Partida Rol por web

Marco vió cómo todo su plan se iba al carajo y aquello se convertía en una batalla campal. Joder. Marco sabía que no era especialmente espabilado, por eso sus planes eran sencillos, simples y fáciles de seguir. A prueba de imbéciles, pensaba, dado que él era habitualmente el principal imbécil.

Qué equivocado estaba.

Cuando el inconfundible rugido de la Tommy Gun resonó en el aire, Marco supo que Marchetti había dejado de ser su prioridad, y ahora ésta era sobrevivir, sencillamente porque muertos no podían cumplir su trabajo. A Panepinto no le iba a hacer ninguna gracia, claro que si Panepinto le había dicho que trabajase con aquella panda de fantoches, sería por una buena razón. Panepinto siempre tenía una buena razón.

Así pues, Marco desenfundó la .38 y luego, pensando si el aciago destino de su padre, muerto con honores al servicio de los Panepinto, le estaría reservado también a él, bajó la ventanilla y abrió fuego dos veces sobre el hombre de Marchetti, el que era una clara amenaza.

—¡Venga, joder! —exclamó, en un inglés mucho más claro que el de sus compañeros—. Si este cae, movemos el coche fuera del alcance de las Tommy.

A pesar de su dedicación, su mente no estaba allí en ese momento, o no al completo. Porque pensar en su padre o en la muerte le hacía pensar en Nocciola. ¿Quién se encargaría de ella en su ausencia? ¿Buscaría Panepinto a alguien que cuidase de ella? Esperaba que sí, Panepinto sabía cuán importante era Nocciola.

Por absurdo que pudiera llegar a parecer, o bien los matones de Marchetti habían sido adquiridos en las rebajas con alguna tara importante o bien eran todavía más estúpidos que ellos mismos. Habían pasado de tener la situación claramente controlada a ser un blanco fácil para Marcelo y Marco.

Esas eran desde luego buenas noticias y por mucho que le costase admitirlo, el plan de Renzo estaba dando resultado. Al menos de momento la cosa no pintaba tan desfavorable como instantes antes de su intervención, aunque claro estaba que la suerte era la principal causa de aquel cambio.

Tenía a mano dos opciones, usar la tommy o coger su revolver. Aunque lo lógico hubiera sido quizás utilizar la ametralladora, temía acabar hiriendo o matando a uno de sus compañeros. Aquel arma era difícil de usar y más cuando pretendías hacer blanco entre dos amigos.

El revolver se le daba mucho mejor. Lo había usado más veces y con mejor resultado. Por ello optó finalmente por dicha arma. Se consideraba bueno con las armas cortas y el blanco era fácil. No podía fallar. Apuntó y disparó dos veces y sin embargo falló los dos disparos. Esa no era la noche de Limone...

Las balas volaron sin parar, sin embargo, contra todo pronóstico fueron los hombres de Panepinto los que no tuvieron piedad de sus enemigos. Dos balas golpearon al que empuñaba la Thompson, mientras que sólo fue necesaria una bala para provocar daños importantes al Marchetti que se había adelantado. A aquel anónimo hombre le quedaba poco de vida, había conseguido alertar del peligro que su jefe corría, sin embargo… Pagaría su profesionalidad con su vida.

Sabiéndose en inferioridad numérica ante cuatro desgraciados empezó a alejarse en dirección a su vehículo, no sin disparar antes contra los ocupantes del vehículo. Logró acertar a Marcelo golpeando su bala, apenas un rasguño frente a lo que estaba por golpearles.

– ¡Joder Luca, vámonos! ¡Hay que largarse de aquí! –Gritó Sam, haciendo aspavientos y empujándole para que siguiera corriendo. Como si también lo hubieran escuchado sus compañeros, el vehículo que estaba en el interior de la mansión encendió sus luces.

Una bala pasó rozando su oreja derecha. Un trozo de carne y cartílago se desprendió con aquel impacto desfigurando su hasta la fecha, perfecta oreja siciliana. No obstante, la adrenalina le impidió a aquel hombre que sintiera el más mínimo dolor por aquel rasguño que le haría recordar para toda la vida, aquella noche. Siempre y cuando claro, que sobreviviera a la misma.

Marcelo vio como sus valientes a la par que estúpidos compañeros se hacían a un lado, dejándole a él una buena visión de la zona. Los Marchetti corrían de regreso a la seguridad del coche en el que sin duda viajaba Carlo. Pero esa no iba a ser su noche de suerte. Tenía la tommy cargada y lista para disparar sobre el asiento trasero del coche y no lo dudó.

Agarró aquel arma larga con macabra sonrisa en el rostro y sacó el cañón por la ventanilla, apuntando al Marchetti que trataba de huir con la tomphson a cuestas. Cuando lo tuvo en el punto de mira, no lo dudó un solo instante y apretó el disparador.

- Buona notte e sogni di dulce! - Gritó mientras disparaba y a medida que iban impactando las balas comenzó a reía de forma desaforada.

buona notte e sogni di ducle

John corrió de regreso, hasta colocarse agachado y oculto junto a la entrada. La muralla y los setos que tanto protegían a los de la mansión, ahora sería su perdición.

-Arrojen los bidones a la entrada- dijo mientras preparaba su pistola y una caja de cerillos. Tal vez las cosas no salían siempre como uno quería, pero a veces valía la pena improvisar.

Sam se encontraba presa de los nervios, estaban acabando con ellos y contaba ya con dos heridas de bala bastante feas. Tan centrado estaba en sus objetivos que no advirtió cómo Doe les estaba flanqueando presto a emboscar al vehículo que estaba a punto de avanzar por la retaguardia.

—¡Malditos Cazzos! —blasfemó antes de reírse —. ¡Vais a ver lo que es bueno ahora!.

Ese fue el único aviso que precedió a su acción. Tiró nuevamente de la palanca y volvió a accionar el gatillo pero sólo sonó el silencio... El tambor se había atascado como contaban los rumores sobre el último intento de atentado contra los Moretti. Tras dedicar una mirada de terror a su arma, la dejó caer y echó a correr.

Alguien velaba por ellos, tal vez el santo de la estampita que habían quemado con su juramento, Marcelo no le dio importancia e hizo lo que mejor sabía hacer: disparar a matar. 

RATA-TA

Tras la estridencia de las balas, el cuerpo cayó pesadamente como si un toro le hubiera embestido. Quedaba sólo uno... Bueno tres.

Ahora que llevaban la voz cantante era su oportunidad. Una Tommy había caído, la otra estaba encasquillada. Tenían el problema razonablemente acotado. Sin embargo, en una persecución las cosas podían desmadrarse. Podían conseguir huir, podían unírseles refuerzos, podían sencillamente tener suerte.

Marco se consideraba un profesional no porque fuera bueno en lo suyo, que lo era, sino porque conocía qué riesgos eran innecesarios y los minimizaba. Ahora iba a correr un gran riesgo, pero uno necesario para que la misión no sufriese contratiempos. Así pues, pisó el acelerador repentinamente. El coche rugió, pero justo antes de que eso este rugido se estabilizase, Marco giró de golpe el volante al tiempo que frenaba tan violentamente como había acelerado, logrando que el coche derrapase con cierta elegancia. Mientras, mantenía los labios tensos: sus compañeros no sabían lo cerca que había estado de volcar.

—¡Abajo, abajo! —gritó a sus compañeros, finalizado el giro. No quería que compartieran los riesgos a los que él se iba a enfrentar—. ¡Del lado del conductor, no jodáis! —añadió, mientras él mismo abría la puerta, se agazapaba lo más bajo posible en el asiento y aceleraba el coche en dirección al portón.

Tan pronto como consiguió situarlo razonablemente bien, atravesado frente al portón de los Marchetti, Marco, aún agachado, se tiró fuera del coche e intentó cerrar la puerta para interponer tantas capas como fuera posible entre ellos y las Tommys. No quería correr más riesgos de los necesarios

Al advertir Marco las intenciones que tenía el conductor de los Marchetti, pisó el acelerador a fondo adelantándose a sus rivales para a continuación girar todo el volante y tirar del freno de mano. El vehículo respondió aparatosamente pero su conductor logró que se colocase rápidamente en la entrada obstruyendo la salida del vehículo que había empezado a avanzar sus primeros metros. El júbilo duró sólo un segundo, pues a continuación el vehículo que pugnaba por salir acabó embistiéndoles sin remedio.

Atrás quedó Renzo aislado. No había sido aquel, un acto que pensase en todos, si no que había buscado atacar directamente al que era su objetivo: Carlo Marchetti. Intentó el siciliano rezagado sobreponerse a aquel revés con un disparo de su escopeta pero el retroceso le golpeó más de lo esperado e impidió que acertase. 

No se iba a dejar matar aquel desgraciado al que habían llamado Luca, debía luchar por su empleador pero sin poner su vida en la ecuación, para ello empezó a alejarse al otro lado de la calle, confiando en que cualquier elemento del mobiliario urbano le sirviese para parapetarse: una farola, un contenedor... Cualquier cosa que supusiese la diferencia entre la vida y la muerte. Mientras se alejaba disparó hacia atrás sin fijarse mucho en hacia dónde lo hacía, más por disuadir que por otra razón.

—¡Fuera malditos cazzos!—. Gritó quién se encontraba en el asiento del copiloto, no era Carlo.

Renzo no pudo subir al coche, algo incomprensible puesto que había dejado la puerta abierta aposta y no le había costado ningún trabajo volver deprisa, no le entraba en la cabeza como podía suceder eso con un coche que en los años 20 no era lo que se decía veloz precisamente. Adémas Renzo tenía una agilidad muy alta estando en forma, por lo que doblemente.

Dispara al maletero del coche con un daño tremendo que atraviesa la chapa de mierda por el grandisímo calibre .45 y la excelente puntería que tiene, para que los bidones chorreen, dejando el trabajo listo para que John haga después volar todo por los aires con sus cerillas que ya lleva en la mano.

Y acto seguido se tira al suelo extendido boca abajo totalmente como en las guerras; preparado apuntando; eso le daba poca visión lejana a los enemigos como para poder acertarle y a él toda la visión de campo junto con un apoyo extra en el suelo para seguir disparando su tremenda arma corta. Y es que Renzo iba a ser el horror de sus enemigos en la retaguardia.

La maniobra de Marco con el coche fue arriesgada a la vez que efectiva. Habían logrado bloquear la salida del coche de los Marchetti, aunque a cambio, recibieron un fuerte impacto lateral. 

Marcelo mentiría si dijera que no se asustó tras el impacto. Quedó un par de segundos aturdido. Se hizo daño en el costado, pero no el suficiente como para detenerle. De eso dependía su vida. Agarró con firmeza la tommy y apuntó al asiento del conductor.

Estaba seguro de que el copiloto no era Carlo. No estaba seguro de lo fuera el conductor. La escasa luz no se lo dejaba ver, pero por descarte, era él, estaba casi seguro. De no serlo, si lograba eliminarlo, el auto no se movería de allí y eso que ganaban.

Cuando tuvo a tiro al conductor, concentró los disparos sobre él. A medida que las balas iban abandonando el tambor de la thompson, supo que había hecho unos buenos disparos. Estaba más cerca de salvar el pellejo.

— Muore, demone bastardo! — Gritó.
 

Marco no había sido capaz de salir aún del coche debido a la violencia del choque con el automóvil de los Marchetti, que había hecho que se golpeara la cabeza con el volante. Ahora, mientras su frente sangraba, la visión se le llenaba con una niebla rojiza y su juicio se empañaba en una sensación de calidez que era casi agradable, pudo apreciar que la situación se volvía más tensa por momentos. No había tiempo para pensar en la seguridad, ahora mismo se encontraban rodeados por ambos lados y debían actuar para que la situación se decantase a su favor. Así que Marco, que no tenía unas ideas religiosas demasiado definidas, se encomendó a Dios, a Jesucristo y al señor Panepinto, su particular Santísima Trinidad y confió en salir vivo de aquella. Sin él y sus cuidados, pensó, Nocciola sería una gata triste y abandonada*: ya nadie le compraría su pienso preferido, le cocinaría pollo hervido o cepillaría su largo pelaje canela todas las noches frente a la hoguera. Así que Marco iba a sobrevivir cumpliendo su cometido, aunque tuviera que matar a los Marchettis con las uñas.

Sin bajar del coche, disparó al asiento del conductor del coche rival. Su fría determinación le armaba del coraje y la precisión necesarias para aquella tarea: estaba casi seguro de que el primer disparo había dado justo donde quería. Sin embargo, al disparar de nuevo, se dió cuenta de que algo iba mal. ¿Sería posible? Había revisado sus armas minuciosamente en varias ocasiones. ¡Sabotaje tenía que ser! Era inconcebible... no cabía duda de lo afortunado que era aquel bastardo

-Larguemosnos de aquí- gritó John a sus compañeros una vez vio como impactaban el coche. Sin embargo, el no se movió en ningún momentos. Estaba calmado, esperando por si alguno de sus enemigos asomaba la cabeza. Su tarea era simple. Tender la trampa y cubrir a sus compañeros.

Dicen que cuando un hombre está a punto de morir ve pasar los acontecimientos más importantes de toda su vida. Carlo Marchetti no vio nada en cuanto vislumbró a su enemigo apuntarle directamente a su faz. Por un momento parecía que Marcelo estaba a punto de terminar con la guerra, las balas silbaron y la Thompson gritó, pero quién convulsionó fue el chico de Prizzi al ser acribillado por varias balas que tiñeron de escarlata su traje.

—¡Jódete! —exclamó victorioso el desgraciado que había hablado antes, el copiloto que acompañaba a Carlo. Su cuerpo asomaba parcialmente por el hueco de la ventanilla y su tommy aún humeaba.

La situación tornó en caótica, Ferri disparó contra su propio vehículo acertando al compartimento trasero donde se encontraban los bidones de gasolina, buscaba provocar un incendio que atrapase a los Marchetti. A la vez John Doe se movió, aquel parecía ser el momento que estaba esperando, sacó su revolver del .38 y disparó sin mucha ceremonia dos balas contra el propietario de la Thompson, sin embargo sólo una impactó en la parte alta del abdomen de aquel desgraciado. Una mala herida pero no era suficiente para acabar con aquel cazzo. Sí que sirvió para que el ragazzo cobarde de Don Marchetti se asustase ante la visión de la sangre proyectada, sintiéndose el siguiente objetivo salió atropelladamente del vehículo y empezó a correr hacia atrás para intentar volver a la seguridad de su mansión. 

No era lo que habría querido Marco Rossi, él era más de encarar la situación, sin embargo no parecía de los que les meterían en problemas. Así que optó por terminar de rematar al que había dado tantos problemas. Fue sólo disparo, aunque presionó dos veces, tras mirar el arma confirmó que estaba encasquillada pero aquel único disparo parecía suficiente. Luca apenas veía la situación que se desarrollaba más adelante pero había visto lo suficiente: a su futuro Don correr como una donna en lugar de encarar la situación tal y como habían hecho sus camaradas caídos. Arrojó su arma y se arrodilló alzando sus brazos en señal de derrota.

Sólo quedaba Carlo

Con pistola en mano John observó rápidamente la escena y dirigiéndose al chico que se rendía dijo -Eres listo, así que ahora muévete y saca a mi amigo del auto. Supongo que tendrás experiencia atendiendo a otros. Ahora su vida es la tuya.

Renzo intenta disparar si alguien escapa e intenta auxiliar a su compañero Marcelo.

Marco dirigió una mirada vacua al cuerpo maltratado de su compañero Marcelo y supo que no podía hacer nada por él. Parecía un guiñapo ahí tirado a su lado, en un charco de su propia sangre, a Marco le recordaba a su padre y, como aquella vez, no había nada que pudiera hacer. Así que, con un encogimiento de hombros, arrojó la pistola inservible* a los pies del asiento del copiloto, cogió la lupara y, con una serenidad que hacía que sus movimientos pareciesen lentos, herido de bala y con la sangre goteando desde la frente, abrió la puerta del coche y salió tras Marchetti.

Iba a poner punto y final a esto ahora.

Atravesó el patio de la mansión Marchetti con largos pasos. Había algo en su rostro, había algo en sus ademanes, que hacían que pareciera envuelto en un aura peligrosa. Marco emanaba violencia a su alrededor, y las manchas de sangre en su traje por lo demás impecable, lejos de romper el hechizo, lo sublimaban. La lupara chasqueó un par de veces mientras Marco la revisó rápidamente para evitar nuevos incidentes. Los zapatos impecables golpeaban rítmicamente el suelo. Y la mirada, aquella mirada carente por completo de sentimiento solo presagiaba muerte. Una muerte implacable y eficiente para el afortunado bastardo que tantos problemas les estaba dando.