Partida Rol por web

Jules paro en seco el coche haciendo un ruido molesto. Él jodido puente estaba trancado. Y no le iba a quedar más remedio que mover los coches a mano.

Y no tenia tiempo que perder, y además el residencial estaba lleno de aquellos monstruos asesinos.

Dejo su coche lo más cerca que pudo y se bajo. Cogio su martillo y se acerco a la ventana del conductor del coche granate, comprobó si la puerta estaba abierta, sino pensaba romper el cristal directamente.

Quitar el freno de mano que estaba debajo del volante y empujar aquel trasto para quitarlo de allí. 

Una vez aparcaste delante de los dos vehículos cogiste tu martillo y notaste que tu mano temblaba ligeramente*. El caso es que te bajaste de tu vehículo y tu intención era la de retirar uno de los coches. No hizo falta romper ninguna ventana ya que las puertas de ambos vehículos chocados, pues estaban abiertas. Miraste bien dentro del asiento del copiloto y en la parte trasera. Allí no había nadie: los ocupantes del interior debían haberse marchado. Tampoco había ningún rastro de sangre como en casa de los Tannen.

Después apretaste el botón del freno de mano y lo quitaste. No debía ser muy difícil retirar aquel coche granate puesto que era un utilitario bastante más pequeño que el tuyo, incluso. Tras oir el chasquido del freno de mano, diste un paso hacia atrás para ver y pensar cuál era la mejor forma de retirar el coche (hacia delante, hacia atrás, empujándolo tú mismo, haciendo presión con tu propio coche...).

Y mientras estabas analizando estas posibles opciones oíste un traqueteo. Era un sonido muy común: alguien que corría. Parecía golpear muy fuerte sus pusadas en la vía, y enseguida te diste cuenta de que el par de zancadas que llegaban a tus oídos en realidad eran cuatro pies caminando a la carrera hacia ti. ¡Alguien corría hacia ti!

Miraste a un lado y al otro y por el mismo lugar por el que habías venido, es decir, las viviendas del propio residencial, dos tipos se aproximaban por la avenida y querían echarse violentamente sobre ti, ¡¡y quién sabe si morderte como tu vecina Meredith!! ¡Si querías huir de allí tenías que darte prisa en retirar el vehículo granate! A no ser que no te importara confrontar con un par de humanos cuyos rostros se caían a pedazos y cuya piel estaba ensangrentada.

Había que quitar aquel coche de ahí y había que hacerlo ya. Agarre el bastidor de la puerta y empece a empujar con fuerza para quitarlo del en medio. La desesperación me podía.

No sabia cómo podía estar pasando esto. Era una autentica pesadilla. Y lo peor de todo, es que no conseguías que aquella cosa se moviera.

Tus ojos solo podían mirar horrorizados cómo aquellos tipos corrían hacia ti. Venian en tu busca. Iban a atacarte. Porque, porque a ti. Tu mujer te necesitaba. Y no eras capaz de empujar un coche.

Las lagrimas empezaron a brotar y correr por tus mejillas, mientras te ponías rojo de esfuerzo, y aquello no se había movido

Había que salir huyendo, era la única opción, huir. 

Jules miro a los lados a quién podía pedir ayuda. Nadie, estaba solo. Dónde estaba la policía cuando se la necesitaba.

Se subió a su coche, ya los tenia casi encima, y no quería que llegaran a tocarlo. Miro por el espejo retrovisor, venían por detrás. Tiro de la palanca de cambio de marcha y puso la marcha atrás y empezó a acelerar mientras dejaba puesto el freno de mano.

En cuanto los tuviera pegados al coche soltaría el freno de mano, y buscaría otra manera de salir de allí, porque de momento solo había dos “caminantes”, pero estaba seguro que llegarían mas. Los problemas nunca venían solos.

Y el mundo se acababa de volver completamente loco.
 

Tras montarte en tu coche, comenzaste a acelerar con la marcha atrás colocada. Eso sí, el freno de mano estaba puesto, por lo que las ruedas comenzaron a emitir humo de desgaste; lo estabas preparando a conciencia: en cuanto estuvieran a tu altura soltarías el freno de mano y el coche se arrastraría hacia atras... atropellando a aquellos dos seres.

Cuando estuvieron justo detrás del maletero y soltaste el freno de mano, tu coche dejó de quemar rueda y se movió hacia atrás atropellando a los dos tipos. El vehículo se elevó en el aire y sentiste el impacto y cómo quedaban los dos bajos las ruedas. Cuando tuviste visibilidad, viste delante de tí, tirados en el asfalto junto al puente, a los dos "caminantes" destrozados. Les habías hecho papilla. Entonces tragaste saliva, pusiste la primera marcha y giraste el volante. Era hora de salir de allí.

Tras un buen rato conduciendo, tu idea era buscar otro acceso para salir de la urbanización. Lo cierto es que no había ninguna otra, aunque sí recordabas una pequeña montaña de rocas colocadas al comienzo del mismo para hacer la ilusión de que el río nacía en ellas. Estaba en la otra punta de la urbanización, no muy lejos de tu casa. Evitando ir por tu propia calle, diste un rodeo y te encontraste a lo lejos con más Caminantes que iban y venían, unos andando y otros más despacio. Vagaban sin son ni ton, y no sabías a qué se debía ese incorregible comportamiento. Aún pensabas en las noticias y en Candance mientras conducías.

Tras unos minutos llegaste al pequeño cerro donde, en su parte superior, había una catarata de agua, en un bonito salto sobre unas rocas en artificial forma de escalera, y algunos matorrales. Todo ello no era un bello accidente del paisaje, sino uno de los atractivos del residencial Holmes: la catarata Holmes. El arquitecto se debió quedar agusto, pues la recreación era impresionante. La vía en la que estabas estaba ahora a la altura de las rocas donde caía el agua. Atravesarlos era meter las ruedas por cada peñasco húmedo, y aguantar el avance del agua. Sin embargo, una vez vadeado, al otro lado se veía la carretera externa a la urbanización, que comunicaba directamente con Derryhall. Tal vez mereciera intentarlo, a pie o en coche.

Jules se paro, dejo el motor encendido y miro durante unos segundos la catarata. Se le estaban secando las lagrimas en las mejillas y los ojos. No sabia que pasaba, su mujer estaba en peligro, y había atropellado a dos personas. Puede que fuera necesario, pero los había atropellado.

Y seguía perdiendo el tiempo.

Arranco de nuevo y condujo con miedo todo el camino, esperando que otra desgracia se cerniera sobre sí mismo. Pero el flujo de agua era menos intenso de lo que pensaba y al final llego hasta el otro lado.

Respiro, respiro rápido varias veces. Estaba fuera, pero, cuando encontrara a Candance, a dónde iba a ir. Su casa, su barrio, era el mismísimo infierno. Su vida se le escapaba entre las manos. Maldita sea.

Tras atravesar con tu vehículo las rocas por las que fluía el agua sin dejar de pensar en Candance y sin dejar de pensar en las dos personas que acababas de atropellar minutos antes, las ruedas de tu coche tocaron la cuneta de la carretera del otro lado. Ya habías dejado atrás, en ese mismo punto, la urbanización. Te temblaban aún las manos, pero la idea de recuperar a tu esposa era mas grande que ninguna otra cosa en el mundo.

Sin más dilación, avanzaste acelerando con precaución, pues habia un pequeño trecho hasta Derryhall, alrededor de un kilómetro o algo más. El asfalto se dibujaba entre cerros repletos de arbustos y arboles altos. Dejando ya atrás todo el conjunto de viviendas, conducida ahora por la via de dos sentidos atravesando un bosquecillo que no te dejaba ver más allá. De nuevo, una sensación de angustia (otra más) comenzó a invadirte rápidamente, aunque tal vez fuera pura sugestión.

Había salido, pero sudaba, o tiritaba, no estaba seguro. No, estaba temblando, y sentía nauseas.
Mientras discurría la senda, intento calmarse, empezó a respirar rápido y estaba a punto de hiperventilar. Se le ponía visión de túnel y dio un volantazo.

Por suerte no había nadie en la carretera, aquel susto le hizo aminorar la marcha. Y centrarse. No podía palmarla en un triste y penoso accidente de tráfico. No hoy, no cuando Candance estaba en peligro.

Respiro hondo y con rabia y se centro en la carretera. Algo estaba mal allí también. Porque no había gente huyendo. O alguien que estuviera buscando a su familia. Desde que despertó no se había encontrado con nadie. 

Tras los momentos de agobio conduciendo, un rayo de esperanza impactó sobre tí. Tras mirar por el espejo retrovisor viste una figura cuadrúpeda correr detrás del vehículo, por la carretera. ¡Era Travis! El perro debía haber avistado tu coche, lo habría reconocido y ahora corría tras de él, tras de tí. Sin embargo, pese a que no ibas muy deprisa, el can no podría seguir tu ritmo mucho tiempo, ni tampoco alcanzarte así como así.

La alegría acudió tan rápido y tan fuerte, que casi vuelve a llorar. Dejo que el coche perdiera paulatinamente potencia y velocidad.

- Bien hecho chico, eres un campeón.-

Se movió y le dio al botón de abrir el maletero para que Travis pudiera entrar de un salto, y dejo que el coche rodara en su primera marcha para poder seguir a por Candance.

Viendo como su “mejor amigo” corría hacia él, sano y salvo. 

Aminoraste las marchas y velocidad del coche. El botón del maletero hizo que éste se levantara en pleno trayecto, y Travis corrió tras de tí aún más rápido. Segundos después, con un rápido impulso desde el asfalto, el can saltó y se coló en el vehículo. El maletero volvió a cerrarse. Sentiste un rayo de esperanza al recuperar a tu perro. Después Travis se tumbó en el maletero, cansado de la carrera.

Entonces seguiste conduciendo.

Las curvas iban y venían; aparecían tras una señal y toda la vía estaba desierta: no te estabas encontrando con ningún vehículo ni ningún corredor o senderista en tu trayecto. Los altos árboles pasaban a tu lado, como una columna de troncos que tratabas de superar. Eso sí, cada vez olías con más intensidad un olor a quemado, a incendio, bastante importante. Seguramente tuviera que ver con las columnas de humo sobre Derryhall, seguramente hubiera allí un incendio a causa de esas extrañas noticias que habías visto por televisión...

El caso es que estabas a punto de dejar atrás el bosquecillo que recorrías, y a punto estabas de tomar un pequeño y último trayecto hasta el pueblo (un tramo de unos 400 metros), cuando viste que en mitad de la calzada, todavía lejos de tu posición, había dos personas. Una estaba tendida en el asfalto, y otra encima de ella. A medida que te acercabas te temías lo peor. El caso es que cuando estabas lo suficientemente cerca de la escena, supiste que la persona que estaba abajo (una joven) estaba siendo atacada por la otra... que no era sino otra de esas criaturas ensangrentadas. La muchacha pataleaba, forcejeando contra la criatura...

Aminoro pero sin llegar a detener el vehículo y empiezo a tocar la pita de manera insistente, haciendo todo el ruido que pueda, a ver si por casualidad el agresor deja a la chica y me sigue.

Dejo el coche en primera y voy maniobrando para pasar a unos metros de distancia del borde de la carretera, mientras en mi mano izquierda aprieto el martillo con fuerza.

Si se acerca, bajare la ventanilla para golpearlo. Ojalá eso sirva, pues no podía perder tiempo, su mujer era la que realmente necesitaba ayuda.

Pero esa chica, fuera quien fuera, podía ser la mujer, o la hija de alguien. Solo esperaba que la distracción fuera lo suficientemente buena para que el atacante la dejara en paz. 

La criatura estaba centrada en la chica. Conduciendo en primera giraste un poco para bordear la escena de la agresión. El martillo con fuerza quedaba en tu mano. Tras bajar la ventanilla, comprobaste que la criatura no dejaba de forcejear violentamente, y también la joven. El ser tenía el rostro ensangrentado, y una gran dentellada entre el cuello y la espalda (con un prominente desgarro de carne y camisa, al mismo tiempo). Rugía mientras forcejeaba y la chica gritaba. Al verte al lado te pidió ayuda, a base de gritos. "¡Ayúdameee!", "¡Ayuda!", eran sus clemencias para contigo, mientras pataleaba a la bestia. El ser no respondía ante tu insinuación, pues su presa inmediata era ella.

Por cierto, la reconociste enseguida: era Anne Hammilton, la mayor de los Hammilton, cuyo padre, George, presidía la asociación vecinal del residencial Holmes. Travis se percató también de la situación, se levantó en el maletero y comenzó a ladrar al agresor desde dentro del coche.

-Vale, así que no te intereso. Perfecto. Mejor para mi.-

Se dijo a si mismo, paro el coche, y se bajo martillo en mano para descargar un golpe por la espalda contra la criatura. Porque aquello no merecía llamarse persona.

Procure no centrarme en la chica. Si me despistaba esa cosa podía atacarme, y lo que necesitábamos era reducirlo…. matarlo.

O dios. Matarlo. Era justo y necesario. Rezo por dentro. 

Te bajaste del coche y golpeaste a la criatura en la espalda. El crujido de las pútridas vértebras te produjo asco y escalofríos al mismo tiempo. 

Daño: 2 (tanto al ataque como al daño has olvidado añadirle el bonus de FUE) ;)

El ser dejó de forcejear con la chica y entonces se giró sobre sí, fijando ahora su atención sobre tí. El impacto pareció no dolerle, pese a que ahora tenía un aspecto algo peor. Anne Hammiltón se levantó como pudo, aterrorizada, y echó a correr avenida arriba, dirección residencial Holmes (de donde tú venías...). El caso es que el zombie se echó contra tí, con los brazos por delante.

- Anne entra al coche. El residencial esta perdido.-

Dijo al ver a la chica correr, aunque no tenia claro que fuera a hacerle caso.
Él la ayudaba, pero seguramente aquella cria saliera corriendo y lo dejara en la estacada con aquel engendro de las tinieblas. 

Tenso el brazo y sin querer hizo lo mismo con la mandíbula, atacando con el martillo con una mueca espantosa en la que enseñaba los dientes como si fuera un loco. Pero aquella cosa resistía como si no sintiera dolor alguno. 

Pese a que no lograste golpear con tu martillo, la criatura abrió sus fauces y se desequilibró antes de lanzarse siquiera contra tí. Mientras tantos, la joven de los Hammilton ya corría vía hacia atrás, por el asfalto, ignorando completamente tu disposición para con ella. Travis seguía ladrando dentro del coche.

- ¡Déjame!.-

Dijo al tiempo que volvía a lanzar un martillazo a la cabeza del engendro. Y daba un paso atrás, aquella cosa puede que no fuera un artista marcial, pero estaba claro que era peligroso.

Si le enganchaba o lo tiraba al suelo, Jules estaba perdido. Y dudaba mucho que la chica que estaba corriendo volviera para siquiera darle las gracias.