando con rabia el cayado de su padre, Nosse. Era lo único que había quedado de él cuando Pombo, el san bernardo de la familia, llevó a la muchacha al sitio al prado. Allí, Sisse primero vio varias cabras muertas. El cayado estaba tirado junto a la encina donde solían descansar de sus labores. Sobre la piedra que usaban de asiento, una mancha de sangre. No había rastro ni del gorro de paja ni de la manta que usaba de capa para protegerse del racheado viento que a veces azotaba las llanuras.

Tenía miedo, pero Sisse no paraba de repetirse una y otra vez que había que acabar con las criaturas que todos decían que estaban asolando sus tierras y su gente. Por su padre.

Philip era un hombre querido por todos, ya que les endulzaba la vida con la miel que traía puntualmente de sus colmenas, claro que le cambió la vida cuando Helevisa la vidente le dijo que su destino estaba en las ruinas buscando al compañero de Alyson, un mendigo que andaba siempre husmeando por las ruinas para arañar algo de valor y venderlo en el gremio. Richar el cordelero había perdido a su mujer ese mismo día y no sabía donde estaba. Así de aquella manera tan curiosa, se reunió aquel grupo tan heterogéneo de gentes dispuestos a curiosear más adentro de lo que nadie se había atrevido hasta ahora.

Livid estaba muy preocupado, aunque joven era un buen cerrajero, pero apenas había salido del pueblo. Y allí estaba, con muchos de los vecinos, armados con lo primero que habían podido coger, y dirigiéndose a las ruinas. Al terrible lugar del que tantos cuentos e historias habían escuchado desde pequeños, al lugar que siempre había que evitar. 

Pero las cosas habían cambiado, mucho, muy rápido y para mal. Muchos eran los vecinos que habían desaparecido, y todo parecía apuntar hacia alguien o algo que se encontraba en aquellas antiguas ruinas. No podían seguir así, tenían que actuar, y eso era lo que habían hecho. Un buen puñado de jóvenes, se dirigían en busca de los desaparecidos.

Hacía dos noches, estaba en casa durmiendo cuando escucho un ruido en la habitación de su hermano Ted, fue rápido, pero cuando llego no había ni rastro de Ted. Aun estaba la cama caliente, y la forma de su cuerpo dibujada en el colchón, pero su hermano había desaparecido. 

Varios se unieron y decidieron tratar de poner final a estas extrañas desapariciones, el mal estaba en las ruinas, y de ellas emanaba hacia el pueblo. O hacían algo, o muy pronto todo estaría perdido. Y allí estaban, con más ganas y juventud, que talento. No sabía que era lo que les esperaba en las ruinas, o si podría rescatar a su querido hermano. Pero, estaba seguro de que lo intentaría. 

Ormr el enano apretaba la cabeza de su martillo de cantero con algo de nerviosismo. Aun estaban frescos en su memoria los recuerdos de la pasada noche. Évelin, la única mujer que había sido amable con él y con Sveinbiorn desde que llegaran a la aldea, había desaparecido abrupta y misteriosamente. Un golpe sordo les despertó a media noche y, al derribar la puerta de la habitación de su casera, tan solo encontraron su candelabro apagado tirado en medio de la habitación y la ventana abierta. La cortina de lino oscilaba mecida por el viento nocturno y cualquier rastro de su benefactora había desaparecido, como si nunca hubiera existido. Pobre Évelin.

Cuando empezaron las desapariciones Ormr siempre pensó que aquello no iba con ellos, pero ahora estaba claro que algo o alguien les estaba cazando. No podían quedarse de brazos cruzados. Sveinbiorn abría la marcha con su maltrecha red al hombro, seguido de cerca por las recias espaldas del elfo Fergar y el rítmico sonido de su bastón de madera de arce blanco al caminar. El elfo comentó alguna sandez sobre lo heroico de nuestra gesta con la barbilla en alto. Richardus cerraba la marcha caminando encorvado bajo el peso de su piel de ciervo, como si el arco corto en su mano pesara como un leño. 

En el camino que salía de la aldea y que llevaba a las ruinas se había reunido una buena cantidad de personas. Entre ellas se encontraban cuatro personajes muy distintos entre sí, pero que se conocían por unas cosas u otras. Uno de ellos era Mogota, un granjero local que cultivaba trigo y tenía algunos animales de granja, como gallinas, vacas, cerdos y ovejas. Como siempre, le acompañaba su oveja Faun, blanca como la nieve y ágil como una liebre. Mogota empuñaba una vieja horca y estaba allí por empatía con sus vecinos y porque le habían desaparecido algunas reses, con el consecuente cabreo. Otro de los personajes era Blissot, un mendigo local y amigo de la infancia de Mogota. Varios compañeros pedigüeños habían desaparecido y era la hora de ir a buscarlos, dada la cantidad de gente reunida para tal fin. El tercer personaje que se encontraba rumiando por allí era Marjer, un tipo serio y poco hablador. No llevaba mucho tiempo por la aldea y nadie sabía a qué se dedicaba o en qué empleaba su tiempo en aquel lugar. Tipo extraño allí donde los haya, siempre vestía de oscuro y llevaba capa larga y sombrero de ala ancha. El cuarto personaje era un recio y fornido enano, llamado Án, que era el herrero de la aldea. Conocía a todo el mundo, ya que era el que reparaba los ejes de los carros, herraba a los caballos y, en fin, hacía todas las cosas que hace un herrero. Estaba allí por solidaridad con los conciudadanos, ya que muchos de los desaparecidos eran conocidos o amigos suyos. Los cuatro charlaban en grupo, junto al resto de gente, esperando el pistoletazo de salida para ir hacia las ruinas donde se creía que residía el mal que estaba azotando la región y sobre todo en la aldea. Con la moral alta y la decisión firme, los cuatro estuvieron de acuerdo en ir a ver qué pasaba y terminar con aquellas desapariciones. Encontrar a los desaparecidos era la misión principal y terminar con lo que quiera que estuviera causando aquello, la secundaria. No iba a ser fácil, pero coraje no les faltaba.

La amenazante fortaleza en lo alto de la colina lleva siendo una fuente de relatos temibles y leyendas horripilantes desde hace mucho tiempo. Los lugareños estáin al tanto de las supersticiones que rodean a la fortaleza; algunas de estas historias tienen parte de verdad, mientras que otras son cuentos de viejas o el balbuceo fantasioso del borracho del pueblo.

Muchas historias se contaban acerca de las ruinas malditas que había encima de la colina. ¿Serían ciertas o eran cuentos de viejas para asustar a los niños más rebeldes que no querían dormirse? Siempre había algo de cierto en las historias o leyendas populares, pero no se sabía qué porcentaje era verdad o inventado. El caso es que le vino a la memoria a Mogota, que bajo los cimientos de la antigua fortaleza, había una cámara del tesoro de un linaje muy antiguo, ya desaparecido hace muchos años. Así se lo hizo saber a sus compañeros y a la gente que había alrededor suya. Como si fuera un pájaro de mal agüero al descubrir ese secreto, un relámpago surcó el cielo en la lejanía. La oveja Faun baló asustada.

—Pues yo se de buena tinta que antaño la fortaleza estuvo gobernada por un par de Señores del Caos —digo Richardus al eco de las palabras del granjero—. Un par de hermanos, los campeones del mal más inmundos que hayan hollado la tierra —añadió el cazador.

Por el tono de sus palabras quedaba claro que las ruinas del castillo era el último sitio donde a Richardus le gustaría estar y que los desaparecidos le importaban poco menos que un pimiento. Su rostro era el de aquel impelido a hacer algo en contra de su voluntad, arrastrado por la fuerza de los acontecimientos. Orm le miró a de medio lado con desdén y Fergal el elfo con ese absoluto desprecio que solo los elfos son capaces de destilar. 

Alyna escuchaba con atención los comentarios de algunos de sus jóvenes vecinos. Si, muchas eran las cosas que se contaban de aquellas ruinas, y muchas de ellas eran falsas. Pero otras, no parecían serlo, había fuentes escritas, y también daban bastante miedo.

-Tendremos que ir con mucho cuidado, esas ruinas son peores de lo que parecen. Leí en un libro que trata de la historia de lo que allí ocurrió, que aunque el caos fue derrotado por las huestes del bien. No fue por completo destruido y es posible que algún día regrese.- Eran viejas advertencias, pero no por ello algo a no tener en cuenta, más si tenían en cuenta que el mal parecía que estaba creciendo mucho en los últimos tiempos. 

Todos los rumores apuntaban a la torre, comentaba Alyson mientras miraba al resto del grupo que se había unido. Ninguno de los presentes dijo nada, todos querían empezar de inmediato y les daba igual donde o como, así pues se dirigieron a la torre llenos de furor y desprovistos de toda cautela, la cautela que da la sabiduría de la que sin duda, carecían.

Gunwar, un grandullón acostumbrado a tareas de intramuros, empezaba a ponerse blanco por el pánico que le causaban las historias de algunos aldeanos.
Entonces, Conchobor, un guardabosques miy poco delicado, quiso animarlo.
—Ná, ná, ná. Eso son naderías—sentenció con seguridad—Bobás que urden truhanes pa ensustar a los lerdos ande la lumbre—miraba a su alrededor, buscando suspicaz a quien contaba esas historias—Lo único que paece haber son los bujeros en el suelo de siempre. Esos que no hay, hasta que te se mete el pie adentro y te espanzuñas to reventao en el suelo, ahí mu abajo.

Está amaneciendo cuando os aproximáis a aquellas ruinas malditas. Algunos con atormentados pensando en el destino de seres queridos abducidos, otros se acercan con ira, otros con arrogancia insensata y ensoñaciones de oro y gloria. Los primeros rayos de sol se filtran a través de la bruma matutina confundiéndoos con reflejos fantasmagóricos.

Ante vosotros, por encima de la bruma, los muros de la fortaleza se alzan 10  metros desde sus terraplenes de tierra batida. Las murallas y todas las piedras desmoronadas están cubiertas por retazos de musgo, enredaderas mortecinas y liquen. En lugar de usar sencillos bloques de piedra  tallada, la fortaleza se ha edificado con menhires enormes y dólmenes poderosos. Los bloques se han encajado toscamente, dejando grietas entre  las piedras donde se pudre la vegetación y se forman charcos de agua estancada repletos de larvas y mosquitos.

Ascender por la calzada sería la ruta más obvia. ¿Será acaso también la más peligrosa? También podéis bordear la fortaleza buscando algún desplome o punto de entrada. O incluso escalar los muros que si bien el musgo los hace algo resbaladizos, el deterioro de los hace que haya asideros. ¿Son esas todas las opciones o quizá a algún aldeano se le ocurra otra opción?

La muchedumbre que éramos avanzó en la noche hacia las ruinas, portando antorchas que iluminaban el camino. Ya casi en el amanecer, la silueta de la fortaleza se divisó en lo alto de un collado. Según iba haciéndose más claro el día, el contorno difuminado iba cogiendo consistencia. Los cuatro compañeros se habían colocado en el medio del grupo, no queriendo ser los primeros, ya que pensaban que había otras personas más capaces para ir abriendo la marcha. Tampoco querían ir los últimos, ya que se sabía que por la retaguardia solían atacar los siervos de la noche. Cuando el grupo se detuvo, para observar el contorno de las ruinas y los alrededores, Marjer, el tipo serio al que pocos conocían, habló en alto para que se le oyera. ¡Pero tampoco a gritos, que no quería que si alguien había en las ruinas se enterase de su presencia!

-"Conciudadanos, creo que antes de entrar en las ruinas, deberíamos de rodearlas y ver en qué estado se encuentran. Tal vez haya alguna zona más libre de cascotes por la que podamos pasar sin ser avistados." Concluyó bajando la voz paulatinamente.

Faun, la oveja, baló dando su apoyo al plan de Marjer. Mogota y Án se miraron entre ellos y asintieron con la cabeza. El tiznado herrero habló con voz ronca:

-"No parece mala idea. No." Dijo con los brazos en jarras.

-"Amigos y vecinos. ¿Os parece que demos una vuelta a las ruinas antes de decidir qué hacer? ¿O preferís que entremos en avalancha por la entrada principal?" Preguntó el agricultor, horca en mano.

-"Pues a mi me parece que venir aquí ha sido una mala idea. Lo siento, pero yo me vuelvo a la aldea. Mucha suerte." Dijo Blissot, mientras se daba la vuelta y se iba con viento fresco por el camino.

—¡Vamos compañeros! —arengó a sus conocidos levantando el bastón de madera blanca—. El mal no descansa y nosotros tampoco debemos hacerlo. Les haremos pagar por sus fechorías y traeremos de vuelta a nuestros amigos ¡Por la Sonrisa de Amarïe Señora del Claro de Estrellas! —levantó el bastón un poco mas alto.

Cuando iba ponerse en camino el enjuto Ormr se colgó de su capa y le detuvo en seco mientras señalaba al otro enano del grupo. Sveinbiorn ya se estaba dirigiendo hacia las puertas a explorar. Solo era cuestión de esperar un poco y el cazarratas siempre se adelantaba, víctima de su curiosidad insaciable. Era rematadamente feo y olía fatal, pero Sveinbiorn era un valiente inconsciente, de eso no había duda y avaro como todos los enanos. Los rumores sobre oro le habían hecho salivar.

A una mirada torva de Ormr, Richardus resopló y aprestó el arco corto para cubrir al apestoso Sveinbiorn. El enano ascendía por la calzada con precaución, pero sin pausa, concentrado en descubrir a enemigos apostados. Tanto era así que un guijarro estratégicamente colocado le hizo trastabillar primero y perder por completo el equilibrio después hasta caer y golpearse sonoramente la cabeza con un afilada roca del borde del camino. La última de su miserable vida de matarratas. Orm se pasó la mano por la cara, la suerte era una perra voluble y traidora. Fergal boqueaba incrédulo y Richardus se permitió relajarse un poco.

Fergal se irguió de nuevo una vez superada la impresión y avanzó en dirección a la puerta del castillo. Sus agudos ojos de elfo permanecían atentos a trampas en el suelo y enemigos apostados. La aventura y el peligro eran su campo de batalla, aquel donde se forjan los auténticos héroes. Paso junto al cadáver de Sveinbiorn reprimiendo una arcada. Muerto olía incluso peor.

Cenn-Fáelad, un elfo altivo y bien vestido, pero con problemas de visión, nada más llegar cerca del castillo, mandó a su ave rapaz sobrevolar la estructura.

Al poco, el animal volvió y pareció decirle algo al elfo.

—Uhm, claramente, es un castillo reputado. Recomiendo emplear la mayor de la diplomacia y etiqueta posible.—miró y olió al resto de aldeanos a su alrededor con desprecio—Evidentemente, sólo unos pocos, muy pocos, somos aptos. Los demás deberíais marcharos para no estorbar a los de noble linaje.

Varios reprobaron sus palabras, aunque Cenn no escuchó a ninguno. Entonces, Conchobor le animó a que, ya que parecía ser el elegido, liderara la comitiva y pidiera audiencia con el mandamás de turno.

El orgulloso Cenn-Fáelad asintió convencido y emprendió el camino, tapándose la nariz al pasar junto al apestoso enano, Sveinbiorn. Al no ver muy bien, siguió de frente, sin que nadie le corrigiera, con la mala suerte de que dio con el pozo y cayó. Nada más se suponde él ni de su pájaro, el cual voló libre.

Gunwar: —Oh, dioses ¡qué horror!

Conchobor: —Ea, un tonto menos del que aprestarse.

Sisse (preocupada): —Sería tonto, pero venía a ayudar a rescatar a nuestros amigos y familiares, ¿sabe?—luego miró a un grupo entrar por el portón—¿No sería mejor buscar un agujero en el muro?...

Se quedó con la palabra en la boca. Sus más inmediatos vecinos ya habían echado a andar detrás del tal Fergal.

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Ya rompía el alba cuando por din llegaron a las ruinas. Escucharon la propuesta de rodearlas antes de decidir por donde entrar, cosa que a casi todo el mundo le pareció bien.

-Si veamos todo bien antes de decidir por donde entrar.- Dijo Dúngal, a lo que muchos asintieron.

Aunque también ocurrió que varios vecinos decidieron que ya habían llegado bastante lejos, y sin más que una breve despedida se dieron la vuelta. Entre ellos Editha la escudera, lo que era sorprendente ya que debería ser de las mejor preparadas para hacer frente a los posibles peligros que allí podrían encontrar. Tal vez eran los más listos, los que regresaban al pueblo, este siniestro pensamiento cruzó rápidamente por muchas mentes, pero la luz de la mañana y las ganas de acabar con las amenazas lo borraron pronto. 

Philip el apicultor dijo adiós a la vidente Helevisa, pues ella reconoció que lo veía todo muy negro y en sus visiones moría de todas maneras imaginables, por lo que optó sensatamente en volverse.

Alyson el mendigo, acostumbrado a mirarlo todo con ojos más que suspicaces dijo que era mejor bordear la fortaleza en busca de alguna entrada o resquicio por donde se pudieran colar con disimulo, pues así era la manera de actuar de sus gentes y todos optaron por seguirle. Aún así lo hicieron con mucha precaución, oteando y fijándose en cada paso que iban a dar antes de darlo, pues todo les parecía muy traicionero.

Se dieron cuenta con alegría que los que llamaban “Txemas” también habían tomado el mismo camino.

En la aldea, con el dolor por la abducción de los aldeanos aún reciente, al calor de la chimenea en la taberna y los ánimos anardecidos por el vino, las cosas parecían más fáciles. Sin embargo esta mañana, con la tenebrosa visión de la fortaleza que parecía flotar sobre la niebla y el frío húmedo al relente calando hasta los huesos, hizo flaquear el ánimo de algunos.

Pensandolo mejor, Blissot, Editha y Elevisa se dieron media vuelta dejando a los demás en la estacada.

Sveinbiorn por su parte se adelantó, pero en vez de inspirar coraje, su avance inconsciente le hizo encontrar una muerte estúpida, al igual que Cenn-Fáelad.

El resto decidió seguir con precaución y rodear la fortaleza a cierta distancia para estudiar sus opciones.

Circunvalar la colina entre árboles y maleza os lleva su buena media jornada. El sol ya está alto cuando completá la vuelta y llegáis de nuevo a la rampa. Lo que descubrís son los siguientes accesos:

Acceder desde el Sur: La calzada del Diablo: un viejo camino de tierra, ahora invadido por malas hierbas y enredaderas enfermizas, asciende hacia el alcázar en ruinas. Una visión espantosa os impide seguir avanzando: un par de cadáveres sujetos a postes por enredaderas largas y fibrosas. Estas enredaderas  espeluznantes se han abierto paso a través de los ojos, las orejas y la boca de los cadáveres. Para vuestro horror, descubrís que los cuerpos aún se mueven.

Acceder desde el Noroeste: Muro ruinoso: aquí se ha derrumbado parte de la imponente muralla de la fortaleza, esparciendo ciclópeos bloques rocosos sobre la pendiente pedregosa. Los bloques están apoyados unos sobre otros en un equilibrio precario, como si un titán hubiera jugado a  los dados con ellos.

Noreste...  Sima: un enorme socavón se ha tragado cerca de un tercio de la fortaleza, haciendo que una torre y un muro se derrumben y se hundan en las profundidades. Una niebla se eleva desde la sima, empañando la visión. Rostros torturados y formas retorcidas se muestran brevemente en la niebla que hay sobre vuestras cabezas, solo para desvanecerse de regreso a la nada tan pronto como aparecieron.

El resto está amurallado, repito la descripción: los muros de la fortaleza se alzan 30 pies desde sus terraplenes de tierra batida. Las murallas y todas las piedras desmoronadas están cubiertas por retazos de musgo, enredaderas mortecinas y liquen. En lugar de usar sencillos bloques de piedra tallada, la fortaleza se ha edificado con enormes menhires y poderosos dólmenes. Los bloques se han encajado toscamente, dejando grietas entre las piedras donde se pudre la vegetación y se forman charcos de agua estancada repletos de larvas y mosquitos.

Les había llevado unas horas rodear la fortaleza, como medio día, pero ahora conocían los tres posibles lugares de entrada, y tendrían que elegir alguno de ellos. La muralla era demasiado elevada como para pensar en escalarla, era fácil que se cometiese algún error y las caídas serían mortales.

Fue en esta ocasión Alyna la que hablo: -Por la sima no creo que podamos entrar, ni tampoco saltar la muralla. Y entre este camino (camino del diablo) y la zona en ruinas, yo casi que prefiero intentarlo por la zona en ruinas. No me fio de esas enredaderas.- Palabras con las que Dúngal y Livid parecían estar de acuerdo. El movimiento de aquellos cuerpos por las enredaderas era algo muy macabro y amenazante, como para arriesgarse a pasar por allí.