Partida Rol por web

Si bien Paquito era un chaval aplicado para los estudios y esas cosas, no era demasiado hábil socialmente. El Andoba se maldijo a sí mismo por no haber caído en eso. ¡Pero si soy yo el que le he metido en este lío!

Guardándose el walkie, Andrés se apresuró a entrar en la tienda mientras les guiñaba un ojo al resto. Trató de entrar en la tienda disimulando y se acercó a Paquito.

—¡Vaya, Francisco! Veo que me has pisado la idea para el trabajo de clase. Por qué no me dejas a mí con el señor Besug… con el tendero. Tú puedes preguntarle a mis padres, que a ti seguro que no te acusan de inventarte el trabajo —dijo dándole con el codo a su compañero.

No había sido su mejor trola. Estaba seguro de que su respiración era entrecortada, que había titubeado y que miraba demasiado fijamente a los ojos del Besugo —gran error—. ¿Qué debía hacer? ¡Tenía que pensar algo y rápido!

—Sé que hemos empezado con mal pie, pero yo sé bien lo que es trabajar detrás de un mostrador y lo duro que resulta. Una vez entró un chino en la tienda diciendo que quería "un calzón de Nadal" y pensamos que quería un "Bañadol"*.

No era el más gracioso de su repertorio, pero en aquella situación era lo mejor que se le ocurría.

El tendero se quedó mirando fijamente al recién llegado. Durante unos incómodos segundos todos permanecieron en silencio. Y entonces ¡el hombre se rió! Nadie en su vida había visto al besugo esbozar una sonrisa y mucho menos reírse. Y a lo mejor casi era mejor así porque aquella risa era muy inquietante, como si esa parte de la cara no estuviera diseñada para ello. Además el ruidito que hacía sonaba más a gorgojeo de alguien ahogándose que a una risa normal.

Daba igual. Como si se reía poniendo los ojos en blanco. ¡Había funcionado!

—A ver niño, ven por aquí que te voy a enseñar la cerámica de Sargadelos. ¿Tienes las preguntas?

La entrada de Paquito no había sido la mejor pero ni loca pensaba ir a secundar el engaño, porque eso la dejaría fuera casi automáticamente de subir al piso de arriba. Pero El Andobiña se ofreció para ayudar sin que nadie se lo pidiera, ¡qué máquina el tio!

Así que se quedó allí, mirando como actuaba, y abriendo los ojos como platos cuando vio, sorprendida, que la mierda de chiste que había contado a la desesperada había funcionado. ¡El Besugo se estaba riendo!

-Flipa en colores, Yule. Pues ¿no que se lo acaba de tragar? ¡Funcionó! El Andobiña se lo va a tener creido todo el verano, ¡madre la que nos espera escuchando sus chistes!

Conforme vio que el tendero se alejaba del mostrador y por ende de la puerta, se volvió hacia Yule y Juan- ¡Andando! Es nuestro turno. Ya sabéis entramos y vamos por el lado contrario al que ellos van y en silencio, ¡que no nos vaya a pillar! Y a ver si Paquillo puede escaparse y unirse a nosotros. ¡Vamos! -exclamó antes de echar a andar hacia la entrada de la tienda.

-Sssssí, venga vamos. No podemos perder el tiempo... porque este señor no sé hasta cuando dejará su tienda sin vigilar. - Dice Yule dejando que su amiga pase delante con decisión.

Un par de minutos después de la entrada del Andoba veo, con gran sorpresa que consigue separar al Besugo del mostrador y llevarlo hasta el expositor de los cacharros de Sargadelos.

Sorprendido miro a las chicas. Cuando Güen comienza  a moverse camino detrás de Yule y sin hacer ruido ni llamar la atención me cuelo en la tienda, yendo para el lado opuesto de donde se encuentran Andrés y Paquito.

La pandilla no parecía dispuesta a perder la oportunidad y mientras el Andoba entretenía al tendero se lanzaron al interior de la tienda sigilosamente. Paquito, que en un primer momento había quedado descolocado por la intervención de su amigo, se apresuró a unirse al resto del grupo.

Por suerte para ellos el Andoba estaba desplegando todo su encanto y verborrea, tirando del ego del besugo para que le explicase todo lo habido y por haber de la colección de Sargadelos. Y la cosa estaba resultando tan bien que ni siquiera tuvieron que preocuparse cuando uno de ellos trastabilló en la escalera¹, porque el tendero estaba ensimismado respondiendo a la improvisada entrevista.

Los chavales subieron con rapidez y se encontraron en otra planta igual a la inferior, repleta de estanterías, lámparas, estatuas decorativas para interiores, algunos muebles. Aquello era un laberinto de decoración de interiores, el lugar donde las actuales generaciones se entrenaban para lo que en un futuro serían los IKEAs y mazmorras de más alto nivel. Les extrañó no ver ninguna escalera a la tercera planta. En lugar de ello vieron una puerta cuyo cartel ponía claramente 'despacho', otra que no tenía ningún tipo de letrero y la puerta plateada de un ascensor en la pared del fondo. Resultaba extraño que hubiera un ascensor en un lugar como aquel. Un montacargas habría sido más comprensible pero ¿un ascensor tan moderno en la primera planta? ¿por qué no llegaba hasta el bajo?

También vieron una sombra que se movía entre las estanterías por el medio del local. ¿Un comprador? ¿O un vigilante? Los pequeños se quedaron pensando en que no se habían preocupado nunca de pensar si habría más gente trabajando en el local. Siempre se hablaba del hombre besugo pero ¿y no podría ser que tuviera otros dependientes? Después de todo el sitio era muy grande.

—Shhhh —Gritó Paquito en un susurro intentando llamar la atención de sus compañeros de fechoría—. Vamos a subir, hay que subir acordaos —. Agregó señalando al aparato elevador.

Estaba francamente muy nervioso ante la perspectiva de que les cazasen en medio de aquel acto impropio de lo que se esperaba de él. Y aquella sombra que se insinuaba en la lejanía no era para nada halagüeña, así que debían ponerse en marcha cuanto antes y hacer que aquello mereciese la pena.

La gesta de la que se jactaba el americano era de haber sido capaz de subir al nivel superior, lo tenían al alcance de su mano... Tan sólo quedaba agarrarlo. Así que acercó su pequeño dedito al botón y pulsó ahogando la respiración.

Para sorpresa —y decepción— de Paquito ¡aquel ascensor tenía una cerradura encima del botón! Era como los que había visto en algunos edificios que tenían llave para ir al garaje.

El Andoba fingía atención mientras, por el rabillo del ojo, veía subir a sus compañeros por las escaleras. ¡Lo habían logrado! Ahora el problema era parar la repentina verborrea del hombre besugo. De hecho le estaba costando prestar atención porque había algo raro en la forma de hablar del tendero. ¿Qué era exactamente? No estaba seguro pero notaba algo que le incomodaba, aunque no pudiera determinar el qué¹.

El Andoba seguía dándole palique, escuchando y dibujando gatitos mientras hacía como que tomaba algún apunte y asentía con la cabeza. Como la situación empezaba a mosquearle, aguzó el oído. Por el walkie no parecía llegarle nada y empezaba a quedarse sin anécdotas y sin paciencia.

Mientras seguía observando al besugo se dio cuenta de una cosa desconcertante.

No parpadeaba. Ni una maldita vez. Seguía hablando con esa voz pastosa y monótona sin parpadear en ningún momento, con la mirada fluctuando entre el Andoba y la cerámica de Sargadelos pero sin cerrar los ojos para nada. Aquello era siniestro, sin duda, ¿qué le pasaba a aquel tipo en los ojos?

Entonces sonó una voz en la entrada:

—Oye, ¿me puedes enseñar un juego de chupitos para una boda?

El tendero se calló repentinamente, como si le hubieran dado a un interruptor, y fijó su mirada impertérrita en el mostrador donde una señora¹ esperaba haber captado la atención del tendero. Asintió sin contestar nada y le hizo una seña al Andoba de que esperase allí mientras atendía a la cliente recién llegada.

Andrés aprovechó la oportunidad para darle esquinazo al Besugo, examinando sus posibilidades de éxito. Tenía que huir de aquella verborrea. No parecía haber moros en la costa y sus compañeros ya debían estar arriba. Se alejó un poco de la zona de Sargadelos y empezó a acercarse a la escalera, comprobando en todo momento que no le veían.

—Chicos, voy a subir. El Besugo está distraído —le susurró al walkie mientras trataba de ocultarse—. ¿Todo bien por ahí arriba? Cambio*. 

Si le pillaban siempre podía decir que había encontrado algo chulo en alguna otra estantería. Mientras se acercaba con cuidado a la escalera, comprobó si el tendero seguía atendiendo a la clienta. ¿No había dicho que quería ver juegos de chupitos? Había visto algunos por los enormes escaparates, pero se preguntó si se acercarían a la zona donde habían mantenido la entrevista. Apresurándose, buscó con la vista algo en lo que fijar su atención y que le sirviese de "tapadera".

Al darse cuenta Paquito de que el ascensor se encontraba cerrado, Juan centró si atención en la puerta que estaba marcada como “Despacho”.

- Si hay una llave, debe estar ahí. – susurró a sus compañeros.

Se acercó lentamente indicando silencio llevándose un dedo a los labios.

Intentó abrir levemente la puerta, sólo una rendija.

-Podríamos dividirnos- les propone Yule mirando la puerta sin ningún letrero. Realmente mientras les está haciendo la propuesta ella ya había tomado la decisión y estaba agarrando el pomo de la puerta dispuesta a descubrir qué de escondía detrás de esa misteriosa puerta.

-Sólo necesitamos abrirla un poquitín....

Descubrir que el botón no funcionaba le atenazó al chiquillo que buscaba tocar cuanto antes la pared de su destino y volver corriendo en cuanto sintiese la explosión de adrenalina. Pero ahí estaba, en medio de ninguna parte y con el riesgo latente de que aquella sombra les cogiese a todos con la guarida baja.

Entonces vio cómo su compañero había tomado la iniciativa, estaba dudando y aquellas dudas no eran buena.

<vamos rápido> parecía estar diciendo con gestos mientras se asomaba por el hueco de la escalera temiendo lo peor.

Y, de repente, cada uno tiró para un sitio. Güen se quedó agachada delante del ascensor, mirando la cerradura en la que debería entrar la llave mágica.

-¡Jo, que cagada! que cosa más rara. ¿Para qué sirve aquí un ascensor?

Vio como Yule tiraba para la puerta sin letrero, Juan tiraba para investigar el despacho y, Paquito, con cara de circunstancias estaba sin saber qué hacer.

-Vigila el ascensor, Paquito. Si se mueve, avisa. Voy a ver quien es el que está en esta planta... no me fio... -le dijo a Paquito en voz baja antes de comenzar a andar sigilosamente hacia donde había visto la sombra por última vez.

Paquito se había acercado a las escaleras para echar un ojo por el hueco de la escalera en el mismo momento en que el walkie resonó con la voz del Andoba:

—Chicos, voy a subir. El Besugo está distraído —le susurró al walkie mientras trataba de ocultarse—. ¿Todo bien por ahí arriba? Cambio.

Y efectivamente desde arriba Paquito pudo ver como su compañero se deslizaba entre las estanterías aproximándose a las escaleras. Pero el Andoba estaba tan atento estaba a los movimientos del tendero —que estaba atendiendo a una clienta en el escaparate— que no se fijó en un cubo de fregona que había cerca de las escaleras¹. Chocó con él haciendo bastante ruido aunque, por suerte, sin llegar a derramar el líquido. Aún así el ruido alertó a los dos mayores que se volvieron hacia donde estaba el muchacho. El Andoba, rápidamente, se puso a mirar unos peces globo disecados que hacían las veces de figuritas, como si aquel desplazamiento tuviera que ver con la curiosidad que le suscitaban. El tendero se quedó un momento mirándolo con esa mirada fija, eternamente sorprendida, pero la mujer volvió a llamar su atención para que siguiera enseñándole juegos de chupitos del escaparate. En ese momento el pequeño aprovechó para lanzarse a la carrera escaleras arriba. Lo malo es que el Besugo, cuando acabase de atender a la cliente, podría haberse dado cuenta de hacia donde pretendía ir.

Mientras tanto Juanillo estaba entreabriendo la puerta del despacho. Le sorprendía bastante el calor que se desprendía allí dentro pero no podía ver nada porque estaba a oscuras. Oía, eso sí, un continuo bleep bleep como si un despertador electrónico estuviese pitando de forma insistente. ¿Se atrevería a encender la luz para ver que había en el interior?

Yule por su parte intentó abrir la otra puerta pero comprobó que estaba cerrada con llave. Notó un olor raro y desagradable al otro lado pero no pudo identificar de que se trataba, aunque le recordaba a algo conocido².

¿Y Güen? Pues la pequeña rebelde se había desplazado lo más sigilosamente posible por entre las estanterías de la segunda planta para localizar a quien quiera que vagase por entre las estanterías. Por desgracia aquel sitio era una trampa repleta de cachivaches contra los que tropezar y en su avance tiró un par de caretas de carnaval que colgaban del lateral de un expositor³. El ruido hizo que la conversación que se escuchaba abajo entre el tendero y la mujer que compraba se detuviese.

¿Y la figura de entre las estanterías de la planta superior? Güen y los demás la habían perdido de vista. ¿Dónde se había metido?

Paquito seguía vigilando las escaleras desde una esquina del pasamano. Desde donde estaba podía ver como el tendero parecía debatirse entre subir a ver que pasaba arriba o terminar de atender a la clienta.

La oscuridad y el calor que reinaban en el despacho sorprendieron a Juan. Además el continuo sonido zumbante de un ¿despertador? se instaló en su cerebro impidiéndole pensar con claridad durante unos instantes. 

Si al menos no estuviera tan oscuro – pensó Taju para sí mismo.

¡Un momento! La oscuridad no era problema. Juan rebuscó en sus bolsillos y extrajo una linterna¹ que siempre llevaba con él.

¡Sabía que algún día sería útil! – con una inmensa sonrisa de satisfacción, Juan prendió la linterna e inspeccionó el despacho, buscando el origen del sonido.

—Creo que no tenemos mucho tiempo —anunció el Andoba tratando de controlar su respiración. El corazón le latía desbocado—. El Besugo todavía está distraído con la clienta, pero no creo que tarde demasiado en adivinar que he subido por las escaleras. ¿Habéis encontrado ya algo?

Gúen se encogió al sentir como se enganchaba algo en su espalda y, segundos después, caía al suelo rompiendo el silencio reinante.

Cerró los ojos sin querer y sus oídos se afinaron intentando descubrir algún sonido que le dijera que alguien subía por las escaleras o que el desconocido al que intentaba localizar venia corriendo hacia ella. Tardó un par de segundos en volver a abrir los ojos y mirar a un lado y a otro del pasillo en el que andaba, para finalizar mirando al suelo y descubrir dos preciosas caretas venecianas rotas en mil pedazos.

-Mierda...mierda...mierda... muy bien hecho Güen... me cago en todo lo que se menea, como dice papá. ¡Que nos pillan, tonta! -se dijo a si misma cuando consiguió tranquilizarse.

¿Donde estaba quien quiera que fuera quien estuviera allí? ¿Para donde correr y alejarse de aquel estropicio? Volvió sobre sus pasos hasta el último cruce de estanterías y se asomó para ver si venía alguien en busca de lo que se había roto. Le extrañó que ya no hubiera ningún mayor allí regañándole y llamando al tendero para que pagaran el desastre.

Si no descubría a nadie en aquel cruce de estanterías, cogería el siguiente pasillo y seguiría su búsqueda. ¡Tenían que tener localizado a esa persona para poder esquivarlo!