Partida Rol por web

El miedo que tenían de que alguien se enterara de lo sucedido, hizo que el propio Pedro me acompañara al lugar donde supuestamente vivía la criatura llamada Herensugue. Mejor ir acompañado que solo, y más por la noche. No es que creyera en cuentos y leyendas, pero en el bosque había otros peligros reales y tangibles, como bandidos o lobos.

-"Perfecto, le agradezco que me guíe usted. Y señora, no se preocupe, estaremos de vuelta en unas horas." La dije para tranquilizarla.

Salimos de la choza y enfilamos hacia la linde del bosque, que estaba a poca distancia de la parte de atrás de la casa. Una vez allí, anduve detrás de mi guía, internándonos en la espesura. De momento había luz, pero podía hacerse de noche enseguida, por lo que había preparado un pequeño candil para encenderlo cuando fuera menester. Al cabo de un rato llegamos a donde Pedro aseguraba que moraba la criatura mítica.

-"¿Una cueva, dices? Encaminémonos hacia allí para echar un vistazo. Si le soy sincero, no creo en las leyendas sobre criaturas imaginarias, pero sí en pérfidos hombres que son peores que bestias. A esos son a los que hay que tomarse en serio. Pienso que la desaparición de su hija se debe más a la acción del hombre que de un cuento." Le dije serio. -"Y dígame, ¿su hija conocía a Nerea? La otra chiquilla desaparecida. ¿Sabe si eran amigas?"

Esta parte del bosque se tornó más tupida, más difícil de traspasar. Los árboles se arremolinaban unos contra otros formando auténticos muros de madera. El paisaje era espectacular, prístino, sin haber sido mancillado por la mano del hombre en su sed de conseguir recursos.

Pedro no dijo nada ante tu postura con respecto a los cuentos de las leyendas. Aquellas gentes tenían muy arraigadas estas costumbres y leyendas, y muchos las creían "a pies juntillas". Marchábais a buen paso, tú con una antorcha preparada*, y mientras charlábais sobre el tema.

Sí, las dos tienen la misma edad... catorce -añadió-. Se conocían, todos en la aldea nos conocemos. No sé si mi hija sigue viva o si por el contrario... -entonces, Pedro se detuvo, tanto de palabra como sus pasos-. Delante de vosotros, a unas diez varas, apareció entre los árboles de apretado bosque una figura femenina e incorpórea, como si le faltaran las extremidades de abajo, pues éstas eran como translúcidas... La figura está de espaldas y completamente desnuda, aunque enseguida se giró y pudísteis ver todas su vergüenzas.

¡Ne... rea! ¡La muchacha! -exclamó petrificado Pedro, cuyos ojos estaban abiertos y sus piernas paralizadas por el terror-.

El rostro de aquel ser era hermoso, pero estaba cubierto por una especie de sudario transparente y vaporoso. El cuerpo mostraba síntomas de descomposición y espectrales ejércitos de larvas comenzaban a recorrerlo y devorarlo con avidez. La joven presentaba claros síntomas de tortura y de su vagina fluía un gran sangrado...

Así que las dos desaparecidas tenían la misma edad y eran amigas, interesante. Si pudieras saber la edad de las anteriores desapariciones sería un buen dato para la investigación. Mientras andábamos, iluminados por la antorcha que portaba y por los últimos rayos de sol que se filtraban por las copas de los árboles, no dejaba de plantearme preguntas, escuchando a Pedro algo ausente. Al notar que se callaba de repente, me paré yo también y le miré. Al verle mirar despavorido al frente, torcí la vista para mirar en la dirección que marcaba su aterrada mirada.

Delante nuestra apareció el espíritu o fantasma de la primera chica desaparecida. La visión de la misma era horripilante, así que tuve una arcada que me hizo apartar la mirada. Pero pasó en un momento, por lo que volví a mirar en aquella dirección. No creía en estas cosas, pero ante mi había una aparición... ¿o sería fruto de mi mente? Me fijé bien en los detalles de la joven, para ver bien cómo había fallecido. Todo apuntaba a que había sido violada y torturada. Quizás su alma atormentaba se nos aparecía para darnos alguna pista de dónde estaba su cuerpo y que recibiera sepultura cristiana. Quería hablar o moverme, pero mis músculos estaban paralizados y mi boca petrificada en un rictus cadavérico. Al final, pude articular alguna frase entrecortada.

-"¿Eres Nerea? ¿Has aparecido ante nosotros para ayudarnos en la búsqueda de Ortatxu?" Dije tartamudeando.

Como se moviera un solo metro en nuestra dirección, creo que mis pies decidirían darse media vuelta y correr de vuelta a la aldea, como alma que lleva el diablo.

Nada más hablar con la chica, ésta levantó su cabeza un poco, mirándote fijamente. Aquella mirada te recordó algo, algo que aprendiste en uno de tus viajes tiempo ha (un cuento de mala muerte). Por lo visto, quien te habló de las distintas ánimas de la comarca pronunció el nombre del "Itzugarri", o "ánima erratu", que no eran sino los aparecidos y las ánimas en pena de la zona del Norte de Castilla y Navarra, cuyas muertes no fueron sino violentas, por lo que vagaban por los caminos, cerca de la noche, por no haber cumplido algún tipo de promesa en vida hasta que alguien lo cumpliese por él.

Pero lo que más te inquietaba, y así lo recordabas, era que una vez producido un encontronazo con éstos seres, era necesario utilizar una fórmula correcta antes de charlar con él (si es que uno tenía los reaños necesarios para ello): “Zazpi eztatuz ez adi alde, eta aurreti” (“No te acerques más de siete estadios, y quédate delante”).

Aquellas palabras eran el preludio de tus preguntas. Las dijiste rápido, por lo que pudiera pasar (y es que la sugestión en aquel lugar recóndito y casi al anochecer no animaban demasiado a envalentonarse). 

Y cuando pronunciaste las palabras "mágicas", el espectro de Nerea te contestó, aunque no directamente, sino con una sentencia muy firme, pero a la vez muy clarificadora.

Necesito venganza -comenzó-: tendréis que matar al hombre que me violó y proteger la vida de Ostatxu...como otros ya hacen.

Y después desaparecerá sin más. Pedro estaba quieto como una presa esperando que su captor pasara de largo. 

Aunque estaba totalmente petrificado del miedo, el coraje ganó la batalla y logré recordar una frase que debía de decirse ante estos entes. Una vez dicho, el ánima de Nerea me respondió, con una voz sobrenatural que me puso los pelos de punta y que nunca olvidaría para el resto de mi vida. ¡Venganza! Ese sentimiento tan humano y que hasta los muertos sentían. El ente desapareció de nuestra vista tal como apareció.

-"¡Espera! ¿Quién te hizo eso? ¿Dónde encontramos a ese hombre y a Ortatxu? ¿Quién más está protegiendo a tu amiga?"

Lo dije gritando a los cuatro vientos, con la esperanza de que me contestara. No sabía dónde buscar a su asesino, pero me había dejado claro que era un hombre y no una criatura de leyenda la que las había raptado a ambas. También había dejado claro que Ortatxu seguía con vida y al parecer, alguien más sabia dónde estaba y la protegía. ¿Pero quién? Me acerqué hasta Pedro y le ayudé a sobreponerse del susto. Yo aún tenía las piernas temblando por lo sucedido.

-"¿Está bien? ¿Puede hablar?" Le dije en tono conciliador. "Ese ente ha dejado claro que su hija está viva, pero debemos de encontrarla rápidamente, ya que no sabemos el tiempo que la queda antes de que le hagan lo mismo que a Nerea. ¿Queda muy lejos la cueva a la que íbamos en un principio? Echemos un vistazo rápido y volvamos a su casa antes de que la noche cerrada caiga sobre nosotros. Otro encuentro como este y no creo que mi corazón lo soporte."

Nada dijo aquella aparición.

Tan misteriosamente se marchó como apareció, y no respondió a tus últimas dudas. Sin ninguna pista mas que la de que Ostatxu parecía estar viva (pero nada sobre su ubicación), trataste de tranquilizar a Pedro.

El hombre parpadeaba, y entonces volvió en sí.

S´.... sí... -dijo enter balbuceos-. Era... era ella. ¡Nerea! ¡Dios Santo! -masculló-. La... la cueva no queda lejos, es por ahí -señaló con el dedo entre los arbustos cercanos, por esa hondonada-.

Y tal que así, el padre de Ostatxu asintió en avanzar lo antes posible, antes de que la oscura noches se os echara encima. Recobró el paso el hombre, y marchásteis lo más rápido posible.

No tardásteis en bajar por un terraplén irregular, lleno de rocas y al fondo una pared vertical. Entonces comenzó a llover, y a limpiar el mal que se cernía en aquella comarca. Los árboles ahora goteaban el agua caída, y pisábais poco a poco barro más fangoso y musgo húmedo.

¡Allí está! ¡Allí abajo! ¿La véis, señor? -efectivamente, la entrada de una cueva se cernía en un pequeño punto del fondo de la hondonada; era como si el bosque del Amarrado fuera en realidad un apretado lugar arbóreo pero, a su vez, profundo y clavado en un hoyo. Tras andurrear con cuidado, tardásteis unos cinco minutos en llegar abajo, y postraros delante de la cueva.

La cueva tenía una entrada irregular y en una zona una gran lancha de piedra, más grande que una vivienda, aguantaba el peso del cerro que tenía sobre sí. Los últimos retazos de luz os dejaban ver dicha entrada, en la cual, por cierto, había restos de huesos justo en su entrada...

Pedro, entonces, se quedó quieto, junto a los restos de huesos, petrificado, y también mirando a la entrada.

La cueva... ¡del Maideak! No... no  pue... -el hombre era reacio a entrar-. Estaba totalmente acongojado-.

Al llegar a la entrada de la cueva, Pedro ya no pudo más y se negó a entrar. El pánico le había vencido y estaba reacio a seguir adelante. Mucho me temía que dijera lo que dijera, no le convencería de que entrase conmigo. La lluvia caía ahora y nos empapaba rápidamente. También el sol terminaba por esconderse entre los árboles, dejándonos con la única luz que portábamos, un par de antorchas. El interior de la cueva estaba repleta de huesos, seguramente de animales que habían sido devorados por algún predador. El miedo también empezó a hacer mella en mi, pero me sobrepuse. Respiré hondo y avancé unos pasos hacia el interior antes de girarme hacia Pedro.

-"Espere aquí en la entrada, a resguardo de la lluvia. Yo me adentraré un poco para ver si encuentro alguna pista. Le ruego que no se marche y mantenga la antorcha encendida. En breve regresaré y volveremos juntos a la aldea." Dije con poco convencimiento.

Me había parecido que mi habla sonaba demasiado acongojada. Aún así, agarré con fuerza mi antorcha con una mano y con la otra saqué mi daga, y me adentré en la oscuridad de aquel lugar en el que decían que habitaba un ser de leyenda. Mientras caminaba despacio, observaba todos los rincones y recovecos de las grutas, el suelo y el techo, y removía los huesos del suelo para ver si sabía a qué animales pertenecían.

Pedro agarró la antorcha con debilidad. No estaba seguro de entrar, pero tampoco de quedarse allí. Tú reaccionaste rápidamente, urdiendo un plan de acción improvisado, y el padre de la joven no añadio nada. Ahora una antorcha ardía fuera y la otra estaba preparada para internarse dentro. Miraste al suelo antes de acceder a la gruta, y encontraste unas marcas de cascos pequeños, como de patas de carnero (no eran ni pisadas humanas ni de alimañas, como un lobo; ni tan siquiera un oso). El caso es que extrañado en cierta manera, te internaste en el supuesto hogar de aquel Maideiak.

La llama de la antorcha refulgía, bailando al timepo que quería y formando extrañas sombras en las rocas de las paredes. Aquel lugar era un laberinto, pues había como diferentes rutas que tomar allá adentro. El caso es que tomaste una de ellas (pues no había cosa disinta con la que orientarse mas que con tu instinto). Enseguida entraste en un pasillo natura donde el tipo y color de roca cambiaba, de más oscura a más rojiza.

Había conseguido que Pedro se quedara a esperarme en la entrada de la cueva, cosa que agradecía. Si tenía que volver yo solo hasta la aldea, de noche, me daría un patatús, y más habiendo visto la aparición del espíritu de Nerea. Pero otra joven necesitaba de mi coraje y valentía, una joven que estaba viva. Poco a poco fui internándome en la profundidad de la caverna, atento a lo que me rodeaba. Los caminos me parecían iguales, tan buenos como cualquiera, así que decidí ir por el primero que vi. Para intentar no perderme, cogí alguna piedra arcillosa o que dejara alguna marca al frotarla con la piedra más dura de la pared. En cada encrucijada iría marcando por qué camino había decidido ir, así no me perdería y sabría volver al inicio. La oscuridad me iba abrazando y me estaba empezando a agobiar un poco por la estrechez. No sabía lo que me iba a encontrar más adelante, quizás nada o quizás todo...

La buena idea de marcar las paredes tal vez no fuera prolífica. Notaste entre tus dedos que la pared estaba húmeda, por lo que a lo mejor las marcas podrían no verse bien... El caso es que después de añadir algunas marcas, avanzaste por los pasillos naturales. Caminos y paredes irregulares encontrabas, en tanto que a veces te aparecían bifurcaciones y esquinas, aquí y allá, y te pareció aquello un laberinto. 

El caso es que, una vez llegate a una abertura más ancha, como una sala natura, escuchaste un ruido detrás de tí, algo lejos, por el camino por el que habías llegado. Retumbaba en la piedra, y el sonido llegaba a tus oídos. Te quedaste inmóvil un momento y entonces detrás de tí apareció un ser humanoide, cuya cabeza de pelos enmarañados tocaba casi el techo de la gruta, y tenía, bajo sus rodillas... ¡¡PATAS DE CARNERO!! Sus ropas era las de un campesino, pero más maltrechas, y estaba cubierto de sangre de arriba a abajo. En una de sus manos tenía un lobo muerto, bien sujeto, y un garrote en la otra.

Al mirate sus ojos se abrieron, y tu cuerpo se heló. Justo entonces soltó el lobo y levantó su garrote contra tí...

¡¡NOOO!! -gritó entonces la voz de una muchacha, saliendo de otro pasillo que había en dicha sala-. La niña era joven, y su piel y rostro estaban sucios de barro y negrura. La gran criatura mantuvo el garrote en alto, y la muchacha quedó con los brazos estirados.

¡Él no es quien tú crees! -gritó ésta a la criatura, como hablando de tí-. ¡No es ese hombre, no es el cura!

Anduve por las galerías, sin rumbo fijo, adentrándome en la inmensidad de la cueva. Cuando encontraba alguna bifurcación, señalaba el camino tomado haciendo una marca en la pared con alguna piedra y si veía que la pared estaba húmeda y chorreaba agua amontonaba unas pocas piedras en el suelo. El tiempo empezó a pasar lentamente y mi agobio iba en aumento. Cuando llegué a una cámara algo más grande que las demás, me paré para escuchar, ya que había oído que algo se aproximaba por donde yo había venido. En unos instantes una criatura enorme apareció ante mi, una especie de fauno o sátiro. Alguna vez había escuchado historias sobre estos seres, leyendas de las abuelas para asustar a los mocosos. Pero ahora, después de esta noche, las leyendas y las creencias populares estaban muy presentes. La criatura traía un lobo muerto debajo de un brazo y del otro sostenía un enorme garrote, que bien podía partirme la cabeza en dos fácilmente. Cuando la bestia me vio, soltó a la presa y cargó contra mi. Yo solo pude apretar la vejiga para no hacérmelo todo encima. Cerré los ojos para no ver mi triste final, y de repente, salida de la nada, apareció una chiquilla gritando a la bestia. Abrí los ojos de par en par, ya que lo que dijo me dejó perplejo. Miré a una y a otro para ver si al final moría o no.

-"¿EEE....Eres Ostatxu, la hija de Pedro?" Dije temblando de miedo aún.

Sí. Soy yo... qui... ¿quién sois vos? -preguntó la joven-.

Es alguien que ha servido bien a la Iglesia... -dijo entonces, una voz aparecida por detrás-. Un nuevo actor en aquella escena apareció, bueno, varios actores... Te doy las gracias, Sancho, por ayudarme a seguir tu rastro hasta este lugar, y también por llegar hasta quien me arrebató a la joven -se refería al Maideiak, pues así lo estaba mirando al decir tales palabras-.

Era Sancho de Echavarría, allí plantado, de pie con una antorcha en su mano (y sobre su típica casulla tenía un abrigo). Estaba empapado por la lluvia, y apareció acompañado de dos serse increíbles: dos cadáveres de osos como reanimados después de la muerte; como si fuera cuerpos abatidos de esos animales, pero ahora traídos a la vida de nuevo a través de algún tipo de... ¿magia? Esqueléticos y deteriorados son una auténtica aberración que sólo recuerdan levemente a los seres que una vez fueron en vida.

Matadlos a los dos, ¡la joven es mía! -ordenó el arcipreste con un rosto malévolo, y entonces los dos osos cadavéricos corrieron hacia vosotros: uno hacia tí y otro hacia el Maideiak-.

Los hechos siguientes se desencadenaron uno detrás de otro sin remedio.

La joven era efectivamente Ortatxu, la joven desaparecida, que al parecer estaba siendo protegida por la bestia con piernas de cordero. Lo que el espíritu condenado de Nerea había dicho, cobraba sentido. Además, un nuevo actor entró en escena. El arcipreste, al cuál ya le tenía entre mis sospechosos al no cuadrarme muchas cosas, apareció junto a dos abominaciones. Dos osos putrefactos le acompañaban, uno a cada lado, como guardaespaldas no muertos. Según relataba, se me iban aclarando todas las incógnitas. Había sido engañado y utilizado en su beneficio, hasta le había traído al lugar donde estaba escondida la joven. El sentimiento de culpa hizo despertar en mi algo de valentía. Aunque la visión de esas dos criaturas me bajaba el coraje, me mantuve firme. Seguramente Pedro, que se encontraba en la entrada de la cueva hubiera perecido ante el ataque de estas poderosas criaturas, así que solo estábamos el Maideak y yo.

-"Sabed arcipreste, que seréis castigado por Dios, el cuál está mirando ahora mismo a este punto y ve lo que sucede. Su alma irá al infierno, que es de donde han salido esas criaturas que le acompañan." Dije cabreado.

Los osos cargaron contra nosotros, por lo que no tuve mas remedio que defenderme. No era guerrero, pero pagaría cara mi muerte. Tenia que intentar proteger a la joven de ese ser malévolo que era el arcipreste. Estaba claro que había perdido la fe y había vendido su alma al diablo. Con decisión, adelanté la antorcha para intentar quemar el hocico o asustar al endemoniado oso, mientras que con la daga intenté apuñalarlo.

Turno 1:

¡Habláis mucho, querido amigo! ¡Esta muchacha será mía, y vuestra alma será la que vaya al infierno! -gritó en respuesta el arcipreste, entrado en una estrepitosa locura-.

Aquel animal corrió hacia tí, en el estrecho hueco de la cámara rocosa, pero se trastabilló, cayendo de bruces delante de tí. Tal vez fuera por el fuego de la antorcha que pusiste por delante; el caso es que ahora estaba a tu merced, derribado en el suelo. Entonces aprovechaste para atacarle con tu bracamante.

Daño: 18 (sin protección) (x2 en cabeza)

Hendiste todo el acero del bracamante en la cabeza del pútrido animal, y éste gimió como aquella alimaña a la que le dan golpe de gracia. Sin embargo, aún seguía... "viva".

Por su parte, el maideak golpeaba con su garrote a su rival osezno de igual manera, y Ostatxu se recostó detrás de vosotros, junto a una pared.

Al ver que el arcipreste entraba en cólera, pensé que tal vez, si le enervaba más, pudiera perder el control de estas criaturas salidas del Averno. Encima tuve mucha suerte en mi enfrentamiento, dado que mi adversario mordió el polvo enseguida. Cosa que aproveché, asestándole un buen tajo en la cabeza a la bestia.

-"¡Ve, arcipreste! La cólera de Dios cae sobre vosotros como la lluvia riega los campos. Su alma será reclamada por los demonios con los que trata y se pudrirá por el resto de los tiempos en el infierno." Dije, intentando cabrearle más.

Ahora que tenía el oso en el suelo, intenté asestarle con el bracamante un golpe letal en la cabeza, que terminara con la no vida de este ser. El Maideak parecía estar igualado con el otro oso. Ostatxu estaba detrás nuestra, agazapada tras unos salientes de roca.

Turno 2:

Trastaste de clavar el bracamante a aquel animal, pero al invertir cierto tiempo en ello no pudiste sino errar, contra todo pronóstico. Por su parte, el oso se levantó y trató de devolverte los ataques, pero erró en el intento.